¿PORQUÉ LOS RICOS SON MÁS RICOS EN LOS PAÍSES POBRES?
Tercera parte

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JOSÉ MARÍA FRANQUET
Prólogo de Frederic Borràs i Pàmies

2002 

Falacia o modernidad de la globalización económica

 

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 A los jóvenes de hoy y, particularmente,

a mis hijos Josep Maria y Elisenda,

que ya están lidiando con este mundo globalizado.

 

PROLOGO

I.                     Algunos conceptos previos

1.        La idea definitoria de la “globalización económica”

2.        Homogeneización normativa y estatuto empresarial

3.        La panacea liberal del comercio internacional

4.        Algunas ideas de J.M. Keynes

 

II.                   Las supuestas bondades de la libertad de comercio

1.        El origen político del comercio internacional

2.        Las fuentes del movimiento librecambista

3.        El fracaso de los viejos y nuevos modelos

 

III.                 Las viejas teorías de David Ricardo

1.        Los modelos de las ventajas absolutas y relativas

2.        Las barreras interpuestas al libre comercio internacional

3.        La protección a la agricultura

 

IV.                La paradoja competitiva del modelo ricardiano

1.        El pensamiento económico de los clásicos

2.        Las limitaciones del comercio internacional

 

V.                  El gran desengaño librecambista

1.        La falacia de la “solidaridad internacional”

2.        El fomento del fraude a escala mundial

3.        El fracaso del libre mercado global

4.        Los problemas que plantea el comercio internacional

5.        La protesta actual contra la libertad de comercio

 

VI.                Las instituciones financieras internacionales

1.        La ya lejana experiencia de Bretton Woods

2.        El rol pasado y presente de estas instituciones

3.        El futuro de estas instituciones

4.        La última ronda de negociaciones comerciales internacionales

 

VII.              Internacionalización y tradición liberal

 

VIII.            Las empresas multinacionales y el comercio internacional

1.        Los efectos discutibles de la multinacionalización

2.        Los costes medioambientales

 

IX.                Las naciones del mundo ante el nuevo orden

1.        La situación de los diferentes países

2.        El caso singular del Japón

 

X.                  La globalización y el euro

1.        La desaparición del control del tipo de cambio

2.        ¿Un futuro más optimista para el euro?

 

XI.                La tasa Tobin. ¿Una incipiente solución para el futuro?

1.        Definición y objetivos de la tasa

2.        Las críticas de los monetaristas o neocuantitativistas

3.        El futuro de la aplicación de la tasa

 

XII.              Un ejemplo relevante: la situación de los frutos secos españoles ante el comercio mundial

 

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA Y FONDOS DOCUMENTALES

 


 

V. El gran desengaño librecambista

1. La falacia de la “solidaridad internacional”

Por desgracia, el tiempo y la praxis largamente experimentada del comercio internacional se han encargado de demostrar que la libertad de circulación de las mercancías, llevada a sus últimas consecuencias, no ha servido -en ningún caso- para proporcionar beneficios relativos a los países menos desarrollados, sino más bien al contrario: se ha venido acentuando, como es bien sabido, la diferencia entre los países ricos y los países pobres, derivándose hacia una preocupante situación en la que se han hecho todavía más acusadas las diferencias de renta y de riqueza entre los pueblos del orbe. El gran argumento consistente en el fomento -a través del comercio- de la solidaridad hacia los países menos favorecidos, se derrumba estrepitosamente al comprobar los resultados obtenidos. De este modo, según las últimas apreciaciones estadísticas internacionales, son ahora más ricos los ricos de los países pobres (unas cuantas grandes multinacionales en ellos establecidas que, con costes de producción bajísimos, exportan a los países del primer mundo, beneficiándose ellas solamente) y más pobres los pobres de los países ricos (básicamente los agricultores y pequeños industriales, que ven sometidas sus producciones a la competencia desleal de las de otros países con normativas medioambientales, explotación de la mujer, trabajo infantil y cargas fiscales y sociales bajísimas o incluso inexistentes).

Y así, veamos que [33], en relación a la pretendida reducción de la pobreza en el mundo, la situación actual señala un claro retroceso: mientras que la renta per capita se sitúa cerca de los 25.000 dólares anuales, en 49 de los países menos avanzados (más de 34 de ellos pertenecientes al continente africano) apenas se alcanzan los 900 dólares y sólo reciben el 5% de las inversiones directas mundiales.

La apertura de los mercados, mediante mecanismos de desregulación y eliminación de aranceles, también ha traído consecuencias muy contradictorias. Por un lado, es cierto que se abren las puertas para que los productos de los países pobres puedan venderse en los países ricos; pero aunque las puertas estén abiertas, la competencia es tan feroz y las desigualdades de condiciones para competir tan grandes que, en la práctica, en la última década muchos países pobres perdieron mucho terreno en el comercio internacional. El grueso de los países pobres, siguiendo “sabios” consejos de organismos internacionales y más o menos sutiles presiones diplomáticas, abrió sus mercados eliminando barreras de importación y bajando aranceles para estimular el libre comercio, lo que constituye la piedra angular del nuevo modelo de economía global. Sin embargo, una mirada somera a algunos datos recientes muestra que, para los países en desarrollo, este proceso significó una pérdida de oportunidades económicas del orden de 500 mil millones de dólares anuales, o sea, diez veces más de lo que recibieron en ayuda exterior.

El significado inmediato de esto es que, como resultado de tantos mercados abiertos, los países más ricos se hicieron todavía más ricos. Hoy el 20% de la gente más rica del mundo recibe por lo menos 150 veces más el ingreso del 20% más pobre del mundo. Los índices de Gini y de Lorenz, a escala mundial, ofrecen una desigualdad insultante y creciente en la distribución de la renta y de la riqueza. Está claro que la apertura comercial sólo ha beneficiado a los que estaban en capacidad de competir y exportar. En América Latina, por ejemplo, la apertura significó un deterioro en la balanza comercial para el conjunto de los países y la ruina para alguno de ellos, como Argentina. Por primera vez al cabo de una década, la balanza comercial de estos últimos años arrojó saldos negativos, con un déficit superior a los 10.000 millones de dólares para el conjunto de los países de la región. Este desfase hubiera sido aún mayor de no haber tenido Brasil un superávit de 15.700 millones de dólares [34]

2. El fomento del fraude a escala mundial

            La globalización de la economía puede conducir, paradójicamente, a un cierto proteccionismo o fomento del fraude fiscal y social a nivel internacional, o incluso a un rebajamiento de las diferentes normativas protectoras del entorno ambiental, que resulta absolutamente intolerado y perseguido en el propio país. Vamos a poner un ejemplo ilustrativo del anterior aserto. Una zapatería que no pague impuestos estatales o locales ni cotizaciones sociales de sus empleados, a los que remunere por debajo de lo establecido en el vigente Convenio Colectivo Sindical, siempre podrá vender el calzado a un precio muy inferior al de la zapatería vecina (en la misma ciudad o calle) que cumpla escrupulosamente con sus obligaciones fiscales y laborales, y ello sin necesidad alguna de ser mejor comerciante minorista o de controlar mejor otros aspectos competitivos del negocio. Por ello también, sólo tiene sentido hablar de la “especialización productiva” y de la “libertad de comercio” cuando se parte de grupos productores sometidos a las mismas reglas del juego (inmersos dentro de los grandes espacios económicos internacionales más o menos homogéneos, como es el caso de la Unión Europea) pero jamás entre grupos dispares en cuanto a su situación económica y normativa. En definitiva: sólo se puede competir sin restricciones partiendo de unas condiciones razonables de igualdad, como sucede en el deporte, en la política o en el acceso a la función pública: no se puede jugar al póker con las cartas marcadas, o acudir a unas oposiciones libres sabiendo cuales serán los temas del examen, o emprender una campaña electoral copando todos los espacios televisivos, o bien empezar un partido de fútbol con un resultado de 2-0 a favor de alguno de los contendientes, o tampoco iniciar una carrera atlética con 50 metros de ventaja (como en su día, según la vieja fábula, le diera Aquiles a la tortuga).

