¿PORQUÉ LOS RICOS SON MÁS RICOS EN LOS PAÍSES POBRES?
Primera parte

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JOSÉ MARÍA FRANQUET
Prólogo de Frederic Borràs i Pàmies

2002 

Falacia o modernidad de la globalización económica

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 A los jóvenes de hoy y, particularmente,

a mis hijos Josep Maria y Elisenda,

que ya están lidiando con este mundo globalizado.

 

PRÓLOGO

I.                     Algunos conceptos previos

1.        La idea definitoria de la “globalización económica”

2.        Homogeneización normativa y estatuto empresarial

3.        La panacea liberal del comercio internacional

4.        Algunas ideas de J.M. Keynes

 

II.                   Las supuestas bondades de la libertad de comercio

1.        El origen político del comercio internacional

2.        Las fuentes del movimiento librecambista

3.        El fracaso de los viejos y nuevos modelos

 

III.                 Las viejas teorías de David Ricardo

1.        Los modelos de las ventajas absolutas y relativas

2.        Las barreras interpuestas al libre comercio internacional

3.        La protección a la agricultura

 

IV.                La paradoja competitiva del modelo ricardiano

1.        El pensamiento económico de los clásicos

2.        Las limitaciones del comercio internacional

 

V.                  El gran desengaño librecambista

1.        La falacia de la “solidaridad internacional”

2.        El fomento del fraude a escala mundial

3.        El fracaso del libre mercado global

4.        Los problemas que plantea el comercio internacional

5.        La protesta actual contra la libertad de comercio

 

VI.                Las instituciones financieras internacionales

1.        La ya lejana experiencia de Bretton Woods

2.        El rol pasado y presente de estas instituciones

3.        El futuro de estas instituciones

4.        La última ronda de negociaciones comerciales internacionales

 

VII.              Internacionalización y tradición liberal

 

VIII.            Las empresas multinacionales y el comercio internacional

1.        Los efectos discutibles de la multinacionalización

2.        Los costes medioambientales

 

IX.                Las naciones del mundo ante el nuevo orden

1.        La situación de los diferentes países

2.        El caso singular del Japón

 

X.                  La globalización y el euro

1.        La desaparición del control del tipo de cambio

2.        ¿Un futuro más optimista para el euro?

 

XI.                La tasa Tobin. ¿Una incipiente solución para el futuro?

1.        Definición y objetivos de la tasa

2.        Las críticas de los monetaristas o neocuantitativistas

3.        El futuro de la aplicación de la tasa

 

XII.              Un ejemplo relevante: la situación de los frutos secos españoles ante el comercio mundial

 

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA Y FONDOS DOCUMENTALES

 


 

PRÓLOGO

Cuando me dispongo a escribir estas líneas para introducir los siempre interesantes análisis y propuestas de José Mª Franquet que, en este caso, están dedicados a la problemática de la globalización económica, no puedo hacer otra cosa que alabar su gran oportunidad al abordar este tema por su actualidad que, de hecho, no hace más que demostrar su vital importancia.

Esta actualidad viene marcada incluso con la sangre derramada por Carlo Giuliani en Génova, en la cumbre del G-8 en el mes de Julio del 2001, y cuyas imágenes golpearon con fuerza la sensibilidad de la opinión pública mundial, evidenciando la gravedad de la problemática que la globalización plantea. Ante el temor a nuevos disturbios en la cumbre de la FAO (el fondo de la ONU para la Agricultura y la Alimentación), que debía reunir a representantes de 185 países en Roma del 5 al 7 de noviembre del 2001, el Gobierno italiano estaba evaluando si aceptaba albergarla o no. El primer ministro, Silvio Berlusconi, reconoció que era partidario de trasladarla a otro lugar y apuntó la posibilidad de un país africano. Sin embargo, hay que señalar que el ministro italiano de Justicia opinaba que “si cedemos al chantaje, debemos recordar que los chantajistas jamás se van a contentar”.

En pleno mes de agosto del 2001, la prensa mundial presentaba grandes titulares que decían, por ejemplo, que ”Washington teme a los antiglobalizadores”, informando a continuación de que el FMI y el Banco Mundial acortan drásticamente su sesión anual por motivos de seguridad, confirmando así los estragos que están causando los grupos que se oponen a la globalización. Pero sabemos que no hace falta ir tan lejos, porque este mismo verano he sido testigo de las importantes manifestaciones que se han producido en Barcelona y también se canceló la reunión del Banco Mundial que debía  tener lugar en esta ciudad. Pero, ¿qué es esto de la globalización, que levanta tantas protestas y enfrentamientos?. 

En palabras del profesor catalán de la Universidad de Columbia Xavier Sala, la globalización consiste en que circulen libremente por todo el mundo cinco cosas, las mismas para todos: información, mercancías, capitales, tecnologías y personas. La globalización es, en definitiva, la nueva fase del desarrollo capitalista que llamamos “el sistema capitalista globalizado de libre mercado”.

Es importante, en este punto, citar también a Susan George, cuyo Informe Lugano -al cual también se refiere el autor del libro- ha tenido una gran difusión, demostración de la preocupación e interés existente en nuestra sociedad por estos temas, que dice que “el capitalismo no es el estado natural de la humanidad; por el contrario, es un producto del ingenio humano acumulativo, una construcción social y, como tal, quizá el invento colectivo más brillante de toda la historia”, para añadir más adelante que “la aspiración al bienestar material, aquí y ahora, ha resultado ser más poderosa (por no decir más veraz) que las promesas del comunismo o de la religión, que aplazan la gratificación a un radiante futuro indeterminado o a la otra vida”.

Pero como cualquier obra humana, tampoco el capitalismo en su fase de globalización es perfecto, siendo una de sus mayores deficiencias el hecho de que ha ensanchado las diferencias y, por lo tanto, las desigualdades existentes tanto entre las personas de un mismo país como entre diferentes grupos de países, concretamente con el continente africano, cuya problemática consecuente de la inmigración está causando graves quebraderos de cabeza a las autoridades de nuestro país, así como plantea a la sociedad uno de los problemas más importantes de nuestros días. De ello también se habla en el libro. La generación de una mayor desigualdad es una consecuencia constante del progreso en cualquier orden, ya que, al producirse, sus beneficios no pueden ser disfrutados por todos por igual, y mucho menos al mismo tiempo.

