¿QUÉ ES EL ANARQUISMO?

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Benjamín Cano Ruiz

 

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 SEGUNDA PARTE

 

SOCIOLOGÍA DEL ANARQUISMO

¿Qué es la sociedad? Una agrupación indefinida de individuos. Y una agrupación indefinida de individuos, un agregado si se quiere, ¿es algo distinto de éstos, que puede más, que vale más que éstos? En rigor, la sociedad es una abstracción de nuestra mente, necesitada de expresar de algún modo un conjunto ideal más bien que real... En nombre de la superstición política del derecho social es sacrificada la personalidad humana, desconocido y atropellado el derecho individual… Al amparo del derecho social, por causa de la salud pública, como dicen los revolucionarios mismos, se imponen al individuo toda clase de torturas y de vejámenes… El derecho social es la encarnación política de la idea de Dios... El derecho social, juntamente con la ley de las mayorías, representa la eterna lucha de los pueblos, el sacrificio del individuo, la anulación del pensamiento y la muerte de los más caros afectos.

Ricardo Mella

 

 

A)    DEFINICIÓN PRELIMINAR

En el desarrollo de toda esta obra venimos señalando que el anarquismo estima que las principales estructuras de la sociedad actual están impregnadas de injusticias y errores, y que para conseguir ese relativo bienestar a que la humanidad aspira, esas estructuras han de ser derruidas para que en su lugar nazcan otras normas de convivencia más justas y más libres.

En la época en que vivimos ya es de consenso general que los cimientos sobre los que se asienta todo el edificio de la actual vida social son imperfectos y requieren cambios fundamentales. Hasta los propios gobernantes de casi todos los países lo reconocen cuando hablan de la injusta repartición de la riqueza, del respeto a los derechos humanos y de la necesidad de estabilizar una paz que ellos mismos no saben cómo establecer.

Desde sus albores, el anarquismo ha criticado las normas esenciales de la sociedad autoritaria como premisa para proponer la elaboración de una sociedad nueva. Es la consecuencia lógica de todo pensamiento renovador. Si se proponen nuevas normas es porque las normas viejas se consideran inadecuadas o perjudiciales. Todas las revoluciones han tenido como génesis, de manera más o menos profunda, ese sentimiento renovador. Así se manifiesta la necesidad imperiosa del cambio ante las imperfecciones o ruindades de lo estatuido.

Tal vez una de las características más visibles del anarquismo ha sido su permanente crítica social y, como consecuencia de ella, su lucha activa centra esos estamentos que han formado siempre la base de la sociedad autoritaria.

Hay un aspecto desconcertante al que el anarquismo ha prestado poca atención

Pero hay un aspecto verdaderamente desconcertante al que el anarquismo histórico ha prestado muy poca atención (debido sin duda a su fe en el sentimiento justiciero, espontáneo e innato en las grandes multitudes: el pueblo), que consiste en esa evidente realidad de lo que Etienne de la Boëtie llamaba servidumbre voluntaria. Porque no solamente es la fuerza autoritaria y la opresión esclavizante lo que mantiene a través de los siglos los armazones de una sociedad que aplasta todos los valores humanos, sino que en el mantenimiento de esa situación desempeña un rol importante el consentimiento y hasta la colaboración de las grandes multitudes, fenómeno cuya anatomía habría de menester un espacio y un tiempo que no entran en el plan de este libro. Empero, es oportuno señalar que casi todos los grandes clásicos maestros del anarquismo sufrieron un espejismo proletarizante que les impidió analizar con la acuciosidad necesaria todos los factores contribuyentes al mantenimiento de una arquitectura social que ellos mismos consideraron merecedora de todos los desprecios y por cuya destrucción lucharon con todo el fervor de que fueron capaces.

Aunque se pueden encontrar esencias del pensamiento anarquista en muy lejanas profundidades de la historia, como movimiento, el anarquismo nace a la par que las primeras organizaciones proletarias y casi todos los grandes maestros del anarquismo pusieron en esas organizaciones unas desmesuradas esperanzas creyéndolas expresiones genuinas y heroicas de todas las reivindicaciones que habrían de operar el gran cambio estructural que posibilitaría el establecimiento de la sociedad nueva. Y ese espejismo cegó y entusiasmó a todos los primitivos y verdaderos socialistas. El proletariado se convirtió, así, en un fetiche poseedor de todas las virtudes y víctima inconforme de las perversas maneras de organización social. Y así fue cómo los anarquistas no se apercibieron de la contribución de las grandes multitudes (y del proletariado como consecuencia) al mantenimiento de las nefastas maneras del vivir cotidiano. Porque no fue ni es cierto que el proletariado esté anheloso por establecer un sistema de convivencia donde imperen la equidad, la justicia y la libertad. Esos anhelos de libertad, justicia y equidad se dan multitudinariamente en muy pocas ocasiones de tiempo y de lugar, y el mantenimiento del statu quo explotador y esclavizante se debe en gran proporción a esos fenómenos que Etienne de la Boëtie trató de señalar en sus estudios sobre la servidumbre voluntaria.

Probablemente que esa actitud multitudinaria que acepta y contribuye al mantenimiento de unas normas sociales donde diariamente mueren de hambre miles de seres mientras se emplean riquezas enormes en armamentos que exterminan, ya, cotidianamente, a sectores amplios de esas mismas multitudes y amenazan con destruir a todo el planeta, se deba al efecto alienante de los factores sicológicos que tan hábilmente manejan las clases dirigentes, pero aunque sea doloroso, desesperante e incomprensible, hay que admitir que esa alienación es hoy aceptada de buen grado -exceptuados no muy grandes sectores- por esas multitudes que son sus propias víctimas. Algunos modernos anarquistas se aperciben de ello, como puede deducirse del siguiente llamado hecho por Elma González, anarquista argentina, en el número extraordinario de “Tierra y libertad”, de México, correspondiente a mayo de 1983:

 

«“A LOS ANARQUISTAS DEL MUNDO”

“El pesimismo anda rondándome. Quiere hacer presa en mí. Porque estamos, los anarquistas, bajo un cielo como concavidad de plomo, en el que no hay manera de hincar nuestras ideas. Y ni una brecha podemos abrir en él para desde ahí comenzar a limpiar el firmamento. Además, no es de hoy que nos cubre compacto y sin grietas. Diríamos que después de la Guerra en España, poco a poco y sin pausa, este agobio fue creciendo. Aunque nos parecía que la militancia lo vencería al fin. Y seguíamos cinchando tozudamente. Pero ¿de qué se trata? Pues, ni más ni menos, que de la falta de trascendencia de nuestro pensamiento”.

¿Acaso las multitudes del trabajo no son ya campo abonado para la recepción de nuestro pensamiento?

“Sin embargo, esta negrura no nos entenebrece la voluntad de luchar, ni nos amilana, ni nos hace caer los brazos. ¡Nada de eso! Y tan es así, que nos asimos a los cuernos del problema y para llegar al porqué les proponemos comenzar recorriendo algunos de los caminos andados por anarquistas en los últimos 50 años. Dispuestos a analizar las circunstancias, alertas a los aciertos y los errores y humildes y doloridos ante la labor y sufrimiento de los militantes”.

“Pensamos, primero, en lo mejor que ha dado nuestro ideario en ese tiempo. Es decir, en lo actuado y creado, en España, durante la Guerra Civil. En la que los libertarios, asidos a la ética, demostraron la viabilidad de una organización social anti-autoritaria. ¡Gran victoria anarquista! Pero la España fascista terminó con la experiencia y sus hacedores que fueron muertos y encarcelados. Mientras que los que escaparon al infierno ganaron el exilio. Y ahí donde llegaron reiniciaron la militancia vigorosa y tesonera. Pero no lograron calar hondo a pesar de la apasionada militancia española. Entonces pensamos: sólo el pueblo español está especialmente dotado para que en él prenda el anarquismo. Sin embargo, más tarde, muerto Franco, tampoco los compañeros lograron levantar un movimiento de igual envergadura al que brilló en la década del 30, por ejemplo. Pero ¿por qué? ¿Porqué, madre mía?, me pregunto angustiada”.

“También, en Argentina, había en el 30 una comunidad anarquista aguerrida y fuerte y a la que se oía, que fue muriendo poco a poco. Primero, como un rudo y certero golpe en el plexo solar, se desató la represión uriburista, violenta y exhaustiva. Cárcel y confinamiento y la aplicación de la Ley de Residencia a los extranjeros desgajó a hombres, grupos y organizaciones. Pocos años después se abrieron para ellos las prisiones y apenas repuestos, aunque raleados, volvieron a la lucha con igual brío y tesón. Sin embargo, tampoco en mi país, como en España, el movimiento anarquista alcanzó el antiguo esplendor. Y entonces, se vio clarito que había cambiado, en el pueblo, la actitud receptora de ideas de libertad y justicia. Fue el momento que, en los trabajadores, afloró, creció y se agigantó el egoísmo, sucio y pegajoso con el que buscó conveniencias personales. Sin duda, Perón enalteció esta actitud. Pero ahí estaba para nuestro asombro. Los obreros, entonces, se transformaron en pedigüeños que limosneaban mayores salarios y toda clase de indecentes prebendas, como si la justicia social estribara en que un padre consentidor, en este caso Perón, les llenara las alforjas. Con un colofón más degradante aún: todo se les concedía a cambio de la sumisión incondicional y eterna; y este lacayismo sigue hoy imperando en el movimiento de la CGT”.

“En estos dos casos de apocamiento de sendos movimientos anarquistas hay circunstancias diferentes. Pero hay semejanzas en el comienzo y en el final de los procesos. Ya que ambos comenzaron con dictaduras, cabalmente represivas. Y también, ninguna de las dos terminó con los anarquistas, que regresaron a la lucha con igual garra. Entonces, me repito: ¿Por qué? ¿Acaso se cerraron los oídos del pueblo para nuestra prédica?”

“Pero hay algo más, que no se relaciona con nosotros, que debemos conocer. Se trata del liberalismo, al que han erradicado con desprecio de las luchas políticas. Pues bien, la Filosofía liberal de Locke tiene de interesante y atendible el que considera, a la defensa del hombre, principal motivo de su pensamiento. Según el liberalismo el Estado es creado por los hombres, que le ceden unos pocos de sus derechos para que los defienda. Pero es condición sine qua non qué siempre debe estar por debajo del individuo. Y el querer salvaguardar al hombre frente al Estado ha convertido a los liberales de hoy en los leprosos de un campo político en el que el autoritarismo brilla sin mácula. Es decir, tampoco nada de estatistas tibios en el mundo de hoy. O rígidos mandones o el ostracismo”.

“Y llegamos a lo que nos parece una conclusión lógica. La para nosotros perentoria necesidad de libertad y justicia ha dejado de ser esencial en los hombres. ¿Ha triunfado, entonces, el principio de autoridad y la libertad y la justicia sólo son prejuicios burgueses, como dicen los marxistas? ¡Oh! ¡No! Sólo una mutación en la especie puede producir tal trastroque. Y sería monstruoso. Lo que pasa es que el hombre de hoy, en el mundo, encerró en lo más profundo de él a la libertad y la justicia junto con el poder de decisión personal. Y así, nada se opondrá a que haga estrictamente lo que el gobierno, el jefe, el director, el capataz le manden. No vaya a ser que lo echen, le descuenten o le retiren prebendas. Y esta es la gran tragedia para los anarquistas, porque no hallamos el camino hacia esos hombres”.

Los grandes sindicatos sirven de salvaguarda al gran capitalismo

“¡No! No estoy entregada al pesimismo. ¡Nada de eso! Porque aun inmersa en esta selva, sucia por falta de ética, sueño, pero de pie y lista, con abrir “una picada” para después ensancharla, con los compañeros, a pico y pala, hasta convertirla en camino”.

“Por todo esto, llamo a todos los anarquistas del mundo. Respondan”».

También, Víctor García, el conocido autor de diversas obras sobre el movimiento anarquista en muy diversos lugares de nuestro planeta, en una Antología del anarcosindicalismo que se está imprimiendo a la par que este libro, señala lo siguiente:

“En Norteamérica (EEUU), la Federación Americana del Trabajo, reformista y especie de apéndice del Estado, ha venido a derivar en una organización que sirve de parapeto a los craks capitalistas y bancarios. Uno de los oficios adheridos a ella, el Sindicato del Ramo del Vestir, posee en sus cajas un remanente de 250,000,000 de dólares. Se afirma que esta filial, a raíz del crak bancario de 1930 salvó con su dinero a varios Bancos y a muchos patronos del ramo, quienes obtuvieron préstamos suficientes para hacer frente a aquella bancarrota. De manera que el dinero de las cajas de muertos, como las llamamos en España, sirvió para que el capitalismo en quiebra levantara la cabeza, volviera a rehacerse y afianzara su posición dominante”.

