¿PORQUÉ LOS RICOS SON MÁS RICOS EN LOS PAÍSES POBRES?
Cuarta parte

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JOSÉ MARÍA FRANQUET
Prólogo de Frederic Borràs i Pàmies

2002 

Falacia o modernidad de la globalización económica

 

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 A los jóvenes de hoy y, particularmente,

a mis hijos Josep Maria y Elisenda,

que ya están lidiando con este mundo globalizado.

 

PROLOGO

I.                     Algunos conceptos previos

1.        La idea definitoria de la “globalización económica”

2.        Homogeneización normativa y estatuto empresarial

3.        La panacea liberal del comercio internacional

4.        Algunas ideas de J.M. Keynes

 

II.                   Las supuestas bondades de la libertad de comercio

1.        El origen político del comercio internacional

2.        Las fuentes del movimiento librecambista

3.        El fracaso de los viejos y nuevos modelos

 

III.                 Las viejas teorías de David Ricardo

1.        Los modelos de las ventajas absolutas y relativas

2.        Las barreras interpuestas al libre comercio internacional

3.        La protección a la agricultura

 

IV.                La paradoja competitiva del modelo ricardiano

1.        El pensamiento económico de los clásicos

2.        Las limitaciones del comercio internacional

 

V.                  El gran desengaño librecambista

1.        La falacia de la “solidaridad internacional”

2.        El fomento del fraude a escala mundial

3.        El fracaso del libre mercado global

4.        Los problemas que plantea el comercio internacional

5.        La protesta actual contra la libertad de comercio

 

VI.                Las instituciones financieras internacionales

1.        La ya lejana experiencia de Bretton Woods

2.        El rol pasado y presente de estas instituciones

3.        El futuro de estas instituciones

4.        La última ronda de negociaciones comerciales internacionales

 

VII.              Internacionalización y tradición liberal

 

VIII.            Las empresas multinacionales y el comercio internacional

1.        Los efectos discutibles de la multinacionalización

2.        Los costes medioambientales

 

IX.                Las naciones del mundo ante el nuevo orden

1.        La situación de los diferentes países

2.        El caso singular del Japón

 

X.                  La globalización y el euro

1.        La desaparición del control del tipo de cambio

2.        ¿Un futuro más optimista para el euro?

 

XI.                La tasa Tobin. ¿Una incipiente solución para el futuro?

1.        Definición y objetivos de la tasa

2.        Las críticas de los monetaristas o neocuantitativistas

3.        El futuro de la aplicación de la tasa

 

XII.              Un ejemplo relevante: la situación de los frutos secos españoles ante el comercio mundial

 

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA Y FONDOS DOCUMENTALES

 


 

VII. Internacionalización y tradición liberal

            Señala el Prof. Pérez-Díaz que, contra lo que les pueda parecer a algunos fundamentalistas del librecambismo, e incluso contra lo que parece sugerir Samuel Huntington en una obra reciente [47], una apuesta por la civilización occidental no constituye una apuesta de sentido inequívoco e irrevocable, ya que el legado de esa civilización es ambiguo e incluye tradiciones estrictamente contradictorias. El propio Huntington ha sugerido que la civilización occidental debería renunciar a la soberbia pretensión de ser una civilización universalista y circunscribir su ambición -por su propio interés- a la de ser una voz particular más en el conjunto de las civilizaciones del planeta [48] y no pretender el choque o enfrentamiento entre las mismas. Aquí pueden ser oportunas sendas referencias: una al pensamiento idealista de Emmanuel Kant (en su opúsculo titulado Idea para una historia universal desde una perspectiva cosmopolita) y otra, mucho más cercana a nosotros, al pensamiento de Friedrich Hayek [49]

            Tanto la corriente del empirismo como la del racionalismo van a confluir en Kant (1724-1804). El empirismo acabó en David Hume (1711-1776) en escepticismo fenomista. El racionalismo culminó en Leibnitz (1646-1716), cuyas doctrinas sistematizadas y trivializadas por su discípulo Christian Wolff, acabaron en un dogmatismo racionalista. Kant, influido sucesivamente por ésta y por aquella tendencia, intenta superarlas fundiéndolas en su apriorismo, en el que señala a la experiencia y a la razón el papel preciso que desempeñan en el conocimiento. Al mismo tiempo, intenta superar el escepticismo y el dogmatismo con su criticismo, sometiendo a un severo examen las facultades cognoscitivas del ser humano y señalándoles, en tajantes límites, lo que pueden y lo que no pueden. Para lograr una exacta comprensión de Kant y de su pensamiento, no hay que olvidar tampoco el impacto causado en él por el éxito de la Física galileo-newtoniana y que su vida se desarrolló en plena época de la Ilustración.

            Para Kant, la función propia del entendimiento es la facultad de juzgar, esto es, unir en la síntesis judicativa los conceptos puros a los datos de la experiencia, mientras que la función propia de la razón es concluir, o sea, llegar a los últimos resultados. Las síntesis finales a las que se aspira constituyen las ideas de la razón. El ser humano aspira a la síntesis de todos los fenómenos materiales: ésta es la idea del mundo como totalidad.

            Según Kant, el “mayor problema de la especie” sería la consecución de una cierta “sociedad cívica universal” que administrara la ley de la libertad entre los hombres, es decir, un orden que maximizara la libertad de cada uno de manera que fuera compatible con la de todos los demás.

