¿PORQUÉ LOS RICOS SON MÁS RICOS EN LOS PAÍSES POBRES?
Segunda parte

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JOSÉ MARÍA FRANQUET
Prólogo de Frederic Borràs i Pàmies

2002 

Falacia o modernidad de la globalización económica

 

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 A los jóvenes de hoy y, particularmente,

a mis hijos Josep Maria y Elisenda,

que ya están lidiando con este mundo globalizado.

 

PROLOGO

I.                     Algunos conceptos previos

1.        La idea definitoria de la “globalización económica”

2.        Homogeneización normativa y estatuto empresarial

3.        La panacea liberal del comercio internacional

4.        Algunas ideas de J.M. Keynes

 

II.                   Las supuestas bondades de la libertad de comercio

1.        El origen político del comercio internacional

2.        Las fuentes del movimiento librecambista

3.        El fracaso de los viejos y nuevos modelos

 

III.                 Las viejas teorías de David Ricardo

1.        Los modelos de las ventajas absolutas y relativas

2.        Las barreras interpuestas al libre comercio internacional

3.        La protección a la agricultura

 

IV.                La paradoja competitiva del modelo ricardiano

1.        El pensamiento económico de los clásicos

2.        Las limitaciones del comercio internacional

 

V.                  El gran desengaño librecambista

1.        La falacia de la “solidaridad internacional”

2.        El fomento del fraude a escala mundial

3.        El fracaso del libre mercado global

4.        Los problemas que plantea el comercio internacional

5.        La protesta actual contra la libertad de comercio

 

VI.                Las instituciones financieras internacionales

1.        La ya lejana experiencia de Bretton Woods

2.        El rol pasado y presente de estas instituciones

3.        El futuro de estas instituciones

4.        La última ronda de negociaciones comerciales internacionales

 

VII.              Internacionalización y tradición liberal

 

VIII.            Las empresas multinacionales y el comercio internacional

1.        Los efectos discutibles de la multinacionalización

2.        Los costes medioambientales

 

IX.                Las naciones del mundo ante el nuevo orden

1.        La situación de los diferentes países

2.        El caso singular del Japón

 

X.                  La globalización y el euro

1.        La desaparición del control del tipo de cambio

2.        ¿Un futuro más optimista para el euro?

 

XI.                La tasa Tobin. ¿Una incipiente solución para el futuro?

1.        Definición y objetivos de la tasa

2.        Las críticas de los monetaristas o neocuantitativistas

3.        El futuro de la aplicación de la tasa

 

XII.              Un ejemplo relevante: la situación de los frutos secos españoles ante el comercio mundial

 

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA Y FONDOS DOCUMENTALES

 


 

II. Las supuestas bondades de la libertad del comercio

            1. El origen político del comercio internacional

            Desde tiempos remotos, los países del orbe han mantenido relaciones comerciales para obtener los productos o mercancías de que carecían. En los inicios de la historia del comercio mundial, cada país determinaba su política en función de sus propias necesidades, sin tener en cuenta el interés general. El mercantilismo se mantuvo así hasta el siglo XVIII. Pero a la doctrina proteccionista de los mercantilistas le sucede la apología del laissez faire, laissez passer de los fisiócratas [12] para los cuales el librecambio de mercancías impulsa  a fortiori un crecimiento indiscutible de la producción y de la creación de riqueza. La Revolución Industrial también incidió en este estado de cosas, siendo necesario asegurar el aprovisionamiento de materias primas y encontrar nuevas salidas a una producción creciente, lo que se tradujo en el desarrollo del comercio colonial que favoreció a las economías dominantes en detrimento de las dominadas.

El origen político del comercio internacional explica la importancia que la competitividad ha tenido y tiene en su desarrollo. Conviene recordar que, como ha señalado Carl Schmitt [13], el concepto de “enemigo” es fundamental para la fundamentación de lo político. En tal sentido, podría decirse que esa insistencia en dotar de agresividad al comercio internacional, destacando básicamente su aspecto competitivo, y considerándolo como algo inseparable de la diplomacia (parodiando al mariscal-barón Von Clausewitz, hace ya unos doscientos años, diríamos algo así como que “el comercio es la continuación de la política por otros medios”), no es más que otro reflejo de la mentalidad estatalista directora de todo el proceso, que tiende a entender el comercio como un modo alternativo de continuar el hostigamiento entre los países. Vistas las cosas así, no tiene uno que extrañarse del lenguaje pseudomilitar (o paramilitar) que se usa en los libros y manuales de la llamada “estrategia competitiva”. A veces uno no sabe bien si van dirigidos a generales belicosos, a jefes guerrilleros o a pacíficos directivos de empresa.

            En contraste con todo lo expresado, llama poderosamente la atención el modo tan “neutral” o apolítico con el que la teoría económica ortodoxa pretende presentar el comercio internacional [14]. Desde los primeros modelos diseñados por A. Smith y D. Ricardo, con sus esquemas basados en las ventajas absoluta y relativa, respectivamente, hasta los modelos más recientes y sofisticados, como el de Heckscher, Ohlin y Samuelson, o el de Linder [15], que simplemente apuntaremos a continuación, el fenómeno del comercio internacional se presenta con una asepsia y neutralidad política, que mucho más tienen que ver con la meteorología física o la dinámica de los sistemas acuáticos que con el comportamiento profesional de agentes humanos de carne y hueso.

            2. Las fuentes del movimiento librecambista

            De lo que no cabe la menor duda es de que el movimiento librecambista fue, en sus inicios, un movimiento de intelectuales. Se sitúa en uno de los puntos de convergencia de dos corrientes esencialmente diferentes: el liberalismo económico, cuyas implicaciones librecambistas fueron precisadas por Ricardo en 1815, y el utilitarismo, que aspiraba a orientar la gestión de los asuntos públicos hacia la búsqueda permanente del interés general o “bien común”, por lo que sólo apoyaba medidas de inspiración liberal en la medida en que éstas pudieran procurar a la comunidad la mayor “utilidad” posible [16]

            Si consideramos, ahora, que la “utilidad” de la comunidad es la suma de las “utilidades” individuales de sus miembros, sería conveniente realizar una pequeña acotación sobre la teoría de la conducta del consumidor, cuyo punto de partida acostumbrado es el postulado de la racionalidad. Se supone que el consumidor escoge entre todas las alternativas de consumo posibles, de manera que la satisfacción obtenida de los bienes elegidos (en el más amplio sentido) sea la mayor posible. Ello implica que se da cuenta de las alternativas que se le presentan y que es capaz de valorarlas. Toda la información relativa a la satisfacción que el consumidor obtiene de las diferentes cantidades de bienes y servicios por él consumidos, se halla contenida en su denominada “función de utilidad”, que es objeto de estudio por parte de la teoría microeconómica.

            El concepto de utilidad y su maximización hállase vacío de todo significado sensorial. El aserto de que un consumidor experimente mayor satisfacción o utilidad de un automóvil que de un conjunto de vestidos, significa que si se le presentase la alternativa de recibir como regalo el automóvil o el vestuario escogería lo primero. Bienes que son necesarios para sobrevivir, como una vacuna cuando se declara una gran epidemia, pueden resultar para el consumidor de máxima utilidad, aunque el acto de consumirlas no lleve necesariamente aneja ninguna sensación agradable, como por ejemplo un molesto pinchazo.