Lo que señala Víctor García para Norteamérica sucede igualmente en las grandes organizaciones sindicales europeas, como en Alemania y Francia. Es decir que los instrumentos que nacieron precisamente para combatir y destruir el sistema sirven, reinvirtiendo completamente su función, para afianzarlo y perpetuarlo.

Y no es solamente en las organizaciones sindicales reformistas y degeneradas donde las grandes multitudes colaboran en la perpetuación del, sistema social que nos avasalla, sino que es en casi todos los aspectos de la vida social. En la época en que escribimos estas notas (1983) el, Papa actual realiza excursiones por el mundo entero en las que acuden simplemente a verlo millones de personas que no tienen los menores deseos de terminar con la falacia de la religión. Y las estadísticas demuestran que más del cincuenta por ciento de la población activa del mundo está actualmente dedicando, sus energías, en muy diferentes formas; a la producción de elementos guerreros o enrolada en los propios ejércitos de todas las naciones, sin que haya noticias de que las multitudes se nieguen a la fabricación de esos armamentos ni al enrolamiento en esos, ejércitos, como se está demostrando diariamente, sino que más bien, como sucedió, recientemente en la -Argentina, en conflicto- con Inglaterra por la posesión de las islas Malvinas, las multitudes, se prestan al juego de los militares que las esclavizan y hasta los alientan en sus decisiones por “la defensa de la patria”.

El prisma bajo el cual el anarquismo ha enjuiciado la sociedad ha pecado de cierto sectarismo

Sería interminable una relación de pruebas fehacientes de cuanto, estamos indicando, pero aunque el tema es merecedor de mucho estudio y atención, no es ése el objetivo de esta obra ni ésa nuestra intención al plantearlo, sino señalar que el prisma bajo el cual el anarquismo ha enjuiciado siempre a la sociedad actual ha pecado de cierto sectarismo que nos ha declinado el olvidar este fenómeno ó a interpretarlo de manera incorrecta, mirándolo siempre bajo el prisma clasista que le atribuye a la clase burguesa todas las ignominias y toda la responsabilidad de las calamidades sociales, por lo que toda la lucha revolucionaria y transformadora se enfocaba hacia la burguesía como sector humano, con preferencia al análisis de las instituciones consideradas como maneras nefastas de organización social, de las cuales en último análisis todos los humanos somos víctimas de alguna manera desde los más poderosos a los más miserables.

Esa inquietud que reflejan Elma González y Víctor García citando como casos significativos a diversos lugares de nuestro planeta, pueden hacerse extensivos al mundo entero, y en algunos momentos esa especie de servidumbre voluntaria ha sido decididamente contrarrevolucionaria y regresiva. Cuando el mayo francés de 1968; cuyo reflejo se hizo sentir en los cinco continentes, los movimientos sindicales mastodónticos, los de gran fuerza; se opusieron por todas partes a los anhelos revolucionarios de las juventudes universitarias, que amenazaban con derruir las estructuras que nos agobian y nos esclavizan. Y en los momentos en que escribimos estas notas se verifican por casi todo el mundo capitalista protestas y manifestaciones contra el armamentismo, pero el gran proletariado no se suma a esas manifestaciones y protestas que son realizadas por escasos humanos sensibles y conscientes que pertenecen a todas las clases sociales, sin especifismos proletarios.

Estos hechos demuestran que los anhelos de transformación social; en nuestra época, no son privativos de la clase considerada clásicamente como proletaria, sino que se manifiestan en los seres humanos con la sensibilidad suficiente para sentir esos anhelos, sea cualquiera la clase social a la que pertenezcan.

Ese fenómeno es realmente un reto para el anarquismo moderno por lo que representa como, revisión de algunos de los postulados de lucha y motivos de estudio del anarquismo clásico, dado que en un análisis o anatomía menos simplista de las estructuras totales de la sociedad que aún vivimos se le han de encontrar al proletariado algunas características negativas que otrora pasaron desapercibidas o que las circunstancias históricas no permitían que se hicieran evidentes. Y el reto es tanto más grave cuanto que la propia militancia actual del anarquismo aún está impregnada de esa esperanza desmedida en las virtudes intrínsecas del proletariado.

De cualquier forma, como el tema es de forzosa polémica en el seno mismo del movimiento anarquista y el libro que estamos confeccionando no es de polémica sino de exposición, habremos de contentarnos con apuntar el fenómeno sin perjuicio de que volvamos sobre él en cualquier otra ocasión.

No obstante, aunque nos veamos forzados a involucrar a todas las clases sociales reconocibles en el mantenimiento de las formas actuales de vida, explotadoras y esclavizantes, alienantes y criminales, bueno será que señalemos, aunque no sea exhaustivamente, los principales basamentos que forman, a nuestro juicio, la real plataforma sobre la que gira el torbellino que las sociedades actuales.

No cabe duda que las estructuras modernas de la sociedad difieren en aspectos importantes de las que servían de basamento a la sociedad en la que se manifestaron los pensadores que se pueden considerar como los fundadores reales del socialismo. Esto convierte en inoperantes algunas de las premisas que éstos establecieron al enjuiciar a la sociedad. Cuando se creó la Asociación Internacional de los Trabajadores, estaba en pleno crecimiento la sociedad industrial, y la división de las clases sociales estaba relativamente bien definida entre burguesía y proletariado. Entonces, los restos de la vieja nobleza se incorporaban al nuevo poderío burgués formando un maridaje tripartita con la Iglesia, de cuyo amasijo nació una nueva clase poderosa situada frente a la clase productora, la que a la par que disminuía el trabajo artesanal se iba convirtiendo en el gran proletariado, que estaba constituido por las multitudes asalariadas.

 

Una época en que el Movimiento Obrero abría una era de esperanza

La división entre estas dos clases era más categórica y clara que en cualquier otro momento de la historia. Y parecía que la lucha entre ambas sería sin cuartel hasta la supervivencia de una u otra. Fue la época en que el Movimiento Obrero abría una era de esperanzas para todas las ramas del socialismo. Nuestros viejos maestros creyeron entonces que el proletariado tenía en su haber la enorme virtud de anhelar una nueva sociedad en la que ya desaparecieran las clases y se instaurara una era de igualdad y justicia verdaderas. Los anarquistas, entonces, creíamos muy firmemente en el triunfo (así inmediato de esos anhelos del proletariado y de las multitudes. Y es que los grandes maestros del socialismo atribuyeron a las multitudes proletarias virtudes que no tienen en su condición específica de multitudes. Y en nuestros días hemos de confesar que el proletariado dejó a su tiempo de ser la gran esperanza al irse acomodando a las nuevas directrices del movimiento obrero en los países donde este movimiento se ha convertido en el más firme sostén del propio sistema capitalista, como señala Víctor García, y se ha sometido hasta desaparecer en los países donde el dominio autoritario del comunismo se lo ha engullido.

Al enjuiciar a la sociedad actual ha de partirse, pues, de premisas distintas a las que sirvieron de base a los viejos maestros cuando, henchidos de entusiasmo cantaban la célebre diatriba:

Esos burgueses asaz egoístas

que así desprecian a la Humanidad

serán barridos por los anarquistas

al fuerte grito de libertad.

La burguesía de aquellas épocas, físicamente personal, gestora directa de sus empresas, en conflicto más o menos agudo, permanente o intermitente, ton sus explotados, apenas existe ya, porque se ha convertido en sociedades o trusts, impersonales, regenteados por empleados de alto nivel, asalariados también, y en última instancia también proletarios, pero que han formado una nueva clase de privilegiados que viven también de un salario, pero rodeados de muchas prerrogativas que les permiten poseer más poder social y mayores recursos económicos que cualquiera de los pequeños burgueses que aún sobreviven sin haber sido aplastados o devorados por la mastodóntica economía.

Este sistema ha engendrado una complicada red de posiciones que encadenan casi sin solución de continuidad todas las condiciones económicas de las diferentes clases sociales que componen la sociedad, desde el mayor potentado al más pobre pordiosero. Cualquier economista o sociólogo se vería en un verdadero aprieto al querer fijar los límites precisos actuales entre la burguesía y el proletariado. Y este fenómeno que muchos revolucionarios clasistas no quieren admitir, origina una sicología multitudinaria que condiciona los anhelos y las apetencias. Y es así que al ser casi imperceptibles las distancias que separan a cada una de las clases de la inmediata superior, las apetencias no son ya de suprimir las diferencias, como sería un verdadero pensamiento revolucionario, sino la de alcanzar el estrato superior de la manera más veloz, muchas veces a expensas de alguna indignidad, como apunta Elma González.

Se esfumaron aquellos anhelos revolucionarios que nuestros abuelos supusieron en las multitudes proletarias

De todo eso resulta que se esfumaron aquellos anhelos revolucionarios que nuestros abuelos supusieron en las multitudes proletarias. Cuando menos así sucede en los países de dominio capitalista. En estos pueblos no se ha extinguido definitivamente la llama revolucionaria que quisiera derruir las engañosas e injustas estructuras actuales, pero esa llama está cobijada en minorías que no se distinguen precisamente por ser específicamente proletarias.

Sobre la situación y los anhelos del verdadero proletariado en los países donde impera la dictadura del proletariado, no es fácil emitir juicios por la coraza que oculta y oprime a esos países, pero es probable que un análisis profundo de ese tema nos recordara de nuevo a Etienne de la Boëtie. Cierto es que alguna que otra vez sabemos que en algunos de esos pueblos se intenta de alguna forma que el yugo que los acogota sea menos tiránico, e incluso, como aconteció en Hungría, se intenta sacudirse definitivamente ese yugo, pero es muy significativo que esos acontecimientos sean de un carácter globalmente popular y no específicamente proletario.

Por otra parte, en nuestro tiempo está ocurriendo un fenómeno cuya manifestación en otras épocas había sido muy débil. Al haberse hecho más extensiva la cultura, dada la gran difusión de los medios comunicativos y fácil accesibilidad actual a los grados de educación superior y medios universitarios, la vida intelectual es menos elitista y los estratos del pensamiento, tanto científico como social, han extendido su base y ya no son patrimonio exclusivo de las clases superiores económicamente, por lo que cada vez son más amplías las capas sociales en las que puede penetrar el sentimiento razonado de lo injustos y criminales que son los estamentos de esta sociedad que padecemos. Es por esto que los movimientos revolucionarios de nuestro tiempo están fuertemente animados y nutridos por seres que se entregan a ellos por ideología, sea cualquiera la capa social de que procedan. Y cabe señalar, porque es la realidad, que sus impulsores casi siempre son gentes de pensamiento.

 

Todas estas reflexiones tienen como objetivo hacernos comprender que en una crítica actual de la sociedad se deben observar algunos factores en un sentido diferente a como hasta hoy habían sido enfrentados por el anarquismo.

No se trata ya, porque es superficial e inoperante, irreal y demagógico, de recurrir a la diatriba clasista antiburguesa, que volcaba todas las infamias en esta clase, ya ella se le acumulaban todas las culpas de la infelicidad humana. Las estructuras de la sociedad no han sido creadas caprichosamente por algunos hombres o por algunas clases empeñados en hacer de este mundo un verdadero infierno. Una basta red de factores, complejos en sí mismos y sólidamente enlazados entre sí, han ido conformando las instituciones básicas sobre las que se asientan los sistemas a los que nos vemos sometidos, ya que todos estamos inmersos en esos sistemas y somos esclavos de ellos. La Familia, la Religión, el Estado, la Economía y todo ese conglomerado de instituciones que englobamos con el no muy apropiado término de civilización, en cualquiera de los grados en que nos ha sido dable conocer hasta hoy, se ha ido desarrollando con el concurso de todos los hombres y con el pesar, casi siempre, también, de casi todos los hombres. Es un error, producto de fuertes anteojeras de odio clasista, pensar que sólo las clases dirigentes han venido moldeando la historia para crear esas instituciones básicas que mantienen el precario equilibrio de nuestras sociedades. Las multitudes que rugían en el circo romano o las que hoy despilfarran sus escasas economías en las canchas de fútbol también esculpen la historia, pues son las mismas que matan sin saber por qué a sus semejantes de otra nación o a los de la nación propia, como se está demostrando en los propios instantes que vivimos.

Cierto es que en algunos momentos de la historia las multitudes se han cansado de soportar injusticias; vasallajes e ignominias y han derrumbado viejas instituciones, con lo que dieron nuevos cincelazos a la historia, pero no debemos olvidar que, siempre, esos movimientos renovadores fueron inspirados, gestados e iniciados por fuertes personalidades o pequeños grupos desgajados, precisamente, en gran parte, de entre todas las clases.