            Frente a un obrero dócil y adocenado de un país del Tercer Mundo, que trabaja sesenta horas semanales, que acepta sin rechistar horas extraordinarias y condiciones de escasa seguridad, que no está sindicado, que desconoce el derecho de huelga y las vacaciones, que no cotiza cuota sindical alguna y que es pagado de diez a veinte veces menos que un obrero occidental, se alza éste que, pese a ser altamente productivo?, jamás llegará a compensar tales diferencias de coste salarial. Para todos los productos (bienes y servicios) que incorporen esencialmente trabajo y que se miden con la competencia y con las importaciones, el elemento determinante para competir es el precio final y éste hállase íntimamente ligado a los costes de producción, que serán mucho más elevados en Occidente. Con ello, las consecuencias serán bien claras: el crecimiento del desempleo y el aumento de las diferencias de renta entre los asalariados expuestos a la competencia (primordialmente los trabajadores no cualificados) y aquellos otros no expuestos, competitivos y que producen mayoritariamente bienes exportables [35]. Pensar, por último, que la promoción a ultranza de la investigación y el desarrollo -así como de la cualificación de los trabajadores de los países avanzados para marcar diferencias inalcanzables en innovación tecnológica con los más desfavorecidos- constituye la solución taumatúrgica y permanente a la problemática anteriormente apuntada, se nos antoja más un puro ejercicio de romanticismo económico (si es que ambos términos, sustantivo y adjetivo, resultan de algún modo compatibles) que una manera realista y efectiva de afrontarla.

            Parece lógico colegir, pues, que los productores nacionales necesitan protección porque otros países competidores utilizan mano de obra barata en el proceso productivo del bien o del servicio de que se trate. Ciertamente, hay que tener en cuenta que la mano de obra extranjera es también menos productiva, aunque no tanto, casi siempre, como para compensar su menor coste. Y lo que es peor: sus condiciones laborales son, con gran frecuencia, infrahumanas y sometidas a un auténtico y escandaloso dumping social. Por cierto, que no resulta preciso, para nosotros, acudir a ejemplos distantes desde el punto de vista geográfico: es suficiente con analizar las condiciones laborales de algunos colectivos magrebíes, adscritos a actividades de agricultura intensiva basada en cultivos forzados bajo plástico, en ciertas regiones meridionales españolas.

            La consecuencia más importante y, sin duda alguna, la menos evidente de nuestro comercio con los países en desarrollo, no es tanto el impacto sobre el paro como la quiebra de nuestra sociedad en dos partes cada vez más alejadas en términos de renta: empobrecimiento de los asalariados afectados por la competencia y mantenimiento del nivel de vida de aquellos empleados en sectores competitivos y exportadores, o aquellos con empleos protegidos (caso, v. gr., de los funcionarios públicos). P.N. Giraud [36] lo expresó claramente en los siguientes términos: “Hoy en día, el librecambio creciente con los países con los salarios bajos y escasa capacidad tecnológica no conduce necesariamente al desempleo masivo en los países ricos, sino a la reapertura de las escalas de ingresos primarios y a crecientes desigualdades acompañadas de una polarización de la sociedad en dos grupos: los competitivos y los protegidos. Los segundos dependen para sus rentas del número y la competitividad de los primeros. Se trata de un clientelismo, en el sentido romano del término, que tiende a instaurarse entre los dos grupos, a pesar de la mediación de los mercados y del Estado. Es la existencia misma de las clases medias, en los países ricos, la que está amenazada. Clases, sin embargo, que el capitalismo del siglo XX había no solamente engendrado, sino sobre las que había basado su propio desarrollo”.

            En cualquier caso, se observa que, ante el crecimiento del desempleo y la aparición de crisis económicas cíclicas en los países avanzados, la tentación de efectuar un repliegue por grandes bloques regionales es grande, imponiéndose el argumento de que sólo se puede comerciar con países que respeten las mismas o parecidas reglas del juego. Es ésta la opinión que condujo a Francia y a los Estados Unidos a solicitar, en la conferencia de Marrakech, acaecida en abril de 1994, la inclusión en los acuerdos fundacionales de la OMC de una cierta “cláusula social” [37] para combatir el dumping social, aunque, por el momento, los países del Tercer Mundo forman un frente de rechazo unido a dicha proposición, alegando que el desarrollo económico y los intercambios comerciales es lo que les permitirá, a priori, mejorar la situación de los trabajadores e inducir la desaparición del trabajo infantil. Hay que reconocer que, al menos hasta la fecha, sólo los USA subordinan su política comercial al respeto -por los demás- de los derechos fundamentales de los trabajadores.

3. El fracaso del libre mercado global

            Por el contrario, el librecambismo a ultranza se apoya en afirmaciones dogmáticas y jupiterinas como la que sigue (debida, por cierto, al premio Nobel P.A. Samuelson, uno de los grandes precursores del ultraliberalismo actual): “El fomento de un comercio más libre se apoya en la creciente productividad posible mediante la especialización internacional, de acuerdo con la ley de los costes comparativos, que permite una mayor producción mundial y un nivel más alto de vida en todos los países. El comercio entre países de distintos niveles de vida resulta especialmente provechoso para todos ellos” [38]. Con independencia de que la cruda realidad se ha encargado de desmentir tamaña aseveración, ¿se imaginan ustedes lo absurdo de la situación que se crearía de aplicar esos principios dentro de un mismo país, dejando al libre albedrío de los productores y comerciantes la facultad de reajustar sus costes (fiscales, sociales, medioambientales y laborales) a la baja al objeto de poder así competir mejor entre ellos?.

            Posiblemente, la caída del muro de Berlín en 1989, que se produce justamente doscientos años después del triunfo de la Revolución Francesa, nos muestra la imagen aparentemente definitiva del triunfo, casi sin restricciones, del capitalismo liberal a escala planetaria, junto con el comienzo de un nuevo siglo y de un nuevo milenio. Dicha sensación, según el Prof. Víctor Pérez-Díaz [39], ha podido resultar acrecentada por la euforia económica cíclica de los últimos años en las economías capitalistas avanzadas, al tiempo que se despertaba de la pesadilla de las economías sometidas al yugo de la planificación central, experimentada en los denominados “países emergentes” pertenecientes al antiguo bloque socialista popular. Incluso parece significativo de este clima de euforia el hecho de que las mayores turbulencias económicas de los últimos tiempos puedan ser amablemente consideradas como asuntos menores o como meros blips o “incidentes”. Según The Economist: “... the emerging markets crash of the late 1990s, which once appeared to endanger the global economy, will son be regarded as a mere blip in the ongoing “Asian miracle” (5 de abril de 2000, pág. 13). Y en The Wall Street Journal Europe, Thomas Weber nos informa de cómo son debatidas y analizadas en los campus universitarios norteamericanos las pasadas dificultades experimentadas en los mercados asiáticos y por las empresas de alta tecnología: “but their decline is ultimately dismissed as a blip in the Net’s upward trajectory” (10 de abril de 2000, pág. 29).

            Entre las organizaciones transnacionales hay signos efímeros de que el fundamentalismo del libre mercado comienza a cuestionarse. A veces se critica el dogma de que el capital debe tener una movilidad sin restricciones, y de posturas similares a las del "consenso de Washington". Sin embargo, el libre mercado anglosajón permanece como el modelo o patrón para las reformas económicas en todas partes. La idea de que la economía mundial debe ser organizada como un solo mercado universal, no ha sido aún desafiada.

Pienso sinceramente que el libre mercado global es un proyecto que estaba destinado a fracasar. En esto, como en muchas otras cosas, se parece demasiado a ese otro experimento de una ingeniería social utópica: el socialismo marxista. Ambos movimientos estaban convencidos de que la meta del progreso humano debe ser una civilización única. Cada uno negaba que una economía moderna pudiera presentarse en muchas variedades bien distintas y multiformes. Cada uno estaba dispuesto a pagar un alto costo en términos de sufrimiento humano para imponer su visión única y providencial del mundo. Cada uno se ha envarado ante las necesidades humanas vitales. Cada uno le negaba al otro el pan y la sal. Por todo ello, ambos están condenados al fracaso.