            Al final de su vida, elaboró Kant un Proyecto de paz perpetua. Los Estados son como los hombres en el estado de naturaleza. Para que la guerra sea imposible es necesario que se agrupen en una federación. Ahora bien, ¿qué fuerza les impelerá a realizar tan magno proyecto?: su “voluntad racional de lo universal”. Conjetura el filósofo que parece como si la naturaleza misma nos aportara la solución a ese problema, de modo que la historia de la humanidad podría ser vista como la realización de un plan secreto de la naturaleza orientado hacia la constitución de aquel estado universal como condición indispensable para el desarrollo de nuestras capacidades (la solución para “el problema más difícil de la especie y el último por resolver”). [50]

En efecto, si Kant desvela las líneas maestras de lo que podría ser una civitas o sociedad civil internacional y lo hace, pese a su cautela, con un toque de entusiasmo y de ingenuidad, veamos como dentro de esa misma tradición de pensamiento liberal y conjugando sus dos variantes, anglosajona y germana, Hayek prolonga la posición del genio de Königsberg y la modula y rectifica significativamente. Y así, para Hayek “la solución satisfactoria de las relaciones internacionales no podrá probablemente encontrarse mientras las unidades últimas del concierto internacional sean las entidades históricas conocidas como naciones soberanas”. Sin embargo, tampoco el cumplimiento de la aspiración a la implantación de una autoridad supranacional (como la Unión Europea) bastaría para conseguirla y sigue insistiendo que “hay que reconocer que, hoy por hoy, se nos antojan ausentes las bases morales (culturales e institucionales) del imperio de la ley a escala internacional”. Abundando en la misma línea de razonamiento, añade que “probablemente perderíamos las ventajas que podamos tener para disfrutar de órdenes de libertad limitados dentro de algunas naciones, si fuéramos a confiar nuevos poderes de gobierno a órganos supranacionales”.

Debe tenerse presente, respecto al pensamiento de los “nuevos liberales” y, muy concretamente del propio Hayek, que fue bajo su convocatoria como se reunió -al término de la segunda guerra mundial- un grupo notable de economistas cuya misión básica consistía en defender una vuelta al liberalismo. Un nuevo liberalismo, ciertamente singular y contradictorio, puesto que el cuadro diseñado de reformas precisas comenzaba por tomarse muy en serio los principios del credo liberal y la atribución al Estado de la decisiva y difícil tarea de implantarlos a la fuerza. Esta convocatoria de Hayek -como ha afirmado M. Friedman- demostró que los monetaristas no se hallaban solos y que les acompañaban relevantes personalidades que iban a desempeñar tareas capitales en el mundo de la postguerra, como el presidente italiano Luigi Einaudi o el ministro Ludwig Erhard, figura directamente asociada al prodigioso “milagro alemán”.

Hoy en día, el ideal de la Ilustración de crear una civilización universal en ningún lado es más fuerte que en los Estados Unidos, donde se identifica con la aceptación universal de los valores y las instituciones de Occidente, entendiendo el término "Occidente", eso sí, como un compendio de los valores angloamericanos. La idea de que Estados Unidos es un modelo universal ha sido, por largo tiempo, un rasgo característico de la civilización estadounidense. Durante los pasados años ochenta, la Derecha tuvo la meritoria habilidad de reivindicar la idea de una misión nacional al servicio de la ideología del libre mercado. Ahora, en los albores del siglo XXI, el alcance mundial del poder corporativo estadounidense y el ideal de la civilización universal se han filtrado profundamente en todo el discurso público norteamericano.

Sin embargo, el desideratum de los Estados Unidos de erigirse en modelo o patrón para el mundo no es aceptado, prácticamente, por ningún otro país. El costo del éxito de la economía norteamericana incluye dolorosos niveles de división social -crimen, encarcelamiento, pena de muerte, conflictos raciales y étnicos, rupturas familiares y comunitarias- que casi ninguna cultura europea o asiática estaría dispuesta a tolerar [51]

De cualquier modo, veamos que el pensamiento de Kant desempeña un papel insoslayable en la historia de la filosofía; criticista en materia de conocimiento, rigorista en moral y apto para pensar la belleza. Su idealismo transcendental abre la vía al idealismo subjetivo de Fichte (1762-1814), al idealismo objetivo de Schelling (1775-1854) y al idealismo absoluto de Hegel (1770-1831). Kant es el fundador de la filosofía alemana; resulta imposible, ni siquiera hoy, filosofar sin topar con la profundidad de su pensamiento aquí o allá, a la vuelta de cualquier camino, en cualquier esquina, como en el caso de la Globalización que hoy nos ocupa.

 

VIII. Las empresas multinacionales y el comercio internacional

1. Los efectos discutibles de la multinacionalización

A la vista de los resultados, podemos intuir que ya no son sólo las grandes instituciones internacionales las que dudosamente pueden aportar soluciones satisfactorias a los problemas de la más justa distribución de la renta y de la riqueza en el mundo del siglo XXI. La influencia y el poder de las grandes empresas multinacionales, como ya se ha señalado en algún otro pasaje del presente libro, interfieren distorsionando el comercio internacional mediante sendos tipos de actuaciones [52]

A)        Cambiando los parámetros del problema comercial por sus intercambios internos: Mediante la instauración de una especie de división del trabajo interno en sus instalaciones dispersas por el mundo, que fabrican uno o varios componentes de un mismo producto que son ensamblados en otro lugar. Tiene lugar, así, una especie de comercio intramultinacionales, en que cada filial se especializa en una actividad de mayor o menor valor añadido, dependiendo del nivel de desarrollo de cada país, la cualificación de la mano de obra, los costes salariales, la existencia de materias primas u otros diversos factores. De este modo, una gran parte del comercio mundial corresponde a intercambios internos entre las diversas filiales, por lo que resulta difícil determinar la nacionalidad real del producto final al proceder sus componentes o inputs de orígenes dispersos.