No pretendemos denigrar a las clases dirigidas ni elaborar un panegírico a las élites

Debe entenderse que con estos razonamientos no pretendemos denigrar a las clases dirigidas ni elaborar un panegírico a las élites, sino que nos empeñamos en señalar que un análisis desapasionado, epistemológico, de la naturaleza real del conjunto social en el cual estamos envueltos desbarata el espejismo sectario del clasismo y nos sitúa ante un panorama en el cual, se mueven un número muy considerable de factores impersonales en los que se encuentran involucradas todas las clases y que no son determinados por la voluntad expresa de una clase u otra, con lo que deducimos que la célebre lucha de clases, teoría en la que se apoyaba Marx para explicar todo el discurrir de la historia, es una falacia sin verdaderos fundamentos científicos. Casi nunca en la historia han estado las clases categóricamente definidas en dos bloques. Ni siquiera en los periodos más negros de la esclavitud las clases han estado claramente delineadas ni decididamente enfrentadas. En la vieja Mesopotamia, en la civilización asirio-caldea, en todas las épocas del legendario Egipto y en todo ese larguísimo periodo anterior a nuestra Era, en el que los humanos también hubieron de vivir en sociedad, y en los cuales casi siempre imperó un gran despotismo y una gran miseria, desde el rey considerado casi un dios hasta el esclavo conquistado en la última guerra hubo siempre una serie de clases formando una cadena cuyos eslabones se entrelazaban más o menos sólidamente desde el esclavo considerado como una bestia de carga o de placer, pasando por el liberto (maestro o filósofo unas veces; capataz sanguinario, otras), el pobre artesano libre, él sacerdote; el militar, el funcionario de gobierno en sus diversas categorías, el comerciante, el hacendado, el caudillo y el rey o emperador y todas las demás categorías que han ido surgiendo en el desarrollo de la historia, han tenido sus peculiares intereses, anhelos y apetencias que los entrelazaban en fa vida total de la comunidad.

Las multitudes que seguían a Mussolini en Italia no estaban totalmente integradas por las clases poderosas, ni las que siguieron a Hitler, ni los ejércitos que siguieron a Franco, ni los soldados que impusieron el fascismo pinochetista en Chile, ni los marines que masacraban a los vietnamitas... ni siquiera el ejército que aplasta a los obreros en Polonia.

Una verdadera anatomía de la sociedad no puede hacerse bajo el prisma simplista y dogmático de la lucha de clases

Por ello es que una verdadera anatomía de la sociedad no puede realizarse a través del prisma simplista y dogmático de la lucha entre las dos clases en que Marx dividía a la humanidad, porque son las instituciones que forman la plataforma en que se asienta todo el edificio social, en las que luchan por sobrevivir todas las clases, las que hay que analizar y viviseccionar para tener un juicio ecuánime -todo lo ecuánime que nos permita nuestra condición de humanos inmersos en esa misma sociedad que queremos viviseccionar- y conocer sus aberraciones y podredumbres para intentar corregirlas y sanearlas de manera que adquiera la sociedad su verdadero carácter de comunidad humana. Porque los males de nuestra sociedad no se reducen a la división en clases -en la infinidad de clases en que realmente se divide-, sino que sus raíces se extienden y profundizan en muy diversos terrenos cuyo conjunto abarca todos los aspectos del vivir.

Los más grandes teóricos del anarquismo, aunque muy difícilmente, llegaron a desprenderse en cierto modo de ese sentimiento clasista del que estaba impregnado todo el movimiento revolucionario de últimos del siglo pasado y principios de éste, y fijaron una especial atención en las instituciones y señalaron, en gran medida, su carácter nefasto. De ahí sus diatribas contra el Estado, la situación habitual de la Familia, la Religión, los caracteres generales de la Economía, la Justicia, la Educación y, en fin, la sociedad entera. También nosotros queremos analizar ligeramente esas instituciones para señalar las razones por las que el anarquismo anatematiza y combate la sociedad actual para proponer nuevas normas de vida social más humanas por ser más justas y más acordes con los anhelos naturales de nuestra especie.

Aunque esa crítica ha sido constante desde los primeros atisbos del pensamiento anarquista, pudiera afirmarse que nadie hasta William Godwin había hecho una vivisección tan real y completa de la sociedad autoritaria: En Investigación acerca de la justicia política William Godwin apunta la posibilidad de que los humanos vivan emancipados de todas las garras del Estado. Por primera vez en la historia moderna se escribe un profundo y convincente análisis de todas las lacras de la sociedad encaminado a esbozar y ofrecer nuevas perspectivas a la humanidad, donde se perciben las nuevas formas de una sociedad en la que el ser humano alcance al fin esa relativa felicidad por la que luchó siempre. Y en ese libro señala los obstáculos que impiden la realización de esas fórmulas y, analizando la sicología del hombre y de la sociedad, anuncia la necesidad de abolir el Estado, que representa el más terrible valladar que se opone al establecimiento de unas normas sociales donde los seres humanos sean realmente libres e iguales en deberes y derechos.

Investigación acerca de la justicia política es una obra en la que se estudia de manera profunda la naturaleza de las agrupaciones humanas y se descubren las razones fundamentales de la infelicidad que siempre ha privado en esas instituciones. Y el análisis de las influencias que esas estructuras ejercen en el carácter social del individuo conduce a Godwin a la conclusión de que actualmente las normas en que se basa la vida social son tan antagónicas a la naturaleza del hombre que forzosamente han de producir la serie interminable de calamidades en que están basados los actuales modos de vivir.

 

Las normas en que se basa la vida social son antagónicas a la naturaleza del hombre

En un pasaje del capítulo segundo de su obra dice Godwin:

«“Mientras investigamos si el gobierno es capaz de mejoramiento, haremos bien en considerar sus efectos presentes. Es una observación antigua que la historia del género humano es poco más que una historia de crímenes. La guerra ha sido considerada hasta ahora como la aliada inseparable de la institución política. Los registros más antiguos del tiempo son los anales de los conquistadores y de los héroes: un Sesostris, un Semíramis y un Ciro. Estos príncipes condujeron a millones de hombres bajo sus enseñas y asolaron innumerables provincias. Sólo un pequeño número de sus fuerzas volvieron en cada ocasión a sus hogares nativos, habiendo perecido el resto de enfermedades, fatigas y miserias. Los males que infligieron y la mortalidad suscitada en los países contra los cuales fueron dirigidas sus expediciones, seguramente no fueron menos que los que sufrieron sus compatriotas. Tan pronto como la historia se vuelve más precisa nos encontramos con las cuatro grandes monarquías; es decir con los cuatro afortunados proyectos para esclavizar al género humano por medio de la efusión de sangre, de la violencia y del asesinato. Las expediciones de Cambises a Egipto, de Daría contra los escitas, y de Jerjes contra los griegos casi parecen desafiar la verosimilitud por las fatales consecuencias que tuvieron. Las conquistas de Alejandro costaron innumerables víctimas, y la inmortalidad de César se calcula que ha sido obtenida por la muerte de un millón doscientos mil hombres. De modo que los romanos, por la larga duración y por la inflexible adhesión a sus propósitos, deben ser colocados entre los principales destructores del género humano. Sus guerras en Italia duraron más de cuatrocientos años, y doscientos su contienda por la supremacía contra los cartagineses. La guerra contra Mitrídates comenzó con una masacre de ciento cincuenta mil romanos, y, en sólo tres simples acciones de guerra, fueron perdidos cincuenta mil hombres por el monarca oriental. Sila, su feroz conquistador, volvió pronto las armas contra su país, y la lucha entre él y. Mario fue seguida de prescripciones, degüellos y asesinatos que no conocieron ningún freno de misericordia y humanidad. Finalmente los romanos sufrieron el castigo de sus malvadas acciones, y el mundo fue vejado durante trescientos años por las irrupciones de los godos, ostrogodos, hunos e innumerables hordas de bárbaros”.

“Me abstengo de enumerar el victorioso progreso de Mahoma y las piadosas expediciones de Carlomagno. No enumeraré las cruzadas contra los infieles, las hazañas de Arungzebe, Gengis Kan y Tamerlán o los grandes asesinatos de los españoles en el Nuevo Mundo. Séanos permitido examinar el rincón civilizado y favorecido de Europa, o aquellos países de Europa que son juzgados como los más ilustrados”.

"Francia fue asolada por sucesivas batallas durante toda una centuria por la cuestión de la lev sálica y las pretensiones de los Plantagenets. Esta disputa terminó poco antes de que Se desencadenaran las guerras religiosas, alguna idea de las cuales podemos formarnos con el asedio de la Rochelle, donde, de quince mil personas sitiadas, once mil perecieron de hambre y miseria; y con la masacre de San Bartolomé, en la que el número de asesinados fue de cuarenta mil. Esta contienda fue apaciguada por Enrique IV, y siguieron la guerra de Treinta Años en Alemania con la supremacía de la casa de Austria, y después los manejos militares de Luis XIV”.

“En Inglaterra, la guerra de Crécy y Azincourt sólo dejó lugar a la guerra de York y Lancaster, y luego, después de un intervalo, a la guerra de Carlos I y su Parlamento. Tan pronto como la constitución fue establecida por la Revolución, estuvimos e mpeñados en dilatado campo de guerras continentales por el rey Guillermo, el duque de Malborough, María Teresa y el rey de Prusia”.

Todos los teóricos del anarquismo criticaron agudamente las formas sociales dominantes

“¿Y qué son, en su mayor parte, los pretextos por los cuales la guerra es emprendida…?”

“Las causas más comunes de guerra son descritas excelentemente por Swift: «A veces la disputa entre dos príncipes se concreta a decidir cuál de ellos desposeerá a un tercero de sus dominios, donde ninguno de ellos pretende derecho alguno. A veces un príncipe disputa con otro por miedo a que éste dispute con él. A veces es emprendida una guerra porque el enemigo es demasiado fuerte, y a veces porque es demasiado débil. A veces nuestros vecinos necesitan las cosas que tenemos, o tienen las cosas que necesitamos; y ambos combatimos, hasta que ellos toman las nuestras o nos entregan las suyas. Es una causa justificable de guerra invadir un país después que el pueblo ha sido asolado por el hambre, destruido por la peste, o dividido por las fracciones. Es justificable entrar en guerra con nuestro más próximo aliado cuando una de sus ciudades está situada convenientemente para nosotros o cuando un pedazo de su terreno es apetecible. Es práctica majestuosa, honorable y frecuente, que cuando un príncipe despacha fuerzas a una nación donde las gentes son pobres e ignorantes, pueda condenar legítimamente a muerte a la mitad de ellas y esclavizar a las demás para civilizarlas y apartarlas de su bárbaro modo de vivir. Es práctica majestuosa, honorable y frecuente cuando un príncipe busca la ayuda de otro para protegerse de una invasión, que una vez que el invasor ha sido expulsado, el auxiliar se apodere de los dominios liberados, y mate, encarcele y destierre al príncipe que fue a socorrer»”.

“Si nos apartamos de los negocios extranjeros de los Estados entre sí y volvemos a los principios de su política doméstica, no hallaremos mayores razones para sentirnos satisfechos. Una numerosa clase de hombres es mantenida en un estado de abyecta penuria y es llevada continuamente por la desilusión y la miseria a ejercer la violencia contra sus vecinos más afortunados. El único medio empleado para reprimir esa violencia y para mantener el orden y la paz de la sociedad es el castigo. Látigos, hachas y horcas, prisiones, cadenas y ruedas son los métodos más aprobados y establecidos a fin de persuadir a los hombres a la obediencia y para grabar en sus espíritus las lecciones de la razón. Centenares de víctimas son anualmente sacrificadas en el altar de la ley positiva y de la institución política”».

Godwin continúa razonando por ese sendero a través de varios capítulos de su obra, aparecida en el año 1793, demostrando los errores, inconsecuencias e injusticias de las estructuras sociales de su tiempo. Después de él, todos los teóricos del anarquismo criticaron agudamente las formas sociales dominantes, tratando de demostrar su irracionalidad, su injusticia y sus crímenes.

Después de Godwin fue Proudhon el gran teórico anarquista que arremetió despiadadamente contra las instituciones sociales de su tiempo. Su célebre expresión “La propiedad es un robo” sintetiza magistralmente toda la esencia de la crítica anarquista de los sistemas económicos. Sobre la autoridad dice en Confesiones de un revolucionario: “Apenas la autoridad fue inaugurada en el mundo cuando se convirtió en objeto de competencia universal. Autoridad, gobierno, poder, Estado -estas palabras designan todas la misma cosa-, cada cual ve en ellas el medio de oprimir y de explotar a sus semejantes. Absolutistas, doctrinarios, demagogos y socialistas volvieron incesantemente sus miradas hacia la autoridad como hacia su polo único”.

«“De ahí ese aforismo del partido jacobino, que los doctrinarios y los realistas no excomulgaron seguramente. La revolución social es el objetivo; la revolución política (es decir, el cambio de autoridad) es el medio. Lo que quiere decir: Dadnos derecho de vida y de muerte sobre vuestras personas y sobre vuestros bienes y os haremos libres... ¡Hace más de seis mil años que los reyes y los sacerdotes nos repiten eso!”

