¿QUÉ ES EL ANARQUISMO?

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Benjamín Cano Ruiz

 

 

IMPRIMIR

¡Oh, Libertad! ¿Por qué necesita tu culto de tantos sacrificios?

Albert Camus

 

La anarquía es el principio y el fin del pensamiento humano.

Angel Falco

 

PRESENTACIÓN

“El progreso consiste en hacer que nuestras opiniones concuerden con los hechos, y no podremos lograr esto mientras nos empeñemos en ver los hechos a través de cristales coloreados por esas mismas opiniones”.

John Stuart Mill

 

UNA OBRA NECESARIA Y OPORTUNA

El primado de las ideologías que entronizó el siglo XIX sigue vigente en la actualidad a pesar de los cantos que se vienen entonando anunciando la muerte definitiva de las ideologías. La urgencia con la que los pensadores políticos de comienzos del siglo anterior acometieron la ímproba tarea de estructurar sus análisis y opiniones políticas bajo una serie de criterios uniformadores que les dieran coherencia, respondía a la necesidad de dotarse de lo que en adelante se denominará ideología. En efecto, el orden social que se estaba forjando tras la Revolución Francesa y la revolución industrial imponía nuevos valores. Antiguas creencias eran arrumbadas al paso resoluto e impertinente con el que avanzaba la nueva burguesía, que poseía la despiadada actitud de quien se cree el portador de un nuevo horizonte de progreso para la humanidad y se permite por ello desdeñar por anticuadas buena parte de las creaciones anteriores. Acordes con las realizaciones y sucedidos que ocurrían a nivel económico, político y jurídico, las concepciones morales y las doctrinas sociales debían acomodarse para poder explicar la nueva realidad que se venía fraguando, bien fuere para fundamentarla o negarla. Analizar el nuevo orden requería establecer una serie de presupuestos metodológicos susceptibles de llevar a buen puerto la labor analista y a partir de ella permitir la elaboración de juicios de valor sobre esa realidad que se pretendía desmenuzar y examinar para poder comprender. Para mantener opiniones políticas era menester, pues, hacerse con un método de análisis que las fundamentara, por donde, entre enormes desafueros y grandes intuiciones, se iban abriendo camino los pensadores políticos, al tiempo que intentaban perfeccionar sus instrumentos viviseccionadores y sus juicios de valor, siendo así que procuraron las más de las veces fundar lo que se denominará una ideología, a través de la cual el mundo pudiera ser comprendido y se pudiera intervenir en él de manera decisiva para imprimir el curso deseado a los hechos y posibilitar, por lo tanto, su transformación. Con ello, del análisis que coma primera providencia se realizaba para entender la realidad, se pasará a las fundamentaciones de juicios de valor que a su vez fundarán un marco conceptual global, cuya extensión y pretensión dependerá de cada uno de los casos, en el cual se va a organizar la visión que se obtenga del mundo y a preparar su transformación.

La suerte que corrió el anarquismo

La suerte que corrió el anarquismo en un mundo político organizado a nivel conceptual en forma de ideologías fue muy peculiar. Por un lado, el anarquismo presenta como ideología una serie de inconvenientes: la coherencia de sus distintas manifestaciones, pareceres, valores y argumentaciones ha estado sujeta a cambios durante el desarrollo mismo del movimiento libertario. La revisión que se ha ido haciendo constantemente del pensamiento anarquista, por lo menos hasta los años 30 del presente siglo, ha impreso un aspecto muy particular al pensamiento anárquico, pues la no existencia de una iglesia anarquista, de un partido, de jefatura alguna ha impedido que se pudiera legislar sobre la teoría y decretar un modelo unívoco que respondiera a una sola visión del anarquismo, por lo cual, si bien éste no presenta un frente unido y único de todas sus concepciones, como sucede con las otras ideologías, eso mismo le permite recibir aportaciones nuevas a cada momento, pues la falta de uniformidad le otorga un carácter abierto en permanencia y reactualizable constantemente. El ejemplo lo tenemos en la trayectoria teórica del anarquismo desde Godwin hasta Rocker, que fue posiblemente el último gran teórico libertario.

Por otro lado, referente al aspecto externo de la ideología, a la inserción de ésta en la realidad, que es su más cara pretensión, ha tenido el anarquismo un no menos peculiar carácter. A lo que parece nació el anarquismo de la confluencia entre la reflexión que en base a sus necesidades venían haciéndose los sectores populares, principalmente los obreros, y el desarrollo del pensamiento político del momento, siendo el anarquismo la tendencia más extrema del liberalismo ilustrado. Esta unión entre la aspiración redentora de los sectores populares y el pensamiento liberal llevado hasta sus últimas consecuencias le confiere al pensamiento libertario, en tanto que unión de socialismo y liberalismo, su verdadera esencia y sentido. No obstante, ha tenido que pugnar con todas sus fuerzas para abrirse un camino hacia la realidad, de la cual fue expulsado en diversas ocasiones. Su radicalidad a la hora de juzgar los problemas humanos, su exigencia de justicia no mediatizada por intereses ajenos a la causa de conseguir mayor grado de felicidad par los hombres en un máximo de libertad, lo hace un vecino incómodo a la vez que peligroso para el resto de ideologías políticas, siendo ello la causa de la enemiga que éstas le profesan, hasta el punto de pretender reducirlo al olvido, expulsarlo de la realidad, aniquilarlo y diezmar sus filas, lo cual, unido a las propias deficiencias, insuficiencias y errores ha marcado la trayectoria del anarquismo en el mundo.

Así, pues, nos hallamos ante un pensamiento político que en virtud de sus peculiaridades escapa a las definiciones tradicionales de ideología que se vienen barajando. A las dos características recién enunciadas hemos de sumar una tercera. La relación que el pensamiento libertario ha establecido con la utopía lo distancia de otras ideologías, puesto que considera la utopía no sólo como estructura ideal hacia la cual se debe tender, sino como criterio político con el que evaluar los acontecimientos más inminentes y actuales, procurando con ello acercar en todo momento lo utópico a la realidad. Por todo ello, bien se comprende que el anarquismo se resista a ser reducido a mera ideología, pues rebasa los límites de ésta, siendo más apropiado referirse a él como pensamiento ético y social.

Establecer una definición del anarquismo no es tarea fácil

La presente obra, debida al talento de Benjamín Cano Ruiz, nos sitúa frente a la teoría v la trayectoria social del anarquismo. Su máxima virtud es, como se verá, la forma como el autor ha tratado el tema. Pretender establecer una definición precisa y rigurosa del anarquismo no es tarea fácil. La diversidad de interpretaciones que los mismos anarquistas han dado a su pensamiento, así como el carácter un tanto ecléctico que éste presenta dificulta la tarea. No obstante, Cano Ruiz, que conoce los entresijos del pensamiento y la acción libertarios gracias a su dedicación a la investigación y al estudio y a su actuación militante durante más de sesenta años, ha sabido tratar un rema tan difícil y escurridizo con probidad, rigor y documentación, y ha concedido la palabra con asiduidad y de manera prolija a los principales protagonistas y teóricos del anarquismo, organizando las distintas intervenciones de cuantos ha creído conveniente introducir de manera tal que fuesen ellos mismos quienes, conducidos adecuadamente por el autor, fueran definiendo los diversos aspectos del pensamiento y la acción anarquistas.

Nacido en 1908 en La Unión, Murcia, a Benjamín Cano Ruiz le fue dado conocer desde muy temprana edad las vicisitudes de la lucha social, pues al pertenecer a una familia de condición extremadamente humilde, y siendo los primeros años del presente siglo muy agitados a causa del descontento reinante entre los sectores populares debido a las enormes diferencias sociales imperantes, pronto contempló las manifestaciones de inconformidad del pueblo y la respuesta que a ellas daban los poderosos. La represión, las detenciones, las persecuciones y el valor del empeño en la lucha puesto por los militantes obreros le fueron familiares muy pronto. Sus hermanos Tomás y Juan, mayores que él, empezaron a hablarle de las ideas libertarias que habían abrazado, especialmente el primero, en compañía del cual asistió a una conferencia que el conocido militante Tortosa dictó en el centro El Avance Obrero de la Unión.

 

Esquema bibliográfico del autor

La familia Cano tuvo que emigrar a Barcelona, como una más de tantas, donde por esas fechas se estaban concentrando multitud de murcianos que venían espoleados por el hambre a buscar trabajo con qué poder vivir, con el que poder paliar siquiera un poco la condición indigente que sufrían. En la capital catalana empezó a desenvolverse el joven Benjamín ejerciendo diversos oficios y dedicando sus ratos de asueto a leer libros de corte libertario y frecuentar centros, ateneos y sindicatos. Posteriormente se traslada a Valencia, donde su militancia libertaria se incrementa y se hace miembro de diversos grupos juveniles de estudios. En calidad de representante de uno de estos grupos asiste en 1927 a la reunión en la que se funda la Federación Anarquista Ibérica. Enterada la policía de su participación en dicho evento, ordena su búsqueda y captura, así como la del resto de fundadores de la FAI. Cano regresa a Barcelona, y de allí, en 1929, se traslada a París.

La capital de Francia vivía por aquel entonces un momento extremadamente rico e interesante en acontecimientos sociales. De nuevo había servido como punto de reunión de exiliados provenientes de diversos países de Europa. Por lo que a los medios anarquistas se refiere hay que hacer constancia de la presencia en París de anarquistas rusos de gran importancia: Nestor Majno, Volin, Archinov, Schapiro; allí estaban también los italianos Borghi y Fideli; entre los franceses se encontraban figuras tan destacadas como Sebastián Faure, Emile Armand, Ixigrec, Han Ryner... A todos ellos habría que sumar la comunidad de anarquistas españoles que, como Cano, estaban exiliados en espera de tiempos más favorables.

Cano aprende el francés -lo que le servirá más adelante para hacer varias traducciones-, estudia, asiste a encuentros, conferencias y debates, y tiene conocimiento de la confección de la Enciclopedia Anarquista que está llevando a cabo un grupo de compañeros, siendo Sebastián Faure el máximo responsable. El ambiente parisino de la época será narrado por Cano Ruiz en la novela Luzcinda que escribirá en México.

Posteriormente se trasladó a Argel con su madre y sus dos hermanos. Allí vivió sufragando sus gastos de manutención gracias a la venta de estampas, ilustraciones y cuadros que él mismo pintaba, dando así rienda suelta a su vocación artística. En Argel se interiorizó de aspectos peculiares de la vida árabe, que más adelante reflejará en su novela Una noche en la Kashba.

Cuando en 1931 se proclama la II República, los hermanos Cano regresan a España. En Barcelona Benjamín colabora en el órgano de la FAI “Tierra y Libertad”, al mismo tiempo que dirige una escuela racionalista en Gavá. Por esas fechas se relaciona con el ambiente intelectual libertario, así como con los grupos de acción.

Estando en Gavá, es llamado para ir a hacerse cargo de una escuela racionalista en Alicante y así fomentar el desarrollo de la pedagogía libertaria en la comarca, a lo cual Cano se prestó con diligencia. En Alicante, por participar junto con su hermano Tomás en unos piquetes de huelga, es detenido tras una escaramuza y se le intenta aplicar la ley de fugas, aunque cuando los policías van a proceder en tal sentido una manifestación popular escolta al detenido y a los sicarios al juzgado, evitando que éstos pongan en práctica su malévolo plan. Después de unos meses de estancia en la cárcel es liberado y se reincorpora a sus actividades docentes.

En las jornadas de julio de 1936 Cano participa en el combate y forma parte del Comité Revolucionario de Alicante. Poco antes de acaecer los sucesos de mayo de 1937, los compañeros catalanes lo mandan a buscar con el propósito de que ocupe una serie de cargos culturales de relevancia. Ya en Barcelona se pone al frente de una escuela racionalista en el barrio de Poble Nou. Luego es transferido a la dirección de un instituto de enseñanza media. Por aquellas fechas desempeña el cargo de secretario de las Juventudes Libertarias de Cataluña y secretario de la Federación Regional Catalana de Escuelas Racionalistas. Es un periodo de gran actividad y efervescencia. Como buena parte de los militantes libertarios, sus actividades se multiplican. Muchas horas de trabajo y poco descanso. En 1938 dirige la revista “Tiempos Nuevos”, que habría de contar en sus páginas con colaboraciones de Alaiz, Peirats, Floreal Ocaña, el doctor Diego Ruiz, doctor F. Martí Ibáñez, etc. Simultáneamente dirige también la revista “Porvenir”, dedicada a los niños. En ambas hace Cano alarde de su buen hacer tanto intelectual como artístico y se esfuerza por elevar el nivel de las revistas que dirige.

Al pasar la frontera francesa como exiliado político huyendo de las huestes fascistas, Cano consigue, tras una serie de peripecias, eludir el destino aciago y cruel que el gobierno francés había reservado a la mayoría de exiliados españoles: el campo de concentración, y llega a París, donde entabla íntima amistad con el militante anarquista rumano Ionesco Capatzana, con quien comparte una angosta habitación y los pocos recursos de que disponen. Por entonces conoce a Paraf-Javal, prestigioso científico anarquista, amigo de Ferrer Guardia, con quien colaboró en la Escuela Moderna, el cual, precisamente, le dio unas cartas inéditas que éste le había escrito. Posteriormente, cuando la caída de París en manos de las tropas nazis era ya inminente, le fueron sustraídas a Cano junto con el resto de sus pertenencias en la estación de ferrocarriles, en medio de la milée que la histeria y el pánico colectivo habían creado.

Con Ionesco Capatzana deciden publicar una revista en tres idiomas: francés, rumano y castellano de la cual vieron la luz varios números. La precariedad de medios era casi absoluta, pero sirviéndose de unos tipos de caja móviles, por las noches confeccionaban los números. Euqen Relgis, el humanitarista rumano, Gerard de Lacaze-Duthiers, el artistócrata francés, Capatzana y Cano eran los redactores de esta curiosa revista.

En esta segunda época de estancia en París conoció Cano a Jean Grave, que ya estaba muy enfermo, y tradujo diversos trabajos del escritor Jean Giono. Cuando los nazis estaban ya a las puertas de París, logró abandonar la ciudad y se dirigió hacia el sur. Finalmente, embarcó en Burdeos rumbo a México, dos horas antes de que los alemanes tomaran el puerto.

 

Labor desarrollada en México

Una vez en México, intentó, en compañía de Patricio Redondo y otros compañeros maestros, organizar diversas escuelas racionalistas, pero debido al boicot de comunista el Proyecto fue abortado. Como la mayoría de libertarios españoles, intentó también colaborar con los anarquistas mexicanos, que por aquel entonces todavía se manifestaban activos, pues existía un grupo organizado en torno a la C. G. T. y sacaban el periódico “Regeneración”. Cano, cuya valiosa experiencia en publicaciones puso al servicio de los compañeros mexicanos, entabló relación íntima con algunos de ellos como Efrén Castrejón. Nicolás T. Bernal, Jacinto Huitrón, la viuda de Ricardo Flores Magón, etcétera.

Cuando los contingentes bastante numerosos de militantes anarquistas y anarcosindicalistas arribaron a México, sin dilación crearon de nuevo sus organizaciones y publicaciones, participando en ello el autor del presente libro. Mas tarde, algunos de ellos decidieron formar el grupo Tierra y Libertad y sacar una publicación propia, apareciendo el primer número del periódico homónimo en julio de 1944. En noviembre de ese mismo año, Cano Ruiz, miembro fundador del grupo y uno de sus más activos componentes, pasó a dirigir la revista “Inquietudes”, cuyo primer número vio la luz en noviembre del mismo año. Se trataba de una publicación auspiciada por el grupo Tierra y Libertad que aparecía como suplemento extraordinario del periódico. Más tarde pasaría a denominarse también la revista “Tierra y Libertad”, estando Cano al frente de ella durante más de treinta años. Entre los colaboradores más destacados de la revista encontramos una verdadera pléyade de nombres señeros del anarquismo: Herbert Read, Rudolf Rocker (que todavía vivía cuando aparecieron los primeros números) Agustín Souchy, José Viadiu, Liberto Callejas. José y Octavio Alberola, Carlos Rama, Campio Carpio... e incluso Bertrand Russell llegó a mandar algunas colaboraciones. Se trata, pues, sin duda, de uno de los esfuerzos más encomiables del exilio español y de una de las revistas más valiosas del anarquismo en los últimos años.

La larga estancia en México le sirvió a Cano para estudiar, investigar y preparar conferencias, artículos y libros sobre el pensamiento anarquista, editando unas antologías de los principales pensadores libertarios y encargándose de la publicación de multitud de folletos y obras divulgativas editadas por el grupo Tierra.

Finalmente, la hasta ahora última empresa emprendida por nuestro autor, es la edición en castellano de la Enciclopedia Anarquista, de Sebastián Faure, que conociera en París en su juventud. El grupo Tierra decidió a finales de los años sesenta encargarse de verter al castellano y actualizar la edición francesa, poniéndose Cano Ruiz al frente de este monumental proyecto. En 1970 apareció el primer volumen, y hasta 1983, posiblemente coincidiendo con la edición del presente libro, no ha podido ultimarse la publicación del segundo. Para la edición española se han ampliado los vocablos, introduciendo voces nuevas, lo cual ha sido tarea realizada por un equipo abnegado que pacientemente se empeña en llevar a buen puerto esta obra de colosal envergadura. Víctor García, Angel J. Cappelletti, Tomás Cano Ruiz, J. Muñoz Congost, Ismael Viadiu y el propio Benjamín Cano Ruiz son los principales componentes del grupo enciclopedista, además de multitud de compañeros esparcidos en el mundo que han realizado la tarea de traducir los vocablos del original francés.

Como se ve, la larga trayectoria de Cano Ruiz, tanto intelectual como militancial dentro del campo anarquista, hacen de él una persona idónea para acometer la difícil tarea de resumir en un número limitado de espacio, que forzosamente no ha de ser excesivo, los aspectos teóricos e históricos más relevantes del anarquismo. Su larga experiencia como redactor y director de importantes publicaciones libertarias lo facultan para poseer una visión panorámica de las diversas manifestaciones del anarquismo. Su multitud de contactos con compañeros de diversos países, su ánimo inquieto para seguir los acontecimientos libertarios más actuales y su profundo conocimiento de los clásicos anarquistas, a los que ha antologado, contribuyen a avalar su labor.

 

Diversas facetas de esta obra

Las peculiaridades que el pensamiento anarquista presenta y que lo preservan de una definición ideológica en un sentido estricto, tal y como veíamos antes, problematizan también, por contrapartida, todo intento de aludir a la teoría anarquista de una manera precisa. Hasta la fecha poseíamos una obra que intentaba explicar de forma harto sucinta las características del anarquismo a la par que los principales acontecimientos sociales en los que éste ha tomado parte, se trata de la obra de Daniel Guerin, El Anarquismo, que a pesar de las limitaciones de espacio constituye todavía hoy una buena introducción al tema. También tenemos las del historiador francés Henri Arvon, que si bien están muy documentadas tienen el serio inconveniente de no compartir el autor la perspectiva y las concepciones libertarias, siendo más una crítica (bastante deficiente, por cierto), que una introducción o compendio. Por otra parte, en cuanto a las obras históricas que versan sobre la trayectoria del movimiento anarquista tenemos lo hecho por Max Nettlau y más recientemente por el historiador canadiense George Woodcock entre las de mayor valía. No obstante, la ventaja de la presente es que contempla ambas facetas, la de introducción al pensamiento anarquista y la de historia del movimiento. Y ambos aspectos tocados con profundidad, abundancia de citas de los clásicos libertarios y enjundia. Con ello, pues, queda claro que nos encontramos ante una obra importante para los anarquistas, pues viene a llenar un vacío bibliográfico existente. Es a la vez introducción y compendio. Glosario y crítica. Revisión y actualización. Todo lo cual ha exigido de su autor un gran esfuerzo que es digno de profundo reconocimiento, pues por primera vez se realiza un libro de este tipo.

Cano ha venido estudiando desde hace años las raíces del pensamiento anarquista en la historia. Aquí nos da, en el capítulo concerniente, un resultado final de sus investigaciones, que van más allá de lo apuntado por ningún otro historiador anarquista. La lectura de estas páginas reviste, además, el aliciente de ser algo nuevo, no explorado desde nuestro campo todavía, siendo por lo tanto muy sugerente y aleccionador.

Si el anarquismo aspira a sobrevivir debe buscar la constante renovación y adecuación a la realidad de sus presupuestos y postulados

Hoy, cuando se habla de la crisis de las ideologías, conviene estar muy alerta y en guardia, pues las voces que tal proclaman son sospechosas. Por un lado, el marxismo, que se ha convertido en fundamentador de la forma más eficaz, y por ello cruel, del totalitarismo, habla de su propia crisis y retoma conceptos que hasta la fecha le eran ajenos, tales como federalismo, autogestión, democracia, se dice defensor de la ecología y deseoso de transformar la “vida cotidiana”; por otra parte, el capitalismo entona también por boca de sus ideólogos la muerte de las ideologías, pero en su lugar nos habla de los mismos valores de antes, aunque fuera del contexto en que anteriormente se nos presentaban. Así, Progreso, Dinero, Eficacia, Desarrollo, Orden... siguen siendo los valores dominantes en el mundo de hoy. Luego ¿qué sentido puede tener proclamar el ocaso de las ideologías? Por lo que se refiere al marxismo, parece bastante claro. Su ideología se ha vuelto inviable. En los países de tradición democrática que todavía no ha podido someter a su égida, necesita enmascararse para seguir estando en la palestra política. Y ahí donde domina la sociedad, renuncia a penetrar en las conciencias de sus súbditos, pues es lo único que todavía le es ajeno, luego prefiere prescindir de presentar ese bloque homogéneo de ideas de antaño, para reforzar todavía más el poder por el poder mismo. Y bajo el poder del capitalismo nos encontramos con que el sistema resulta que puede subsistir perfectamente sin introducir una doctrina en la conciencia de la gente; le basta, es más útil y eficaz, con que todos acaben haciendo la apología de los valores anteriormente aludidos, y si no ven conexiones entre ellos, pues tanto mejor, pues más oculto es el mecanismo de poder a por el cual se domina su mente, y en consecuencia todas sus manifestaciones.

 

El carácter no ideológico del anarquismo no debe ser éste. ¿Cuál entonces? Desde luego no se trata de encubrir formas de dominio sino de ofrecer posibilidades de liberación; ello confiere al pensamiento anarquista un carácter todavía hoy, en el mundo de la integración de toda rebeldía, insumiso, luego liberador. Pensar en términos de negación del poder, de rechazo de ingerencias institucionalizadas, soñar y atreverse a sostener que el máximo de libertad posible para los hombres está lejos de conseguirse y puede ser asumido sólo en la labor colectiva, libre de encadenamientos a instituciones e ideas, todo ello le da todavía al anarquismo la posibilidad de permanecer siendo una alternativa a las formas de poder existentes, precisamente por negarlas y plantear un poder no mediatizado, colectivo y de constante puesta en cuestión. Si aspira a sobrevivir, como parece, debe buscar la constante renovación y adecuación a la realidad de sus presupuestos y postulados; para ello puede volver la vista a su pasado, no en tanto que Historia, sino como ejemplificación de lo que puede ser hoy realidad. En la experiencia del movimiento anarquista, tanto en lo concerniente a su evolución teórica, modelo de discusión libre y no dogmática, de pensamiento abierto, vale decir joven y dinámico, como en lo referente a la biografía de sus luchas, ilustración de esfuerzo desinteresado, tiene el anarquismo de hoy el manantial en que abrevar, siempre y cuando no se deje encadenar al pasado, cosa que reprobarían los militantes libertarios que nos precedieron, y sepa prescindir de lo que haya de prescindible, sin que duelan prendas, que con respecto a la teoría que nos informa también debemos tener una actitud libertaria. Para renovarse, no necesita el anarquismo adoptar conceptos que le son ajenos ni proclamar ocasos inexistentes. Las teorías fenecen cuando las realidades de las que son producto y vienen a reflejar desaparecen también. Que no se nos engañe, pues, con falsas decapitaciones de doctrinas. Renovarse, para el anarquismo significa permanecer, pues siempre ha sido renovación.

Nadie tiene el monopolio de la libertad, y en la medida en que lo planteado por el anarquismo no excede el ámbito de lo posible para el hombre, pues conoce las limitaciones que a éste le afectan, significa que no aspira a otra cosa que a algo que pueda brotar del hombre mismo. No es, pues, una doctrina alumbrada en un cerebro y retransmitida de generación en generación. Está unida al destino humano, y como se verá en las páginas que siguen, su manifestación la encontramos ya en las primeras sociedades. Aprender de ellos también es una forma de renovación. Si lo libertario es algo consustancial al hombre, como se prueba en este libro, está inscrito en la vida de las sociedades, por eso sigue y seguirá vigente en tanto éstas existan. No está, pues, de más, saber lo que es y ha sido el anarquismo, pues a ello va unida la posibilidad de lo que pueda llegar a ser. No siendo ideología ni doctrina dogmática, el pensamiento anarquista se constituye en un discurso sobre lo social cuyas raíces están en una actitud ética que sabe que la única forma de convivencia pacífica y libertaria se funda en una máxima simple, por ello en el complejo mundo de hoy sumamente difícil de llevar a la práctica, pero sumamente sugerente y remunerador: luchar, como los anarquistas han mostrado saber luchar, para evitar que se nos impongan, y renunciar a imponernos nosotros a los demás. Así, vemos abierta una perspectiva que la humanidad ha recorrido en muy parcas ocasiones y por corto tiempo, pero cuya experimentación puede conducimos hacia nuestro sueño de libertad; por eso vale la pena intentarlo.

Ignacio de Llorens

 

INTRODUCCIÓN

Cuando Federico Engels, tal vez para contrarrestar la crítica anarquista, decía que, una vez desaparecidas las clases, el Estado propiamente dicho ya no tiene razón de ser y se transforma de gobierno de los hombres en administración de las cosas, sólo hacía un vacío juego de palabras. Quien tiene el dominio sobre las cosas tiene el dominio sobre los hombres; quien gobierna la producción gobierna al productor; quien mide el consumo es el señor del consumidor. La cuestión es la siguiente: o las cosas son administradas según los libres pactos de los interesados, y entonces existe la ANARQUÍA, o son administradas según la ley hecha por los administradores, y entonces existe el gobierno, el Estado y, fatalmente, éste se vuelve tiránico.

Errico Malatesta

 

CONOCER EL ANARQUISMO

La vorágine que arrastra a todas las manifestaciones de la vida social en nuestro tiempo, cuando el ser humano puede ver y oír cuanto acontece en la otra cara del mundo, o en mundos ajenos, en el preciso momento en que están sucediendo los acontecimientos, no deja lugar para que las vicisitudes del pensamiento encuentren eco en las grandes multitudes. De ahí que sean los hechos más que las ideas los que influyan en las declinaciones multitudinarias. Por eso, se odia más al capitalismo por su afán explotador y apoyo a las tiranías que por lo que representa como estructura social aberrante e irracional. Y las simpatías que el comunismo autoritario hubo de inspirar en los primeros tiempos de la Revolución Rusa -o la transformación china- se van desvaneciendo más por la acción tiránica de quienes gobiernan esos pueblos que por los ideales autoritarios que les sirven de plataforma. Quiere decir que en el momento histórico que vivimos tienen los hechos una preponderancia aplastante sobre las ideas, y son los planes y programas de actuación y organización lo que los sectores revolucionarios e inquietos de la sociedad reclaman con un grado de urgencia proporcional a su grado de inquietud.

Ese fenómeno ha motivado que los ideales y las actuaciones que no están englobados en los dos grandes polos de atracción formados por el capitalismo y el comunismo autoritario no sean considerados de importancia en el vivir social. La propia militancia religiosa está viéndose forzada a declinarse a uno u otro polo, ahora que su alianza sempiterna con los poderosos se ha resentido profundamente por las propias características del capitalismo de hoy y las nuevas corrientes sociales nacidas en el seno de la propia Iglesia.

En esa situación parecería que la disyuntiva es ineludible: capitalismo o comunismo autoritario, sin que hubiera lugar a ningún otro sendero o solución. Sin embargo, algunas mentes inquietas claman por soluciones diferentes que satisfagan ese anhelo de libertad y justicia que palpita en el ser humano como esencia fundamental de su naturaleza. Y vuelven la vista hacia los grandes teóricos del anarquismo, encontrando en ellos los ideales base para el establecimiento de una sociedad donde la justicia económica e igualdad real se compatibilicen con la verdadera y racional libertad.

Porque eso es realmente el anarquismo: igualdad económica, libertad social y dignificación de la personalidad humana, factores que están esencialmente ausentes de todas las estructuras actuales de organización social, sean de signo comunista, capitalista o fascista. Y cuando algunas de esas estructuras han pretendido convertirse en regímenes de verdadera justicia y libertad, como las comunas chinas, la autogestión yugoslava y argelina, los kibbuts israelíes o los grandams hindúes han tenido que acercarse al anarquismo practicando algunos de sus postulados.

 

El mayo francés fue el gran aldabonazo

Por eso, ante el fracaso de todas las formas del capitalismo, cuyo derrumbe es flagrante a pesar de la enorme potencia que aún conserva, y ante el fraude que el comunismo autoritario ha representado para los anhelos de libertad y bienestar que los ideales del socialismo lograron despertar en las postrimerías del siglo pasado y las primeras décadas de éste, el anarquismo reaparece como el ideal que conduce a las soluciones perentorias de los grandes males de nuestra época. El mayo francés de 1968 fue el gran aldabonazo que abrió las nuevas puertas por donde el anarquismo se reincorpora a la historia de hoy. “Prohibido prohibir” y otros slogans de esta guisa esencialmente libertarios fueron formando la plataforma donde surgió aquel movimiento rutilante, aunque breve, que hizo tambalear las sólidas estructuras de la sociedad francesa, tan cuidadosamente elaboradas por De Gaulle y sus seguidores, y ofrece nuevos rumbos a la humanidad actual.

 

Como un renacer del anarquismo

A partir del mayo francés el mundo entero recordó de nuevo al anarquismo, casi olvidado desde el desastre español de 1939, con el triunfo definitivo del franquismo sobre las sorprendentes experiencias francamente anarquistas de la Revolución Española. La Segunda Guerra Mundial, como corolario a todo un largo periodo de represiones en casi todo el mundo, iniciadas por los bolcheviques en cuanto se adueñaron de la Revolución Rusa, parecía señalar la muerte definitiva del anarquismo, ya que diezmada, perseguida y acosada en todo el mundo su militancia, y perdida la gran influencia que en otras épocas pudo ejercer en el movimiento sindical, apenas pudieron sobrevivir durante esos treinta años pequeños grupos con escasos y pobres portavoces en la prensa mundial. Estas circunstancias, coincidentes con los grandes acontecimientos transformadores del mapa político del mundo al ir desapareciendo el clásico colonialismo, surgiendo ese nuevo e inquietante factor llamado tercer mundo, o mundo subdesarrollado, como una nueva fuerza de gran peso en la balanza de los acontecimientos del planeta, y las últimas esperanzas que aún se cifraban ingenuamente en el comunismo autoritario como nuevo sistema de vida, ocasionaron un olvido casi mundial del anarquismo, refugiado en los restos de la militancia anarquista española exiliada y esparcida por casi todo el orbe y en los esfuerzos por renacer que se realizaban en distintos países de Europa, liberados de la tragedia nazi, y en algunas de las naciones americanas donde aún pervivían algunas editoriales que reeditaban algo de la literatura clásica del anarquismo y daban también a conocer algunas de las nuevas aportaciones de los escasos teóricos surgidos durante ese negro periodo que hubo de sufrir el movimiento anarquista internacional.

Durante el transcurso de estos años pasados desde el mayo francés de 1968 ha ido surgiendo un creciente interés en vastas capas sociales por lo que el anarquismo es y representa. Así, se repiten las ediciones a escala mundial de las obras clásicas de la literatura anarquista y se multiplican las obras que tratan de explicar, estudiar e historiar al anarquismo, visto desde un ángulo ajeno al propio movimiento anarquista. Muchos estudiosos, catedráticos de grandes universidades, y estudiantes que elaboran sus tesis, escogen al anarquismo como tema, y el mercado se satura de obras sobre este ideal que están llenando la gran laguna que representaron aquellas tres décadas de silencio forzado y aquella especie de conspiración del silencio que, en curiosa coincidencia, el gran mundo capitalista en decadencia y el mundo comunista en expansión mantuvieron sobre el anarquismo como movimiento y como idea.

Cierto es que después de la caída del fascismo en Italia ha surgido en aquel país un movimiento anarquista de mucha importancia, que edita revistas de gran categoría, como “Volontá” y “Rivista Anarchica”, junto a periódicos semanarios y mensuales de mucho valer, además de gran cantidad de libros y folletos también de mucha valía.

También en Francia es muy importante el movimiento anarquista y se continúa la tradición de país donde el anarquismo ha tenido grandes exponentes de su riqueza teórica, contando ahora, incluso, con su propia estación radiodifusora.

Y así por muy diversos lugares del mundo, como Norteamérica, Inglaterra, Japón, Australia, donde florecen movimientos y publicaciones, algunas de largo aliento y otras de vida breve.

Ahora, a raíz del nuevo Panorama que se abrió en España; el anarquismo ibero está resurgiendo con unos bríos que permiten cifrar en él las más optimistas esperanzas. Ya se cuentan por docenas los periódicos y revistas anarquistas y anarcosindicalistas que aparecen allá. Diversas editoriales ofrecen colecciones completas de obras importantes clásicas y nuevas, sobre anarquismo. Apenas hay localidad española donde no haya algún grupo anarquista o sindicato de tendencia anarquizante. Todo ello quiere decir que el anarquismo español está recuperando su antigua fortaleza a pesar de los cuarenta años de dictadura criminal durante la cual fue perseguido a sangre y fuego. Y ese vigoroso renacer está ejerciendo una visible influencia en el resto de Europa, sobre todo en los países latinos.

Pero en esta especie de resurgir mundial del anarquismo, nace una interrogante para las nuevas generaciones, que se preguntan: ¿Qué es el anarquismo? El mundo está inundado de propaganda marxista y religiosa y enajenado por la avalancha del consumismo capitalista, pero las ideas generales que circulan por el orbe entero sobre anarquismo son las interesadamente esparcidas por el capitalismo y el marxismo, que lo distorsionan y deforman insidiosamente, canallescamente, por lo que en los grandes medios de información -televisión, prensa, radio-, cuando por eventualidad se menciona el anarquismo se le señala con la clásica concepción de desorden y caos. Por ello es necesario puntualizar lo que es el anarquismo, labor que nos proponemos realizar en el desarrollo de este libro.

Y aunque en el transcurso de las páginas que siguen intentamos esbozar una idea, aunque no exhaustiva, un tanto completa sobre lo que es y significa el anarquismo, bueno será que adelantemos que el anarquismo es un ideal y un movimiento que propician:

Primero. La dicha y el bienestar del ser humano en todas las manifestaciones de su vida.

Segundo. La abolición de todas las trabas creadas por el hombre que impiden la consecución de esa felicidad por la que la humanidad viene luchando durante toda su historia.

Tercero. El cultivo de la personalidad humana hasta los mayores grados asequibles de dignidad, responsabilidad y perfección.

Como consecuencia lógica de esos tres postulados fundamentales el anarquismo considera que las estructuras generales de la actual sociedad son falsas y nocivas, por lo que lucha por su destrucción.

De ahí que rechace el autoritarismo como sistema de organización social, proponiendo formas de organización que hagan innecesario el Estado al suplantarlo por las libres asociaciones federadas entre sí.

 

No es el anarquismo un programa cerrado ni un proyecto doméstico

Y que rechace el sistema de asalariado y propiedad individual como manera económica para regir la producción y reparto de la riqueza, tanto la producida por el trabajo humano como la que espontáneamente ofrece la naturaleza. Entre las diversas maneras en que la producción y el consumo pueden organizarse sin necesidad de la explotación y tiranía capitalista y estatal, el anarquismo propone principalmente el colectivismo autogestionario como forma de administración que permite la justicia distributiva sin intervención autoritaria, con lo que pueden concertarse la libertad y la igualdad económica.

Finalmente, hay que señalar en este breve esquema que el anarquismo tiene como principio fundamental el buscar todas las formas de compatibilizar la libertad con cualquiera de los aspectos de la vida social, ya que considera que la libertad es el más preciado de todos los dones a que la humanidad puede aspirar. De ahí que no sea el anarquismo un programa cerrado ni un proyecto dogmático, sino un principio libertario que puede manifestarse en las mil y una maneras en que la vida humana puede ser libre. Y las formas de organización que el anarquismo ofrece perentoriamente para salir del mundo autoritario y explotador en que vivimos no tienen la pretensión de ser eternas ni siquiera únicas, sino, tal vez, hoy, las mejores. También es por eso que actualmente coinciden con los principios fundamentales del anarquismo extensas capas del pensamiento mundial que no se definen como anarquistas pero que en su cariño por la libertad se acercan tanto al anarquismo que casi se confunden con él. Ese es el caso de pensadores tan grandes como Bertrand Russell, Martín Buber, Albert Camus, Erich Fromm. Octavio Paz y muchos otros.

Muchas pueden ser también las vías que conduzcan a la consecución de esos objetivos que se derivan de los postulados que propone el anarquismo, pero, fundamentalmente, el movimiento anarquista ha escogido dos que se han distinguido y han preponderado en toda s praxis histórica. Cuando en el transcurso del siglo pasado surgió el movimiento obrero generado por las grandes concentraciones industriales, el anarquismo se volcó en él y creó un movimiento sindical con la doble función de conseguir aminorar la explotación capitalista y preparar la gran revolución que habría de terminar con todo el sistema imperante para iniciar una nueva era de libertad, bienestar y justicia. Ese movimiento sindical podría representar, a su vez, el inicio de la nueva organización económica, ya que, en realidad, en manos de los productores organizados libremente podrían establecerse las bases realmente justicieras de la producción y la distribución. Los sindicatos, pues, para el anarquismo, podían y debían ser el instrumento de las reivindicaciones inmediatas y una de las principales bases de la organización económica de la nueva sociedad.

En el orden político y social propiamente dicho el anarquismo aún considera que el municipio o la comuna libres, interfederados entre sí, suplirían con enorme ventaja la organización autoritaria del Estado. Empero, dado que el sistema municipal también ha sido adoptado por el Estado, aunque en sentido centralista y autoritario, el movimiento anarquista militante rechaza la participación en la administración municipal por ser actualmente un apéndice del sistema autoritario gubernamental.

Las concepciones sociales del anarquismo nacen de bases morales y filosóficas diferentes a las actuales

En el mismo sentido rechaza toda integración y colaboración con las estructuras actuales, y no interviene, como hacen otros sectores sedicentes revolucionarios -los sectores marxistas, por ejemplo-, en las contiendas parlamentarias. De ahí su conocido apoliticismo, dado que no cree que dentro del sistema ni colaborando con él se llegue a destruir éste, por lo que prefiere la senda revolucionaria que deshaga totalmente las estructuras autoritarias y permita establecer los inicios de una verdadera sociedad libre. Y en este aspecto el anarquismo difiere de todos los demás movimientos sociales y políticos, pues propicia una verdadera revolución social.

Se comprende que todas esas concepciones sociales del anarquismo han de nacer de concepciones filosóficas y morales diferentes a las que rigen en el panorama general de la vida actual. De ahí que a las grandes interrogantes de todas las épocas del pensamiento humano. (¿Qué es el hombre? ¿Cuál es la naturaleza del medio en que la vida humana se desarrolla? ¿Cómo debe vivir el hombre?), el anarquismo trate de responder con sus propias concepciones, de donde nace su ateísmo, su moral del apoyo mutuo y toda la plataforma filosófica que sirve de base a la estructuración de toda su ideología, tan vasta como la vida misma.

De ahí se puede deducir, pues, que un ideal y un movimiento tan diferentes a cuantos movimientos e ideales transitan en las lides sociales requiera una explicación que permita a quienes no lo conocen de manera cabal tener una idea, aunque sea en cierto modo esquemática, de lo que es y representa.

Y eso es lo que intentamos en las páginas siguientes.

Empero, cuanto decimos en este libro no debe interpretarse como un credo absoluto y una doctrina inamovible generadores de programas o sistemas morales cerrados y definitivos, como son todas las religiones. Tampoco debe pensarse que las deducciones y afirmaciones que en este libro aparecen forman la plataforma sobre la que rígidamente ha de construirse toda la estructura orgánica de una corriente ideológica o un partido, como ocurre con las doctrinas autoritarias. Y aunque las deducciones que se apuntan en esta obra concuerdan en alto grado con las declaraciones de principios de los congresos y organizaciones que se registran en toda la historia del movimiento anarquista internacional, el autor se cree en el deber de hacer constar que ninguno de esos congresos y organizaciones ha de ser forzosamente solidario integralmente de las ideas que aquí se exponen.

El anarquismo es una concepción rica en interpretaciones con ciertos principios como denominador común

El anarquismo es una concepción ideológica tan amplia como la vida misma, y por ello es muy rico en facetas interpretativas, aunque hay algunos principios fundamentales que sirven como denominador común a esa riqueza interpretativa que representa uno de los más ricos valores del anarquismo

Es posible que el lector de esta obra encuentre excesivo el uso que en ella se hace de textos ajenos. Como descargo a esa imputación queremos señalar que los hemos incluido para dejar constancia de que las ideas propias que en este libro se expresan tienen un estrechísimo parentesco con las concepciones de las figuras mas representativas del anarquismo, por lo que pueden tener esas ideas nuestras cierta validez en su pretensión de señalar, aunque sea de manera harto deficiente; lo que es el anarquismo.

Es muy probable, también, que algunos apartados de esta obra le parezcan al lector terriblemente monótonos, de intrincados razonamientos sobre temas poco usuales en la literatura anarquista actual y posiblemente innecesarios para el objetivo esencial que nos hemos propuesto, pero nosotros los hemos creído absolutamente imprescindibles y hemos procurado tratarlos de la mejor forma en que somos capaces de hacerlo. De todas maneras, confiamos en la indulgencia de quienes nos lean con la esperanza de que estas páginas puedan cumplir el cometido para el cual fueron escritas.

Y como es fácil comprender; con este libro no pretendemos haber agotado el tema que lo ha motivado, sino que sólo procuramos ayudar al esclarecimiento y estudio de un ideal escasamente conocido y muy torcida mente interpretado.

 

PRIMERA PARTE

FILOSOFÍA DEL ANARQUISMO

No es la ANARQUÍA un forzamiento de las cosas. Es el desenvolvimiento natural y continuo de todos los elementos de integración vital que están contenidos en la Humanidad, trátese del individuo o de las agrupaciones sociales no se reduce al mecanismo simplista de la existencia ordinaria, sino que abarca al conjunto de la existencia universal y se propone explicarse, en suprema síntesis, la totalidad de la vida y la totalidad de las relaciones. No es una invención, sino una verificación.

Ricardo Mella

 

A)    DEFINICIÓN PRELIMINAR

Un número considerable -realmente excesivo- de entre las personas que se preocupan por los problemas que atañen a las relaciones de los humanos entre sí tiene un concepto erróneo de lo que significa ese amplísimo y complejo grupo de conceptos que comprenden las expresiones anarquismo y anarquismo o acratismo y acracia. La acepción oficial que le asigna el léxico académico y rutinario de expresión genuina de desorden, desquiciamiento y caos ya no la acepta ninguna persona mediana y honradamente enterada de estos problemas. El significado etimológico de a y an, partículas negativas, y cracia y arquía, indicadores de autoridad, poder y gobierno, con lo que se forman los vocablos a-cracia y an-arquía, que significan ausencia de autoridad, de poder y de gobierno, también lo saben quienes se inquietan algo por conocer las grandes corrientes del pensamiento humano. No obstante, tal vez debido a que las actividades del anarquismo, considerado como movimiento de presencia activa en las lides sociales, han sido dedicadas en proporciones muy elevadas a las luchas del proletariado moderno contra sus enemigos más visibles, la mayoría de las gentes que se han asomado a este movimiento lo han considerado como la expresión revolucionaria de los ideales de una clase, como un programa simple y escueto de reformas sociales o como una manifestación de disconformidad y rebeldía ante la injusticia de los sistemas actuales de convivencia humana.

Empero, la realidad no es esa. Ese conglomerado amplísimo, complejo y ordenado de ideas que forman el anarquismo no se estrecha en unos simples ideales de clase. Claro que el anarquismo reconoce la existencia de una lucha social y en ella toma parte al lado de los explotados, oprimidos y esclavizados, pero ése es sólo un aspecto de las ideas y la praxis anarquistas. Tal vez uno de los aspectos más visibles y una consecuencia lógica de sus propias concepciones, y probablemente también una de sus consecuencias más emotivas e inquietantes, pero los ideales anarquistas no se reducen a eso. Si el anarquismo fuera un ideal de clase, como el marxismo, se estrecharía en el reducido campo de los problemas de poder: de poder económico y de poder político. ¡Y el anarquismo está muy lejos de esa estrechez! El anarquismo es un ideal mucho más amplio, mucho más complejo y mucho más elevado que el odio de una clase social contra otra clase social.