B)        Implantándose con el fin de deslocalizar la producción: En este caso, las exportaciones son reemplazadas por producción local, ya sea de una filial o bien de una joint venture (empresa conjunta). Sus motivaciones son diversas: los “transplantes” japoneses con producción europea, consistentes en el establecimiento de fábricas de automóviles en Gran Bretaña que suponen una respuesta a la cuota limitada de importaciones que la UE impone; o bien la transferencia de factorías de un país (Francia) a otro (Gran Bretaña) que posee una legislación laboral más flexible y los salarios un 40% inferiores.

Por lo que se refiere al papel de las empresas multinacionales, su ventaja esencial radica en el crecimiento de su gama de productos o en el nivel de control de su producción, antes que en la dotación de factores de países diversos. Sin embargo, los bajos costes laborales o la abundancia de recursos naturales pueden jugar un importante papel en casos concretos de deslocalización industrial. La multinacionalización se puede realizar mediante un crecimiento interno de la propia empresa, creando una unidad productiva en un país extranjero, pero tiene lugar, con más frecuencia, mediante el crecimiento exterior a través de la adquisición de una empresa extranjera, o bien a través de su fusión o absorción.

 Estas empresas suelen poseer cifras de negocios superiores al presupuesto nacional del país donde implantan sus filiales, por lo que su poder es enorme e influye decisivamente sobre las políticas económicas de dicho país. De este modo, se valora su implantación productiva por la creación de ocupación que ello comporta y el arrastre económico que inducen. Se afanan en “idiotizar” a la población obligando al consumo indiscriminado de sus productos mediante campañas de publicidad bien orquestadas, al tiempo que controlan los gobiernos y dirigen las culturas. Su poder llega hasta obligar a los gobiernos de los países donde tienen filiales a frenar los aumentos salariales o bien a reducir la fiscalidad o a rebajar la normativa medioambiental, so pena de retirar sus inversiones y, con ellas, los empleos creados. Su producción carece de fronteras y su política no tiene nacionalidades, puesto que establecen su estrategia en función de sus beneficios sin tener en cuenta, casi nunca, los intereses de los países que albergan sus centros de producción.

Un ejemplo reciente en el tiempo y próximo en el espacio nos lo ha ofrecido la multinacional norteamericana de Detroit Lear Corporation que, a principios de febrero del 2002, anunció por sorpresa el cierre de su factoría de Cervera (Lleida), asestando un durísimo golpe al mercado laboral de la zona que supuso el despido masivo de 1.200 trabajadores directos y la correspondiente pérdida de puestos de trabajo indirectos. Obviamente, en Polonia, por ejemplo, los costes de producción son bastante más bajos. Todo ello implicó un auténtico trauma para diversas comarcas de dicha provincia catalana, con escasas alternativas ocupacionales en el campo de la industria o de los servicios, habida cuenta de su vocación tradicional rural. No suficientemente contentos con su tajante decisión, los directivos de Lear condicionaron el abono de mejores indemnizaciones por despido siempre que no se protagonizaran actos de protesta por parte de los trabajadores.

Por otra parte, a los dirigentes gubernamentales les falta visión a medio y largo plazo. No valoran suficientemente los peligros de la alteración de la naturaleza y de los hábitos de consumo; en este sentido, vemos como USA experimenta graves problemas sanitarios a causa de una mala y desequilibrada alimentación de su población.

La hegemonía transnacional vino a ser hace algunos años algo así como un golpe de estado global: de pronto, desde el interior de la ronda del GATT, vino a surgir la voz bronca de un sistema corporativo transnacionalizado y extenso que pesaba más que los propios Estados allí reunidos. De ahí en adelante, menudearon las presentaciones a telón abierto del poder corporativo que comenzaba a dictar las normas de aplicación y uso planetario. El sistema se avenía bien, además, con los desarrollos paralelos del "pensamiento único". Parecían hechos el uno para el otro. Y la comparsa borreguil de especies anátidas (“los patos van en manadas, pero el águila va sola”) hegemonizó las relaciones económicas mundiales. Su movimiento, en conjunto, entronizó a la Globalización y la dogmatizó como destino manifiesto y con las características y reglas del juego que ellos mismos le daban (algo así como la “unidad de destino en lo universal” del ideario joseantoniano-franquista).

En la medida en que se extendiera la hegemonía del capital transnacional, la Globalización estaba asegurada. En todas sus dimensiones, también, debía expresar a ese núcleo capitalista y facilitar su desarrollo. Por eso, para los “gentiles”, globalizarse era inscribir a su región en la lista de preferencias de la inversión generosa, salvadora y superadora de sus horribles males ancestrales.

2. Los costes medioambientales

      Hace aproximadamente quince años algunos climatólogos ya aventuraron que nuestro planeta se estaba calentando. Argumentaban que, desde la revolución industrial, la humanidad había vertido a la atmósfera volúmenes crecientes de gases, sobre todo dióxido de carbono (anhídrido carbónico) procedente de la combustión de madera y de los combustibles fósiles, pero también gases o hidrocarburos saturados de efectos refractarios, como el metano, procedentes de actividades agrícolas y ganaderas efectuadas a gran escala.

      A medida que la industria, el tráfico y la agricultura intensiva se desarrollaban, la cantidad de gases crecía. Éstos se han ido acumulando y han formado un velo en la atmósfera, dejando pasar la luz solar pero reteniendo el calor, circunstancia que impide el enfriamiento del planeta y aumenta la temperatura terrestre. Este fenómeno se ha denominado “efecto invernadero” porque actúa como si hubiese una cubierta de vidrio o plástico sobre la tierra que incrementara su temperatura.