            Los economistas del siglo XIX W. Stanley Jevons, Léon Walras y Alfred Marshall consideraban la utilidad medible, al igual que es medible el peso de los objetos. Se presumía que el consumidor poseía una medida cardinal de la utilidad, v. gr., que era capaz de asignar a cada bien o combinación de ellos un número representando la cantidad de utilidad asociada con él. Los números que representaban cantidades de utilidad podían manipularse del mismo modo que los pesos de los objetos. Si suponemos que la utilidad de A es de 15 unidades y la de B de 45 unidades, el consumidor “preferiría” tres veces más B que A. Las diferencias existentes entre los índices de utilidad podrían compararse, pudiendo ello conducir a razonamientos curiosos como el siguiente: “A es preferible a B dos veces lo que C es preferible a D”. Los economistas del siglo XIX también suponían que las adiciones a la utilidad total del consumidor, resultantes del consumo de nuevas unidades de un producto, disminuían cuanto más se consumiese del mismo (algo así como la “ley de los rendimientos decrecientes” en agricultura).

Las hipótesis sobre las que está construida la teoría cardinal de la utilidad son muy restrictivas. Se pueden deducir conclusiones equivalentes partiendo de hipótesis mucho más débiles. Así, si el consumidor obtiene mayor utilidad de una alternativa A que de una B, se dice que prefiere A a B [17]. El postulado de la racionalidad equivale a la formulación de las siguientes afirmaciones: 1º. En cada posible par de alternativas, A y B, el consumidor sabe si prefiere A a B, B a A, o está indeciso entre ellas. 2º. Sólo una de las tres posibilidades anteriores es verdadera para cada par. 3º. Si el consumidor prefiere A a B y B a C, también preferirá A a C. La última afirmación garantiza que las preferencias del consumidor son consistentes o cumplen la propiedad transitiva: si se prefiere un automóvil a un vestuario, y éste, a su vez, a un tazón de sopa, también se prefiere un automóvil a un tazón de sopa. Si se considera, por último que A es preferible a B y B es preferible a A y que, como consecuencia de ello, las preferencias del consumidor hacia A y B son las mismas, nos hallaremos en presencia de una “relación de orden estricto” desde el punto de vista de la Teoría de Conjuntos.

El postulado de la racionalidad, tal como acaba de establecerse, solamente requiere que el consumidor sea capaz de clasificar los bienes y servicios en orden de preferencia. El consumidor posee una medida de la utilidad ordinal, o sea, no necesita ser capaz de asignar números que representen (en unidades arbitrarias) el grado o cantidad de utilidad que obtiene de los artículos. Su clasificación de los mismos se expresa matemáticamente por la mencionada “función de utilidad”, que no es única y se supone continua, así como su primera y segunda derivadas parciales. Ésta asocia ciertos números con diversas cantidades de productos consumidos, pero aquellos números suministran sólo una clasificación u orden de preferencia. Si la utilidad de la alternativa A es 15 y la de la B es 45 (esto es, si la función de utilidad asocia el número 15 con la alternativa o bien A y el número 45 con la alternativa B) sólo puede decirse que B es preferible a A, pero es absurdo colegir que B es tres veces preferible a A.

Esta nueva formulación de los postulados de la teoría del consumidor no se produjo hasta finales del siglo XIX. Es notable que la conducta del consumidor pueda explicarse tan correctamente en términos de una función de utilidad ordinal como en los de una cardinal. Intuitivamente, puede verse que las elecciones del consumidor están completamente determinadas si tiene una clasificación (y sólo una) de los productos, de acuerdo con sus preferencias. Uno puede imaginarse al consumidor poseyendo una cierta lista de productos en orden decreciente de deseabilidad; cuando percibe su renta disponible empieza comprando productos por el principio del listado y desciende tanto como le permite dicha renta [18]. Por lo tanto, no es necesario presumir que se posee una medida cardinal de la utilidad; es suficiente con sostener la hipótesis, mucho más débil, de que posee una clasificación consistente de preferencias [19].

            3. El fracaso de los viejos y nuevos modelos

            Así como en el siglo XIX Ricardo había explicado que la división internacional del trabajo obraba a favor del interés de los países participantes en el comercio, que todos salían ganando con el intercambio, que se trataba, de alguna manera, de un juego de suma positiva, que era necesario que cada país se especializara en aquellas áreas cuya productividad resultara superior (o la menos débil, en el caso de los países retrasados), se han avanzado otras teorías para explicar el impulso de los nuevos países industriales en las exportaciones mundiales [20]

            En efecto, todo país dispone de los factores clásicos de la producción: tierra, trabajo y capital, en las cantidades propias de su momento y de su economía. Cada tipo de producto requiere una proporción fija de esos factores. Por ejemplo, para producir acero es necesario disponer de más capital que para fabricar textiles; en consecuencia, el acero será menos caro allí donde el factor capital sea abundante; el textil lo será allí donde la mano de obra sea abundante y, por lo tanto, barata. Y las patatas también serán más baratas allí donde existan más terrenos agrícolas edafológica y climáticamente adecuados para su cultivo. Pues bien, si existe librecambio total, cada país desea especializarse en la producción que precisa del factor que posee en abundancia y exportar esa producción. Ésta es, en síntesis, la teoría desarrollada por los suecos Heckscher y Ohlin en 1933 y retomada por Samuelson años después. Las iniciales de estos economistas dan nombre al famoso teorema HOS (Heckscher-Ohlin-Samuelson).

            Sin embargo, la realidad misma ha venido a desmentir la veracidad de estos modelos. Según ellos, se debería esperar que los países en que el factor capital es abundante exportaran productos de alto valor añadido, cuya fabricación exige el empleo de este factor en una gran proporción; pero ello no ha sido así. Los USA y la UE son dos exportadores importantes de productos agrícolas no transformados. Asimismo, en el bloque de los países del Este y durante el largo reinado soviético, las principales exportaciones de la antigua URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) hacia sus satélites europeos fueron energéticas (gas natural y petróleo) cuando, en el seno del COMECON o CAEM (Consejo de Asistencia Económica Mutua), la URSS era un país con una alta proporción del factor capital.

            Por otra parte, el economista americano y premio Nobel de origen ruso W. Leontieff [21], en un estudio publicado en 1953 sobre los Estados Unidos, demostró la especialización de aquel gran país en productos y exportaciones necesitados esencialmente del factor trabajo. Pues bien, en base a los modelos librecambistas señalados, ¿cómo podían los USA entrar en la flagrante contradicción de ser competitivos en productos que requerían mucho factor trabajo, sabiendo que sus costes laborales son elevados?.