El capitalismo está basado en la libertad de mercado y en la no intervención para no entorpecer y estorbar la acción de la “mano invisible” que conduce al desarrollo económico, basándose en la competencia y en la iniciativa privada. Esta no  intervención dificulta las acciones correctoras de las diferencias, desigualdades y discriminaciones que ocasiona. Pero es un hecho aceptado que las economías desreguladas y competitivas, al mismo tiempo que benefician a muchos, benefician  sobre todo al sector superior. Ésta es una de las razones de que, según se indica en el Informe Lugano antes citado, “los perdedores son invariablemente desestabilizadores  para el sistema imperante o dominante. La protesta organizada o difusa contra las desigualdades debe ser tomada en serio … y la gran paradoja es que, para que sea realmente libre el mercado, necesita restricciones, pero lo difícil es ponernos de  acuerdo en cuáles”.

Por otra parte, cabe también señalar que la naturaleza de la distribución de los ingresos  es crucial para el bienestar, a largo plazo, del sistema. Esto ya lo intuía Henry Ford cuando pronunció aquella famosa frase: “paga a tus trabajadores lo suficiente como para que puedan comprar tus coches”.

Toda esta problemática se ve acentuada por una serie de circunstancias nuevas:

- El crecimiento tan importante, en los últimos años, de la población a nivel mundial,  que ha hecho que ésta se duplicara desde el año 1970, en que era de 3.000 millones, a los 6.000 con que hemos empezado el siglo XXI.. Este crecimiento es consecuencia, en gran manera, de los avances en el campo de la medicina, que han propiciado, por una  parte, la disminución de la mortalidad infantil y, por la otra, el alargamiento de la vida. En este sentido cabe recordar que la esperanza de vida en España, a comienzos del siglo XX, superaba ligeramente los 40 años de edad, mientras que al finalizar dicho siglo se estaba acercando a los 80 años.

- Gran aumento de la producción: en la actualidad, el mundo produce, en menos de dos semanas, el equivalente a la producción física del año 1900. La producción, en los últimos tiempos, se ha duplicado cada 25 ó 30 años. El problema es la distribución de esta riqueza generada y la necesidad de distinguir entre “crecimiento” y “bienestar”.  Tampoco hay que desdeñar el impacto que este importante crecimiento tiene en el entorno ecológico.

- Gran avance en el campo de las tecnologías de la información y de la telecomunicación (TIC): La capacidad de proceso y de comunicación han aumentado en gran medida, lo que ha propiciado la globalización, al compartir la información existente en cualquier parte del planeta y poder ofrecer cualquier producto en cualquier país. Es quizás en los mercados financieros donde resulta más evidente su integración global al haberse abolido, de hecho, las diferentes fronteras entre mercados que antes estaban separados: actualmente, cualquier persona que actúe en los mercados financieros no puede limitarse a observar un solo mercado, por importante que sea, como Wall Street, sino que si quiere tener alguna oportunidad de interpretar su evolución con éxito, no puede ignorar lo que pase en Japón, Londres, etc. La última fase de esta nueva etapa, que será la del comercio electrónico, justo acaba de empezar.

Y ya en el campo tecnológico, también el verano del 2001 ha sido testigo del anuncio, por parte de IBM, del descubrimiento de un nuevo chip 100.000 veces más pequeño que un cabello humano. Este avance abre el camino para fabricar microprocesadores para ordenadores mucho más pequeños que los actuales, que permitan construir aparatos de menor tamaño, pero también más potentes y que consuman menos energía. La información facilitada por los medios de comunicación indicaba que este chip está elaborado a partir de nanotubos de carbono, es decir, moléculas de este elemento de forma cilíndrica, que actúan como semiconductores. Según los responsables de la citada empresa, estos nanotubos son los principales candidatos a sustituir, en el futuro, a los chips de silicio actuales, que están rozando ya el límite máximo de miniaturización.

En este sentido, es importante constatar que, desde que en 1985 la  empresa americana Intel lanzó su microprocesador 386, el número de transistores introducidos dentro de un chip de silicio se ha multiplicado por 152. Así pues, la industria informática ha seguido,  en las últimas décadas, una progresión constante en cuanto a la capacidad de los chips, que, como anticipó Gordon Moore, uno de los fundadores de Intel, se ha conseguido doblar cada 18 meses el número de semiconductores y otros componentes dentro de un chip, habiéndose respetado esta progresión desde el año 1965 hasta nuestros días.

Como notaba el profesor Sala, al que he hecho antes referencia, la globalización no ha eliminado lo local o regional sino que, en algunos casos, lo ha potenciado e incluso, en otros, ha posibilitado su expansión. Si ponemos como ejemplo el caso de la gastronomía, la globalización ha posibilitado que en Barcelona podemos disfrutar  actualmente de la cocina japonesa, de las típicas hamburguesas americanas, de la cocina francesa o italiana o china, etc., además de nuestra tradicional cocina catalana.

Como consecuencia de la globalización, ahora cuando viajamos es difícil encontrar algo que comprar y con lo que sorprender, con el ánimo de obsequiar a nuestros amigos o familiares: la mayoría de las cosas que valen la pena ya están en algún comercio de  nuestra ciudad. Esto es lo que me pasó cuando -ilusionado- compré una hamaca de vistosos colores en aquella ciudad del Amazonas que se llama Iquitos, a la que no se puede acceder por carretera, sólo navegando por el Amazonas o en avión. Pues bien, al cabo de unos días de llegar a Barcelona, y por casualidad, vi en una tienda del  Eixample -en la que vendían objetos de decoración de la zona andina- una hamaca exactamente igual a aquella que tan contento había transportado yo a lo largo de miles de kilómetros hasta mi casa. Lo mismo pasa con los quesos o vinos franceses, los chocolates o bombones belgas, el sake japonés, la ropa americana o inglesa, etc.