      Diferentes mediciones confirmaron el aumento de la temperatura media del planeta a lo largo del siglo XX. Por ejemplo, un informe de la Red Europea del Clima, que analizó la temperatura del aire, las precipitaciones y las horas de insolación, refleja la subida de temperatura media en la última centuria en el continente europeo, el mayor número de inundaciones en el sur y el aumento de los períodos de sequías. Para los autores de este informe, no hay duda que el calentamiento del último siglo está desencadenado por la urbanización del suelo europeo. Pero este aumento se disparó entre los años 1980 y 1991, período en el que el termómetro marca entre 0’25 y 0’50ºC más, según las zonas, que en el lapso que transcurre de 1950 a 1980.

      Los primeros modelos climáticos asistidos por ordenador confirmaron la posibilidad de que, a finales de siglo XXI, la temperatura media global del planeta haya subido unos 3ºC. A pesar de la evidencia, los científicos del PICC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático) cuestionaban hasta hace poco la relación existente entre este cambio y la actividad humana. Su tesis sostenía que siempre han habido cambios climáticos y el actual es sólo uno más, independientemente de la contaminación ambiental.

      Sin embargo, en mayo de 1995 se conocieron nuevos y demoledores datos, como los aportados por el Instituto de Meteorología Max Planck de Hamburgo. Además de confirmar el aumento de la temperaturas durante los últimos veinte años, su director, Klaus Hasselmann, demostró que había un 95% de probabilidades de que la causa del calentamiento fuera la actividad humana. Los investigadores alemanes reprodujeron mediante ordenador las oscilaciones térmicas constatadas durante los últimos mil años y las compararon con el aumento y las oscilaciones actuales. Sus modelos tuvieron también en cuenta la distribución regional de las lluvias y la dispersión de las temperaturas y las corrientes marinas. El resultado fue esclarecedor y estremecedor al mismo tiempo: el ritmo actual de calentamiento es único; en ninguna oscilación climática anterior, la temperatura se incrementó tanto en un período de tiempo tan corto, y eso sólo puede obedecer a la intensidad desbordada de la actividad antrópica [53]

      Entre las previsiones o consecuencias de este incremento figura el crecimiento del nivel de los océanos en unos 45 centímetros en el año 2100, lo que afectará a un total de 100 millones de personas que actualmente viven en zonas costeras o deltaicas -como el Delta del Ebro y otras españolas- condenadas a anegarse o a establecer costosísimos sistemas de protección. De momento, en los dos últimos años, el aumento del nivel fue excepcional, de ocho milímetros, según datos proporcionados por la propia NASA.

      Los primeros síntomas evidentes del cambio climático parecen ya haber llegado. En la Antártida, dos grandes plataformas heladas de la Tierra de Graham se han desprendido, confirmando las previsiones efectuadas. Pero existen aún más datos:

-                Las temperaturas medias globales se han elevado entre 0’3 y 0’6ºC durante los últimos 140 años. Los nueve años más cálidos de este extenso período se registraron a partir de 1980, siendo 1990 su momento culminante. Este ascenso constante se manifiesta pese a la gran erupción del volcán Pinatubo en 1991, -lo que provocó que fuera el único año con un descenso de la temperatura media-, que escupió 30 millones de toneladas de dióxido de azufre, que actuaron como barrera para los rayos solares.

-                Las masas de hielo retroceden en todo el mundo. Los glaciares de los Alpes suizos han perdido la mitad de su superficie desde 1850 hasta nuestros días y, según la NASA, la extensión del suelo ártico disminuyó un 2% entre los años 1978 y 1987. El Instituto Polar Británico Scott denunció, por su parte, que el casquete polar ártico ha perdido entre 4’4 y 5’3 metros de espesor, mientras el hielo antártico disminuye el 1’4% cada década.

-                Durante los últimos 100 años el nivel del mar ha subido unos veinte centímetros y este ritmo se ha acelerado hasta 3 cm por década. Este ascenso pone al borde de la inmersión a varios pequeños estados insulares del Océano Pacífico.

-                Además de aumentar de nivel, los mares se calientan. En la región tropical, la temperatura del agua ha subido 0’54ºC durante los últimos cincuenta años. Los cien metros superiores del Pacífico, en California, se han calentado una media de 0’8ºC en los últimos 42 años y los niveles más profundos del Mediterráneo han aumentado 0’12ºC su temperatura desde 1959.

-                El aumento global de las temperaturas de la atmósfera y del mar también se ha manifestado durante las últimas décadas mediante importantes sequías en regiones tan alejadas como California, Gran Bretaña, España, Brasil o Zambia. Como consecuencia de todo ello, se ha acelerado la desertización, que ya afecta a un 35% de la superficie terrestre.

El calor, en el futuro, evaporará mucha más agua que en la actualidad y causará una gran sequía en las regiones hoy cálidas e incluso templadas. Muchas fuentes y cursos de agua se secarán, la vegetación (tal como hoy la conocemos) desaparecerá de muchas zonas, los desiertos avanzarán... El sur de España, Italia o Grecia, el Magreb, Oriente Medio o el sur de los Estados Unidos tendrán un paisaje parecido al actual del Sahel; en el norte de Europa y de América el clima será más cálido y sobre todo muy húmedo. Y en el supuesto (que, en todo caso, está científicamente por corroborar) de que las temperaturas llegasen a aumentar un promedio de uno o dos grados centígrados y las precipitaciones acuosas disminuyesen correlativamente entre un 10% y un 20%, los recursos hídricos se pueden reducir entre un 40% y un 70% [54]

            Pues bien, lejos de tomarse todas las precauciones y medidas preventivas que exige el caso, la explotación irrestricta y acelerada de los recursos naturales se ha constituido en la obsesión de un sistema hambriento de conversiones monetarias. Nunca antes la naturaleza encontró un enemigo más brutal que el engendro globalizante de esta última etapa capitalista [55]. En la práctica, una acerada combinación de proyectos, reuniones, acciones y reglamentaciones aperturistas de las fronteras ecológicas, ya de por sí muy débiles, ha ido construyendo la actual situación de contaminación, destrucción ambiental y calentamiento global.