            Para juzgar las ventajas y los inconvenientes de la globalización es necesario distinguir entre las diversas modalidades que adopta ésta, ya que diferentes formas pueden conducir a resultados positivos y negativos. El fenómeno de la globalización engloba al libre comercio internacional, al movimiento de capitales a corto plazo, a la inversión extranjera directa, a los fenómenos migratorios, al desarrollo de las tecnologías de la comunicación y a su efecto cultural. Por ejemplo, la liberalización de los movimientos de capital a corto plazo -sin que haya mecanismos compensatorios que prevengan y corrijan las presiones especulativas- han provocado ya graves crisis en diversas regiones de desarrollo medio: sudeste asiático, México, Turquía, Argentina... Estas crisis han generado una gran hostilidad hacia la globalización en las zonas afectadas. En Argentina tenemos un reciente ejemplo. Sin embargo sería absurdo renegar, por sistema, de los flujos internacionales del capital, que son imprescindibles para el desarrollo económico y social de los pueblos.

En general, tal y como se ha argumentado en epígrafes anteriores de este tema, el comercio internacional es positivo para el progreso económico de todos y para los objetivos sociales de eliminación de la pobreza y la marginación social. Sin embargo, la liberalización comercial, aunque beneficiosa para el conjunto del país afectado, provoca crisis en algunos sectores que requieren la intervención del Estado. ¡Ojalá los defensores radicales del libre comercio aceptaran el criterio paretiano, de forma que los perjudicados por el progreso general sean solidariamente compensados! [22]

Conviene, por tanto, ponerse en guardia y someter a un riguroso análisis los cánticos a las bondades y maravillas de la libertad de comercio, que se fundamentan en unos modelos aparentemente “tan neutrales”. Según esos modelos, el comercio internacional es un proceso “naturalmente benéfico”, de tal modo que, si no fuese por los malditos obstáculos e interferencias que interponen los gobiernos de las naciones (el siempre denostado Sector Público), se produciría un reparto justo, equitativo y saludable de la riqueza y de la paz entre todos los pueblos de nuestro planeta azul.

 

III.           Las viejas teorías de David Ricardo  

1. Los modelos de las ventajas absolutas y relativas

            Fue el economista clásico inglés D. Ricardo (1772-1823) quien demostró que no sólo en el caso de que aparezca ventaja absoluta existirá especialización y comercio internacional entre dos países. Podrá ocurrir que uno de ellos no posea ventaja absoluta en la producción de ningún bien, es decir, que necesite más de todos los factores para producir todos y cada uno de los bienes y servicios. A pesar de ello, sucederá que la cantidad necesaria de factores para producir una unidad de algún bien, en proporción a la necesaria para producir una unidad de algún otro, será menor que la correspondiente al país que posee ventaja absoluta. En este caso decimos que el país en el que tal cosa suceda tiene “ventaja comparativa o relativa” en la producción de aquel bien.

            Según D. Ricardo “en un sistema de comercio absolutamente libre, cada país invertirá naturalmente su capital y su trabajo en los empleos más beneficiosos. Esta persecución del provecho individual está admirablemente relacionada con el bienestar universal. Distribuye el trabajo en la forma más efectiva y económica posible al estimular la industria, recompensar el ingenio y al hacer más eficaz el empleo de las aptitudes peculiares con que lo ha dotado la naturaleza; al incrementar la masa general de la producción, difunde el beneficio por todas las naciones uniéndolas con un mismo lazo de interés e intercambio común. Es este principio el que determina que el vino se produzca en Francia y Portugal, que los cereales se cultiven en América y en Polonia, y que Inglaterra produzca artículos de ferretería y otros (David Ricardo, Principios de Economía Política y Tributación, 1817).

¿Pero, por qué un país determinado se especializa en un producto concreto? La respuesta parece obvia: cada país se especializará en aquellos productos que pueda producir ventajosamente con respecto a los demás países. ¿Y qué significa producir ventajosamente? Adam Smith (1723-1790) respondió a esas preguntas afirmando que los países se especializarán en producir aquellos bienes sobre los que tengan una ventaja absoluta, es decir, que sean capaces de producir el mismo número de bienes aplicando menor cantidad de trabajo.

Su discípulo David Ricardo dio un paso más: demostró que todos los países se pueden beneficiar especializándose cada uno en la producción de bienes aunque no tengan ventaja absoluta en ellos; es suficiente que tengan ventaja comparativa, es decir, que sean capaces de producirlo a un precio menor.

El cuadro o tabla siguiente nos ilustrará sobre los anteriores conceptos

CUADRO VENTAJA ABSOLUTA

 

España

Francia

Totales

  de obreros

10

10

 

Horas mensuales por obrero

140

140

Horas en cada par de zapatos

2

4

Horas en cada abrigo

10

7

Producción mensual sin especialización

Pares de zapatos

5 x 140 / 2 = 350

5 x 140 / 4 = 175

525

Abrigos

5 x 140 / 10 = 70

5 x 140 / 7 = 100

170

Producción mensual especializándose

Pares de zapatos

700

0

700

Abrigos

0

200

200

Empecemos comprendiendo la argumentación de Adam Smith sobre la ventaja absoluta con un sencillo ejemplo. Supongamos que hay dos empresas, una española y una francesa, que trabajan o curten la piel. Ambas empresas tienen 10 obreros cada una, que trabajan 140 horas al mes. Los obreros españoles son más hábiles fabricando zapatos: hacen un par de zapatos en sólo dos horas mientras que los trabajadores franceses necesitan cuatro horas. En cambio los franceses son más expertos con los abrigos de piel, ya que hacen uno en siete horas mientras que los españoles necesitan diez. Es decir, los españoles tienen una ventaja absoluta en la fabricación de zapatos (necesitan menos tiempo para hacerlos) mientras que los franceses tienen ventaja absoluta en la fabricación de abrigos.

Si no existiese el comercio internacional, tanto la empresa española como la francesa tendrían que dedicar la mitad de sus empleados, v. gr., a fabricar zapatos y la otra mitad a fabricar abrigos. Mensualmente los españoles podrían producir 350 pares de zapatos y 70 abrigos mientras que la empresa francesa produciría 175 pares de zapatos y 100 abrigos. Pero si existe la posibilidad de especializarse e intercambiar productos a través de la frontera pirenaica, o por vía marítima, las empresas podrán dedicar todos sus obreros a la producción en la que son más hábiles, consiguiendo la española setecientos pares de zapatos y la francesa doscientos abrigos. Como la producción conjunta ha aumentado (antes había sólo 525 pares de zapatos y 170 abrigos en total) el comercio beneficiará a ambos países, que podrán disponer de más zapatos y abrigos.

Veamos ahora la argumentación de David Ricardo, sobre la ventaja comparativa o relativa. Imaginemos, por un momento, el comportamiento de las mismas empresas del ejemplo anterior en el caso de que la francesa tenga ventaja absoluta en la producción de ambos bienes. Supongamos que ambas siguen disponiendo de diez obreros cada una, que trabajan 140 horas mensuales. Mantendremos el supuesto de que los obreros franceses son mejores con los abrigos, fabricando uno en siete horas mientras que los españoles necesitan dedicar diez horas. Pero ahora los franceses resultarán también más hábiles con los zapatos, fabricando un par cada dos horas mientras que los obreros españoles necesitan dedicar cuatro.