Ricardo Mella, tal vez el más destacado de los teóricos anarquistas españoles, decía en el prólogo a la primera edición en español de la obra de Pedro Kropotkin La ciencia moderna y el anarquismo que:

“No es la ANARQUÍA un forzamiento de las cosas. Es el desenvolvimiento natural y continuo de todos los elementos de integración vital que están contenidos en la Humanidad, trátese del individuo o de las agrupaciones sociales. No se reduce al mecanismo simplista de la existencia ordinaria, sino que abarca el conjunto de la existencia universal y se propone explicarse, en suprema síntesis, la totalidad de la vida y la totalidad de las relaciones. No es una invención, sino una verificación”.

Porque el anarquismo es una filosofía

Cierto es que el anarquismo considera que las estructuras actuales sobre las que se basan todos los aspectos del vivir social, y hasta las bases filosóficas y morales que la componen, son nocivas, erróneas y altamente injustas para el desarrollo normal de la naturaleza humana, y, como es lógico, al rechazar esas estructuras y sus fundamentos ha de inspirarse en razones fundamentales que lo llevan a la concepción de otros basamentos y otras estructuras. Y de ahí nace su filosofía.

Porque el anarquismo es una filosofía, tal vez la más grande y profunda filosofía conocida hasta hoy que, basándose en todos los conocimientos de la ciencia -que son las únicas verdades que sensata y relativamente pueden aceptarse-, trata de encontrar solución a todos los problemas que la humanidad tiene planteados. Por eso el anarquismo es una concepción integral de la vida que, nacida de raíces eminentemente científicas, se eleva a las más altas especulaciones de la filosofía.

La ciencia, investigando sobre la infinidad de fenómenos que se suceden en la Naturaleza y cuyo conjunto es la vida misma, descubre y cataloga las leyes naturales que rigen esos fenómenos y, como consecuencia, a la propia vida, con lo que va forjando ese acervo de conocimientos que por sí mismos forman toda la estructura científica de que dispone la humanidad. Por su parte, el anarquismo descubre, selecciona y señala de entre esas leyes las que encauzan, orientan y rigen el vivir humano. Y sobre esa plataforma de realidades científicas, el anarquismo elabora un edificio filosófico que trata de explicar las interrogantes que atormentan desde siempre a la humanidad. Y propone soluciones -que se derivan lógicamente de esa ciencia- a esas interrogantes.

Miguel Bakunin decía que:

“De todo eso resulta que la ciencia, desde el principio, está fundada sobre la coordinación de una masa de experiencias personales contemporáneas y pasadas, sometidas constantemente a una severa crítica mutua. No puede imaginarse una base más democrática que ésa. Es la base constitutiva y primera, y todo conocimiento humano que en última instancia no repose sobre ella, debe ser excluido como desprovisto de toda certidumbre y de todo valor científico”.

 

Tal vez sería oportuno advertir que cuando Bakunin escribía estos razonamientos en defensa de la ciencia aún no se habían producido esos enormes desastres que los grandes descubrimientos científicos de este siglo han hecho posible, lo que ha motivado un anticientificismo más emocional que razonado. Los asombrosos descubrimientos de la ciencia que caracterizan la vida del siglo que vivimos no son perversos por sí mismos, sino que su aplicación técnica al servicio criminal del autoritarismo nos están acercando a ese apocalipsis final que las personas sensatas están denunciando. Pero si las verdades que la ciencia descubre, esos secretos maravillosos de la Naturaleza, se pusieran íntegramente al servicio del bienestar humano la ciencia sería el más preciado tesoro de la humanidad.

Y Bakunin continúa diciendo:

Por el trabajo de los siglos se establece en la ciencia un sistema de verdades o leyes universalmente reconocidas

«“Es así como, sucesivamente, por el trabajo de los siglos, se establece poco a poco en la ciencia misma un sistema de verdades o de leyes naturales universalmente reconocidas. Una vez establecido ese sistema y acompañado siempre de la exposición más detallada de los métodos, de las observaciones y de las experiencias, así como de la historia de las investigaciones y de los desenvolvimientos, con ayuda de los cuales ha sido establecido, de manera que pueda siempre ser sometido a un control nuevo y a una nueva crítica, se convierte después en la segunda base de la ciencia. Sirve de punto de partida para las investigaciones nuevas que necesariamente se desarrollan y lo enriquecen con nuevos métodos”.

“Al querer abarcar la universalidad de la ciencia, el hombre se detiene, aplastado por lo infinitamente grande. Pero al entrar en los detalles de la ciencia encuentra otro límite: lo infinitamente pequeño. Por lo demás, no puede reconocer realmente más que aquello cuya existencia real le es testimoniada por sus sentidos, y sus sentidos no pueden alcanzar más que una parte infinitamente pequeña del universo infinito...”.

“El teólogo y el metafísico se prevaldrían también de esa ignorancia forzada y necesariamente eterna del hombre para recomendar sus divagaciones o sus sueños. Pero la ciencia desdeña ese trivial consuelo, detesta esas ilusiones tan ridículas como peligrosas. Cuando se ve forzada a detener sus investigaciones, por falta de medios para prolongarlas, prefiere decir «No sé» a presentar como verdades hipótesis cuya verificación es imposible. La ciencia ha hecho más que eso: ha llegado a demostrar, con una certidumbre que no deja nada que desear, la absurdidad y la nulidad de todas las concepciones teológicas y metafísicas; pero no las ha destruido para reemplazarlas por absurdos nuevos. Llegada a su término, dirá honestamente «No sé», pero no deducirá nunca nada de lo que no sepa”».

Esa importancia esencialísima que Bakunin atribuye a la ciencia en los problemas del conocimiento humano demuestre la íntima relación que existe entre anarquismo y ciencia.

Y por otra parte, como lógica deducción, la filosofía que en sí es el anarquismo tiene como base especulativa a la ciencia misma. Con arreglo a eso, como toda filosofía, el anarquismo inquiere sobre el ser humano y sus problemas, y se plantea las siguientes interrogantes:

¿Qué es el hombre?

¿Cuál es la naturaleza del medio en que se desarrolla la vida humana?

¿Cómo debe vivir el hombre?

Estas preguntas, que podríamos decir que sintetizan todas las interrogantes que el pensamiento humano se ha formulado a través de toda la historia, el anarquismo trata de contestarlas remitiéndose a la ciencia, y cuando la ciencia no responde de manera definitiva y satisfactoria a alguna de las infinitas facetas que estas interrogantes presentan, algunos de cuyos aspectos tal vez la ciencia no los explique nunca, el anarquismo no acepta, por ello, las respuestas metafísicas, no basa mentadas en hechos comprobados y experimentados o deducidos de estos mismos hechos, que el hombre ha pretendido dar siempre cuando ha ignorado la verdadera naturaleza de las causas que motivaron las interrogantes. Es decir, el anarquismo no admite las elucubraciones metafísicas y religiosas que no tienen como basamento la realidad de los hechos comprobados y experimentados. Por ello, cuando a una interrogante no se le han encontrado explicaciones satisfactoriamente científicas, el anarquismo mantiene viva la interrogante, y de ahí nace la inquietud permanente de su pensamiento y la perspectiva interminable de su amor al saber, como señala Bakunin.

Por su parte, Pedro Kropotkin señala que:

«“Nuestras ideas acerca de los fenómenos sociales son un reflejo del cambio que se opera en las ideas acerca del conjunto del Universo y del conjunto de nuestros conocimientos”.

“Tengo, pues, que considerar la ANARQUÍA bajo estos tres aspectos: como modo de acción, como teoría social y como parte de un sistema general de filosofía”».

Y como en el desarrollo de las tesis que ofrecemos en este libro pretendemos apoyarnos frecuentemente en la ciencia consideramos imprescindible esclarecer, en la medida en que seamos capaces de hacerlo, la concepción que nosotros tenemos sobre qué es la ciencia, objetivo que tratamos de cumplir en el apartado siguiente.

 

B)    ¿QUÉ ES LA CIENCIA?

La palabra ciencia proviene del latín scientia, que significa saber, como la expresión griega sophia. De ahí que las expresiones filosofía y ciencia estén tan estrechamente emparentadas, aunque en el decurso de la historia se hayan ido definiendo más específicamente y se llame ciencia al conjunto de los conocimientos empíricos, experimentales, y a las consecuencias lógicas que se derivan de esos conocimientos, y filosofía a las especulaciones y supuestos que sobre la naturaleza y desarrollo de las cosas y los acontecimientos se elaboran en la mente humana. La ciencia, pues, en el contexto moderno del término, engloba los conocimientos que también sobre las cosas y los acontecimientos han podido atesorar los seres humanos a través de la historia y las comprobaciones, además, de las deducciones que no están en contradicción con ese conocimiento.

Empero, hay que tener en cuenta que tanto las cosas como los fenómenos presentan siempre una infinita variedad de facetas, dado que ninguna cosa ni fenómeno de los que hasta hoy ha conocido el hombre deja de ser un complejo más o menos armónico de otras cosas y de otros fenómenos.

Ciencia es virtualmente todo lo que contribuye a enriquecer la sabiduría del ser humano

Una manzana considerada como cosa es un conjunto de elementos químicos, y como fenómeno es el producto de un conjunto de factores de tiempo y espacio. Igual acontece con una hermosa sinfonía o el simple canto de un gallo. En la sinfonía se podrían estudiar las propiedades físicas de las diversas vibraciones que producen los sonidos, la calidad de los materiales de que están compuestos los instrumentos, las cualidades acústicas del local, amén de otras raíces más subjetivas, como el estado de ánimo del autor y el grado de destreza de los ejecutantes. También en el canto del gallo la ciencia podría estudiar la intensidad de las vibraciones sonoras, como en la sinfonía, la raza del gallo en cuestión y las razones que impulsan al animal a proferir esos sonidos en determinadas horas y ocasiones. E incluso puede ser un quehacer científico la investigación de las sensaciones de placer o disgusto, la emoción estética o el horror que uno u otro acontecimiento provocan en determinado ser, objeto de estudio en estos fenómenos. De ahí la universalidad de la ciencia, concepto que amplían, desbordándolo, las ideas base que desarrolla Paul F. Feyerabend en su libro Contra el método (Editorial Ariel, 1974), por las que aboga por la ANARQUÍA en la ciencia. Feyerabend reitera en su obra que su anarquismo (o concepción anarquista de la ciencia) no es el mismo que lo que él llama el anarquismo político: “... el anarquismo, aunque tal vez no la filosofía política más atractiva, ciertamente es la medicina excelente para la epistemología y para la filosofía de la ciencia”. Comentando estos criterios de Feyerabend, Daniel Morcate dice en un artículo publicado en la revista “Guángara” correspondiente a la primavera de 1982: “Pese a esta vaga divagación, Feyerabend logra describir con precisión y nitidez lo que para él significa el anarquismo científico. Este consiste, además de la práctica liberal de la ciencia, en el firme repudio de cualquier tipo de metodología que reclame para sí una efectividad exclusiva. A la inversa, el anarquismo acoge con entusiasmo los empeños pluralistas y creativos que se realizan en el campo de la ciencia. Por otra parte, la ciencia no es algo tan fácilmente reconocible como se ha pretendido en el pasado y como a menudo se sugiere en el presente. Ciencia es virtualmente todo lo que contribuye a enriquecer la sabiduría del hombre. Dentro de esa amplia clasificación pueden incluirse disciplinas tan disímiles como la física y la mitología, la astronomía y la astrología, la biología y la metafísica. Semejante concepción de la ciencia se aparta radicalmente del ideal científico del positivismo, que hace hincapié en la claridad, profundidad y solidez que exige el cientificismo. El anarquismo científico se sitúa junto al movimiento artístico-ideológico conocido como “Dadaísmo”. Tristán Tzara, uno de sus fundadores, es el genuino inspirador de las convicciones ácratas de Feyerabend, tal y como él mismo indica. Del Dadaísmo, Feyerabend extrae cierto gusto por lo incongruente y lo irracional. La labor científica está matizada de paradojas, incongruencias y hallazgos que rayan en lo irracional. Esto en parte explica la imprevisibilidad y complejidad extremas de la ciencia. Esta última característica de la ciencia es a menudo ignorada por científicos y filósofos de la ciencia, cuyo optimismo e ingenuidad excesivos promueven una actitud estrecha y simplista hacia el conocimiento humano”.

Esa concepción anarquista de la ciencia que reivindica Feyerabend no es precisamente la interpretación que el anarquismo político, como él lo llama de una manera un tanto despectiva, tiene de la ciencia, si se quiere significar con lo que defiende Feyerabend aceptar con créditos de realidad las suposiciones religiosas y metafísicas. Cierto es que nada de cuanto se manifiesta en la vida es ajeno a la investigación científica, por lo que todos esos campos no le están vedados a la ciencia, pero lo que es acientífico son las conclusiones que son características en esos mismos campos cuando ellas no son comprobables ni son deducciones lógicas de comprobaciones reales. Es cierto también que son muy diversas las vías de conocimiento de que goza el ser humano, pero algunos de esos conocimientos no pueden considerarse como tales ni pueden entrar en los dominios de la ciencia hasta que no se conozca su verdadera naturaleza. Todos los mitos fueron el resultado de las suposiciones originadas por el desconocimiento de la verdadera naturaleza de algunos fenómenos que llegaron al conocimiento humano por algunas de esas vías que aún no son científicas. La confusión estriba en que se le llama conocimiento a lo que sólo es percepción. Y los caminos de la percepción no tienen más límite que el de los propios sentidos humanos, el horizonte de los cuales la ciencia y la técnica los han dilatado de manera asombrosa.

El anarquismo es fundamentalmente una concepción del universo

No nos interesa iniciar polémica alguna en torno al tema, y sólo quisimos intentar establecer lo que parece que puede ser la relación más aceptable entre anarquismo y ciencia. El objetivo doctrinario del anarquismo no se dirige hacia especulaciones alrededor de los métodos científicos ni hacia una visión exhaustiva de la propia ciencia. El anarquismo es más bien una filosofía que procura encontrar los senderos que puedan conducir hacia los más amplios estadios de felicidad de la especie, y para ello se empeña en conocer todo lo cognoscible de la vida para tratar de encontrar las causas de infelicidad y los posibles medios para eliminarlas. Y para ese objetivo esencial el anarquismo cree que la ciencia puede ser uno de los mejores vehículos, pues si ella nos facilita el conocimiento de la verdadera naturaleza humana o, cuando menos, las concepciones que pueden considerarse como más cercanas al conocimiento real de esta naturaleza, el anarquismo estará en posibilidad de cimentarse sobre las mejores bases que le pueden ser asequibles al conocimiento humano. Y la verdad es que hasta ahora sólo la ciencia ha conseguido aportar algunos datos dignos de crédito sobre lo que el propio ser humano es y sobre lo que es el medio que lo rodea. Y el anarquismo acepta la responsabilidad de no dar crédito a los posibles conocimientos que no pueden entrar aún en los terrenos de la ciencia, a la vez que rechaza los seudoconocimientos que han intentado explicar fenómenos a los cuales la ciencia ha encontrado explicaciones diferentes. Esas son las relaciones reales entre el anarquismo y la ciencia.

Pedro Kropotkin, en su conocido libro sobre la ciencia y el anarquismo (Humanismo libertario e a ciencia moderna. Edición portuguesa de Cooperativa Editora Mundo Libre, Río de Janeiro, Brasil. Páginas 79 y siguientes), dice así:

«“El anarquismo es, fundamentalmente, una concepción del universo basada en una interpretación mecánica (aquí aclara el propio Kropotkin en nota aparte que emplea el término mecánica por ser más asequible al lenguaje popular que el de cinética, que es el término más apropiado), de los fenómenos de la naturaleza, comprendiendo también como naturaleza los fenómenos de la vida social y sus múltiples problemas de orden económico, moral y político... ”.

“Toda la inmensa serie de conocimientos adquiridos durante este siglo (se refiere Kropotkin al siglo XIX, pues esto lo escribía a finales del siglo pasado), la debemos al método inductivo-deductivo (Feyerabend y Savater odian el método y proponen la aniquilación de todos los métodos, en nombre de una filosofía anárquica definitivamente nihilista), único científico conocido. Ahora, como el hombre es una parte de la naturaleza y su vida personal y social es igualmente un fenómeno natural, de igual manera que el crecimiento de una flor o la evolución de la vida en colectividades como las de las hormigas o las de las abejas, no vemos razones suficientes para que al pasar de una flor al ser humano o de una comunidad de castores a las populosas ciudades humanas hayamos de abandonar un método que tan espléndidos resultados ha dado hasta ahora y hayamos de buscar otro en el arsenal de la estulta metafísica”».

Y no propone Kropotkin, ni ningún otro anarquista, que las verdades relativas que ofrece la ciencia hayan de tomarse como dogmas intangibles e inamovibles, sino como aseveraciones comprobadas que, aunque susceptibles de ampliación y modificación, son las únicas verdades dignas de crédito sobre las cuales elevar el delicado edificio de la filosofía anarquista.

Es bajo este prisma que nosotros intentamos responder a la interrogante: ¿Qué es la ciencia?

Cuando el cerebro humano adquirió el desarrollo suficiente para sentir curiosidad por conocer el mundo en que vivimos, algunos seres de nuestra especie se empeñaron en buscar explicaciones a nuestra propia existencia y a la existencia del mundo. ¿Cómo nació el mundo, cómo se desarrolló, cómo nació la vida, cómo nació el hombre, y qué es, en realidad, la vida universal?, fueron desde siempre enigmas inquietantes que ocuparon la imaginación especulativa de los cerebros más desarrollados y de sensibilidad más refinada. Y al par que surgían los enigmas, nacían en nuestra especie fervientes anhelos por resolverlos, pues no sabemos aún por qué intrincados mecanismos es consustancial a la naturaleza humana una necesidad imperiosa de encontrar solución a todos los problemas que se le plantean. Por ello, siempre se explicó el hombre ante sí mismo todos los misterios de la vida. Las primeras explicaciones sobre estos enigmas fundamentales se desarrollaron en un marco esencialmente mitológico, religioso, intentando presentar respuestas totales, globales, absolutas. Y es que en esos primeros tiempos de la cultura -tiempos que debieron abarcar muchos miles de años-, en nuestros semejantes aún no había nacido el pensamiento científico, analizador, comparativo, que pretende sondear hasta el origen mismo de las cosas, aunque esté consciente de que tal vez jamás llegue hasta ese origen primero en ninguna de esas cosas que le inquietan.

… y se fueron investigando los fenómenos hasta encontrar algunas leyes

Pero en alguna época de esta historia de la cultura, la curiosidad humana -la curiosidad de algunos humanos probablemente más inquietos o más sensibles que los semejantes de su tiempo-, se encaminó por otros senderos, sin conformarse con las explicaciones totalitarias, globales y absolutas ofrecidas hasta entonces, y se comenzó a buscar explicaciones parciales, al margen de los mitos y las religiones. Y se quiso saber específicamente cómo está constituido el cuerpo humano, cómo funcionan los fenómenos fundamentales de nuestro vivir y sus relaciones con el medio. Entonces, se comenzó a estudiar el proceso de la digestión, el flujo de la sangre, y otros detalles de nuestra vida fisiológica, independientemente, y en algunos momentos hasta contrariamente, a las explicaciones mitológicas, religiosas, hasta entonces dadas al misterio de la creación. Y aconteció igual con el medio. Se puso atención entonces al movimiento de los planetas, haciendo abstracción de los mitos globales.

Comenzó así a surgir la verdadera ciencia y se fueron investigando los fenómenos y sus relaciones entre sí, hasta encontrar algunas leyes. El estudio de los cuerpos en movimiento llevó a la mecánica celeste y a la universalidad de las leyes de la gravitación, y el estudio detallado de la fisiología y la anatomía humanas explicó muchas de las incógnitas que los criterios anteriores habían integrado en el terreno de la metafísica y de la religión.

Por esos caminos del conocimiento, ya fundamentalmente científicos, hubo de llegarse a nuevos conceptos sobre todos los aspectos de la vida. Se comprendió que las explicaciones absolutas -como son las explicaciones religiosas-, son absolutamente falsas, por lo que se aprendió que los conocimientos jamás tienen un límite y siempre están sujetos a modificación y ampliación. Al propio tiempo se iban descubriendo las falsedades o errores que servían de base a los conceptos generales de la vida que habían surgido en el decurso de los siglos, creando una moral que había servido de cauce a la conducta social. Bakunin decía que en estos periodos de la historia el pensamiento humano había descendido del cielo religioso para posarse en el universo natural.

Y en ese sendero la ciencia ya no se detuvo hasta conocer de manera profunda, aunque, como es natural, no definitiva ni completa, muchos fenómenos que hasta hace poco representaban intrigantes misterios.

Así, por ejemplo, en el conocimiento de la composición y comportamiento íntimo de la materia se ha llegado a comprender por comprobaciones experimentales el funcionamiento atómico, y a descubrir la naturaleza de los elementos constitutivos de la biología molecular, y hasta muchos secretos de los principios esenciales de los mecanismos que permiten la continuidad de la vida.

Se llegó a saber que nuestra tierra y todo lo que ella contiene esta regulado por las mismas leyes que orientan al universo entero

Pero antes de continuar señalando veloz y esquemáticamente algunas de las enormes conquistas del saber científico, es conveniente recordar los cercos terribles que procuraban impedir ese desarrollo y se esforzaban por malograr esas conquistas. Como las estructuras esenciales de las religiones se asentaron siempre sobre las explicaciones falsas, absolutas, que dieron a todas las incógnitas que inquietaban al hombre, el derrumbe de esas explicaciones, por erróneas, habría de implicar también un enorme deterioro en la estabilidad de esas religiones. De ahí la guerra sin cuartel que las religiones declararon a la ciencia y las enormes, trabas que ésta encontró en el proceso de su desarrollo. Pero llegó un momento en que todos los cercos se rompieron, y el saber científico floreció desbordante y arrollador. Y algunos hombres y mujeres quisieron escudriñar los terrenos infinitamente pequeños y los infinitamente grandes. Y se realizaron hazañas portentosas.

Y aunque todos los descubrimientos se consideraron siempre tentativos, como nociones incompletas de una verdad mucho más amplia, oculta en la plenitud de los fenómenos, estos descubrimientos que fueron revelando fracciones de la gran verdad no llegaron a los humanos por revelaciones o inspiraciones divinas, sino por esfuerzos más o menos intensos que a veces había que recomenzar volviendo atrás los pasos, pero como aquella hermosa canción catalana que señala que los besos, como las cerezas, vienen unos enlazados a los otros cuando se inician, muchos descubrimientos abrieron el camino para encontrar otros, a veces insospechada mente. Empero algunos resultaron torpemente concebidos o incompletos y hubieron de ser reformados, completados y hasta olvidados para que otros con más visos de verdad ocuparan su lugar.

Así se llegó a saber que nuestra tierra y todo lo que ella contiene está regulado por las mismas leyes que orientan al universo entero y, por otra parte, que las numerosas variedades de manifestaciones de la materia tienen como sustrato y base a sólo noventa y dos especies diferentes de átomos; y la existencia de fuerzas electromagnéticas que regulan la mayoría de los fenómenos que se suceden ante nuestra presencia y cuyas causas y mecanismos fueron antes enigmas enormes que engendraron fantásticas creencias; y se descubrieron evidencias suficientes para aseverar que la humanidad es otra más de las especies vivas, todas sujetas a ciertos procesos evolutivos a través de los cuales han llegado a su estado actual; y se formularon teorías, deducidas de los conocimientos hasta entonces adquiridos, como la teoría de la relatividad, formulada por Einstein, que implica la unidad del tiempo y el espacio, de la masa y la energía, de la inercia y la gravedad; y la mecánica cuántica, resultado del descubrimiento de Max Planck, que estableció que la energía no se manifiesta como un todo continuo, sino como porciones extremadamente pequeñas, a las que él llamó cuantas, lo que unido al principio de incertidumbre, formulado por Heisenberg, forman la base de nuestro entendimiento del carácter de los quarks y los electrones; los quarks se combinaron en protones y neutrones, que están en todas partes en el medio que nos rodea y explican por qué los átomos y las moléculas conservan su identidad, sus formas y sus patrones.

La ciencia humana ha conseguido traspasar algunos límites de la naturaleza normal del medio terrestre

En la sucesión de esos descubrimientos y conquistas de la ciencia adquirió un significado verdaderamente extraordinario la biología molecular, que ha revelado los procesos moleculares que son responsables del desarrollo y reproducción de las especies vivas. La idea base fue el reconocimiento de la macromolécula de DNA, que contiene el código para la producción de proteínas, que son los elementos que aseguran el funcionamiento de los procesos vivos. Es cierto que aún estamos lejos de entender todo el funcionamiento que permite el desarrollo de los seres vivos, pero en este campo la ciencia está en pleno desarrollo y cada día se saben nuevas cosas que van profundizando en el conocimiento real de ese maravilloso panorama.

la mente humana ha conseguido aprovechar esos descubrimientos, y, con la invención de algunas técnicas, ha traspasado algunos límites de la naturaleza normal del medio terrestre, construyendo los ciclotrones y otros aceleradores de partículas que pueden producir millones de electrón-voltios, haciendo posible el desencadenamiento y la observación de procesos nucleares antes desconocidos, porque el medio terrestre normal no puede proporcionar las energías necesarias para desencadenar esos procesos, los cuales se producen en el centro de las estrellas, donde las temperaturas son lo suficientemente altas para superar el umbral nuclear y desencadenar esas reacciones. Tras esas experiencias aparece ante la ciencia una nueva fuerza, la fuerza nuclear, que es el agente que mantiene a los protones y a los neutrones unidos en el interior del núcleo atómico. Y cuando se llegaron a construir aceleradores más potentes, capaces de proporcionar billones de electrón-voltios se conocieron nuevos secretos desconocidos hasta entonces en el mundo extremadamente pequeño del átomo. Entonces se reveló que tanto el protón como el neutrón son también sistemas compuestos, cuyos componentes parecen ser los llamados quarks, que, a su vez, se mantienen unidos por una super fuerza llamada “fuerza fuerte”. Y se tiene la convicción de que aún deben haber algunos componentes que forman los quarks, cuya naturaleza y la de la fuerza que los mantiene unidos son aún desconocidas.

En sus visiones del macromundo, del universo como un todo, también la ciencia ha ensanchado sus conocimientos como una lógica consecuencia de los demás descubrimientos de que tan pródigos han sido los últimos tiempos. Se supo, o supuso, que el mundo en general vive un proceso de expansión constante, lo que nos llevó a suponer también que debió haber un comienzo en el que la materia estuvo extremadamente caliente y altamente comprimida, idea que se afianzó al descubrir la existencia de una débil radiación que llena aparentemente todo el espacio.

Aunque en este terreno ya de los conocimientos científicos se entra en el campo de las especulaciones difíciles de comprobar o absolutamente incomprobables, se cree que hace algunos billones de años esa fuerza fuerte a que se alude anteriormente, de alguna manera produjo las partículas elementales de la materia en un estado caliente de alta energía. Se debieron formar entonces los quarks y los electrones; los quarks se combinaron en protones y neutrones y estos últimos y los electrones se combinaron en hidrógeno y helio, lo que condujo a ciertas concentraciones localizadas de la materia que dieron origen a las galaxias, planetas y estrellas. Y en la superficie de algunos planetas, sometidos a la acción benigna de alguna estrella, como nuestro Sol, se produjo el desarrollo de algunas moléculas grandes, la reproducción de las células, la aparición de especies multicelulares hasta llegar al grado actual de la vida en que está inmerso, el propio ser humano, al que nosotros mismos consideramos como el peldaño más alto de la evolución y la más compleja y maravillosa manifestación de la vida.

La visión científica y evolucionaria del mundo

Esta visión científica y evolucionaria del mundo y de la vida que en el mundo se manifiesta, se presenta bajo una sucesión de pasos graduales que van desde lo elemental a lo compuesto, desde lo caótico a lo organizado, de lo distorsionado a lo armónico; desde el gas informe de partículas elementales hasta el átomo y moléculas ya estructurados, pasando por los líquidos y sólidos de más compleja estructura hasta los complicados organismos vivos que se reproducen a sí mismos.

Es tan amplio y complejo actualmente el campo de la ciencia que la sola pretensión de explicar lo que la propia ciencia es relatando todos sus dominios, sería una insensatez muy poco científica. Como es natural, no es ese el propósito de este pequeño escarceo ni es realmente necesario para el objetivo que nos proponemos, pues ese objetivo nuestro se reduce a descubrir algunos de los valores que acreditan su valor para que sirva de basamento y plataforma para las concepciones del anarquismo, pues repetidamente señalamos en esta obra que el anarquismo y la ciencia están estrechamente vinculados por ser ambos una búsqueda permanente de la verdad, pero es tan subyugante el panorama que el tema ofrece que no podemos resistir la tentación de continuar con lo siguiente:

Algunos descubrimientos en las profundidades del universo revelaron la existencia de estrellas o formaciones de estrellas de peculiaridades extraordinarias. Las estrellas de neutrones parecen ser fracciones de materia con densidades billones de billones mayores que la materia ordinaria: los quarks parecen ser galaxias que emiten un billón de veces más energía que las galaxias normales; los agujeros negros parecen ser concentraciones de materia alrededor de las cuales el espacio se curva hasta tal grado que la materia y la luz sólo pueden entrar en ellos para no salir. Con todo, a pesar del carácter extraño de esos fenómenos, es muy probable que puedan entenderse sobre la base de nuestro conocimiento actual de las propiedades de la materia.

Todas estas peculiaridades han llevado a la gente científica a interesarse por estudiar la historia de la materia. Hasta hace muy poco la ciencia se limitaba a estudiar la materia en su estado actual, pero ahora ya se aventura la ciencia a suponer una eventual edad de la materia y el mundo, los cuales se supone que nacieron hace más de diez billones de años, pero la propia ciencia queda perpleja ante la incógnita terrible de lo que pudo haber o suceder antes de ese acontecimiento base de todos los acontecimientos que el ser humano puede concebir científicamente. Todos sabemos cómo los mitos y las religiones despejaron siempre este enigma, base de todos los demás. Cuando menos, la ciencia tiene en su haber la demostración de manera fehaciente y categórica que las soluciones que las religiones ofrecieron a todos los enigmas de la vida son fundamental y definitivamente falsas.

¿Hay límites infranqueables para la ciencia?

En el diminuto mundo atómico la complejidad también es infinita. La estructura atómica permite un número vertiginoso de combinaciones y recombinaciones de átomos mediante la formación de una gran variedad de estructuras y superestructuras específicas superpuestas las unas sobre las otras. Esta aptitud para combinar se basa en las configuraciones específicas de estados cuánticos del electrón, que permiten innumerables combinaciones y entrelazamientos de unidades atómicas.

Las manifestaciones de las combinaciones atómicas van desde las bien conocidas propiedades de los cristales hasta las conducciones electromagnéticas de los sistemas nerviosos. La biología molecular se explica por esos estados cuánticos. La estabilidad del DNA también se basa en los mismos principios. Así, los mecanismos de la herencia, el crecimiento de las estructuras vivas y la evolución de diferentes especies están sujetas a las mismas leyes que gobiernan las relaciones entre átomos y moléculas. Por esos caminos la ciencia explica satisfactoriamente casi todas las propiedades de la materia, pero a pesar de todo eso podría parecer que hay ciertas fronteras o límites que la ciencia no puede trasponer en el conocimiento humano, pues hay facetas del conocimiento -o sentimiento- en el hombre que la ciencia no ha podido codificar. ¿Implica ello limites definitivamente infranqueables para la ciencia? la evolución biológica presenta muchas de esas fronteras que aún no se han podido abatir. Y el problema se agravó con la aparición del sistema nervioso y el cerebro. Esto representa un nuevo modo de comunicación entre el ser vivo y el exterior. Y aunque el fenotipo continúa estando determinado por una modificación o ampliación de la microestructura del DNA, sus patrones de comportamiento dependen también de la reacción del animal a impresiones de los sentidos, donde tienen lugar acciones y reacciones debidas a delicados microprocesos que provocan acciones y reacciones en gran escala que casi imposibilitan la cuantificación de la relación entre el insumo y el comportamiento. Problemas que se agudizan con la aparición de la especie humana y sus posibilidades de aprendizaje acumulativo, que aportaron nuevos factores muy difíciles de conocer. En las otras especies, aunque disfruten algunas de ellas de la facultad de aprendizaje, con la muerte del individuo se borran las experiencias adquiridas y la especie continúa durante muchísimas generaciones sin cambios sustanciales si no median algunos cambios genéticos de cierta importancia. Con la memoria acumulativa de que disfruta nuestra especie por medio del lenguaje y los documentos entra en juego un factor histórico que también forma parte de la personalidad e influye en los fenómenos del comportamiento y todo ello significa que algunos fenómenos vitales pueden escapar al conocimiento humano, por lo que serían incatalogables. En eso radicarían algunas de las fronteras o límites de la ciencia.

¿Podría ello implicar que la ocurrencia de algunos acontecimientos impredecibles e incatalogables por ahora las leyes generales que la ciencia ha descubierto queden violadas? El que la humanidad no haya podido explicar aún satisfactoriamente algunos fenómenos no cierra todas las perspectivas ni pone límites definitivos al conocimiento.

Es cierto que un respetable número de partes importantes de la experiencia no pueden evaluarse razonablemente dentro del saber científico. No es posible hacer una definición científica del bien y del mal, del odio, del amor, del sentimiento estético, de la dignidad, de la felicidad, etc., aunque los progresos recientes en neurofisiología y bioquímica nos hayan demostrado que los procesos que producen esos aspectos de nuestra experiencia tienen como fundamento y medio las bases esenciales de la materia representada en las combinaciones y reacciones atómicas y electromagnéticas, por lo que la virtud de la ciencia en estos horizontes estriba en haber demostrado que las peculiaridades metafísicas por las que tradicionalmente quisieron explicarse esos fenómenos no existen, a pesar de que algunos profesionales de la ciencia no hayan podido despojarse de los prejuicios religiosos y arguyan que las explicaciones metafísicas a esos fenómenos son explicaciones complementarias que pertenecen a un mundo en el cual no cabe la ciencia.

Una actividad humana que se empeña por descubrir la naturaleza de todos los fenómenos que integran la vida

Contestando razonablemente a la pregunta ¿qué es la ciencia? Podríamos argüir que es una actividad humana que se empeña por descubrir la verdadera naturaleza de todos los fenómenos que integran la vida valiéndose de experimentaciones y comprobaciones, y deducciones derivadas de esas mismas experiencias y verificaciones. Con esta actividad como vehículo la humanidad ha conocido maravillosos secretos que la Naturaleza le mantuvo vedados durante mucho tiempo, originando concepciones nuevas sobre la realidad misma de la vida, a la par que ha venido demostrando de manera lógica y contundente que las creencias que la misma humanidad se ha venido forjando a través de toda su historia, y que dieron origen a todas las religiones, han resultado falsas, por lo que todo el edificio moral que se vino levantando fundamentado en las concepciones religiosas y que ha pretendido regular la conducta humana durante toda la historia es fan falso como las religiones mismas, por lo que, en última instancia, la ciencia ha de servir de base a una nueva moral. De esas raíces nace la moral anarquista.

Ante las aplicaciones técnicas de algunos descubrimientos científicos, dirigidas preferentemente hacia objetivos realmente criminales, como los sofisticados armamentos y las fabulosas riquezas que se emplean en la fabricación de éstos, además de numerosos usos que más que a conseguir la felicidad humana se orientan hacia sus peores desdichas, y las enormes posibilidades que esas técnicas pueden ofrecer a los Estados para someter a los seres humanos a la catastrófica condición de simples robots, muchos pensadores actuales de esclarecida sensibilidad, y con ellos gran número de militantes anarquistas, presentan una verdadera aversión por la ciencia, acusándola de ser el principal origen de la espantosa situación que estamos atravesando en estas últimas décadas del siglo XX. Esta actitud merece algún comentario.

Es cierto que el desarrollo de la ciencia hasta los grados en que se halla actualmente ha posibilitado ejercer ciertas técnicas que han producido todas esas calamidades de que la ciencia es acusada, pero en ese caso, si la ciencia se comprende como el conocimiento de las cosas y los fenómenos, la acusación habría de abarcar toda la historia del conocimiento humano, lo que habría de presentar dilemas muy difíciles de resolver razonablemente. Nosotros pensamos que más bien hay que condenar las estructuras de la sociedad, que no solamente permiten sino que propician ese uso criminal del conocimiento científico. Que el ser humano conozca algunos de los secretos que la Naturaleza encierra no puede significar un hecho nefasto en sí mismo, dado que el afán de conocimiento es consustancial a la naturaleza humana, y su evolución requiere de esos descubrimientos que constituyen el cuerpo mismo de la ciencia. Por mediación de técnicas aplicadas al beneficio de la humanidad, la ciencia podría significar la solución casi definitiva a todos los graves problemas que la propia humanidad tiene planteados. No es, pues, acertada esa aversión que se demuestra a la ciencia por sí misma, sino que debiera dirigirse al uso que se hace en la presente sociedad de sus mejores descubrimientos y a la fácil disposición que algunos hombres de ciencia tienen para venderse al servicio de los poderosos y de las instituciones autoritarias.

Por ello el anarquismo no reniega de la ciencia y la considera como un vehículo indispensable en el progreso humano, por lo que lucha por establecer otras estructuras sociales donde la ciencia pueda ocupar el verdadero papel que humanamente le corresponde en un mundo donde la sensatez y la justicia dejen de ser lejanos sueños para convertirse en realidades.

Y a la vez el anarquismo considera a la ciencia como el vehículo esencial para encontrar los fundamentos de una ética natural que oriente toda su sociología.

Siempre, claro, que se considere a la ciencia como ese acervo de conocimientos reales que han venido enriqueciendo en el ser humano ese relativo saber que descubre los intrigantes secretos de la vida y las leyes que regulan esos fenómenos que, en su conjunto, constituyen la vida misma.

Angel J. Cappelletti en un estudio sobre la ética de Pedro Kropotkin dice que:

“Para Kropotkin la moral puede fundarse sólo en la ciencia o, para ser más precisos, en una concepción del mundo derivada de la ciencia. Dicha concepción del mundo es el materialismo mecanicista, que encuentra su expresión más cabal en el evolucionismo darwiniano. La moral viene a ser, de este modo, una disciplina biológica, en cuanto sus raíces se encuentran en el estudio del comportamiento de las diferentes especies animales de las cuales surge el hombre, y una disciplina antropológico-sociológica, en cuanto no puede desarrollarse sino a partir de las tendencias y costumbres manifestadas en las diferentes sociedades prehistóricas y contemporáneas”.

 

C)    ¿QUÉ ES EL SER HUMANO?

En casi todas las escuelas del pensamiento religioso, que de una u otra forma ha sido el pensamiento oficial y dominante en todos los siglos, se ha considerado al ser humano como un ente distinto e independiente de la Naturaleza. Para las religiones el ser humano es una creación directa de la divinidad, como una representación de lo divino en el seno de la Naturaleza misma, pero que no forma parte de ella. Según ese concepto religioso -de casi todas las religiones- la Naturaleza fue creada por la divinidad para servir al ser humano, o, cuando menos, independientemente de él. Por eso en el pensamiento religioso se establece el dualismo Hombre-Naturaleza, paralelo al dualismo Espíritu-Materia, los cuales están en la base misma del pensamiento oficial de toda; las épocas. Las implicaciones que se derivan de este concepto son fundamentales para el desarrollo general de las ideas morales, pues una ética basada en ese fundamento ideológico se aleja definitivamente de las leyes naturales que encauzan la vida nuestra, pues esa ética impone al ser humano unas normas de conducta ajenas o contrarias a su propia naturaleza. De ahí que todas las morales religiosas sean tan enemigas de los instintos.

Por el contrario, algunas escuelas del pensamiento filosófico, siempre minoritarias y nunca oficiales a través de toda la historia, han considerado al ser humano como una fracción más de la. Naturaleza misma, compuesto por una combinación específica de elementos naturales fundamentalmente idénticos a los demás elementos que componen la Naturaleza toda. Esta concepción, que se ha ido fortaleciendo a medida que el hombre fue enriqueciendo su haber científico, se extiende hoy por todo el ancho campo del saber.

Malebranche, en el prólogo a su obra capital De la récherche de la vérité, dice: “De entre todas las ciencias humanas la del hombre es la más digna de él. Y, sin embargo, no es tal ciencia, entre todas las que poseemos, ni la más cultivada ni la más desarrollada. La mayoría de los hombres la descuida por completo y aun entre aquellos que se dan a las ciencias, muy pocos hay que se dediquen a ella, y menos todavía quienes la cultiven con éxito”.

Sin embargo, cuando Malebranche escribía ese alegato (1674) hacía ya varios miles de años que el hombre se había hecho a sí mismo esta pregunta: ¿Qué soy yo? Desde los primeros albores del pensamiento humano el hombre se preguntó sobre su propia naturaleza. Cuando Eliseo Reclus decía que “el hombre es la Naturaleza formando consciencia de sí misma”, implícitamente afirmaba que en el devenir de toda su evolución el hombre se iba contestando estas dos preguntas fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Qué es el medio en el cual vive el hombre?, que han sido las piedras angulares sobre las que se ha ido edificando el pensamiento de todos los siglos.

Para el anarquismo el hombre es una fracción de la Naturaleza

Por ello el anarquismo, entre otras, ha de plantearse también la primera interrogante si, en realidad, quiere encontrar un basamento sólido a todas sus concepciones, ya que únicamente podremos deducir cómo debe vivir el hombre -lo que encierra toda la moral y toda la sociología-, si sabemos qué es el hombre.

Y el anarquismo, aun en contra de quienes han afirmado que este ideal no tiene vinculación alguna con la ciencia ni la filosofía, sondea en todos los conocimientos humanos para saber qué es el hombre. El anarquismo, aun con el dolor de los poetas que quisieran hacer de él un hermoso ideal abstracto, sujeto a las más claras y enormes contradicciones filosóficas y científicas, es un ideal de basamento científico, experimental, de verdad comprobada. Con arreglo a ello, las respuestas que el anarquismo puede dar a ¿Qué es el hombre? han de ser respuestas eminente y exclusivamente científicas. Y para confeccionar esas respuestas el anarquismo puede disponer de una verdadera riqueza de conocimientos que múltiples disciplinas han extraído de los misterios otrora insondables de la vida. Apenas hay ciencia en la actualidad que no aclare alguna de las facetas del vivir humano, y todos los aportes de la ciencia convergen hacia esta respuesta fundamental: El hombre es una parte integrante de la Naturaleza y está inmerso completa y absolutamente en ella.

Las concepciones religiosas le atribuyen al ser humano un dualismo existencial compuesto de cuerpo y alma. El cuerpo, tomado del barro natural, es la fracción que lo une al resto de la Naturaleza; el alma o espíritu, de esencia divina, es el vínculo que lo sujeta a la divinidad. Por eso en todas las morales religiosas el cuerpo ha de ser sometido a los dictados del alma y ser esclavo de ella para ser liberado de las cadenas que lo unen a la - animalidad e identificarse plenamente con la divinidad. Las religiones orientales se destacan sobre las demás en las normas de conducta y hasta ejercicios corporales que recomiendan o exigen para conseguir esa liberación de los lazos naturales -los instintos- para alcanzar la integración con lo divino.

Pero el anarquismo, que es la búsqueda de la verdad y no una religión, acude a los conocimientos que la ciencia aporta sobre la naturaleza del hombre y comprueba que el ser humano es un organismo animal, con ciertas características peculiares de su especie, constituido, como los demás organismos, con elementos esencialmente naturales, contenidos, todos, en el seno de la Naturaleza misma, sin que haya en él ningún atisbo divino que lo aparte de todos esos elementos naturales de los cuales es producto.

Empero, hay en el vivir humano algunas manifestaciones que por su complicada sutileza han sido siempre de dificilísima comprensión; esas manifestaciones forman en su complejidad el misterioso y subyugante mundo de la sicología, que es donde las religiones ubican el alma o el espíritu. Pero el anarquismo, en su acuciosa búsqueda de la verdad no puede conformarse con la simplista respuesta religiosa sobre la verdadera naturaleza y esencia de ese yo que es, en definitiva, el mundo sicológico.

¿Tiene sentido hablar de las facultades del alma?

Esas funciones sicológicas, consideradas clásicamente como facultades del alma, originadas, regidas y manifestadas por unos mecanismos ajenos e independientes a nuestra anatomía y fisiología, misteriosamente incomprensibles y confusamente embrolladas entre la realidad tangible y palpable de la conducta y el irrealismo de la carencia absoluta de su ubicación en nuestro organismo; esas funciones, que son la esencia misma de nuestro vivir, también las ha investigado la ciencia y ha llegado a explicarlas en gran parte, negando experimentalmente que sean, en realidad, facultades del alma, según la acepción religiosa que al concepto alma se atribuye. Hasta hoy no hay conocimiento científico alguno que haya demostrado que en el organismo humano se encuentra órgano, función o partícula alguna que merezca la acepción que clásicamente se ha considerado bajo la expresión alma.