Las campañas de privatización abandonaron la naturaleza al criterio contable, a la administración de los negocios, a la farándula de la ignorancia y del apetito, que en algunos instantes logró opacar la propia percepción de muchos ecologistas, que culparon al "hombre" del desastre, y no al sistema corporativo en expansión. Las empresas, en las décadas anteriores, no dejaron de percibir el riesgo que les representaba una visión ajustada de la destrucción ambiental. Así como las compañías tabacaleras pagaban a científicos para exaltar los beneficios indiscutibles del tabaco, también el sistema globalizante negó su participación en el calentamiento terrestre, y hasta llegó a negar que éste estuviera ocurriendo. Después se sumaron las evidencias, pero continúa habiendo una férrea disposición para seguir sosteniendo proyectos destructivos. Un ejemplo de ello es lo que pasó con el protocolo de Kyoto, donde ha faltado el apoyo de los EEUU. O la conducta de gobiernos hambrientos del sostén corporativo, que no suscriben restricciones a la contaminación ambiental, ya que eso limitaría "sus ventajas comparativas" (¡ya volvemos a las vetustas “esencias” de la Economía ortodoxa!). O la reciente buena disposición del gobierno de Cardoso para terminar, con un poco de suerte y de una vez por todas, con la selva amazónica brasileña.

Es evidente que la plena apertura de mares y bosques a su conversión en capitales, sigue generando grandes ganancias, y ofrenda, por tanto, su contribución suicida al avance de la Globalización. Pero ya no es ésta una carretera libre de obstáculos como en el pasado: hay un límite bien visible a la vieja idea de una naturaleza inagotable. Crece además la alarma frente a los resultados. Y más todavía que la alarma, con la culturización de los pueblos, aumenta la conciencia medioambiental entre las gentes, como se ha demostrado en Seattle y, de ahí en adelante, en cuanta reunión sonada realicen los modernos depredadores de nuestro planeta.

Creemos, en fin, que incluso el laissez faire global se ha convertido en una amenaza para la paz entre los Estados. El sistema económico internacional de hoy en día no cuenta con instituciones efectivas para conservar la riqueza y la biodiversidad del medio ambiente. Existe el riesgo de que, en un futuro más bien próximo, los Estados soberanos se enfrasquen en una lucha por el control de los disminuidos recursos naturales de la tierra como, por ejemplo, el agua dulce. En nuestro país, el peligroso Plan Hidrológico Nacional que presenta como leit motiv el gran trasvase del río Ebro hacia otras cuencas hidrográficas, está levantando grandes controversias y el rechazo generalizado de la comunidad científica y universitaria. En el próximo siglo, a las rivalidades ideológicas tradicionales entre los Estados pueden seguir guerras malthusianas provocadas por la escasez de algunos recursos esenciales o importantes.

Hoy en día, el género humano ha aprendido, a través de las modernas tecnologías, a superar las barreras naturales y físicas (orográficas, distancias, océanos, espacio exterior). Anteriormente, el equilibrio natural superaba e impedía la absurda capacidad de destrucción del Homo sapiens, que ya está descontrolada. Por ello, sería un triste consuelo el pensar que también puede producirse una catástrofe ecológica o social que frene, como consecuencia, esta degradación irracional del planeta, puesto que entonces se tratará ya de un auténtico problema de supervivencia de la especie humana.

 

IX. Las naciones del mundo ante el nuevo orden

            1. La situación de los diferentes países

            En el momento actual, los diez principales países deudores -que ya sólo ellos representan el 40% de la deuda exterior del Tercer Mundo- son por este orden: Argentina, Brasil, Chile, Corea del Sur, Indonesia, Méjico, Nigeria, Perú Filipinas y Venezuela. Ahora bien, estos países no son precisamente los más pobres, sino los más integrados en el sistema de libre cambio internacional. Y la profunda crisis económica y social que experimenta actualmente el primero de ellos ha podido ser una consecuencia directa de dicha circunstancia.

            La famosa “ley de las ventajas comparativas”, enunciada por el economista ortodoxo inglés David Ricardo, a la que nos hemos referido con anterioridad, se encuentra sorprendentemente en el origen de esta extraordinaria paradoja que supone que países en los que la gente se muere de hambre sean también importantes exportadores de alimentos. Veamos, a este respecto, que Brasil, que cuenta con un 40% de personas subalimentadas, ¡es al mismo tiempo el segundo exportador mundial de alimentos!. Lo que sucede es que más que concentrar sus esfuerzos en la demanda interior y el consumo local, estos países (africanos en particular) se obstinan en ocupar los espacios disponibles que les han sido asignados en el nuevo orden mundial, vendiendo carne, café, cacao, té, madera, cacahuetes, algodón, etc. en los mercados internacionales. En total, Europa (que destruye sus stocks de productos hortofrutícolas, embalses de leche y montañas de mantequilla) importa de un hambriento Tercer Mundo dos veces más de alimentos de los que aquella le suministra a éste.

En el siglo XIX, Alemania se convirtió en una gran potencia porque, entre otras cosas, rechazó la ley de costes y ventajas comparativas de Ricardo y algunas otras peregrinas teorías al uso. Por el contrario, adoptó los principios de economía nacional, enunciados por Friedrich List. Portugal que se sometió a las tesis de Ricardo, el economista liberal, se ha quedado como un país semi-desarrollado. Por lo tanto, es completamente natural que en la actualidad numerosos economistas del Tercer Mundo comiencen a distanciarse de un sistema de librecambismo internacional cuya malignidad ha sido demostrada, entre otros muchos, por François Perroux.