Si no hay comercio internacional entre sus países, ambas empresas tendrán que dedicar parte de sus trabajadores a cada uno de los productos. Supongamos que, como antes, la empresa española dedica la mitad de los obreros a cada uno de los bienes, consiguiendo así producir mensualmente 175 pares de zapatos y setenta abrigos. Para facilitar la comprensión del modelo, conviene que supongamos ahora que la empresa francesa dedica siete trabajadores a la producción de calzado y tres a la de abrigos, con lo que conseguirá 490 pares de zapatos mensuales y sesenta abrigos.

Aunque la empresa española es menos eficiente en la producción de ambos tipos de bienes, tiene ventaja comparativa en la producción de abrigos. Obsérvese que, si no hay comercio internacional, el precio de los abrigos españoles equivaldrá al de 2,5 pares de zapatos, mientras que a los franceses les costará un abrigo lo mismo que 3,5 pares de zapatos. Es decir, a los franceses les resultan más caros los abrigos, en comparación con los zapatos, que a los españoles. Un contrabandista despabilado podría intentar sacar provecho de la situación, llevando abrigos españoles a Francia y zapatos franceses a España.

            El cuadro resultante sería el siguiente:

CUADRO VENTAJA COMPARATIVA

 

España

Francia

Totales

Nº de obreros

10

10

 

Horas mensuales por obrero

140

140

Horas para cada par de zapatos

4

2

Horas para cada abrigo

10

7

Precio abrigo/zapatos

1/2,5       

1/3,5

Producción mensual sin especialización

Pares de zapatos

5 x 140 / 4 = 175

7 x 140 / 2 = 490

665

Abrigos

5 x 140 / 10 = 70

3 x 140 / 2 = 60

130

Producción mensual especializándose

Pares de zapatos

0

700

700

Abrigos

140

0

140

Si la empresa española dedica todos sus trabajadores a fabricar abrigos y la francesa los suyos a producir zapatos, el resultado conjunto será de setecientos pares de zapatos, todos franceses, y ciento cuarenta abrigos, todos españoles. El resultado conjunto sigue siendo superior al que se conseguiría si no fuese posible la especialización. Pues bien, ambos países podrán disponer de más zapatos y más abrigos que antes, por lo que ambos saldrán beneficiados [23]

En cambio, la realidad de la elevada integración de los sectores industriales de las economías modernas hace que la mayor parte de los países importen y exporten a la vez los productos de muchas industrias, ya sea en forma de componentes, de artículos semiacabados o bien de producto final. El esquema teórico conceptualizador de economías aisladas e independientes, cada una de ellas especializada en distintos productos en función de sus “ventajas relativas o comparativas” en base al modelo ricardiano que acabamos de exponer, ya no se ajusta a la realidad actual, si es que alguna vez lo hizo.

Por último, en referencia a Adam Smith, digamos que su “Indagación acerca de la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones” (The Wealth of Nations), publicada en el año de gracia de 1776, constituyó una amplia e impresionante investigación acerca de las condiciones que promueven o impiden el bienestar económico de los pueblos del orbe. Entre los principales impedimentos contra los cuales acumuló hechos y teorías, se cuentan las considerables interferencias al comercio internacional (a las que nos referiremos en el epígrafe siguiente) que habían sido establecidas por el “sistema mercantilista”, y que incluían, especialmente, las restricciones a la importación.

Nadie designa ya actualmente a Adam Smith con el calificativo de “padre de la economía política”. Es sabido que tomó mucho de sus predecesores, como Petty, Cantillon y, sobre todo, de los fisiócratas. Por otra parte, las teorías por él expuestas hace más de doscientos años han sido objeto de tantas rectificaciones que los economistas contemporáneos no pueden considerarse ya como sus herederos directos. Sin embargo, a nadie se le ocurre discutirle el título de “jefe de la escuela clásica”.

2. Las barreras interpuestas al libre comercio internacional

            Por otra parte, un régimen comercial internacional de perfecto librecambio, es decir, una situación idílica en la que exista libre circulación de bienes y servicios entre los países sin ningún tipo de trabas ni barreras, no se ha dado nunca en la historia económica mundial. Ha habido, eso sí, momentos de mayor o menor grado de liberalización en las relaciones económicas internacionales, pero siempre han existido algunas dificultades impuestas por los países en contra de la libre circulación de las mercancías. En la literatura económica, a este tipo de disposiciones se las denomina medidas proteccionistas.

            Los argumentos empleados para justificar el establecimiento de este tipo de medidas son diversos. En ocasiones, lo que se pretende es proteger a una industria que se considera estratégica para la seguridad nacional. Otras veces se adoptan tales disposiciones para tratar de fomentar la industrialización mediante un proceso de sustitución de importaciones por productos fabricados en el propio país. Otro argumento en defensa de las medidas proteccionistas es el de hacer posible el desarrollo de las “industrias nacientes” [24], esto es, industrias que no podrían competir con las de otros países donde se han desarrollado con anterioridad.

Varios son, en definitiva, los motivos que justifican la protección: [25]

Por seguridad nacional. Además de la industria armamentística, se protegen determinados sectores económicos considerados vitales para disponer de medios defensivos, como por ejemplo la industria naval o la aeronáutica.

Para eliminar la dependencia económica en sectores considerados básicos para el funcionamiento industrial, como por ejemplo la siderurgia.

Para proteger la industria nacional. Este argumento es y ha sido utilizado por los países pequeños, por los países con dificultades en la balanza de pagos, por los mono-exportadores y, en general, por muchos países en desarrollo que quieren garantizar su independencia económica y/o potenciar su escasa capacidad de generar divisas.

Para defender determinados sectores económicos que no sólo cumplen una función económica básica, como la alimentación humana, sino que juegan un relevante papel social y medioambiental, por ejemplo la agricultura.

Para defender determinados valores culturales, por ejemplo la industria audiovisual y su componente lingüístico y antropológico.

Para garantizar la paz social a corto plazo, por lo que se protege a las industrias nacionales y a sus colectivos de trabajadores de los costes dolorosos del ajuste que se derivarían de un comercio libre.

Por motivos puramente recaudatorios, ya que los ingresos arancelarios constituyen, en algunos países, una de sus principales fuentes de ingresos fiscales y, por ello, susceptibles de aflojar la presión fiscal que soporta, al cabo, la ciudadanía.

            La política comercial influye sobre el comercio internacional mediante aranceles, contingentes o cuotas a la importación, barreras no arancelarias (como las alimentarias, fitosanitarias o zoosanitarias; véanse los casos recientes del aceite de orujo de aceituna, de la encefalopatía espongiforme bovina y de la fiebre aftosa o glosopeda) y las subvenciones a la exportación. Un arancel no es más que un “impuesto” que el gobierno exige a los productos extranjeros con objeto de elevar su precio de venta en el mercado interior y, así, “proteger” los productos nacionales para que no sufran la competencia de bienes más baratos procedentes del exterior.

            Hay diversos grados de apertura de un país al comercio internacional. El más cerrado, la autarquía absoluta, supondría negarse a cualquier importación; un pequeño grado de apertura implicaría permitir la importación de productos que no pudieran ser fabricados en el interior del país; si finalmente se diera libertad total de comercio, sería lógico esperar que sólo se importasen los productos que pudieran ser fabricados en el país a un coste excesivamente alto. Pero lo que observamos en el mundo real es algo más avanzado: con mucha frecuencia se comercia con productos que podrían ser fabricados fácilmente por el país importador (galletas, camisas) pero que resulta más ventajoso adquirirlos en el exterior.