Con las aportaciones conseguidas en estas últimas décadas sobre la anatomía y fisiología cerebrales se han despejado muchísimas incógnitas sobre los problemas sicológicos, y, científicamente, ya se parte invariablemente del hecho comprobado de que el cerebro es el órgano indispensable para el ejercicio de esas facultades. Toda sensación, toda percepción, toda representación posee un sustrato orgánico cerebral, ya que los procesos destructivos limitados a ciertas partes de ese órgano bastan para determinar la desaparición de las imágenes, de las percepciones, de los recuerdos, así como para engendrar modificaciones profundas de la afectividad, de la inteligencia e, incluso, de la personalidad moral. Según experimentos realizados por neurocirujanos -Bianchi entre ellos-, la extirpación de los dos lóbulos frontales determina un conjunto de trastornos que consisten en la alteración de las percepciones, déficit de la memoria, pérdida de la iniciativa y modificaciones de la emotividad, que se manifiestan por un temor injustificado que contrasta con el debilitamiento de los sentimientos afectivos y sociales. El doctor Jean Lhermitte, en su libro Los mecanismos del cerebro, dice en la página 107: “De todo un enorme conjunto de documentos anatomo-clínicos y experimentales se deduce que las mutilaciones frontales producen modificaciones del humor, del carácter, de la memoria, de las facultades imaginativa y creadora, hasta el punto que la personalidad del sujeto cambia completamente”. Y el neurólogo americano Sidney Schaw dice también: “Ciertamente, en los sujetos con mutilaciones frontales no sólo debemos analizar las cualidades síquicas que antes se designaban como facultades del alma: voluntad, inteligencia, memoria, sentido moral y estético, etc., sino que también importa definir las reacciones especificas de la personalidad del sujeto”. Y abundando en esos conceptos; en el libro Psicología y vida, de Floyd L. Ruch, que sirve de texto en los estudios superiores de la Universidad de México, se puede leer esta aseveración: “Un número infinito de estructuras nerviosas del encéfalo corresponde a un número indeterminado de sentimientos, pensamientos y acciones del ser humano... La superioridad del hombre respecto a los animales inferiores se deriva de su capacidad superior de obrar, pensar y planear, por lo que utiliza objetos tanto presentes como ausentes para resolver problemas y vencer las dificultades que el ambiente le opone. Su encéfalo es el que hace posible esto, pues opera conforme a una complejísima división del trabajo y ejerce un control mucho mayor sobre el resto del sistema nervioso que el que se observa en cualquiera de los animales inferiores... “.

Son realmente abrumadoras las pruebas que la ciencia puede aportar para explicar fisiológicamente esas facultades otrora inexplicables fuera de la metafísica, madre de todas las ficciones y de toda religión. Quiere decir que en esos aspectos, que son los más sutiles de la personalidad humana y sobre los que hay tal cantidad de errores y confusiones que muy pocos humanos hay con un concepto ni siquiera relativamente racional y claro sobre ellos, la ciencia investiga encontrando exclusivamente sustratos y esencias simple y escuetamente materiales, desechando el concepto clásico y religioso de que en el hombre coexisten un organismo físico, anatomo-fisiológico, y un ente inmaterial sutil y metafísico, conocido clásicamente con las denominaciones de alma o espíritu.

El hombre es la Naturaleza tomando consciencia de sí misma

De ahí que el anarquismo, si no quiere estar en contradicción con las verdades demostradas por la ciencia y quiere ser consecuente con su reconocido ateísmo, ha de pensar que el hombre -al contestar a la interrogante ¿qué es el ser humano?-, es un ser que habita en la tierra, surgido en la tierra misma, ocupando un lugar determinado en la escala zoológica y compuesto integralmente por materiales del mismo planeta que habita y sin más diferencia de los otros seres que pueblan este mundo que la gradual correspondiente a su eslabón en la escala zoológica, de la cual no puede evadirse. Por otro lugar, la ciencia ha demostrado hasta la saciedad que todas las manifestaciones de la vida del hombre no son otra cosa que manifestaciones de su misma materia, sin que haya en él ningún otro tipo de manifestaciones.

En consecuencia lógica el anarquismo rechaza la idea dualista concerniente a considerar que en el hombre coexisten un cuerpo material y un alma o espíritu inmateriales. Y con arreglo a ese concepto contesta a todo ese complejo que se condensa en la pregunta esencial ¿qué es el hombre?

Para el anarquismo, pues, el hombre es una fracción de la Naturaleza.

Y ello implica una concepción propia de la moral que origina todos los basamentos de su sociología.

 

De todo lo anterior se deduce que en lo concerniente a la naturaleza del ser humano el anarquismo es ateo y materialista. A este respecto dice también M. Bakunin:

«“Desde luego podríamos objetarles que la materia a que los materialistas se refieren es espontánea, eternamente móvil, activa, productora; la materia química y orgánicamente determinada y manifestada por las propiedades de las fuerzas mecánicas, físicas, animales e inteligentes que le son peculiares, no tiene relación alguna con la vil materia de los idealistas. Esta última, producto de la falsa abstracción, es seguramente una cosa estúpida, incapaz de dar él luz el menor producto, un caput mortum, una repugnante imaginación opuesta a esa bella imaginación que llaman Dios: frente a frente de ese ser supremo, la materia, despojada por ellos mismos de cuanto constituye su naturaleza real, representa necesariamente la nada suprema”.

“Al separar de la materia la inteligencia, la vida, todas las cualidades determinadas, sus fuerzas, sus traslaciones activas, sus impulsos propios, sin los cuales carecería de peso, no le queda otra cosa que la impenetrabilidad, e inmovilidad absolutas en el espacio. En compensación, atribuyen todas esas fuerzas, propiedades y manifestaciones naturales a ese ser imaginario creado por su abstracta fantasía; así que, invertidos los términos, llaman a ese producto de su imaginación, a ese fantasma, a ese Dios que no es más que la nada, el Ser Supremo; como consecuencia necesaria, afirman que el ser real, la materia, el mundo, es la nada”.

“¿Tienen la razón los deístas o los materialistas? Una vez planteada la cuestión, la duda es imposible. Es indudable que los idealistas están en un error; los materialistas tienen la razón. Sí, los hechos son anteriores a las ideas; el ideal, ha dicho Proudhon, es una flor cuyas raíces arrancan de las condiciones materiales de toda la existencia...”.

Para nosotros el alma humana es la más alta expresión de su vida animal

“Las diferentes ramas de la ciencia moderna, ciencia verdadera e imparcial, proclaman esta gran verdad fundamental y decisiva: «Que el mundo social, el mundo propiamente humano; en una palabra, la humanidad, no es otra cosa que el supremo desenvolvimiento, la más alta manifestación de la animalidad, al menos en cuanto se refiere al planeta que habitamos y a lo que nosotros conocemos»”.

“Así, según lo hice observar, el materialismo parte de la animalidad para constituir la humanidad; el espiritualismo parte de la divinidad para constituir la esclavitud y condenar a las masas a una animalidad eterna. El materialismo niega el libre albedrío y lleva a la constitución de la libertad; el espiritualismo, en nombre de la dignidad humana, proclama el libre albedrío y, sobre las ruinas de toda libertad, establece la autoridad. El materialismo rechaza el principio de autoridad porque lo considera, con razón, como el corolario de la animalidad, pues, por el contrario, el triunfo de la humanidad, objeto y sentido principal de la historia, no es realizable sino por medio de la libertad. En una palabra, siempre se encontrará a los espiritualistas en flagrante delito de materialismo grosero, mientras se encontrará a los materialistas en filosofía que persiguen y llevan a cabo las aspiraciones y los pensamientos más ampliamente ideales y libertarios...“.

“Cierto es que, según los materialistas, lo que general y equivocadamente se cree como manifestación del espíritu no son otra cosa que el funcionamiento del organismo completamente material del hombre, y la grandeza o pequeñez de esas manifestaciones espirituales depende de la mayor o menor perfección material del organismo humano. Pero estos mismos atributos de grandeza o pequeñez relativos no pueden ser atribuidos, tal como lo comprenden los espiritualistas, al espíritu absolutamente inmaterial, al espíritu existente fuera de toda materia. No puede haber allí más pequeño ni mayor, ni límite ninguno entre todos los espíritus, porque no hay más que un espíritu: Dios. Si se agrega que las partes infinitamente pequeñas y limitadas que constituyen las almas humanas son a la vez inmortales, la contradicción será llevada al colmo...“.

“Si abandonamos el materialismo, el espiritualismo nos lleva de la mano a la manifestación de Dios en la tierra. Pero en cuanto Dios aparece, del hombre no queda nada. En cuanto Dios aparece, el hombre se desvanece; cuanto más grande se torna la divinidad, mas miserable se vuelve la humanidad”.

“He ahí la historia del espiritualismo y de todas las religiones; he ahí el efecto de todas las inspiraciones y de todas las legislaciones divinas. Históricamente el nombre de Dios es la terrible maza con que los hombres, diversamente inspirados, derribaron la libertad, la dignidad, la razón y la prosperidad de los hombres... Por eso nosotros, los anarquistas, que aceptamos el materialismo como única concepción filosófica real y verdadera, rechazamos la Iglesia y el Estado; rechazamos toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiada, oficial y legal, aun cuando provenga del sufragio universal, convencidos de los intereses de la inmensa mayoría a ella sujeta…”».

Tal vez sea oportuno señalar que estas ideas de Bakunin, escritas a finales del siglo pasado, cuando el marxismo aún no había nacido o se encontraba recluido en el propio Marx, son susceptibles de alguna interpretación poco acertada, confundiendo el materialismo filosófico a que Bakunin se refiere con el materialismo histórico tan manoseado en nuestros tiempos por todas las ramas del marxismo. El materialismo al que Bakunin se acoge pertenece a esa línea filosófica que desde Demócrito y Epicuro se ha mantenido latente en toda la historia del pensamiento humano hasta manifestarse de manera esplendorosa en una amplia corriente del pensamiento de los siglos XVIII y XIX con Diderot, Lamettrie, D’Holbach, Feuerbach, Helvecio, Godwin y otros como figuras más representativas.

Para su propia vinculación con la ciencia el anarquismo es ateo

Así, pues, por su propia vinculación con la ciencia, el anarquismo es ateo, aunque históricamente exista la paradoja de un anarquismo religioso, cual es el caso de Tolstoi, Gandhi y algunos grupos escasos y confusos esparcidos un poco por todo el mundo. Ese caso peculiar habría de ser objeto ,de un estudio detenido, pero para el objetivo de esta obra podría bastarnos con indicar que aunque las facetas antiautoritarias y de solidaridad humana que se manifiestan en esos sectores religiosos coinciden con aspectos importantes del anarquismo, en cuanto concierne a la concepción general de la vida, que es lo que podríamos considerar como el anarquismo integral, éste es decididamente incompatible con cualquier creencia religiosa, dado que, hasta hoy, todos los verdaderos conocimientos que la humanidad posee desbaratan de manera definitiva todos los supuestos religiosos.

No obstante, después de las dos grandes últimas guerras se ha producido un fenómeno en el campo general del pensamiento que es realmente raro y desconcertante por su falta de congruencia y por lo que representa como retroceso hacia periodos más oscuros en la historia de las ideas. Cuando Einstein, en su célebre polémica con Max Planck, lanzó la genial expresión de “Fuera de la ciencia, ¿qué verdad ha descubierto el hombre?” parecía que aunque sólo fuera en el panorama reducido del pensamiento vivo se habrían de eliminar todas las reticencias metafísicas, pero no ha sido así, y a pesar de los enormes descubrimientos de la ciencia, que cada día explican de manera más racional los fenómenos más oscuros y misteriosos de la vida, se ha operado una especie de retorno a las concepciones metafísicas y un desprecio hacia las ideas que tratan de encontrar, acorde con la ciencia, una explicación de todos los fenómenos, incluidos los considerados como expresiones sutiles del alma y el espíritu. Por ello es probable que se pongan en tela dé juicio esas ideas bakuninianas que hemos anotado anteriormente.

 

Pero ha de señalarse que son fundamentales en las concepciones del anarquismo para establecer una hipótesis que intente responder a la interrogante ¿Qué es el hombre? Y no es posible indicar ninguna norma de conducta -y toda la sociología está encuadrada en las normas de conducta- sin que hayamos aceptado una teoría -lo más acorde posible con la ciencia- sobre lo que es el ser humano y el medio en el cual se desarrollan todas las manifestaciones de su vida.

y en ese aspecto de nuestro vivir que por lo sutil, complicado y fundamental es el punto neurálgico en el desarrollo y confrontación de las concepciones metafísicas y materialistas, sobre todo ese complejo de fenómenos conocidos bajo el denominativo común de vida anímica, o sicológica, sobre el cual se apoyan de manera harto sólida las especulaciones religiosas y metafísicas, razonaba Bakunin a últimos del siglo pasado con conocimientos, argumentos y deducciones que parecen escritos en nuestros propios días:

Es la educación la que produce las grandes diferencias que nos desesperan hoy

«“Ha sido preciso una gran dosis de extravagancia teológica y metafísica para imaginarse un alma inmaterial que vive aprisionada en el cuerpo por completo material del hombre, cuando está clero que lo que es material es lo único que puede ser determinado, limitado, contenido en una prisión material. Era necesario tener la fe robusta de Tertuliano, manifestada por esta frase tan célebre: “¡Creo en lo que es absurdo!”, para admitir dos cosas tan incompatibles como esa pretendida inmaterialidad del alma y su dependencia inmediata de las modificaciones materiales, de los fenómenos patológicos que se producen en el cuerpo del hombre. Para nosotros, que no podemos creer en lo absurdo y que no estamos en absoluto dispuestos a adorar lo irracional, el alma humana -todo ese conjunto de facultades afectivas, intelectuales y volitivas que constituyen el mundo ideal o espiritual del hombre- no es nada más que la última y la más alta expresión de su vida animal, el cerebro. La facultad de pensar, en tanto que potencia formal, su grado y su naturaleza particular y, por decirlo así, individual en cada hombre, todo eso depende ante todo de la conformación más o menos feliz de su cerebro. Pero luego, esa facultad se consolida por la salud del cuerpo en primer lugar, por una buena higiene y por un ejercicio racional, por la educación y por la instrucción, por la aplicación de los buenos métodos científicos, lo mismo que la fuerza y la destreza musculares del hombre se desarrollan por la gimnasia”.

“La Naturaleza, ayudada principalmente por la organización viciosa de la sociedad, crea desgraciadamente algunas veces idiotas, individuos humanos muy estúpidos. Algunas veces crea también hombres de genio. La inmensa mayoría de los seres humanos nacen iguales, o más o menos iguales, no idénticos, sino equivalentes en el sentido de que, en cada uno, los defectos y las cualidades se compensan aproximadamente, de suerte que, considerados en su conjunto, el uno vale lo que el otro. Es la educación la que produce las enormes diferencias que nos desesperan hoy. De conde saco esta conclusión: que para establecer la igualdad entre los hombres, hay que establecerla absolutamente en la educación de los niños”.

“No he hablado hasta aquí más que de la facultad formal de concebir pensamientos. En cuanto a los pensamientos mismos que constituyen el fondo de nuestro mundo intelectual, y que los metafísicos consideran como creaciones espontáneas y puras de nuestro espíritu, no fueron en su origen nada más que simples comprobaciones, naturalmente muy imperfectas primero, de hechos naturales y sociales, y conclusiones, aún menos racionales, sacadas de esos hechos. Tal fue el comienzo de todas las representaciones, imaginaciones, alucinaciones e ideas humanas, de donde se ve que el contenido de nuestro pensamiento, nuestros pensamientos propiamente dichos, nuestras ideas, lejos de haber sido creadas por una acción espontánea del espíritu, o de ser innatas, como lo pretenden aún hoy los metafísicos, nos han sido dados desde el principio por el mundo de las cosas, y de los hechos reales tanto exteriores como interiores. El espíritu del hombre, es decir, el trabajo o la propia función de su cerebro, provocado por las impresiones que le transmiten sus nervios, no aporta a ellas más que una acción formal que consiste en comparar y combinar esas cosas yesos hechos en sistemas justos o falsos. Justos, si son conformes al orden realmente inherente a las cosas y a los hechos, falsos, si le son contrarios. Por la palabra, las ideas elaboradas así se precisan y se fijan en el entendimiento del hombre y se transmiten de unos a otros, de manera que las nociones individuales sobre las cosas, las ideas individuales de cada uno al encontrarse, al controlarse y al modificarse mutuamente, y confundiéndose, armonizándose en un solo sistema, acaban por formar la conciencia común o el pensamiento colectivo de una sociedad de hombres más o menos extensa, pensada, siempre modificable y siempre impulsada hacia adelante por los trabajos nuevos de cada individuo; y transmitido por la tradición de una generación a otra, ese conjunto de imaginaciones y de pensamientos, enriqueciéndose y extendiéndose más y más por el trabajo colectivo de los siglos, forma en cada época de la historia, en un medio social más o menos extenso, el patrimonio colectivo de todos los individuos que componen ese medio”.

Toda generación nueva encuentra en su cuna un mundo de ideas

“Toda generación nueva encuentra en su cuna un mundo de ideas, de imaginaciones y de sentimientos que le es transmitido bajo forma de herencia común por el trabajo intelectual y moral de todas las generaciones pasadas. Ese mundo no se presenta desde el comienzo al hombre recién nacido, en su forma ideal, como sistema de representaciones y de ideas, como religión, como doctrina; el niño sería incapaz de recibirlo en esa forma; se impone a él como un mundo de hechos, encarnado y realizado en las personas y en las cosas que le rodean, y hablando a sus sentidos por todo lo que oye y lo que ve desde los primeros días de su nacimiento. Porque las ideas y las representaciones humanas, que al principio no han sido nada más que el producto de hechos naturales y sociales -en el sentido que no han sido al principio nada más que la repercusión o la reflexión en el cerebro del hombre y la reproducción, por decirlo así, ideal y más o menos racional por ese órgano absolutamente material del pensamiento humano- adquieren más tarde, después de haberse establecido bien, de la manera que acabo de explicarlo, en la conciencia colectiva de una sociedad cualquiera, ese poder de convertirse a su vez en causas productoras de hechos nuevos, no propiamente naturales sino sociales. Modifican la existencia, los hábitos y las instituciones humanas, en una palabra, todas las relaciones que existen entre los hombres en la sociedad, y por su encarnación hasta en los hechos y en las cosas más cotidianas de la vida de cada uno, se vuelven sensibles, palpables para todos, aun para los niños. De suerte que cada generación nueva se penetra en ellas, desde su más tierna infancia, y cuando llega a la edad viril en que comienza propiamente el trabajo de su propio pensamiento, ya aguerrido, ejercitado y necesariamente acompañado de una crítica nueva, encuentra en sí, lo mismo que en la sociedad que le rodea, todo un mundo de pensamientos y de representaciones establecidas que le sirven de un punto de partida y le dan en cierto modo el material o la materia prima para su propio trabajo intelectual y moral. A ese número pertenecen las imaginaciones tradicionales y comunes que los metafísicos -engañados por el modo en absoluto insensible o imperceptible de acuerdo al que, desde el exterior penetran y se imprimen en el cerebro de los niños, antes de que hayan llegado a la conciencia de sí mismos- llaman ideas innatas”.

Sería infantil y dogmático querer explicar toda la complejidad de la vida

“Pero al lado de esas ideas generales, tales como las de Dios o del alma -ideas absurdas, pero sancionadas por la ignorancia universal y por la estupidez de los siglos hasta el punto de que hoy mismo no se podría pronunciar uno abiertamente y en un lenguaje popular contra ellas sin correr el riesgo de ser lapidado por la hipocresía burguesa-, al lado de esas ideas por completo abstractas, el adolescente encuentra en la sociedad en cuyo ambiente se desarrolla, y a consecuencia de la influencia ejercida por esa misma sociedad en su infancia, encuentra en sí mismo una cantidad de otras ideas mucho más determinadas sobre la Naturaleza y sobre la sociedad, ideas que se refieren más de cerca a la vida real del hombre, a su existencia cotidiana. Tales son las ideas sobre la justicia, sobre los deberes, sobre los derechos de cada uno, sobre la familia, sobre la propiedad, sobre el Estado y muchas otras más particulares aún que regulan las relaciones de los hombres entre sí. Todas esas ideas que el hombre encuentra encarnadas en su propio espíritu por la educación que independientemente de toda acción espontánea de ese espíritu ha sufrido en su infancia, ideas que cuando ha llegado a la conciencia de sí, se presentan en él como ideas generalmente aceptadas y consagradas por la conciencia colectiva de la sociedad en que vive, todas las ideas han sido producidas, he dicho, por el trabajo intelectual y moral colectivo de las generaciones pasadas. ¿Cómo han sido producidas? Por la comprobación y por una especie de consagración de los hechos realizados, porque en los desenvolvimientos prácticos de la humanidad, tanto como en la ciencia propiamente dicha, los hechos realizados preceden siempre a la idea; lo que es prueba una vez más que el contenido mismo del pensamiento humano, su fondo real, no es una creación espontánea del espíritu, sino que es dado siempre por la experiencia reflexiva de las cosas reales”».

Cierto es que la vida humana es muy compleja, y sería infantil, dogmático y muy poco sensato pretender explicar satisfactoriamente toda esa complejidad. Por esas razones el anarquismo no pretende tal cosa, pero por los conocimientos reales, positivos, experimentales de que la humanidad puede disponer en nuestro tiempo es lógico llegar a ciertas deducciones que señalen la verdadera naturaleza de algunos de los aspectos fundamentales de esa vida compleja, repleta de incógnitas, que es la vida humana. Y esos conocimientos, como trata de demostrarlo Miguel Bakunin en los argumentos que anteceden, demuestran de manera categórica que las respuestas dadas a esas interrogantes fundamentales por las concepciones metafísicas y religiosas son esencialmente falsas y ajenas a esos conocimientos que integran todo el saber científico, el que, en última instancia, es el único saber digno de crédito, dado que se basa menta en lo comprobado y experimentado.

Muchos aspectos de la vida humana representan formidables y delicadas incógnitas que ni siquiera la ciencia ha llegado todavía a descifrar. No obstante, las religiones, con sus revelaciones y dogmas, pretenden explicar todos los misterios de la vida y someter a sus interesados cauces todos los fenómenos que la propia vida origina. De ahí se derivan toda esa interminable variedad de conceptos falsos que integran las creencias que han dominado al mundo a través de todas las épocas. Por eso el anarquismo pretende encontrar una respuesta esencial, aunque no sea exhaustiva, a la gran interrogante que inquiere sobre qué es el hombre. Eso es lo que intenta hacer Bakunin en las páginas que anteceden. William Godwin antes que Bakunin, y después de éste Pedro Kropotkin, Juan Grave, Sebastián Faure, Ricardo Mella y los más grandes pensadores anarquistas, desarrollaron, en lo esencial, las mismas ideas.

Kropotkin, el célebre autor de Campos, fábricas y talleres, La conquista del pan, El apoyo mutuo, factor de evolución y Ética, origen y evolución de la moral, fundamenta toda su sociología en los principios morales que se derivan del apoyo mutuo que es instintivo en un ser humano que ha surgido, como todas las demás manifestaciones de la vida, incluidos sus hermanos, los animales inferiores, en un medio natural ajeno a toda divinidad y a toda metafísica.

En una conferencia pronunciada en Londres con el título de Los tiempos nuevos, decía Pedro Kropotkin:

«”¿El hombre? -responde hoy el filósofo-. No es un ser único; es una colonia de microorganismos, de células, agrupadas en órganos. Estudiadlas, estudiad sus agrupamientos, si queréis conocer al hombre”.

“Se nos hablaba en otro tiempo del alma del hombre, a la cual se dotaba de una existencia aparte, casi aislada”.

“En la actualidad se descubre que aquella a que se daba el nombre de alma o espíritu del hombre es una cosa excesivamente compleja, un conjunto, una aglomeración de facultades, que deben ser estudiadas separadamente”.

“Se ha de entender que todas se encuentran asociadas, ninguna actividad puede producirse sin que todas se resientan de un modo u otro. Pero cada una tiene su vida propia, cada una tiene sus centros nerviosos, sus órganos. Y, en lugar de ser la ciencia de las facultades síquicas del individuo entero, la sicología hace un estudio de las facultades separadas de que se compone la vida del individuo”».

Y esta concepción fundamental sobre la verdadera naturaleza del ser humano ha de llevar implícito todo un sistema de concepciones generales cuyo conjunto lógico se integra en lo que se podría denominar como cuerpo filosófico del anarquismo.

 

D)    ¿QUÉ ES EL MEDIO EN EL CUAL SE DESARROLLA LA VIDA HUMANA?

Sin pretender explicar todos los pormenores de la naturaleza humana, en un sentido global, el anarquismo concibe al hombre como una fracción más de la Naturaleza y, como consecuencia, como un producto del medio en el cual vive. Podría parecer que por el hecho de que el hombre puede modificar en ciertos grados y en ciertas épocas el ambiente en que se desarrolla, puede evadirse y dominarlo como si fuera un elemento independiente y, en muchos aspectos, superior a ese medio. Así lo han considerado casi todas las religiones. La falacia e ingenuidad de ese criterio puede patentizarse por el simple hecho de que sin el oxígeno que se produce en la Naturaleza el ser humano no puede vivir más allá de unos segundos. Y con más o menos urgencia, importancia o rigidez, hay una serie infinita de factores que forman un medio sin el cual la vida humana no es concebible. Tal vez es por eso, unido al asombro que en el pobre ser humano de todos los tiempos hubieron de producir los hermosos o terribles fenómenos que a cada segundo se suceden en la Naturaleza, que en toda la historia del pensamiento se encuentra esa inquietud por conocer la verdadera esencia de ese medio. De ahí las cosmogonías inventadas por todas las religiones y las fantasías propias de la enorme ignorancia de que adoleció el hombre precientífico.

Y en la conducta individual y social del hombre influye de manera decisiva el concepto que el propio hombre tenga sobre sí mismo y sobre el medio en el cual se desenvuelve. Por ello es que el anarquismo pretende estudiar cuanto la humanidad ha conseguido conocer sobre este medio en el que vivimos para responder con toda la realidad que permitan los conocimientos humanos a tan inquietante cuestión.

Tampoco en este aspecto pretende el anarquismo ofrecer teorías o soluciones exhaustivas y definitivas (no puede caer en ese error de esencia eminentemente religiosa), sino que señala las deducciones que se derivan de los conocimientos reales, científicos, que sobre tales aspectos posee el hombre actual. Por eso Bakunin, antes incluso que Kropotkin realizara esos preciosos estudios que conocemos como El apoyo mutuo y Ética, origen y evolución de la moral, se expresaba de esta manera:

Podría decirse que la Naturaleza es la suma de todas las cosas realmente existentes

«“No es este el lugar para entrar en especulaciones filosóficas sobre la naturaleza del ser. Pero como me veo forzado a emplear a menudo la palabra Naturaleza, creo que debo decir aquí lo que entiendo por ella. Podría decir que la Naturaleza es la suma de todas las cosas realmente existentes. Pero eso me daría una idea completamente muerta de la Naturaleza, que se presenta a nosotros, al contrario, todo movimiento y toda vida. Por lo demás, ¿qué es la suma de las cosas? Las cosas que son hoy no serán mañana; mañana se habrán no perdido, sino enteramente transformado. Me acercaré, pues, mucho más a la verdad diciendo que la Naturaleza es la suma de las transformaciones reales de las cosas que se producen y que se producirán incesantemente en su seno; y para dar una idea un poco más determinante de lo que pueda ser esa suma o esa totalidad, que llamo la Naturaleza, enunciaré, y creo poderla establecer como un axioma, la proposición siguiente:”.

“Todo lo que es, los seres que constituyen el conjunto indefinido del universo, todas las cosas existentes en el mundo, cualesquiera que sea por otra parte su naturaleza particular, tanto desde el punto de vista de la calidad como de la cantidad, las más diferentes y las más semejantes, grandes o pequeñas, cercanas o inmensamente alejadas, ejercen necesaria e inconscientemente, sea por vía inmediata y directa, sea por transmisión indirecta, una acción y una reacción perpetuas; y toda esa cantidad infinita de acciones y de reacciones particulares, al combinarse en un movimiento general y único, produce y es lo que llamamos vida, solidaridad y causalidad universal, la Naturaleza”.

“Llamad a esos dios, lo absoluto, si os divierte, que no importa, siempre que no déis a esa palabra, dios, otro sentido que el que acabo de precisar: el de la combinación universal, natural, necesaria y real, pero de ningún modo predeterminada ni preconcebida, ni prevista, de esa infinidad de acciones y de reacciones particulares que todas las cosas realmente existentes ejercen incesantemente unas sobre otras. Definida así la solidaridad universal, la Naturaleza, considerada en el sentido del universo sin límites, se impone como una necesidad racional a nuestro entendimiento, pero no podremos abarcarla nunca de una manera real, ni siquiera por la imaginación, y menos reconocerla. Porque no podemos reconocer más que esa parte infinitamente pequeña del universo que nos es manifestada por nuestros sentidos, en cuanto al resto, lo suponemos, sin poder comprobar realmente su existencia”.

“Claro está que la solidaridad universal, explicada de ese modo, no puede tener el carácter de una causa absoluta y primera; no es, al contrario, más que una resultante producida y reproducida siempre por la acción simultánea de una infinidad de causas particulares, cuyo conjunto constituye precisamente la causalidad universal, la unidad compuesta, siempre reproducida por el conjunto indefinido de las transformaciones incesantes de todas las cosas que existen y, al mismo tiempo, creadora de todas las cosas; cada parte obrando sobre el todo (he ahí el universo producido) y el todo obrando sobre cada parte (he ahí el universo productor o creador)”.

“Habiéndolo explicado así, puedo decir ahora, sin temor a dar lugar a ningún malentendido, que la causalidad universal, la Naturaleza, crea los mundos. Es ella la que ha determinado la configuración mecánica, física, química, geológica y geográfica de nuestra tierra, y que, después de haber cubierto su superficie con todos los esplendores de la vida vegetal y animal, continúa creando aún, en el mundo humano, la sociedad con todos sus desenvolvimientos pasados, presentes y futuros”.

 

El orden en la infinita diversidad de los fenómenos y de los hechos

“Cuando el hombre comienza a observar con una atención perseverante y seguida esa parte de la naturaleza que le rodea y que encuentra en sí o mismo, acaba por apercibirse que todas las cosas son gobernadas por leyes que le son inherentes y que constituyen propiamente su naturaleza particular; que cada cosa tiene un modo de transformación y de acción particular; que d en esa transformación y esa acción hay una sucesión de fenómenos y de hechos que se repiten constantemente, en las mismas circunstancias dadas, y que, bajo la influencia de circunstancias determinadas, nuevas, se modifican de una y manera igualmente regular y determinada. Esa reproducción constante de los mismos hechos por los mismos procedimientos constituye propiamente la legislación de la Naturaleza: el orden en la infinita diversidad de los fenómenos”.

“La suma de todas las leyes, conocidas y desconocidas, que obran en el universo, constituye la ley única y suprema. Estas leyes se dividen y se subdividen en leyes generales y en leyes particulares y especiales. Las leyes matemáticas, mecánicas, físicas y químicas, por ejemplo, son leyes generales que se manifiestan en todo lo que es, en todas las cosas que tienen una real existencia, leyes que, en una palabra, son inherentes a la materia, es decir al ser real y únicamente universal, el verdadero substratum de todas las cosas existentes. Añadiré también que la materia no existe nunca y en ninguna parte como substratum, que nadie ha podido percibirla bajo esa forma unitaria y abstracta; que no existe y no puede existir más que bajo una forma mucho más concreta, como materia más o menos diversificada y determinada”.

“Las leyes del equilibrio, de la combinación y de la acción mutua de las fuerzas o del movimiento mecánico; las leyes de la pesadez, del calor, de la vibración de los cuerpos, de la luz, de la electricidad, tanto como las de la composición y la descomposición química de los cuerpos, son absolutamente inherentes a todas las cosas que existen, sin exceptuar de ningún modo las diferentes manifestaciones del sentimiento, de la voluntad y del entendimiento; pues estas tres cosas, que constituyen propiamente el mundo ideal del hombre, no son más que funcionamientos completamente materiales de la materia organizada y viva, en el cuerpo del animal en general y sobre todo del animal humano en particular. Por consiguiente, todas esas leyes son leyes generales, a las cuales están sometidos todos los órdenes conocidos y desconocidos de existencia real en el mundo”.

“Pero hay leyes particulares que no son propias más que a ciertos órdenes particulares de fenómenos, de hechos y de cosas, y que forman entre sí sistemas o grupos aparte; tales son, por ejemplo, el sistema de las leyes geológicas; el de las leyes de la organización animal; en fin el de las leyes que presiden el desenvolvimiento social e ideal del animal más perfecto de la tierra, el hombre. No se puede decir que las leyes que pertenecen a uno de esos sistemas sean absolutamente extrañas a las que componen los otros sistemas. En la Naturaleza, todo se encadena mucho más íntimamente de lo que se piensa en general, y de lo que quizá quisieran los pedantes de la ciencia en interés de una mayor precisión en su trabajo de clasificación. Pero, sin embargo, se puede decir que tal sistema de leyes pertenece mucho más a tal orden de cosas y de hechos que a otro, y que si, en la sucesión en que las he presentado, las leyes que dominan en el sistema precedente continúan manifestando su acción en los fenómenos, y las cosas que pertenecen a todos los sistemas que siguen, no existe acción retrógrada de las leyes en los sistemas siguientes sobre las cosas y los hechos de los sistemas precedentes. Así, la ley del progreso, que constituye el carácter esencial del desenvolvimiento social de la especie humana, no se manifiesta de ningún modo en la vida exclusivamente animal, y aún menos en la vida exclusivamente vegetal; mientras que todas las leyes del mundo vegetal y del mundo animal se encuentran, sin duda modificadas por nuevas circunstancias, en el mundo humano”.

 

Infinitud de los fenómenos en la Naturaleza

“En fin, en el seno mismo de esas grandes categorías de cosas, de fenómenos y de hechos, así como de las leyes que le son particularmente inherentes, hay aún divisiones y subdivisiones que nos muestran esas mismas leyes particularizándose y especializándose más y más, acompañando, por decir así, la especialización más y más determinada -y que se vuelve más restringida a medida que se determina más- de los seres mismos”.

“El hombre no tiene, para comprobar todas esas leyes generales, particulares y especiales, otro medio que la observación atenta y exacta de los fenómenos y de los hechos que se suceden tanto fuera de él como en él mismo. Distingue en ellos lo que es accidental y variable de lo que se reproduce siempre y en todas partes de una manera invariable. El procedimiento invariable por el cual se reproduce constantemente un fenómeno natural, sea exterior, sea interior; la sucesión invariable de los hechos que lo constituyen, son precisamente lo que llamamos la ley de ese fenómeno. Esa constancia y esa repetición no son, sin embargo, absolutas. Dejan un vasto campo a lo que llamamos impropiamente las anomalías y las excepciones -manera de hablar muy poco justa, porque los hechos a los cuales se refiere prueban solamente que esas reglas generales, reconocidas por nosotros como leyes naturales, no siendo más que abstracciones deducidas por nuestro entendimiento del desenvolvimiento real de las cosas, no están en estado de abarcar, de agotar, de explicar toda la infinita riqueza de ese desenvolvimiento-“.

“Esa infinidad de leyes tan diversas, y que nuestra ciencia separa en categorías diferentes, ¿forman un solo sistema orgánico y universal, un sistema en el cual se encadenan lo mismo que los seres de quienes manifiestan las transformaciones y los desenvolvimientos? Es muy probable. Pero lo que es más que probable, lo que es cierto es que no podremos llegar nunca, no sólo a comprender, sino a abarcar ese sistema único y real del universo, sistema infinitamente extenso por una parte e infinitamente especializado por otra; de suerte que al estudiarlo nos detendremos ante dos infinitudes: lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño”.

“Los detalles son inagotables. No le será dado nunca al hombre conocer más que una parte infinitamente pequeña de ellos. Nuestro cielo estrellado con su infinidad de soles, no forma más que un punto imperceptible en la inmensidad del espacio, y aunque lo abarquemos con la mirada no sabemos casi nada de él. Por fuerza, pues, debemos contentarnos con conocer un poco nuestro sistema solar, del cual tenemos que presumir la perfecta armonía con todo el resto del universo, porque si no existiese esa armonía, o bien debería establecerse o bien nuestro mundo solar perecería. Conocemos ya muy bien este último desde el punto de vista mecánico, y comenzamos a conocerlo ya un poco desde el punto de vista físico, químico, hasta geológico. Nuestra ciencia irá difícilmente mucho más allá. Si queremos un conocimiento más concreto, debemos atenernos a nuestro globo terrestre. Sabemos que ha nacido en el tiempo y presumimos que -no sé en qué número indefinido de siglos o de millones de siglos- será condenado a perecer, como nace y perece, o más bien se transforma, todo lo que es”.

Para conocer ese mundo infinito

“Cómo nuestro globo terrestre, primero materia ardiente y gaseosa, se ha condensado, se ha enfriado; por qué inmensa serie de evoluciones geológicas ha debido pasar, antes de poder producir en su superficie toda esa infinita riqueza de la vida orgánica, vegetal y animal, de la simple célula hasta el hombre; cómo se ha manifestado y continúa desarrollándose en nuestro mundo histórico y social; cuál es el fin hacia donde marchamos, impulsados por esa ley suprema y fatal de transformación incesante que en la sociedad animal se llama progreso; he ahí las únicas cuestiones que nos son accesibles, las únicas que pueden y que deben ser realmente abarcadas, estudiadas y resueltas por el hombre. No formando más que un punto imperceptible en el panorama ilimitado e indefinible del universo, esas cuestiones humanas y terrestres ofrecen sin embargo a nuestro entendimiento un mundo realmente infinito, no en el sentido divino, es decir abstracto, de esa palabra, no como el ser supremo creado por la abstracción religiosa; infinito, al contrario, por la riqueza de sus detalles, que ninguna observación, ninguna ciencia sabrán apreciar jamás”.

“Para conocer ese mundo, nuestro mundo infinito, la sola abstracción no bastaría. Abandonada a sí misma, nos volvería a llevar infaliblemente al ser supremo, a Dios, a la nada, como lo ha hecho ya en la historia, según lo explicaré pronto. Es preciso -aun continuando en la aplicación de esa facultad de abstracción, sin la cual no podríamos elevarnos nunca de un orden de cosas inferior a un orden de cosas superior ni, por consiguiente, comprender la jerarquía natural de los seres-, es preciso que nuestro entendimiento se sumerja, al mismo tiempo ron respeto y con amor, en el estudio minucioso de los detalles y de lo infinitamente pequeño, sin lo cual no podríamos concebir jamás la realidad viviente de los seres. No es, pues, más que uniendo esas dos facultades, esos dos actos del entendimiento, en apariencia tan contrarios, la abstracción y el análisis escrupuloso, atento y paciente de los detalles, como podremos elevarnos a la concepción real de nuestro mundo. Es evidente que si nuestro sentimiento y nuestra imaginación pueden darnos una imagen, una representación más o menos falsa de este mundo, sólo la ciencia podrá darnos una idea clara y precisa”.

“¿Cuál es, pues, esa curiosidad imperiosa que impulsa al hombre a reconocer el mundo que le rodea, a perseguir en una infatigable pasión los secretos de esa Naturaleza de Que él mismo es, sobre esta tierra, la última y la más perfecta creación? Esta curiosidad, ¿es un simple lujo, un agradable pasatiempo, o bien une de las principales necesidades Inherentes a su ser? No vacilo en decir que de todas las necesidades que constituyen la naturaleza del hombre, esa es la más humana, y que el hombre no se distingue efectivamente de los animales de las demás especies más que por esa necesidad inextinguible de saber, que no se hace real y completamente hombre más que por el despertar y por la satisfacción progresiva de esa inmensa necesidad de saber. Para realizarse en la plenitud de su ser, el hombre debe reconocerse, y no se reconoce jamás de una manera completa y real más que en tanto que haya reconocido la naturaleza que le rodea y de la cual es el producto. Por tanto, a menos que renuncie a su humanidad, el hombre debe saber, debe penetrar con su pensamiento todo el mundo real, y sin esperanza de llegar nunca al fondo, debe profundizar más y más la coordinación y las leyes, porque su humanidad no existe más que a ese precio. Le es preciso reconocer todas las regiones inferiores, anteriores y contemporáneas a él mismo, todas las evoluciones mecánicas, físicas, químicas, geológicas, vegetales y animales, es decir, todas las causas y todas las condiciones de su propio nacimiento, de su propia existencia y de su desenvolvimiento, a fin de que pueda comprender su propia naturaleza y su misión sobre la tierra, su patria y su teatro único, a fin de que en este mundo de la ciega fatalidad, pueda inaugurar su mundo humano, el mundo de la libertad”.

 

La tarea del hombre es inagotable

“Tal es la tarea del hombre: es inagotable, es infinita y suficiente para satisfacer las mentes y los corazones más orgullosos y más ambiciosos. Ser efímero e imperceptible, perdido en medio del océano sin orillas de la transformación universal, con una eternidad ignorada tras sí, y una eternidad inmensa ante él; el hombre que piensa, el hombre activo, el hombre consciente de su humano destino, queda en calma y altivo en el sentimiento de su libertad, que conquista emancipándose por sí mismo mediante el trabajo, mediante la ciencia, y emancipando, rebelando a su alrededor, en caso de necesidad, a todos los hombres, sus semejantes, sus hermano. Si le preguntáis después de eso su íntimo pensamiento, su última palabra sobre la unidad real del universo, os dirá que es la eterna transformación, un movimiento infinitamente detallado, diversificado, y a causa de eso mismo, ordenado en sí, pero sin comienzo, ni límite ni fin. Es, pues, lo contrario absoluto de la providencia, la negación de Dios”».

Se puede decir que la anterior exposición que hace Miguel Bakunin de su pensamiento sobre los problemas más profundos que se presentan al ser humano, condensa de manera extraordinaria la verdadera esencia de la filosofía anarquista. Tal vez algunos detalles de esa exposición merezcan alguna renovación acorde con los conocimientos que la humanidad actual (1982) posee; pero el contenido medular de ese pensamiento representa la más genuina estructura de todo el pensamiento filosófico del anarquismo. Todas las derivaciones sociológicas que de ese pensamiento se deducen forman las bases de todo el movimiento anarquista militante y vivo en las luchas sociales y los proyectos de nuevas maneras de convivencia más justa y más libres que el anarquismo propicia basadas en una nueva moral.

Ese conjunto esquemático de ideas tomadas del amplio y hermoso libro Consideraciones filosóficas, en el que Bakunin se muestra como uno de los más grandes pensadores de su tiempo y como el teórico anarquista más profundo, reflejan magistralmente el pensamiento anarquista en cuanto a las interrogantes primordiales sobre la naturaleza del hombre y el medio en el cual se desarrolla.

De esas ideas bakuninianas se deduce un ateísmo que otro pensador anarquista célebre, Sebastián Faure, detalla más adelante.

 

E)    EL ATEÍSMO ANARQUISTA

Las cuestiones religiosas están tan estrechamente relacionadas con la convivencia social que a través de toda la historia de la humanidad han constituido casi el cauce fundamental por donde ha discurrido el hacer individual y colectivo de los humanos. No podía, por ende, permanecer este problema al margen de las inquietudes anarquista.

La problemática religiosa presenta dos aspectos bien definidos aunque estrechamente ligados entre sí: la religión propiamente dicha como concepto ideológico, y el sacerdocio como profesionalismo. Los ataques a este último como institución nefasta a la comunidad se han repetido a través de toda la historia de manera más o menos franca y abierta, según el poder que el propio sacerdocio ha disfrutado en cada época. Las tendencias liberales de los siglos XVII, XVIII, XIX Y XX han sido particularmente fecundas en esos ataques, y en algunas ocasiones los han acompañado con valiosos documentos y estudios específicamente antirreligiosos. Y el anarquismo, recogiendo esa herencia anticlerical y antirreligiosa, en concordancia con sus esencias eminentemente científicas, hubo de establecer el ateísmo como una de las esencias de su filosofía.

Es conocida la sentencia, genuinamente anárquica, “Ni dios ni amo”, la cual se hicieron suya numerosas agrupaciones revolucionarias y organizaciones obreras.

Hay muchas razones de peso para rechazar el sacerdocio y maldecir la acción de las diferentes iglesias sobre las sociedades humanas a través de toda la historia, pero a ello el anarquismo agrega las razones fundamentales para negar la propia existencia de Dios. Y en esto radica la verdadera esencia de su ateísmo.

 

Cómo resolver el problema de la inexistencia de Dios

El gran anarquista francés Sebastián Faure, hijo de una familia profundamente católica y que estuvo a punto de ordenarse sacerdote, conocedor profundo de las interioridades religiosas, dedicó una gran parte de su vida a desenmascarar la falacia de la religión. Es muy amplia su obra en este aspecto: Por qué no creo en Dios, Contestación a una creyente, Doce pruebas de la inexistencia de Dios, La impostura religiosa, y otras más que forman el legado más amplio y razonado del ateísmo internacional. En algunos de sus razonamientos, tomados de Doce pruebas de la inexistencia de Dios, dice:

«“Hay dos maneras de estudiar y de intentar resolver el problema de la inexistencia de Dios”.