Y ya que hemos hablado de Iquitos, viene a cuento recordar que, precisamente en esta ciudad y, aunque se halla completamente rodeada por la tupida selva amazónica, encontramos allí un ejemplo ilustrativo de las negativas consecuencias de la  globalización que esta ciudad sufrió ya a mediados del siglo XX cuando, por circunstancias de mercado, se fue abandonando la producción del caucho en aquella zona, pues no se podía competir con las producciones que estaban  llegando al mercado desde Asia. Se conservan en Iquitos casas y otras construcciones abandonadas que muestran el esplendor de aquella época que ya pasó. Es un ejemplo más de los problemas ocasionados por el fenómeno de la globalización, ya en aquellos tiempos. Evidentemente que, con el tiempo y por los motivos antes mencionados, las consecuencias, tanto negativas como positivas, se han ido acentuando hasta la fecha.

Para centrarnos en casos más actuales, haremos referencia al hecho de que Tanzania tuvo que retirar el año pasado 40 millones de litros de su leche porque las estanterías de sus tiendas estaban llenas de leche holandesa, más barata, subvencionada por la Unión Europea. Parece lógico que el camino a seguir fuera que no subvencionáramos la leche europea para que compitiera con la de Tanzania y los habitantes de este país consumieran su propia leche. Pero, de hecho, caemos en contradicciones más flagrantes como los aranceles que Europa y Estados Unidos aplican sobre las producciones de algunos países en desarrollo que dificultan que éstos puedan ser competitivos y así desarrollar, por sus propios medios, sus economías.

Todas las ventajas de la globalización no pueden compensar los grandes desequilibrios que ha generado, que podrían, en última instancia, poner en peligro la propia existencia del sistema. Un sistema que está basado en la libertad, pero que necesita unas limitaciones. Lo difícil es ponernos de acuerdo en cuáles deben ser dichas limitaciones, y son las diferentes opciones políticas las que nos tienen que presentar las propuestas que -nosotros, los ciudadanos- podamos votar para que se introduzcan estos elementos correctores al libre mercado, que avanza a gran velocidad y un tanto desbocado.

La primera baza, en este sentido, la ha empezado a jugar el primer ministro francés Lionel Jospin que ha empezado a enfilar la carrera electoral para la presidencia de la república proclamando la necesidad de la implantación de la tasa Tobin, para ganarse el favor de la creciente influencia de los grupos antiglobalización. Esta tasa, ideada por el Nobel de Economía del mismo nombre y a la que se refiere extensamente este libro, prevé un gravamen del 0,1% sobre las transacciones de divisas en los mercados de cambios. El objetivo perseguido con esta tasa es el de frenar la especulación, además de que serviría para financiar el desarrollo mundial. Jospin anunció esta propuesta al mismo tiempo que decía que es absolutamente necesario que los estados, las organizaciones no gubernamentales y los organismos internacionales establezcan los nuevos términos de esta globalización.

También ha irrumpido en la política catalana el debate de la globalización. Al hilo del interés que este asunto suscita en la izquierda europea, formaciones políticas de izquierdas se han sentido igualmente en la obligación de abordarlo. Concretamente, el líder del PSC Pascual Maragall se ha dirigido ya al presidente del Parlament de Catalunya para que la cámara catalana canalice el debate sobre la violencia ligada a las protestas antiglobalización. Maragall parte de la base de que, si no se alcanza un acuerdo tácito entre la sociedad en general, sus representantes institucionales y los sectores antiglobalización, el enfrentamiento será inevitable. Según el presidente de los socialistas catalanes, cuando las partes se radicalizan, la violencia se vuelve más atractiva, tanto para los jóvenes antiglobalización como para los defensores de la globalización, entendida ésta como un fenómeno desregulador, ultraliberal y sin control democrático.

Esta violencia tomó su forma más cruel en el atentado a las torres gemelas del 11 de septiembre de 2001. Cuando millones de personas de todo el mundo estábamos mirando la televisión tratando de entender la tragedia que, aunque estábamos viendo en directo no acabábamos de creer, a parte de otras motivaciones políticas, se estaba produciendo una reacción contra este proceso de globalización por parte de un grupo que quiere mantenerse cerrado, aislado e impenetrable a este fenómeno, tratando de preservar, por todos los medios, sus propias peculiaridades, por lo que renuncia a participar en este proceso.

Estoy seguro que las reflexiones efectuadas, en este sentido, por José Mª Franquet en el libro que presentamos, nos servirán no sólo para entender mejor por dónde vamos y los peligros que nos acechan, sino que además nos darán las claves para vislumbrar algunas de las soluciones que tanto se necesitan, todo ello apoyado tanto en sus conocimientos técnicos como en el pragmatismo político que, a lo largo de su carrera, ha demostrado sobradamente.

 Frederic Borrás i Pamies

Dr. en Ciencias Económicas y Empresariales. MBA.

Profesor de la Universidad de Barcelona.

Socio Director de KPMG.

Presidente del Col.legi de Censors Jurats de Comptes de Catalunya y del Arc Méditerranéen des Auditeurs.