            Algunos países occidentales (los Estados Unidos de América constituyen un buen ejemplo de ello) propugnan la liberalización del comercio exterior cuando se trata de abrir nuevos mercados para sus exportaciones, pero establecen inmediatamente restricciones a la importación de productos procedentes de terceros países cuando ganan terreno a favor de los mercados propios. Se podrían citar numerosos casos, desde la posición de los Estados Unidos ante el calzado español, las mandarinas clementinas (con extrañas excusas fitosanitarias basadas en la aparición de larvas de mosca del Mediterráneo en alguna fruta) o bien imponiendo a España la importación obligada de maíz y sorgo USA, hasta la de los franceses ante el vino italiano, pasando por la de algunos países occidentales frente a los automóviles, los equipos de sonido, fotográficos e informáticos y otros diversos productos japoneses.

3. La protección a la agricultura

            Durante mucho tiempo ha sido cierto que los agricultores europeos se han beneficiado de un verdadero sostenimiento de su actividad, traducida en subvenciones a la exportación e impuestos a la importación si el precio en la UE era superior al precio mundial [26]. Por otra parte, el sostenimiento interno de los precios agrícolas en la UE mantenía la renta de los agricultores, pero inducía un estado de sobreproducción permanente. Mediante los acuerdos de Blair House (renegociados al final de la Ronda Uruguay del GATT) y la reforma de la PAC (Política Agrícola Comunitaria), Europa ha cambiado de estrategia. A partir de ahora, los precios agrícolas no están ya sostenidos y los agricultores están obligados a efectuar drásticas reducciones de sus producciones (régimen de “barbecho” y estímulo al abandono de los terrenos de cultivo) [27] con el objetivo de rebajar los precios europeos al nivel mundial para reencontrar su competitividad perdida. De hecho, han sido los europeos los que han realizado el mayor esfuerzo en este sentido, mientras los agricultores americanos se benefician permanentemente del apoyo de su gobierno.

            Los tópicos respecto al comportamiento ético-comercial del gran gigante americano no son infrecuentes. La creencia extendida de que la agricultura comunitaria es la más protegida del planeta, mucho más que la de cualquier otro país, incluido USA, no resulta ser cierta. Paradójicamente, este país se muestra ante la Organización Mundial del Comercio (OMC, World Trade Organization, que ha visto la luz en 1995) como el bloque más liberal, comercialmente hablando. El Comisario de Agricultura de la UE, Franz Fischler, en una reciente intervención en el National Press Club of Washington DC, aclaró esta situación y explicó cómo es el modelo agrario de la agricultura americana y europea. Fischler indicó que muchas veces se escucha que la mitad del presupuesto de la Unión Europea se destina a la agricultura, lo cual crea importantes equívocos. En este sentido, hizo notar que el presupuesto de la UE es muy pequeño, dado que no constituye la suma de los presupuestos nacionales de todos los Estados miembros y apenas alcanza un 4’5% del presupuesto general de los Estados Unidos.

            Para poder comparar cifras equivalentes, habría que considerar que mientras que EEUU gasta 76.000 millones de dólares (un 2’9% del gasto público) en agricultura, la UE sólo invierte 55.000 millones de dólares (un 1’5% del gasto público adicionado de la UE y de todos sus Estados miembros). Además, Fischler remarca que no sólo se gasta menos dinero en la UE que en USA sino que, por ende, va dirigido a un mayor número de productores beneficiarios. En efecto, frente a los casi 7 millones de agricultores y ganaderos europeos, sólo hay 2 millones norteamericanos, lo que demuestra que el apoyo recibido por agricultor es mucho más elevado en USA que en la UE.

            También existen argumentos a favor del proteccionismo (vía aranceles o cualquier otra forma de política comercial) que, según sus inefables detractores, no resisten un análisis económico riguroso. No obstante, son innumerables los ejemplos que la vida real nos ofrece de prácticas proteccionistas. La persistente presión en favor de medidas proteccionistas se debe en buena medida al hecho de que los productores tienen más que ganar (en términos per capita) que los consumidores. Esto explica que a los productores les resulte rentable organizarse para defender sus intereses. Por otro lado, debe señalarse que los productores nacionales prefieren que se establezcan aranceles o cualquier otra medida proteccionista antes de que se les concedan subvenciones directas a la producción, debido a que los costes sociales de aquellas medidas proteccionistas son menos “visibles” que los costes generados por las subvenciones directas, creándose menos agravios comparativos.

 

IV.            La paradoja competitiva del modelo ricardiano

1. El pensamiento económico de los clásicos

Gran importancia reviste el pensamiento de los economistas clásicos sobre los fenómenos de índole comercial, particularizado por el francés J. B. Say (1767-1832) en su famosa “ley de los mercados”: la oferta genera su propia demanda. La demanda efectiva sostiene, por su suficiencia, el pleno empleo y la plena capacidad de producción, independientemente de la oferta.

            De un modo general, en sus razonamientos, los clásicos no tomaron bastante en cuenta el hecho de que los hombres y las mujeres se agrupan en naciones; desconocieron la gran fuerza de colusión del sentimiento nacional, y éste es un error todavía digno de tener en consideración en nuestros días frente al fenómeno de la globalización económica. Algunos, como D. Ricardo, analizaron defectuosamente la movilidad de hombres, capitales y productos en el interior de un país y de un país a otro. Desde luego, Ricardo se mostró enseguida bien diferente de A. Smith: desde el punto de vista metodológico, era mucho menos cultivado que el denominado “padre de la economía ortodoxa” (Joseph Schumpeter considera a Ricardo como una especie de empirista, que carece de una filosofía general y de toda sociología) y, naturalmente, mucho más dogmático, sistemático y abstracto. Mediocre escritor, desarrolló sus demostraciones sin recurrir a las imágenes, a los ejemplos, a la observación de los hechos, presentándolos siempre en forma de razonamiento deductivo. Y así, su estilo se caracteriza por el abuso de la expresión “supongamos que...”. Al igual que Smith, y aún mejor todavía que éste, afirmó, en contra del mercantilismo, que el intercambio internacional es, en última instancia, un trueque disfrazado, y que los metales preciosos se reparten por sí mismos entre los países que los necesitan, dirigiéndose siempre, de modo automático, a las naciones que poseen un poder adquisitivo en mercancías más elevado, sin que sea posible, de ninguna manera, desvirtuar esta ley.