2. El caso singular del Japón

Un caso singularmente relevante es el del Japón, país perteneciente al Tercer Mundo hace años, que ahora se ha convertido en una nación, al mismo tiempo rica y desarrollada y constituye, a este respecto, un gran ejemplo a imitar por los países menos favorecidos, no precisamente por las razones por las que es observado con favor y complacencia por los medios liberales (empresas sin sindicatos, sin derecho a huelga ni contestación política) sino porque este país ha sabido desarrollarse según una vía original hacia el progreso, y sin abandonar su personalidad. El hecho de haber sido, en torno al año 1870, el único país políticamente estructurado y poseedor de un buen nivel técnico que no hallábase integrado en la red de intercambios internacionales puestos en funcionamiento por la revolución industrial, ha constituido para éste una ventaja.

Después de 1945, los japoneses han desarrollado su estrategia apoyándose en dos reglas fundamentales: 1) no importar los productos que no sean indispensables para el crecimiento de la industria local, 2) no importar los productos que existan o puedan producirse “in situ” -aunque sean más caros-. Gracias a este proteccionismo puntual, tendente a asegurar la independencia económica y política nacional, la industria japonesa, habiendo asegurado la reconquista de su mercado interior, ha podido lanzarse al copo del mercado mundial con el éxito que ya conocemos. Ello demuestra que el desarrollo autoconcentrado no resulta incompatible, a la larga, con una expansión de los intercambios exteriores.

En Japón no existen incentivos a la exportación como en Occidente. Las ayudas se basan sobre todo en la racionalización de las estructuras productivas y en la investigación y el desarrollo. De hecho, las exportaciones niponas se concentran y son preponderantes en una gama de productos competitivos innovados y reinventados sin cesar [56]. El conjunto de su sistema comercial está articulado en estructuras económicas internas: del lado de los flujos de entrada, asistimos a un verdadero cierre de las importaciones por la vía de los circuitos de distribución que actúan como monopolios importadores; del lado de los flujos de salida, la gran fortaleza de la economía japonesa reside en la extrema concentración de los canales de exportación.

El proteccionismo nipón toma diversas formas: barreras tarifarias (aranceles elevados), no tarifarias (el dango en materia de mercados públicos, particularmente denunciado por USA, el dumping comercial, ...), las regulaciones técnicas y los procesos de certificación que acrecientan la opacidad del mercado. Genéricamente, es posible afirmar que la mentalidad japonesa privilegia los productos y servicios nacionales mientras condena al ostracismo los bienes o prestaciones cuya naturaleza, calidad o reglamentación son diferentes a su concepción tradicional. 

Japón es la única superpotencia económica asiática y en el futuro,  previsiblemente, mantendrá su posición hegemónica. Como el primer país asiático que se industrializó y el acreedor más grande del mundo, tiene ventajas que no comparte con ninguna otra economía asiática. Sus altos niveles educativos y sus enormes reservas de capital lo convierten en un país mejor equipado -quizá mejor aún que cualquier país occidental- para la economía basada en el conocimiento que se impondrá en el siglo recién iniciado. Y, sin embargo, se enfrenta a una crisis financiera y económica que pone en juego la existencia misma de una economía japonesa distintiva.

Hay que ser conscientes de que, sin una solución para los problemas económicos japoneses, la crisis asiática sólo puede empeorar. En ese caso, la economía mundial corre el riesgo de seguir a Japón en su declive angustioso hacia la deflación y la depresión. En este momento, Japón enfrenta la caída de la ventaja competitiva de sus precios y la reducción de su actividad económica en una escala similar a la que se enfrentaron los Estados Unidos y otros países en los años treinta. A menos que la depresión sea superada en Japón, las perspectivas de que el resto de Asia y el mundo logren evitarla son muy frágiles.

De todas maneras, las recetas occidentales para resolver los problemas económicos japoneses resultan, a nuestro juicio, una mezcla incongruente y contradictoria. Hoy por hoy, como en el pasado, las organizaciones transnacionales insisten en que Japón debe reestructurar sus instituciones financieras y económicas de acuerdo a los modelos occidentales, y más exactamente, a los estadounidenses. Según tan sabias formulaciones, la solución a los problemas económicos japoneses es la norteamericanización indiscriminada. En la lógica de este análisis interesado de las circunstancias asiáticas, Japón resolverá sus dificultades económicas sólo a condición de que deje de ser “japonés”. En ocasiones, esta idea se expone sin rodeos ni tapujos. Como señaló, aprobatoriamente, un escritor de una revista neo-conservadora norteamericana: "Estados Unidos dispone del FMI para realizar el trabajo del Comodoro Perry".

El resultado de una política así definida, de occidentalización forzada, no sería sólo el de extinguir una cultura única e irremplazable (cosa que a algunos ya les va bien). Se destruiría también la cohesión social que ha corrido pareja con los extraordinarios logros económicos japoneses del último medio siglo, y dejaría sin resolver la crisis deflacionaria que Japón enfrenta en este momento.

Los gobiernos occidentales exigen que Japón -y al parecer sólo Japón, entre las economías industriales avanzadas- adopte políticas keynesianas. El consenso occidental afirma que Japón debe cortar impuestos, expandir los empleos públicos y administrar vastos déficits presupuestarios. Al mismo tiempo, las organizaciones transnacionales occidentales piden que Japón desmantele el mercado laboral, que aseguró el completo acceso al empleo de los últimos cincuenta años. Si Japón accediera a estas solicitudes, el resultado sólo podría ser la importación de los insolubles dilemas de las sociedades occidentales, sin resolver, a sensu contrario, ninguno de los problemas propios del país.