“La primera consiste en eliminar la hipótesis de Dios del campo de las conjeturas plausibles o necesarias para una explicación clara y precisa por la exposición de un sistema positivo del universo, de sus orígenes, de sus desarrollos sucesivos, de sus fines”.

“Esta exposición haría inútil la idea de Dios y destruiría por adelantado todo el edificio metafísico sobre el cual los filósofos espiritualistas y los teólogos lo hacen descansar”.

“Eso supuesto en el estado actual de los conocimientos humanos, si uno se ciñe, como corresponde, a lo demostrado o demostrable, verificado o verificable, esta explicación, este sistema positivo del universo falla. Existen ciertamente hipótesis ingeniosas y que no chocan de ninguna manera con la razón; existen sistemas más o menos verosímiles, que se apoyan sobre una cantidad de comprobaciones y calan en la multiplicación de observaciones con las cuales han edificado un carácter de probabilidad que impresiona. Así se puede atrevidamente sostener que esos sistemas y esas suposiciones soportan ventajosamente ser confrontados con las afirmaciones de los deístas; sin embargo, en verdad, no hay sobre este punto sino tesis que no poseen aún el valor de la certidumbre científica, y cada uno, siendo libre, en fin de cuentas, para conceder la preferencia a tal sistema o a tal otro que le es opuesto, la solución del problema así planteado, aparece, en el presente al menos, bajo la obligada reserva”.

“Sin embargo, hay una segunda manera de estudiar y de intentar resolver d problema de la inexistencia de Dios”.

“Esta consiste en examinar la existencia del Dios que las religiones proponen a nuestra adoración. Supongamos que existe este Dios del cual se nos ha dicho, como si no estuviera rodeado de ningún misterio, como si no se ignorara nada de él, como si se hubiese penetrado en su pensamiento, como si se hubiesen recibido todas sus confidencias: «El ha hecho esto, él hace aquello y aun eso y lo otro. El ha dicho esto, él ha dicho aquello y aun eso. El ha obrado y ha hablado con tal fin y por tal razón. El quiere tal cosa, pero prohíbe tal otra; recompensará tales acciones y castigará aquellas otras. El ha hecho esto, quiere eso porque es infinitamente sabio, Infinitamente poderoso, Infinitamente bueno»”.

“Este Dios no es el Dios Fuerza, Inteligencia, Voluntad, Energía que como todo lo que es Energía, Voluntad, Inteligencia, Fuerza, puede ser sucesivamente, según las circunstancias, y por consiguiente, indiferente, bueno o malo, útil o perjudicial, justo o inicuo, misericordioso o cruel; este Dios es el dios en el que todo es perfección y cuya existencia no es ni puede ser compatible -puesto que es perfectamente justo, sabio, poderoso, bueno, misericordioso- más que con un estado de cosas del cual sería el autor, por el cual se afirmaría su infinita Justicia, su infinita Sabiduría, su infinita Potencia, su infinita Bondad, y su infinita Misericordia”.

“Este Dios es el que se enseña, con el catecismo, a los niños, es el Dios vivo y personal, al cual se levantan templos, a quien se dirigen los ruegos, en cuyo honor se cumplen sacrificios y a quien pretenden representar sobre la tierra los curas, todas las castas sacerdotales”.

Dios sólo es comprensible acompañado de su infinita Justicia, su infinita Sabiduría, su infinita Potencia, su infinita Bondad y su infinita Misericordia

“No es este desconocido, esta fuerza enigmática, esta potencia impenetrable, esta inteligencia incomprensible, esta energía incognoscible, este principio misterioso, hipótesis a la cual, dentro de la impotencia en que nos encontramos de explicar el cómo y el porqué de las cosas, el espíritu del hombre se complace en recurrir, éste no es el dios especulativo de los metafísicos: es el dios que sus representantes nos han profusamente descrito, luminosamente detallado”.

“Este Dios, es aquel que con gesto poderoso y fecundo, ha hecho todas las cosas de la nada; el que ha llamado a la nada a ser; el que, por su sola voluntad, ha cambiado la inercia por el movimiento; a la muerte universal por la vida universal: él es el creador”.

“Este Dios es el que, realizado ese gesto de creación, lejos de entrar en su secular inactividad y de permanecer indiferente a la cosa creada se ocupa de su obra, se interesa en el la, interviene cuando lo juzga a propósito, la dirige, la administra, la gobierna: él es el gobernador o providencia”.

“Este Dios, es aquel que, Tribunal Supremo, hace comparecer a cada uno de nosotros después de su muerte, le juzga según los actos de su vida, establece la balanza de sus buenas y de sus malas acciones y pronuncia, en último extremo, sin apelación, la sentencia que hará de él, por todos los siglos venideros, el más feliz o el más desgraciado de los seres: él es justiciero o magistrado”.

“Se deduce de ello que este Dios posee todos los atributos, y que no los posee solamente en grado excepcional, sino que los posee todos en grado infinito”.

“Así, no es solamente justo: él es la Justicia infinita; no es solamente bueno: es él la Bondad infinita; no es sólo misericordioso: es él la Misericordia infinita; no es solamente sabio: él es la Sabiduría infinita”.

"DIVISIÓN DEL TEMA”

“He ahí el orden dentro del cual se presentarán los argumentos”.

“Estos formarán tres grupos: el primero de estos grupos se ocupará más particularmente del Dios-Creador. Contendrá seis argumentos. El segundo de estos grupos será dedicado más especialmente al Dios-Gobernador o Providencia. Abarcará cuatro argumentos. En fin, el tercero y último de esos grupos se ocupará del Dios-Jesucristo o Magistrado. Comprenderá dos argumentos”.

“Luego, seis argumentos contra el Dios-Creador; cuatro argumentos contra el Dios-Gobernador; dos argumentos contra el Dios-Justiciero. Esto hará doce pruebas de la inexistencia de Dios”.

Primera serie de argumentos:

“Primer argumento: El gesto creador es inadmisible”.

“¿Qué se entiende por crear?”

“¿Es tomar los materiales esparcidos, separados, pero existentes, luego, utilizando ciertos principios experimentados, aplicando ciertas reglas conocidas, reunir, agrupar, asociar, ajustar estos materiales, con el fin de hacer de ellos algo? No; esto no es crear. Ejemplo: ¿Puede decirse de una casa que haya sido creada? No; ha sido construida. ¿Puede decirse de un mueble que ha sido creado? No; ha sido fabricado. ¿Puede decirse que un libro ha sido creado? No; ha sido compuesto, impreso, encuadernado”.

“Luego, tomar estos materiales existentes y hacer de ellos algo, eso no es crear”.

“¿Qué es, pues, crear?”

“Crear es sacar algo de nada. Es hacer con nada alguna la nada a ser”.

“Eso supuesto, imagino que no se encuentra ni una sola de razón que pueda concebir y admitir que de nada se puede con nada sea posible hacer alguna cosa”.

“Imaginad a un matemático, elegid el calculador más eminente, colocad detrás de él una enorme pizarra. Rogadle que trace sobre ese cuadro ceros y más ceros: podrá esforzarse en sumar, en multiplicar, en librarse a todas las operaciones de las matemáticas, y no alcanzará jamás a extraer de la acumulación de esos ceros una unidad. Con nada, no se hace nada; con nada no se puede hacer nada. El famoso aforismo de Lucrecio el nihili nihil queda como la expresión de una verdad y de una evidencia manifiestas.

“El gesto creador es un gesto imposible de admitir; es un absurdo”.

“Crear, es, pues, una expresión mística, religiosa, pudiendo poseer algún valor a los ojos de las personas a las cuales satisface creer lo que ellas no comprenden y a quienes la fe se impone tanto más cuanto menos comprenden; pero crear es una expresión vacía de sentido para un hombre enterado, atento, a los ojos de quien las palabras no tienen más valor que en la medida en que ellas representan una realidad o una posibilidad”.

“En consecuencia, la hipótesis de un ser verdaderamente creador es una hipótesis que la razón rechaza”.

 

El creador no existe

El ser creador no existe, no puede existir”.

“Segundo argumento: El «espíritu puro» no puede haber determinado el Universo”.

“A los creyentes que, ti despecho de toda razón, persisten en admitir la posibilidad de la creación, les diré que en todos los casos es imposible de atribuir esta creación a su Dios”.

“Su Dios es puro Espíritu. Y yo digo que el puro Espíritu, lo inmaterial, no puede haber determinado al Universo, lo Material. He aquí por qué:”

“El puro Espíritu no está separado del Universo por una diferencia de grado, de cantidad, sino por una diferencia de naturaleza, de cualidad”.

“De manera que el Espíritu puro no es ni puede ser una ampliación del Universo, del mismo modo que el Universo no puede ser una reducción del Espíritu puro. La diferencia aquí no es solamente una distinción, sino una oposición de naturaleza: esencial, fundamental, irreductible, absoluta”.

“Entre el Espíritu puro y el Universo, no hay únicamente un abismo más o menos grande y profundo que podría ser calmado o franqueado: hay un verdadero abismo, cuya profundidad y extensión; cualquiera que sea el esfuerzo intentado, nadie ni nada podría colmar ni franquear”.

“El Espíritu puro no admite ninguna aleación material, no comporta ni forma, ni cuerpo, ni línea, ni materia, ni proporción, ni espacio, ni volumen, ni color, ni sonido, ni densidad”.

“El Universo, todo, por el contrario, es forma, cuerpo, línea, materia, proporción, espacio, duración, profundidad, superficie, volumen, color, sonido, densidad”.

"¿Cómo admitir que esto ha sido determinado por aquello?”

“Es imposible”.

“Hemos visto que la hipótesis de una potencia verdaderamente creadora es imposible. Hemos visto, en segundo lugar, que, aun cuando se persistiese en creer en esta potencia, no se podría admitir que el universo esencialmente material haya sido determinado por el Espíritu puro, que es esencialmente inmaterial”.

“Y bien, de dos cosas una: o bien la Materia estaba fuera de Dios o bien ella estaba en Dios (no le podríais asignar un tercer lugar). En el primer caso, si ella se hallaba fuera de Dios, es que Dios no ha tenido necesidad de crearla, puesto que ya existía; es que ella coexistía con Dios, es que era concomitante con él y, entonces, vuestro Dios no es creador”.

"En el segundo caso, es decir, si ella no estaba separada de Dios, ella estaba en Díos, y en este caso yo asumo: Primero: Que Dios no es el Espíritu puro, puesto que él tenía en sí una partícula de materia, ¡y qué partícula! la totalidad de los mundos materiales. Segundo: Que Dios, conteniendo la materia en él, no ha tenido que crearla, puesto que ella existía; no ha tenido más que hacerla salir, y en este caso, la creación cesa de ser un acto de creación verdadero y se reduce a un acto de exteriorización.

En los dos casos no hay creación”.

Lo perfecto no puede producir lo imperfecto

“Tercer argumento: Lo perfecto no puede producir lo imperfecto”.

"Estoy convencido que si yo sometiese a un creyente la pregunta: «¿Lo imperfecto puede producir lo perfecto?», este creyente me respondería sin la menor vacilación y sin el menor temor de equivocarse: «lo imperfecto no puede le producir lo perfecto»”.

“En ese supuesto, digo yo: «lo perfecto no puede producir lo imperfecto», y sostengo que mi posición posee la misma fuerza y la misma exactitud que la precedente, y por las mismas razones”.

“Hay más aún: Entre lo perfecto y lo imperfecto no existe solamente una diferencia de grado, de cantidad, sino también una diferencia de cualidad, de naturaleza, una oposición esencial, fundamental, irreductible”.

“Hay más todavía: entre lo perfecto y lo imperfecto no hay únicamente una diferencia más o menos profunda y amplia, sino un abismo tan vasto y tan profundo que nada podría franquearlo ni llenarlo”.

“Lo perfecto es absoluto; lo imperfecto es relativo. A los ojos de lo perfecto, que es todo, lo relativo, lo contingente, no es nada; a los ojos de lo perfecto, lo relativo no tiene valor, no existe, y no está al alcance de ningún matemático ni de filósofo alguno establecer una relación -la que sea- entre lo relativo y lo absoluto; a fortiori, esa relación es imposible cuando se trata de una relación tan rigurosa y precisa como la que debe existir necesariamente entre causa y efecto.

“Es, pues, imposible, que lo perfecto haya determinado lo imperfecto”.

“Por el contrario, existe una relación directa, fatal y en cierto modo matemática, entre la obra y el autor de ella: tanto vale la obra, tanto vale el obrero; tanto vale el obrero, tanto vale la obra. Es por la obra que se reconoce al obrero, como es por el fruto que se reconoce al árbol”.

“Si examinamos una redacción mal hecha en la que abundan las faltas ortográficas, en la que las frases son mal construidas, en la que el estilo es pobre y desaliñado, en la que las ideas son raras y banales, en la que los conocimientos son inexactos, no se nos ocurrirá la idea de atribuir esta mala página idiomática a un cincelador de frases, a uno de los maestros de la literatura”.

“Si dirigimos la mirada sobre un dibujo mal hecho, en el que las líneas están mal trazadas, las reglas de la perspectiva y de la proporción violadas, no se nos ocurrirá jamás atribuir ese esbozo rudimentario a un profesor, a un maestro, a un artista. Sin la menor vacilación diremos que es la obra de un alumno, de un aprendiz, de un niño; y tenemos la seguridad de no cometer error, tanto es verdad que la obra lleva la marca del obrero, y que, por la obra, se puede apreciar al autor de ella”.

“Luego, la Naturaleza es hermosa; el Universo es magnífico. Sin embargo, por entusiastas que seamos de las bellezas de la Naturaleza y no importa el homenaje que le tributemos no podremos decir que el Universo es una obra sin defectos, irreprochable, perfecta. Y nadie se atrevería a sostener tal opinión”.

“El Universo es una obra imperfecta.

“En consecuencia, hay siempre entre la obra y el autor de ella una relación rigurosa, estrecha, matemática; luego, el Universo es una obra imperfecta: el autor de esta obra, pues, no puede ser sino imperfecto.

“Este silogismo conduce a poner en evidencia la imperfección del Dios de los creyentes, y por consiguiente, a negarlo.

“Se puede todavía razonar de la manera siguiente:”

“O bien, siendo el Universo una obra imperfecta, vuestro Dios es en sí mismo imperfecto”.

“Silogismo o dilema, la conclusión, el razonamiento resta lo mismo:”

Lo perfecto no puede determinar lo imperfecto”.

El Ser eterno no puede haber estado inactivo e inútil

“Cuarto argumento: El Ser eterno, activo, necesario, no puede, en momento alguno, haber estado inactivo e inútil”.

“Si Dios existe, es eterno, activo y necesario”.

“¿Eterno? Lo es por definición. Es su razón de ser. No se le puede concebir encerrado en los límites del tiempo; no se le puede imaginar teniendo un principio o un fin. No puede aparecer ni desaparecer. Existe de siempre”.

“¿Activo? lo es y no puede dejar de serlo, puesto que su actividad es la que ha engendrado todo, puesto que su actividad se ha afirmado, dicen los creyentes, por el acto más colosal, más majestuoso: la Creación de los Mundos”.

“¿Necesario? lo es y no puede dejar de serlo, puesto que sin él nada existiría, puesto que es el autor de todas las cosas; puesto que es el manantial inicial de donde todo brota; puesto que es la fuente única y primera de donde todo ha manado”.

“Puesto que solo, bastándose a sí mismo, ha dependido de su única voluntad que todo sea y que nada sea. Es él, pues: eterno, activo y necesario”.

“Queremos demostrar que si es eterno, activo y necesario, debe ser eternamente activo y eternamente necesario; que, consecuentemente, no ha podido, en momento alguno, ser inactivo o inútil; que, por consiguiente, en fin, no ha sido creador jamás”.

“Decir que Dios no es eternamente activo, es admitir que no siempre lo ha sido, que ha llegado a serlo, que ha empezado a ser activo, que antes de serlo no lo era; y puesto que es por la Creación que se ha manifestado su actividad, eso es admitir, al mismo tiempo, que durante los millones y millones de siglos que quizá han precedido la acción creadora Dios estaba inactivo”.

“Decir que Dios no es eternamente necesario, es admitir que no lo ha sido siempre, que ha llegado a serlo, que ha empezado a ser necesario, que antes de serlo no lo era, y puesto que es la creación que proclama y atestigua la necesidad de Dios, eso es admitir a la vez que, durante millones y millones de siglos que han precedido quizá a la acción creadora, Dios era inútil”.

“¡Dios inactivo y perezoso!”

“¡Dios inútil y superfluo!”

“¡Que postura para el Ser esencialmente activo y esencialmente necesario!”

“Es preciso confesar, pues, que Dios es por todo tiempo activo y en todo tiempo necesario”.

“Pero entonces, él no puede haber creado, puesto que la idea de creación implica, de manera absoluta, la idea de principio, de origen. Una cosa que empieza no puede haber existido en todo tiempo. Hubo necesariamente un tiempo en que, antes de ser, no era aún. Por corto o por largo que fuera ese tiempo que precede a la cosa creada, nada puede suprimirlo; de todas maneras, es”.

“De eso resulta que: o bien Dios no es eternamente activo y eternamente necesario, y, en este caso, él ha llegado a serlo por la creación. Si no es así le faltaban a Dios, antes de la creación, esos dos atributos: la actividad y la necesidad. Este Dios era incompleto; era un pedazo de Dios, nada más; y él ha tenido necesidad de crear para llegar a ser activo y necesario, para completarse”.

“O bien Dios es eternamente activo y necesario, y, en este caso, él ha creado eternamente, las creaciones son eternas; el Universo no ha tenido principio nunca; existe de todo tiempo; es eterno como Dios; es el mismo Dios y se confunde con él”.

“Luego, en el primer caso, Dios antes de la creación no era ni activo ni necesario, era incompleto, es decir, imperfecto, y/ pues, no existe; en el segundo caso, Dios, siendo eternamente activo y eternamente necesario no ha podido llegarlo a ser; y entonces, no ha podido crear”.

“Si eso es así, el Universo no ha tenido principio. No ha sido creado”.

El Ser inmutable no puede haber creado

“Quinto argumento: El Ser inmutable no puede haber creado”.

“Si Dios existe, no cambia, no puede cambiar. Mientras que en la Naturaleza, todo se modifica, se metamorfosea, se transforma, mientras que nada es perdurable y que todo se realiza, Dios, punto fijo, inmóvil en el tiempo y en el espacio, no está sujeto a modificación alguna, no conoce ni puede conocer cambio alguno.

“Es hoy lo que era ayer; será mañana lo que es hoy. Que se mire a Dios en la lejanía de los siglos más remotos o en la de los siglos futuros, es constantemente idéntico a sí mismo”.

“Dios es inmutable”.

“Si él ha creado, no es inmutable, porque en este caso, ha cambiado dos veces”.

“Determinarse a querer, es cambiar; resulta evidente que hay un cambio entre el ser que no quiere aún y el ser que quiere ya”.

“Paralelamente, determinarse a obrar, u obrar, es modificar”.

“Además, es cierto que esta doble modificación, querer obrar, es tanto más considerable y más acusada cuanto más se trata de una resolución más grave y de una acción más importante”.

“¿Dios ha creado, decís? Sea. Luego ha cambiado dos veces: la primera, cuando ha tomado la determinación de crear: la segunda, cuando poniendo en ejecución su determinación, ha cumplido el gesto creador”.

“Si ha cambiado dos veces, no es inmutable”.

“Y si no es inmutable, no es Dios. No existe”.

El Ser inmutable no puede haber creado”.

Dios no puede haber creado sin motivo

“Sexto argumento: Dios no puede haber creado sin motivo; eso supuesto, es imposible discernir uno solo”.

“De cualquier lado que se examine, la creación resulta inexplicable, enigmática, vacía de sentido”.

“Y salta a la vista que si Dios ha creado es imposible admitir que haya cumplido este acto grandioso y del cual las consecuencias debían ser fatalmente proporcionales al acto mismo, por consiguiente, incalculables, sin haberse determinado a ello por una razón de primer orden”.

“Y bien. ¿Cuál será esta razón? ¿Por qué motivo Dios se ha podido determinar a crear? ¿Qué móvil le ha impulsado? ¿Qué deseo le ha tomado? ¿Qué propósito se ha formado? ¿Qué objeto ha perseguido? ¿Qué fin se ha propuesto?”

“Multiplicad, en este orden de ideas, las interrogantes, dadle vueltas y más vueltas al problema; examinadlo bajo todos sus aspectos; examinadlo en todos los sentidos y yo os reto a resolverlo de otra manera que no sea por cuentos o por sutilezas”.

“Mirad: he aquí a un niño educado en la religión cristiana; su catecismo le afirma, sus maestros le enseñan que es Dios quien lo ha creado y lo ha puesto en el mundo. Suponed que él se hace esta pregunta: ¿Por qué Dios me ha creado y me ha puesto en el mundo? Y que quiera encontrar una respuesta seria y razonable. No podrá obtenerla. Suponed todavía que, confiando en la experiencia y en el saber de sus educadores, persuadido que por el carácter sagrado de que curas y pastores están revestidos, por los conocimientos especiales que poseen y por sus gracias particulares; convencido que por su castidad, ellos están más cerca de Dios que él y mejor iniciados que él a las verdades reveladas, suponed que este niño tenga la curiosidad de pedir a sus maestros por qué Dios le ha creado y le ha puesto en el Mundo: yo afirmo que ellos no pueden dar a esta simple interrogación ninguna respuesta satisfactoria, sensata”.

“En verdad, no la hay”.

“Apuremos más de cerca la cuestión, profundicemos el problema”.

“Por medio del pensamiento, examinemos a Dios antes de la creación. Tomémoslo en su sentido absoluto. Está solo. Se basta a sí mismo. Es perfectamente sabio, perfectamente feliz, perfectamente poderoso. Nada puede acrecentar su sabiduría; nada puede acrecentar su felicidad ni fortificar su potencia”.

“Este Dios no puede experimentar ningún deseo, puesto que su felicidad es infinita; no puede perseguir ningún objeto, puesto que nada le falta a su perfección; no puede formar ningún propósito, puesto que nada puede disminuir su potencia; no puede determinarse a querer, puesto que no experimenta necesidad alguna”.

“La conclusión se impone, lógica, implacable: Dios, si ha creado, ha creado sin motivo, sin saber por qué, sin objetivo”.

“¿Sabéis a dónde nos conducen forzosamente las consecuencias de tal conclusión?”

“Vais a verlo”.

 

Actos de la razón y actos dementes

“Lo que diferencia los actos de un hombre dotado de razón de los actos de un hombre atacado de demencia; lo que hace que uno sea responsable y el otro no lo sea, es que un hombre en sus cabales sabe siempre, en todos los casos puede saber, cuando obra, cuáles son los móviles que le han impulsado, cuáles los motivos que le han determinado a obrar. Cuando se trata de una acción importante y cuyas consecuencias pueden comprometer pesadamente su responsabilidad, basta que el hombre en posesión de razón se repliegue en sí mismo; se libre a un examen de conciencia serio, persistente e imparcial, basta que, por el recuerdo reconstituya el cuadro en el que los acontecimientos le han encerrado; en una palabra, que él reviva la hora transcurrida, para que llegue a discernir el mecanismo de los movimientos que le han hecho obrar”.

“No está siempre orgulloso de los móviles que le han impulsado. Enrojece a menudo de las razones que le han determinado a obrar. Pero esos motivos, sean nobles o viles, generosos o bajos, llega siempre a descubrirlos”.

“Un loco, al contrario, obra sin saber por qué. Ya realizado el acto, aun el más cargado en consecuencias, interrogadle, apremiadle con preguntas; insistid; acosadle. El pobre demente balbuceará algunas locuras y no le arrancaréis a sus incoherencias”.

“Lo que diferencia los actos de un hombre sensato de los actos de un insensato es que los actos del primero se explican, es que tienen una razón de ser, es que se distingue en ellos la causa y el objetivo, el origen y el fin, mientras que los actos de un hombre privado de razón no se explican, es incapaz él mismo de discernir la causa y el objetivo; no tienen razón de ser”.

“Y bien: si Dios ha creado sin objeto, sin motivo, ha obrado a la manera de un loco y la Creación aparece como un acto de demencia”.

Segunda serie de argumentos:

“Primer argumento: El Gobernador niega al Creador”.

“Hay quienes -y forman legión-, a pesar de todo, se obstinan en creer. Se concibe que, pese a todo, se pueda creer en la existencia de un creador perfecto, que pueda creerse en la existencia de un gobernador necesario; pero nos parece imposible que se pueda creer razonablemente en el uno y en el otro al mismo tiempo: esos dos seres perfectos se excluyen categóricamente; afirmar al uno es negar al otro; proclamar la perfección del primero, es confesar la inutilidad del segundo; proclamar la necesidad del segundo, es negar la perfección del primero”.

“En otros términos, puede creerse en la perfección del uno o en la necesidad del otro; pero irrazonablemente es creer en la perfección de los dos; es preciso elegir”.

“Si el Universo creado por Dios ha sido una obra perfecta; si, en su conjunto y en sus menores detalles, esta obra hubiese carecido de defectos; si el mecanismo de esta gigantesca creación hubiese sido irreprochable; si tan y tan perfecta hubiese sido su organización que no hubiese debido temerse ningún desarreglo, ni una sola avería, en una palabra, si la obra hubiese sido digna de este obrero genial, de este artista incomparable, de este constructor fantástico que se llama Dios, la necesidad de un gobernador no se hubiese hecho sentir”.

“Una vez dado el primer empuje, puesta en movimiento, la formidable máquina, hubiera bastado abandonarla a sí misma, sin temor de accidente posible”.

“¿Por qué este ingeniero, este mecánico, cuyo papel es de vigilar la máquina, dirigirla, intervenir cuando es necesario aportar a la máquina en movimiento los retoques necesarios y las reparaciones sucesivas? Este ingeniero habría sido inútil; este mecánico no habría tenido objeto”.

“En este caso, no precisa un Gobernador”.

“Si el Gobernador existe es que su presencia, su vigilancia, su intervención, son indispensables”.

“La necesidad del Gobernador es como un insulto, un desafío lanzado al Creador; su intervención atestigua la torpeza, la incapacidad, la impotencia del Creador”.

El Gobernador niega la perfección del Creador”.

El Dios gobernador niega al Dios creador

“Segundo argumento: La multiplicidad de los dioses demuestra que no existe ninguno”.

“EI Dios Gobernador es y debe ser poderoso y justo, infinitamente poderoso e infinitamente justo”.

“Pretendo que la multiplicidad de las religiones atestigua que está faltado de potencia y de justicia”.

“Abandonemos los dioses muertos, los cultos abolidos, las religiones apagadas. Estas se cuentan por millares y millares. No hablemos más que de las religiones vivas”.

“Según las estimaciones mejor fundadas hay, en el presente, ochocientas religiones que se disputan el imperio sobre los millones de conciencias que pueblan nuestro planeta. No es dudoso que cada una se imagina y proclama que sólo ella está en posesión del Dios verdadero, auténtico, indiscutible, único, y que los demás dioses son dioses de broma, falsos dioses, dioses de contrabando y de pacotilla, que es obra pía el combatirlos y el aplastarlos”.

“La multiplicidad de estos dioses atestigua que no existe ninguno, porque ella demuestra que Dios está faltado de potencia y de justicia”.

“Infinitamente poderoso, habría podido hablar a todos con la misma facilidad que a uno solo. Infinitamente poderoso, le habría bastado con mostrarse, con revelarse a todos sin más esfuerzo del que ha necesitado para revelarse a unos cuantos”.

“Un hombre -el que sea- no puede mostrarse, no puede hablar más que a un número limitado de hombres; sus cuerdas vocales tienen una potencia que no puede exceder de ciertos límites; ¡pero Dios!...

“Dios puede hablar a todos -no importa el número-, con la misma facilidad que a unos cuantos. Cuando se eleva, la voz de Dios puede y debe resonar en los cuatro puntos cardinales. El verbo divino no conoce ni distancia, ni espacio. Atraviesa los océanos, escala las cimas, flanquea los espacios sin la menor dificultad”.

“Ya que le satisfizo -la religión lo afirma-, hablar a los hombres, revelarse a ellos, confiarles sus propósitos, indicarles su voluntad, hacerles conocer su Ley, habría podido hablar a todos sin más esfuerzo que el empleado hablando a un puñado de privilegiados”

“No lo ha hecho, puesto que unos lo niegan, otros lo ignoran, otros, en fin, oponen esto o este otro dios a aquel otro de sus concurrentes”.

“En estas condiciones, ¿no es discreto pensar que no ha hablado a ninguno y que las múltiples revelaciones no son otra cosa que múltiples imposturas; mejor que, si ha hablado a algunos, es que no ha podido hablar a todos?”

“Si así fuese, es que es impotente e injusto”.

“¿Qué pensar, en efecto, de ese Dios que se muestra a algunos y se esconde de los otros? ¿Qué pensar de ese Dios que dirige la palabra a los unos, y guarda silencio ante los otros?”

“No olvidéis que los representantes de ese Dios afirman que él es el Padre y que todos, con el mismo título y en el mismo grado, somos hijos bien amados de ese Padre que está en los cielos”.

“Y bien, ¿qué pensáis de ese padre que, lleno de ternura para algunos privilegiados, los libera, revelándose a ellos, de las angustias de la duda, de las torturas de la vacilación, mientras que, voluntariamente, condena a la inmensa mayoría de sus hijos a los tormentos de la incertidumbre? ¿Qué pensáis de ese padre que se muestra a una parte de sus hijos en el resplandor deslumbrante de Su Majestad, mientras que, para los otros, permanece rodeado de tinieblas? ¿Qué pensáis de ese padre que, exigiendo de sus hijos un culto, respetos, adoraciones, llama a algunos elegidos a escuchar la palabra de verdad, mientras que, de forma deliberada, niega a los otros este insigne favor?”

“La multiplicidad de las religiones proclama, pues, que Dios está faltado de potencia y de justicia. Y Dios debe ser infinitamente poderoso e infinitamente justo; los creyentes lo afirman; si le falta uno de estos atributos, la potencia y la justicia, no es perfecto; si no es perfecto, no existe”.

La multiplicidad de los dioses demuestra, por lo tanto, que no existe ninguno”.

La multiplicidad de los dioses demuestra que no existe ninguno

“Tercer argumento: Dios no es infinitamente bueno; el infierno lo demuestra”.

“EI Dios Gobernador o Providencia, es y debe ser infinitamente bueno, infinitamente misericordioso. La existencia del infierno prueba que no lo es”.

“Seguid bien mi razonamiento: Dios podía -puesto que es libre-, no crearnos; pero nos ha creado”.

“Dios podía -puesto que es todopoderoso-, crearnos a todos buenos; ha creado a buenos y a malos”.

“Dios podía -puesto que es bueno-, admitirnos a todos en su paraíso, después de nuestra muerte, contentándose con el tiempo de pruebas y tribulaciones que pasamos sobre la tierra”.

“Dios podía, en fin -puesto que es justo-, no admitir en su paraíso más que a los buenos y negar su acceso a los perversos o bien aniquilar a éstos á su muerte, en lugar de destinarlos al infierno. Pues quien puede crear puede destruir; quien tiene el poder de dar la vida, tiene el de quitarla”.

“Veamos; vosotros no sois dioses. Vosotros no sois infinitamente buenos, infinitamente misericordiosos. Tengo, sin embargo, la certidumbre, sin que os atribuya cualidades que quizás no poseéis, que, si estaba en vuestro poder, sin que ello os costase un esfuerzo penoso, sin que de ello resultase para vosotros ni perjuicio material, ni perjuicio moral, si, digo, estaba en vuestro poder, en las condiciones que acabo de indicar, de evitar a uno de vuestros hermanos en humanidad, una lágrima, un dolor, una prueba, tengo la certidumbre de que lo haríais. Y sin embargo, vosotros no sois ni infinitamente buenos, ni infinitamente misericordiosos”.

“¿Seríais vosotros mejores y más misericordiosos que el Dios de las religiones?”

“Pues, en fin, el infierno existe. La Iglesia nos lo enseña; es la horrenda visión con ayuda de la cual se asusta a los niños, a los viejos y a los espíritus temerosos; es el espectro que instalan a la cabecera de los agonizantes, a la hora en que la proximidad de la muerte les quita toda energía, toda lucidez, todo discernimiento”.

“Pues bien: el Dios de los cristianos, Dios que dicen de piedad, de perdón, de indulgencia, de bondad, de misericordia, precipita a una parte de sus hijos -para siempre-, en esa mansión poblada por las torturas más crueles, por los más indecibles suplicios”.

“¡Cuán bueno es! ¡Cuan misericordioso!”

“¿Conocéis esta frase de las Escrituras: «Habrá muchos llamados, pero muy pocos elegidos»? Esta frase significa, si no me engaño, que será mínimo el número de los elegidos y considerable el número de los malditos. Esta afirmación es de una crueldad monstruosa que se ha intentado darle otro sentido”.

“Poco importa: el infierno existe y es evidente que habrá condenados -pocos o muchos-, que en él sufrirán los más dolorosos tormentos”.

¿Para qué y para quién son provechosos los tormentos del infierno?

“Preguntémonos para qué y para quién pueden ser provechosos los tormentos de los malditos”.

“¿Para los elegidos? ¡Evidentemente, no! Por definición, los elegidos serán los justos, los virtuosos, los fraternales, los compasivos, y no podemos suponer que su felicidad, ya inexpresable, fuese acrecentada por el espectáculo de sus hermanos torturados”.

"¿Sería provechoso para los mismos condenados? Tampoco, puesto que la Iglesia afirma que el suplicio de esos desgraciados no terminará jamás y que, en los millares y millares de siglos, sus tormentos serán intolerables como el primer día.

“¿Entonces…?”

“Entonces, fuera de los elegidos y de los condenados, no hay más que Dios; no puede haber más que él”.

“¿Es para Dios, pues, para quien pueden ser provechosos los sufrimientos de los condenados? ¿Es, pues, él, este padre infinitamente bueno, infinitamente misericordioso, quien se complace sádicamente con los dolores a los que él voluntariamente condena a sus hijos?”

“¡Ah! Si es así, este Dios me parece el verdugo más feroz, el inquisidor más implacable que se pueda imaginar”.

“El infierno prueba que Dios no es ni bueno, ni misericordioso. La existencia de un Dios de bondad es incompatible con la del Infierno”.

O bien no hay Infierno, o bien Dios no es infinitamente bueno”.

“Cuarto argumento: El problema del mal”.

“Es el problema del Mal el que me facilita mi cuarto y último argumento contra el Dios-Gobernador, al mismo tiempo que mi primer argumento contra el Dios-Justiciero”.

“Yo no digo que la existencia del mal, mal físico, mal moral, es incompatible con la existencia de Dios, pero yo digo que ella es incompatible con la existencia de un Dios infinitamente poderoso e infinitamente bueno”.

“Es conocido el razonamiento, aunque sólo sea por las múltiples refutaciones -siempre impotentes, por lo demás-, que se le han opuesto”.

“Se le hace remontar a Epicuro. Tiene, pues, ya más de veinte siglos de existencia; pero por viejo que sea, ha conservado todo su rigor. Helo aquí:”

“El mal existe: todos los seres sensibles conocen el sufrimiento. Dios que lo sabe, no puede ignorarlo. Pues bien: de dos cosas una:

"O bien Dios quisiera suprimir el mal, pero no ha podido”.

“O bien Dios podría suprimir el mal; pero no ha querido”.

“En el primer caso, Dios quisiera suprimir el mal; es bueno, se compadece de los dolores que nos abruman; de los males que padecemos. ¡Ah, si sólo dependiese de él! El mal sería destruido y la felicidad florecería sobre la tierra. Una vez más: él es bueno; pero no puede suprimir el mal; en este caso, no es todopoderoso”.

“En el segundo caso, Dios podría suprimir el mal. Bastaría quererlo para que el mal fuese abolido; él es todopoderoso; pero no quiere suprimirlo; en este caso, no es infinitamente bueno”.

Si Dios es bueno no es Todopoderoso y si es Todopoderoso no es bueno

“Aquí, Dios es poderoso, pero no es bueno; allá Dios es bueno, pero no es poderoso”.

“Para que Dios sea, no basta con que posea una de estas dos perfecciones; potencia o bondad; es indispensable que posea las dos a la vez”.

“Este razonamiento jamás ha sido refutado”.

“El ensayo de refutación más conocido es éste:”

“«Se plantea en términos completamente erróneos el problema del mal. Injustamente se hace responsable de él a Dios. Es cierto, el mal existe y ello es innegable; pero es al hombre a quien hay que hacer de él responsable. Dios no ha querido que el hombre sea un autómata, una máquina, que él actúe fatalmente. Al crearlo, le ha dado la libertad; ha hecho de él un ser enteramente libre, de la libertad que le ha otorgado generosamente, Dios le ha dejada la facultad de hacer, en todas las circunstancias, el uso que quisiera; y, si place al hombre en lugar de hacer de ella un uso juicioso y noble de este bien inestimable, hacer un uso odioso y criminal, no es a Dios a quien cabe acusar, porque sería injusto; de ella hay que acusar al hombre»”.

“He ahí la objeción que resulta ya clásica”.

“¿Qué vale ella? Nada”.

“Distingamos primero el mal físico del mal moral”.

“El mal físico es la enfermedad, el sufrimiento, el accidente, la vejez, con su cortejo de taras y de enfermedades; es la muerte, la pérdida cruel de los seres que amamos: criaturas que nacen y mueren algunos días después de su nacimiento sin haber conocido más que el sufrimiento; hay una multitud de seres humanos para los que la existencia no es más que una larga cadena de dolores y de aflicciones, de suerte que hubiera valido más que no hubiesen nacido; es, en el dominio de la naturaleza los azotes, los cataclismos, los incendios, las sequías, las hambres, las inundaciones, las tempestades, toda esta suma de trágicas fatalidades que se cifran en el dolor y en la muerte”.

“¿Quién osaría decir que hay que hacer responsable al hombre de este mal físico?”

“¿Quién no comprende que, si Dios ha creado el Universo, si es él quien lo ha dotado de las formidables leyes que le regulan y si el mal físico es el conjunto de las fatalidades que resultan del juego normal de las fuerzas de la Naturaleza, quién no comprende que el autor responsable de estas calamidades es, ciertamente, aquel que lo gobierna?”

“Dios que gobierna el Universo es, pues, responsable del mal físico”.

“Esto sólo bastaría, y mi respuesta podría quedar reducida a esto”.

“Pero yo pretendo que el mal moral es imputable a Dios de la misma manera que el mal físico, puesto que, si existe, él ha presidido a la organización del mundo moral como a la del mundo físico y que, consecuentemente, el hombre, víctima del mal moral como del mal físico, no es más responsable del uno que del otro”.

“Pero es preciso que me refiera a lo que tengo que decir sobre el mal moral en la tercera y última serie de mis argumentos”.

Tercera serie de argumentos

El hombre no pude ser castigado ni recompensado

“Primer argumento: Irresponsable, el hombre no puede ser castigado ni recompensado”.

“¿Qué es lo que somos?”

“¿Hemos presidido las condiciones de nuestro nacimiento? ¿Hemos sido consultados sobre la simple cuestión de saber si nos gusta nacer? ¿Hemos sido llamados para fijar nuestros destinos? ¿Hemos tenido, en un solo punto, voz en el capítulo?”

“Si hubiésemos tenido voz en el capítulo, cada uno de nosotros se habría gratificado, desde la cuna, con todas las ventajas: salud, fuer.za, belleza, inteligencia, valor, bondad, etc. Cada uno habría sido el resumen de todas las perfecciones, una especie de dios en miniatura”.

“¿Qué es lo que somos?”

“¿Somos lo que hemos querido ser?”

“Incontestablemente, no”.

“En la hipótesis Dios, somos, puesto que es él quien nos ha creado, lo que él ha querido que fuésemos”.

“Dios, puesto que él es libre, hubiera podido no crearnos”.

“Hubiera podido crearnos menos perversos, puesto que él es bueno y todopoderoso”.

“Hubiera podido crearnos virtuosos, sanos, excelentes”.

“Habría podido otorgarnos todos los dones físicos, intelectuales y morales, puesto que es todopoderoso”.

“Por tercera vez: ¿qué es lo que somos?”

“Somos lo que Dios ha querido que fuésemos. El nos ha creado como ha querido, a su capricho”.

“No hay respuesta a esta interrogación: ¿qué es lo que somos?, si se admite que Dios existe y que somos sus criaturas”.

"Es Dios el que nos ha dado nuestros sentidos, nuestras facultades de comprensión, nuestra sensibilidad, nuestro medio de percibir, de sentir, de razonar, de actuar. El ha previsto, querido, determinado nuestras necesidades, nuestros deseos, nuestras pasiones, nuestros temores, nuestras esperanzas, nuestros odios, nuestros amores, nuestras aspiraciones. Toda la máquina humana corresponde a lo que él ha querido que fuese. El ha concebido, organizado de la cabeza a los pies el medio en el cual vivimos; él ha preparado todas las circunstancias que, en cada instante, asaltarán nuestra voluntad y determinarán nuestras acciones”.

“Ante este Dios, formidablemente armado, el hombre es irresponsable”.

“Aquel que no está bajo ninguna dependencia es absolutamente libre; aquel que está un poco bajo la dependencia de otro es un poco esclavo; sólo es libre por la diferencia; aquel que está muy supeditado a otro es muy esclavo; sólo es libre en lo que le resta de independiente; en fin, aquel que está por completo bajo la dependencia de otro, es por completo esclavo y no goza de ninguna libertad”.

“Si Dios existe es en esta última postura, la de la esclavitud total, en la que se encuentra el hombre con respecto a Dios, y su esclavitud es tanto más completa cuanto mayor distancia haya entre el Amo y él”.

“Si Dios existe, sólo él sabe, puede, quiere; él sólo es libre; el hombre no sabe nada, no quiere nada, no puede nada; su dependencia es absoluta”.

“Si Dios existe, él lo es todo; el hombre no es nada”.

“EI hombre así mantenido en esclavitud, colocado bajo la dependencia plena y entera de Dios, no puede tener ninguna responsabilidad”.

“Y si es irresponsable, no puede ser juzgado”.

“Todo juicio implica un castigo o una recompensa; y los actos de un ser irresponsable, carente de todo valor moral, no provienen de ningún juicio”.

“Los actos del irresponsable pueden ser útiles o perjudiciales; moralmente, no son buenos ni malos, ni meritorios ni reprensibles; equitativamente no pueden ser recompensados ni castigados”.

“Erigiéndose en Justiciero, castigando o recompensando al hombre irresponsable, Dios no es más que un usurpador” se abroga un derecho arbitrario y usa de él en contra de toda justicia”.

“De lo que acabo de decir, saco en conclusión:”

"a)   que la responsabilidad del mal moral es imputable a Dios, como le es imputable la del mal físico”.

"b)   que Dios es un justiciero indigno, porque irresponsable, el hombre no puede ser ni recompensado, ni castigado”.

Dios viola las leyes fundamentales de la equidad

“Segundo argumento: Dios viola las leyes fundamentales de la equidad”.

“Admitamos, por un instante, que el hombre sea responsable y veremos cómo en esta misma hipótesis la divina justicia viola las reglas más elementales de la equidad”.

“Si se admite que la práctica de la justicia no puede ser ejercida sin comportar una sanción y que el magistrado tiene por misión fijar esta sanción, existe una regla sobre la cual el sentimiento es y debe ser unánime: es que, del mismo modo que hay una escala de mérito y de culpabilidad, debe haber una escala de recompensa y de castigos”.

“Sentado este principio, el magistrado que mejor practicará la justicia será aquel que proporcionará más exactamente la recompensa al mérito y el castigo a la culpabilidad; y el magistrado ideal, impecable, perfecto, será aquel que fijará una relación de un rigor matemático entre el acto y la sanción”.

“Pienso que esta regla elemental de justicia es aceptada por todos”.

“Y bien; Dios, con el cielo y el infierno, desconoce esta regla y la viola”.

“Cualquiera que sea el mérito del hombre, es limitado (como el hombre mismo), y, sin embargo, la sanción de castigo, el infierno, no tiene límites, aunque sólo fuese por su carácter de perpetuidad”.

“Hay, pues, desproporción entre la falta y el castigo; desproporción en todas partes. Así, pues, Dios viola las reglas fundamentales de la equidad”».

El pensamiento liberal difícilmente encontrará en otros textos argumentaciones tan válidas como las que acaba de exponer Sebastián Faure para fundamentar un ateísmo razonado y filosóficamente incontrovertible. Si se añaden a esos razonamientos de Sebastián Faure, el ineludible y enorme enfrentamiento entre los dogmas y postulados religiosos y los conocimientos científicos que la humanidad ha llegado a conquistar, que han ido desmintiendo, una a una, todas las explicaciones religiosas al revelar al hombre asombrosos secretos que la Naturaleza guardó celosamente durante siglos y siglos, y sobre el desconocimiento de los cuales se apoyaron siempre las religiones, se llegará a la comprensión de un ateísmo llano y natural.