“Cuando por un análisis filosófico se quiere dar uno cuenta de la autoridad, de su principio, de sus formas, se reconoce muy pronto que la constitución de la autoridad espiritual y temporal no es otra cosa que un organismo parasitario, esencialmente parasitario y corruptible, incapaz por sí mismo de producir otra cosa -cualquiera que sea su forma, cualquier idea que represente- que tiranía y miseria. La filosofía afirma, por consiguiente, contrariamente a la fe, que la constitución de una autoridad sobre el pueblo no es más que un establecimiento de transición; que no siendo el poder una conclusión de la ciencia, sino un producto de la espontaneidad, se desvanece en cuanto se discute; que lejos de fortificarse y de crecer con el tiempo, como lo suponen los partidos rivales que la asedian, debe reducirse indefinidamente y absorberse en la organización industrial; que en consecuencia, no debe ser colocada sobre sino bajo la sociedad”.

Todos los partidos que detentan el poder son variedades del absolutismo

“Es por eso por lo que todos los partidos, sin excepción, en tanto que detentan el poder, son variedades del absolutismo, y que no habrá libertad para los ciudadanos, orden para las sociedades, unión entre los trabajadores, más que cuando la renuncia a la autoridad haya reemplazado en el catecismo político a la fe en la autoridad”.

No más partidos”.

No más autoridad”.

Libertad absoluta del hombre y del ciudadano”.

“En tres frases, he ahí nuestra profesión de fe política y social”».

Proudhon, como esencialmente economista que era, al analizar la función del dinero, ese factor base en la economía consuetudinaria, dice entre otras cosas.

«“Entre las mercancías, el dinero y el oro ocupan el primer lugar, ellos ejercen la dirección, ellos predominan”.

“EI dinero es el signo, no solamente del valer, sino de todos los abusos de la propiedad, de todas las servidumbres que impone a la producción, a la circulación, al consumo; de todas las maldades, de todos los crímenes que provoca el sistema de sus extorsiones”.

“Es, pues, el dinero lo que nosotros debemos arruinar, es en la negación del dinero que atacaremos el sistema económico. Se trata de abolir el reino del dinero, como hemos abolido el del hombre; de crear la igualdad de los productos, como lo hemos hecho con los ciudadanos; de dar a cada mercancía la facultad representativa, como hemos dado a todos el derecho del sufragio; de organizar la permuta de los valores sin el intermediario del dinero, de la misma manera que tendremos que organizar el gobierno de la sociedad por todos los ciudadanos, sin que medie la realeza, la presidencia, directorio o representación. En una palabra, se trata de hacer, para el orden económico, lo que queremos para el orden político; sin ello la revolución quedaría truncada y coja”».

Y en lo que concierne al sufragio, universal, la han cacareada conquista de la democracia burguesa, dice Proudhon:

“… y en cuanto a la veracidad del sufragio universal, a la autenticidad de sus decisiones, ¿qué relación hay entre el producto elástico de un escrutinio, y el pensamiento popular, sintético e indivisible? ¿Cómo llegaría el sufragio universal a manifestar el pensamiento del pueblo, cuando el pueblo está dividido, por la desigualdad de las fortunas, en clases subordinadas unas a otras, votando por servilidad o por odio; cuando ese mismo, pueblo, mantenido en abandono por el poder, a pesar de su soberanía, hace oír su voz sobre nada; cuando el ejercicio de sus derechos se limita a elegir, cada tres o cuatro años, a sus jefes y charlatanes…?”. (Citado por Heleno Saña en El anarquismo de Proudhon.)

Aunque todo el desenvolvimiento de las ideas proudhonianas gira alrededor de una crítica severa contra el Estado, podría servir como paradigma de su pensamiento a este respecto esto que dice en Sistema de las contradicciones económicas:

“El Estado es la casta de los improductivos como órgano improductivo de la policía, como productor de la parte del trabajo colectivo que se atribuye, vive únicamente de subvenciones... Permanece, pues, y debe permanecer eternamente en su indigencia nativa, en la improductividad que es su esencia, con sus costumbres de deudor, y en una palabra, con todas las cualidades más opuestas a la potencia creadora, que hacen de él, no el príncipe del crédito, sino el tipo del descrédito. En todas las épocas, y en todos los países del mundo se ve al Estado entretenido, no en hacer salir el crédito de su seno, sino en organizar empréstitos”.

Y sobre la justicia se expresa así:

“La justicia, al salir de la comunidad primitiva, llamada por los antiguos poetas edad de oro, empezó siendo el, derecho, de la fuerza… Del derecho de la fuerza se derivan la explotación del hombre por el hombre, o dicho de otro modo, la servidumbre, la usura o, el tributo impuesto por el vencedor al enemigo vencido, y toda esta familia tan numerosa de impuestos, gabelas, tributos, rentas, alquileres, etc.; en una palabra, la propiedad. Al derecho de la fuerza sucedió el de la astucia, segunda manifestación de la justicia”. (¿Qué es la propiedad?)

En ese mismo libro dice después de unos largos razonamientos en torno a la libertad:

La libertad es un derecho absoluto, porque es el hombre una condición sine qua non de su existencia

“Concretando: la libertad es un derecho absoluto, porque es al hombre como la impenetrabilidad a la materia: una condición sine qua non de su existencia. La igualdad es un derecho absoluto, porque sin igualdad no hay sociedad. La seguridad personal es un derecho absoluto, porque a juicio de todo, hombre, su libertad y su existencia son tan preciosas como las de cualquier otro. Estos tres derechos son absolutos, es decir, no susceptibles de aumento o disminución, porque en la sociedad cada asociado recibe tanto como da, libertad por libertad, igualdad por igualdad, seguridad por seguridad, cuerpo por cuerpo, alma por alma, a vida y a muerte”.

No obstante cuanto llevamos señalado de la crítica proudhoniana a la sociedad de su tiempo, es preciso indicar que Proudhon fue fundamentalmente un teórico anarquista constructivo, pues toda su obra acusa un porcentaje muy alto de ideas sobre futuras organizaciones y normas de vida que pudieran compatibilizar sus altos ideales con el hacer diario. De ahí sus proposiciones de la autogestión obrera, el Banco del Pueblo, el federalismo municipal y muy diversas formas de cambios estructurales. Sus críticas fueron realmente demoledoras y categóricas, pero como prototipo del revolucionario completo sus ideas constructivas fueron de gran valía y aún hoy acuden a ellas los más acuciosos investigadores sociales. Incluso en el campo marxista surgen algunos teóricos que recurren a Proudhon, como ha sucedido recientemente en Italia, lo que ha motivado en aquel país una polémica viva entre los militantes marxistas más destacados e inteligentes.

 

Uno de los grandes teóricos anarquistas que más esfuerzos dedicó a la crítica de la sociedad actual fue Sebastián Faure. Su primer libro de importancia, El dolor universal, es una crítica desmenuzada de las causas del dolor que atormenta a la humanidad como consecuencia de los nefastos estamentos sociales que se ha dado. Después, en el transcurso de toda su vida combatió la falacia religiosa como tal vez no la haya hecho ningún otro pensador en el transcurrir de toda la historia, y su crítica general de la sociedad podría sintetizarse en estas cuantas palabras que se insertan en un apartado de la definición que sobre el vocablo ANARQUÍA hizo el propio Sebastián Faure con destino a la Enciclopedia Anarquista:

“… Los gobiernos, las religiones, las patrias, las morales, tienen ese rasgo común que, en nombre y en el interés -llamado superior- de esas instituciones, los intereses verdaderos del individuo han sido y permanecido siempre desconocidos, violentados, inmolados. Los gobiernos comprimen, oprimen y estrujan al individuo; las religiones le privan de la facultad de pensar libremente y de razonar cuerdamente; las patrias le precipitan, de grado o por fuerza, en las matanzas guerreras; las morales hacen pasar por él las impías obligaciones y los deberes más opuestos a su expansión natural y a la vida normal. Por la ignorancia y la cobardía, mediante la violencia y la represión, todas esas instituciones autoritarias crean dentro de las muchedumbres las mentalidades de esclavos y los hábitos gregarios de que las clases dominantes tienen necesidad para perpetuar el régimen del cual son ellos los exclusivos e insolentes beneficiarios…”.

Algunos anarquistas criticaron preferentemente determinadas facetas del vivir actual

En ese rechazo global de las sociedades que padecemos coinciden todos los anarquistas, aunque algunos dirigían preferentemente sus dardos contra determinadas facetas del vivir actual, como sucedió con toda la vida de militante de Sebastián Faure.

Pedro Kropotkin, contestando a quienes atribuyen al ideal anarquista la expresión genuina de desorden, se expresa así al analizar el orden social que prevalece en las sociedades actuales. Y este análisis de Kropotkin está dirigido a la sociedad capitalista, regida por esa burguesía de los primeros años de nuestro siglo, de lo que resulta que el desorden apuntado por Kropotkin se acentúa de manera extraordinaria en las estructuras que nos encuadran hoy de gran capitalismo y comunismo autoritario, en las cuales el Estado y la tecnocracia están imponiendo nuevos sistemas de esclavitud, explotación, injusticia y barbarie que superan en alienación y robotización a todos los sistemas de imposición y despotismo conocidos hasta ahora:

«“El orden, lo que vosotros entendéis por orden -dice Kropotkin- estriba en que las nueve décimas partes de la humanidad trabaje para procurar el lujo, los placeres, satisfacción de las pasiones más execrables de un puñado de vagos. El orden es la privación para esas nueve décimas partes de la humanidad de todo lo que significa condición necesaria para una vida higiénica, para un desenvolvimiento racional de las cualidades intelectuales”.

“Vuestro orden es la miseria y el hambre, que se han vuelto el estado normal de la sociedad. Son los niños africanos muriéndose de hambre; es el pueblo italiano reducido a abandonar su campo lujuriante para vagabundear a través de Europa buscando un túnel cualquiera que cavar, donde corre el peligro de morir aplastado después de haber subsistido algunos meses más. Es la tierra abandonada al baldío o destinada a la caza en vez de restituirla al que quiere cultivarla”.

“El orden es una minoría ínfima, educada en las sillas gubernamentales, que se impone por esta razón a la mayoría y que enseña a sus hijos pata ocupar más tarde las mismas funciones, con el fin de mantener los mismos privilegios por la astucia, la corrupción, la fuerza y las matanzas”.

“El orden es la guerra continua de hombre a hombre, de oficio a oficio, de clase a clase, de nación a nación. Es la devastación de los campos, el sacrificio de generaciones enteras sobre los campos de batalla, la destrucción en un momento de las riquezas acumuladas por siglos de duro trabajo”.

“El orden es la servidumbre, la opresión del pensamiento, el envilecimiento de la raza humana mantenido por el hierro y por el fuego”.

Hay un denominador común que engloba a todos los anarquistas en la crítica general de la sociedad

“El orden es la entrega de generaciones enteras, carentes de todo ideal superior, al desenfreno de todos los vicios”.

“Vuestro orden es el imperio del hambre, la injusticia y la esclavitud”».

Otros anarquistas, como Tolstoi, Gandhi, Thoreau, Hem Day, Acharia, Domela Niuwhenuis han dirigido su actuación preferentemente al antimilitarismo y la paz, destacándose en este sentido el rumano Eugen Relgis, con su humanitarismo, a cuya militancia se unieron figuras tan célebres como Stefan Sweig, Romaind Rolland, Thomas Mann, George Fr, Nicolai.

Con todo, cualquiera haya sido la preferencia de cada uno de los teóricos o militantes anarquistas hay un denominador común que los engloba a todos en la crítica general de la sociedad. Y si nos entretenemos un tanto en anatomizar algunos de los estamentos básicos de la sociedad que vivimos comprenderemos las razones de esa enemiga irreductible del anarquismo hacia esos estamentos.

 

 

B)   ¿QUÉ ES LA SOCIEDAD?

Sociedad es la agrupación de varias individualidades para la consecución de determinados objetivos.

El ser humano, en todo ese camino recorrido durante esos millones de años en que, por el mecanismo propio de la evolución natural, se fue elevando en la escala zoológica desde el protozoo hasta su situación actual ha tenido que ser, forzosamente, un ser sociable. Sin la sociedad, aunque fuese accidental, con otro ser humano de sexo opuesto se hubiera truncado definitivamente la continuidad de la especie.

Después, cuando por los determinismos propios de la ayuda a su descendencia fundó la familia, la: sociedad se amplió.

Y cuando por una acumulación de necesidades más complejas se unieron algunas familias para formar la tribu, nació la verdadera sociedad en el sentido en que la concebimos hoy.