Si Japón importase los niveles occidentales de desempleo masivo, estaría obligado a establecer un Estado benefactor al estilo occidental. Pero los gobiernos occidentales están reduciendo el Estado benefactor sobre la base de que ha creado una cierta “subclase antisocial”. Una vez más, pues, se le pide a Japón que importe problemas que ninguna sociedad occidental está cerca de resolver [57]

ni siquiera excesivamente dispuesta a ello.

 

X. La globalización y el euro

1. La desaparición del control del tipo de cambio

            Una vez adoptada ya la moneda única en la mayor parte del territorio de la Unión Europea (concretamente, en doce de los quince países que la componen, a saber: España, Alemania, Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Grecia, Holanda, Italia, Irlanda, Luxemburgo y Portugal), a partir del año 2002, veamos que el coste económico más importante de la Unión Económica y Monetaria (UEM) es la pérdida del tipo de cambio nominal como instrumento de la política económica nacional. En este sentido, anteriormente, el tipo de cambio era utilizado de dos formas diferentes, a saber:

a)                       Como vía de restauración de la competitividad exterior perdida debido a una mayor inflación. Hasta mediados de los años ochenta del siglo que acaba de expirar, por ejemplo, la crónica mayor inflación que experimentaba la economía española y que deterioraba la capacidad exportadora de las empresas, se contrarrestaba, en gran medida, por medio de un paulatino retroceso en el tipo de cambio de la peseta. De hecho, en una zona monetaria única, el concepto de inflación regional o nacional deja de ser relevante; pero resulta cierto que si dicha región -o Estado- mantiene una tasa de inflación regularmente superior a la media circundante, esta pérdida de competitividad ya no podrá ser compensada por medio de una devaluación de su moneda nacional.

b)                         Como instrumento para contrarrestar las crisis regionales específicas. Si una economía, por ejemplo, está especializada en un sector determinado (construcción naval, industria química, agricultura, turismo, etc.) y por razones coyunturales la demanda global de dicho sector cae, provocando una crisis o shock diferencial específico en dicha área, la devaluación del tipo de cambio permitía un descenso de los precios de exportación (y un aumento de los de importación) y facilitaba, por consiguiente, el ajuste a la crisis. Algo parecido sucedía cuando el shock era de oferta, es decir, cuando una economía muy dependiente de algún bien o servicio exterior (p.e., del petróleo o del gas natural) se encontraba con un súbito encarecimiento del mismo; entonces, su posición competitiva, frente a otras economías menos dependientes de aquella importación, se deterioraba. Pues bien, la revaluación de la moneda era una forma clásica y eficaz de restaurar la competitividad perdida [58]

Así pues, la desaparición del tipo de cambio, como último recurso frente a la pérdida de competitividad exterior, no deja de ser un riesgo relevante. En nuestro país, sin ir más lejos, la fortaleza de la peseta que se produjo entre los años 1987 y 1991, en un contexto de crecientes desequilibrios internos, acabó con una abrupta devaluación de la divisa española, que en pocos meses pudo recuperar el nivel de cambio real previo a la etapa de fortaleza. Dicha devaluación pudo devolver la competitividad perdida a las empresas, tanto a las exportadoras como a las dependientes del mercado interior, anteriormente perjudicadas por las importaciones que se realizaban a bajos precios. De no haberse empleado dicho instrumento tradicional de la política económica, la destrucción del tejido industrial hubiese sido irreparable, planteándose todavía hoy el interrogante de si los agentes económicos hubiesen actuado de forma coherente con la lógica de la unión monetaria, reduciendo rentas, ajustando costes y estabilizando el desequilibrio de las finanzas públicas. Complementariamente, la posterior recuperación de la actividad económica apoyóse justamente en las exportaciones, aprovechando la baja del tipo de cambio peseta/dólar, de tal suerte que, en ausencia de la expresada devaluación, es de suponer que la reactivación de la economía se hubiera producido mucho más lentamente y con un coste social, en términos de empleo, bastante más elevado.

Puestos a filosofar cabe preguntarse, en fin, qué hubiera sucedido, en esta etapa relativamente reciente de la historia económica española, de haber estado ya integrados en la UEM y que los agente económicos no se hubiesen adaptado a las consecuencias de la mencionada pérdida de competitividad. La conclusión, aunque hipotética, es pesimista sobre el comportamiento de una economía que, como la española por aquellas fechas, era incapaz de sobrevivir por sí misma a la crisis sin la facultad de utilizar estas medidas cambiarias.

En cualquier caso, debemos reconocer un elevado grado de subjetividad en el pesimismo al que nos acabamos de referir. Lo contrario sería conceder excesiva importancia a lo que pudiéramos denominar “política-ficción” o, aún mejor, “economía-ficción”. Y es que los problemas de identidad han suscitado, incluso, caldeadas discusiones teológicas a lo largo de la Historia. Así, en el capítulo quinto del tratado De omnipotentia de Pier Damiani, por ejemplo, su autor sostiene, contra Aristóteles y contra Fredegario de Tours, que Dios puede efectuar que no haya existido lo que fue alguna vez. También en la Summa Theologica de Tomás de Aquino se niega que Dios pueda hacer que el pasado no se haya producido (en contradicción aparente con su omnipotencia), aunque nada se dice de la intrincada concatenación de causas y efectos. Modificar el pasado no es simplemente modificar un solo hecho acaecido: es anular también sus consecuencias, que tienden a ser numéricamente infinitas. O sea: es crear dos historias universales diferentes [59].

Somos conscientes, en definitiva, que la problemática expuesta, que puede tener gran incidencia en muchos países de nuestro entorno regional, no deriva directamente de la globalización económica, sino de la creación de la UEM y de la incapacidad de los Bancos centrales de modelar la política de cada país miembro frente a los avatares internos y externos. Pero constatamos, no obstante, que la desaparición de dichas facultades de regulación y control puede ocasionar gravísimos problemas en un mundo globalizado, con un comercio internacional de bienes, servicios y productos financieros mucho más intenso que el registrado hasta nuestros días.