 


 

I.      Algunos conceptos previos

1.   La idea definitoria de la “globalización económica”

            En los últimos tiempos, el debate sobre la “internacionalización de la economía” o, más propiamente, acerca de la “globalización económica” se ha adueñado de los grandes foros de discusión, así como -mediante sonoras protestas de grupos dispares y heterogéneos- de muchas calles y plazas de las ciudades donde se reúnen, periódicamente, los responsables financieros del orden mundial. En realidad, dichas manifestaciones pueden ser frutos amargos del desengaño que han provocado, en el Primer Mundo, los partidos políticos, probablemente cada vez más anquilosados y burocratizados. En menos de tres años, los actos de protesta sobre situaciones diversas (exigencia de protección y seguridad en el trabajo, higiene pública, igualdad de condiciones laborales para la mujer, protección a las minorías étnicas y al medio ambiente, supresión de barreras arquitectónicas para minusválidos, erradicación del analfabetismo) configuran un largo rosario de incidentes, con grandes daños materiales y alguna víctima mortal (por ejemplo el joven Carlo Giuliani, de 23 años, a manos de un carabinero siciliano de 20 años, en la ciudad italiana de Génova). También se han organizado tumultuosas manifestaciones con ocasión de las cumbres de los representantes de los Estados más poderosos del planeta, como es el caso de las reuniones del denominado G-8 (formado por los Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido, Canadá y Rusia) o incluso de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Como, sin duda, recordarán nuestros lectores, en la ya larga agenda de movilizaciones contra la globalización económica se ha producido una variopinta representación geográfica: Seattle (la primera), Washington, Praga, Melbourne, Porto Alegre, Okinawa, Niza, Davos, Quebec, Göteborg y Barcelona (ésta última resultó abortada).

            Esa resistencia hacia lo que se considera la última manifestación del sistema capitalista, halla su máximo fundamento en las crecientes desigualdades y la pobreza imperante en extensas capas de la población mundial [1], así como en la intención de suplir el vacío sociopolítico existente entre la sociedad civil y los organismos de poder transnacional, intentando llevar a efecto una acción democrática de transformación social que sea más próxima a los intereses de la mayoría de la población. Lo cierto es que en nombre de la eficiencia económica (la eficacia al menor coste) se legitiman muchos atentados que potencian la explotación humana y, sobre todo, la infantil. Bajo el paraguas protector del libre mercado se entorpece la verdadera competencia, se fomenta la explotación comercial y se explotan hasta su agotamiento ciertos recursos naturales, poniendo en peligro la sostenibilidad del planeta (veamos, en este sentido, que las naciones más contaminantes son precisamente las más reacias a limitar sus emisiones tóxicas y también las más convencidas defensoras de la globalización económica). Contrariamente, no parece haber límites para los negocios especulativos ni para el lock out o cierre de empresas, mientras que se agravan los problemas de desempleo y se acrecientan los beneficios fáciles obtenidos en los mercados financieros.

 Por otra parte, su trascendencia para nuestro país, muy particularmente en el comercio de los productos agrícolas, no resulta en absoluto desdeñable. En estos productos de primera necesidad, así como en otros industriales, algunos grandes países exportadores basan su fuerte competitividad en los bajos costos de los inputs del proceso productivo, el bajo esfuerzo fiscal, el escaso respeto medioambiental, la inexistente necesidad de riego y, sobre todo, en los exiguos niveles salariales de sus trabajadores.

Respecto a la idea de “globalidad”, lo primero que sorprende es su ambigüedad. Se tiene de ella la imagen de un proceso nacido al calor de la actual corriente liberalizadora o bien, a las puertas del siglo XXI, de una nueva fase del capitalismo, la más salvaje, como dirían algunos. Otras veces puede pensarse que se trata de una dinámica constante en el tiempo e inscrita en un largo proceso de acontecimientos históricos y que, por ejemplo, el mayor proceso de globalización conocido tuvo lugar en el siglo XVI, siendo liderado justamente por el Imperio español [2]. Si se consulta la amplia bibliografía existente sobre la “economía global”, llama poderosamente la atención la ausencia de una definición rigurosa de este concepto etéreo que inunda, para bien o para mal, todo nuestro planeta en sus más importantes escenarios económicos. Sólo se encontrarán, al respecto, detalladas descripciones de un conjunto prolijo de rasgos del actual sistema económico mundial. Parece como si se esperara que, a partir de estas descripciones, el lector se forme subjetivamente, por sí mismo, alguna idea más o menos certera de lo que pueda ser una “economía global”.

Según Federico García Morales, en muchos casos el concepto de "Globalización" parte afirmándose como una realidad novísima que habría venido a imponerse a toda otra realidad, realizando sobre éstas una operación omnívora. A partir de su trabajo digestivo, sólo queda "la Globalización". La economía, las sociedades, los sistemas políticos, la cultura sólo podrán proseguir en adelante como campos sometidos a ella. En este planteamiento se hace notar la influencia de corrientes como el postmodernismo, con su anhelo de "presencia" y su doctrina epistemológica [3] del "borrón y cuenta nueva". Una vez establecida la "Globalización", ésta ya no necesita justificarse: es, en sí misma, la justificación de todo lo que llegue a ocurrir.

Afirma el mismo autor en “Los límites de la globalización”, que la inflación globalizante del capital tenía también otros soportes que se revelarían pasajeros, a saber:

1. El crecimiento del ahorro y de la inversión en zonas periféricas y su posterior canibalización por el capital transnacional.

2. La recuperación de Europa y de Japón.

3. El desarrollo de las economías-burbuja (el propio Japón, el Sudeste Asiático).

4. La fase final de la Guerra Fría que siguió a la segunda guerra mundial, con su intensa carrera armamentista, que catapultó a los EEUU a su situación hegemónica en la postguerra fría.

5. Las ventajas obtenidas por los nuevos centros imperiales en el despojo de las zonas coloniales nuevas y viejas (Medio Oriente, Asia Central, África, América Latina).

6. La expansión de las nuevas tecnologías (informática y biotecnología molecular).

7. La explotación irrestricta y acelerada de los recursos naturales.

8. Las reformas en los corredores alimenticios.

9. La plena mercantilización del consumo de masas y su creciente concentración.

10. La acelerada concentración del capital industrial y del capital financiero, tanto en los centros como en las periferias.