De acuerdo con la ideología del fundamentalismo de libre mercado que ha invadido al mundo desde que Ronald Reagan en USA y Margaret Thatcher en el Reino Unido la promovieron a principios de la década de los ochenta, los mercados competitivos no se equivocan, o al menos producen resultados que no pueden mejorarse a través de la intervención de instituciones y políticas ajenas al mercado. Se supone que los mercados financieros brindan prosperidad y estabilidad y lo hacen, en mayor medida, si se encuentran libres de interferencias gubernamentales en sus operaciones y no tienen control ni restricción alguna sobre su alcance global. Nos recuerda aquella vieja máxima de que “Brasil funciona de noche, cuando los políticos están durmiendo”.

Sin embargo, la crisis actual ha mostrado que esta ideología del fundamentalismo de mercado es incorrecta. La ideología de libre mercado asegura que las fluctuaciones en las acciones y los flujos de crédito son aberraciones pasajeras que pueden no tener impacto permanente en los fundamentos económicos. Si se dejan por sí solos, se supone que los mercados financieros pueden actuar a largo plazo como un péndulo, siempre oscilando en dos sentidos para buscar el equilibrio; aunque podría demostrarse que incluso la noción de equilibrio es falsa. Los mercados financieros son inherentemente y esencialmente inestables y siempre lo serán: se dan a los excesos, y cuando una secuencia de apogeo y depresión va más allá de un cierto límite, transforma los fundamentos económicos que, a su vez, no pueden volver al lugar donde se encontraban al comienzo. En lugar de actuar como un péndulo, los mercados financieros pueden actuar como una esfera gigante y demoledora que oscila de un país a otro y destruye todo lo que se cruza en su trayectoria.

El problema es, con seguridad, que los mecanismos internacionales para la gestión de las crisis son excesivamente inadecuados. La mayoría de los líderes, en Europa y Estados Unidos, se preocupan por la manera en que sus países podrían protegerse del contagio financiero global. Pero el problema a escala global es mucho más amplio e históricamente más importante. Aunque las economías de Occidente y sus sistemas bancarios sobrevivan a la presente crisis sin sufrir demasiados daños, los de la periferia ya se han visto muy afectados [40]

4. Los problemas que plantea el comercio internacional

Básicamente, dichos problemas estriban en que este comercio no beneficia por igual a todos los países. En efecto:

Ø        El mundo no está constituido por países de igual nivel tecnológico ni productivo, sino que más bien existe un mundo desarrollado (centro) y otros países subdesarrollados (periferia).

Ø        El coeficiente de elasticidad-renta de la función de demanda de los productos manufacturados es mayor que la de los productos primarios, que tienden a clasificarse como bienes inferiores o de primera necesidad.

Ø        Para obtener los mismos bienes manufacturados, es preciso intercambiar cada vez mayores cantidades de productos primarios. A principios del siglo XX, en nuestro país, valían lo mismo 1 kg. de trigo que 1 kg. de harina que 1 kg. de pan. Justo un siglo después, las diferencias de precios, como puede comprobarse, resultan abismales, con especial perjuicio para los colectivos situados en ambos extremos de la cadena: el agricultor cerealista y el consumidor.

          Las conclusiones que se obtienen de este grupo de ideas son las siguientes:

Ø        El comercio internacional beneficia más a los países desarrollados que a los no desarrollados, con lo que tiende a incrementar las desigualdades de partida.

Ø        Los aumentos de renta, a escala mundial, dan lugar a una demanda creciente de bienes manufacturados y decreciente de productos primarios, y las bajas cotizaciones de éstos van a perjudicar a los productores de bienes primarios (agricultores y ganaderos) que, aparte de ejercitar una importante labor de conservación y mantenimiento medioambiental, no suelen ser, precisamente, las clases más favorecidas de la Sociedad.

Esta presión de los países no desarrollados dio lugar a la creación de la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo), cuyo objetivo estribaba en basar el intercambio internacional no sobre la igualdad sino sobre la preferencia. Tuvo dicha institución una vida activa en los años sesenta-setenta del pasado siglo, en la búsqueda de nuevas fórmulas que permitiesen apoyar los procesos de desarrollo del tercer mundo. Su realización más destacada ha sido el Sistema de Preferencias Generalizadas, en virtud del cual los países desarrollados conceden preferencias arancelarias, por listas de productos, a los países en vías de desarrollo.

Por último, veamos que las famosas ventajas comparativas son cambiantes y generan difíciles procesos de ajuste. El concepto ricardiano de “ventaja comparativa o relativa”, al que nos hemos referido con anterioridad, es un modelo estático; su núcleo principal subraya que la mayor producción obtenida en la fabricación de una serie de bienes decidirá el patrón comercial de cada país. Pero las ventajas comparativas cambian con el tiempo al variar los recursos o factores de producción disponibles en cada país, en especial el capital y la técnica; así, véase como la técnica computerizada alcanza gran importancia y concedió ventajas importantes a los países más volcados en su desarrollo, como el Japón. Como se observa, las ventajas comparativas han experimentado cambios substanciales, dando como resultado modificaciones importantes en los flujos comerciales.

5. La protesta actual contra la libertad de comercio

La situación de concienciación respecto de la problemática que plantea la libertad de comercio cambió radicalmente a raíz de los sucesos que tuvieron lugar en Seattle durante la reunión de la OMC. Alrededor de 50.000 personas de todo el mundo pertenecientes a Organizaciones No Gubernamentales, sindicatos, movimientos ecologistas, etc., se personaron en esta ciudad para protestar y manifestar su total rechazo a la liberalización del comercio mundial; la virulencia de las protestas y su importancia numérica acapararon la atención de todos los medios de comunicación de masas. Desde entonces, estos sucesos se han repetido en todas y cada una de las reuniones internacionales convocadas, ya sean de instituciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial, las Cumbres Europeas o bien foros más restringidos como el G-8, a los que nos referiremos en el apartado siguiente con mayor especificidad.

Han sido, pues, los acontecimientos ocurridos en Seattle los que han dado un gran protagonismo a la OMC, que hasta ese momento era una gran desconocida para la inmensa mayoría de los ciudadanos. Ahora, juzgamos conveniente contribuir al conocimiento de esta organización, cuya misión específica es tanto liderar la liberalización de los intercambios comerciales internacionales como defender y hacer cumplir las normas pactadas que regulan el comercio internacional.

Pero además de dar a conocer la OMC, también es importante comprender las razones que han impulsado estas manifestaciones de rechazo en contra de lo que esta organización representa y, por ello, debemos tratar de responder a la siguiente pregunta: ¿a qué razones responde esta contundente protesta contra la libertad de comercio?. A nuestro juicio, los motivos son muy diversos y en muchos casos opuestos, pero todos tienen un denominador común: la crítica a la creciente integración e interdependencia económica mundial que comúnmente denominamos «globalización». La liberalización en las relaciones económicas internacionales impulsada y liderada, también, desde estas instituciones económicas internacionales, ha derivado en la llamada «economía global», que es un entorno caracterizado por una gran libertad de flujos comerciales y financieros y por el desarrollo de grandes empresas multinacionales que controlan importantes cuotas de la producción mundial y de los intercambios internacionales.

Pues bien, ¿son ciertas todas estas acusaciones? A nuestro entender, la respuesta no es simple ni unívoca. El comercio internacional no es la causa que origina muchos de los problemas planteados, pero sí es cierto que la eliminación de los obstáculos que tradicionalmente han limitado los flujos comerciales, principalmente los aranceles, ha facilitado la afloración de muchos otros que hoy afectan, determinan e influyen en las corrientes comerciales. Los factores que determinan la capacidad de competir de las empresas en los mercados mundiales ya no dependen, en la misma medida que antes, del grado de protección que cada país tuviera establecido. Por el contrario, esta capacidad es el resultado tanto de factores intrínsecamente económicos y empresariales como, también, de los costes que las empresas deben asumir como consecuencia de la reglamentación que cada país establece para lograr otros fines que sus mismas sociedades exigen, como son la protección de los derechos laborales o la conservación del medio ambiente. Precisamente, la presión por salvaguardar la capacidad libérrima de competir de las empresas en los mercados internacionales es considerada cada vez más, por muchos colectivos, como la principal causa que impide un desarrollo más ambicioso de esos otros fines.