2. ¿Un futuro más optimista para el euro?

Según John Gray, profesor de Política en la Universidad de Oxford y colaborador de The Guardian y del Times Literary Supplement, una moneda única no le permite a la Unión Europea aislarse de los mercados mundiales; pero sí crear un poder económico capaz de negociar en términos de igualdad con los Estados Unidos. Si todos los actuales miembros de la UE se integran de manera definitiva al proyecto (ahora mismo sólo hay doce de quince), la zona del euro o “Eurolandia” será la más vasta economía del mundo. El euro tendrá entonces la capacidad de disputar al dólar estadounidense el sitio de la divisa dominante. Si el euro se establece en el futuro como una moneda confiable, un colapso del dólar (por otra parte no deseable) se vuelve más que una probabilidad. Si sigue adelante, el euro traerá el tiempo en el que Estados Unidos ya no será capaz de prosperar como el deudor más grande del mundo. Con el tiempo, quizá bastante rápido, seguirá de modo inexorable un cambio en el equilibrio del poder económico mundial.

Es cierto, no obstante, que aún no están puestas las condiciones internas para el éxito de la nueva divisa. Bajo un régimen de tasa de interés única, algunos países y regiones languidecerán mientras otros prosperan. En la Unión Europea no existen las condiciones que han permitido a los Estados Unidos adaptarse a estas divergencias. En el presente, Europa carece de una movilidad laboral extendida en el continente y no tiene mecanismos fiscales para evitar los grandes charcos de desempleo que empapan las regiones deprimidas de Europa.

Con el euro en operación, empero, las instituciones europeas estarán obligadas a remediar estas fallas. Se verán forzadas a desarrollar políticas que le permitan a la economía responder, de un modo más flexible, a los imperativos y constreñimientos de un régimen de moneda única.

Debe tenerse en cuenta que la moneda única no puede aislar a Europa de las presiones competitivas -cada vez más intensas- que surgen de procesos globalizadores que vienen de siglos. Probablemente, mucho tiempo después de que el laissez faire global haya pasado a la historia, Europa todavía necesitará encontrar su sitio en un mundo alterado, de modo irreversible, por la industrialización.

La moneda única tampoco puede proteger a Europa de las consecuencias del colapso económico en los países vecinos. Si Rusia se hunde en el caos después del colapso del rublo, puede que no sea inmanejable el impacto económico directo sobre los países de la Unión Europea. El impacto político y social sería considerable. ¿Cómo podrán algunos países, como Polonia, enfrentar el riesgo de amplios movimientos de población cruzando sus fronteras al este? ¿Cómo afectaría una crisis de refugiados, a tan gran escala, a la estrategia de la Unión Europea de ampliarse hacia el este?

La moneda única será de poca ayuda para Europa al ocuparse de semejantes problemas. Pero le da una poderosa ventaja a la Unión Europea para responder a la crisis más vasta del laissez faire global. Si el mercado mundial comienza a caerse en pedazos bajo presiones que ya no pueda contener, Europa será el más grande bloque económico del mundo. Su tamaño y su riqueza le permitirán presionar a favor de las reformas que limiten la movilidad del capital. Si el euro sobrevive al torbellino de los años por venir, su posición de pivote fortalecerá la voz de Europa pidiendo la regulación del comercio especulativo en las divisas. Incluso en el caso de una depresión global, como aquella de los años treinta, los efectos sobre Europa podrían ser menos severos que en Estados Unidos o en los países de Asia.

Reparemos en que el libre mercado nunca tuvo en Europa la posición de mando que ha ejercido algunas veces en los países de habla inglesa. Por ello, no resulta inconcebible que la Unión Europea tomara el liderazgo en la construcción de un nuevo marco para la economía mundial al despertar del colapso del laissez faire global [60]

 

Notas

[47] Vide la obra de S. HUNTINGTON (1998), citada en la bibliografía.

[48] Vide S. HUNTINGTON, The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order. Touchstone Books. London, 1998., p. 312 y ss.

[49] Vide la obra de F. HAYEK (1960), citada en la bibliografía.

[50] Vide I. KANT, “Idea for a Universal History from a Cosmopolitan Point of View”, citado en On History, trad. L. W. Beck: McMillan. New York, 1963 (1784), pp. 11-26.

[51] Vide J. GRAY, Falso...

[52] Vide Ch. BUHOUR, Le commerce...

[53] Vide O. PIULATS,  Revista “Integral”. Noviembre, 1995.

[54] Vide J. M. FRANQUET, Con el agua al cuello (55 respuestas al Plan Hidrológico Nacional), Ed.: Littera Books, S.L. Barcelona, 2001, p. 29 y ss.

[55] Vide F. GARCÍA MORALES,  Los límites de la globalización.

[56] Vide C. VADCAR, Actualités du Commerce Extérieur, nº: 2, marzo-abril de 1994.

[57] Vide J. GRAY, Falso...

[58] Vide J. ELÍAS, El desafío de la moneda única europea. Servicio de Estudios de “La Caixa” (Caja de Ahorros y Pensiones de Barcelona). Barcelona, 1996.

[59] A estas consideraciones relativistas se podría añadir otra: no hay nada seguro bajo la capa del sol. Incluso una línea perfectamente recta, tal como sostuvo en su momento Nicolás de Cusa, no es más que el arco de un círculo de diámetro infinito (Vide J. M. FRANQUET, L’immortal i altres poemes. El autor. Tortosa, 1993).

[60] Vide J. GRAY, Falso...

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