11. La hegemonía transnacional a lo largo de todo lo que conlleva este proceso.

12. La creación de amplios aparatos supranacionales de vigilancia del comportamiento económico y financiero.

Pero si seguimos avanzando en el trabajo de la inteligibilidad de un concepto muy amplio y complejo que no termina de revelar por completo sus ambigüedades, y poniendo de manifiesto el hecho de que, sobre todo, se trata -como su propio nombre indica- de una construcción de relaciones globales que convocan a diversos lineamientos de la acción social, hasta el punto que en la elaboración del concepto hay algo de politético -de construcción de muchos significados que alternan su presencia en la descripción del objeto- veremos que el uso cada vez más extenso del término lo llega a ubicar en el nivel de los paradigmas kuhnianos.

En este campo, muy pronto las definiciones se ven como insuficientes y ceden el paso a caracterizaciones en donde se distingue entre aquellos que muy habermasianamente [4], si es que no metafísicamente, insisten en realzar la entrada en operaciones de las novísimas redes comunicativas, y otro sector que se preocupa básicamente por destacar el valor determinante de las redes productivas, financieras y de consumo, de tal modo que la "globalización" quede señalada históricamente como un momento determinado del desarrollo capitalista. En esta última tendencia, la "globalización" viene a ser como una temática de "la economía mundial", hasta el punto de que las crisis económicas mundiales pueden ser descritas como "crisis de la globalización".

Unidos al primer sector están quienes aceptan, como efecto inmediato, una globalización que genera una gigantesca transformación política, que suprime al marco nacional y estatal de las economías, mientras en el segundo sector quedan ubicados los que miran con más calma la relación existente entre la clase empresarial y los estados nacionales. "...La globalización ha beneficiado a algunos y ha marginado a los más... Como la fuerza dominante que es en la última década del siglo XX, la globalización ha dado forma a una nueva era en la interacción entre naciones, economías y pueblos. Pero también ha fragmentado los procesos productivos, los mercados de trabajo, las entidades políticas y las sociedades". El estudio agrega que las ventajas y la competencia de los mercados globales sólo podrán asegurarse si la globalización cobra "un rostro humano". "Tanto tiempo como la globalización sea dominada por los aspectos económicos y por la expansión de los mercados, estará limitando el desarrollo humano...necesitaremos una nueva aproximación de los gobiernos, una que preserve las ventajas ofrecidas por los mercados globales y la competencia, pero que permita, al mismo tiempo, que los recursos humanos, comunitarios y ambientales, aseguren que la globalización trabaja para los pueblos y no para las ganancias".

Pablo González Casanova, dice, por ejemplo: ..."Tenemos que pensar que la globalización es un proceso de dominación y apropiación del mundo. La dominación de estados y mercados, de sociedades y pueblos, se ejerce en términos político-militares, financiero-tecnológicos y socio-culturales. La apropiación de los recursos naturales, la apropiación de las riquezas y la apropiación del excedente producido se realizan -desde la segunda mitad del siglo XX- de una manera especial, en que el desarrollo tecnológico y científico más avanzado se combina con formas muy antiguas, incluso de origen animal, de depredación, reparto y parasitismo, que hoy aparecen como fenómenos de privatización, desnacionalización, desregulación, con transferencias, subsidios, exenciones, concesiones, y su revés, hecho de privaciones, marginaciones, exclusiones, depauperaciones que facilitan procesos macrosociales de explotación de trabajadores y artesanos, hombres y mujeres, niños y niñas. La globalización se entiende de una manera superficial, es decir, engañosa, si no se le vincula a los procesos de dominación y de apropiación" [5]. 

Un libro que aporta mucho al nuevo trabajo definitorio que estamos intentando es el de John Saxe-Fernández [6]. En los artículos allí reunidos, se destaca una visión de la globalización como "una dimensión del proceso multisecular del capitalismo desde sus orígenes mercantiles, en algunas ciudades de Europa en los siglos XIV y XV". Y se le ve vinculado a un amplio conjunto de factores económicos y sociales, que se lleva, como es muy visible, actualmente dentro del marco de las economías capitalistas. O más precisamente, en el marco de la dominación imperialista. Es pues, un fenómeno histórico; no ahistórico como pretenden sus apologistas, que embriagan la globalización y la inflan en paradigma de esta época. Y aquellas definiciones que no la vinculan con el desarrollo capitalista vienen a ser sólo una mistificación y pueden ser entonces analizadas, como señala el propio Saxe-Fernández, "solamente en el marco de la sociología del conocimiento", o sea, en el contexto de la consideración de la globalización como ideología.

Otro aspecto importante de anotar, es que la globalización tiene también un matiz ofensivo/defensivo. Es un proceso que más que unir, divide, y geoestratégicamente viene a depositarse sobre una desgarrada lucha por superar una profunda crisis que se viene arrastrando, durante la última década, en medio de una competencia cada vez más feroz por el reparto de las ganancias y de los territorios. La globalización de tal suerte concebida oculta posibilidades agravadas de conflictos mayores. En este sentido, no es en absoluto portadora de mensajes de paz, de democracia ni de progreso. Esto se puede ver en los capítulos 2 ("Seis ideas falsas sobre la globalización", de Carlos Vilas) y 4 ("La Próxima Guerra Mundial: ciclos y tendencias del sistema mundial", de Christopher Chase-Dunn y Bruce Podohink). Pero también se puede observar tal negatividad simplemente alzando la vista hacia el nuevo escenario internacional.