En el lado opuesto, los países en desarrollo entienden que los estándares impuestos para la preservación del medio ambiente o de los derechos laborales no son sino una excusa para limitar el acceso de sus productos a los mercados de los países ricos y exigen que no se les impongan normas que no pueden (o no quieren) cumplir. Demandan, por el contrario, que se les facilite su comercio para poder así potenciar su crecimiento y desarrollo económico y disminuir las diferencias de renta que entre países ricos y pobres han aumentado en los últimos años. Reclaman, también, que el comercio internacional debe ser un medio para resolver los problemas de desarrollo de los países más pobres, con cada vez mayores dificultades para lograr un crecimiento económico sostenido.

El debate, pues, es amplio y, además, contrapuesto según la óptica de las diferentes necesidades y prioridades de los países en función de su grado de desarrollo económico.

Pero esta protesta contra la mundialización de la economía no sólo no tiende a remitir sino, contrariamente, a acrecentarse. De este modo, veamos cómo Attac, a finales de Enero de 2002, irrumpió con fuerza en la todavía anestesiada escena preelectoral francesa con un mitin que duplicó, con creces, los cálculos más optimistas. Unas 6.000 personas apoyaron en París el lanzamiento del manifiesto de la organización antimundialización bajo el lema “es posible otro mundo”, decidida a influir en el debate como gran agitador de ideas. Unos 31.000 fieles seguidores avalan el peso creciente de Attac en Francia, donde el movimiento dirigido por Bernard Cassen e ideado hace cuatro años por el director de “Le Monde Diplomatique”, Ignacio Ramonet, es cortejado a derecha e izquierda.

El mismo día en que el infatigable Chevènement reunía a 1.200 leales para lanzar su “polo republicano” desempolvando viejos símbolos como la nonagenaria heroína de la resistencia Lucie Aubriac, Attac se reafirmaba como un gran outsider: “Queremos convencer a los ciudadanos de que los políticos actuales no son los únicos posibles y que somos centenares de millones de personas en todo el mundo en pensar así”, reza su proclama antiliberal. Mientras, confundido entre una inclasificable y entusiasta audiencia, el histórico líder trotskista Alain Krivine era una de las pocas figuras reconocibles de la asamblea que contó, sin embargo, con la relevante participación del premio Nobel de Literatura José Saramago [41]. 

                        A principios del mes de febrero del 2002, en fin, tuvo lugar el seminario que el World Economic Forum (WEF) celebra desde hace 31 años en la localidad suiza de Davos, pero que en esta ocasión tiene lugar en New York. La razón del cambio parece obvia: otorgar un respaldo moral y de confianza a la ciudad de los rascacielos tras la tragedia del 11-S-01. De hecho, el seminario se desarrolló en los salones del hotel Waldorf-Astoria, situado a cinco kilómetros escasos del lugar donde se asentaban las Twin Towers del World Trade Center. Sin embargo, dado lo que es y representa el WEF, todo un símbolo del capitalismo financiero y tecnológico global, la isla de Manhattan pareció una sede más apropiada que la tranquila Davos, adonde el seminario regresará el año que viene si no median circunstancias excepcionales. Para el año 2004 no hay sede prevista; mucho dependerá del grado de contestación callejera que hayan tenido las reuniones de este año y del próximo. Ciertamente, la policía de la gran urbe americana no dejó nada al azar, con 4.000 agentes y otros cuerpos de seguridad vigilando estrechamente el evento.

            El WEF reunió, un año más, a la flor y nata de las grandes corporaciones empresariales del mundo, así como a una constelación de líderes políticos encabezados por el canciller alemán Gerhard Schröder, el primer ministro canadiense Jean Chrétien o el propio Secretario de Estado norteamericano Colin Powell. Anteriormente, el Presidente Bush, en su discurso sobre el estado de la Unión, había instado a las empresas a que fueran más cuidadosas con los intereses de sus empleados y accionistas. El título del seminario en cuestión, “Liderazgo en tiempos frágiles: una visión para un futuro compartido”, no alumbra demasiado sobre el giro radical que han experimentado los acontecimientos políticos y económicos mundiales en los últimos meses.

            Curiosamente, como contracara del de Davos-New York, se produjo una coincidencia temporal con el II Foro Social Mundial que se celebró en Porto Alegre bajo el lema “Otro mundo es posible”, y es que el mundo es sólo uno, con sus endémicas injusticias y sus profundas desigualdades. Se inició con una multitudinaria marcha por las calles de Porto Alegre, colmada de militantes y representantes de numerosas organizaciones políticas, no gubernamentales y religiosas, que buscan articular una propuesta alternativa al neoliberalismo y que el año anterior culminaron la edición correspondiente con un documento que rechazaba el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA). El alcalde Tarso Genro afirmaba que “éste es un foro para un mundo sin guerras y sin violencia”, mientras que el dirigente campesino francés Josep Bové, quien el año anterior había destruido una planta de soja transgénica en el norte del mítico estado de Río Grande do Sul, en una de sus llamativas protestas, señaló que “este año llego como profesor. Sólo actuaré si los compañeros del MST (Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra) deciden efectuar alguna acción en concreto”.

            Dadas las circunstancias, las 14 sucursales de la multinacional Mac Donald’s desparramadas por la ciudad extremaron sus medidas de seguridad. Flotaba en el ambiente la conciencia de que los presidentes paradigmáticos del neoliberalismo en América Latina fueron Carlos Salinas de Gortari, Fernando Color de Mello, Alberto Fujimori y Carlos Menem. Todos ellos sin excepción, y con alguna colaboración ulterior, dejaron sus respectivos países mucho peor de lo que los encontraron y con numerosos escándalos de corrupción. Para el futuro, deberían elaborarse propuestas para que la globalización sea a favor de la población y no para que los conglomerados multinacionales sigan acumulando un poder juzgado ilegítimo.

            Por su parte, los alcaldes de cuatro continentes y veintinueve países que asistieron al Foro de Autoridades Locales por la Inclusión Social, en el mismo marco, exigieron una globalización “más justa, más humana y que supere el actual dominio financiero”. La llamada “declaración de Porto Alegre” refleja las críticas de los doscientos alcaldes de ciudades de América, Asia, África y Europa al actual modelo globalizador. Entre otros, asistieron los primeros ediles de Buenos Aires, Sao Paulo, Montevideo, Roma, París, Ginebra, Bruselas, Caracas y Barcelona, que se comprometieron a “intervenir en el escenario internacional a favor de una globalización que supere el dominio financiero y acepte instancias democráticas internacionales”. También se comprometieron a trabajar en pro de un modelo que garantice el desarrollo sostenible y extienda “las políticas de solidaridad a aquellas ciudades que todavía no las practican”. En este sentido, expresaron su voluntad de reforzar el papel de las ciudades como actores políticos activos en el nuevo escenario mundial. Al reflexionar sobre estas demandas tan plausibles de los que mejor conocen -por su oficio diario- la problemática directa de los ciudadanos, quien esto escribe invita a meditar sobre aquella célebre frase de Alexis de Tocqueville [42]: “¿Cómo pueden nuestros políticos afrontar y resolver los graves problemas que aquejan a la humanidad si antes no son capaces de solucionar los que incumben a su ciudad, a su barrio o a su calle?”. Y no precisamente en sentido peyorativo, sino reconociendo la gran importancia que debe otorgarse a la opinión de los alcaldes en todos los temas públicos, por su conocimiento directo de la base de los mismos.