Ante la existencia de algunas manifestaciones religiosas sedicentes anarquistas, según mencionamos ya, es prudente insistir en que no es sólo el anarquismo una concepción social que considera nocivo e innecesario al Estado y propicia la abolición de la explotación del hombre por el hombre; sino que es una concepción integral de la vida y una búsqueda permanente de la verdad, y considerado en esa amplitud, el anarquismo es fundamentalmente incompatible con la falacia religiosa, tanto en lo que ésta representa como factor regresivo, tortuoso y oscurantista a través de toda la historia, cuanto en lo que significa como mentira intencionada o error motivado por la ignorancia. De ahí que sea inconcebible un anarquismo religioso y que anarquismo y ateísmo sean inseparables.

El ateismo anarquista no es una simple especulación filosófica

Y el ateísmo anárquico no es en estos finales del siglo XX una simple especulación filosófica, sino que responde a una verdadera necesidad social tan viva e hiriente como la de aplastar todas las formas de tiranía y eliminar definitivamente la explotación del hombre por el hombre en las relaciones económicas, dado que en el panorama mundial se comprueba una influencia y dominio casi absolutos de las creencias religiosas en las grandes multitudes de todos los pueblos, con toda la cauda de aberraciones, belicosidades, ignorancia, y sumisiones que son inherentes a toda religión.

A eso se debe nuestra persistencia en señalar ampliamente este aspecto de las concepciones integrales del anarquismo.

 

F)     LA ÉTICA

“Ayuda mutua, justicia, moralidad: tales son las etapas subsiguientes que observamos al estudiar el mundo animal y al hombre. Constituyen una necesidad orgánica que lleva su justificación en sí misma y que vemos confirmada en todo el reino animal, empezando por sus capas inferiores en forma de colonias de organismos primitivos y elevándose hasta sociedades humanas, más adelantadas. Nos encontramos, por lo tanto, ante una ley universal de la evolución orgánica. Los sentimientos de ayuda mutua, de justicia y de moralidad están arraigados hondamente en el hombre, con toda la fuerza de los instintos”.

El gran conocimiento científico y el profundo pensamiento de Kropotkin definieron los verdaderos fundamentos de la ética con esas palabras que se leen en la página 31 de Ética, origen y evolución de la moral, en la edición de Etyl, de Barcelona.

El concepto de la ética en la humanidad ha oscilado en el -transcurso de la historia al compás de las concepciones generales de la vida que han prevalecido en cada época, en cada localidad y en cada raza. De ahí que la moral no haya sido uniforme y única a través del tiempo y del espacio, y que a un mismo tiempo hayan regido morales distintas en diversos lugares del planeta, y que en un mismo lugar haya variado la moral con arreglo a las concepciones de las distintas épocas. No obstante, y aun con todas estas mutaciones, hay unos principios fundamentales que son inherentes a la naturaleza humana y que forman las bases naturales de la verdadera ética: son los instintos.

No hay antagonismo entre instintos y moral

En el transcurso de toda la historia del pensamiento humano casi siempre se han relacionado estos dos términos como esencialmente antagónicos y casi siempre se ha recurrido a la moral para poner un freno y un cauce a los instintos o para intentar su absoluta eliminación, como ha venido aconteciendo con casi todas las religiones. La moral religiosa de todas las épocas y de todas las sectas ha operado directamente sobre los instintos, unas veces para destruirlos y otras para exacerbarlos. Aunque la fuerza incontenible de los instintos siempre ha roto todos los cercos, desbordando, más o menos catastróficamente, todas las limitaciones de la ética o todas las exacerbaciones de algunas morales religiosas.

¿Ese antagonismo que se ha establecido siempre entre instintos y moral es una realidad intrínseca de la vida, de la naturaleza humana y de las exigencias naturales de la convivencia social?

El anarquismo, que es búsqueda permanente de la verdad y que, en esencia, es ética pura, inquiere sobre ese antagonismo que la historia ha hecho permanente y sondea en las interrogantes que el problema plantea ¿Qué son los instintos? ¿Qué es la ética? para tratar de establecer los principios de una ética cuya vigencia no ha de llevar forzosamente implícitos la desdicha y el sacrificio humanos, pues una ética basada en el dolor, como son casi todas las morales religiosas, es incompatible con ese anhelo de felicidad que representa la aspiración suprema del género humano. Felicidad y dolor son incompatibles como también han de serlo desdicha y moral. Ha de encontrarse en la naturaleza la fórmula armoniosa que hermane en simultánea sensación la ética y la felicidad. Claro que la moral religiosa señala la suprema felicidad en el dolor. Pero eso es una aberración absurda y criminal por cuanto tiene de incongruente y falsa.

Sobre este tópico, en una parte de la definición que Sebastián Faure hace del vocablo Anarquía en la Enciclopedia Anarquista, se expresa de esta quisa:

«“Todos los filósofos y sociólogos que han estudiado seria e imparcialmente la naturaleza humana han comprobado que todas las aspiraciones, todos los deseos, todos los anhelos, todos los movimientos, todas las actividades del individuo tienen por objeto la satisfacción de una o varias necesidades. No hace falta, por lo demás, haberse entregado a profundos estudios filosóficos, biológicos o sociológicos para llegar a esta comprobación. Cualquiera de nosotros puede hacerla si se lo propone”.

“A esta primera comprobación hay que añadir la siguiente: que la satisfacción de una necesidad proporciona al que la siente una sensación de placer, mientras que la no satisfacción de esa necesidad le causa una sensación de dolor”.

“De estas dos comprobaciones, de las que la segunda no es más que la consecuencia de la primera, sacamos por conclusión que el individuo, al buscar la satisfacción de sus necesidades, tiene por mira el placer que encuentra, y en consecuencia afirmamos que el hombre busca la dicha”.

“La persecución de la dicha se convierte, pues, en el objetivo preciso al cual tiende el ser viviente”.

“Henos aquí llegados a un punto importante, que consideramos como fundamental en la ANARQUÍA”.

La razón de ser de la sociedad es proporcionar la felicidad de sus miembros

“El ser humano no vive en el aislamiento, sino que se agrupa con los seres de su especie: vive en sociedad. Esto nos induce a pasar de lo individual a lo social. Si el individuo se agrupa, lo hace, en primer lugar, porque ello está dentro de su naturaleza y porque experimenta esta necesidad; en segundo lugar porque instintivamente trata de aumentar su felicidad mediante el apoyo de la protección que espera encontrar en sus semejantes”.

“De ahí esta conclusión: la agrupación en sociedad tiene por objeto aumentar la felicidad. Por consiguiente, la razón de ser de lo que se llama sociedad no es otra que la de asegurar la felicidad de sus miembros”.

“Henos ya en posesión de un segundo punto importante, fundamental en la anarquía”.

“Dirijamos ahora una rápida mirada hacia atrás, tanto para ver el camino recorrido por nuestro razonamiento como para soldar fuertemente las dos comprobaciones que llevamos hechas”.

“Primera comprobación: el individuo busca la felicidad por la satisfacción de sus necesidades. Segunda comprobación: la sociedad tiene por objeto asegurar y aumentar la felicidad de todos sus miembros. Luego la felicidad del individuo es la finalidad de la vida individual, y la felicidad de todos es la finalidad de la vida social”.

“Así llego a la tercera de las comprobaciones que, ligadas entre sí, conducen a la primera de las certidumbres sobre las cuales descansa la doctrina anarquista”».

Y la plataforma de todas las necesidades a las que alude Sebastián Faure radica en los instintos.

Los instintos son los impulsos que nos inducen a conseguir lo que nuestro organismo necesita para mantener o mejorar su existencia. Por instinto, el niño se aferra al pecho nutricio de la madre. Por instinto, cualquier animal se aleja del peligro en el momento que adquiere consciencia de su cercanía. El instinto ha sido considerado clásicamente como el impulso que nos induce a la acción sin que en él opere de manera determinante la razón y el pensamiento. Su origen es inherente a la propia naturaleza animal y no es producto de educación o ambiente. Es hereditario, como las cualidades específicamente físicas que dan fisonomía a nuestro ser material, y los instintos son la base fundamental de la conservación de nuestra existencia. Sin instintos no habría vida animal posible, pues ellos nos impulsan a la ejecución de todos los actos por los cuales nuestro ser físico pervive. Los que se pueden considerar como primordiales son los que nos inducen a la conservación eje todos los aspectos de nuestra propia existencia física. Después hay en nosotros otro grupo de instintos que no se refieren intrínseca ni exclusivamente a nuestra propia vida: los familiares, los de raza, los de especie, los de conservación y mejoramiento general de la vida. Y en algunos casos, algunas particularidades de este segundo grupo de instintos son superiores a los de la propia conservación, como el instinto maternal, para señalar el más característico.

La presencia de esos dos grupos de instintos en el ser humano crea conflictos, cuya solución ha sido siempre el objetivo o el pretexto de la ética. Pero los conflictos no son consustanciales a la naturaleza humana. El ser humano no es un ser de conflictos. Cuando éstos surgen es por razones anormales en el decurso de su vivir. En ese aspecto, y tal vez sin proponérselo específicamente, Freud sentó una de las bases más fuertes de la ética moderna al demostrar que los conflictos sicológicos, que siempre fueron considerados como inherentes y consustanciales al alma humana, y por tanto rodeados de todos los misterios metafísicos, tienen su origen y naturaleza en determinadas facetas anormales de vivir que retuercen y reprimen los instintos. Por ley natural, un ser vivo no puede llevar implícita a las esencias mismas de su naturaleza manifestaciones contradictorias en conflicto permanente si no es motivado ello por causas ajenas a esas esencias que caracterizan su ser. Un ser vivo es una manifestación de armonía vital; cuando esa armonía cesa, acontece la muerte, pues que la vida en sí no es otra cosa que una manifestación de la armonía. Y el ser humano, que es una de las manifestaciones más altas de la vida, no puede llevar contradicciones conflictivas permanentes en lo que son fundamentos de su existencia.

El ser humano no es intrínsecamente conflictivo

Es un error histórico, pues, la consideración basada en los conflictos permanentes entre los instintos egoístas y los instintos altruistas. Las religiones no han querido considerar nunca como instinto esas manifestaciones que se engloban bajo el denominativo común de altruismo. En su afán de establecer un abismo insondable entre la naturaleza y la divinidad, a los instintos que nos inducen hacia la propia conservación los rebajó a la categoría de animales y groseros, dignos de todos los desprecios y anatemas, y a los otros les regaló un origen divino de inspiración extra humana y reguladores de la moral, añadiéndoles normas y cercos totalmente ajenos a los propios instintos.

La ética es el cauce que regula nuestra conducta orientándola hacia el mayor bien en la propia vida y en la vida de los demás. Es la fórmula que compatibiliza todo orden de intereses que se manifiestan en el individuo con todo el orden de intereses de la comunidad. En la historia del pensamiento, tan influido siempre por las aberraciones religiosas, la ética ha sido más bien concebida como una serie de reglas reguladoras y coercitivas de los intereses individuales en holocausto a los sacros intereses de los mitos colectivos. Como reacción a esa interpretación unilateral de la ética, en casi todos los tiempos de, la historia hubo pensadores que se colocaron en el lugar opuesto y desarrollaron un individualismo más o menos feroz, levantando el pendón de los sacrosantos intereses del único y su propiedad, según el léxico de Max Stirner. Nietzsche ha sido tal vez el más feroz de los representantes de esa religión del yo. Ni una ni otra cosa pueden representar una verdadera ética natural. Los instintos que nos inducen a la satisfacción de las necesidades inherentes a nuestro propio vivir no pueden estar al margen de la ética ni en contradicción con ella. No puede ser amoral beberse un trago de agua o comer una manzana o cohabitar con el sexo contrario, o descansar de una fatiga. Como tampoco es moral satisfacer esas necesidades en detrimento de la satisfacción de necesidades idénticas en los otros seres humanos.

Las verdaderas esencias de la ética residen, pues, en la armonización entre la satisfacción de los instintos que nos inducen a la conservación de nuestra propia existencia y los que nos impelen a la cooperación en la existencia de los demás.

Darwin, al investigar el origen del hombre, refiriéndose a -la ética dice: “¡Deber!, pensamiento maravilloso que no obras ni por intuición, ni por lisonja, ni por amenaza, sino sólo afirmando en el alma tu ley desnuda, obligando a respetarte y a obedecerte, ¿dónde se halla tu origen?” Ese origen del deber, de la conciencia moral, de la ética, Darwin lo encuentra “únicamente desde el punto de vista de la ciencia natural”. Darwin encuentra los fundamentos de la ética en la propia naturaleza del ser, como algo intrínsecamente natural y no como una influencia recibida de fuera originada en normas y reglas confeccionadas artificialmente. “Según Darwin -dice Kropotkin- el sentido moral procede de los sentimientos sociales instintivos o innatos en los animales así como también en el hombre. La verdadera base de todos los sentimientos morales la veía Darwin en los instintos sociales, merced a los cuales un animal se complace en la sociedad de los suyos, en cierta simpatía para con ellos y en la posibilidad de prestarles algunos servicios”.

Aceptando esa definición darwiniana de la ética, la ética anárquica no puede ser otra que esa ética natural manifestada por la libre expresión de los instintos. De ahí que el anarquismo haya de rechazar toda ética impuesta desde fuera, lo que en definitiva es todo autoritarismo. La ética anárquica, libérrima, se basa menta en la comprobación científica de que los instintos naturales del ser humano no son disgregadores, ni avasalladores, ni autoritarios, y cuando esos instintos adquieren en él esas manifestaciones es por desviación impuesta externamente o por anormalidad funcional interna.

La ética anarquista como fundamento los instintos naturales del ser humano

La ética anárquica, pues, tiene como basamento a los instintos naturales del hombre, pues hay en ellos las esencias de las mejores cualidades sociales de convivencia y de conducta. Cuando la conducta del ser humano está regulada por los instintos es más humana que cuando está forzada por las normas morales fabricadas contra los propios instintos.

Tal vez parezcan atrevidísimas estas afirmaciones a quienes están fuertemente influidos por el concepto histórico de la moral y por la idea religiosa sobre la naturaleza de los instintos, pero quienes se aventuren en un estudio acucioso y científico sobre esta verdadera naturaleza se apercibirán de que los instintos son la verdadera guía de la conducta, y que ésta, aun en los casos en que parece más ordenada y regida por la razón, es instintiva cuando no obedece a prejuicios contrarios a las intrínsecas peculiaridades de nuestra naturaleza.

Incluso la razón, como producto de los mecanismos cerebrales, es esencialmente instintiva.

Por lo que los instintos y la ética son indisolubles. 

En todos estos casos, el papel más importante lo desempeña un sentimiento incomparablemente más amplio que el amor o la simpatía personal. Aquí entra el instinto de sociabilidad, que se ha desarrollado lentamente entre los animales y los hombres en el transcurso de un periodo de evolución extremadamente largo, desde los estadios más elementales y que enseñó por igual a muchos animales y hombres a tener conciencia de esa fuerza que ellos adquieren practicando la ayuda y el apoyo mutuo, y también a tener conciencia del placer que se puede hallar en la vida social. 

Piotr Kropotkin

 

G)    LA MORAL DEL APOYO MUTUO

Aunque el anarquismo no acepte la concepción dualista que atribuye al ser humano esa doble condición de poseer un alma que no es material y un cuerpo que sí lo es, resulta de toda evidencia que en nuestra especie se manifiestan tendencias que encauzan su conducta, es decir que, como en toda especie animal, se dan en nosotros una serie de instintos que son como un cúmulo de factores que intervienen en el resultado final del comportamiento. Un estudio profundo sobre la fisiología de los instintos nos arrastraría hasta esferas en cierto modo ajenas al objetivo de este estudio, pero sí es conveniente señalar que su existencia evidente no significa ningún apoyo a las concepciones metafísicas y que, en última instancia, los instintos, según todos los aportes ge la ciencia, también tienen su asiento en las maravillas de nuestras peculiaridades genéticas y fisiológicas.

Y a través de toda la historia ha influido de manera decisiva en las concepciones morales y sociológicas, y en las normas establecidas sobre la conducta, la interpretación más o menos acertada sobre la naturaleza y la esencia misma de esos instintos que forman, en definitiva, la personalidad humana.

Los instintos son la génesis íntima de los anhelos, y éstos, a su vez, incitan a la acción adecuada para alcanzarlos. Claro que, como en todas las manifestaciones de la vida humana, los instintos y los anhelos sufren deformaciones como consecuencia del vivir erróneo y las falsas concepciones que arraigan por causas muy diversas en la mentalidad del hombre, pero nuestra propia naturaleza lleva implícita una serie de instintos que generan una gama muy variada de anhelos e impulsos que le dan esa fisonomía altamente distintiva a nuestra especie.

Toda vida animal tiene como substrato el andamiaje más o menos desarrollado, pero imprescindible, de sus instintos. Es muy probable que en las especies más primitivas los instintos no alcancen a convertirse en anhelos, mas en la especie humana, y tal vez en alguna otra de las especies más cercanas, los instintos e convierten indefectiblemente en anhelos que forman como los rieles o cauces por los que se deslizan casi todas las acciones de nuestra vida.

Esos instintos yesos anhelos generan los impulsos que incitan a la realización de las acciones, cuyo conjunto es la conducta.

La conducta es la consecuencia necesaria de los instintos, los anhelos y los impulsos

¿Es, pues, la conducta el producto espontáneo y caprichoso de la voluntad momentánea o la consecuencia necesaria de los instintos, los anhelos y los impulsos?

El doctor Karl Landauer, en su célebre obra El sicoanálisis y la vida moderna, al referirse a los impulsos, dice:

“Las ciencias naturales suponen por lo general que lo físico (corporal) y lo síquico es una misma cosa, pero visto desde dos puntos de vista diferentes, así como una bola puede aparecer hueca por dentro y colmada por fuera. Podemos, por una parte, ver desde fuera los acontecimientos internos en el hombre, su cuerpo, y con ello probar cómo una vida síquica normal se une a la consistencia de éste, y, en cambio, ver cómo su modificación (la alteración cerebral o de las glándulas de secreción interna) producen visible perturbación. Por otra parte, las contemplamos desde el interior como causadas porque vivimos; las observamos como producidas por un segundo, tercero, etc., hecho síquico que origina determinadas consecuencias síquicas, pero de un sentido uniforme. Sin embargo, si lo somático (corporal) y lo síquico son idénticos, es decir, unos y los mismos hechos, se hace comprensible que las causas síquicas tengan por consecuencia fenómenos corporales (del organismo físico), como la modificación del ritmo cardiaco (latidos), la presión sanguínea, la profundidad de la respiración, la secreción sudorífica, la actividad muscular o los movimientos temblorosos. De esa naturaleza son lo que llamamos impulsos... Los impulsos se comportan como si quisieran hacernos realizar algo, como si persiguieran un objetivo… Estas fuerzas se parecen a nuestro yo, en tanto que las experimentamos como apremiando a cumplir algo deseado. Los movimientos afectivos son la respuesta sico-corporal a las excitaciones que actúan sobre el cuerpo y la siquis y alteran la temporal o actual quietud relativa de los impulsos. Estas fuerzas efectivas conducen a restablecer la quietud de las excitaciones, sea por eliminación de los excitantes o por huida, escape o reacción (solución, término del trabajo de la función). Los impulsos no son, en consecuencia, un único y repetido excitante, sino la expresión del excitante continuado de la actividad vital. Por tanto, mientras los impulsos afectivos son intermitentes, los excitantes se desarrollan y fluyen constantemente. Pero también el impulso parece propender a buscar la tranquilidad, y a esto lo denominamos satisfacción de realizar un objetivo… Una parte de los impulsos obran de modo que sirven a la conservación y seguridad de cada uno de nosotros, por ejemplo, el impulso del hambre y los instintos de autoconservación o defensa propia, o de los familiares o ajenos. Otros actúan en el sentido de la conservación de la especie; el instinto genésico o sea de la sexualidad (impulso de cubrición… procreación o cuidado de la prole). Otros parecen servir a la sociedad (impulsos de asociación, instinto gragario -de agregación-), y otros para el desarrollo superior de la especie (impulsos por saber, estéticos y artísticos)”.

La sabia definición que de los impulsos hace el doctor Landauer pudiera aplicarse a la definición de los anhelos, y hasta podríamos señalar que los anhelos forman la base y el motivo inmediatamente anterior de los impulsos. Los anhelos nos impulsan a la acción que nos ha de llevar a la consecución de lo que anhelamos, y casi todo nuestro vivir se basa menta en una plataforma más o menos amplia de anhelos. Los anhelos son los deseos que se proyectan hacia un porvenir más dilatado que el inmediato presente. La vida animal está entretejida de anhelos mezclados con los deseos imperativos de lo inmediato. Y los anhelos aumentan en desdoro de los deseos conforme la vida animal se eleva en la escala zoológica. De ahí que los humanos tengan más anhelos cuanto más humanos son.

Toda la vida humana está impregnada de anhelos

Toda la vida humana está impregnada de anhelos. Desde que nace hasta que muere, el ser humano vive en un anhelo permanente. Y todo su vivir se proyecta hacia la consecución de una infinidad de objetivos que se traducen en anhelos estimulantes y reguladores de sus actos.

Esa gama complejísima de anhelos que generan y dan fisonomía a la conducta humana podríamos dividirla en dos grandes grupos cuyos orígenes y consecuencias son diferentes y antagónicos: los anhelos naturales, que se originan en las leyes también naturales que regulan nuestra vida en todos sus aspectos, y los anhelos artificiales, creados por los prejuicios y las falacias de la vida políticosocial. Los primeros, como son inherentes a nuestra naturaleza, constituyen ese grupo de anhelos que han sido permanentes en todo el transcurrir de la historia y representan el mayor acicate en el camino de la perfección humana. Los segundos por extraños y hasta enemigos a esa naturaleza nuestra, constituyen esos valladares o fuerzas negativas que han obstaculizado el desarrollo normal de la evolución.

Los anhelos naturales han venido alimentando a los grandes ideales en el devenir de toda la historia. Y en último análisis, los ideales más sublimes no han sido otra cosa que anhelos emergidos de lo más sublime -y a la vez más natural- de nuestro propio ser. Los anhelos que han basa mentado esos ideales podrían polarizarse en un anhelo que ha venido sirviendo como denominador común a todas las altas inquietudes de la especie. Ese anhelo es la aspiración a la felicidad. Nuestra especie anhela ser feliz, y esa felicidad que anhela lleva implícitos una infinidad de anhelos englobados en esa aspiración general, porque la felicidad humana sólo puede constituirse a base de un complejo armónico de factores, cada uno de los cuales implica un anhelo particular.

Las religiones tienden hacia la represión o freno de los anhelos naturales en nombre de una moral ficticia. Por eso idealizan el sufrimiento y anatematizan la felicidad natural oponiéndole una hipotética felicidad extrafísica basamentada en el sufrimiento corporal.

El anarquismo está formado por todos los anhelos naturales que tienden hacia esa felicidad terrenal, biológica, que es, en esencia, la aspiración suprema del ser. Hasta en lo que el anarquismo tiene de específicamente social se basamenta en los anhelos naturales del hombre, ya que por su naturaleza el ser humano anhela la igualdad económica y la libertad social, las dos columnas básicas de toda la sociología anarquista. Y hasta los anhelos más sutiles del ser humano se incorporan al anarquismo considerado como un cuerpo ideológico enfocado hacia la consecución de la felicidad de toda la especie.

Como las religiones, las escuelas, autoritarias argumentan que los anhelos naturales del ser humano -igual que los instintos-, son amorales y antisociales. Por ello es necesario frenar esos anhelos con instituciones que limiten la libertad, para, así, conseguir una convivencia proporcionalmente pacífica al grado en que esos anhelos son extirpados o cohibidos, Como en todo, las escuelas autoritarias y las religiones, con esa similitud que las caracteriza, arremeten contra las propias esencias de la especie, deformando para su conveniencia o por su idiotez esas cualidades naturales que son características de la humanidad a la vez ,que la dignifican.

Como paradigma del pensamiento autoritario sobre los anhelos y los instintos humanos puede tomarse, lo que en su Leviathan dice Tomás Hobbes. Este autor; nacido antes de tiempo (1588), a consecuencia del espanto que produjo en su buera mamá la amenaza de la Armada Invencible de Felipe II ante las costas de Inglaterra, y que no obstante su nacimiento prematuro vivió 92 años, es el filósofo donde se asientan con más solidez las verdaderas raíces dé las concepciones modernas del Estado.

 

Tomás Hobbes es el exponente más significativo del pensamiento autoritario

Aparte de todo el complejo sistema de la filosofía hobbiana, incluido su materialismo y su ateísmo, el pensamiento de Hobbes con referencia al ser humano y sus relaciones con el medio, se caracteriza por considerar al individuo ayuno por completo de todo sentimiento de solidaridad. Es célebre su expresión de que “el hombre es el lobo del hombre”. Hobbes es el antecesor de Darwin en, la no menos célebre teoría de la lucha por la existencia, atenuado este concepto en este último por la necesidad imperiosa de vivir que incita al hombre a luchar contra las otras especies y hasta contra sus semejantes, aunque ello no se ajuste al sentimiento innato de su naturaleza. En Hobbes, el hombrees por naturaleza egoísta, no pudiendo vivir sin lesionar los intereses del vecino. Hobbes rechaza la opinión de Aristóteles que sitúa al ser humano como un animal con tendencias naturales a organizarse en comunidades, como la abeja, la hormiga y el castor. Y según él no será -por instinto social cómo el hombre podrá conseguir vivir en paz con sus semejantes, sino por el temor a una fuerza superior a él mismo. Y esta fuerza superior es el Estado. En el capítulo XIII de la primera parte de su Leviathan, titulado “De la condición natural de la humanidad en lo que respecta a su felicidad y a su infortunio”, dice:

«“Asimismo, los hombres no tienen ningún placer (sino, por el contrario, una gran cantidad de desazones), en seguir en compañía donde no hay ningún poder capaz de intimidarlos a todos. Pues todo hombre quiere que su compañero le conceda el mismo valor que él se concede a sí mismo, y ante todos los signos de desprecio, o de subestimación, se esfuerza naturalmente, en, la medida en que es capaz (pues entre ellos el que no tiene ninguna fuerza común para mantenerlos tranquilos, es bastante capaz de hacerlos destrozarse), por obtener a la fuerza una mayor estimación de sus despreciadores, por medio del daño, y de los otros por el ejemplo”.

“De suerte que en la naturaleza del hombre encontramos tres causas principales de querella. Primera, la competencia; segunda, difidencia; tercera, la gloria”.

“La primera, hace a los hombres invadir por afán de ganancia; la segunda, por la seguridad; la tercera, por la fama. La primera utiliza la violencia para hacerlos dueños de las personas de otros hombres, de sus mujeres, de sus hijos, y del ganado; la segunda, para defenderlos; la tercera, por causas fútiles, como una palabra, una sonrisa, una opinión diferente y cualquier otro signo de menosprecio, ora vaya directo a sus personas o, por reflexión, a su casta, a sus amigos, a su nación, a su profesión o a su nombre”.

“De donde resulta evidente que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los mantenga intimidados, se hallan en la situación que se llama guerra, y tal guerra es de cada hombre contra los otros”».

Y consecuente con este cauce general de su pensamiento, en la segunda parte, en la que trata sobre el Estado, en el capítulo XVII, titulado “De las causas, origen y definición de un Estado”, continúa Hobbes razonando de esta guisa:

“Pues las leyes naturales (como la justicia, la equidad, la modestia, la piedad y -en suma- hacer con los demás lo que quisiéramos que hicieran con nosotros), por sí mismas, sin el temor a algún poder que obligue a observarlas, son contrarias a nuestras pasiones naturales, que nos llevan a la parcialidad, al orgullo, a la venganza, y demás cosas por el estilo. Y los convenios, sin la espada, no son más que palabras y no tienen fuerza para darnos la seguridad. Por lo tanto, a pesar de las leyes de la Naturaleza (que cada uno observa cuando tiene la voluntad de observarlas, cuando puede hacerlo con seguridad), si no hubiera ningún poder establecido, o no fuera bastante fuerte nuestra seguridad, cada hombre confiaría, y podría hacerlo legítimamente, en su propia fuerza y habilidad para defenderse de los demás”.

Según Hobbes el hombre es el lobo del hombre

Comentando estas ideas de Hobbes, J. Ferrater Mora dice en su Diccionario de Filosofía, (Edit. Atlante, 1944, pág. 332):

“De este modo, todo el sistema de Hobbes se encamina a su teoría del Estado, a la cual ha dedicado la mayor parte de sus esfuerzos. El hombre es, para el filósofo inglés, un ser dominado por el instinto de conservación, que lo impulsa a buscar lo que le conviene a sí mismo, sin consideración de las necesidades del prójimo; el instinto de conservación propia determina una constante «guerra de todos contra todos» (bellum omnium contra omes), que, en fin de cuentas, se dirige a la destrucción de todos y de cada cual. La razón muestra que para que el instinto de conservación no sucumba bajo la acción de su propia potencia es preciso que limite sus propios derechos, que supere su estado de primitivismo y tienda a la paz social. De ahí nace el contrato, que es, en el fondo, dejación de derechos en aras a la conservación de sí mismo. Ahora bien, no hay, según Hobbes, posibilidad de construir ese estado de paz si la inevitable precariedad del contrato mutuo no es asegurada y garantizada por un soberano que, al concentrar en sus manos el poder y la cesión de los derechos individuales, permita realizar el ideal bosquejado por la razón. Como la forma democrática, bien que legítima en sí misma, es irrealizable por la incapacidad de los componentes de las asambleas, y, sobre todo, por ser, bajo apariencias de legitimidad, manifestación de instintos e intereses particulares, Hobbes estima que el ideal de ese Estado es la monarquía absoluta, la concentración del poder ilimitado en un individuo que personifique al Estado, y la misma voluntad de los individuos, expresada en el contrato, se transforma en un régimen absolutista que, lógicamente derivado de la primera, asume de hecho un carácter de coacción. El Estado no es para Hobbes lo que se opone a los individuos, sino justamente lo que por nacer de la dejación de los derechos particulares de éstos defiende la posibilidad de la convivencia y el mismo instinto que ha dado origen al poder. Por eso el Estado tiene la primacía frente a cualquier otro poder, incluso el eclesiástico. La soberanía del Estado es defendida ardientemente en el Leviathan contra las pretensiones de la Iglesia, porque en el Estado radica la facultad suprema de toda determinación moral...”.

Toda teoría del Estado considera a éste absolutamente necesario, en cualquiera de sus formas, debido a la naturaleza rijosa y disoluta del ser humano, y aunque la filosofía hobbiana arrastra hasta sus últimas consecuencias la idea básica del Estado y propone como moral política y social un absolutismo dictatorial (cuya praxis es patente en nuestro tiempo en vastas regiones del planeta), las demás teorías estatales, filosóficamente consideradas, tienen el mismo substrato. Hasta la concepción religiosa del Estado se ubica en ese círculo estrecho de considerar a la humanidad poseída por el instinto animal y demoníaco que precisa imperiosamente de la coacción estatal mientras todos los humanos no alcancen la gracia divina del amor a sus semejantes. Para las religiones, hay en la naturaleza humana una parte bestia que ha de ser dominada permanentemente por la otra fracción que hay en nuestro ser de esencia divina, pero como el dominio íntimo de esta última sobre la primera está muy distante de ser absoluto, si los seres humanos no estuvieran sometidos al Estado la vida social sería semejante a como señala Hobbes.

La filosofía del anarquismo es diametralmente opuesta a las concepciones y doctrinas de Hobbes y a la idea general de la necesidad del Estado en la convivencia humana.

En febrero de 1793 apareció en Londres, en dos tomos, una obra que puede considerarse como la primera gran producción del pensamiento anarquista. An Enquiry Concerning Political Justice and its Influence on general Virtue and Happines (Investigación acerca de la justicia política y su influencia sobre la virtud y la felicidad generales), de William Godwin, tuvo un éxito clamoroso en cuanto apareció. “Lo que fueron las Reflections, de Burke, para las clases superiores, los Rights of Man, de Paine, para las masas, eso fue la Enquiry Concerning of Political Justice, de Godwin, para los intelectuales. Godwin despertó una mañana, repentinamente, como el más famoso filósofo social de su tiempo”. Así opina Max Beer en A History of British Socialism (Vol. 1, pág. 114, Londres, 1921). Por otra parte, Hazlitt decía en The Spirit of the Age: “Ninguna obra de nuestro tiempo dio tal impulso al espíritu filosófico en el país”.

 

William Godwin considera al ser humano como un ente esencialmente sociable

En An Enquiry Concerning Political Justice and Its Influence on general Virtue and Happiness, se desarrolla con verdadera metodología filosófica el pensamiento que considera al ser humano como un ente sociable, esencialmente sociable, por un imperativo categórico de su misma naturaleza. Ya antes que Godwin, desde los albores del pensamiento humano, la idea de que el hombre es sociable y gusta de convivir con sus semejantes ocupó amplias zonas en el mundo de las ideas a través de todos los tiempos (recuérdese que el propio Aristóteles decía que el hombre es un animal comunitario, como las abejas, las hormigas y el castor), pero las consecuencias filosóficas que esta idea matriz había de engendrar nadie supo o nadie se atrevió a hallarlas y exponerlas hasta que Godwin publicó su célebre libro. Sólo en algunas de las utopías que salpican la literatura social de todos los tiempos se apuntaron tímidamente algunas de esas consecuencias lógicas como fundamento de una moral diferente.

La médula de la obra de Godwin es su antiestatismo. Nadie antes que él había demostrado de manera tan profunda la innecesidad y nocividad del Estado como institución reguladora de la vida social. Ante la doctrina de Tomás Hobbes, que considera al ser humano como un ente dominado por el instinto de conservación que lo impulsa a buscar lo que le conviene a sí mismo sin preocuparse de las necesidades del prójimo, ya que en su estado natural el hombre es un “lobo del hombre” (horno homini lupus), por lo que necesita un Estado omnipotente que le impida devorar a los demás o ser devorado por ellos en esa lucha permanente de todos contra todos, Godwin opone la necesidad imperiosa e instintiva de la convivencia social, de ayuda mutua, que engendra una moral de cooperación, voluntariamente aceptada, que convierte en innecesario y nocivo al Estado, el cual, por sus propias esencias es coaccionador y limitativo, y siempre responde al concepto hobbiano, cercando, codificando o aplastando el verdadero instinto natural de apoyo mutuo. En el capítulo VI del Libro Primero, con el título de “Invenciones humanas susceptibles de mejoramiento perpetuo”, dice Godwin:

“... No hay característica del hombre que parezca, al presente al menos, tan eminente para distinguirlo o de tanta importancia en cada rama de la ciencia moral como su perfectibilidad. Séanos permitido volver nuestro pensamiento al hombre en su estado original: un ser capaz de impresiones y conocimientos en una extensión ilimitada, pero que no ha recibido aún el uno o cultivado el otro; y séanos permitido poner a este ser en contraste con todo lo que la ciencia y el genio han producido; y desde aquí podemos darnos una idea de cuánto es capaz la naturaleza humana…”.

William Godwin demuestra que el ser humano tiende hacia el mejoramiento y la perfección

Hace después un rápido bosquejo del progreso humano, desde la adquisición del lenguaje hasta el estado de civilización y desarrollo de las ciencias y las artes en el siglo de Godwin; para terminar opinando después de algunos razonamientos que:

“Tal era el hombre en su estado original y tal es el hombre como la vemos ahora. ¿Nos es posible contemplar lo que ha hecho ya sin ser impresionados por el fuerte presentimiento de los progresos que tiene todavía que cumplir? No hay ninguna ciencia que no sea capaz de adiciones; no hay arte que no pueda ser llevado a una más alta perfección. Si esto es cierto para todas las otras artes, ¿por qué no ha de serlo para la institución social? la verdadera concepción de esto como posible es excitante en el más alto grado. Si aún podemos demostrar más adelante que esto es una parte del progreso natural y regular del espíritu, entonces nuestra confianza y nuestras esperanzas serán completas. Esta es la disposición con la cual debiéramos empeñarnos en el estudio de la verdad política…”.

William Godwin, como se esfuerza en demostrar a través de toda su obra, piensa que el ser humano lleva en su propia naturaleza la peculiaridad de tender a la perfección o al mejoramiento, por lo que si se mejorasen las instituciones sociales (las estructuras, según el lenguaje actual), los vicios o males que pe corroen y pudren esas mismas estructuras desaparecerían en la misma proporción en que esas instituciones se fuesen liberando de esos vicios y esas podredumbres que engendran todos los males que dificultan la vida social. Y en sus disquisiciones, henchido de entusiasmo, exclama:

“He ahí la más espléndida etapa del progreso humano. ¡Con qué deleite ha de mirar hacia adelante todo amigo bien informado de la humanidad para avizorar el glorioso momento que señale la disolución del gobierno político, el fin de ese bárbaro instrumento de depravación, cuyos infinitos males, incorporados a su propia esencia, sólo pueden eliminarse mediante su completa destrucción!”.

Y ese antiestatismo, que es característico y fundamental en las concepciones del anarquismo, se apoya esencialmente en la idea base que considera al ser humano como un ser sociable por los imperativos categóricos de su misma fisiología.

Esta idea fundamental fue desarrollada por Pedro Kropotkin en sus dos grandes obras El apoyo mutuo y Etica, Origen y evolución de la moral, aportando en sus basamentos sus enormes conocimientos científicos como geógrafo y naturalista. Kropotkin comprueba ese sentimiento o instinto de sociabilidad en el ser humano y de todas esas pruebas de indiscutible valor científico deduce una moral: la moral del apoyo mutuo. Y esa moral constituye uno de los más fuertes pilares de la filosofía anarquista.

Hacia 1890, como respuesta al fuerte movimiento amoralista desarrollado por Nietzsche y la mayoría de los discípulos de Carlos Darwin, Pedro Kropotkin publicó sus primeros trabajos sobre el tema y pronunció una célebre conferencia en la Hermandad Ancola, de Manchester, sobre Justicia y moral. Ya entonces oponía al amoralismo nietzscheano y a los fanáticos de la lucha por la existencia sus convicciones de la moral del apoyo mutuo. De 1891 a 1894 publicó en la revista “Nineteenth Century”, una serie de estudios sobre la ayuda mutua entre los animales, los salvajes y los pueblos civilizados, estudios que más tarde constituyeron el hermoso libro El apoyo mutuo, factor de evolución, que es como una valiosísima introducción a sus concepciones morales, expuestas más tarde en Etica, Origen y evolución de la moral, obra que no alcanzó a terminar, lo que no obsta para que represente un documento fundamental para la investigación de la ética natural.

 

También J. M. Guyau, en Esbozo de una moral sin obligación ni sanción, aporta valiosísimos argumentos en favor de una moral natural que puede fundirse con la ética kropotkiniana y anarquista.

No es correcta la significación que los discípulos de Darwin dieron a “la lucha por la vida”

En las páginas 16 y siguientes de la edición de Etyl, de Barcelona (1931), de su Etica, dice Kropotkin:

«“Al lanzar Darwin su teoría de la lucha por la existencia y presentarla como el motor principal del desarrollo progresivo suscitó de inmediato la vieja cuestión de saber si la naturaleza tiene un carácter moral o inmoral. El origen de la concepción del bien y del mal que preocupó a los espíritus desde la época de Zend-Avesta se convirtió de nuevo en objeto de discusión, con mayor viveza y profundidad que nunca. Los darwinistas imaginaban la naturaleza como un enorme campo de batalla en el cual no se veía más que la exterminación de los más débiles. Y que en la naturaleza el hombre no puede aprender más que el mal”.

“Como es sabido, estas concepciones alcanzaron una gran difusión. De haber sido justas, los filósofos evolucionistas hubieran tenido que resolver una honda contradicción planteada por ellos mismos. No podían negar, en efecto, que el hombre tiene un concepto elevado del bien y que la fe en el triunfo gradual del bien sobre el mal está profundamente arraigada en la naturaleza humana. Y siendo así se veían obligados a explicar de dónde procede ese concepto del bien, de dónde esa fe en el progreso. No podían contentarse con la concepción epicúrea que el poeta Tennyson expresó con las palabras: «Sea como fuere, el bien acabará saliendo del mal». No podían representarse la naturaleza empapada en sangre, red in tooth and claw -como han escrito el propio Tennyson y el darwinista Huxley-, luchando en todas partes contra el bien, representando la negación del bien en cada ser vivo, y, a pesar de todo ello, seguir afirmando que «al fin y al cabo el bien acabará por triunfar». Tenían por lo menos el deber de decirnos cómo explican esa contradicción”.

“Si un hombre de ciencia afirma que la única lección que el hombre puede sacar de la naturaleza es la del mal, estará obligado a reconocer la existencia de otras influencias, superiores a la naturaleza, que inspiran al hombre la idea del bien supremo y conducen a la humanidad hacia el ideal. Y de este modo reducirá a la nada su tentativa de explicar el desarrollo de la humanidad por la única acción de las fuerzas naturales”.

“En realidad la posición de la teoría evolucionista no es tan precaria ni conduce a las contradicciones en que incurrió Huxley, puesto que el estudio de la naturaleza no confirma, ni de lejos, la concepción de la vida más arriba expuesta, y así lo reconoció el propio Darwin en su segunda obra El origen del hombre. La concepción de Tennyson y Huxley no es completa: es unilateral, y, por consiguiente, falsa, y tan poco científica, que aun el mismo Darwin, en un capítulo especial de la obra citada, ha creído deber complementarla”.

El apoyo mutuo es un verdadero factor de evolución

“«En la propia naturaleza -ha dicho Darwin-, podemos observar al lado de la lucha mutua una serie de otros hechos, cuyo sentido es completamente distinto, como el de la ayuda mutua dentro de la misma especie; estos hechos tienen aún más importancia que los primeros para la conservación de la especie y su desenvolvimiento»”.

“Siendo la ayuda mutua un factor necesario para la conservación, el florecimiento y el desarrollo progresivo de cada especie, se ha convertido en lo que Darwin calificó de instinto permanente (a permanent instinct), propio de todos los animales comunicativos, entre los cuales hay que contar, naturalmente, al hombre.· Revelándose desde el comienzo mismo de la vida animal, no cabe duda que este instinto, como el maternal, está hondamente arraigado en todos los animales inferiores y superiores, y aún más, pues se le encuentra incluso en aquellas especies cuyo instinto maternal cabe poner en duda, como los gusanos, ciertos insectos y la mayoría de los peces. Por esto tuvo Darwin perfecta razón al afirmar que el instinto de la simpatía mutua se manifiesta en los animales comunicativos de una manera más continua que el instinto puramente egoísta de la propia conservación. En este instinto veía Darwin, como es sabido, el rudimento de la conciencia moral”.

“Pero esto no es todo. En ese instinto reside el comienzo de los sentimientos que empujan a los animales a la ayuda mutua, y que son el punto de partida de todos los sentimientos éticos más elevados. Sobre esta base se desarrolló el sentimiento, ya más elevado, de la justicia y de la igualdad, y más tarde lo que conocemos con el nombre de espíritu de sacrificio”».

De lo que dice Kropotkin, y lo apuntado también por el propio Darwin, se deduce una moral del apoyo mutuo que el mismo Kropotkin desarrolló en su hermoso libro El apoyo mutuo, factor de la evolución, ya mencionado.

«“Mutua ayuda, justicia y moralidad son los escalones consecutivos de una serie ascensional manifestada por el estudio del mundo animal y el mundo del hombre. No es algo que se imponga superficialmente, es una necesidad orgánica que se consigue en sí por propia justificación, conformado e ilustrado por el total de la evolución del reino animal, empezando por la iniciación de las colonias animales y que gradualmente llega a las civilizadas comunidades humanas”.

“Hablando en un lenguaje figurativo, esto es una ley de la evolución orgánica, y así es por lo que los sentimientos de mutua ayuda, justicia y moralidad radican en la inteligencia del hombre con toda la fuerza de un instinto innato. La primera, siendo evidentemente la más fuerte, es anterior, y la tercera, que es la última, es la menos imperativa de las tres”.

“Todas ellas, como la necesidad del comer, de guarecerse, o de dormir, son instintivos instintos -valga la redundancia-, de la propia conservación”.

“Por lo demás, pueden debilitarse bajo la influencia de ciertas circunstancias, y conocemos muchos casos en los que la relajación de semejantes instintos da lugar, por una razón u otra, en un grupo animal o en una comunidad humana, cuando necesariamente le falta la lucha en la existencia, a una gran decadencia. Si se persevera en una dirección errónea, si no se hace retroceder a todas las condiciones necesarias de existencia y progresivo desenvolvimiento que constituyen la ayuda mutua, la justicia y la moralidad, entonces el grupo, la raza o la especie mueren o desaparecen, por no cumplir satisfactoriamente las necesarias condiciones de la evolución”.

“Este es el sólido fundamento que la ciencia da a la elaboración de un nuevo sistema de ética y su justificación. Así, en vez de proclamar la bancarrota de la ciencia, se examina ahora cómo la ciencia ética puede edificar sobre los elementos de un moderno examen, estimulado por la idea de la evolución puesta al servicio de este propósito”».