            Por otra parte, las conclusiones prácticas extraídas por Ricardo de la teoría de los “costes comparativos” no son muy diferentes de las de la teoría de los “costes absolutos”. Concluyó que todo país saca provecho del libre cambio, aunque sea unilateral, y que como las ventajas del comercio internacional deben apreciarse sólo desde el punto de vista del consumidor, el país que gana más es el más pobre (¡oh paradoja!). Debe tenerse en cuenta que toda esta teoría ha sido sometida, desde John Stuart Mill (1806-1873), a una rigurosa revisión [28]

Si se examina el modelo anteriormente expuesto de Ricardo [29], basado sobre el interesante concepto de la “ventaja relativa o comparativa”, mediante el cual se concluye que  los países se especializan en la producción de los bienes y servicios que pueden fabricar o prestar con un coste relativamente más bajo que otros, y que sigue siendo la base última de todos los modelos teóricos del comercio internacional, se llega a conclusiones decididamente asombrosas. Fue expuesto mediante el recurso al famoso ejemplo del comercio de paños y vino, entre Inglaterra y Portugal. Si, en Inglaterra, la producción de paños requiere el trabajo de 100 hombres durante un año, y la de vino el trabajo de 120 hombres durante el mismo período; si, en Portugal, la producción de paños requiere el trabajo de 90 hombres durante un año, y la de vino el trabajo de 80 durante el mismo tiempo, la concienzuda conclusión de Ricardo es que a Inglaterra le compensa dedicarse a producir sólo paños, y obtener vino por importación, mientras que a Portugal le interesa dedicarse sólo a la producción de vino, obteniendo los paños por importación. Y ello porque en un sistema de total libertad de comercio, como el propugnado por Ricardo, cada país consagra su capital y su industria a la actividad que le parece más útil; los puntos de vista del interés individual se alinean perfectamente con el bien universal de toda la sociedad, que no es más que la suma de todos ellos. En definitiva, enlazando con la doctrina ortodoxa, aparece el orden económico por efecto del “orden natural” y la “mano invisible del Hacedor” (la “Biblia económica” de A. Smith) que desembocan inexorablemente en el equilibrio, tendiéndose siempre hacia el lugar donde el beneficio sea máximo.

De hecho, esta concepción también enlaza con el punto probablemente más importante de la teoría fisiocrática, esto es, su creencia en el “orden natural y esencial”. Para los fisiócratas, el orden natural es el objeto de las instituciones que podían favorecer la prosperidad social y, por ende, habida cuenta de su punto de partida, el desarrollo de la producción agrícola. Puesto que el orden natural, a su modo de ver, era todo lo que favorecía a la agricultura, había de llevar consigo todo lo que pudiera asegurar a ésta una retribución suficiente y el “buen precio” (o sea, el más elevado posible) de los productos agrícolas y ganaderos. En aplicación de este principio, los fisiócratas pidieron la libertad del comercio exterior (singularmente, la libre circulación de los cereales), la supresión de las aduanas interiores, de la policía de mercados y de otras secuelas del colbertismo, que tenían como objetivo limitar el alza de los precios de los cereales.

            Ahora bien, según el modelo ricardiano, el comercio internacional no se basa precisamente en la competencia, sino en la cooperación, que es otra cosa bien diferente. En efecto, los países renuncian a competir en la producción de unos mismos productos y organizan una especie de “división internacional del trabajo”. Según la idea de Ricardo, hemos visto que cada país debe “especializarse” en aquello en lo que tiene ventaja relativa. Se genera así un curioso proceso de cooperación que se parece más al que se desarrolla en el interior de una misma empresa, que a la competencia entre empresas rivales que fabrican un mismo producto para el mercado libre.

            Desde el punto de vista del consumidor, las importaciones procedentes de los países pobres son ventajosas y les permiten comprar más baratos esos productos, ya que incorporan costes salariales mucho más bajos que los de su propio país. Ese constituye también un buen argumento de los Gobiernos para controlar la temible inflación. Por el contrario, impedir la entrada de esos productos perjudicaría a los consumidores, que tendrían que pagar unos precios más altos, pero favorecería en cambio a los agricultores (que son, por cierto, muchos menos) y a otros sectores, ya que evitaría que se perdiesen puestos de trabajo dentro del país y que salieran divisas para pagar esas importaciones, alcanzándose un menor grado de dependencia económica del exterior y mejorando la balanza de pagos.

            2. Las limitaciones del comercio internacional

            La afirmación de que “cierto grado de comercio es mejor que la ausencia total del mismo”[30] resulta evidente en sí misma, pero la hipótesis o axioma de que “el libre comercio es mejor que cualquier otro tipo de comercio” (v. gr., el que se vea afectado por unos aranceles medios del 10% ad valorem) no resulta tampoco incontrovertible ni insoslayable.

            Casi todo el mundo está de acuerdo que parece mejor favorecer el comercio que restringirlo, pero resulta conveniente darse cuenta de que el establecimiento del comercio internacional plantea problemas de justicia distributiva, que se resisten a ser ocultados bajo la aparente neutralidad de una solución “técnica” o de mercado. La ganancia producida por el comercio entre países tiene que ser repartida adecuadamente entre todos los afectados, ya sean los consumidores y obreros de los países desarrollados, los obreros de los países menos desarrollados o bien cualquier otro colectivo afectado. Trátase, en definitiva, de un problema ciertamente complejo y difícil de resolver, donde no sólo influyen diferencias de oportunidades “técnicas” para el rendimiento del capital, sino también complejas situaciones históricas, políticas, culturales y laborales.

            Schumpeter entendió el capitalismo mejor que ningún otro economista del siglo XX. Percibió que el capitalismo no trabaja precisamente para preservar la cohesión social. También que, dejado a sus propias reglas, el capitalismo podía destruir la propia civilización liberal. Por eso aceptó que el capitalismo debía de ser domesticado. La intervención gubernamental era necesaria para reconciliar el dinamismo del sistema capitalista con la estabilidad social. Lo mismo resulta cierto para los mercados globales de hoy en día.

Los que hoy creen ciegamente en el laissez faire mundial hacen eco de Schumpeter sin comprenderlo. Creen que al promover prosperidad, los libres mercados logran el avance de los valores liberales. Pero no se han dado cuenta de que un libre mercado global engendra nuevas variedades de nacionalismo y fundamentalismo, incluso aunque produzca nuevas élites. Al erosionar los cimientos de las sociedades burguesas y al imponer una inestabilidad brutal en los países en vías de desarrollo, el capitalismo globalizado está poniendo en peligro a la mismísima civilización liberal. También está dificultando, irresponsablemente, la coexistencia pacífica de las diferentes civilizaciones.

La lógica de la economía global, como advertimos al principio, es profundamente contradictoria. Está sentada sobre las bases de la velocidad, el riesgo, la creatividad, pero también sobre la impunidad en el orden internacional, ya que no existen mecanismos de regulación y control de los intereses colectivos de la humanidad. Pero, sobre todo, esta lógica está asentada sobre el principio de la inseguridad de las personas, particularmente las de los países y sectores pobres. Se transfiere la producción de los países de salarios altos a aquellos con salarios bajos, se especula en el mercado financiero sin considerar las peligrosas consecuencias -excepto para el propio capital- que se deriven, se trastocan patrones culturales y de consumo y se produce un daño irreversible a la base ecológica del planeta, sin preocupación por las generaciones futuras. La globalización ha contribuido a generar, constante y crecientemente, exclusión y polarización social, minando con tal comportamiento las bases de una convivencia armónica y pacífica entre los pueblos. No es de extrañar, pues, que frente a los procesos de globalización se hayan desatado fuerzas que reivindican crecientemente el espacio local y las identidades más restringidas, así como que hayan surgido peligrosos nacionalismos xenófobos y grupos religiosos intolerantes que amenazan la paz mundial [31]

La crisis asiática de hace pocos años es sólo un signo de que los libres mercados globales son ingobernables. Hoy nos encontramos ante una burbuja de proporciones históricas, gigantescas, que puede estallar en los mismos Estados Unidos, tan afectados por los atentados terroristas del once de septiembre del 2001; una deflación atrincherada en Japón y emergente en China; la depresión en Indonesia y en varios países asiáticos más pequeños; la crisis financiera y económica y un probable cambio de régimen en Rusia; la profunda crisis económica y social en Argentina; ninguno de estos procesos augura estabilidad. Por el contrario, muestran el carácter inestable de la economía mundial entera.