            Los responsables locales, en sus conclusiones, también criticaron la privatización creciente del espacio público, ya que reduce la capacidad de regulación y de prestación de los servicios públicos. Respecto a la crisis de Argentina, acordaron poner en marcha una iniciativa solidaria con las ciudades de ese país, que se traduciría en el envío de medicamentos y de material hospitalario. La grave crisis económica, social y política argentina dio pie a muchas críticas contra la actuación del FMI en dicho país y en pro de la defensa del derecho de los gobernantes autóctonos a aplicar las políticas que consideren más adecuadas. También acordaron los presentes defender en sus ciudades el derecho a las manifestaciones pacíficas contra la globalización, así como trabajar para la integración de los inmigrantes con todos los derechos y, asimismo, sumarse al programa de las Naciones Unidas, definido por su secretario general Kofi Annan, para desarrollar la cultura de la paz a través de las políticas públicas.

 

VI. Las instituciones financieras internacionales

1.      La ya lejana experiencia de Bretton Woods

Desde la gran depresión y el hundimiento financiero del año 1929, Norteamérica apostaba por un mundo económico con los siguientes rasgos: mercados abiertos, monedas convertibles, estabilidad en los tipos de cambio, facilidad para los movimientos de capital, cooperación internacional y primacía de la iniciativa privada. En 1944, antes de que acabara la segunda gran guerra, se firmaron en Bretton Woods, los acuerdos que daban vida al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial. Sobre el FMI, que debía ocuparse de la cooperación internacional, descansaría todo un sistema de cambios fijos basados en los siguientes compromisos:

-Todas las monedas debían ser convertibles y mantener, a través del oro, una paridad fija con el dólar, con un margen del +/- 1%.

-Podría haber reajustes de paridades en caso de desequilibrio fundamental de la balanza de pagos.

-Para cubrir desequilibrios no fundamentales de la balanza de pagos, el FMI pondría a disposición de los países unos recursos a cambio de cumplir ciertas condiciones.

Este sistema de cambios fijos descansaba sobre una condición fundamental: la estabilidad del dólar (un dólar estable significa un equilibrio continuado en la balanza norteamericana) y una doble asimetría; ésta suponía que los países con superávit no tendrían la obligación de corregir su desequilibrio expandiendo así su crecimiento y, por otro lado, que Norteamérica no se vería obligada al ajuste en caso de desequilibrio, pues al tratarse del país de moneda-reserva, sus desequilibrios se financiarían con su propia moneda.

El sistema requería, no obstante, la estabilidad de su moneda clave, el dólar. La obligación de sostener los cambios implicaba, para los diferentes bancos centrales, la perentoriedad de mantener un nivel suficiente de reservas. La asimetría en el ajuste exterior atacaba la estabilidad del billete verde.

El sistema de Bretton Woods reflejaba la idea de una armonía de intereses entre todos los países y de la posibilidad de maximizar la renta mundial mediante la liberalización de los flujos de comercio y pagos y la pronta convertibilidad de las monedas, con independencia de las políticas económicas seguidas por los distintos países.

Un rasgo importante fue el papel asignado al FMI. En primer lugar, los países miembros contribuían a los recursos del Fondo mediante una cuota, desembolsando un 25% en oro y el resto en moneda; en segundo lugar, los préstamos eran concedidos a los países con desequilibrios no fundamentales de la balanza de pagos, a cambio de cumplir toda una serie de condiciones; tercero, en el caso de producirse desequilibrios fundamentales, los países podían devaluar la moneda. De hecho, el FMI reflejaba más los temores y fantasmas del pasado que las necesidades del presente.

El sistema así concebido, sin embargo, presentaba algunas debilidades que pasamos a enumerar: 1) La confianza internacional en el valor de la moneda (dilema de Triffin) o incapacidad del sistema para dar solución conjunta al problema de liquidez (crecimiento adecuado de las reservas) y al de confianza (mantenimiento de la relación dólar-oro pactada). El dilema de Triffin anticiparía que el resultado final sería que cuando los pasivos exteriores norteamericanos se hubiesen hecho demasiado abundantes, los bancos centrales de los demás países empezarían a convertir los dólares en oro al precio fijo de 35 $ la onza, lo que al reducir las reservas de oro norteamericanas minaría los fundamentos del propio sistema y lo haría saltar en pedazos. 2) El problema del ajuste, que tenía una triple raíz, a saber: a) la resistencia de los países a practicar las políticas necesarias para mantener la cotización exterior de una moneda, b) la asimetría entre los países excedentarios y los deficitarios y c) la asimetría entre el país con moneda-reserva y el resto de los países. 3) El exceso de dólares minaba la confianza en una moneda y disparaba su conversión en oro.

Como consecuencia de la puesta en marcha del Sistema, se fueron presentando sucesivamente diversas “turbulencias”. El primer sobresalto tuvo lugar en el año 1960, en forma de compras especulativas de oro a partir de marcos alemanes adquiridos con dólares. También aquellos años fueron testigos de las crisis sucesivas de la libra esterlina, debida a la sobrevaloración decidida por el Gobierno Británico de la época. En 1967 se desencadenó una tormenta especulativa contra el dólar, seguida de compras masivas de oro. En 1968 y 1969, las principales tensiones se dirigen hacia el franco y el marco. Hacia finales de 1970, va a producirse una venta masiva de dólares contra monedas europeas, lo que llevó a la consecuencia de dejar flotar el marco, a la que siguieron otras monedas. Las condiciones anunciadoras de la ruptura del sistema se habían, pues, producido.

Posteriormente, tiene lugar la quiebra del Mecanismo de paridades fijas. En agosto de 1971, el gobierno del presidente Nixon adopta tres medidas que anuncian la desaparición del sistema, a saber: 1) suspende la convertibilidad oro o divisas del dólar, 2) impone un arancel adicional del 10% sobre las mercancías importadas, 3) reduce un 10% su ayuda exterior. El romperse el nexo de unión existente entre dólar y oro, el sistema se rompe y se produce la flotación de las demás monedas ligadas entre sí por su valor en oro. En 1973, el Grupo de los Diez decide la flotación generalizada de las monedas, que se consagra en 1976 en Jamaica cuando acontece la primera gran crisis del petróleo y los movimientos de capital ya no dejan volver al sistema de paridades fijas.

Desde 1976, se sustituye el sistema por un no-sistema. Los países miembros podrán: 1) mantener fijo el valor de su moneda, 2) establecer un régimen cooperativo para un conjunto de monedas, y 3) elegir cualquier otro régimen cambiario posible. Los países de la CEE crearon, a partir de 1979, una zona de estabilidad monetaria, el Sistema Monetario Europeo (SME), que implica la relación fija de las monedas entre sí y su flotación respecto al dólar; este sistema quedó transformado en 1993, al ampliarse las bandas de fluctuación de la “serpiente monetaria”. La actuación del FMI, en fin, ha quedado limitada a la tarea de supervisión: revisa las economías de los diferentes países y sus tipos de cambio y además efectúa periódicamente una serie de recomendaciones que resultan más o menos atendidas por los respectivos gobiernos nacionales.

2.      El rol pasado y presente de estas instituciones

Nunca antes los diferentes medios de comunicación se habían interesado tanto como ahora por las principales instituciones económicas internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio. Sólo la prensa especializada y las secciones de economía de la prensa diaria se referían a ellas con motivo de la publicación de sus principales informes o cuando los ministros de finanzas, los presidentes de los bancos centrales o las máximas autoridades de los países miembros eran convocados a sus reuniones anuales. Pero difícilmente eran objetivo de titular en la primera página de los periódicos o noticia de apertura de los telediarios, salvo en muy contadas ocasiones.

En 1947, dos años después de acabada la Segunda Guerra Mundial, los países aliados, con Estados Unidos a la cabeza, decidieron sentar las bases de un sistema multilateral de comercio que superara el desastroso deterioro que experimentaron las relaciones comerciales internacionales en el período de entreguerras, y que probablemente fue uno de los factores que más contribuyeron a dicho conflicto bélico. El resultado fue la firma del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), cuyo objetivo era liberalizar progresivamente el comercio mundial, eliminando las trabas establecidas por los estados nacionales y sustituyéndolas por la cooperación entre ellos. El GATT formaba parte de un proyecto de ordenamiento de las relaciones internacionales que se ponía en marcha casi al mismo tiempo que el Fondo Monetario Internacional, dedicado a sentar el orden en el sistema monetario, y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial), destinado complementariamente a canalizar el ahorro a largo plazo.