¿Cuáles serían los mecanismos sicológicos que determinaron al ser humano a estabilizar esas agrupaciones para darles el carácter de permanencia que han venido teniendo hasta hoy? Esta interrogante se ha contestado casi siempre con el gregario “el hombre es un animal sociable por naturaleza”, que equivale a decir que el ser humano se organiza en sociedad porque es sociable, lo que, en definitiva, no aclara nada. Pero si no nos conformamos con definiciones perogrullescas y nos enfrascamos en un estudio acucioso sobre el mecanismo sicológico del sentimiento de sociabilidad en el hombre nos hallaremos en un paraje de panoramas sorprendentes y horizontes insospechados.

Gustavo Lebón, en su interesantísimo estudio sobre la psicología de las multitudes, aun sin contar con los maravillosos descubrimientos de la sicología moderna, ya apuntaba el camino para encontrar la verdadera naturaleza de los acicates sicológicos que -incitan al ser humano hacia la formación de la sociedad. Decía Lebón que el ser humano normal -abstracción hecha del genio, que siempre es anormal- obedeciendo a impulsos íntimos -a los que hoy ya se les ha encontrado una explicación fisiológica, que se desconocía en tiempos de Lebón-, tiende siempre a fundirse en la multitud porque en ella encuentra defensa contra cuanto amenaza su vivir y ayuda para la consecución de cuanto favorece su existencia. Por eso el ser humano en multitud acrecienta su valor -excepción hecha del héroe, que también es un ser anormal- en proporción directa al grandor de la multitud. Añadía Lebón que en la multitud se intercomunica algo inexplicable -inexplicable para Lebón, pero explicado, en gran medida, por la ciencia actual- entre las individualidades que la componen, que es como si fuese una acumulación de energía y valor que al sumarse se intensifica por la acción de ciertos fermentos, y que al reinvertirse en cada individualidad aumentó y se vigorizó en grados incalculables. Y esa consciencia del aumento del poder individual al sumarse al poder colectivo es lo que induce al ser humano a buscar y realizar la sociedad. Y por idéntico mecanismo son posibles las grandes revoluciones multitudinarias.

Las consecuencias que saca Lebón de estas observaciones no vienen al caso y, además, están fuertemente influidas por los grandes prejuicios de la sociedad de su tiempo. Aparte de eso, sus agudas observaciones sobre el sentimiento de sociabilidad son aún de muy vivo interés, ya que han sido comprobadas y ampliadas por la ciencia de hoy. También Kropotkin encuentra en ciertos mecanismos internos un sentimiento innato de moralidad que induce al ser humano a la ayuda mutua y a la sociabilidad.

Hay una inclinación sicológica hacia la sociabilidad determinada por algunos mecanismos fisiológicos

Según la ciencia actual, hay una inclinación sicológica en nuestra especie hacia la sociabilidad que está determinada por algunos mecanismos fisiológicos que obedecen a ciertas leyes generales que rigen las combinaciones materiales que originan la vida. Quiere decir que de ciertas leyes simples que encauzan las combinaciones atómicas en las manifestaciones más sencillas de la materia, pasando por toda una escala de procesos que llegan hasta las manifestaciones más sutiles de la vida moral, nace en el ser humano un instinto de sociabilidad que en el decurso de toda la historia lo ha determinado hacia la formación de esos conglomerados que tan pomposamente llamamos hoy sociedad, y con muy impropia fastuosidad sociedades civilizadas.

El origen, pues, de la sociedad, aceptando esas orientaciones de la ciencia moderna, está enraizado en la propia naturaleza fisiológica del ser. Desde lo más primario hasta las manifestaciones más elevadas de la naturaleza humana todo en ella se orienta hacia la sociabilidad. Es un instinto en el hombre que, como todos ellos, tiende a la conservación y mejoramiento de su vida.

No se puede negar que, en cierto modo, las sociedades que han encuadrado la convivencia humana a través de toda la historia, han cumplido de manera bastante miserable el objetivo dictado por las necesidades instintivas que le dieron origen. ¿Hasta qué medida han mejorado y conservado la vida del hombre las sociedades humanas? La complejidad del problema no facilita un estudio rápido como requiere la brevedad del trabajo presente. No se puede decir, como ha sido frecuente entre anarquistas, que la sociedad, considerada como un ente representado sempiterna mente por sus sistemas gubernamentales, ha sido nefasta y absolutamente negativa. Ni tampoco, bajo concepto alguno, puede admitirse el papel domesticador y dominador de los instintos que a la sociedad le han asignado más o menos benévolamente todas las religiones. Más bien debiéramos decir que la sociedad ha cumplido sólo en parte el papel que le correspondía por la naturaleza de su origen, y ha obstaculizado enormemente el libre desarrollo de las sociedades, según debió haber sido por esa misma naturaleza y ese mismo origen. La verdad es que la evolución espontánea y normal de la sociedad ha sido obstaculizada por factores surgidos de la sociedad misma y que sólo en ella se dan. El nacimiento de las religiones y el Estado, los dos estamentos más nocivos para las sociedades no pudieron haberse dado sino en la sociedad misma. Y con ellos toda la serie de impedimentos antisociales que ellos mismos originan.

Haciendo abstracción, pues, del complejísimo problema que plantea la búsqueda acuciosa de las causas que motivaron, en el transcurso de la historia, que del seno de la propia sociedad hayan nacido los factores que más la obstaculizan y deforman, sí podernos afirmar que la sociedad actual no cumple su cometido y se ha situado en el terreno de lo francamente antisocial.

 

El hombre actual no se siente fortalecido al saberse miembro de la sociedad

El hombre actual no se siente fortalecido al saberse miembro de la Sociedad; más bien se estremece de pavor cuando adquiere consciencia de su parte alícuota en el peligro que amenaza a la humanidad toda. Aquel sentimiento a que se refería Gustavo Lebón se ha reinvertido en las sociedades actuales, y el hombre no se siente más fuerte, sino más débil, al saberse aprisionado entre los tentáculos del Estado moderno, implacable, aniquilador, mastodóntico e inhumano como nunca lo fue. Tampoco encuentra cobijo en la religión destruida en lo más interno de su propio ser por las verdades que la ciencia ofrece. Ni en la familia, que la voracidad del Estado moderno viene absorbiendo con peligros de aniquilación, y en la cual se han incrustado todas las perversidades de la propia sociedad. Ni en ningún otro tipo de agrupación. La sociedad, hoy, más que una aliada, es una enemiga del hombre: Son tan escasos hoy los grados de compatibilidad en que se armonizan los intereses del individuo con los de la sociedad que casi ni pueden tomarse en cuenta.

¿Y puede considerarse como normal y lógica esa situación actual entre sociedad e individuo? ¿Tras un análisis detenido podemos llegar a la conclusión de que ese conflicto entre individuo y sociedad es natural y que, para que cese, debe abdicar el individuo de todos sus derechos en favor de la sociedad, como pretende el Estado?

La sociedad es un medio para adquirir mayor beneficio en el transcurso normal de la vida. La vida del ser humano es una lucha constante por el mejoramiento de esa misma vida. No es otro el objetivo normal del vivir. Y el hombre se agrupa para facilitar el mejoramiento permanente que es el principal objetivo de su existencia. Si la agrupación no cumple ese objetivo, no tiene ningún valor. Todos y cada uno de los estamentos de la sociedad deben servir para facilitar ese mejoramiento de los individuos que la integran. Y a ellos ha de ser supeditada. Porque el objetivo de la sociedad es despejar el camino hacia los más amplios estadios de felicidad que le sean dados alcanzar a la especie que la forma. Y las sociedades humanas no pueden ser la antítesis de esa ley natural.

La sociedad, pues, por su intrínseca naturaleza no es enemiga del hombre, sino que surgió por naturales necesidades humanas. Si la sociedad actual ha llegado a representar el peligro mayor para la propia vida del hombre es porque se ha falseado hasta el grado de convertirse en iniquidad, dejando de ser sociedad.

¿De qué naturaleza son las estructuras de esta sociedad para que haya llegado a reinvertir tan desastrosamente su cometido hasta convertirla en una maldición en vez de una manera de encontrar las formas más fáciles de conseguir esa felicidad, relativa felicidad, que los humanos buscan desde siempre?

El Estado, la Familia, la Economía, la Religión, la Educación forman las columnas del edificio social

Las instituciones básicas de la sociedad actual que forman las columnas de todo el edificio social que norma la vida de las comunidades humanas son fundamentalmente las mismas en todos los regímenes que actualmente conocemos: la familia, la educación, la religión, el Estado y la economía. Difícilmente se encontrará en el vivir cotidiano del ser humano, cualquiera sea el grado de civilización en que se encuentre, alguna actividad que no se encuadre en alguno, varios, o todos, de esos estamentos.

En épocas no muy lejanas de la historia moderna se llegó a pensar por algunas escuelas políticas que el liberalismo burgués, en fraternal amistad con la iglesia, constituía, al fin, la fórmula perfecta de la sociedad de nuestros tiempos. Sólo pequeños sectores -el socialismo renovador, por una parte, y el tradicionalismo reaccionario, por otra- no aceptaban esas normas que habían surgido al incipiente crecimiento de la industrialización; pero generalmente se creía que las normas que se iban estableciendo, esencialmente inspiradas en los grandes principios apuntados por la Revolución Francesa, ya se encontraban en el buen camino. Por ello las gentes -sobre todo los estratos dirigentes- se aferraban al statu quo y creían innecesarios o nefastos los cambios…

Pero hoy ya no es así. Cuando estamos casi al inicio de esa tercera guerra que amenaza con destruir a la humanidad entera, es un clamor universal la disconformidad con los sistemas actuales de vivir. Por ello se están hundiendo todos los valores tradicionales y esas instituciones fundamentales de la sociedad están sufriendo enormes deterioros y hasta los propios dirigentes de los pueblos -las clases poderosas- confiesan la necesidad del cambio y el mejoramiento. Y ese reconocimiento implícito de que los cimientos de la sociedad actual son nefastos se extiende a todas las capas sociales, incluso en los paraísos socialistas -donde constantemente se hacen promesas de mejoramiento- se reconoce en cierto modo que las propias normas en ellos establecidas requieren cambios sustanciales que se prometen y jamás se realizan. Es el mismo fenómeno que en los países capitalistas.

Intentemos, pues, una rápida anatomía de esas estructuras básicas de la sociedad bajo el prisma de las concepciones del anarquismo.

 

 

C)   EL ESTADO

Entre todas las estructuras que conforman el edificio complejo de la sociedad actual hay algunas que son fundamentales para mantener el precario equilibrio sobre el que esta sociedad se tambalea. Cada una de esas estructuras tiene su propia fisonomía y su vida propia aunque esté fuertemente ligada a las demás y todo su hacer esté determinado en mayor o menor grado por ellas. Algunas están en la base misma de la sociedad, otras en la cumbre, y hay las que forman como una envoltura que abarca y condiciona toda la praxis social. La más agresiva, ambiciosa y permanente entre estas últimas es el Estado, sin cuya presencia no se conciben las sociedades actuales.

Aunque Estado y Gobierno no significan exactamente la misma cosa, dado que hay diversas maneras de gobernar y lo que podemos considerar como Estado es siempre lo mismo, en el desarrollo de nuestra investigación los estimaremos como sinónimos en honor a la simplificación y a que comúnmente así se considera.

El Estado es una realidad que aparece en la vida humana, y el estudio de su génesis y desarrollo desborda el panorama sobre el que está concebido este libro; no obstante, como introducción al estudio crítico que pretendemos hacer ole la sociedad actual, es probable que sean de alguna utilidad algunos extractos de lo que dice J. Ferrater Mora en su Diccionario de Filosofía:

El Estado ha sido tema de reflexión en casi todos los grandes pensadores

«“El Estado ha sido tema de reflexión filosófica en casi todos los grandes pensadores, los cuales, en particular desde Platón, han intentado definir su esencia y su misión con respecto al individuo y a la sociedad. En la Antigüedad el problema del Estado era un caso particular del problema más general de la justicia, y de ahí que tanto en la discusión platónica sobre el Estado como ideal como en los escritos políticos de Aristóteles, que reanudan, por otro lado, los temas puestos en circulación por los sofistas, se hable del Estado como la mejor organización de la sociedad, como aquella forma de articulación de los individuos y de las clases que permite realizar en la medida de lo posible la idea de la justicia, dando a cada uno lo que de derecho le pertenece”.

“En la Edad Media, la disputa versa sobre todo en romo a la supremacía del Estado sobre la Iglesia o viceversa, entendiéndose por el primero una comunidad temporal e histórica, y por la segunda una comunidad espiritual que se halla en la historia, pero que trasciende a ella…”.