Rafael Altamira, tal vez el más grande de los historiadores modernos que ha dado España (1866-1951), autor de una Historia de España y la civilización española, y de Psicología del pueblo español, que son considerados como máximas autoridades en la materia, decía comentando El apoyo mutuo, de Kropotkin:

Rafael Altamira y Piotr Kropotkin

«”Una consideración irreflexiva de los factores sociales y de las fuerzas que mueven la conducta humana puede conducirnos a desestimar el valor que en este orden de cosas alcanzan los prejuicios relativos al modo de obrar natural de la especie humana. Y si embargo, en la esfera de los motivos internos, psicológicos, que mueven al hombre, no hay otro más potente que el derivado del prejuicio (la creencia más fácil y que más pronto y más vivamente arraiga) de que talo cual modo de conducirse es el correspondiente a las leyes naturales del vivir o a la condición especial del sujeto. Convenced a un individuo o a un grupo de individuos de que las cosas tienen que suceder necesariamente de cierto modo, o de que es incapaz de hacerlas en otra forma que una determinada, y encarrilaréis su conducta hasta el punto de llevarle a desconocer la existencia en ella de actos contrarios a la nueva norma, y aun a rechazarlos si se da cuenta de que los realiza espontáneamente. El poder sugestivo de las ideas de este género es enorme, y sólo él explica ciertas epidemias morales que a veces afligen a los pueblos y los sacuden en agitaciones locas, o los postran en la más resignada de las inacciones. El héroe de una famosa novela rusa, Demetrio Rodín; explica su inutilidad para la acción diciendo que le han hablado tantas veces de fatalismos, de la pequeñez humana, de la pesadumbre de los hechos y de la tradición, que su espíritu se ha acostumbrado a ver como inútil todo esfuerzo que pretenda salvar esa enorme barrera, sin percatarse de que, al fin y al cabo, no es más que una barrera imaginativa. Demetrio Rodín es así el «hombre representativo» de esos estados de sugestión”.

“La raíz de tales prejuicios está unas veces en las creencias vulgares; pero otras veces arranca del mismo campo de la ciencia. Así ocurre, por ejemplo, con el prejuicio del struggle for life, que a partir de Darwin ha sugestionado a tantos y ha producido monstruosidades psicológicas como la estudiada por Daudet en su novela La lutte pour la vie. Sabido es que Darwin, en su célebre libro de El origen de las especies, formuló por primera vez de un modo científico la teoría de la lucha por los medios de existencia como uno de los factores -de la evolución biológica que viene a producir la selección natural de los individuos mejor dotados y más propios para la adaptación al medio de vida dominante. Pero lo que en Darwin estaba dicho con todas las reservas de un verdadero sabio, tomó en sus discípulos el carácter de una afirmación absoluta, expresiva de una verdad incontrovertible; y aplicada esa afirmación a la vida social humana, la tradujo el vulgo, con el criterio del más feroz egoísmo, por la consagración de la más despiadada competencia, en que el fuerte debe procurar seleccionarse a expensas del débil -puesto que de prevalecer éstos, se contradiría la ley natural de la especie-, y cada hombre ser para los demás hombres como un lobo contra los demás lobos, según la frase célebre del filósofo inglés Hobbes. Y lo grave del caso fue que esa pedestre y positiva interpretación de la teoría darwiniana, no sólo hubo de sugestionar a los egoístas y a los fuertes -que veían así sancionados por la ciencia sus impulsos-, sino también a los generosos y los débiles, acostumbrados a obrar de otra manera; por donde los primeros repugnaron a título de sensiblería todo auxilio al prójimo, y los segundos creyeron que les correspondía soportar con paciencia el papel de víctimas que naturalmente les tocaba, exagerando su misma debilidad y renunciando a todo esfuerzo frente a los mejor dotados. El individualismo absoluto triunfó en la forma más atomística y antisolidaria”.

 

Rafael Altamira y la teoría del apoyo mutuo

“Pero en aquellos mismos días en que así se apoderaba de la Humanidad la sugestión de la lucha de cada uno contra todos, del mismo campo de la ciencia salían discretas advertencias en punto a la relatividad de la teoría llamada darwiniana y a la existencia en la vida natural de hechos contrarios a los que aquélla supone como propios de la biología. Y es interesante notar que la expresión más científica de esa primera rectificación a la ley de la lucha, procediese de un profesor ruso, Kessler (1880), así como su aplicación concreta al estudio de la historia humana la hiciese otro ruso, Metchnikoff, en su libro La civilisation et les grands fleuves historiques (1889), dedicado en gran parte a probar que la cooperación ha sido en todo tiempo el agente principal de las grandes civilizaciones. Ahora es también un ruso, el príncipe Pedro Kropotkin, quien recoge esa tesis y la desarrolla, con gran amplitud, en un libro cuya edición inglesa se imprimió no hace mucho y cuya edición castellana acaba de ponerse a la venta. Hay algo en mi vida que me liga personalmente con ese libro. Hace algunos años, poco después de publicar mi Historia de la propiedad comunal, recibí en Madrid una carta firmada por persona desconocida, en que se me pedían noticias históricas acerca del colectivismo español, aludiendo a un estudio que preparaba entonces Kropotkin. Contesté lo mejor que pude a la demanda y no volví a saber más del asunto. La carta la conservo en mis legajos de correspondencia; pero la había olvidado por completo. Ahora, al ver el libro de Kropotkin, ha vuelto el recuerdo a mi memoria; pero vanamente he buscado en estas páginas referencias a hechos de esa parte de la historia española que, después de mi libro, ha tratado con tan insuperable maestría Joaquín Costa; y debo suponer que, o mi contestación se perdió, o Kropotkin, luego de enterarse de los datos relativos a nuestra Península, los consideró de escaso interés al lado de los correspondientes a la historia de otros países. Creo que en esto se equivoca el ilustre escritor ruso. El sentido de las ideas y de las experiencias colectivistas españolas en pasados siglos y en el presente, tienen bastante relieve y originalidad (como Costa ha demostrado) para que un historiador del «apoyo mutuo» los utilice como argumentos de gran valor en la probanza de su tesis. El traductor español de Kropotkin ha querido, sin duda, llenar el vacío, recordando a los lectores, en una nota, mi Historia de la propiedad comunal. Le agradezco la cita; pero no basta, ni merece ser la primera después de publicado el admirable y documentado libro de Joaquín Costa”.

“Volvamos al de Kropotkin. Su objeto es el estudio de la cooperación como un factor de la historia social, reivindicando su lugar en ella, negado u oscurecido por los defensores de la lucha por la existencia, y probando que ese lugar es el más importante de todos para el verdadero progreso y bienestar de las especies”.

“De modo que el libro contiene dos cosas: una rectificación de la teoría darwiniana y una demostración de la existencia real del «apoyo mutuo» en todas las sociedades y de la influencia positiva que ejerce en la conservación, propagación y mejoramiento de las especies, según la finalidad de cada una. El autor expresa brevemente su posición en el problema en la introducción a su obra:”

“«(…) cuando (…) se fijó mi atención -dice- sobre las relaciones entre el darwinismo y la sociología, no pude hallarme de acuerdo con ninguna de las obras que sobre tan importante tema fueron escritas. Todas esfuérzanse por probar que el hombre, gracias a su elevada inteligencia y a sus conocimientos, puede moderar el rigor de la lucha por la vida entre los hombres; pero sostienen asimismo que la lucha por los medios de existencia de todo animal contra sus congéneres, y de todo hombre contra todos los demás hombres, es una ley de la Naturaleza. No podía aceptar esta opinión porque estaba persuadido de que admitir una guerra despiadada por la vida en el seno de cada especie y ver en esta guerra una condición de progreso, era anticipar una afirmación, no sólo sin prueba alguna a su favor, sino que ni siquiera tenía el apoyo de la observación directa»”.

Según Altamira Kropotkin demuestra la realidad científica del apoyo mutuo

“Como era natural -e imprescindible, tratándose de una teoría que arranca de ideas darvinistas-, Kropotkin ha comenzado su rectificación en la propia esfera animal a que se refieren las primitivas observaciones del gran naturalista inglés, y de donde se han sacado las consecuencias aplicadas al vivir humano. Estudiando las sociedades y las costumbres animales -cosa que, como es sabido, hacen ya todos los sociólogos y no dejaron de hacer algunos escritores antiguos- Kropotkin aduce, uno tras otro, todos los hechos, numerosísimos, que prueban cómo el apoyo mutuo juega un gran papel en la vida, cómo se sobrepone a la lucha por ésta (es decir, principalmente, por el alimento y la habitación) en todas las especies, y cómo ha sido necesario que los animales y los hombres lo utilicen para salvar las dificultades que a su subsistencia y seguridad se han presentado”.

“Y en esto empieza por rectificar -hechos en mano- la creencia de que lo más importante en la biología sea «la lucha por los medios de existencia entre individuos de una misma especie», con la demostración de que no es el principal obstáculo a la vida la competencia por el alimento, sino los llamados por el mismo Darwin «obstáculos naturales a la plusmultiplicación o surmultiplicación», o sea las contrariedades emanadas del medio físico exterior, para vencer las cuales precisamente hace falta el mutuo apoyo. Por esa necesidad esencial de su concurrencia, es por lo que se ha impuesto ese factor en la vida. Kropotkin se esmera en hacerlo notar así, fundando de este modo la condición «natural», inevitable, del apoyo mutuo. No se funda éste en el amor, en la simpatía, en la piedad o en otros sentimientos análogos. «El amor, la simpatía y el propio sacrificio -dice- desempeñan, ciertamente, un papel inmenso en el desarrollo progresivo de nuestros sentimientos morales. Pero seguramente, ni en el amor, ni en la simpatía, se ha basado la sociedad de los hombres: está basada en la conciencia de la solidaridad humana, aunque sólo sea en el estado de instinto sobre el sentimiento inconsciente de la fuerza que da a cada miembro la práctica del apoyo mutuo; sobre el sentimiento de la estrecha dependencia de la felicidad de cada uno y de la felicidad de todos, y sobre un vago sentido de justicia o de equidad, que conduce al individuo a considerar los derechos de cada otro individuo como iguales a los suyos. Sobre esta amplia base, se desarrollan los sentimientos morales superiores». El mismo Kropotkin ha tratado especialmente esta parte de su doctrina en una conferencia titulada Justicia y moralidad, y en unos artículos dedicados a discutir la Etica de Huxley, representante caracterizado de la aplicación radical del struggle for life a las relaciones sociales”.

“Kropotkin desarrolla su tesis en ocho capítulos, que fueron, antes, otros tantos artículos publicados en la Nineteenth Century, de 1890 a 1896. Los dos primeros hablan del apoyo mutuo entre los animales, con ejemplos numerosísimos que van desde los seres más inferiores de la escala zoológica, sobre los que se han hecho observaciones adecuadas al caso, hasta los mamíferos superiores”.

El ánimo se conforta con esta visión nueva del vivir

“En el tercero trata del apoyo mutuo entre los salvajes, y el asunto le lleva naturalmente al estudio de la cuestión relativa al origen de la Sociedad, que para él está en la tribu y no en la familia concreta. En el cuarto estudia su tesis en los pueblos bárbaros, aceptando, pues, la clasificación tradicional de los estados de civilización, que distingue entre bárbaros y salvajes. En el quinto y sexto se ocupa con lo relativo al régimen municipal de la Edad Media, y en los dos últimos, de los tiempos modernos”.

“La convicción que claramente resulta de la lectura de este libro es en absoluto favorable a la necesidad del apoyo mutuo en la vida, a sus efectos beneficiosos (muy superiores a los de la lucha) y a la realidad de su práctica en todas las especies. El ánimo se conforta con esta visión nueva del vivir, arroja lejos la triste obsesión de la competencia implacable que legitima la guerra y, el egoísmo, y se levanta a nuevas aspiraciones de un futuro mejor en las relaciones humanas”.

“No viendo ya en cada hombre un enemigo necesario, por ley de la Naturaleza, sino un cooperador indispensable para nuestra vida y la de la especie, estamos más prontos a dejarnos invadir por las más altas ideas del altruismo, que son, a la vez, las más seguras servidoras del interés individual en todo lo que éste tiene de legítimo. Sabemos ya que el apoyo mutuo sirve de algo; que, lejos de contradecir el orden natural y la selección, contribuye a afianzar la vida y a vencer los obstáculos del medio en provecho de todos; y lo que nos pareció sensiblería cuando estábamos bajo la presión de la ética deducida del darwinismo, se nos muestra ahora como el cumplimiento de una ley que instintivamente cumplen los animales y que el mismo hombre arrastra, a pesar de los ejemplos crueles de la maldad de algunos”.

“¡Admirable condición la de un libro que fortifica el ánimo, despierta la esperanza y destruye el prejuicio de la animosidad!”.

“No es la única obra de Kropotkin que produce ese efecto. Igual optimismo emana de la que, con el título de Campos, fábricas y talleres, ha venido a echar por tierra los abrumadores cálculos malthusianos. Y ese optimismo tiene a su favor que no es una pura y simple explotación de sentimientos y de retórica, sino una rigurosa deducción de hechos observados y comprobados científicamente”».

De todo lo expuesto se puede deducir que el antiestatismo que caracteriza al anarquismo es una consecuencia lógica de la moral del apoyo mutuo, que considera al ser humano con genuinas esencias de ser sociable y comunitario, capaz de convivir con sus semejantes sin necesidad de coacciones exteriores, porque hay en su propia naturaleza necesidades morales, preponderantes sobre todas las demás necesidades, que lo incitan a la cooperación y no a la lucha.

Las consecuencias y proyecciones que se derivan de esos conceptos de solidaridad y ayuda mutua hacia lo que debieran ser las bases de las estructuras sociales en una sociedad racional, donde imperen la justicia y la libertad, forman la verdadera base del anarquismo considerado como una filosofía de la conducta, tanto individual como colectiva. De ahí que el anarquismo propicie una moral del apoyo mutuo que haga innecesarias las coacciones gubernamentales y permita una convivencia donde pueda convertirse en realidad la célebre expresión de Eliseo Reclus: “La ANARQUÍA es la más afta expresión del orden”.

Por otra parte, la moral del apoyo mutuo constituye uno de los basamentos más sólidos de las concepciones económicas de un socialismo integral, donde el ser humano no sea explotado por otro ser humano ni por esa entelequia feroz y nefasta que es el Estado. Derivada hacia el terreno económico, la moral del apoyo mutuo propicia la cooperación en verdaderos términos de igualdad, sin privilegios ni discriminaciones, que siempre contradicen las verdaderas esencias del apoyo mutuo y la equidad.

Y si la humanidad ha luchado siempre por conseguir una justicia, una libertad y una felicidad que hasta ahora jamás ha conquistado, la moral del apoyo mutuo es tal vez el único camino que pueda conducirla hacia la consecución de esos anhelos eternos.

Y la aplicación práctica, real, de estas concepciones ha dejado ya de ser una utopía de realizaciones lejanas en el devenir de la historia para convertirse en experiencias que ya se han incorporado a la historia social de algunos países, de lo cual proporcionamos algunos ejemplos en otra parte de esta obra.

 

H)    EL DERECHO NATURAL

El hombre, que es el animal pensador por excelencia, ha sido a través de toda su historia un animal fabricante de ideas, y las ha fabricado con profusión tal que actualmente se encuentra como sumergido en un aluvión de concepciones contradictorias entretejidas en una espesa red que lo tienen sujeto, confuso y enrollado. Y como la conducta es el producto de los impulsos innatos -instintos- tamizados por el cedazo de nuestras concepciones -ideas-, la conducta humana es contradictoria, dubitativa, confusa, como confusa, dubitativa y contradictoria es la ética que encauza esa misma conducta. Así, en cuanto concierne a la noción del Derecho ha habido en el pensamiento de todos los tiempos una confusión tal que aún no han llegado los pensadores y filósofos a ponerse de acuerdo sobre lo que el Derecho es.

Una de las definiciones del Derecho que ha sido más característica, y que ha influido en la conducta general de las sociedades actuales ha sido la que hace Tomás Hobbes en el capítulo XIV de su Leviathan:

«“El derecho de la Naturaleza, que los escritores llaman comúnmente Jus Naturale, es la libertad que tiene cada hombre pare usar su propio poder, como le plazca, para la conservación de su propia naturaleza, es decir, de su propia vida, y, consecuentemente, para hacer lo que en su propio juicio y razón conciba como más adecuado para ello”.

“Por Libertad se entiende, conforme a la significación propia de la palabra, la ausencia de impedimentos externos, cuyos impedimentos pueden con frecuencia quitar parte del poder de un hombre para hacer lo que quisiera, pero no puede impedirle usar el poder que le queda según lo que su propio juicio y razón le dictan”.

La condición del hombre es de guerra de uno contra todos (Hobbes)

“Una ley de la Naturaleza (Lex Naturalis) es un precepto, o regla general descubierta por la razón, que prohíbe al hombre hacer lo que destruya su vida o elimine los medios para conservarla y omitir aquello con lo que juzga se conservaría mejor. Aunque los que hablan de este tema acostumbran confundir Jus y Lex, Derecho y ley: pero estos términos deben distinguirse, porque el Derecho consiste en la libertad de hacer o dejar de hacer, mientras que la Ley determina y liga a uno de ellos, de suerte que Ley y Derecho difieren tanto como obligación y libertad, que en una misma materia son incompatibles”.

“Y como la condición del hombre (según se ha declarado en un capítulo anterior) es una condición de guerra de unos contra otros, en cuyo caso cada uno es gobernado por su propia razón y no hay nada de lo que pueda utilizar que no sea una ventaja para él en la defensa de su vida contra sus enemigos, de ello se sigue que, en tal condición todo hombre tiene derecho a todo: incluso al cuerpo de otro. Y, por lo tanto, mientras dura ese derecho natural de todo hombre sobre todas las cosas no puede haber seguridad para ningún hombre (por fuerte o sabio que sea) de vivir el tiempo que le permite vivir la Naturaleza ordinariamente a los hombres. Y, consecuentemente, es un precepto o norma general de la razón que todo hombre debe procurar la paz mientras tenga esperanza de alcanzarla, y cuando no la pueda obtener debe procurarse y utilizar todas las ayudas y ventajas de la guerra. La primera parte de cuya forma contiene la primera y fundamental ley de la Naturaleza, que es buscar la paz y conservarla. La segunda, el resumen de todo el derecho de la Naturaleza, que es por todos los medios que podamos defendernos”».

Esta idea general del Derecho, que tiene como fundamento una idea prima que considera al ser humano como poseído totalitariamente por una sola clase de sentimientos o instintos, tuvo su oposición también, en casi todas las épocas en que podemos dividir la historia del pensamiento. Hobbes y toda la escuela que él representa consideran que el ser humano está regido, en último término, por el solo instinto de autoconservación, lo que lo sitúa en un estado natural de lucha o guerra -según la expresión de Hobbes- general de uno contra todos, por representar intereses resueltamente contrapuestos la conservación de la propia vida con la conservación de la de los demás. Tal vez desde los, primeros albores del pensamiento humano -y una muestra bien evidente de ello puede encontrarse en las más puras esencias de la moral religiosa de todas las épocas- se perfilaron concepciones totalmente dispares a ese pensamiento hobbiano, viendo en el ser humano la manifestación de un complejo de sentimientos e instintos que lo incitan con igual fuerza a la conservación de su propia existencia y a la conservación de la existencia de los seres cercanos: hijos, familia, tribu, raza, especie... y hasta algunas especies amigas. Francisco Bacon (1561-1621) en Instauratio Magna, que es la obra que mejor expresa la madurez de su pensamiento y de su ciencia, decía: “Todos los seres vivos poseen el instinto (appetite) para dos géneros de bienes: unos son los del individuo mismo y otros son los bienes que sirven al individuo como parte de una entidad; este último instinto es más precioso y más fuerte que el primero, puesto que contribuye a la conservación de algo más amplio. El primero puede calificarse de bien del individuo, el- segundo de bien de la comunidad. Siempre ocurre que los instintos están guiados por el deseo de conservar lo más amplio”. Y el propio Darwin, cuyas teorías sobre la selección natural y la lucha por la existencia han sido interpretadas de forma tan caprichosa que se las ha asociado de manera harto frecuente con las concepciones de Hobbes, tiene ideas muy similares a las de Bacon al asentar que hay en el hombre unos sentimientos sociales instintivos o innatos -que también se dan en muchas especies animales- que se armonizan con los instintos de la propia conservación. Hasta el extremo de que Darwin ve las bases de toda moral en esos “instintos sociales merced a los cuales un animal se complace en la sociedad de los suyos, en cierta simpatía para con ellos y en la posibilidad de prestarles algunos servicios”. Y añade aún Darwin que la imposibilidad de satisfacer ese instinto despertará en el individuo -según refiere Kropotkin en Etica, origen y evolución de la moral- el descontento y hasta le hará sufrir cuando al reconsiderar sus actos encuentre que en talo cual caso “ha obedecido no al instinto social sino a otros instintos que, aunque más poderosos en el momento, son tan sólo pasajeros y no dejan una impresión realmente honda”. Es decir que Darwin considera que los instintos de sociabilidad son los que tienen más honda raigambre en la naturaleza humana y son los que forman el verdadero estrato amplio y permanente de los sentimientos.

¿Tiene el derecho su asiento en la lucha de todos contra todos como asegura Hobbes?

Así, pues, ¿tiene el Derecho su verdadero asiento en los sentimientos e instintos a que se refiere Hobbes y que dominan en las sociedades actuales o, en realidad, tiene su basamento natural en la combinación armónica de los instintos de autoconservación con los de sociabilidad, como indican Bacon, Godwin, Darwin y Kropotkin?

El carácter de débil falsedad o sólida certeza de algunos de los fundamentos esenciales del anarquismo depende del esclarecimiento de esa cuestión. Si resultara que Hobbes tenía razón y la verdadera naturaleza del hombre fuese como indicaba él, los fundamentos más esenciales del marxismo estarían en lo cierto y las verdaderas esencias del anarquismo serían un error. Si el ser humano, por la naturaleza misma de su ser, está en guerra y lucha natural con todos a los demás individuos de su especie, la libertad, que condensa la más amplia expresión del Derecho según el pensamiento anarquista, no sólo sería un “prejuicio burgués”, según la célebre expresión marxista, sino que representaría el más grave peligro a los intereses de la comunidad y la propia vida del hombre, y la sociedad sólo sería imaginable sometida a los dictados de la autoridad del más fuerte, lo que es la negación más absoluta del anarquismo. Y si la investigación científica demuestra lo contrario, y en el ser humano coexisten los instintos de autoconservación y sociabilidad, la libertad no sólo es conveniente a la vida del individuo y de la comunidad, sino que es imprescindiblemente necesaria y es la más alta expresión del Derecho Natural, con lo que se solidifica de manera inalterable la esencia misma del pensamiento anárquico. El anarquismo, pues, debe inquirir, si quiere basamentar sólidamente su pensamiento, en la verdadera naturaleza del Derecho Natural para contrastarlo con el Derecho Consuetudinario con el fin de sentar las bases mismas de la nueva sociedad a la vez que demuestra el error y la falacia de los fundamentos jurídicos de la sociedad actual.

En su verdadera esencia, el anarquismo es como un reajuste consciente de la conducta humana a las leyes de la naturaleza. Miguel Bakunin, que ha sido uno de los maestros del anarquismo que más hondo supo llegar en las concepciones anarquistas., lo expresó magistralmente en ese fragmento titulado Dios y el Estado. En las páginas 25 y siguientes de la edición hecha por librería Comos, de México, dice:

«“¿Qué es la autoridad? Es el poder inevitable de las leyes naturales que se manifiestan en la sucesión y encadenamiento fatales de los fenómenos del mundo físico y social. En verdad que contra esas, leyes no cabe rebelarse, sino que es imposible. Podremos comprenderlas mal o no conocerlas bien, pero nunca desobedecerlas; porque ellas constituyen la condición fundamental de nuestra existencia; nos envuelven, nos penetran, regulan todos nuestros pensamientos, todos nuestros actos; y así, cuando creemos desobedecerlas, no hacemos otra cosa que poner de manifiesto toda su omnipotencia”.

“Sí, nosotros somos en absoluto esclavos de esas leyes. Mas en semejante esclavitud no hay humillación alguna, porque la esclavitud supone un amo externo, un legislador extraño a aquel a quien gobierna; y esas leyes no sólo no están fuera de nosotros sino que, por el contrario, son inherentes y constituyen nuestro ser, toda nuestra individualidad, física, intelectual y moralmente considerada; así vivimos, respiramos, obramos y pensamos sólo en virtud de esas leyes, sin ellas no somos nada. ¿De dónde pues, podremos deducir el poder y el deseo de rebelarnos contra su influencia? En sus relaciones con las leyes naturales, sólo esta libertad le queda al hombre: la de reconocerlas y aplicarlas progresivamente, de conformidad siempre con el objeto de emancipación individual y colectiva de la humanización del ser, propiamente hablando, que persigue…”.

“En resumen, nosotros reconocemos la autoridad absoluta de la ciencia, porque la ciencia no tiene otro objeto que la reproducción mental, reflexiva y tan ordenada como sea posible de las leyes naturales inherentes a la vida material moral o intelectual de los mundos físico y social, que realmente no constituyen más que un mismo mundo dentro de la naturaleza. Fuera de esa autoridad, la única legítima, porque es natural y conforme a la libertad humana, nosotros declaramos a todas las demás falsas, arbitrarias y perniciosas”».

Estas palabras de Bakunin dicen bien claro que el anarquismo está de tal modo vinculado a las leyes de la naturaleza que es la expresión más genuina de estas leyes.

El derecho es el conjunto de normas justas en las relaciones entre individuo y sociedad

Acordes con esas ideas, las concepciones anárquicas del Derecho han de ajustarse alo que con arreglo a los conocimientos de las leyes naturales que el hombre haya adquirido pueda entenderse por Derecho Natural. En realidad, en todas las épocas del pensamiento hubo algunos aspectos del Derecho Natural que han habido de incorporarse a las concepciones generales del Derecho. Y sobre todo en el pensamiento griego clásico ya fue objeto de amplia discusión la oposición entre el Derecho y la Naturaleza, entre lo que existe conforme a la ley, la ley confeccionada, y lo que es según la Naturaleza o Derecho Natural. Y es porque siempre hubieron aspectos fácilmente perceptibles de la vida humana tan ligados a las leyes de la naturaleza que a pesar de todas las mistificaciones religiosas, hubieron de tenerse en cuenta para esbozar las reglas de conducta que habrían de regir la vida colectiva.

Analizando lo que es en sí el Derecho llegaremos a definirlo como el conjunto de acciones que el individuo puede realizar en el seno de la comunidad sin lesionar los intereses de la misma. (Tal vez convenga decir que cuando nos referimos a los intereses no aludimos sólo a los intereses materiales, sino a los de toda índole).

En último análisis, el Derecho pudiera definirse como el conjunto de normas justas que estabilizan las relaciones del individuo con la colectividad. No es el Derecho esa serie de reglas por las cuales el individuo se defiende de la sociedad y la sociedad se defiende del individuo, como se entiende en las concepciones oficiales del Derecho en la sociedad actual. Ese concepto del Derecho como trinchera defensiva, fundamentado en las ideas hobbianas de que “el hombre vive en permanente lucha contra el hombre” no se ajusta a una concepción serena del Derecho Natural. La estrecha alternativa de defenderse o atacar en que el Derecho consuetudinario o histórico, completamente impregnado del “lobismo” de Hobbes, sitúa el individuo y a la sociedad, no se ajusta a las leyes de la naturaleza en cuanto concierne a las relaciones naturales que el hombre ha de mantener con los demás seres de la especie que con él conviven. Y esa serie de normas justas que normalizan las relaciones del individuo con la sociedad, según el Derecho Natural, sólo pueden establecerse analizando la verdadera naturaleza del individuo y la sociedad para, entre ambas, deducir la naturaleza verdadera de sus relaciones.

Considerado como un ente social ¿qué es el individuo?

 

El individuo

Considerado como un ente social, como un miembro de la colectividad, ¿qué es el individuo? De acuerdo a los conocimientos que poseemos, sobre la naturaleza del hombre, ¿éste se asocia con sus semejantes por instinto, por necesidades circunstanciales o por necesidades permanentes? Todos, sabemos que en la escala zoológica hay especies cuya naturaleza exige la vida en sociedad. La especie humana es de esta clase. Y lo es con cualidades específicas que la hacen más sociable que ninguna otra especie. No hay ninguna especie entre todas las conocidas que disfrute de los medios de comunicación que la especie humana posee -no nos referimos a los medios de comunicación inventados por el hombre, sino a los que son inherentes a su propio organismo- para poder relacionarse con sus semejantes. Y los dones de relación son dones de sociabilidad. Para ejercer las facultades de relación y comunicación es imprescindible la convivencia. Por otra parte, según cálculos estadísticos realizados por los especialistas en la materia, alrededor del ochenta y cinco por ciento de los actos que el ser humano realiza durante su vida son dirigidos hacia los demás -para beneficiarlos unas veces y para perjudicarlos otras- y alrededor de un noventa y tres por ciento de su vida interna es producto de las acciones de los otros. Quiere decir esto que la vida del individuo se proyecta hacia los demás a la vez que la vida de los demás se proyecta en él de una manera tal, en una u otra forma, que casi completan el total de su vivir. Y esta interrelación es tal vez más intensa en las sociedades modernas, pero no es producto de esta civilización más o menos falsa que vivimos, sino que responde a las necesidades inherentes a la propia naturaleza del hombre. Kropotkin, en las páginas 30-31 de Etica dice:

“Ya en los comienzos de la vida social existió, naturalmente en cierta medida, la identificación entre los intereses del individuo y los de su grupo y así mismo lo encontramos entre los animales inferiores. Pero a medida que se arraigan las relaciones de igualdad y de justicia en las sociedades humanas va preparándose el terreno para el refinamiento de las mismas. Merced a ellas el hombre se acostumbra a descubrir el reflejo de su conducta en la sociedad entera, hasta el punto que llega a abstenerse de molestar a los otros renunciando a la satisfacción de un apetito o un deseo. Y hasta tal punto llega a identificar sus sentimientos con los de los demás que se halla dispuesto a sacrificar sus fuerzas para el bien de sus semejantes sin espera de recompensas. Sólo estos sentimientos y hábitos calificados ordinariamente con los nombres poco exactos de altruismo y espíritu de sacrificio, son los que a mi, juicio corresponden propiamente al dominio de la moral, aun cuando la mayoría de los escritores los agrupan junto al sentimiento de justicia”.

Puede concluirse de lo aducido anteriormente que el individuo integra la comunidad cumpliendo leyes inseparables de su propia condición como especie animal que ocupa un lugar determinado en la escala zoológica, y que esta integración a la comunidad está regulada por algunas normas o leyes naturales que tampoco pueden separarse ni ser ajenas de sus propias peculiaridades como especie.

 

La sociedad

Aunque la sociedad no es posible sin el individuo, y cada individuo es un sumando cuya suma es la sociedad, esta última adquiere personalidad cuando se le considera como un ente, y a pesar de que el individuo contribuye con su parte alícuota a la formación de la sociedad, la personalidad del individuo no llega a fundirse de una manera absoluta con la colectividad, e individuo y colectividad forman dos entes bien diferenciados en múltiples aspectos. De ahí la histórica pugna entre individuo y colectividad en todas las formas históricas de sociedad en las que no se supo compatibilizar la vida individual con la vida colectiva.

El origen y objetivo de la sociedad es el mejoramiento de la vida individual

El origen y el objetivo de la sociedad tuvieron como base el mejoramiento de la vida individual. El ser humano se agrupó con otros seres para obtener ciertos beneficios comunes e inherentes al propio agrupamiento. Además de la necesidad intrínseca de la vida instintiva del hombre, que lo declinaba hacia las relaciones con los demás hombres, la necesidad de la ayuda mutua para la realización de algunas labores originaron las primeras manifestaciones de sociedad. Y estas sociedades primitivas hubieron de basarse en cierta reciprocidad en esfuerzos y beneficios y en ciertas normas de conducta para las horas no dedicadas a los trabajos colectivos pero sí convividas en común. Y también de ahí hubieron de surgir los primeros rudimentos del Derecho. El Derecho es un producto de la vida colectiva, como lo es la Ética y la Justicia. Porque el Derecho, como la Ética y la Justicia, son modos de convivencia y de comportamiento humanos en relación con los demás humanos que ríos rodean. Si el ser humano no hubiera tenido necesidad de relacionarse con los demás seres de su especie no hubieran nacido en él las nociones de la Ética, de la Justicia, del Derecho, del Deber. Su comportamiento hubiera estado siempre regido por el único interés de su exclusiva supervivencia. Y el egoísmo más acendrado hubiera sido su única y necesaria norma de conducta.

El Derecho, pues, es una resultante del agrupamiento de la vida en colectividad, de la sociedad.

La vida colectiva, la vida en sociedad, implica para cada uno de sus componentes una serie de derechos y una serie de deberes que son los dos cauces por los que ha de deslizarse en su comportamiento. Esos derechos yesos deberes, cuyo conjunto denominamos Derecho Natural, han de estar en relación directa y armónica con los objetivos esenciales de la vida en sociedad.

Los objetivos originales de la asociación de los individuos se polarizan en el interés que cada uno de los asociados tiene por mejorar sus formas de vida y en defenderse de los elementos de toda índole que tienden a dificultar el libre desenvolvimiento de su vivir. Como estos beneficios de la vida colectiva sólo pueden producirse por ciertas cantidades y especies de esfuerzos aunados, cada uno de los asociados ha de sumar forzosamente su esfuerzo al de los demás. Y de ahí proviene el deber de contribuir a la producción de los beneficios para disfrutar del derecho al goce de la parte alícuota de bienes, de cualquier índole que fueren, que produjo el esfuerzo colectivo. Y en esta situación el equilibrio entre el derecho y el deber. Origina el verdadero Derecho Natural. Esta definición del Derecho Natural adolece, empero, de confusa, pues el equilibrio entre el deber y el derecho es muy fluctuante, según las peculiaridades de cada uno de los individuos asociados y según el principio de justicia que se adopte; Si privase el criterio en la interpretación de la justicia de dar a cada quien con arreglo a sus merecimientos, cada miembro de la sociedad recibiría de los beneficios conseguidos del esfuerzo común la parte correspondiente a una equivalencia del esfuerzo que él aportó para la consecución de aquellos beneficios. Este es el criterio teórico de la justicia en los sistemas; actuales de vida. Pero esta interpretación del Derecho Natural no se ajusta a la verdadera naturaleza del ser humano ni a los verdaderos y naturales objetivos de la sociedad. Si el ser humano se asocia para mejorar su vida y a esa asociación aporta todo el esfuerzo de que es capaz, para que esa comunidad cumpla plenamente su cometido debe ofrecer a cada uno de sus miembros los mismos derechos al disfrute de los beneficios que la asociación haya producido. Y en una interpretación natural de la justicia, si el individuo aportó a la consecución de los bienes colectivos los esfuerzos que le permitieron sus capacidades, no se le puede privar de ninguno de los derechos de que disfruten los demás miembros, sean cuales fueren los esfuerzos aportados por cada uno de ellos.

De lo apuntado en párrafos anteriores podría colegirse que queremos decir que el único origen de la sociedad es motivado por el exclusivo interés egoísta de gozar individualmente y en la mayor proporción posible de los beneficios que reporta la vida colectiva, pero no es así. Junto al interés de autoconservación (egoísmo), al ser humano lo induce a la vida social un sentimiento natural de solidaridad y apoyo mutuo que ya Darwin apuntaba que se encuentra en lo más íntimo de nuestro vivir como un instinto superior de conservación de la especie; superior incluso al instinto de conservación propia. Con arreglo a este criterio, entre los motivos originarios de las sociedades humanas se perfila como supremo motivo natural el de la conservación de la especie, que lleva implícitos los sentimientos de ayuda mutua y solidaridad. La fórmula que mejor cumple esos objetivos naturales de la vida en sociedad es, pues, sin duda alguna, la que establece que “de cada uno según sus fuerzas y a cada uno según sus necesidades”, pues es la mejor manera de superar el valor de cada una de las individualidades componentes de la sociedad. Con lo que la sociedad misma, que en definitiva no es otra cosa que la suma de las individualidades que la componen, supera su propio valer.

 

No hay ninguna clase de privilegios justos

De ahí la falsedad y la injusticia de los principios sociales que establecen y justifican los privilegios, incluso los llamados privilegios justos. En buena justicia no hay privilegios justos. Los privilegios justificados como una recompensa a la mayor o menor aportación a los bienes colectivos son, fundamentalmente, tan injustos como los que se atribuyen a una distinción natural originada por los favores divinos. Porque el verdadero origen y objetivo de la sociedad no es un contrato mercantil en el que se evalúan y equiparan las aportaciones y los beneficios, sino un contrato social de solidaridad y ayuda mutua en el que cada quien aporta lo que puede y se beneficia de lo que necesita, siempre que ese beneficio no represente detrimento del beneficio a que, por la misma razón, son acreedores los demás. Si el criterio de la equivalencia entre la aportación y el beneficio primara estrictamente incluso en las sociedades actuales, nuestra especie desaparecería, pues los individuos que nada aportan por su tempranísima edad perecerían al no recibir tampoco nada.

J. J. Rousseau, en la página 24 de Le contrat social, en la edición de la librería de Henri Béziat, de París, dice: “Trouver une forme d’association qui defense et protége de toute la force commune la personne et les biens de chaque associé, et par laquelle chacun, s’unissant a tous, n’obeisse pourtant qu’a lui meme, et reste aussi libre qu’auparavant”. (Encontrar una forma de asociación que defienda con toda la fuerza común la persona y los bienes dé cada asociado, y por la cual, cada quien, uniéndose a todos, no obedezca, empero, más que a él mismo y continúe siendo tan libre como lo era antes.) Y lo que dice Rousseau en el aspecto político de la sociedad, que implica el que cada quien, al unirse a los demás, se beneficia de esa unión sin haber de sacrificar su propia libertad, puesto que aquella unión fue voluntaria y a ella aporta, de manera libérrima, cuanto le permiten sus capacidades, puede considerarse como la misma esencia que impregna a todos los aspectos naturales de la sociedad considerada como una necesidad humana.

En la época en que nos tocó vivir, el humano, al quebrarse el cordón umbilical que lo une con el mundo interno del humano hembra que lo gestó, se encuentra ya como miembro de una sociedad que él no formó y a la que forzosamente ha de pertenecer. Este hecho mismo, que se traduce en una serie de deberes insoslayables, ha de representar, a su vez, también, una serie de derechos inalterables. Tal vez sea en ese momento donde más pueda apreciarse el verdadero resultado de la vida social. En una sociedad mercantilista, donde a cada uno se le recompensa con arreglo a su aportación, en buena lógica, al recién nacido, que nada aportó aún, nada debería dársele. Ni siquiera considerando la posterior aportación que potencialmente radica en el niño, pues según la teoría de la recompensa ya habría de adivinarse en el recién nacido su aportación posterior para, con arreglo a ella, prodigarle más o menos beneficios; como préstamos equivalentes a una justipreciación de su posterior aportación a los bienes colectivos; pero como ello es totalmente imposible, la sociedad se encuentra en el dilema de no dar nada al recién nacido o romper su principio de la recompensa y considerara todo ser venido al mundo con el derecho inalienable de recibir todo cuanto la sociedad pueda ofrecerle para el buen desarrollo de su personalidad integral.

Y este Derecho Natural que todo ser humano que viene al mundo tiene a las mejores formas de supervivencia, teóricamente reconocido por todas las legislaciones del mundo civilizado, es la más elemental de las formas en que se manifiesta en nuestra sociedad la fórmula que establece que “de cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad”.

 

El derecho natural es una deducción de las leyes naturales

De esas premisas que venimos exponiendo se deduce que, por Derecho Natural, todo humano debe tener iguales probabilidades de acceso que cualquier otro humano a las riquezas que la humanidad produce y a las que en la naturaleza se dan sin la necesidad de la producción humana. Quiere decir eso que todo ser humano tiene igual derecho que cualquier otro humano a los elementos necesarios para el mejor desenvolvimiento de su vida. Tanto de su vida física como de su vida síquica.

El Derecho Natural es, pues, una deducción lógica de las leyes naturales que encauzan la vida humana. Hay unas leyes en la naturaleza por las cuales se desenvuelve -o debe desenvolver- el vivir de los seres humanos. Escarceando en esas leyes podemos deducir la verdadera naturaleza del Derecho Natural, pues es de lógica incontrovertible que el derecho a vivir con arreglo a esas leyes es la esencia misma del Derecho Natural. Estableciendo, pues, las principales leyes que debieran regir el vivir humano habremos encontrado los verdaderos fundamentos de ese derecho.

Una de las leyes fundamentales de la naturaleza humana estriba en ésa suprema tendencia hacia los más amplios estadios de felicidad. Y todo el hacer de su vivir se encamina hacia la consecución de esa felicidad. Así, pues, uno de los fundamentos básicos del Derecho Natural es el derecho que todo humano tiene a luchar por su bienestar. Eso implica el ejercicio de una libertad que está en consonancia con la propia naturaleza humana. El ser humano es libre hasta por su propia constitución física. Dentro de las limitaciones que le imponen las leyes naturales que mantienen su vida, el ser humano precisa de una libertad de acción que le permita buscar y conseguir los elementos de diversa índole que le son necesarios para la continuidad y superación de su existencia. Esa libertad va ligada a sus relaciones con la Naturaleza, de la que es producto y de la cual vive. Otro de los fundamentos básicos del Derecho Natural estriba, pues, en el ejercicio de la más amplia libertad que es imprescindible y necesaria a la naturaleza humana.

El carácter social de la vida es universal

Otra de las leyes esenciales de la humana naturaleza es su sociabilidad. En realidad, el carácter social de la vida es universal. Todas las manifestaciones de la vida son manifestaciones de sociabilidad. Desde el más simple elemento atómico hasta el más grande de los sistemas estelares, toda manifestación de la vida es una manifestación de fuerzas coordinadas, de fuerzas, solidarias, de sociabilidad. Y la sociabilidad humana no es sino esa misma tendencia natural valorizada por el pensamiento y la razón. ¿Qué son los organismos vivos, desde los más simples hasta los más diferenciados, sino verdaderas sociedades, asociaciones de elementos biológicos? En realidad, todo ser viviente es una sociedad, como toda sociedad, animal o humana, es un ser viviente. El derecho a la sociabilidad es otro, pues, de los grandes fundamentos del Derecho Natural. Y una consecuencia de la naturaleza sociable del ser humano y su tendencia suprema hacia la felicidad se encarna en el postulado que asienta que “las normas de convivencia humana han de tener como base y orientación la consecución en el mayor grado posible, de esos estadios de felicidad a que la humanidad aspira desde siempre”.

Nos aventuramos a decir que el concepto anárquico del Derecho Natural pudiera polarizarse en:

Primero. Todo ser humano tiene iguales derechos que cualquier otro humano a las riquezas naturales y a las riquezas que la humanidad produce.

Segundo. Todo ser humano tiene derecho a la más amplia libertad de acción encaminada a la consecución de esa felicidad a que aspire toda su naturaleza.

Tercero. Todo ser humano tiene derecho a que las normas de convivencia que regulan la sociedad en que se desenvuelve se encaminen hacia la consecución de las mejores formas posibles de felicidad a que por propia naturaleza el ser humano aspira.

Como consecuencia lógica de esta concepción anárquica del Derecho Natural ha de surgir una concepción anárquica del Deber Natural, que también podría polarizarse en:

Primero. Todo ser humano tiene el deber de contribuir en la medida de su capacidad a la conservación de las riquezas naturales y a la producción de las riquezas fabricadas.

Segundo. Todo ser humano tiene el deber de respetar la más amplia libertad de cualquier otro ser humano en su acción encaminada hacia la consecución de su felicidad.

Tercero. Todo ser humano tiene el deber de contribuir a que las normas de convivencia y la convivencia práctica se encaminen hacia las mejores formas de bienestar y felicidad colectivos.

Es cierto que algunos pensadores anarquistas, llevados por su gran pasión por la libertad, han considerado las nociones de derecho y deber como ajenas a los ideales anárquicos, pues pueden implicar coacciones que limiten en mayor o menor grado la libertad. Tal es el caso del amoralismo nietszcheano y el egoísmo stirneriano; pero si es imposible negar que el ser humano pertenece a una especie zoológica sociable y que únicamente en sociedad puede desenvolverse plenamente su naturaleza, debe deducirse que las sociedades que el hombre crea han de tener como fundamento algunas normas de conducta, lo que, en definitiva, es la moral, y que esa ética o moral lleva implícitos unos derechos y unos deberes que aunque no representen ninguna forzada coacción limitativa de las libertades naturales sí orientan y encauzan la vida social. De ahí la necesidad de una clara concepción del Derecho Natural que compatibilice los instintos y los anhelos humanos con el desenvolvimiento normal de la vida colectiva.

 

I)        ANATOMÍA DE LA CONDUCTA

Pensamos que para comprender mejor la tesis que desarrollamos en este apartado es; conveniente analizar algunas de las incógnitas que van implícitas en el propio desarrollo de esa tesis que es el meollo mismo del tema que abordamos, puesto que no es posible averiguar los fundamentos de una moral sin haber esclarecido lo que pueden ser las esencias de la conducta, ya que la ligazón entre ambas es indisoluble. Para ello vamos a intentar introducirnos en el intrincado laberinto dé la conducta humana.