Los principios básicos que inspiraron el GATT fueron los siguientes:

Ø             No-discriminación, esto es, que cualquier ventaja que un país contratante conceda a otro, se extiende automáticamente a todos los demás, a excepción de en los siguientes casos: 1) Los sistemas de preferencias existentes en el momento de la suscripción del acuerdo, 2) Las zonas de libre cambio y las uniones aduaneras (procesos de integración), y 3) Sistema de Preferencias Generalizadas, que es una serie de preferencias arancelarias que los países más desarrollados concederán a los menos desarrollados para un conjunto de mercancías, en especial las manufacturas.

Ø             Reciprocidad, el país beneficiario de una serie de reducciones arancelarias debe ofrecer concesiones similares, ya que, de lo contrario, los países llevarían a los gobiernos a ofrecer menos contrapartidas que las ventajas recibidas, quebrando el principio de igualdad de oportunidades.

Ø             Transparencia, consistente en permitir que sean los precios los que regulen el funcionamiento de los mercados. Esto no excluye la posibilidad de utilizar controles directos para resolver los desequilibrios temporales que se puedan presentar en la balanza de pagos. Las sucesivas “Rondas”, en fin, constituyen el mecanismo en el cual se llevan a cabo las reducciones arancelarias y los compromisos de liberación de los mercados.

El GATT fue un acuerdo de carácter provisional, puesto que la intención inicial era la de crear una organización internacional de comercio, pero al no ser ello posible subsistió bajo esta forma durante muchos años, contribuyendo directamente a la apertura y expansión del comercio entre los países que lo suscribieron. Hasta 1995 no se alcanzó el consenso necesario para que el GATT se convirtiera en una auténtica institución, creándose entonces la actual Organización Mundial de Comercio (OMC).

Tal como hemos explicado en el apartado anterior de nuestro libro, y sobre lo que volveremos a incidir en capítulos sucesivos del mismo, la Organización Mundial del Comercio (OMC) alcanzó un protagonismo inusitado en noviembre-diciembre de 1999 en la ciudad norteamericana de Seattle, en donde tuvo lugar su III Conferencia Ministerial, convocada para iniciar la nueva ronda de negociaciones comerciales internacionales, conocida como la “Ronda del Milenio”.

Repasando un poco la historia aquí relacionada, veamos que en la Conferencia de Bretton Woods de julio de 1944 nacieron dos instituciones: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF, más comúnmente conocido como Banco Mundial). El FMI, con el mandato de velar por la estabilidad de los tipos de cambio de las monedas, de promover y supervisar el compromiso de los países miembros, de liberalizar las restricciones en los pagos por operaciones contabilizadas en la balanza por cuenta corriente (exportaciones, importaciones y balanza de servicios) y de proveer de recursos financieros temporales a los países con problemas en su balanza de pagos. El Banco Mundial, con el mandato expreso de proveer de recursos financieros, tanto para la reconstrucción como para el desarrollo económico. Estas dos instituciones, pues, se encargarían de la cooperación económica internacional en dos de los tres ejes fundamentales de las relaciones económicas internacionales: el monetario y el financiero.

Sin embargo, quedó pendiente la creación de una institución encargada de regular específicamente las relaciones comerciales internacionales, tal como se expresó en la propia Conferencia de Bretton Woods. Los trabajos preparatorios fueron realizados por las delegaciones americana e inglesa, inspirándose en los acuerdos recíprocos que había firmado Estados Unidos con numerosos países en el período comprendido entre 1934 y 1945. Sin embargo, ambas delegaciones mostraron algunas discrepancias de enfoque. Mientras los americanos defendían un enfoque básicamente liberal, los ingleses supeditaban esta liberalización a la prioridad de la política de pleno empleo. Esta discrepancia afectaba a los límites que se podían establecer en los compromisos de liberalización comercial y su supeditación al logro del pleno empleo.

Los países recurrieron al uso de las denominadas barreras no arancelarias y, también, a la utilización de subvenciones para la promoción de sus exportaciones. Estas prácticas recibieron respectivamente, la denominación de neoproteccionismo y neomercantilismo [43]. Las más utilizadas fueron: las reglamentaciones técnicas, los métodos de valoración de aduanas, las licencias de importación, la aplicación incorrecta de derechos antidumping y derechos compensatorios y la concesión indebida de subvenciones.             La creación de amplios aparatos de vigilancia supranacionales y (no tanto) de los procesos económicos y financieros (y también de los políticos), por un tiempo pareció dar con la garantía necesaria para sostener el empuje de la Globalización. Sin embargo, hoy ve sus límites. Estos aparatos fueron simples adaptaciones de las organizaciones creadas, con fines más inocentes, en los referidos acuerdos de Bretton Woods. Se trata, como ya se ha dicho, del FMI y del Banco Mundial. Pero luego se agregó toda una extensa plétora de Instituciones que obedecían a diversas dificultades en el desarrollo capitalista que precisaba de foros de solución para exponer y debatir sus innumerables controversias. Por ejemplo, en la época más reciente han destacado la OMC, el Grupo de los 7 (ahora ya G-8, con el añadido de Rusia) y el foro de Davos, para no mencionar a otros de rango inferior.

            Todas estas instituciones, e incluso algunas otras, podrían agruparse esquemáticamente, por su finalidad y recursos, del siguiente modo:

Principales Organismos Internacionales

Función Principal

Recursos del Organismo

- Fondo Monetario Internacional

Financiar desequilibrios de la balanza de pagos

Cuotas de los países miembros

Grupo del Banco Mundial

 

 

- Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo ( BIRF o BM)

Financiar proyectos y programas de desarrollo

Recursos propios y emisión de bonos en los mercados internacionales

- Asociación Internacional de Fomento

Financiar proyectos y programas de desarrollo en los países más pobres

Aportaciones de los países miembros

- Corporación Financiera Internacional

Potenciar el crecimiento del sector privado en los países en desarrollo

Recursos propios y emisión de bonos en los mercados internacionales

- Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones

Cubrir riesgos de la inversión extranjera en países en desarrollo

Recursos propios y primas de las pólizas de seguros

Grupo de Bancos Regionales de Desarrollo

 

 

- Banco Interamericano de Desarrollo (BID)

Financiar proyectos y programas de desarrollo en su zona

Recursos propios y empréstitos en mercados internacionales

- Banco Asiático de Desarrollo

Financiar proyectos y programas de desarrollo en su zona

Recursos propios y empréstitos en mercados internacionales

- Banco Africano de Desarrollo

Financiar proyectos y programas de desarrollo en su zona

Recursos propios y empréstitos en mercados internacionales

- Banco Europeo de Desarrollo (BED)

Recomposición de la economía del Este y la URSS

Recursos propios

El factor de vigilancia ha tenido, sin embargo, dos niveles bien diferenciados: uno financiero y otro político y militar. Este último, casi siempre, a cargo del gigante norteamericano. En el ámbito financiero, últimamente, han sobresalido el FMI y el Banco Mundial en sus afanes muy extensos de contenedores de la crisis, hasta que demostraron su ineficiencia en la ejecución de dicha labor. Ahora mismo, el juego en ese campo está en el privilegiado lugar que, como Presidente de la Reserva Federal USA, ocupa Mr. Greenspan. Para aquellas instituciones, que en algún momento histórico pusieron las bases para la entrada en vigor de la Globalización económica con la liberación de los mercados, que llegaron a todas partes con su recetario de remoción de subsidios a la agricultura, a los alimentos, a las medicinas, etc., que prohijaron las privatizaciones, el libre comercio y el pago de las deudas, que propiciaron la especulación financiera, hoy su función práctica se reduce a la de operar como simples mecanismos anti-crisis, con un restringido recetario de austeridades, reformas fiscales y recortes salariales. La limitación de su operación es obvia. Después de un período en que estas instituciones trataban sólo con los Gobiernos proclives, ahora tienen que vérselas con una montante oposición de masas. Mientras, al trasladarse la crisis hacia el interior de las mayores economías, tanto el FMI como el Banco Mundial se desvanecen progresivamente.