“En el Renacimiento se opera un cambio radical en la concepción del Estado: como reacción contra la pretensión de predominio de la Iglesia, y como consecuencia de la formación de los Estados nacionales, la filosofía del Estado tiende como, por ejemplo, en Maquiavelo, a una exigencia de separación rigurosa del Estado y de la Iglesia, a la cual se niega toda soberanía temporal como paso al primado del Estado. Con ello el Estado es desvinculado de una parte de su fundamento divino y es decididamente insertado en la temporalidad y en la historia. Se enlazan con ello diversas teorías utópicas acerca del Estado ideal -Campanella, Tomás Moro- que continuando la ruta iniciada por Platón, intentan encontrar una organización de tal índole que sea posible en ella la paz y la justicia. Durante los siglos XVII y XVIII predomina la teoría del Estado como pacto, ya sea en cuanto contrato realizado por los hombres para evitar el aniquilamiento final que produciría la guerra de todos contra todos (Hobbes), ya sea como renuncia al egoísmo producido por el estado innatural de civilización y consiguiente sometimiento a la voluntad general (Rousseau). Paralelamente se desenvuelve la teoría del Estado como comunidad de los hombres libres, los cuales son más libres precisamente porque viven en el Estado «según el derecho común» (Spinoza). El Estado es así aquella organización de la sociedad que garantiza la libertad, cuyo fin es, en realidad, la libertad, por la cual se entiende casi siempre la libertad de pensamiento o, mejor dicho, la libertad de profesar una religión sin sometimiento forzoso a la oficial del Estado. El Estado aparece aquí ya en gran parte como un equilibrio, equilibrio de las distintas sectas religiosas, por un lado, y de las clases, por otro.

“Durante la Ilustración, el Estado es concebido muchas veces, de acuerdo con la doctrina del «despotismo ilustrado», como aquella organización que puede conducir a los hombres por el camino de la razón frente al oscurantismo, a las nieblas y supersticiones del pasado. Para Kant, el Estado debe estar constituido de tal modo que, sea cual fuere su origen histórico, la ley corresponda a una organización establecida por pacto y contrato. Libertad es también el fin del Estado, pero esta libertad no debe entenderse como una arbitrariedad subjetiva, sino como el respeto de la libertad moral de cada uno a la libertad moral del conjunto, hecha posible mediante la ley. Los componentes del Estado son en cuanto hombres, fines en sí que deben someterse al fin en sí de su comunidad y que no deben ser empleados en ningún caso como medios…”.

“El Estado es para Hegel el lugar donde el espíritu objetivo, vencida, la oposición entre la familia y la sociedad  civil, llega a realizarse plenamente. El que rige el Estado debe ser, conforme a la teoría romántica, el representante del «espíritu del pueblo» o «espíritu racional» (Volksgeist), el que cumpla los fines objetivos planteados por este espíritu”.

“La discusión sobre el Estado se mueve casi durante todo el siglo XIX dentro de los rieles de la lucha entre el individualismo y el colectivismo. En ambos casos es concebido el Estado como un equilibrio, pero mientras para el primero es el equilibrio de la tensión entre las voluntades particulares, para el segundo es el equilibrio resultante de la supresión de estas voluntades, cuya presencia y situación se suponen nocivas para el Estado”.

“En el marxismo, el Estado no es más que el dominio de una clase, la cual ejerce desde el poder, bajo la máscara del equilibrio y de la justicia, su propia particular dominación, y por eso en tal doctrina se propugna la desaparición del Estado una vez que se haya conseguido, mediante la dictadura proletaria, la abolición definitiva de las clases”.

En el Estado totalitario queda excluido todo lo que no se halla al servicio del Estado

“La supresión de la tensión entre las clases mediante una dictadura aparece de nuevo en los llamados estados totalitarios, donde toda actividad queda integrada en el cuerpo del Estado, identificado con un partido que pretende representar a su vez la nación, la raza, el pueblo, etc. En el Estado totalitario queda excluido todo lo que no se halle al servicio del. Estado, toda actividad espontánea desenvuelta al margen de él, que es estimada simultáneamente opuesta a él. La ascendencia hegeliana de estos tipos de Estado resulta sobre todo evidente en la propensión a la divinización del Estado y a su confusión con todas las instancias -sociedad, nación, pueblo- que significan realidades muy diferentes, por íntima que sea su vinculación con la organización estatal”».

Y Harold J. Laski, el conocido socialista, define así al Estado:

«”Cuando examinamos los Estados del mundo moderno, encontramos que siempre ofrecen el espectáculo de un gran número de hombres obedeciendo dentro de un territorio definido a un pequeño número de otros hombres. Hallamos también que las leyes hechas por este pequeño número, ya sean omnipotentes, como en la Gran Bretaña (el rey en el Parlamento), o limitadas corno en los Estados Unidos, tanto por el asunto por el que pueden decretar obediencia, como por los métodos por los que ésta se consigue, poseen, sin embargo, la condición de que en caso de ser vulneradas ese pequeño número de hombres puede emplear toda la coacción necesaria para vindicar su autoridad. Cada Estado, en una palabra, es una sociedad territorial dividida en Gobierno y súbditos, siendo el Gobierno un conjunto de personas dentro del Estado, que aplican los imperativos legales en los que se basa el Estado; y al contrario de cualquier otra comunidad de personas, dentro de la sociedad territorial, está capacitado para emplear la coacción con el fin de que sean obedecidos sus imperativos”.

“En todo Estado hay, por decirlo así, una voluntad que domina legalmente sobre todas las demás voluntades. Es la que toma la} disposiciones finales de la sociedad. Es, en frase técnica, una voluntad soberana. No recibe órdenes de ninguna otra voluntad, ni puede final menté, enajenar su autoridad. Tal voluntad, por ejemplo, es la del rey de Inglaterra con el Parlamento. Dentro de los confines de su territorio, todo lo que decida obliga a los residentes en dicho territorio. Pueden éstos considerar esas decisiones como inmorales o imprudentes; no obstante, están legalmente obligados a obedecerlas. Un súbdito británico a quien no agrade alguna decisión de su iglesia, puede abandonarla; ésta es incapaz de obligarle al cumplimiento de su decisión. Pero un súbdito británico a quien no agrade la ley relativa al impuesto sobre la renta, está, sin embargo, obligado a obedecerla. Si intenta burlarla en una u otra forma, sufrirá las consecuencias serias de ello”.

“Resulta, pues, que el Estado es una sociedad de individuos sometidos por la fuerza, si fuese necesario, a un determinado género de vida. Toda la conducta de la sociedad debe amoldarse a ese género de vida. Las reglas que establecen su carácter son las leyes del Estado, y por una lógica evidente gozan necesariamente de primada y son soberanas sobre todas las demás reglas. En esta sociedad, los individuos que hacen y obligan a cumplir las leyes constituyen el Gobierno, y aquel conjunto de disposiciones que regula, primero cómo han de hacerse las leyes, segundo, de qué modo han de modificarse, y tercero, quién las ha de establecer, se denomina Constitución del Estado”.

 

Sea cual fuere la forma de gobierno éste gobierna para una minoría privilegiada

“De lo que se infiere que el Estado es la coacción organizada. Teóricamente, en beneficio de todos. En la práctica, sólo en beneficio de unos cuantos. Sea cual fuere la forma de gobierno. El gobierno de las mayorías, por ejemplo, gobierna, como todos, para una minoría privilegiada, que es la que usufructúa los beneficios de la coacción organizada que el Estado es”.

“Todo lo demás que el Estado significa es secundario”». (Introducción a la Política)

En los estudios universitarios de sociología se suele argumentar al estudiar la teoría del Estado que para que un Estado lo sea es necesario que se den ciertas condiciones, sin las cuales no es concebible.

Una de las condiciones imprescindibles, se dice, son las fronteras, que deben ser fijas y determinadas, por medio de las cuales se delimitan los diferentes estados entre sí. Esas fronteras, empero, pueden variar con arreglo a los conflictos o convenios entre los estados circunvecinos. Quiere ello decir que el Estado, para ser tal, necesita de ciertas condiciones geográficas bajo las cuales poder operar, dado que el Estado en sí no es una entidad concreta, física, sino un conglomerado de acciones impuestas sobre la vida social de un determinado grupo de seres ubicados en determinado espacio geográfico.

Otra de sus condiciones imprescindibles es su acción sobre un conglomerado específico de súbditos. Los súbditos de un Estado deben ser un número fijo, registrable, catalogable, sujeto de estadísticas y padrones, sobre los cuales poder ejercer su acción. Esos seres -hombres, mujeres, niños y ancianos- han de ser todos los nacidos en el territorio comprendido entre sus fronteras. Así, por ejemplo, en una población pirenaica donde está señalada la frontera entre Francia y España entre las dos aceras de una misma calle, los nacidos en cada una de las respectivas aceras son españoles o franceses y están sujetos a topas las esclavitudes que los respectivos estados ejercen sobre los habitantes de su territorio.

Cabe señalar que en algunas épocas muy recientes de la historia el poder de algunos de esos estados se extendía a lugares del planeta no incluidos en su territorio natural, y dominaban a otras regiones y a sus habitantes. Era el tiempo del colonialismo, el cual, en este sentido, ya esta finiquitando.

El uso de una lengua común, oficial, también es requisito para que un Estado sea tal, aunque por el determinismo propio de la evolución social, que es ajena a la constitución artificial del Estado, en casi todos los lugares donde el Estado se establece viven varios idiomas o modalidades de una misma lengua que responden a factores históricos, etnológicos y geográficos independientes en gran parte de las vicisitudes y variaciones estatales.

Condición necesaria es también la existencia de un centro -comúnmente llamado capital- desde donde radialmente se transmiten las órdenes y las reglas que encuadran, controlan y sujetan las actividades de todos los súbditos.

Y como no se concibe un Estado sin leyes, éstas se convierten también en factores absolutamente imprescindibles para la existencia misma del Estado. Ley quiere decir letra, lo que equivale a que la vida ha de sujetarse a la ,letra o la ley, que la encuadra, la codifica, la regula, la obliga, la tiraniza y la priva de las más necesarias libertades para su normal desarrollo. Las leyes son los rieles sobre los que ha de discurrir la vida entera de quienes están bajo la tutela del Estado. Por ello cada Estado se confecciona a su gusto y medida las leyes que encuadran el hacer diaria de las gentes que habitan en el territorio que controla dentro de sus fronteras geográficas o políticas.

También, conforme la idea de Estado se cumple y establece, y realiza como consecuencia su idea esencial de totalidad, se esfuerza en recubrir todas las manifestaciones de la vida humana en cualquiera de las modalidades o niveles en que se manifieste, por lo que tiene que ejercer un control y una dirección sobre la vida económica, lo que hace por medio del dinero, cuya facultad para fabricarlo se reserva muy escrupulosamente, por lo que el Estado es también una empresa agiotista que succiona ávidamente el producto del trabajo de las gentes que están bajo su dominio e invierte esas riquezas en lo que se le antoja, destinando, casi siempre, la mayor proporción al fortalecimiento de su propia existencia por medio de múltiples fuerzas represivas y coaccionadoras -policía, ejército, tribunales, prisiones- que consumen ávidamente las mejores riquezas de cualquier nación.

El Estado necesita de fuertes entelequias para el mantenimiento de su existencia

Además de esas condiciones reales que le son imprescindibles al Estado, éste necesita vitalmente de fuertes entelequias que le sirvan de basamento en el mantenimiento de su existencia. Sin la noción de patria no hay Estado posible, y para afianzarla se fabrica la cultura nacional, que consiste en alguna variación, a veces detestable, de la cultura universal o en una especie de contracultura cultivadora de la ignorancia o el fanatismo, como sucedió en la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, la España de Franco, o el Irán del Ayatola… amén de todos los países sometidos al yugo comunista. De ese fenómeno suele surgir la ideología que ostenta el Estado, pues tampoco se concibe al Estado sin una ideología, la que, casi siempre, es la ordenadora general de todas las demás esencias del Estado.

En esas anatomías académicas sobre las bases constitutivas del Estado como institución presente en la historia que vivimos casi nunca se señala que entre las características más dramáticas que distinguen al Estado se encuentran las apetencias voraces que despierta entre quienes se consideran capaces de ascender hasta sus dominios. En el empíreo estatal moran todos los dioses del mal. Las más bajas pasiones se cultivan en el camino hacia el Estado, donde eclosionan con toda la virulencia que les inyecta el autoritarismo, que es el cáncer más nefando que padece la humanidad. Porque el Estado se engendró a la par que el concepto autoritario de las relaciones humanas. El autoritarismo es la savia que alimenta a cualquier concepción del Estado, puesto que el Estado es el vehículo de que algunos seres humanos se sirven para esclavizar a otros seres de su misma especie. Entre todas las formas de esclavitud que la humanidad ha conocido el Estado es la manera generalmente aceptada a la par que extendida a todas las manifestaciones del vivir social. Y esa aceptación y esa extensión han fructificado en el terreno apropiado de las concepciones autoritarias, universalmente aceptadas también como antídoto a la incapacidad de convivencia armónica de que se acusa al hombre.

¿Qué tenemos que decir los anarquistas con referencia al Estado?