            Se detecta, así mismo, otro rasgo o característica de singular interés: fatalmente, la “globalidad” o la “internacionalización” de la economía (o la “americanización”, en acertada expresión de Ben Jelloun), suele ser considerada, explícita o implícitamente, como un “hecho probado o axiomático”, algo que está ahí y que debe tratarse per se et essentialiter como surgida de las “fuerzas imparables del destino”, concepción que enlaza francamente bien con la “mano invisible del Hacedor” de la doctrina económica ortodoxa. Casi nadie se detiene a indagar acerca de las causas explicativas de esta situación. Actitud ésta que de algún modo podría ser disculpable, ya que el objetivo práctico es describir de la manera más sencilla posible esa situación, para que el empresario o el político deduzcan la estrategia que deben seguir al objeto de mantener el éxito en su negocio o en su gestión pública [7]

Un planteamiento curioso debido a Nicola Matteucci, proveniente del Diccionario de Política que coordinara con Norberto Bobbio, propone la siguiente tesis:

"El camino hacia una colaboración internacional cada vez más estrecha ha comenzado a corroer los tradicionales poderes de los Estados soberanos. Influyen mayormente en ello las llamadas comunidades supranacionales, que intentan limitar fuertemente la soberanía interior y exterior de los Estados miembros; las autoridades supranacionales tienen la posibilidad de asegurar y afirmar, por medio de Cortes de justicia adecuadas, la manera en que su derecho supranacional debe ser aplicado por los Estados a casos concretos: ha desaparecido el poder de imponer impuestos y comienza a ser limitado el de acuñar moneda. Las nuevas formas de alianzas militares sustraen a los Estados individuales la disponibilidad de una parte de sus fuerzas armadas, o bien determinan una soberanía limitada de las potencias menores frente a las hegemónicas. Pero hay también nuevos espacios, ya no controlados por el Estado soberano: el mercado mundial ha permitido la formación de empresas multinacionales que tienen un poder de decisión no sujeto prácticamente a nadie y que se hallan libres de cualquier control…”.

"Los nuevos medios de comunicación de masas han permitido la formación de una opinión pública mundial que ejerce, a veces con éxito, su propia presión para que un Estado acepte, lo quiera o no, negociar la paz o ejerza el poder de conceder la gracia, que en un tiempo era absoluto e inaveriguable…”

"La plenitud del poder estatal está en decadencia. Con esto, sin embargo, no desaparece el poder; desaparece solamente una determinada forma de organización del poder, que tuvo su punto álgido de fuerza en el concepto político-jurídico de soberanía."

Esta tesis fue escrita en 1976, mucho antes de que se generalizara el uso del término “globalización”. Desde 1976 hasta nuestros días varios de los fenómenos señalados por Matteucci se han extendido, profundizado o intensificado, con el agravante de que frente al mayor poder económico y militar conformado en la historia -los Estados Unidos de América del Norte- desapareció el sistema soviético con la caída del muro de Berlín acontecida en 1989, mientras que los territorios y los pueblos que conformaban tal extinto sistema se hallan hoy en un muy penoso proceso de incorporación a la "aldea global", como la llamara Marshall McLuhan.

El término globalización fue propuesto por Theodore Levitt en 1983 para designar una convergencia de los mercados del mundo. "En todas partes se vende la misma cosa y de la misma forma", escribió Levitt. Dicho de forma tan absoluta, este aserto se me antoja irreal. El tipo de convergencia referido existe y es significativo. Socialmente puede ser referido a una gran parte de los productos que consumen los sectores de ingresos medios del mundo. En alguna medida, ocurre también con los sectores de altos ingresos. Los mercados de bienes de capital, en cambio, se hallan bastante segmentados y, desde luego, los inmensos espacios sociales ocupados por los sectores pobres del todavía llamado "Tercer Mundo", son casi enteramente mercados locales. Esta realidad significa que sólo una fracción de la demanda se globaliza [8]

2.  Homogeneización normativa y estatuto empresarial

El debate actual de la mundialización económica, probablemente, no es más que el viejo dilema existente entre Estado y mercado, pero llevado ahora a escala internacional. En su momento, se tuvo que establecer qué papel debía tener el mercado en la asignación eficiente de los recursos y hasta dónde debía llegar la intervención estatal para asegurar el viejo principio de la igualdad de oportunidades. En las sociedades más industrializadas y avanzadas del mundo occidental, estas dudas se resolvieron con la implantación del modelo denominado del “Estado del Bienestar”. Pues bien, este mismo debate se halla ahora planteado a escala global por el simple hecho de la integración de las economías y el auge de las telecomunicaciones y de las tecnologías de la información, pero con la dificultad añadida de que, a nivel supranacional, no se dispone de ningún contrapeso político y normativo que vigile este proceso de globalización y corrija, de un modo justo y equitativo, los peligrosos abusos que puedan derivarse del mismo.

De hecho, una de las mejores cosas que le pueden suceder a un país subdesarrollado es el poder acceder a los mercados proteccionistas de los países  más industrializados. Pero esta liberalización debe acarrear, paralelamente, una regulación laboral, fiscal, medioambiental y social, con reglas transparentes y no vinculadas a un Estado u organización transnacional concretos. Y es que la internacionalización de la economía ha ido más deprisa -como suele acontecer también en otros aspectos de la actividad humana- que su regulación y control por parte de los poderes públicos democráticamente escogidos. Ha comenzado el match sin garantías ni apenas reglas del juego. Se trata, simplemente, de plantear que lo que está aceptado, e incluso obligado a cumplir a nivel nacional, lo esté también a escala global; lo que procede, en última instancia, es decidir en qué nivel de gobierno (local, regional, nacional o supranacional) debe regularse cada aspecto del problema o ejercer cada competencia, teniendo bien presente el principio político de la subsidiariedad.

En realidad, el debate planteado no es el del proteccionismo frente al internacionalismo o el del localismo frente a la mundialización, sino qué forma de internacionalismo debe aplicarse. Y resulta evidente que no debe tenderse a un modelo, como el actual, en el que se considere sagrado para el comercio internacional el derecho a la propiedad privada pero, en cambio, se condene, como una forma deleznable de “proteccionismo” en los países subdesarrollados, el derecho de huelga, a sindicarse, a disfrutar vacaciones y a trabajar en condiciones dignas, así como el deber (especialmente para las grandes empresas multinacionales) de pagar impuestos o de respetar el medio ambiente. 

Parece también deducirse, como idea previa, que la globalización exige, de manera tanto implícita como explícita, la perentoriedad de la existencia de un orden económico y social estable y común entre las distintas economías, así como también de un ordenamiento económico-social más homogéneo en sus principios entre las distintas instituciones empresariales. La economía de mercado constituye, sin duda, este encuentro común en lo que se refiere a la configuración del ordenamiento económico y social, estableciendo aquellas normas de competencia que deben ser aceptadas por todos los participantes. Pero, al propio tiempo, el ordenamiento empresarial, la que podríamos denominar “constitución o estatuto empresarial”, debe ser también semejante en los países competidores, en cuanto a sus características fundamentales, para el logro del funcionamiento transparente de sus comportamientos.