Hay que reconocer, al respecto, que el gran auge económico que se ha producido en los EE. UU. en los últimos tiempos tiene mucho que ver con las políticas diseñadas por el gobierno del Presidente Clinton y, particularmente, por Mr. Greenspan. En este sentido, la Reserva Federal no se limitó a mantener la estabilidad de los precios como el Banco Central Europeo con el holandés Wim Duisenberg a la cabeza, al cual parece que sólo le preocupe combatir la inflación (por cierto que en febrero de 2002 ya ha anunciado su cese voluntario anticipado del importante cargo que ocupa). Greenspan también se siente responsable del crecimiento de la economía y del mantenimiento y la creación de nuevos puestos de trabajo. En el año 1994 constituía una ley sagrada, para el banco emisor, que la inflación amenazaba gravemente la economía si la tasa de desempleo bajaba del 6%; pero cuando se alcanzó este valor considerado “límite” y la inflación siguió comportándose razonablemente bien, Greenspan resistió las presiones y no intervino reduciendo la cantidad de dinero, lo que demuestra su escaso apego a las teorías monetaristas. Se llegó a bajar hasta un 4% de tasa de desempleo y, sin embargo, la inflación no subió, en buena medida porque Alan Greenspan tuvo el coraje de enfrentarse a las doctrinas y terapias tradicionales.

Las instituciones financieras internacionales antedichas gustan de pavonear su contribución a la prosperidad global, que es condición necesaria para garantizar la estabilidad del sistema financiero. Sin embargo, la frecuencia, profundidad y larga duración de las sucesivas crisis financieras, económicas y cambiarias acaecidas en las últimas décadas en el Sudeste asiático, en Rusia o en la América Latina, han puesto de manifiesto las disfunciones de la globalización, que son consecuencia de la debilidad de dichas instituciones para asegurar el cumplimiento de sendos objetivos fundamentales: a) garantizar la estabilidad financiera internacional, contribuyendo a solucionar los problemas más acuciantes de los países más colapsados financieramente y b) avanzar en la erradicación de la pobreza en los países más necesitados del orbe.

Recientemente, las políticas del FMI y del Gobierno estadounidense contribuyeron a la crisis financiera asiática que transmitióse a todo el mundo, al forzar a la desregulación de los capitales financieros (en países que no tenían precisamente escasez de capitales, como eran los del Sudeste asiático) al objeto de proporcionar salida al capital financiero USA. Tal desregulación, como bien señala el antiguo director económico del BM Joseph Stiglitz en un brillante artículo publicado en la revista estadounidense The New Republic, constituyó una de las causas fundamentales de aquella crisis. Y por si ello fuera poco, cuando se desató la crisis, sus mencionados responsables presionaron a aquellos países para que llevaran a cabo una larga serie de políticas de austeridad (con importantes recortes del  gasto público y social), desregulación de sus mercados laborales y privatizaciones de servicios y empresas públicas que todavía empeoraron más la situación de las clases populares, al afectar negativamente a su nivel de vida [44] y a la redistribución de la renta y de la riqueza. 

Y no obstante, aún hoy, machacona e imperturbablemente, una economía global modelada en los libres mercados angloamericanos sigue siendo el objetivo declarado del Fondo Monetario Internacional y de las otras organizaciones transnacionales similares. Pero los mercados globales son máquinas de destrucción creativa. Como los mercados del pasado, no avanzan en olas lisas, armónicas y graduales. Progresan a través de ciclos erráticos de auges y quiebras, tormentas monetarias, manías especulativas y crisis financieras. Como sucediera con el capitalismo en el pasado, el capitalismo global logra hoy su prodigiosa productividad destruyendo viejas industrias, oficios tradicionales y modos de vida en armonía con la Naturaleza. Pero, eso sí, en una escala mundial.

3.      El futuro de estas instituciones

Veamos que la hipótesis clásica consistente en privilegiar los beneficios, con la esperanza de que podrán ser reinvertidos, choca frontalmente en el Tercer Mundo con el hecho incontrovertible de que una parte considerable de estos beneficios simplemente no son reinvertidos. Sin embargo, el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) e incluso los denominados “bancos regionales”, como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), siguen sosteniendo prioritariamente los proyectos privados, aplicándoles siempre los estrictos criterios de rentabilidad del mercado. De una manera general, por tanto, la banca mundial ha acentuado fuertemente, estos últimos años, su discurso liberal. Pues bien, creemos sinceramente que este proyecto es un gran error, porque hay que comprender que en un gran número de países subdesarrollados, dado que el sector privado nacional es rudimentario, la palabra “privado” tiende a considerarse ipso facto como sinónimo de “extranjero”.

Hay que tener en cuenta, por otra parte, que el BM, como otras instituciones internacionales, débese a los diferentes gobiernos. Las críticas, pues, a sus pautas de comportamiento deberían ser dirigidas no sólo al organigrama interno del propio Banco, sino también a sus Estados miembros. La primera de ellas quizás fuera que el BM parte de una paradoja o contradicción de base: funciona como un banco comercial y tiene como objetivo prioritario el acabar con la pobreza en el mundo. Las soluciones a este dilema están fuera del propio banco, en la estructura financiera internacional y en la manera cómo se resuelve el problema planteado, que el Banco intentó dar respuesta aunque de forma errónea: mediante la financiación del desarrollo.

 Sucede que el BM no se crea para canalizar fondos públicos en forma de donaciones o subvenciones a fondo perdido a los países pobres, sino que realiza funciones de intermediario entre el mercado privado y los países en desarrollo. La institución, pues, como banco, toma prestado el dinero y lo adjudica en forma de créditos, con lo que provoca todavía mayor endeudamiento en el prestatario, estando más interesado en el rescate de los créditos concedidos que en la mejora de los sistemas financieros de dichos países, razón por la que sólo se consigue la perpetuación de la problemática original. El gran reto pendiente -huyendo de este modismo de origen anglosajón que se viene utilizando, invariablemente, frente a un proceso de consecuencias desconocidas para los propios promotores- de la reforma del Banco está, a nuestro juicio, en cómo se puede conseguir que exista una transferencia positiva de capital desde los países ricos a los pobres, y no que se produzca el simulacro o espejismo de ayuda que acabamos de describir.

Lo que tiene lugar, hoy por hoy, es una especie de beneficiencia pública a escala internacional. Los gobiernos de los Estados miembros dan lo que quieren a quien quieren, cuando y cómo les conviene. El principio básico del proceso estriba en la voluntariedad de la ayuda al desarrollo. Por ello, no sería desaforado el establecimiento de reglas imperativas que fijen contribuciones obligatorias en función de ciertos parámetros o criterios objetivos de pobreza. Con excesiva frecuencia, los donantes prestan el dinero no necesariamente a los países que más los necesitan, sino a aquellos en los que tienen mayores intereses políticos o económicos.

Las políticas propuestas por el BM, el FMI y la OMC tienen costes sociales elevados, lo cual favorece el crecimiento de las desigualdades sociales a escala mundial y en muchos países, tal como documenta el prof. Vicenç Navarro en su libro titulado “Globalización económica, poder político y Estado de bienestar”, existiendo una relación clara entre la desregulación de los capitales financieros y mercados laborales y la disminución del gasto público y social, lo que explica las movilizaciones sociales producidas en todo el mundo en contra de tales instituciones.

Probablemente, las funciones para las que fueron creadas las instituciones financieras multilaterales, en la actualidad, han perdido una buena parte de su sentido original, lo que pone bajo sospecha su obsolescencia para hacer frente a los retos de la sociedad mundial actual. En el caso del FMI, por ejemplo, ha desaparecido el objetivo básico de garantizar el ajuste de la balanza de pagos en el sistema vigente de patrón-oro y de cambios fijos ajustables. En relación al BM, la finalidad de facilitar financiación a los países pobres que no tengan acceso a los mercados internacionales, bajo la premisa de la falta de financiación privada en un marco de control del capital, carece de sentido porque parte de una hipótesis comprobadamente falsa [45]

4.      La última ronda de negociaciones comerciales internacionales

Como organización internacional, la OMC tiene tres objetivos principales:

·        Ayudar a que las corrientes comerciales circulen con la máxima libertad posible.