Pero en nuestra calidad de anarquistas ¿qué tenemos que decir nosotros con referencia al Estado? ¿Cómo explicaremos la potencia de este fantasma, su formidable influencia y su nefasta realidad en el cotidiano vivir de la humanidad entera?

La literatura anarquista con referencia al Estado es muy abundante. Es natural que así sea, pues que la negación del Estado, la lucha contra el Estado, paralelamente a la lucha contra la explotación y desigualdad económicas, son bases fundamentales de la praxis anarquista. Las obras de Proudhon, de Bakunin, de Kropotkin, de Eliseo Reclus, de Malatesta, de Juan Grave, de Sebastián Faure, de Stirner, de Rocker y tantos otros escritores anarquistas tratan el problema a fondo. William Godwin realiza un verdadero tratado antiestatal en su obra Investigación acerca de la justicia política. Y en esta exclamación podría sintetizarse toda la amplitud de su pensamiento al respecto:

“He ahí la más espléndida etapa del progreso humano. ¡Con qué deleite ha de mirar hacia adelante todo amigo bien informado de la humanidad, para avizorar el glorioso momento que señale la disolución del gobierno político, el fin de ese bárbaro instrumento de depravación, cuyos infinitos males, incorporados a su propia esencia, sólo pueden eliminarse mediante su completa destrucción!”

La obra de Godwin apareció en 1793, por lo que podemos afirmar que este autor fue el primer anarquista de la historia moderna al propiciar la desaparición absoluta y definitiva del Estado. No se limita su obra a esa diatriba -que por sí sola es ya todo un monumento- sino que en las 420 páginas de su gran obra vivisecciona todos los aspectos de la vida social de su tiempo para descubrir de manera genial toda la podredumbre, ineficacia y nocividad de las estructuras sociales que mantienen al Estado como regulador supremo, en maridaje sempiterno con la Religión y la Propiedad.

Según Godwin, el Estado es una entidad contradictoria porque o bien el Estado se basa en la fuerza, erigiéndose en desafío de la justicia, o bien emana del derecho divino, cosa indemostrable, o de un contrato, pero nadie puede renunciar a su autonomía moral debido a la misma naturaleza inalienable de nuestro ser. De cualquier forma siempre el Estado es nefando".

 

Por su parte, Proudhon, a quien muchos historiadores consideran como el padre de la ANARQUÍA, argumentaba así: 

“La explotación del hombre por el hombre, ha dicho alguien, es el robo. ¡Pues bien! El gobierno del hombre por el hombre es la servidumbre”.

Y ya es antológica una página suya, entre las últimas de La idea general de la revolución en el siglo XIX, que dice:

«“Ser gobernado es ser vigilado, inspeccionado, espiado, dirigido, legislado, reglamentado, acorralado, endoctrinado, predicado, controlado, valorizado, estipulado, censurado, mandado por seres que no tienen la ciencia de la virtud”.

"Ser gobernado es ser, a cada operación, a cada transacción, a cada movimiento, anotado, registrado, censado, tarificado, sellado, medido, cotizado, patentado, licenciado, autorizado, apostillado, amonestado, impedido, reformado, enseñado, corregido. Es, bajo el pretexto de utilidad pública y en nombre del interés general, ser puesto en contribución, ejercido, robado, explotado, monopolizado, contusionado, apretujado, mistificado; secuestrado y, además, a la mínima queja, reprimido, multado, vilipendiado, vejado, copado, horripilado, aporreado, desarmado, agarrotado, encarcelado, fusilado, ametrallado, juzgado, condenado, deportado, sacrificado, vendido, estafado; y para colmo, burlado, manteado, ultrajado; calumniado, deshonrado. He aquí el gobierno”».

Y Pedro Kropotkin, en su obra La ciencia moderna y la ANARQUÍA arguye:

“Nosotros sostenemos que habiendo sido la organización del Estado la fuerza de que se han servido las minorías para establecer y desarrollar su poder sobre las masas, no puede ser también la fuerza que destruya estos mismos privilegios. Estamos convencidos de que la revolución social no se hará ni podrá hacerse por medio de leyes cualesquiera. Las leyes vienen siempre detrás de los hechos realizados. Y aun en el caso de que todo ocurra honradamente (que no es precisamente lo usual) sería letra muerta en tanto no se produzcan las fuerzas vivientes necesarias para convertir en hechos prácticos las tendencias expresadas en la ley”.

Enrique Malatesta abunda en la negación del Estado:

“La tesis metafísica (esa enfermedad por la cual el hombre, después de haber separado, por lógico proceso de su ser, sus cualidades, experimentando entonces una alucinación especial que le hace tomar la abstracción resultante por un ser real) que no obstante los golpes de la ciencia positiva sigue haciendo presa en el cerebro de la generalidad de nuestros contemporáneos, es lo que determina en muchos la concepción del Gobierno como un mero ente moral con ciertos atributos de razón, de justicia, de equidad, que son independientes de las personas encargadas de la función gubernamental. Para esas gentes, el Gobierno, o, de un modo más abstracto, el Estado, es el poder social de todos considerados como el límite de cada uno”. Y más adelante agrega: “En todo el curso de la historia, así como en la época presente, el Gobierno es la dominación brutal, violenta, arbitraria, de unos pocos sobre la masa, o bien es un instrumento pronto para asegurar el dominio y el privilegio de los que, por la fuerza, por la astucia o por la violencia, se han apoderado de todos los medios de vida, principalmente del suelo, con el fin de mantener de tal modo al pueblo en la servidumbre y obligarlo a trabajar para sí. Los hombres, en estas, circunstancias, son oprimidos de dos maneras: o directamente, con la fuerza bruta, con la violencia física, o de un modo indirecto, despojados de los propios medios de subsistencia y obligados así a rendirse a discreción. La primera dio origen al poder, esto es, al privilegio político; la segunda hizo nacer el privilegio económico. Pero también se oprime al pueblo de otra manera, a saber, influyendo sobre su inteligencia y sentimiento, lo que constituye el poder religioso o universitario. Mas como el espíritu no existe sino cual resultante de las fuerzas naturales materiales, así la mentira y las corporaciones constituidas para propagarla no tienen razón de ser sino como consecuencia del privilegio político y económico, y son un modo de defenderlo y consolidarlo. Este fenómeno se ha repetido en la historia con frecuencia, toda vez que cuando por la invasión u otra cualquier empresa militar la violencia física brutal ha hecho presa en una sociedad, entonces los vencedores han tenido siempre que buscar concentrar en sus manos el Gobierno e y la propiedad. Mas siempre también la necesidad experimentada por el Gobierno de conseguir la complicidad de una clase potente, las exigencias de la producción, la imposibilidad de ordenarlo y dirigirlo todo, establecieron la propiedad privada, la división de los dos poderes y con ella la dependencia efectiva entre los que tenían en sus manos la fuerza, el Gobierno, y los que disponían del origen mismo de la fuerza, la propiedad”. (La ANARQUÍA)

La crítica anarquista hacia el Estado es un denominador común a todas las tendencias de este ideal

La crítica anarquista hacia el Estado forma como un denominador común que une a todas las tendencias de este ideal. Así, Stirner, el exponente máximo del individualismo anarquista dice: “Todo Estado es un despotismo, sean uno o varios los déspotas”. “Odio a muerte al Estado” (El único y su propiedad.) Y por su parte, León Tolstoi, el célebre novelista y anarquista cristiano, arguye: “Todos los gobiernos son en igual medida buenos y malos; el ideal es la ANARQUÍA”.

Es natural que esa enemiga general de todos los teóricos del anarquismo hacia el Estado no podía ser ajena a Bakunin, el que se apresta a decir:

“Yo no dudo en afirmar qué el Estado es un mal”. (Dios y el Estado).

“El Estado es la negación más clara, cínica y completa de la humanidad”. (Federalismo, socialismo y antiteologismo).

Sería labor interminable citar opiniones de tos teóricos clásicos del anarquismo con referencia al Estado, dado que al ser el anarquismo la negación misma del Estado, el desarrollo de su pensamiento, virtualmente toda su ideología, gira alrededor de la innecesidad de esa institución; empero, algunos escritores anarquistas modernos, de nuestros días (1982), proponen una revisión de estas concepciones básicas y abogan en pro de una organización de las sociedades modernas (con toda su complejidad de grandes aglomeraciones) donde los órganos administrativos tuvieran cierto poder ejecutivo (en aras a la mayor agilidad en la organización y administración económicas, principalmente) que se acercaría en cierta medida al Estado clásico…

Ese es un problema muy delicado para el anarquismo de nuestros días, pero nosotros no pretendemos abordarlo en este capítulo, dado que nuestro propósito ahora es reflejar las razones por las que el -anarquismo es esencialmente enemigo del Estado.

Y bueno será que el anarquismo internacional estudie atentamente estos problemas y no se anquilose en las soluciones ya preestablecidas, pero ello no implica que en lo esencial del antiestatismo anarquista haya de retrocederse ni siquiera un paso, dado que en el seno mismo de nuestras concepciones estos vastísimos problemas de las sociedades actuales pueden orientarse hacia las soluciones antiestatales, sin las cuales el anarquismo dejaría de serlo.

Volviendo al punto central de nuestra exposición y desbrozando el objetivo que motiva este capítulo cabría preguntar: ¿Qué es el Estado?

En el estudio que Voline dedica al vocablo Estado con destino a la Enciclopedia anarquista nuestro compañero señala que el Estado es una abstracción difícil de definir pero que está presente, real y categóricamente, en todos los momentos de la vida social en las comunidades humanas actuales. Y es más abstracto a la vez que más permanente y oneroso cuanto más civilizadas son esas sociedades.

 

El Estado oficia como timonel de la nave social

El Estado es una institución que oficia como timonel de la nave social a la vez que como guardián y regulador de las normas de convivencia. Para evitar esa guerra permanente de todos contra todos, que sería (según Hobbes) la situación natural de los hombres si el Estado no existiera, esa institución requiere de unas complicadas estructuras que tienen la incomprensible peculiaridad de ser a la vez abstractas y concretas. Son abstractas en cuanto son eminentemente subjetivas en sus fundamentos, y son reales, concretas y tangibles en cuanto que no podemos escapar a su aplicación física en la vida cotidiana. Es así que ante la razón subjetiva de una moral y creencia religiosa, en Italia se encarceló no ha mucho a quienes editaron el libro Jesucristo nunca ha existido, y en Rusia y sus satélites o en las repúblicas americanas -Argentina, Chile, Uruguay, etc.- se asesina, deporta y expulsa a quienes resultan molestos para la subjetiva seguridad del Estado. Y para cumplir esas funciones el Estado requiere de unos instrumentos que nos estrujan, nos atormentan y nos aplastan. Para subsistir, el Estado no puede prescindir de esos feroces aparatos de fuerza que confecciona con algunos de sus súbditos para someter a los demás, porque entre las más terribles incongruencias y desesperantes fenómenos de la vida social es el que algunas fracciones de los esclavos del Estado son las que por la violencia mantienen en esclavitud a las demás fracciones. Las policías, los ejércitos, los tribunales, los carceleros son siervos del Estado a la vez que sus mantenedores y guardianes más eficaces.

No sabemos por qué razones sicológicas la humanidad, a través de toda su historia, se ha ido forjando a sí misma trabas en el desarrollo normal de su vida social. Probablemente tenga razón Erich Fromm cuando señala que hay en el subconsciente humano un miedo innato a la libertad, y por eso fabrica los aparatos y las instituciones que dificultan, cercenan y aplastan esa libertad que, a su vez, parece que es consustancial a la naturaleza humana y por la cual el propio hombre lucha desesperadamente también a través de toda su historia. El nacimiento de las religiones se explica por ese afán consustancial también a nuestra especie de proporcionarse a sí misma una explicación de todos los misterios de la vida, pero la institución del Estado como norma reguladora de la vida social es tan aberrante que no nos es posible encontrarle explicación alguna. Podría incluirse al Estado entre esos tanteos inciertos, equivocados y a la postre nefastos que toda evolución lleva consigo. El hombre se equivocó de sendero al entrar en los parajes de la sociabilidad y aún no ha sabido encontrar la forma de organización social adecuada a las necesidades de su naturaleza, ni ha sido capaz de construir las estructuras necesarias para el desarrollo de ese instinto de sociabilidad que está fundido a sus mismas esencias. La institución del Estado no ha sido, como otros errores, desechada cuando se ha comprendido su inutilidad o su iniquidad, sino que es un fenómeno que ha adquirido un carácter estable y se viene vigorizando a través de todo el desarrollo de la historia, y nos amenaza, ya, con avasallarnos de tal manera que nos convirtamos todos en simples robots operando al servicio de absurdos criminales, abstractos, como la pasión por la patria, el fanatismo religioso, el orgullo racial, la conservación de las instituciones… Pero el Estado no es un ente que trascienda al hombre, sino que es una faceta de la praxis humana en su vida social; es una entelequia que se transforma en arma terrible en las manos del propio hombre para esclavizarlo. Sea cualquiera la ideología que logra conquistarlo, el Estado permanece esencialmente idéntico: es una institución que pone trabas, cauces y círculos cerrados al desarrollo normal del vivir; es un instrumento nefasto que gesta, cultiva y petrifica las facetas más acerbas de la infelicidad humana.