3. La panacea liberal del comercio internacional      

Las estadísticas sirven para presentar una extraña paradoja que se presenta, con frecuencia, al hablar del comercio internacional. De un lado, y desde un punto de vista teórico, se tiende a presentar el comercio internacional como algo movido por una infinidad de iniciativas empresariales que, superando las trabas e impedimentos obstaculizadores que oponen los diferentes Estados, logran establecer relaciones comerciales mutuamente ventajosas entre todos los países de la Tierra. Parece, en definitiva, como si sólo la libre iniciativa de los individuos fuese la responsable última y benéfica de ese comercio.

            Sin embargo, por otro lado hay unanimidad en que una de las causas principales del crecimiento experimentado por el comercio internacional reside en la articulación, a finales de la década de los años cuarenta del siglo XX, de los acuerdos del GATT (General Agreement on Tariffs and Trade) y de Bretton Woods (establecimiento de los tipos de cambio fijos, con la activa participación, en su gestación, de John Maynard Keynes). Acuerdos, por cierto, que fueron posibles gracias al poderío y liderazgo indiscutible de los intereses políticos y económicos de los Estados Unidos de América, después de la segunda guerra mundial. Ante este hecho, la mayoría de los entusiastas partidarios de la “libertad del comercio internacional”, que tanto insisten en el protagonismo de las empresas privadas, suelen pasar de puntillas, como si caminaran sobre ascuas, al comprobar que un gran Estado -el mayor del mundo- lo promovió todo. La historia reciente del comercio internacional, en definitiva, pone de manifiesto que su impulso no fue consecuencia de la dinámica “individualista” y “neutral” del mercado libre, sino claramente promovido por un pacto político entre un grupo reducido de grandes potencias, precedido de durísimas negociaciones, y donde la asimetría de poder fue, y sigue siendo, absolutamente manifiesta.

            Y es que la globalización es, en mucho, obra de los gobiernos, más que de los mercados por sí mismos. Justamente, después de que el proceso se convirtió en un fenómeno generalizado, inclusive entre las naciones más pobres del mundo, la mayor preocupación que asalta ahora mismo a los gobernantes, teóricos y responsables de organismos y agencias internacionales, es encontrar la fórmula mágica para evitar que las llamadas "fuerzas libres" del mercado se desboquen y nos conduzcan a catástrofes que podrían resultar apocalípticas.

 La globalización no ha puesto en crisis las instituciones políticas preexistentes. Más bien las ha obligado a autorreformarse y a ponerse a tono con los nuevos tiempos. Si acaso, habrá puesto en crisis viejos y macilentos conceptos que hoy, sencillamente, ya no explican nada: ese podría ser uno de los pocos logros positivos de la globalización. Su futuro depende, casi en todo, de esas instituciones. No se puede globalizar (lo que quiere decir, en estos días, crear amplias zonas de libre comercio y competencia económica) sin la acción de los gobiernos, que son los primeros que tienen que ponerse de acuerdo para alcanzar la feliz consecución de esos fines. Los peligros que acechan una efectiva globalización no provienen de la expansión de los mercados, sino de los desacuerdos que puedan darse entre los Estados de las naciones implicadas en el proceso. La globalización, por lo demás, tendrá que ser una estrategia sostenida de común acuerdo y sometida a reglas y normas decididas entre todos o, por el contrario, se volverá un verdadero desastre. Más que un contenido económico, tiene un contenido político y de eso casi todos los que son responsables en el caso han tomado la debida nota [9]

4. Algunas ideas de J. M. Keynes

Por último, ya que nos hemos referido de pasada a Keynes en el expositivo anterior, veamos que aquel gran economista inglés siempre se negó a sostener el axioma del equilibrio presupuestario. Ello debería hacer reflexionar a algunos de los acérrimos defensores que de la “estabilidad presupuestaria” han surgido, en los últimos tiempos, en nuestro país. Es evidente que la defensa de dicho equilibrio equivalía a negar todo papel a la política fiscal con el fin de estabilizar la actividad económica, no tanto porque se negase la política de estabilización, sino porque ésta se hacía descansar en el doble apoyo de las fuerzas autocorrectoras del sistema y en las medidas de política monetaria. La década de los años 30 del pasado siglo fue muy adversa para sostener la confianza en este doble punto de apoyo del equilibrio presupuestario.

Respondiendo al ambiente reinante tras la gran depresión de 1929 y el hundimiento de Wall Street, la aportación de la teoría keynesiana consistió en ofrecer los argumentos capaces de negar la validez de ese doble cimiento del equilibrio en el presupuesto. Keynes [10] creía, de una parte, que habíamos llegado al fin de laissez faire: no hay armonía natural alguna que garantice la restauración del equilibrio perdido. Un sistema económico puede estar en equilibrio con paro forzoso. En segundo término, la teoría keynesiana dudaba de que la dosis correctora de la política monetaria pudiera ser realmente eficaz. Este sabio escepticismo lo basaba Keynes en el cuadro en el que operaba la política monetaria. Su posibilidad de actuación residía, en última instancia, en variar la oferta de dinero fijada autónomamente por la autoridad monetaria de un país.