·        Alcanzar gradualmente una mayor liberalización de los intercambios.

·        Establecer un mecanismo imparcial de solución de las diferencias que se puedan presentar.

Dentro de la OMC, la Conferencia Ministerial constituye el órgano más importante de la estructura rectora. Es en la Conferencia Ministerial donde se adoptan las decisiones de mayor calado político y donde se puede decidir sobre cualquiera de los asuntos que afecten los Acuerdos Comerciales Multilaterales de la OMC (como es el caso, por ejemplo, del Acuerdo de Agricultura).

La Conferencia se debe reunir, por lo menos, una vez cada dos años y, desde la creación de la OMC, lo ha hecho cuatro veces hasta la fecha, a saber:

·        Singapur: 9-13 de diciembre de 1996.

·        Ginebra: 18-20 de mayo de 1998.

·        Seattle: 30 de noviembre al 3 de diciembre de 1999.

·        Doha: 9-14 de noviembre de 2001.

En la IV Reunión Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que tuvo lugar en Doha, capital de Qatar, del 9 al 14 de noviembre de 2001, se produjeron dos acontecimientos ciertamente importantes: la admisión de dos nuevos miembros a la Organización, China y Taiwan, a partir del 1 de enero de 2002, y el logro del consenso de sus 142 países miembros para iniciar una nueva ronda de negociaciones comerciales multilaterales (la última fue la llamada Ronda Uruguay del GATT), la primera que tendrá lugar bajo los auspicios de la OMC, creada en 1995, con el objetivo ya explicado de liberalizar aún más el comercio mundial.

Con relación a la admisión de estos dos nuevos países, se cierra un periodo de largas negociaciones, que en el caso de China ha durado 15 años. Ambos tienen una participación importante en el comercio internacional que será potenciada en años venideros con la nueva apertura de sus mercados a la competencia internacional, tanto de mercancías como de servicios.

En cuanto a la nueva ronda de negociaciones comerciales internacionales, el consenso para iniciarla no ha sido fácil. Ya hubo un intento fallido y sonoro en la III Conferencia Ministerial de la OMC celebrada en Seattle, hace dos años. Desde entonces, se ha trabajado intensamente para eliminar las diferencias que impedían un acuerdo sobre los temas a incluir en las negociaciones y sobre el alcance que se esperaba de ellas. A pesar de ese trabajo previo, fueron necesarios, además, seis días de intensas negociaciones para, finalmente, lograr la convocatoria formal de negociaciones. A partir de ahora, empieza a contar el reloj y se inicia un periodo de tres años durante los cuales los países deberán negociar y lograr acuerdos en todos los capítulos pactados.

Cabría preguntarse, a la postre, ¿por qué ha sido tan difícil convocar esta nueva ronda?. Para contestar a esta pregunta, debemos analizar primero las razones que llevaron a la propuesta de convocarla y, en segundo lugar, los problemas surgidos para lograr pactar su contenido.

La convocatoria de una nueva ronda se justifica por varios motivos. En primer lugar, en algunos de los acuerdos de la OMC estaba ya estipulado que se iniciarían nuevas negociaciones en el año 2000. Ello era así para el comercio agrícola, el comercio de servicios y también debía revisarse el funcionamiento del Acuerdo sobre Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC). Por lo tanto, se abría un periodo de negociaciones separadas sobre dos importantes componentes del comercio internacional: la agricultura y los servicios, cuyos pesos específicos en el comercio mundial, en el año 2000, eran del 7,3% y del 18,8%, respectivamente. Ambos sectores contribuyen, además, a los dos tercios de la producción mundial y emplean un porcentaje similar de la población activa. Por otro lado, se procedía a una revisión importante de un acuerdo complejo como el ADPIC.

En segundo lugar, debía concretarse si se iniciaban negociaciones sobre los temas de futuro de la OMC, a saber: el comercio y el medio ambiente, las normas sobre inversiones internacionales y las normas sobre la competencia.

Todos estos temas han sido y son objeto de estudio dentro de la Organización con el fin de determinar si la OMC deberá regularlos, sobre la base de sus vínculos y sus repercusiones en el comercio internacional y, en caso afirmativo, cuál sería el alcance de dicha regulación.

En tercer lugar, había que continuar con la labor iniciada con el GATT desde 1948 y proseguir con las consabidas reducciones arancelarias que gravan las transacciones comerciales y, de este modo, supuestamente, favorecer la expansión de la economía internacional. Existía, por lo tanto, una base suficiente de temas para negociar y, además, como la historia de las relaciones comerciales internacionales corrobora, la inclusión de todos los temas anteriormente detallados en una nueva ronda negociadora debía permitir maximizar los posibles resultados de las negociaciones. Ello es así porque los intereses de los países en las negociaciones comerciales no son totalmente coincidentes y es necesario, en aras de lograr un acuerdo provechoso, que las demandas de todos ellos estén presentes y que el resultado o consenso final pueda ser equilibrado. Por todo ello, los países consideraron que había llegado el momento de iniciar un nuevo periodo de negociaciones multilaterales y con ese objetivo se negoció en Seattle en el año 1999.

También hubo serias discrepancias sobre el alcance de las negociaciones entre los propios países desarrollados. Así, mientras Estados Unidos defendía, sin claras contrapartidas, una agenda limitada a la agricultura, los servicios, estándares laborales, normas medioambientales y el comercio electrónico, la Unión Europea, con el apoyo de Japón, defendía la inclusión de las inversiones y normas de la competencia y pretendía emprender negociaciones agrícolas con compromisos limitados. Todas estas discrepancias dieron, como resultado, que la III Conferencia Ministerial fracasase en su cometido y que la convocatoria de una nueva ronda de negociaciones multilaterales quedara finalmente aplazada [46], aunque se espera la próxima Conferencia Ministerial para el otoño del 2003.

 

Notas

[33] Vide Ch. BUHOUR, Le commerce...

[34] Vide M. RIVERA, Los movimientos...

[35] Vide Ch. BUHOUR, Le commerce...

[36] Vide P.N. GIRAUD, Problèmes Economiques, n.º: 2.421, abril de 1995 (retomado de un artículo aparecido en Gérer et Comprendre, Annales des mines, diciembre de 1994).

[37] Vide D. BRAND y R. HOFFMANN, “Le débat sur l’introduction d’une clause sociale dans le système commercial international-Quels enjeux?”, en Problèmes Economiques, nº: 2.400, noviembre de 1994.

[38] Vide P. A. SAMUELSON, Economics. An introductory analysis. Ed.: Mc Graw-Hill Book Company. London-New York.

[39] Vide V. PÉREZ-DÍAZ, “Globalización y tradición liberal”, en Claves de Razón Práctica, n.º: 108, pp. 4-12.

[40] Vide G. SOROS, La crisis del capitalismo global. Traducción de María Luisa Pérez Castillo.

[41] Vide MILLET, M. en La regulación del comercio internacional: del GATT a la OMC. Colección de Estudios Económicos, nº: 24. “La Caixa”. Barcelona, 2001. Citada en la bibliografía.

[42] Escritor, político y estadista francés (1805-1859). Fue vicepresidente de la Asamblea Nacional en 1849 y ministro de Asuntos Exteriores.

[43] El término neomercantilista se utiliza en recuerdo de los economistas de la escuela mercantilista de los siglos XVII y XVIII que defendían la intervención gubernamental en el comercio internacional para favorecer las exportaciones y limitar las importaciones, tal como hemos descrito en otros apartados de nuestro libro.

[44] Vide V. NAVARRO “Globalización y desigualdades”, en diario La Vanguardia. Barcelona, 29 de mayo de 2001.

[45] Vide  J. PERRAMON “Les disfuncions...

[46] Vide el Informe mensual (diciembre de 2001) del Servicio de Estudios de “la Caixa”, citado en la bibliografía.

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