Según las concepciones generales que siempre han prevalecido al enjuiciar la conducta del ser humano, la voluntad es al propio tiempo el motor iniciador y regulador de las acciones, por lo que es preciso que tratemos de analizar lo que es la voluntad.

“Facultad del alma que mueve a hacer o no hacer una cosa”. Esa es la definición condensada y simple que el diccionario que tenemos a la vista hace de esa facultad considerada por algunos como la esencia misma de nuestro vivir.

J. Ferrater Mora, en su Diccionario Filosófico dice: "La voluntad se entiende principalmente en tres sentidos: 1) Psicológicamente como un conjunto de fenómenos psíquicos o también como una «facultad» cuyo carácter principal se halla en la tendencia. 2) Éticamente como una actitud o disposición moral para querer algo. 3) Metafísicamente, como una entidad a la que se atribuye absoluta subsistencia y se convierte por ello en sustrato de todos los fenómenos. Estas tres significaciones de la voluntad caracterizan las diferentes acepciones del voluntarismo, pero junto con la distinción, necesaria en toda investigación filosófica, debe reconocerse que en casi todas las doctrinas voluntarias se proclama el dominio de la voluntad en las tres esferas y se pasa insensiblemente de la Psicología a la Metafísica…”.

Y al margen de estas acepciones oficiales y técnicas, la idea general que cualquiera puede tener de esa expresión jamás varía de la facultad libérrima que todo ser humano tiene de realizar o no su próxima acción. Fuera de esta concepción no hay idea posible de la voluntad. Y este concepto ha estado y está de tal forma arraigado en la mentalidad humana que son muy escasos los semejantes nuestros que difieren de esa opinión. A ese respecto, el doctor Georges Matisse, en su libro L’arrangement de I’univers par I’esprit, dice en la página 134:

«“La fuente inicial de esta creencia responde a la espontánea ilusión del hombre, que toma sus representaciones mentales como una «primer causa»”.

“Concebido así, naturalmente, el concepto de voluntad ha sido apropiado, sostenido y defendido por las colectividades sociales. Estas colectividades sociales tienen una tendencia invencible de transportar a ficciones abstractas, a fin de justificar por una aparente explicación, las reglas utilitarias -jurídicas y morales- que forman su arquitectura. Reglas que no saben desprender las razones ele orden práctico. La «voluntad», en este segundo aspecto, se presenta como una ficción moral -y casi siempre religiosa y teleológica- que nada tiene que ver con los fenómenos psicológicos. Esta sirve, en el juego social, para atribuir a un individuo la responsabilidad de los actos que ejecuta”».

Empero, será bueno que esa idea dominante en cuanto concierne a cualquier concepto relativo a la personalidad humana la enfrentemos a los conocimientos científicos que actualmente el hombre posee sobre su propia realidad física y veamos el grado en que puede concordar con ellos.

En esa labor tiene inexcusable prioridad el definir la función de la voluntad en el vivir humano. Y esta función no puede ser otra que la de regir siempre las acciones. Como el único objetivo de la voluntad es esa función, ésta ha de estar indisolublemente unida a los actos. No hay, pues, otra forma de estudiar la anatomía de la voluntad que estudiando el mecanismo de las acciones.

Un acto cualquiera es una serie de movimientos encaminados a un objetivo

Muy a pesar de las veleidades de la ciencia, a través de ella ha conseguido el hombre conocer algunas verdades concernientes a su propia naturaleza que le han abierto ventanales muy amplios en el horizonte de su propio vivir. Así, hoy, el hombre sabe casi hasta los más mínimos detalles sobre el mecanismo de sus acciones. Y se ha comprobado con repetidas experimentaciones que cualquier acción humana se produce bajo las características que tratamos de esbozar:

Un acto cualquiera es una serie de movimientos encaminados a un objetivo. Cualquier acto de nuestra conducta está encuadrado en alguna de estas dos series: movimientos internos -circulación de la sangre, proceso de la digestión, etc.-, y movimientos externos -en el que están incluidos todo lo considerado realmente como actos- o los movimientos internos casi todos son reflejos y escapan al control de eso llamado voluntad. En cambio, casi todos los movimientos externos -los actos- se incluyen, salvo rarísimas excepciones, bajo el dominio absoluto de la voluntad. De la fisiología, pues, de está serie de movimientos hemos de ocuparnos para investigar hasta el punto en el que ellos están controlados, regidos e impulsados y hasta en qué dependen de algo que no sea la propia fisiología orgánica.

La conducta del ser humano está formada por sus actos

La conducta del hombre está formada, pues, por sus actos. Fuera de los actos no hay conducta posible. Incluso las manifestaciones que se pueden considerar más abstractas de la conducta han de convertirse en acciones para que tengamos alguna noción de su existencia. Investigando la verdadera naturaleza de las acciones y escudriñando hasta lo más hondo de donde el conocimiento humano puede llevar hoy, se ha establecido un cuadro casi acabado de la fisiología de la conducta o de las acciones. Ya en 1901 J. P. Pavlov, el célebre fisiólogo ruso, premio Nobel de medicina en 1904, demostró con sus experimentos de laboratorio que la totalidad de la conducta animal está regulada por la naturaleza de sus reflejos. Su célebre teoría sobre los reflejos condicionados e incondicionados, demostrada hasta la saciedad por sus experimentos, sentó la primera piedra del vasto edificio científico que se ha ido levantando sobre la fisiología de las acciones del animal (incluido el hombre, como se ha comprobado plenamente después). Luego, los descubrimientos histológicos del sabio español Santiago Ramón y Cajal, que establecieron casi definitivamente la estructura y comportamiento de las células del sistema nervioso (incluido el complicado sistema neuronal del cerebro), unido a los descubrimientos sobre el magnetismo y la electricidad fisiológicos, con todo su cortejo de influencias sobre las permanentes descargas de iones, fotones y electrones que recibe el organismo, han ido consolidando las teorías esbozadas por Pavlov y equilibrando los primeros tanteos que acompañan siempre a todo descubrimiento.

Con arreglo a toda esa gama de aportaciones científicas, hoy estamos en condiciones de afirmar que la conducta humana se rige bajo el regular orden siguiente:

Primero. Desequilibrio, alteración, modificación (variación, en suma) del medio que envuelve al organismo.

Segundo. Acuse, por el sistema nervioso, de esa variación del medio; transmisión, por ese mismo sistema, hasta la región cerebral adecuada, y excitación del grupo de neuronas de la respectiva región.

Tercero. Irradiación hacia el sistema nervioso y muscular adecuado de los estímulos que acomodan la parte afectada del organismo al medio que varió.

Todo este proceso, que la brevedad del espacio nos obliga a esquematizar excesivamente, se realiza mediante una serie de combinaciones químicas, ya que todas las excitativas nerviosas y musculares imprescindibles a cualquier acción no son otra cosa que descargas químicas más o menos sutiles. A eso se debe la sensación de cansancio que provoca cualquier acción continuada. Incluso las actividades llamadas intelectuales, cuando pasan de cierto límite provocan malestar y hasta trastornos serios, dado que ese ejercicio, al ser producto de combinaciones químicas, genera sustancias de desecho que al no ser expulsadas suficientemente intoxican las neuronas.

Podemos, pues, afirmar que cualquier acción o movimiento se debe a la dinámica de una serie continuada de descargas químicas o una sucesión intermitente de ondas electromagnéticas.

Y hasta hoy la ciencia no ha encontrado otra génesis de los actos. Entonces, si la voluntad es necesaria y exclusivamente una entidad orientadora y controladora de los actos, y éstos son una conjunción determinada de descargas químicas y ondas electromagnéticas ¿cuál es la naturaleza de la voluntad?

Llegados a este punto es necesario presentar esta disyuntiva:

Primero. La voluntad es un órgano material más o menos sutil que forma parte de nuestra anatomía y está sujeto al mecanismo de nuestra fisiología, o

Segundo. La voluntad es un ente metafísico, ajeno a nuestra anatomía e independiente del mecanismo general de nuestra fisiología, o

Tercero. La voluntad es un producto del funcionamiento general o específico de nuestro organismo, en función parecida a lo que es una sinfonía como resultado del funcionamiento general o específico de los instrumentos que producen los sonidos.

El primer apartado de nuestra disyuntiva no ha sido corroborado por la ciencia, ya que hasta ahora no se ha podido localizar ninguna partícula o región orgánica que merezca ese nombre y ese atributo.

El segundo apartado de la disyuntiva responde a la concepción clásica, religiosa y generalmente aceptada sobre la voluntad.

El apartado tercero, que es el más cercano a la realidad de los conocimientos científicos que el hombre posee actualmente, nos lleva forzosamente a la negación del concepto característico de la voluntad, dado que si ésta es el producto del funcionamiento orgánico, siempre estará determinada por las peculiaridades de ese funcionamiento y por los materiales con que el funcionamiento se realiza, en cuyo caso la facultad característicamente volitiva de no estar determinada por causa alguna se derrumba estrepitosamente y el concepto esencial del voluntarismo desaparece.

Eso además de que, cronológicamente, en este caso la voluntad pierde su esencia directriz y rectora, ya que al ser un producto del funcionamiento general de nuestra fisiología, su existencia y funcionamiento es posterior al funcionamiento que le da origen, lo que nos lleva de la mano a la negación de la voluntad misma, puesto que mal pudo regir una actuación de la que es, producto. Y sin la acción rectora de la actuación no hay voluntad posible.

 

La voluntad es una ficción mental

El resultado final, pues, de la disyuntiva planteada se simplifica con esta otra disyuntiva más concreta:

a)     La voluntad es un ente metafísico ajeno, superior y de naturaleza diferente a nuestra anatomía y fisiología, o

b)     La voluntad es una ficción mental que nada tiene que ver con los fenómenos fundamentalmente característicos de la vida humana.

Las consecuencias a que cualquiera de esos dos resultados nos lleva en el concepto general de la vida social y el concepto específico de la justicia son fundamentales para cimentar las concepciones de la moral.

Se debe comprender que todas estas consideraciones, tienen un significado amplísimo y se aplican a la conducta general de todo ser vivo, y pudieran condensarse diciendo que toda la conducta animal tiene como origen y finalidad la adaptación al medio en que se desenvuelve, tanto física como moralmente considerado. Esa definición puede causar asombro y aversión a las personas que rinden culto a la personalidad humana y al genio creador del hombre, por el que más que adaptarse al medio, se confecciona su propio ambiente con arreglo a sus necesidades y sus caprichos. Esa prevención es comprensible, pero injustificada, puesto que la definición dada por nosotros no niega ese afán modificador del ser humano (que por otra parte es una ley animal muy generalizada, puesto que no hay animal que no trate de modificar el medio con arreglo a sus necesidades), sino que le encuentra un origen diferente al que le quieren dar los partidarios de la teoría que considera al hombre como posesor de facultades internas capaces de crear necesidades y acciones no derivadas de otra causa que su propio capricho. La idea que considera que toda la conducta humana se encamina a la adaptación del vivir al medio en el que el vivir se desenvuelve, según la experiencia ha podido demostrar, comprueba que toda adaptación al medio significa un cambio del medio mismo, y que todo cambio es una nueva adaptación -a un medio más amplio o más restringido esta vez-. Ahora, donde radica la verdadera discrepancia entre nuestro pensamiento -ajustado a la experiencia científica- y el pensamiento de quienes consideran al hombre posesor de esas facultades internas que le permiten, como a Dios, crear las cosas sin otro antecedente que su propia voluntad, es en que a todas las acciones humanas nosotros hemos encontrado un estímulo que las origina, y todas las noticias científicas que sobre el particular tenemos confirman de manera categórica esta tesis.

Los reflejos condicionados determinan en gran medida la conducta

Y como apoyo a nuestro criterio permítasenos citar el experimento realizado por el doctor Ischlondsky con un niño de apenas tres meses de edad. Buscando Ischlondsky detalles en el mecanismo de la inducción -la inducción es un descubrimiento debido a Ischlondsky por el cual se explican fisiológicamente la mayoría de los problemas presentados por el sicoanálisis y la escuela freudiana-, sometió al niño de referencia a un experimento concerniente en aplicar un cauterio eléctrico de muy baja tensión (pues la sensibilidad a las corrientes eléctricas es muy acusada en esa edad) con el que causó una ligera excitación en la planta de un pie del niño. La inmediata reacción del paciente fue la contracción y retiro de la pierna correspondiente al pie afectado, acompañado todo ello de un llanto pasivo. Hay que advertir que en esta primera fase del experimento el niño no vio el cauterio ni al experimentador. En la segunda fase del experimento Ischlondsky dejó que el niño viera al experimentador y al cauterio y aplicó de inmediato la excitación en el mismo grado que la anterior. La reacción esta vez fue algo más violenta y el niño retiró las dos piernas con un llanto más agitado. Ischlondsky repitió durante tres días consecutivos, a una vez por día, el mismo experimento, dejando que el niño viera al experimentador y el aparato antes de efectuar la excitación, sin que la reacción del paciente se presentara hasta que se le aplicaba el cauterio. Pero al cuarto día, al ver el cauterio y al experimentador, el niño contrajo las dos piernas violentamente y comenzó a llorar con desesperación. La excitación no se realizó aquel día, y al siguiente se anestesió la parte que había de afectar el cauterio, de manera que la aplicación fuese insensible para el niño. En estas condiciones, cuando se intentó hacer el experimento, viendo el niño al experimentador y el aparato tuvo la misma reacción que el día anterior, llorando y contrayendo las dos piernitas. No obstante ello, se le aplicó al niño el cauterio en la parte anestesiada, asegurándose que estaba realmente insensible al cauterio. Ischlondsky tuvo que repetir durante nueve días consecutivos la operación insensibilizando al niño para conseguir la pasividad primitiva, que permitió aplicarlo sin llanto ni contracción previa, aún habiendo visto bien el niño al experimentador y el aparato.

Ischlondsky explica así el experimento: “Al recibir el niño la molesta excitación en la planta de su pie, las terminales periféricas de su sistema nervioso transmitieron al sistema nervioso central la sensación y éste produjo la excitación motriz de la región de la corteza cerebral que le pertenecía, promoviendo la transmisión nerviosa cuyo efecto fue la contracción muscular que retiró la pierna del lugar de la molestia. Por una excitación simpática -inducción- (algo muy parecido a lo que ocurre entre la estación radiotransmisora y el aparato receptor) se produjo simultáneamente la excitación de la corteza cerebral que impulsa el llanto. Y todo ello originó la compleja conducta del niño, que lloraba y contraía sus piernas. Cuando el experimento se acompañó de la sensación visual en el niño, por el mecanismo de los reflejos condicionados de Pavlov, la sensación de molestia la asoció el niño a la presencia del experimentador y el aparato, cuya combinación bastó al cuarto día para provocar en el paciente la reacción prematura al dolor por la simple sensación visual, la que provocaba en la corteza cerebral las dos excitaciones motivadoras de la contracción muscular y el llanto. Después, por inhibición, al no percibir la sensación molesta en la planta, del pie, la excitabilidad provocada por la visión se fue atenuando, por la falta de su estímulo primitivo, hasta desaparecer totalmente y, al décimo día, el niño permitió pasivamente y sin reacción previa la aplicación del cauterio…”.

Experimentos parecidos a éste se han realizado sobre personas de muy diversas condiciones, y sus reacciones han variado con arreglo al grado de anormalidad cerebral. Así, cuando las regiones de la corteza cerebral a que corresponden específicamente los fenómenos que se estudian sufren alguna lesión, no están adecuadamente desarrolladas o sufren un desarrollo excesivo, las reacciones de los pacientes son de un ilogismo algunas veces curiosísimo. Eso explica las rarezas de todos los grados de la demencia. La conducta de las personas afectadas de lesiones o alteraciones en la anatomía o fisiología cerebrales responde, también, al funcionamiento de esas partes extremadamente delicadas del organismo.

Y por su parte, el doctor Santiago Ramón y Cajal, el célebre sabio español, agrega en un escrito citado por Enrique Lluria en el libro Evolución Superorgánica, editado por la Escuela Moderna, de Francisco Ferrer Guardia, en 1905:

«“Si las sugestiones de los preceptores y de los padres obedecen a prejuicios, a ideas falsas, tocante a la ciencia, religión, conducta, etc., se establecerán en el cerebro del niño conexiones exclusivas y anormales entre determinado grupo de células; y el resultado psicológico será quizá la rutina del pensar, el desprecio a la ciencia, la credulidad excesiva, el ansia de lo maravilloso y otros vicios de pensamiento tan graves como dificilísimos de desarraigar. Una educación basada en ideas positivas, en sentimientos sanos y generosos, en un concepto imparcial de la ciencia y de los hombres, impulsará y perfeccionará las asociaciones fisiológicas de las neuronas cerebrales, y el resultado, llegada la edad adulta, será un hombre de juicio sano, exento de preocupaciones y especialmente apto para el cultivo de las ciencias y las artes”.

Las asociaciones fisiológicas de las neuronas cerebrales regulan la formación de las ideas y el desarrollo de la conducta

“Dados los defectos de nuestra educación de la juventud, pocos serán los cerebros cuya arquitectura celular no haya sido algo deformada, en los: que, al lado de asociaciones naturales no hayan brotado algunas conexiones aberrantes. Son muy comunes, aun en talentos superiores, el espíritu de secta, la ausencia de imparcialidad y una apreciación excesiva de los propios méritos. Pero donde se advierten más claramente las consecuencias de una educación defectuosa y exclusiva es en los sectarios o sistemáticos, políticos, religiosos, literatos, etc. Cada escuela política, filosófica, artística, produce en sus adeptos un estilo de asociación de ideas, de juicios y raciocinios, tan exclusivo y cerrado, que es imposible no referirlo, en lo somático, a la existencia de conexiones especiales y sistemáticas entre varios grupos de corpúsculos nerviosos. Estos modos de asociación intercortical adquieren a menudo formas antípodas, puesto que determinan manifestaciones tan opuestas como son el materialismo y el espiritualismo, el realismo y el romanticismo, el socialismo y el individualismo, etc. Cuando tales asociaciones sistematizadas, creadas durante el periodo juvenil alcanzan el grado de robustez que expresa la palabra convicción política, religiosa, filosófica, etc. (verdadera o falsa), causan verdadero estado cerebral, y pretender deshacerlas es tanto como querer corregir la anatomía del encéfalo y cambiar la personalidad. Seguramente que el cerebro de un positivista no funciona como el de un espiritualista, y las diferencias fisiológicas que los separan implican forzosamente diferencias estructurales que sólo pueden borrarse a costa de mucho tiempo y de pesada labor contrasugestiva. Y es que las expansiones protoplásmicas y nerviosas son tan lentas en crecer y establecer asociaciones nuevas, como perezosas para retraerse y atrofiarse”».

Cuanto dejamos apuntado tiene la finalidad de apoyar esta conclusión:

La conducta humana está regida y canalizada por los mecanismos del cerebro. Esta conclusión tal vez esté reñida con las especulaciones filosóficas de la mayoría de los pensadores de todos los tiempos, pero es la única verdad que, hasta hoy, se puede deducir de cuantos estudios se han realizado al respecto con alguna seriedad científica.

Y por otra parte pensamos que está tan ligado el esclarecimiento de ese punto a todos los problemas de la sociología que lo consideramos como el problema base de todos los problemas de la sociología humana.

El problema de la miseria es un problema de la conducta. El problema de la tiranía es un problema de la conducta.

El problema de la ignorancia es un problema de la conducta.

No se puede establecer ninguna moral sin un conocimiento previo de la verdadera naturaleza de la conducta

Por lo que no se puede establecer ninguna moral sin un conocimiento previo de la verdadera naturaleza de la conducta. Y no se puede encontrar base alguna de una sociedad sin una moral que la canalice.

De las concepciones del anarquismo sobre la naturaleza del ser humano, ya apuntadas en páginas anteriores, además de una moral del apoyo mutuo, teoría desarrollada magistralmente por Pedro Kropotkin en El apoyo mutuo, factor de evolución y en Ética, origen y evolución de la moral, se deriva el complicadísimo problema de la conducta humana y su responsabilidad, a lo que ya aludimos anteriormente. Es esta una cuestión que la humanidad tiene planteada desde muy antiguo, pues en ella se asientan las verdaderas raíces del concepto clásico de la justicia aplicada como castigo o recompensa a las acciones humanas.

Partiendo de William Godwin y haciendo abstracción voluntaria de las manifestaciones anteriores a él que pudieran haberse dado en el pensamiento universal coincidentes con los criterios que nuestro autor expone en Investigación acerca de la justicia política, podríamos decir que los más grandes teóricos del anarquismo coinciden con Guyau cuando propone una moral sin sanción, es decir, sin castigos ni premios.

Tal vez sea este tema el menos estudiado y el que ha suscitado mayores contradicciones en el seno mismo del pensamiento anarquista. No podemos afirmar, como consecuencia, que las ideas que en esta obra exponemos sobre tan controvertida cuestión representen el criterio clara y rotundamente aceptado por todos los pensadores anarquistas. Por los textos que incluimos de algunos de los más preclaros teóricos del anarquismo se habría de colegir que el determinismo, más bien que el voluntarismo, habría de ser la conclusión lógica de la filosofía del anarquismo, pero hay que admitir que hay muchos militantes anarquistas que no entran en el terreno de estas disquisiciones, y algunos escritores que también militan en este movimiento que son decididamente voluntaristas, y otros que tratan de compatibilizar las dos concepciones a través de algunos malabarismos no exentos de antinomias…

Por esas razones nos apresuramos a confesar que no pretendemos que las deducciones que se apuntan en esta obra hayan de representar el reflejo de las únicas concepciones anarquistas sobre el tema. El determinismo que exponemos aquí como plataforma de una moral sin sanción ni obligación no tiene más valor que el que le pueden prestar nuestras propias deducciones y los textos que reproducimos de algunos de los más insignes pensadores anarquistas de todos los tiempos.

 

El anarquismo rechaza las ideas de castigo y recompensa

Y aunque tal vez sea éste uno de los aspectos menos esclarecidos aún de la filosofía anarquista, la tendencia general y una posición virtualmente aceptada por la gran mayoría de los anarquistas afirma que la delincuencia es un producto de las nefastas estructuras de la sociedad V que en una sociedad anárquica, más que el castigo a las acciones que perjudican a la comunidad, habría de establecerse una verdadera profilaxis que eliminara las causas determinantes de la conducta criminal y anticomunitaria. Y ese concepto se extiende hasta las teorías pedagógicas del anarquismo, practicadas en todas las escuelas libertarias que se han sucedido en la historia, desde la de Paul Robin y Sebastián Faure, en Francia, la de Francisco Ferrer, en España, la de S. Neill, en Inglaterra y muchas otras que han existido en muy diversos lugares del planeta.

Esta práctica eminentemente libertaría de la ausencia de los premios y los castigos ha ido adquiriendo arraigo en las corrientes pedagógicas modernas.

Wílliam Godwin fue ante todo un pensador, y su agudeza filosófica no podía dejar de percibir la importancia que tiene en el estudio de la conducta humana y, como consecuencia, en las relaciones sociales, el enfrentamiento tradicional entre las concepciones del libre albedrío y el determinismo (lo que él llama necesidad). En el capítulo V del libro IV de Investigación acerca de la justicia política, capítulo titulado “Del libre albedrío y la necesidad”, expone de manera verdaderamente profunda un alegato irrebatible en favor del determinismo. El debate entre las concepciones que abogan por el libre albedrío y las que defienden el determinismo se remonta casi a los propios inicios del pensamiento humano, pero Godwin, como pensador minucioso y consecuente con el cuerpo general de sus concepciones, no puede olvidar ni desdeñar el problema, y lo aborda con su gran lucidez habitual. Para Godwin, el determinismo es una de las leyes fundamentales de la naturaleza, y todos los fenómenos que constituyen la vida misma están regidos por ella. También Bakunin defiende la misma tesis en Dios y el Estado, tal vez con más vigor polémico, pero no con mayor profundidad filosófica.

Reconoce Godwin que en la historia del pensamiento ha gozado el determinismo de muy poco favor y que el criterio general acepta sin ninguna clase de discernimiento las tesis contrarias, que sirven de base a la sociedad autoritaria que ha venido prevaleciendo a través de los siglos.

El que este asunto, como algunos otros de filosofía esencial, haya sido poco estudiado en el desarrollo de las teorías generales del pensamiento anarquista tal vez se deba al fragor con que las luchas sociales envolvieron casi siempre al movimiento anarquista. Bakunin aborda el problema, pero éste resbala incomprensiblemente por sobre el pensamiento de casi todos los pensadores del anarquismo, produciendo visibles antinomias en el desarrollo de la propia doctrina por parte de algunos teóricos, más preocupados por las deducciones sociológicas que por los fundamentos filosóficos, y también fuertemente influidos por las ideas básicas que preponderan en las estructuras actuales. H. Hamon, en Determinismo y responsabilidad, replantea su estudio, pero sus deducciones hallan un eco demasiado escaso, y el tema continúa casi inédito a través de las décadas, no obstante su vital importancia. Importancia tal que puede situarse en el meollo mismo de las concepciones anarquistas, pues sin una elucidación clara, científica y real sobre la verdadera naturaleza de la conducta humana no hay edificio social posible. Además, filosóficamente considerado, este asunto escabroso y difícil nos conduce a una serie de incidencias que afectan a las concepciones más profundas de las ideas y de la vida misma. Así, como argumenta Bakunin, no es posible negar la concepción metafísica de la existencia del alma o espíritu como un ente extra material y admitir la existencia del libre albedrío sin caer en una flagrante y estúpida contradicción muy similar a las burdas contradicciones religiosas, ya que la existencia del libre albedrío lleva forzosamente implícita la existencia de esa alma inmaterial inmune a cualquier influencia ajena a sí misma. Y de ahí, la lógica más elemental nos arrastra inexorablemente a la admisión de la existencia de Dios, a la metafísica religiosa. Por eso Bakunin, al estudiar detenidamente la naturaleza de Dios y el Estado se erige en defensor del determinismo y destroza la idea de libre albedrío.

Pero antes que el mismo Bakunin, y con más amplitud que éste, Godwin analiza este difícil problema y dice:

«“Después de madura reflexión, se hallaré que la doctrina de la necesidad moral (Godwin denomina como necesidad moral lo que nosotros entendemos, en general, como determinismo), implica consecuencias de trascendental importancia y conduce hacia una comprensión clara y abarcativa del hombre en la sociedad, la que probablemente no podrá ser alcanzada por la doctrina contraria. Fue necesario un severo método para que esa proposición fuese establecida por primera vez como fundamento indispensable para la especulación moral de cualquier índole. Pero hay personas sinceramente dispuestas que, no obstante la evidencia que emana de esa doctrina, se sienten alarmadas por sus probables consecuencias, y será conveniente, en atención al error que sufren esas personas, demostrar que los razonamientos morales contenidos en la presente obra no tienen más necesidad de la doctrina en cuestión que cualquier otro razonamiento, sobre cualquier otro tema moral”.

 

El determinismo significa que en todos los aspectos de la vida no hay efecto sin causa

“Para la justa comprensión de los argumentos que empleamos en ese objeto es indispensable tener una idea clara acerca del significado del término “necesidad”. El que afirma que todas las acciones son necesarias, quiere significar que, si tenemos una concepción exacta y completa de todas las circunstancias en que se halló situado un ser vivo y pensante, veremos que no pudo actuar, en ningún momento de su existencia, sino del modo que lo hizo. De acuerdo con ese postulado, no hay en los hechos de la mente nada indiferente, incierto y precario. El partidario de la libertad en el sentido filosófico se halla en dificultad para encontrar una salida a la cuestión. Para sostener su tesis, está obligado a negar la certeza entre el antecedente y la consecuencia. Allí donde todo es constante e invariable y los acontecimientos surgen uniformemente de las circunstancias en que tienen origen, no hay lugar para la libertad”.

“Es sabido que en los hechos del universo material, todo se halla sometido a esta necesidad. En esa esfera del conocimiento humano, la investigación tiende más decididamente a excluir el azar a medida que aumentan nuestros conocimientos. Veamos cuál es la prueba que ha satisfecho a los pensadores a ese respecto. La única base firme de sus conclusiones ha sido la experiencia. Lo que ha inducido a los hombres a concebir el universo como gobernado por ciertas leyes y a formarse la idea de la necesaria relación entre ciertos hechos, ha sido la semejanza observada en el orden de sucesión. Si al contemplar dos acontecimientos sucediéndose el uno al otro, no hubiéramos tenido jamás oportunidad de contemplar la repetición de esa sucesión particular; si hubiésemos visto innumerables hechos en perpetua progresión, sin un orden aparente, de tal modo que nuestra observación no permitiera prever cuando apareciera uno de ellos, que otro hecho de determinada especie habrá de seguirle, jamás habríamos podido concebir la existencia de una relación necesaria, ni tener una idea correspondiente al término “causa”.

“De ahí se deduce que todo lo que conocemos del universo material, estrictamente hablando, es una sucesión de hechos. Ello sugiere irresistiblemente a nuestra mente la idea de una relación abstracta. Cuando vemos que el sol sale invariablemente por la mañana y se pone por la noche, teniendo oportunidad de observar este fenómeno durante todo el periodo de nuestra existencia, no podemos evitar la conclusión de que existe cierta causa que produce la regularidad del hecho. Pero el principio o la virtud por los cuales un hecho se halla ligado a otro, están frecuentemente fuera del alcance de nuestros sentidos”.

No nos es posible conocer todas las causas que determinan un fenómeno

“En otras palabras, sólo conocemos aquellos efectos que han caído bajo nuestra observación y los que podemos inducir en la suposición que circunstancias similares producirán consecuencias semejantes, suposición fundada en la constancia de la sucesión de los hechos, registrada en nuestra pasada experiencia. Habiendo encontrado, por repetidas experiencias, que la substancia material tiene la propiedad de la inercia y que un objeto en estado de reposo pasa al estado de movimiento cuando es impelido por la fuerza de impulsión de otro objeto, carecemos aún de una observación particular que nos permita predecir los efectos específicos que resultarán de ese impulso, en cada uno de los cuerpos. Preguntad a un hombre que no conoce de la materia más que su propiedad general de impenetrabilidad, qué sucederá si un trozo esférico de materia chocara con otro de igual forma, y veréis cuán poco puede informar su simple conocimiento de una, propiedad general acerca de las leyes particulares del movimiento; Supongamos que sabe que uno de esos objetos imprimirá movimiento al otro. ¿Pero qué cantidad de movimiento? ¿Qué efectos tendrá el impulso sobre la bola impelente? ¿Continuará en la misma dirección? ¿Se alejará en sentido opuesto? ¿Rodará en sentido oblicuo o bien permanecerá en estado de reposo? Todas, esas eventualidades serán igualmente probables para quien no haya realizado previamente una serie de observaciones que le permitan predecir con conocimiento de causa lo que habrá de ocurrir exactamente en este caso”.

“De esas observaciones podemos deducir con suficiente propiedad la especie de conocimientos que poseemos acerca de las leyes del universo. Ningún experimento, ningún razonamiento que podamos inducir podrá instruirnos jamás acerca del principio de causalidad o enseñarnos por qué razón ocurre que un acontecimiento producido en ciertas circunstancias es siempre precursor de otro acontecimiento de determinada clase. Sin embargo, creemos razonablemente que esos acontecimientos se hallan relacionados entre sí por una perfecta necesidad y excluimos de nuestras ideas de materia y de movimiento toda suposición relativa al, azar o a un suceso inmotivado. Después de haber observado dos hechos constantemente ligados entre sí, la asociación de ideas nos obliga, cuando ocurre uno de ellos, a prever inmediatamente al otro; y puesto que esta previsión jamás nos engaña, y como el hecho futuro resulta siempre copia fiel de la sucesión ideal de los acontecimientos, es inevitable que esa especie de previsión se convierta en el fundamento general de nuestro conocimiento. No podemos dar un solo paso en ese sentido que no participe de la índole de esa operación de la mente que llamamos abstracción. Hasta tanto no consideremos la salida del sol en el día de mañana como un hecho de la misma índole que el de su salida en el día de hoy, no podemos deducir de ello conclusiones similares. Corresponde a la ciencia llevar esa tarea de generalización hasta su más lejana consecuencia, reduciendo los diversos hechos del universo a un pequeño número de principios originales”.

“Tratemos de aplicar esos principios concernientes a la materia a la ilustración de los fenómenos mentales. ¿Es posible descubrir aquí leyes generales, tal como en el ejemplo anterior? ¿Puede el intelecto ser objeto de la ciencia? ¿Podemos reducir los múltiples fenómenos de la mente a ciertas categorías del pensamiento? Si se admite la respuesta afirmativa a esas interrogantes, la conclusión ineludible será que tanto las funciones mentales como los sucesos materiales ofrecen una constante conjunción de acontecimientos, induciendo a la razonable presunción de que existe una relación necesaria entre ellas. Poco importa que no seamos capaces de percibir el fundamento de esa relación ni podamos explicar por qué ciertos conceptos o proposiciones, cuando se ofrecen ante la mente de un ser pensante, generan, como consecuencia necesaria, actos de volición o de movimiento animal, pues si es cierto lo que hemos expuesto más arriba, tampoco podemos percibir el fundamento de la relación existente entre dos hechos del mundo material, debiendo considerarse como un vulgar prejuicio la creencia común de que conocemos en realidad el fundamento de dicha relación”.

 

La personalidad es el resultado de las impresiones recibidas

“La idea correspondiente al término “carácter” implica inevitablemente el concepto de relación necesaria. El carácter de una persona es el resultado de una larga serie de impresiones comunicadas a su mente, a la que hacen objeto de ciertas modificaciones, permitiendo el conocimiento de las mismas predecir en cierto sentido la conducta del individuo. De ahí surge su temperamento y sus hábitos, respecto a los cuales admitimos razonablemente que no pueden ser anulados ni revertidos de un modo brusco y, si alguna vez se produce tal reversión, ello no ocurre accidentalmente, sino a consecuencia de alguna razón poderosa que persuade al ser o de algún hecho extraordinario que lo modifica. Si no existiera esa relación primitiva y esencial entre móviles y acciones y, lo que constituye una rama particular de ese principio, entre las acciones pasadas y las acciones futuras del hombre, no existiría nada semejante al carácter ni posibilidad alguna de inferir lo que los hombres pueden llegar a ser, teniendo en cuenta lo que han sido”.

“Finalmente, la idea de disciplina moral procede asimismo de ese principio. Si yo argumento, si exhorto y ofrezco ciertos estímulos a una persona, es porque creo que esos estímulos tienden a influir en su conducta”.

“Las reflexiones que acabamos de hacer en torno al principio de causalidad, no sólo nos facilitan argumentos sencillos y concluyentes en favor de la doctrina de la necesidad, sino que sugieren la razón obvia de por qué la doctrina opuesta constituye en cierto grado la opinión general de los hombres. Se ha demostrado que la idea de la necesaria relación entre hechos de determinada especie, es una lección que nos ha ofrecido la experiencia y el vulgo no llega jamás a la aplicación general de dicha idea, ni aún en los fenómenos del universo material”.

“Pero si el vulgo es generalmente partidario del libre albedrío, no deja de estar fuertemente impresionado, aunque de modo incoherente, por la creencia en la doctrina de la necesidad. Es una observación bien conocida y justa que si no existieran leyes generales rigiendo los hechos y las, cosas del universo material el hombre no habría llegado a ser jamás un ser pensante ni un ser moral. La mayor parte de los actos de nuestra vida son dirigidos por la previsión. El campesino siembra sus tierras y espera la cosecha al cabo de un periodo determinado, porque prevé la sucesión regular de las estaciones. No habría bondad en mi obsequio de víveres a los hambrientos, ni habría injusticia en el hecho de levantar mi espada contra mi amigo, si no se hubiera establecido la propiedad nutritiva del alimento y la propiedad mortífera de la espada”.

“Otra idea que pertenece a la hipótesis de la autodeterminación es que la mente no se halla necesariamente inclinada en un sentido o en otro, en virtud de los móviles que ante ella se ofrecen, por la claridad o la duda con que ellos móviles son discernidos, ni por él temperamento o carácter que hábitos anteriores han generado, sino que, gracias a una actividad inherente al mismo, la mente es igualmente capaz de obrar de un modo o de otro, pasando de un estado anterior de indiferencia a una determinación. ¿Pero qué especie de actividad es esa que se halla igualmente dispuesta a todo género de acciones? Supongamos una porción de materia dotada de una propensión particular al movimiento. Esa propensión la impulsará a moverse en una dirección determinada, en cuyo caso deberá continuar moviéndose constantemente en esa dirección, a menos de ser determinada por una fuerza externa. O bien tenderá a moverse igualmente en todas direcciones, en cuyo caso la resultante será una perpetua inmovilidad”.

Los móviles de las acciones tienen una influencia decisiva o no tienen ninguna

“Es tan evidente el absurdo de tal conclusión, que los partidarios de la libertad intelectual han tratado de modificarla, introduciendo un distingo. «El móvil, dicen, es ciertamente, la ocasión, el sine qua non de la volición, pero carece de poder para compeler a la misma. Su influencia depende de la libre e incondicionada aceptación por parte del espíritu. Entre consideraciones y móviles opuestos, el espíritu elige el que le place y mediante su elección puede convertir el móvil aparentemente más débil e insuficiente en el más fuerte». Pero esta hipótesis es en extremo inadecuada para el propósito que la inspiró. Los móviles deben tener una influencia necesaria e irresistible o no tener influencia de ninguna índole”.

“Pues, en primer lugar, debe recordarse que el fundamento o la razón de todo hecho, sea de la naturaleza que sea, deben estar contenidos en las circunstancias que precedieron ese hecho. La mente es supuesta en un estado inicial de indiferencia, y por consiguiente no puede ser considerada como fuente primera de una decisión particular. Tenemos un móvil de una parte y otro móvil de otra y entre ambos se halla la verdadera facultad de elección. Pero donde existe tendencia a la elección, existen diversos grados de esa tendencia. Si tales grados son equivalentes, la elección no puede producirse; equivale a poner pesos iguales en cada uno de los platillos de la balanza. Si uno de ellos tiene mayor peso que el otro, es indudable que el primero prevalecerá. Cuando dos objetos se equilibran recíprocamente, el excedente de peso que se arroja en uno de los platillos, por pequeño que sea, es lo único que entra finalmente en consideración al decidir en un sentido el fiel de la balanza”.

“En segundo lugar, debe agregarse que si el móvil no tiene una, influencia necesaria es completamente superfluo. La mente no puede elegir primeramente un móvil determinado y luego eludir sus consecuencias, pues en ese caso la preferencia pertenecerá siempre a la volición inicial. La determinación fue, en realidad, completa desde el primer momento y el motivo que surgió posteriormente pudo haber sido un pretexto, pero no la fuente real de la acción”.

“Finalmente, debe observarse, respecto a la hipótesis del libre albedrío, que todo el sistema es construido sobre una distinción, donde no hay diferencia alguna, a saber, entre las facultades intelectuales y las facultades activas de la mente. Una filosofía misteriosa ha enseñado a los hombres que cuando nuestro juicio ha percibido que determinado objeto era deseable se requería la intervención de un poder extraño, a fin de poner el cuerpo en acción. Pero la razón no encuentra fundamento a semejante supuesto, ni puede concebir que no se produzca cierto movimiento corporal cuando nuestra mente ha hecho la elección de un objetivo y existe la experiencia que dicho objetivo puede ser alcanzado. Sólo debemos atender al evidente significado de las palabras para comprender que la voluntad es, tal como se ha dicho acertadamente, el último acto de la conciencia, uno de los diferentes casos de asociación de ideas. ¿Qué es, en efecto, la elección, sino la discriminación acerca de algo que es inherente o que se supone inherente a determinado objeto? Es el juicio, verdadero o falso, que hace la mente respecto a las cosas que se ofrecen ante ella en una relación comparativa. Si esto es así, el libre albedrío no puede ser seriamente defendido por los escritores filosóficos, desde que nadie puede imaginar que seamos libres de sentir o de no sentir la impresión recibida por nuestros sentidos o de creer o no creer una proposición aceptada por nuestro entendimiento”.

Los conocimientos adquiridos a través de la ciencia abonan las teorías deterministas

“No será necesario agregar nada más a ese respecto, salvo una referencia circunstancial a la índole de los beneficios que nos traería el libre albedrío, en el supuesto de que esa libertad fuere posible. Siendo el hombre, tal como lo hemos demostrado, un sujeto gobernado por las aprehensiones de su juicio, no se requiere más, para hacerlo feliz y virtuoso, que perfeccionar su facultad de discernimiento. Pero, si el hombre poseyera una facultad independiente de su juicio, capaz de resistir por simple capricho a los más poderosos argumentos, la más esmerada educación y la enseñanza más cuidadosa serían completamente inútiles. Esa libertad sería el peor castigo y la peor maldición para el hombre, y la única esperanza de obtener un bien duradero para nuestra especie consistiría en aniquilar esa libertad, haciendo más estrecha la relación entre la conciencia y los actos externos. El hombre virtuoso se hallará siempre bajo el imperio de principios fijos e invariables, y un ser semejante al que concebimos bajo la idea de Dios, no podrá ejercer jamás esa libertad, es decir no podrá actuar jamás de un modo arbitrario y, tiránico. De un modo absurdo, se presenta el libre albedrío como indispensable para que la mente pueda concebir principios morales. Pero lo cierto es que en tanto que obramos con libertad, en tanto que procedemos con independencia de todo móvil, nuestra conducta es también independiente de la moral y de la razón, siendo imposible discernir elogio o censura a un proceder tan caprichoso”».

Los acelerados y enormes conocimientos que la humanidad adquirió a través de la ciencia durante casi todo el siglo XIX apoyaron de manera abrumadora las teorías deterministas, pero las consecuencias filosóficas a que lógicamente habrían de llegar esas concepciones representan una revolución demasiado radical para el pensamiento clásico, el monolítico pensamiento clásico que los grandes científicos y filósofos materialistas han intentado perforar a través de los siglos, desde Demócrito hasta nuestros días; por ello el determinismo, como el ateísmo, ha sido aceptado sólo por reducidos grupos de personas que lograron liberarse de la influencia aplastante de las creencias generales.

Esto acontece en el propio campo científico, sobre todo apoyándose en la hipótesis de los quanta, dada a conocer en 1900 por el físico alemán Max Karl Ernst Ludwig Planck (1858-1947), consistente en el descubrimiento de una fórmula que determina una cuantificación mínima de la energía. Esta discontinuidad de la propia energía apoyó las concepciones indeterministas al establecer una laguna o separación entre una fracción y otra de energía, por lo que la relación de causa y efecto quedaba trunca en las manifestaciones más esenciales de la vida a partir de esas discontinuidades. De aquí partió una especie de renacimiento científico del libre albedrío que ha venido perdurando hasta nuestros días, sobre todo con el apoyo del principio de indeterminación formulado por Heisenberg (1901-1976), basado en la mecánica cuántica.

No es este libro terreno apropiado para introducirnos en esta polémica, aunque seguramente que Godwin no hubiera permanecido impasible ante ella, defendiendo con mejores argumentos aún sus concepciones deterministas y las consecuencias que de ellas han de aceptarse. En los tiempos de Godwin se conocían muy elementalmente las características fisiológicas de los procesos mentales; por eso su determinismo ha de apoyarse en elucubraciones, de lógica irrebatible, pero no en razones de ciencia experimental, como es posible hacerlo hoy en razón del conocimiento que tenemos de las raíces fisiológicas de todos los procesos sicológicos.

Queremos destacar con estas afirmaciones que William Godwin fue un pensador tan profundo que deducía consecuencias filosóficas y sociales de una evidencia aplastante en cuestiones muy difíciles de analizar en su época, ayuna aún de la riqueza de conocimientos científicos de que podemos disponer hoy.

Y no se detiene en lanzar la teoría y abandonar las consecuencias, sino que trata de afrontarlas y dilucidarlas sin salirse de la lógica natural del curso general de su pensamiento. Así, en el capítulo VI del mismo libro IV, que titula “Inferencias de la doctrina de la necesidad”, entre otras argumentaciones dice:

¿Es el determinismo incompatible con la existencia de la virtud?

«”Considerando que la doctrina de la necesidad moral ha sido suficientemente fundamentada, veamos las consecuencias que de ella se deducen. Esa concepción nos presenta la idea de un universo íntimamente relacionado e interdependiente en todas sus partes, donde, a través de un progreso ilimitado, nada puede ocurrir sino del modo en que realmente ocurre. En la vida de todo ser humano incide una cadena de causas y efectos, generada en la eternidad que precedió a su nacimiento, la que continúa su sucesión a través del periodo de su existencia y en virtud de la cual el hombre no pudo actuar de otro modo que como lo hizo...”.

“¿Es esta concepción de las cosas incompatible con la existencia de la virtud?”

“Si entendemos por virtud la acción de un ser inteligente, dotado de un poder discrecional, de modo que, bajo determinadas circunstancias, puede o no actuar de cierto modo, es indudable que la virtud queda aniquilada”.