Pero esta variación de la oferta monetaria no actúa -según Keynes [11]- de manera directa sobre la demanda de bienes. La mayor oferta de dinero determina, con la demanda del mismo, el tipo de interés; interés que a su vez influenciará la inversión, que compone, con el consumo, la demanda efectiva total de la sociedad que también condiciona el volumen de producción y de ocupación. Por lo tanto, un aumento de la oferta de dinero no elevará siempre la demanda efectiva. Ello dependerá de cuál sea la demanda de dinero (preferencia por la liquidez) y de cuál sea, en segundo término, la reacción de los inversores ante las caídas en el tipo de interés. Keynes dijo al respecto -en imagen que ha hecho gran fortuna- que “el líquido puede verterse varias veces entre la copa y los labios”, aludiendo al hecho de que un aumento en la cantidad de dinero, decretado por una política monetaria expansiva, podía, en primer término, no producir variación alguna del tipo de interés, siempre que la voracidad de la demanda de dinero fuese tal que estuviese dispuesta a engullir todos los aumentos de medios líquidos creados por el sistema bancario. Tal es la famosa “trampa de la liquidez” keynesiana, que puede inutilizar los mejores y bienintencionados esfuerzos de la autoridad monetaria. Pero, a mayor abundamiento, aún en el supuesto de que éste no fuera el caso -al que Keynes concedía que podía llegarse en un futuro- y que la oferta de dinero lograse reducir los tipos de interés, habría que ver cómo los inversores del país aprovechaban sus reducciones. Keynes contemplaba aquí una clase empresarial con expectativas variables, sujetas a frecuentes y exagerados cambios, a temores pasajeros y caprichos coyunturales, y frente a esta voluble clase empresarial existía un mercado de crédito caracterizado por tipos de interés estable, “el menos desplazable de los elementos de la economía contemporánea”, según lord Keynes. Así, los movimientos de las expectativas empresariales (o sea, la “eficacia marginal del capital”) determinaban movimientos espectaculares de la inversión que no podía compensar la política monetaria por su incapacidad y demora en reducir los tipos de interés. El resultado final era que la política monetaria perdía su energía en la procelosa cadena de transmisión de sus efectos. El líquido, en efecto, podía derramarse varias veces entre la copa y los labios. Y, por consiguiente, el cuerpo enfermizo de la economía podía no recibir efecto tonificante alguno, con lo que quedaba afirmada la gran duda sobre la eficacia de la política monetaria.

Veamos, en fin, que la famosa “tasa Tobin”, a la que nos referiremos posteriormente con mayor especificidad, constituye una propuesta de aquel ilustre economista americano, seguidor de Keynes, que no es más que una actualización de otra propuesta del gran maestro inglés. En efecto, en el famoso capítulo XII de la General Theory se halla ya concebido un impuesto sobre las transacciones, con el fin de vincular los inversores a sus acciones de forma duradera. Tobin traspasó esta idea en 1971 a los mercados de divisas; por aquel entonces, EE.UU. se despidió del sistema de tipos de cambio fijos establecido en los acuerdos de Bretton Woods y, al mismo tiempo, las primeras transacciones electrónicas de dinero por ordenador prometían un gigantesco aumento del número de operaciones a realizar. Tobin pretendía aminorar la velocidad de este proceso para que se especulara menos y para que los tipos de cambio no fluctuaran tanto. Hoy en día, en que cualquiera puede comerciar en el mercado de valores desde su casa, con un simple ordenador personal provisto de un vulgar módem de comunicaciones, este problema se ha acrecentado muchísimo.

Resulta utópico actualmente, por otra parte, volver a un sistema de tipos de cambio fijos para la protección de las monedas, puesto que los grandes especuladores internacionales dejan a los bancos emisores en off side con sus maniobras y manipulaciones. El ejemplo más relevante lo tenemos desde hace unos meses en Argentina, que acopló su moneda nacional, el “peso”, directamente al dólar USA, con los resultados pésimos e indeseables que la condujeron a la crisis catastrófica de comienzos del año 2002. Esos tipos de cambio irrefutables son peligrosas invitaciones a la especulación: los traficantes apuestan a si los bancos emisores tienen la voluntad y la capacidad de defender los tipos de cambio acordados.

 

Notas

[1] Vide  J. PERRAMON “Les disfuncions de la globalització”, en diario Avui. Barcelona, 16 de julio de 2001.

[2] Vide J. L. GARCÍA DELGADO.

[3] Referente a la disciplina filosófica que estudia los principios del conocimiento humano.

[4] Referente al filósofo alemán Jürgen Habermas, opuesto al positivismo de Karl Popper (1902-1980) y a la hermenéutica de Martín Heidegger (1889-1976). Construyó una interesante teoría de la actividad comunicacional. Después de haber leído a Marx de una manera crítica, y al no esperar nada especialmente relevante de una revolución proletaria, defiende un reformismo radical, cercano a los ideales de la socialdemocracia. Ha participado en numerosos debates intelectuales sobre el fundamentalismo; su esfuerzo por comprenderlo, a través del conocimiento científico y de la fe religiosa, forman parte substancial de la controversia actual.

[5] Vide P. GONZÁLEZ CASANOVA, “Los indios de México hacia el nuevo milenio”, en La Jornada, México, 9 de septiembre de 1998. Puede accederse al artículo completo en línea, a través de http://serpiente.dgsca.unam.mx/jornada/

[6] Vide J. SAXE-FERNÁNDEZ, Globalización: crítica a un paradigma. Ed.: UNAM/Janes. México, 1999.  

[7] Vide M. A. MARTÍNEZ-ECHEVARRÍA Y ORTEGA, “Competitividad en una Economía global”, en Situación. Servicio de Estudios del BBVA. Bilbao, 1996.

[8] Vide J. BLANCO, Globalización y Política Económica. El autor es miembro del Colegio Nacional de Economistas y de la Academia Mexicana de Economía Política.

[9] Vide A. CÓRDOVA La Globalización y el Estado. Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.. Entre sus estudios, destaca “La revolución en crisis: La aventura del maximato (Cal y arena)”, en Nexos 233, mayo de 1997.

[10] Vide J.M. KEYNES. The End of Laissez-Faire, Editorial W. Wolf and the Hogarth Press. London, 1926.

[11] Vide J.M. KEYNES. The General Theory of Employment, Interest and Money. Ed.: McMillan, C. London, 1936. Versión castellana por E. Hornedo: Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero. Ed.: Fondo de Cultura Económica. México, 1958.

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