Si alguien duda de que la economía mundial está entrando en un territorio desconocido, sólo tiene que considerar las decisiones del poderoso Presidente de la Reserva Federal americana (Fed o banco central), Alan Greenspan, de recortar los tipos de interés diarios -que constituyen su principal instrumento de política monetaria y que utilizan los bancos para sus operaciones de refinanciación a corto plazo- hasta once veces durante el ejercicio 2001, de modo que los tipos han pasado del 6’50% al 1’75% en el marco de su agresiva política de relajamiento monetario, tendente a reactivar la deprimida economía norteamericana. Paralelamente, se daban nuevos pasos para evitar el impacto de la recesión que se avecinaba: el mismo Greenspan daba luz verde al Congreso para adoptar un plan de reactivación valorado entre 60.000 y 75.000 millones de dólares (65.700-82.200 millones de euros). Este paquete se suma a los ajustes de 55.000 millones de dólares (60.300 millones de euros) ya desbloqueados por el Gobierno estadounidense como medidas de ayuda de urgencia y ascendentes a 40.000 millones de dólares (43.800 millones de euros) y como asistencia a las compañías aéreas (15.000 millones de dólares, equivalentes a 16.400 millones de euros). Así pues, el proceso de desaceleración sigue su curso inexorable en todas las economías mundiales, de manera especialmente intensa en Japón y en las economías latinoamericanas. El alto grado de incertidumbre experimentado tras los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 se reflejó en una huída a la calidad, en fuertes caídas de los mercados bursátiles, tanto en las economías desarrolladas como en las emergentes, y en un aumento de las primas sobre los activos de mayor riesgo, especialmente de los mercados emergentes. De hecho, la debilidad de la economía americana ya había quedado de manifiesto con anterioridad al fatídico 11 de septiembre, y aquellos atentados terroristas acabaron de truncar las escasas perspectivas de recuperación que se vislumbraban para los próximos trimestres. Para apoyar esta hipótesis, veamos que las exportaciones e importaciones sufrieron, en julio de 2001, la mayor caída de la última década, a lo que cabe añadir el deterioro en la confianza de los consumidores, que en septiembre del mismo año experimentó el mayor descenso habido en 15 años. Ante el nuevo escenario internacional, no resulta difícil augurar que el bloque de los doce países de la zona euro seguirá la negativa tendencia de los Estados Unidos, con el consiguiente deterioro de su coyuntura y la rebaja de su estimación de crecimiento.

En efecto, a pesar de una campaña tan activa para aumentar la masa monetaria desde la última recesión de hace diez años, la economía USA muestra pocos signos de responder a la terapia aplicada. Por ejemplo, ha caído la demanda de equipos informáticos de las compañías norteamericanas a las empresas asiáticas. Toshiba, la poderosa firma de electrónica japonesa (Japón, la segunda economía más importante del mundo, es parte del problema), procede al despido de 20.000 empleados de sus factorías en todo el planeta, prácticamente igual que Hitachi. No son, por cierto, las primeras firmas del sector que recurren a esta drástica medida para reorientar sus negocios y buscar de nuevo la senda de unos beneficios cada vez más esquivos y migrados. Otras empresas japonesas, como Fujitsu o NEC, han pasado ya por ese duro camino y, fuera de Japón, muchas otras, algunas tan potentes como Cisco, Equant o America Online han seguido la misma tortuosa senda.

Por aquellas fechas, también el Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra acordaba bajar los tipos de interés para contrarrestar el progresivo debilitamiento de la economía mundial. En cualquier caso, de acuerdo a los cálculos de la máxima autoridad monetaria británica, las repercusiones de los ataques mencionados sobre la economía en el Reino Unido se estimaban más leves que sobre la estadounidense.

No parece, en fin, que nos hallemos ante simples crisis empresariales. La llamada “nueva economía”, basada en las modernas tecnologías de la información y de la comunicación, enseña su talón de Aquiles y nos recuerda que las reglas del óptimo funcionamiento empresarial continúan sujetas a conceptos tradicionales que, apresurada e irresponsablemente, se habían dado por superados u obsoletos. En el mismo año 2001, las bolsas asiáticas registraron cuantiosas pérdidas y el índice Nikkei japonés se acercó a su mínimo histórico en diecisiete años. La crisis económica estadounidense, aún incipiente, se hace sentir en todo el mundo y tampoco la vieja Europa ofrece síntomas de tener la potencia necesaria para desempeñar el papel de locomotora de la economía mundial: Alemania, la economía más importante de nuestro continente, arrastra también serios problemas. Téngase en cuenta que la mayoría de las recesiones del siglo XX fueron desencadenadas por las subidas de los tipos de interés de los bancos centrales al objeto de combatir la temida inflación. Pues bien, la actual situación de la economía se parece más a una recesión del siglo XIX, causada por el estallido de una burbuja de inversiones. Vistas así las cosas, hay que realizar un serio esfuerzo para mantener el optimismo.

El libre mercado no es -como supone hoy la filosofía económica predominante- el “estado natural” que toman las cosas, cuando la política no interfiere con sus garras pecadoras en los intercambios del mercado. Contrariamente, en cualquier amplia y larga perspectiva histórica, el libre mercado es una rara desviación de breve existencia. Los mercados regulados constituyen la norma, no la excepción, y surgen espontáneamente en la vida de cada sociedad. El libre mercado es una construcción o entelequia del poder estatal. La idea de que el libre mercado y el mínimo de intervención gubernamental van juntos, que era parte del stock que manejaba la Nueva Derecha, es probablemente la verdad inversa: dado que la tendencia natural de la sociedad es a restringir los mercados, los libres mercados sólo pueden crearse por el poder de un Estado centralizado. Los libres mercados son las criaturas de los gobiernos fuertes y no pueden existir sin ellos. Este es el primer argumento de Falso amanecer [32]

Una parte importante del debate actual confunde la globalización -un proceso histórico que durante siglos ha estado en curso- con el efímero proyecto político de un libre mercado de amplitud mundial. Entendida con propiedad, la globalización se refiere a la interconexión creciente de la vida económica y cultural entre las partes distintas y distantes del mundo. Este es un rasgo cuyos inicios podrían fecharse -llevando a cabo un análisis retrospectivo- en pleno siglo XVI, con la proyección del poder europeo hacia otras partes del mundo a través de las políticas imperialistas de las que España, por cierto, no fue ajena sino gran protagonista.