“Pero la doctrina de la necesidad no subvierte la naturaleza de las cosas. La felicidad y la miseria, la sabiduría y el error serán siempre diferentes entre sí y siempre habrá relaciones entre ellas. Donde existen diferencias hay causas para la preferencia y el deseo o la indiferencia o aversión. La felicidad y la sabiduría son cosas que incitan nuestra simpatía, así como merecen rechazarse el error y la miseria. Por consiguiente, si entendemos por virtud ese principio que nos hace preferir lo primero sobre lo último, es evidente que su existencia no queda disminuida por la doctrina de la necesidad…”.

“Pero si la doctrina de la necesidad no destruye la virtud, tiende a introducir un gran cambio en nuestras ideas a su respecto. De acuerdo con esa doctrina, será absurdo que un hombre diga: “yo quiero esforzarme”, “trataré de recordar” o aún “yo haré esto”. Todas esas expresiones implican que el hombre es o puede ser algo distinto a lo que las circunstancias hacen de él. En otro sentido, sin embargo, es suficientemente capaz de realizar esfuerzos. Si tuviéramos siempre noción de ello, nuestra mente no estada menos ardientemente animada por el amor a la verdad, a la justicia, a la humanidad, al bien común. Tendríamos mayor firmeza y sencillez en nuestra conducta, sin malgastar energías en estériles luchas y lamentos, sin apresurarnos en infantil impaciencia, observando más bien los acontecimientos con sus inevitables consecuencias, entregados tranquilamente y sin reservas a la influencia de las amplias concepciones que inspira esta doctrina”.

“En cuanto a nuestras relaciones con los demás hombres, en los casos en que pudiésemos contribuir a instruir y perfeccionar su mente, les dirigimos nuestras exhortaciones y enseñanzas con doble confianza. El creyente en el libre albedrío puede albergar escasas esperanzas al exhortar o corregir a su discípulo, ya que supone que la más clara exhibición de la verdad es impotente cuando choca con la arbitraria e indisciplinada facultad de la voluntad; mejor dicho, si fuera consecuente con su doctrina, reconocería que no podría tener efecto alguno en tal caso. El «necesarista», por el contrario emplea antecedentes reales y tiene derecho a esperar efectos reales”».

El concepto consuetudinario de la justicia es incompatible con el determinismo

A continuación se extiende Godwin en amplias consideraciones en relación a las, implicaciones que la teoría de la necesidad (o determinismo, para emplear un término más familiar a nuestro lenguaje actual) lleva consigo en cuanto al problema del castigo o la recompensa y, como consecuencia lógica, a la noción de criminología y jurisprudencia.

El pensamiento jurídico y las legislaciones de todos los países en todas las épocas de la historia, desde el Código de Hammurabi hasta nuestros días, se han basado en el principio de la responsabilidad y el castigo, como derivación de la concepción filosófica cimentada en la aceptación del libre albedrío. Ese fenómeno tampoco escapa al análisis de Godwin y anuncia un concepto diferente de la justicia criminal, basamentado en el análisis de la conducta desajustada a los cánones normales de la convivencia armónica, para encontrar las causas de esa conducta anormal y establecer una profilaxis que prevenga y evite la conducta criminal (entendiéndose por conducta criminal el comportamiento perjudicial a la convivencia armónica) antes que establecer el castigo o la venganza, que son la base misma de la justicia establecida y consuetudinaria.

También en esto fue Godwin un verdadero precursor, pues las más modernas tendencias de la criminología se basan en ese principio, y en algunas naciones el procedimiento jurídico actual está en alguna medida influido por estos principios, otorgándole al sicólogo un papel tan importante como al del propio juez en el análisis de la conducta criminal.

En su génesis y en su esencia misma, el concepto que la humanidad ha tenido siempre de la justicia ha permanecido idéntico en el espacio y el tiempo. Siempre, la idea de justicia se ha unido a las ideas de responsabilidad y de libre determinación. Si no se hubiera considerado al ser humano posesor de esa libertad de proceder, bien o mal, según pluguiese a su libérrima voluntad, no se hubieran considerado dignas de recompensa o castigo las acciones humanas, ya que sólo puede ser digno de recompensa el ser humano que, puesto en la disyuntiva de obrar bien o mal en determinada circunstancia, sin ninguna otra fuerza que lo incline a ello, su voluntad lo induce hacia la obra buena. Y en iguales circunstancias, sólo es merecedor de castigo el que, puesto en la misma disyuntiva, sin ninguna fuerza, tampoco, que lo incline al mal, su voluntad lo lleva hacia la mala obra. Sin esa idea raíz, todo el árbol de la justicia histórica se derrumba. Y es curioso señalar, y muy digno de estudio, el hecho permanente en el decurso de la historia de que en todos los códigos de todos los lugares y de todas las épocas esa idea raíz sirve de base y esencia a todo el engranaje de los conceptos jurídicos, aun a los que rigen la justicia de las civilizaciones modernas.

La idea de que el ser humano tiene una voluntad libérrima que rige todos sus actos, que es superior y ajena a la vida física de ese mismo ser, va unida, indisolublemente, a la otra idea del dualismo humano concerniente a la doble existencia, física y espiritual, de nuestro género. Es la concepción espiritualista que es signo permanente en todas las religiones. No hay libre determinación sin voluntad, ni voluntad sin espíritu, ni espíritu sin religión. De donde podemos deducir que el concepto clásico de la justicia es esencialmente religioso.

Y ese concepto librealbedrista de la justicia ¿se ajusta a las realidades científicas de la naturaleza humana?

 

La genética contra el concepto clásico de la justicia

En los últimos decenios han progresado de una manera asombrosa las ciencias biológicas, y, de entre ellas, la genética ha descubierto horizontes amplísimos sobre la naturaleza humana. Desde que Mendel sentó las bases de la moderna genética hasta nuestros días se han iluminado amplias zonas sobre las bases biológicas del “Homo sapiens” que antes permanecieron siempre en una misteriosa oscuridad. Y estas regiones iluminadas ahora y casi completamente conocidas concuerdan poco con el concepto clásico de la justicia basada en el voluntarismo.

La observación ha demostrado que en los organismos superiores, incluso el hombre, la existencia del individuo comienza en dos piezas distintas procedentes de dos individuos que llamamos progenitores, y su vida se inicia cuando esas dos piezas se unen para formar una célula. En su primera fase, el nuevo individuo es una sola célula con un solo núcleo, el huevo fertilizado. Esta célula se divide y subdivide hasta formar el cuerpo entero, compuesto por millones de células.

Por experimentaciones, se ha podido comprobar que la célula original contiene un gran número de sustancias distintas y separables que aparecen ante el microscopio como partículas diminutas. Sabemos que los individuos comienzan su existencia con determinados juegos de esas sustancias y que su desarrollo, lo que llegan a ser, las características que adquieren, las particularidades que presentan, dependen, en igualdad de condiciones, de la serie de sustancias con las cuales se inicia esa existencia. Eso es lo que consideramos biológicamente como su herencia. Actualmente se conoce ya mucho sobre los resultados que se obtienen cuando se altera una sola o algunas o muchas de la infinidad de sustancias distintas presentes en la célula original. Algunas combinaciones de esas sustancias dan individuos imperfectos, débiles mentales, deformados o monstruosos. Otras combinaciones dan individuos normales y otras individuos que sobrepasan el nivel medio de su género. Ha quedado probado experimentalmente que las diferentes combinaciones de sustancias producen diferencias en el comportamiento de eso que llamamos la mentalidad.

Esa infinidad de sustancias distintas, que se encuentran en el individuo cuando empieza su desarrollo se hallan en los genes. Los genes existen en las dos piezas procedentes de los dos progenitores que se unen para formar el nuevo individuo. Estos, los genes, existen en la célula-huevo bajo la forma de ínfimas partículas que se agrupan, formando estructuras visibles al microscopio y conocidas bajo el nombre de cromosomas. Los cromosomas, con los genes contenidos en ellos, forman una vesícula, llamada núcleo, en el interior de la célula. La célula-huevo está constituida por una masa de materia parecida a la jalea, llamada el citoplasma, dentro del cual están el núcleo, con sus cromosomas y genes. Se ha comprobado que en los núcleos, los genes vienen a formar algo así como los eslabones de cadenas de pares sucesivos de eslabones.

Se sabe que cada uno de nuestros progenitores nos da una serie completa de genes bajo la forma de cadena de varios eslabones. Como consecuencia, tenemos en cada célula dos de esas cadenas de genes, cada una de ellas completa en sí misma. Por lo tanto, en lo que respecta a nuestros genes, somos dobles. Cada una de las dos series, en una célula, contiene todos los materiales necesarios para producir un individuo: por consiguiente, comenzamos la vida como individuos dobles. Esa doble individualidad se aplica a cada una de las distintas sustancias o genes con los cuales empezamos nuestra vida. Cada clase está presente en cada célula en dos dosis, formando un par de genes. Un gene de cada par proviene del padre y otro de la madre. Este hecho, la combinación apareada de genes, es la clave para comprender la herencia, la naturaleza del ser humano y de casi todos los problemas de la biología.

Cada par de genes tiene una función distinta en el desarrollo del individuo, y los dos genes de cada par tienen la misma función en Pose desarrollo: si uno tiene ingerencia en el color del cabello, por ejemplo, el otro también. Pero aunque los dos genes de un par tengan que efectuar una tarea de la misma índole, cada uno de ellos puede tener tendencia a realizarla de una manera distinta. Uno de ellos, sea el del padre o el de la madre, puede ser defectuoso y tender a realizar un trabajo deficiente. Si se trata del color del cabello, puede tender a producir un albino, con piel y cabello blancos. Si el otro gene es normal, puede realizarse el trabajo sin defecto alguno porque el gene normal suple las deficiencias del gene defectuoso, pero si se da la coincidencia de que los dos genes del par tienen el mismo defecto, infaliblemente, el individuo sufrirá del defecto de que adolecen los dos genes.

Esa doble individualidad de los genes, empero, actúa como un seguro que reduce al mínimo las consecuencias de los defectos de los genes, pues estos defectos son tan comunes que, de no ser por esta doble ración de que se nos dota cuando se nos engendra, la sociedad estaría plagada de individuos defectuosos o tal vez la humanidad ya hubiera perecido.

Sí la conducta es determinada por la herencia y el contorno, ¿qué queda de la voluntad?

Por otra parte, con estos principios, la genética experimental ha demostrado que todas las características del individuo: estructurales, internas y externas, los colores, las formas, los tamaños, las propiedades químicas, las funciones fisiológicas, y hasta el comportamiento, pueden cambiarse cuando se cambian los genes.

También se ha demostrado que el contorno o medio ambiente en que se desarrolla la célula influye igualmente en las características de la misma, de manera que los mismos genes pueden producir diferentes tipos de individuos, según sean unas u otras las condiciones en que se desarrollen. Un individuo e que en condiciones normales sería una hembra podrá, en gran parte, transformarse en un macho, si se hace circular en su cuerpo la hormona masculina o si se extirpan los ovarios y se trasplanta en su lugar un testículo. Un individuo destinado a ser un imbécil o un cretino puede transformarse en una persona normal si se le alimenta adecuadamente con tiroides.

La genética, pues, ha demostrado que el individuo es el producto de las materias base que orientan su desarrollo, los genes y el medio en el cual este desarrollo se efectúa, y que toda su naturaleza responde a esos dos factores.

La conducta, pues, del individuo, con arreglo a esas premisas sentadas por la genética, está siempre determinada por la herencia y el contorno.

Admitido eso, ¿qué queda de la voluntad? ¿Qué es la voluntad, en definitiva? ¿Tiene el individuo, como afirma el concepto clásico de la justicia, la libertad de determinar por su libérrima voluntad sus propias acciones? la genética responde a estos interrogantes con negativas categóricas.

Como consecuencia, un concepto científico de la justicia ha de variar fundamentalmente del concepto clásico que de ella se ha venido teniendo desde siempre. Si se ha comprobado que las acciones humanas están influidas y determinadas por una gran cantidad de factores que se polarizan en la acción misma; si, a la vez, se ha demostrado que aquella acción no pudo ser otra que la que fue y que, en realidad, la voluntad, la libre determinación sobre las cuales se ha basa mentado el merecimiento del castigo o la recompensa, según la calidad de la acción, no pasan de ser nebulosos conceptos nacidos de la primitiva mentalidad religiosa del hombre, la actitud de la sociedad ante la acción del individuo no puede ser la misma. En su esencia, el origen primitivo de la justicia clásica es la venganza. Analizando el problema de la justicia a la luz de la ciencia; conocida la naturaleza humana hasta el grado en que se conoce hoy, el principio vengativo de la justicia debe desaparecer si queremos ser lógicos con nuestros propios conocimientos actuales.

En el momento actual de la historia humana hay una crisis general de valores y una subversión general de conceptos. Todo lo considerado como base en el pensamiento humano, y todos los cauces por los que se han venido desenvolviendo la ética y todas las manifestaciones de las relaciones humanas, se están desmoronando ante las verdades incontrovertibles de la ciencia. El mundo no es como Aristóteles y Platón creían y ha continuado creyendo el pensamiento oficial durante muchos siglos. Y sobre la naturaleza del hombre está demostrando la ciencia cada día que se han tenido siempre conceptos fundamentales erróneos. (Sólo algún que otro pensador, que bien poco influyó en el pensamiento oficial de todos los siglos, intuyó la verdadera naturaleza del hombre y del mundo). Y las ideas que indefectiblemente surgen de las verdades que la ciencia ofrece cada día, son totalmente antagónicas a las que rigieron la vida social de la humanidad en casi toda su historia. De ahí que esté surgiendo una moral completamente nueva y que las ideas de bueno y malo estén sufriendo revisiones profundas; que los conceptos de justo e injusto estén cediendo el paso a los conceptos nuevos y científicos de la justicia; que las ideas base de equidad social se estén desquiciando ante las concepciones anárquicas de la identidad de origen biológico demostrada por la ciencia; que, en fin, se avizore un mundo social completamente diferente, edificado sobre los cimientos de la ciencia, surgido de entre los escombros de este mundo que se desmorona, construido con todos los materiales de la religión.

 

La negación del derecho a castigar es la negación del libre albedrío

En un enjundioso estudio publicado en la revista oficial de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (“la casa del tiempo”, número correspondiente a los meses de enero-febrero de 1982) señala Angel J. Cappelletti, catedrático de filosofía en la Universidad de Caracas (Venezuela), que Bakunin "niega el libre albedrío y el derecho a castigar de la sociedad. Todo individuo humano, sin excepción, no es sino un producto involuntario del medio social y natural. Cuatro son las causas básicas de la inmoralidad del hombre: 1) la carencia de higiene e instrucción racional; 2) la desigualdad en las condiciones económicas y sociales; 3) la ignorancia de las masas, que emana naturalmente de su situación; y 4) la consecuencia inevitable de todas esas circunstancias: la  esclavitud. La educación, la instrucción racional y la organización de la sociedad sobre una base de libertad y de justicia van a tomar el lugar del castigo. Durante el periodo de transición más o menos prolongado que necesariamente seguirá a la revolución social, la sociedad, al tener que defenderse de individuos incorregibles -no criminales sino peligrosos-, nunca les aplicará otra clase de castigo salvo el de colocarlos más allá de los límites de sus garantías y de su solidaridad, es decir, el castigo de expulsarlos”.

«“La negación del libre albedrío es una consecuencia del materialismo; la negación del derecho a castigar, es, a la vez, una consecuencia de la negación del libre albedrío y del principio de autoridad”.

“Si cada hombre es lo que es, porque así lo han hecho la naturaleza y la sociedad (que es una prolongación, o mejor, una parte de la naturaleza) difícilmente se le podría pedir cuentas de lo que hace o deja de hacer”.

“¿Cómo se explican, pues, el crimen, el delito, la inmoralidad? Bakunin tiene para esta pregunta una respuesta acorde con la posición naturalista que ha adoptado. Las, causas de la inmoralidad y del delito (o de lo que así se denomina) son, sin embargo, para él, esencialmente sociales (y no biológicas). Es el medio y no la herencia lo que determina la criminalidad”.

“Los malos hábitos higiénicos y la ignorancia, que son consecuencia de la pobreza, y que, a su vez, generan la esclavitud, son, en definitiva, raíces de toda inmoralidad. El castigo carece, pues, de sentido. Sólo cabe sustituirlo racionalmente por la eliminación de aquellas raíces, es decir por la educación (que acaba con la ignorancia) y por la organización de una sociedad justa (que acaba con la pobreza, la desigualdad, la esclavitud)”.

“Bakunin no ignora ciertamente la necesidad que la sociedad tiene de defenderse de quienes la atacan. Estos no son, en rigor, “delincuentes” (puesto que no son culpables, al carecer de libre albedrío), pero no por eso dejan de constituir un peligro para los demás miembros de la sociedad (como un rayo, una avalancha, un tigre, una epidemia). Es preciso, por tanto, defenderse de ellos. Para eso, no es necesario eliminarlos físicamente, ni siquiera encerrarlos. Puesto que se trata sólo de evitar que sigan perjudicando a los otros individuos y a la sociedad, basta con alejarlos, expulsándolos”.

“No tendría sentido, para Bakunin, hablar de la pena como remuneración de una conducta a través de la ley del Talión, pero, en verdad, tampoco lo tendría hablar de la reforma del delincuente mediante la privación de la libertad y la cárcel, cualquiera que fuese la modalidad de la misma”.

“Por otra parte, ¿puede imaginarse una pena mayor que la expulsión de la sociedad y la negación de toda solidaridad y ayuda?”

“«La negación del libre albedrío no implica la negación de la libertad. Por el contrario, la libertad representa el corolario, el resultado directo, de la necesidad natural y social»”.

La negación del libre albedrío no implica la negación de la libertad

“Bakunin niega el libre albedrío desde un materialismo determinista que considera la naturaleza como un todo regido por inflexibles leyes mecánicas. Admitir la existencia de un acto libre de la voluntad equivaldría a admitir una excepción en esas leyes, una ruptura y un nuevo inicio en la universal cadena de las causas.

“EI hombre, en cuanto parte de la naturaleza, debe interpretarse, según él, como un ente plenamente natural, cuyo comportamiento se explica por las leyes de la naturaleza, de las cuales las leyes de la sociedad forman parte. Acudir a la idea de la voluntad libre, que se autodetermina (en mayor o menor grado), implicaría, dentro de tales supuestos, acudir a un factor sobrenatural y aun milagroso; comportaría un tácito reconocimiento de una instancia superior y extramundana. El antiteologismo de Bakunin postula y exige su determinismo”.

“Pero la libertad, entendida, según explicará más adelante, como capacidad de emanciparse de la naturaleza por medio de la ciencia y de la técnica y de disponer de sí mismo frente a cualquier otro hombre o grupo de hombres e inclusive frente a la sociedad, es el resultado del determinismo natural y social, en cuanto lo supone, y en cuanto no podría darse sino a partir de él. En la primera nota a esta tesis dice Bakunin: «El hombre no es libre con respecto a las leyes de la naturaleza, que constituyen el primer fundamento y la condición necesaria de su existencia. Ellas lo penetran y lo dominan, así como penetran y dominan todo lo que existe. Nada es capaz de sustraerlo de su fatal omnipotencia; cualquier intento por rebelarse lo llevaría al suicidio. Pero, gracias a la facultad inherente de su naturaleza, por virtud de la cual se hace consciente de su medio y aprende a dominarlo, el hombre puede liberarse gradualmente de la hostilidad natural y aplastante del mundo externo -tanto físico como social- con la ayuda del pensamiento, del conocimiento y de la aplicación del pensamiento al instinto nativo, o sea, con la ayuda de su libertad racional»”.

 

En el horizonte biológico se manifiesta convincentemente el determinismo

“En su última época anarquista y atea, Bakunin adopta íntegramente, como hemos repetido varias veces, una concepción materialista del mundo y del hombre. El determinismo es la primera consecuencia de este materialismo. El hombre es parte de la naturaleza y está sometido, como todas las demás partes de la misma, a leyes fijas universales e inflexibles que rigen su conducta y determinan su ser. Llena a atribuir a tales leyes una “fatal omnipotencia”, lo cual implica un inevitable sometimiento de cada ente y, por tanto, también del hombre. Cuando éste pretende -y, sin duda, muchas veces lo ha hecho en el curso de su historia- rebelarse contra la naturaleza, en el sentido de negar sus postulados y contradecir sus leyes, no ha hecho otra cosa más que suicidarse. En sus Consideraciones filosóficas sobre el fantasma divino, sobre el mundo real y sobre el hombre, desarrolla extensamente el tema de la voluntad y la inteligencia del hombre dentro de la concepción materialista y determinista”».

En el amplio horizonte de la biología también se manifiesta el determinismo de manera harto convincente. En alguna oportunidad se creyó que entre la biología y las otras ciencias había un abismo insondable. Según ese criterio los maravillosos fenómenos de la vida no se podían explicar con la grosera sencillez que se conciben los demás fenómenos naturales, pero aunque en ese campo aún hay incógnitas que se investigan y no han sido descifradas, se ha demostrado por los conocimientos que hasta ahora tenemos que todos los fenómenos de esta ciencia estén regulados por los principios generales del determinismo.

No es raro que pervivan con insistencia las explicaciones teológicas y metafísicas en biología, puesto que el conocimiento en esta ciencia está condicionado a los conocimientos de otras disciplinas, como la matemática, la física y la química. Ello explica que, en cierto modo, el desenvolvimiento de esta ciencia tenga que seguir con cierto retraso al desenvolvimiento de algunas de las otras ciencias.

Es un hecho ampliamente demostrado que el movimiento es una característica de la vida como lo es de cualquier otra clase de proceso del universo. Desde la acción del protoplasma, que es el resultado de las modificaciones operadas en su propio seno, hasta las actividades biológicas más complejas de los organismos superiores se tiene una transferencia constante de unas formas de energía y de movimiento a otras formas distintas. Además, las transformaciones biológicas son muy activas, se realizan incesantemente y en sentidos opuestos, y se resumen en el proceso general del metabolismo.

Las peculiaridades de la biología no implican el incumplimiento de las leyes de la física

Mientras las células musculares y las células de las glándulas de excreción ejecutan un trabajo externo considerable, por lo contrario, las células nerviosas y los óvulos fertilizados apenas si lo realizan, y en su lugar ejecutan un trabajo interno fundamental. Así, la demanda, la obtención y el consumo de energía para la conservación y el funcionamiento de la estructura interna son características de los organismos. Pero la posesión de tales cualidades no constituye en modo alguno el incumplimiento de ninguna de las leyes de la física, porque el sistema formado por el organismo no se encuentra aislado, sino que, por el contrario, está íntimamente conectado y de manera recíproca, con el exterior, y esto ocurre así tanto para la obtención de energía como para la devolución de la misma en otra forma y para el desenvolvimiento de su actividad.

La acción de los músculos se gobierna con arreglo a las leyes de la mecánica y, a la vez, tanto la fase de contracción como la de su restablecimiento en distensión, constituyen procesos químicos activos, por medio de los cuales se transforma primero el glicógeno en ácido láctico y, luego, éste se oxida en parte y en parte se reconvierte en glicógeno disponible para otro movimiento. El esqueleto y los, cartílagos están conformados siguiendo las líneas en que se transmiten los esfuerzos que soportan, en forma enteramente análoga a los diseños estructurales que calculan los ingenieros modernos. La respiración es un proceso similar de la combustión, en el cual se oxidan las grasas y los hidratos de carbono contenidos en las sustancias asimiladas, en tanto que se conservan las proteínas. Por otra parte, la propia estructura y las actividades de los organismos se conservan, dentro de ciertos límites, en medio de todas las vicisitudes que pasan los seres vivos y del intercambio visible y constante que existe entré el organismo y el medio ambiente. Pero, en todo esto no se tiene ninguna prueba concluyente de la existencia de alguna especie de memoria orgánica, por la cual los organismos mantuvieran su estructura y sus funciones; ni mucho menos de que esta conservación estructural y funcional carezca por completo de analogía en el campo inorgánico. Por lo contrario, todo cuerpo físico también posee una estructura definida y ésta se mantiene, dentro de ciertas condiciones, a pesar del intercambio de energía que se produce, de un modo incesante, entre el cuerpo y el exterior. Cuando un conductor transmite una carga eléctrica, sus átomos se encuentran sujetos a un proceso de desintegración y de integración sucesivas, porque entre ellos se produce un intercambio de electrones, en el cual consiste justamente el paso de la corriente eléctrica. Y, sin embargo, el conductor persiste en su estructura, a través de esta sucesión continua de modificaciones discontinuas que se operan en la conformación de sus átomos. Desde la última mitad del siglo pasado, la biología ha podido establecer, con sólido fundamento en los resultados de sus investigaciones, la unidad interna de su propio dominio, al llegar a unificar procesos que ocurren por igual, tanto en las plantas como en los animales. Los mecanismos de la respiración y de la alimentación son fundamentalmente similares en las dos clases de organismos. Sobre la función clorofiliana -que anteriormente se consideraba específicamente peculiar de los vegetales- se sabe ahora que existe en ambos lados de la frontera imprecisa que separa a los animales de las plantas. Algunas especies de animales poseen cloroplastos., en tanto que hay plantas que carecen de esas formaciones y, en general, se ha llegado a la conclusión de que la mayor frecuencia de clorofila en el reino vegetal se encuentra vinculada con el hecho de que las plantas no se desplazan para obtener sus alimentos. Por otra parte, el protoplasma es, en su aspecto general, y en muchas de sus actividades, indiferenciable entre plantas y animales; e igualmente, la célula, como unidad vital y en todos sus caracteres fundamentales, es la misma para animales y plantas. Los procesos de la división celular y de su conjugación sexual son fundamentalmente idénticos en ambos reinos. También en las plantas se observan alteraciones en su generación, correspondiendo enteramente a las que ya se conocían entre las células haploides y las células diploides de los animales. La interdependencia entre animales y plantas se muestra en procesos tales como el ciclo del nitrógeno; y se ha descubierto ampliamente dentro del dominio de la ecología, que es la disciplina que estudia las asociaciones y las relaciones recíprocas que se mantienen dentro ele las comunidades vegetales y animales, y entre unas y otras. En fin, todas las conclusiones obtenidas acerca de la herencia se derivan por igual del estudio de los animales y de la investigación sobre las plantas (recuérdense los primeros descubrimientos de Mendel con el cultivo de los guisantes); admitiéndose asimismo, en este sentido, una semejanza fundamental entre ambos. Con todo esto, además de que la biología se ha -constituido como la ciencia que estudia a la vida desde un punto de vista integral, también se han desarrollado las leyes biológicas con caracteres de universalidad y de determinación similares a los que tienen- las leyes de la física.

Acerca de la regulación dominante del sistema nervioso en la vida de todos los miembros de la serie animal -con excepción de los más inferiores o elementales- se han realizado investigaciones muy detalladas. Estas investigaciones han introducido en la biología la consideración de un conjunto enormemente grande y complejo de sistemas para la transmisión de los impulsos nerviosos. Estos sistemas, cuando están intactos y funcionan normalmente, determinan las actividades, las reacciones y la vida entera del organismo, incluyendo su vida social. En la corteza cerebral se han localizado superficies específicas vinculadas a los movimientos de diferentes partes y de diferentes órganos, otras regiones se encuentran relacionadas con las varias formas de discriminación sensorial, como fa vista, la apreciación de la pesantez, el gusto, la percepción de la posición ocupada, etcétera, en tanto que otras zonas intervienen en la articulación del lenguaje, tanto hablado como escrito. Además, se ha podido descubrir que en la médula espinal residen los de mayor complejidad. Se tiene, pues, una concepción general que explica todas las reacciones, y aun la vida íntegra de los organismos superiores, con un fundamento enteramente objetivo y sin referencia alguna a elementos extraños o metafísicos.

Mediante los reflejos condicionados los sistemas nerviosos se acoplan entre sí

Mediante los reflejos condicionados estos sistemas se acoplan entre sí en las formas más variadas e, incluso, los millones de células nerviosas también se concatenan en infinidad de maneras, de tal modo que, fácilmente, se puede concluir que ningún organismo animal llega a usar más que un número muy pequeño de sus recursos cerebrales, en comparación con el enorme número de sus posibilidades. Por compleja que sea una actividad mental siempre se compone fundamentalmente de conexiones sucesivas, adquiridas y modificables, entre las neuronas. Por tanto, y desde el punto de vista biológico, la libertad, la voluntad y la finalidad no son otra cosa que reflejos condicionados de orden superior.

Es natural que las consideraciones y los resultados anotados no constituyen la última palabra de lo que la biología puede descubrir. Si es fácil advertir, en todos los dominios de la ciencia, que los resultados siempre acusan su carácter de relativa inestabilidad y de manifiesta susceptibilidad de superación, es claro que en el caso de la biología esto tiene que destacarse igualmente. Pero asimismo, en el proceso ininterrumpido de la investigación científica ocurre que los resultados de las investigaciones anteriores no son invalidados por los nuevos cuando aquéllos han sido establecidos correctamente, y las modificaciones que se descubren más bien son como ampliaciones de los conocimientos basamentales. Por tanto, en general, lo que ocurre es una limitación del campo en que se cumplen con necesidad las relaciones conocidas anteriormente, al ponerse al descubierto las condiciones definidas de la operación, que parte de las nuevas relaciones establecidas, siempre más amplias y más profundas que las primeras. Entonces, los resultados alcanzados actualmente, a pesar de que su exactitud es relativa, no sólo representan conocimientos sólidos y firmemente establecidos, sino que son, al mismo tiempo, las bases más firmes y precisas para el desarrollo ulterior del propio conocimiento.

De cuanto hemos expuesto acerca de la investigación biológica tenemos que concluir que en ella se destaca el cumplimiento del principio del determinismo. La supuesta estructura teleológica de la biología se encuentra en la última fase de su disolución. Cada avance que ahora se logra, cada vez que se descubre alguna nueva ley dentro de su dominio, se tiene un nuevo aporte para el conocimiento que comprueba de modo creciente el cumplimiento de la causalidad recíproca. Y esta causalidad mutua, si bien posee las características propias de los procesos biológicos, no por ello deja de manifestarse con la misma universalidad con que se observa en otras ciencias.

El anarquismo propicia una moral sin sanción ni obligación

De todos esos razonamientos se derivan concepciones totalmente opuestas a las que han regido a través de toda la historia sobre la aplicación de la justicia. Estas concepciones que consideran que las acciones humanas son determinadas por un complejo más o menos complicado de factores generan una nueva moral y un nuevo proceder en las relaciones entre los humanos, convirtiendo en nulos o nocivos los códigos penales y los sistemas penitenciarios. En otro lugar de esta obra se indicarán las posibles soluciones que podrían aplicarse para establecer un sistema de convivencia armónica sin las nociones aplicadas de castigo o recompensa y la ausencia total de sistemas penitenciarios y aparatos jurídicos.

De todo lo anterior se puede deducir que el anarquismo propicia una moral sin sanción ni obligación, como señala Guyau, que está de acuerdo con el contexto general de su filosofía y los conocimientos actuales de la ciencia.

 

J)     RESUMEN

Ese breve texto de Ricardo Mella que sirve de umbral a esta primera parte de la presente obra podría bastar como enunciado de lo que realmente es el anarquismo como filosofía. Hemos creído necesario, sin embargo, desarrollar a nuestro modo todas las tesis que integran esta parte primera, dado que de todas esas concepciones, que nosotros pensamos que son fundamentales, se derivan todas las otras facetas del anarquismo considerado como una doctrina social que aspira a cambiar las estructuras que regulan actualmente las relaciones de los humanos entre sí. Es probable que aún puedan ofrecerse otras ideas que reflejen de modo más genuino las verdaderas raíces filosóficas del anarquismo. Y hasta es posible que algunos de los, nuevos teóricos que han surgido en el campo anarquista niegue toda validez a las ideas que nosotros hemos expuesto en el desarrollo de esta primera parte, á la vez que brinden nuevos conceptos más acordes con las evoluciones que se han sucedido en el pensamiento moderno. Por ello es que nosotros hemos querido afianzar nuestras propias opiniones con textos de algunos de los teóricos considerados como los maestros más genuinos del pensamiento anarquista. Y aunque parezca reiteración, queremos señalar que no es sólo el anarquismo un sentimiento de rebeldía ante las iniquidades estatales y un anhelo igualitario ante las injusticias económicas, sino que es una concepción integral de la vida que difiere básica y fundamentalmente de las ideas que sirven de plataforma y raíz a todas las estructuras de la sociedad que padecemos. Y esa concepción integral de la vida, cuando menos en lo que nosotros consideramos como sus facetas esenciales, podría estimarse expresada más o menos adecuadamente en las disquisiciones que hemos creído necesario incluir en la primera parte de este libro.

Pensamos que, como resumen, se podría decir que el anarquismo reconoce que los seres humanos forman en la escala zoológica una especie con ciertas peculiaridades fisiológicas que le han permitido un desarrollo particular de su cerebro para hacerlo capaz de un desenvolvimiento en las funciones del pensar que lo sitúan en este terreno, cuando menos aparentemente, a gran distancia de las demás especies animales.

Estas características en la amplitud de su pensamiento lo llevan a tomar consciencia de muchos aspectos de su propia personalidad y de la naturaleza del medio en el cual vive.

En el desarrollo general de su vivir se generan en él necesidades que se convierten en instintos, los que, a su vez, a través del tamiz de su pensamiento, se manifiestan en anhelos, hacia la consecución de los cuales se orienta la conducta.

El anhelo supremo del ser humano es la consecución de la felicidad

El anhelo supremo del ser humano es la consecución de su felicidad; por ella ha luchado a través de toda su historia, sin que, salvo en rarísimas ocasiones de tiempo y lugar, haya conseguido acercarse, sensiblemente, a esa felicidad que siempre anheló.

Entre la complicada red de necesidades que engendran los instintos y los anhelos se destacan dos que pueden considerarse como primordiales en las interrelaciones humanas: el instinto de conservación propia y el de sociabilidad. Estos dos instintos, arraigados en lo más íntimo de la naturaleza humana, forman los principales factores o elementos de su personalidad sin que haya, forzosamente, dicotomía entre ellos, como aseguraron siempre los partidarios del autoritarismo para argumentar en favor de la autoridad necesaria para impedir la lucha permanente y sin cuartel entre los humanos, por lo que es posible y necesario encontrar las estructuras sociales adecuadas para que esos dos instintos puedan armonizarse sin la necesidad del autoritarismo impositivo de todas las formas de gobierno.

De todo lo cual se deduce lógicamente que la libertad es una necesidad y un anhelo imprescindiblemente necesarios para el desarrollo normal de la vida humana.

Los dioses inventados por todas las religiones son falsos, originados por las explicaciones absolutas y simplistas que los humanos quisieron darse a sí mismos sobre los grandes misterios de la vida, misterios que la ciencia va revelando en gran medida a la par que estas invenciones religiosas se muestran manifiestamente irracionales y ostensiblemente ridículas, de donde se deriva un ateísmo natural y lógico que el anarquismo se hace suyo.

Del estudio de la naturaleza del ser humano y del medio en el cual vive se deduce una ética que regula las normas de conducta, realmente acordes con esa naturaleza y ese medio, armonizando sus instintos de conservación propia con los de sociabilidad, de donde se deduce una moral sin sanción ni obligación que tiene como plataforma el apoyo mutuo, producto de unas estructuras sociales en las que la igualdad y la libertad se convierten en realidades en toda su acepción.

De todo ese conglomerado de concepciones brota una idea específica del Derecho Natural, en oposición a los conceptos oficiales e históricos de todas las facetas del derecho y la justicia que han imperado siempre en las sociedades humanas.

Todo ese conglomerado de ideas básicas que forman las estructuras filosóficas del anarquismo se complementan con las definiciones que sobre lo que el anarquismo es como concepción social han dicho muchos de los pensadores anarquistas de todos los tiempos.

Diego Abad de Santillán, uno de los escritores actuales más conocidos del movimiento libertario, al definir al anarquismo afirma que:

«“El anarquismo es un anhelo humanista que no culmina en una ordenación o unas estructuras ideales, perfectas, sin rozamientos de intereses ni ambiciones de poder, en las que el ser humano carecerá de problemas y en las que la vida transcurrirá mansamente, dulcemente. Esos paraísos terrestres los forjan otros, y los presentan como solución suprema, con la ayuda de aparatos de represión muy perfectos: la autocracia, el rey por la gracia de Dios, la democracia de los estamentos, la dictadura del jefe que no se equivoca nunca, infalible como los papas, la dictadura del proletariado, la dictadura de la burguesía financiera o industrial, los regímenes parlamentarios que se proclaman representativos, etc. El anarquismo no está ligado a ninguna de esas construcciones políticas, aunque tenga que vivir, sufrir y desarrollarse en ellas, en unas con mayor amplitud y en otras con menos o constreñido al silencio, no está ligado a ellas, buenas, tolerables, malas, medianas, ni propone un sistema que las sustituya y las supere: se contenta con iluminar sus defectos, sus mentiras, sus insuficiencias, puede ver más justicia para los pueblos en un régimen político que les permita acceso al nivel de decisión sobre los destinos colectivos; puede propiciar una construcción social de abajo arriba, desde los municipios, desde los gremios, desde las cooperativas, desde el mundo del trabajo, intelectual, científico, técnico, manual; pero tampoco adquiere compromiso de entrega al alentar esa modalidad del nuevo organismo político, que suprimiría muchas tensiones y conflictos y permitiría una ordenación más justa de las relaciones sociales y una distribución más equitativa de las riquezas y de las posibilidades del fruto del pensamiento y del trabajo, que es también pensamiento ideal”.

El anarquismo no es una receta política, un programa perfecto ni una panacea

“El anarquismo, pues, no es una receta política, un programa perfecto, una panacea. Más allá de lo que hoy puede parecer ideal, hay siempre algo mejor, más perfecto, un resorte irrompible: el ideal”.

“Se ha dicho que esa falta de programa es la debilidad del anarquismo; sin embargo, está ahí su fuerza, su vitalidad, su piedra angular; quiere la defensa de la dignidad y de la libertad del hombre, yeso en todas las circunstancias y en todos los sistemas políticos, los de ayer, los de hoy, los de mañana. No agota su vigor con un triunfo eventual, electoral o insurreccional, y seguirá su ruta y su resistencia contra toda forma de opresión de unos pocos o de muchos sobre el hombre. Legalmente quedan pocos rastros de la esclavitud y la servidumbre, contra las cuales se ha combatido durante siglos, durante milenios; no se puede negar el progreso en ese punto preciso, y si ayer la supresión jurídica de la esclavitud pudo ser una meta, el anarquismo tiene ante sí siempre la misión de llevar la condición lograda a una meta más luminosa y promisoria: la que disminuya o ponga fin a nuevas formas de esclavitud, de servidumbre, como el asalariado en la época capitalista, y también a la esclavitud y la servidumbre voluntaria”.

“El anarquismo no está vinculado fatalmente a ningún sistema económico, no lo estuvo en la Edad Media cuando prevalecía el feudalismo; no lo estuvo desde fines del siglo XVIII al capitalismo que hizo su aparición con la máquina de vapor; no lo estuvo cuando se propuso y se llevó a la realidad la llamada dictadura del proletariado. Puede existir y reivindicar su derecho a existir como defensa del hombre y de lo humano con el arado romano y la pareja de bueyes, con el tractor moderno de muchas rejas. Su misión es similar en la era de la máquina de vapor y en la era de la energía nuclear”».

Y Rudolf Rocker, tal vez, hasta ahora, la última de las grandes figuras del anarquismo, agrega al definir este ideal:

«“El anarquismo es una corriente intelectual con características propias dentro del pensamiento socialista, cuyos partidarios defienden la abolición de los monopolios económicos y de todas las instituciones coercitivas de carácter social y político. En lugar del orden económico capitalista, los anarquistas pretenden la asociación libre de todas las fuerzas productoras, basada en el trabajo en común, cuyo único objetivo sería la satisfacción de las necesidades de todos los miembros de la sociedad. En lugar de los Estados nacionales, con su sistema deshumanizado de instituciones políticas y burocráticas, los anarquistas aspiran a una federación de comunidades libres vinculadas recíprocamente por intereses económicos y sociales, y que solucionarían sus asuntos mediante acuerdos mutuos y contratos libres”.

“Todo aquel que haya estudiado en profundidad el funcionamiento del actual sistema social, reconocerá qué estos objetivos no sen producto de las ideas utópicas de unos cuantos innovadores llenos de imaginación, sino el resultado lógico de un examen detallado de los desajustes sociales que, en cada nueva fase de las actuales condiciones sociales, se manifiestan de forma más patente y sin máscara. El moderno capitalismo monopolista y el Estado totalitario constituyen los últimos estadios de un proceso que no admite otro desenlace”.

En el anarquismo moderno confluyen el socialismo y el liberalismo

“En el anarquismo moderno confluyen las dos grandes corrientes que, antes y después de la Revolución Francesa, han caracterizado la vida intelectual de Europa: el socialismo y el liberalismo. El socialismo moderno tomó forma cuando los investigadores de la vida social descubrieron cada vez con mayor claridad que las constituciones políticas y los cambios en la forma de gobierno no llegarían nunca a la raíz del gran problema al que llamamos “la cuestión social”. Sus adeptos reconocían que la igualación de las condiciones sociales y económicas en beneficio de todos, a pesar de la belleza de las afirmaciones teóricas, no será posible mientras exista la división en clases de las personas según posean o no bienes, en clases cuya simple existencia excluye de antemano cualquier idea de verdadera comunidad. Y de ese modo llegaron a la conclusión de que sólo suprimiendo los monopolios económicos y mediante la posesión colectiva de los medios de producción podría darse una situación de justicia social, en la que la sociedad se convertiría en una comunidad real y el trabajo humano no se utilizaría para explotarlo, sino para asegurar el bienestar de todos. Pero, tan pronto como el socialismo comenzó a agrupar sus fuerzas y se convirtió en un movimiento, salieron inmediatamente a la luz ciertas diferencias de opinión debido a la influencia del medio social en los distintos países. Es un hecho que, desde la teocracia, el cesarismo y la dictadura, todas las concepciones políticas han influido en algunas facciones del movimiento social”.

“El anarquismo tiene en común con el liberalismo la idea de que la felicidad y prosperidad del individuo debe ser la medida de todas las cuestiones sociales, así como la de que hay que limitar al mínimo las funciones del gobierno. Sus partidarios han seguido ese pensamiento hasta sus últimas consecuencias y desean eliminar de la vida social toda institución que detente poder político. Si Jefferson expresa el concepto básico del liberalismo con las palabras «el mejor gobierno es el que menos gobierna», los anarquistas dicen por boca de Thoreau que «el gobierno mejor es el que no gobierna en absoluto»”.

El mejor gobierno es el que no gobierna nada

“Al igual que los fundadores del socialismo, los anarquistas exigen la abolición de cualquier clase de monopolio económico, y defienden y prefiguran la propiedad común de la tierra y de cualquier otro medio de producción, del que deben disfrutar todos sin distinción, pues la libertad personal y social solamente puede concebirse sobre la base de una igualdad económica para todo el mundo. Dentro del movimiento socialista, los anarquistas representan la tendencia que afirma que la lucha contra el capitalismo debe ser, al mismo tiempo, una lucha contra todas las instituciones coercitivas que detenten el poder político, porque en el curso de la historia la explotación económica siempre ha ido acompañada por la opresión política y social. La explotación del hombre por el hombre es inseparable de la dominación del hombre por el hombre, y ambas se condicionan mutuamente”.

“El anarquismo no es una solución definitiva para todos los problemas humanos, ni la utopía es, un orden social perfecto (como se le ha llamado a menudo), puesto que, en principio, rechaza todo esquema y todo concepto absolutos. No cree en ninguna verdad absoluta ni en ningún objetivo final definitivo para el desarrollo humano, sino en una perfectibilidad ilimitada de los modelos sociales y de las condiciones de vida humana, que siempre se esfuerzan por llegar a formas más altas de manifestación y a las que, por esa misma razón; no se les puede asignar un límite preciso ni fijar un fin definitivo”.

“EI anarquismo reconoce solamente la importancia relativa de las ideas, las instituciones y las condiciones sociales. No es, por consiguiente, un sistema social cerrado e inamovible, sino más bien una tendencia bien definida de la evolución histórica de la humanidad que, en oposición a la tutela intelectual de todas las instituciones clericales y estatales, lucha por el despliegue libre y sin trabas de todas las fuerzas vitales individuales y sociales. La libertad misma es un concepto relativo y no absoluto, puesto que tiende constantemente a ampliar su ámbito de acción y a abarcar círculos cada vez más amplios en múltiples esferas. Para el anarquista, la libertad no es un concepto filosófico abstracto, sino la posibilidad vital concreta de que cada persona desarrolle plenamente todas las capacidades y aptitudes de que le ha dotado la naturaleza para ponerlas a disposición de la sociedad”.

“De esa concepción del mundo nace y extrae su fuerza el anarquismo”».

Porque el anarquismo compatibiliza esas concepciones generales de la vida, frecuentemente inmersas en sabores utópicos, con las realidades crudas, amargas y punzantes de la vida cotidiana. De ahí su rebelión permanente y su andar constante hacia lo ideal.

Y en esta primera parte que terminamos hemos intentado esbozar los que nos parecen aspectos fundamentales de las concepciones filosóficas y científicas sobre las que puede cimentarse más sólidamente este ideal nuestro cuya estructuración doctrinaria es tan compleja y tan sencilla como la vida misma.

 

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