Hoy en día, el motor principal de este proceso es la rápida difusión de las nuevas tecnologías de la información, capaces de abolir las distancias y trabajar en tiempo real. Los pensadores convencionales se imaginan que la globalización tiende a crear una especie de “civilización universal” (a ella nos referiremos más adelante en este mismo libro) mediante la propagación de los valores y las prácticas de Occidente. Particularmente, del Occidente anglosajón y angloamericano.

De hecho, el desarrollo de la economía mundial ha ido, sobre todo, en otra dirección. La globalización de hoy difiere de la economía internacional abierta, establecida bajo los auspicios de los imperios europeos en las cuatro o cinco décadas anteriores a la Primera Guerra mundial. En el mercado global, ningún poder occidental tiene una supremacía equivalente a la británica o a la de otros poderes europeos de aquella época. No es de extrañar que, a la larga, la banalización de las nuevas tecnologías en el mundo erosione el poder y los valores occidentales. La propagación de las tecnologías nucleares en los regímenes anti-occidentales es sólo un síntoma de una tendencia mucho más vasta.

El mercado global no proyecta el libre mercado angloamericano hacia el mundo, sino que más bien pone en circulación a todos los tipos de capitalismo para no hablar de las variedades del libre mercado. La anarquía de los mercados globales destruye las viejas formas del capitalismo y promueve nuevas variedades. Pero, eso sí, siempre sujetando el todo a una incesante y, a menudo, angustiosa inestabilidad.

            Uno recuerda, en fin, que al término de su gran obra, General Theory, John Maynard Keynes declamaba, en un famoso pasaje sobre el poder oculto de las ideas económicas anticuadas, en los siguientes términos:

“Los hombres prácticos, que se

creen totalmente libres de

 cualquier influencia intelectual,

 son, generalmente, esclavos

 de algún economista difunto.”

         Pues bien, es posible que esos gurús del ultraliberalismo actual, sin saberlo, se hallen inspirados escatológicamente, desde el otro mundo, por el viejo y polvoriento fantasma de David Ricardo, que suele desplazarse a medianoche por los pasillos de algunos foros internacionales, e incluso a través de las paredes y los sótanos de algunas Universidades, con el preceptivo arrastre de cadenas y rumor de sábanas.

 

Notas

[12] Escuela de pensamiento económico francesa (1756-1777) que abogaba por la “libertad de comercio”, en oposición a las teorías mercantilistas al uso. Su principal representante fue el Dr. François Quesnay, autor del famoso “Tableau économique”, precursor de las tablas input-output de W. Leontieff.

[13] Véase el segundo corolario en Der Begriff des Politischen. Text von 1932 mit einem Vorwort und drei Corollarien. Hay edición castellana, a saber: El concepto de lo político, Alianza Editorial, Madrid, 1991.

[14] Para revisar la génesis de las teorías del comercio internacional, puede consultarse el libro de R. BACKHOUS, A History of Modern Economics, Oxford, 1985. Hay traducción española en Alianza Editorial, Madrid, 1988.

[15] Vide S. B. LINDER, An Essay on Trade and Transformation, 1961.

[16] Vide P. LÉON, Histoire économique et sociale du monde, Armand Colin, 1978.

[17] Una cadena de definiciones debe detenerse alguna vez. La palabra o tiempo verbal “prefiere” (tercera persona del singular del presente de indicativo) se podría definir en el sentido de “gusta más que”, pero entonces esta última expresión tendría que dejarse, a su vez, sin definir. El término “preferir” hállase huero de cualquier significado relacionado con un determinado placer sensorial.

[18] Resulta irrelevante cuánto se apetece un artículo concreto de la lista; siempre se escogerá antes el artículo que ocupe en ella un lugar más elevado.

[19] Vide Microeconomic Theory (A matematical approach). Hay traducción al castellano en Ed. Ariel. Barcelona, 1962. Citada en la bibliografía.

[20] Vide Ch. BUHOUR, Le commerce international. Du GATT à l’OMC. Le Monde-editions, 1996. Hay traducción española de Francisco Ortega en Salvat Editores, S.A. Barcelona, 1996.  

[21] Trátase del autor de la célebre “paradoja de Leontieff”: mediante estudios estadísticos, el padre de las tablas input-output refutó la teoría neoclásica de la especialización de los países según sus factores de producción.

[22] Vide Á. MARTÍNEZ GONZÁLEZ-TABLAS, Economía política de la globalización. Es una reflexión comprensiva de la globalización, a la que considera un proceso de facetas múltiples, diversas e interrelacionadas, fruto del desarrollo del transporte y de las comunicaciones, como proyección ideológica de un pensamiento global. Centrado en su dimensión económica, está escrito desde una concepción de la Economía que entronca con los autores clásicos. La idea de que “los perdedores han de ser compensados” aplicada, por ejemplo, a la zona de influencia de una central nuclear, se sobrepone y mejora la estrictamente medioambientalista de que “quien contamine pague”: también es toda la Sociedad beneficiaria de la producción de energía eléctrica (todo el país) quien debe compensar a los posibles recipiendarios del mal y a la población sometida al riesgo de explosión o fuga incontrolada radioactiva.

[23] Vide J. MARTÍNEZ PEINADO y J. M. VIDAL VILLA, Economía Mundial.

[24] Vide  F. MOCHÓN, Principios de Economía. Ed.: Mc Graw-Hill. Madrid, 1995.

[25] Vide MILLET, M. en La regulación del comercio internacional: del GATT a la OMC. Colección de Estudios Económicos, nº: 24. “La Caixa”. Barcelona, 2001. Citada en la bibliografía.

[26] Vide Ch. BUHOUR, Le commerce...

[27] “Barbecho”: dicha denominación corresponde a la congelación obligatoria de tierra cultivable, impuesta por la UE, sobre el 15% de la superficie en el año 1992, y reducida al 10% en Septiembre de 1995.

[28] Filósofo positivista inglés y uno de los padres del pensamiento económico clásico. Empirista absoluto, recibió influencias de Hume y de Bentham. En política fue individualista, pero admitió la legitimidad de una intervención del Estado, bien para promover ayudas para los más necesitados, bien para estimular la formación de empresas cooperativas. Fue bautizado por Daniel Villey, con ironía algo cruel, como “la vieja dama que todo lo sabe”. Se le suele presentar como el último de los grandes clásicos. Pero el gran dilema que siempre inquietó su espíritu leal fue, precisamente, el de si era posible conciliar las leyes naturales formuladas por aquellos, en cuya verdad creía firmemente, con las aspiraciones generosas de los nuevos “herejes”.

[29] Quien esté interesado en la obra de D. RICARDO On the Principles of Political Economy and Taxation (1821) puede consultar la selección publicada por editorial Orbis, Barcelona, 1985, con el título Principios de economía política y tributación (selección), vid., pp. 79-87.

[30] Vide R. G. LIPSEY, Introducción a la Economía Positiva. Ed. Vicens-Vives. Barcelona, 1970.

[31] Vide M. RIVERA, Los movimientos de mujeres frente a los desafíos de los procesos de globalización económica. Conferencia ofrecida en Mendoza (Argentina) el 28 de Junio de 1996, bajo los auspicios del IFIM, Mujer Internacional Noticias y la Universidad del Congreso.

[32] Vide J. GRAY, Falso amanecer, 1998, con traducción de María Teresa Priego.

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