El Estado es, tal vez, la más terrible de cuantas armas ha inventado el hombre

El Estado es un arma, tal vez la más terrible de cuantas armas ha inventado el hombre, que sirve para cometer todos los crímenes de que el propio hombre es capaz. Quienes lo pueden manejar dominan de manera absoluta a la sociedad entera. De ahí las luchas que sostienen los hombres y partidos por ascender a sus dominios. La historia del Estado, como dice Godwin, es una historia permanente de crímenes y frenos a la evolución natural de las sociedades humanas. La conquista del Estado permitió a Hitler la comisión de aquellos holocaustos que ennegrecieron para siempre la historia de su país, a Franco retrotraer a España a los periodos oscurantistas de la Edad Media, a Stalin el exterminio de más de diez millones de sus propios compatriotas, y a Truman el estigma de las bombas atómicas lanzadas sobre Hirosima y Nagasaki, que asesinaron en un instante más de cien mil gentes, que permanecerá como una horrible mancha negra sobre la historia de Norteamérica.

El Estado es el leviatán que aplasta y devora a la humanidad entera, puesto que, desde que nace hasta que muere, el ser humano está encadenado de manera total a sus garras, en cualquiera de las maneras de gobierno en que se manifieste.

Algunas escuelas socialistas creyeron que las iniquidades que fueron siempre inherentes al Estado eran producto de las aviesas intenciones de las clases poderosas que a través de la historia estuvieron encaramadas en él, sin apercibirse que es la propia institución, que es el Estado en sí mismo el gestador de esas iniquidades, como se está demostrando en este medio mundo donde en nombre del socialismo el Estado comete los mismos crímenes e ignominias que son habituales en el quehacer estatal.

Quienes lo creen imprescindible aducen en su favor ciertas estructuras que facilitan la problemática vida en sociedad, afirmando que se deben a la creación del Estado. Eso nos induce a preguntar sobre los estamentos humanamente positivos que el Estado construye. La educación, las comunicaciones, la caridad social, la seguridad en el vivir cotidiano, la administración de lo que se denomina como riqueza pública, que se consideran como facetas positivas del ejercicio estatal, sólo son obstaculizadas, y no creadas y desarrolladas por el Estado. Si quienes se dedican con vocación verdadera a la delicada tarea de la educación no estuvieran sometidos al rígido y programado control del Estado la enseñanza conquistaría valores y horizontes que el Estado dificulta o impide. Las comunicaciones, incluso en el seno de las sociedades estatales que sufrimos, son más eficaces cuanto más escapan al control maléfico del Estado. La caridad pública es un estigma de nuestras sociedades que el establecimiento de la seguridad social, cuya administración propia no precisa para nada del Estado, ha convertido en vergonzosa e innecesaria. La seguridad en el vivir cotidiano no la mantiene el Estado, a pesar de sus enormes dispendios en los cuerpos policíacos, como es bien fehaciente en el propio vivir diario, donde la delincuencia oscila con arreglo a las circunstancias sociales de todo orden que la motivan, independientemente de la presencia del Estado, quien más bien la fomenta que la previene. Y en la administración de la riqueza pública el Estado es un verdadero azote donde quiera que ejerce su dominio, pues que para su propia existencia y para el mantenimiento de todas las instituciones que lo basamentan despilfarra esas riquezas y, como la más significativa demostración de su nefanda existencia, emplea cantidades fantásticas de ellas en usos criminales: armas, guerras, presidios, represiones.

Para comprobarla ineficacia, la nocividad y el enorme peligro que la institución estatal representa en el momento histórico en que vivimos basta contemplar la situación actual del mundo, regido de manera absoluta por un conglomerado criminal de facetas estatales, que marcha velozmente hacia su propia extinción por los caminos del autoritarismo.

¿Es beneficioso o necesario el Estado en las sociedades humanas?

¿Es, pues, beneficioso o, en último caso, necesario el Estado en las sociedades humanas? los anarquistas pensamos que es profundamente nefasto y decididamente innecesario. En otra parte de este libro señalaremos algunas de las alternativas que el anarquismo concibe y propone para una organización social sin Estado donde desaparezcan todas las estructuras que el propio Estado origina.

Mientras, permítasenos señalar que el anarquismo es un ideal en cuyos fundamentos ocupa un lugar primordial la negación del Estado como regulador autoritario -el Estado ha de ser forzosamente autoritario o deja de ser Estado- de las sociedades humanas.

 

 

D)   LA FAMILIA

La palabra familia proviene, según las opiniones más autorizadas, de famel, voz del lenguaje de los óseos, tribu del lacio, y que equivale a siervo. En el latín clásico dicha voz pasa a ser famulus, que significa el siervo que no sólo recibe un sueldo por su trabajo, sino que vive bajo la dependencia de su señor en cuanto a habitación, vestido y alimento. En ese sentido usan la palabra Cicerón y Tito Livio. Este vocablo tiene múltiples significados; que van desde el que estrictamente Se refiere a las personas unidas por vínculos sanguíneos y de parentesco, que viven bajo un mismo techo y dependen de una persona, que es la cabeza de la familia, hasta el amplio concepto de la gran familia humana, pasando por una gama muy amplia de acepciones concernientes a los lazos que unen o relacionan a unos individuos, o grupos de individuos, entre sí.

Dice Eliseo Reclus que: “El móvil, es decir, el deseo de agradar, que impulsaba a cada individuo primitivo a adornar su persona tenía por sanción natural la unión de los sexos, y, por consecuencia, había de producir la constitución de los grupos familiares. Pero, así como los adornos varían según los medios naturales de que el hombre podía disponer, así también las formas sociales determinadas por la unión entre los sexos han cambiado singularmente en diferentes lugares y en épocas sucesivas. En los animales de especies diversas se encuentran todos los modos de unión; se hallan igualmente en el mundo de los hombres primitivos, en la prehistoria y en la historia misma: promiscuidad sin regla precisa, comunidad práctica siguiendo ciertas condiciones, poligamia y poliandria, jerarquía de las esposas y de los esposos, levirado, es decir, herencia impuesta o facultativa de la mujer dejada por un hermano primogénito, por último monogamia temporal o permanente. Sin embargo, se imagina fácilmente que existiera en general una misma manera de vivir para toaos esos hombres primitivos, de quienes no ha quedado memoria alguna, y que se parecerían probablemente a las poblaciones salvajes de nuestros días, entre las cuales se observan instituciones diversas. Así ha habido muchos sociólogos que admitían de una manera general, pero sin prueba alguna, que la «promiscuidad completa de los hombres y de las mujeres, en una misma horda, fue el estado primordial de nuestra especie». Mas ¿por qué había de ser así, ya que más allá del hombre, en el mundo animal, vemos aparecer todas las formas de gamia, y, entre ellas, varias que atestiguan una elección mutua de los individuos?

“Los experimentos instituidos por Darwin, y después por Houzeau, Espinas, Romanes y tantos otros, han puesto fuera de duda que la «familia» existe realmente, aunque bajo aspectos muy diversos, en los grupos antepasados de la animalidad”. (El hombre y la tierra, Tomo 1, págs. 233-34.)

Según se desprende de lo que señala Reclus, la familia, en la diversidad de aspectos que el medio y el tiempo han determinado a través de toda la historia, es una institución realmente tan vieja como la propia agrupación social. Si en las hordas y tribus primitivas existían promiscuidades y en ellas todos se pertenecían a todos, la propia horda y la propia tribu constituían una familia en la que todos los miembros estaban ligados a los demás por estrechos vínculos de intereses comunes y fraternales. De todo ello podemos deducir que el núcleo primario de la sociedad es la familia. Algunas especies, incluso algunas que no viven en sociedad, también la forman, como señala Reclus. Y es evidente que la más alta manifestación de sociabilidad se produce al constituirse la primer familia, donde la pareja continuó sus relaciones (incluso en el seno de la propia tribu) a la vez que protegía a sus hijos de los enormes peligros que entonces habría de constituir el solo hecho de vivir. Es posible que como preludio de los instintos de sociabilidad que la ciencia moderna ha comprobado en la propia fisiología del ser humano, la familia sea también una necesidad biológica extendida más allá de las instintivas apetencias sexuales y el amor maternal, por lo que la familia podría ser una institución consustancial a la naturaleza humana…

La familia se ha convertido en una institución nefasta al libre desarrollo de la personalidad

Pero en el transcurrir de toda la historia, la familia se ha convertido en una institución esencialmente nefasta al libre desarrollo de la personalidad. Sus estructuras y esencias son como un reflejo de la organización general de las sociedades que sufrimos, y adolece de los mismos males de injusticia, autoritarismo e irracionalidad que hacen detestables los cimientos de la sociedad de hoy. Pero no es que la familia sea una institución nefasta por sí misma, como lo es el Estado o la Religión, sino que son sus estructuras, sus normas actuales de desenvolvimiento lo que el anarquismo considera perjudicial para la humanidad actual.

Aunque el concepto de familia ordinariamente se amplía de manera indefinida, en realidad, el núcleo originario es el matrimonio. La pareja que se une bajo el atractivo sexual y forma un hogar establece el germen primario de una nueva familia. Cierto es que las relaciones sexuales anteriores o al margen del matrimonio formalmente establecido son muy frecuentes, pero ellas difícilmente llegan a constituir familia propiamente dicha, aunque produzcan hijos, dado que los convencionalismos, los prejuicios y los intereses de toda índole dificultan la convivencia en el mismo hogar de los seres que componen ese derivado familiar, casi siempre plagado de sinsabores y dificultades. Partiendo, pues, del matrimonio como núcleo habitual de la familia, habría que considerar su estructura arrancando de sus antecedentes inmediatos y sus ramificaciones más cercanas. Bajo este criterio, una visión primera de la familia podría abarcar a los padres y hermanos de cada uno de los componentes del nuevo matrimonio y los hijos nacidos de esta unión, lo que constituiría los abuelos, los tíos y los padres de estos hijos que son el producto del núcleo familiar. Y en una consideración un tanto más amplia podrían incluirse como miembros también familiares a los hijos de los hermanos de los padres, es decir, los primos de los hijos de la pareja que forma el matrimonio. Esta red familiar está entretejida por lazos sanguíneos, y nos parece la más lógica con arreglo a los mecanismos fisiológicos del parentesco, aunque el término familia designara en un principio, tal vez cuando nació el vocablo, un conjunto de servidores, dé esclavos, hijos, esposas y concubinas que habitaban bajo un mismo techo pertenecientes a un mismo dueño, el pater familias.

El papel que desempeña cada uno de los miembros de esa red familiar y el desenvolvimiento general de las relaciones internas de esa red y las que ha de mantener con la sociedad exterior, con arreglo a las estructuras actuales de la familia y las de la sociedad, nos refleja una serie muy amplia de aberraciones, sinsabores y desdichas que distorsionan muy gravemente el objetivo originario de la familia, puesto que los impulsos naturales que han dado origen a la familia tienen como objetivo facilitar el desenvolvimiento del individuo en su lucha permanente por conseguir los mayores estadios de felicidad que le sean dables alcanzar en el mundo en que vive.

Como sucede con todas las manifestaciones actuales de las relaciones de los humanos entre sí, las relaciones familiares conservan aún la tradición histórica del autoritarismo. El autoritarismo paternal perdura y se manifiesta a través de las normas que regulan las relaciones familiares. Incluso en los países más civilizados este hecho es una realidad que pervive, aunque las condiciones económicas de las sociedades modernas, que van permitiendo la intervención femenina en actividades que otrora le estaban vedadas están permitiendo a la mujer cierta independencia económica y la consecuente y gradual liberación de la subordinación sempiterna al sexo contrario, lo que se traduce por un debilitamiento de la autoridad del padre, de lo que se deriva que el autoritarismo paternal sobre los hijos y demás miembros de la familia sea un tanto compartido por la autoridad maternal, pero no impide que en una enorme proporción, y en última instancia, la familia sea como un paradigma de la sociedad autoritaria y digno apéndice de ella.

 

La piedra angular de la familia es la mujer

La piedra angular de la familia es la mujer. El hogar, que es la sede familiar por excelencia, es la mujer quien lo mantiene vivo, incluso en los casos bastante frecuentes en los que el varón se aleja temporal o definitivamente. Aunque la familia padece el autoritarismo paternal, es el amor maternal, casi siempre, el que constituye el verdadero núcleo aglutinador que mantiene viva esa institución. En contraste, tanto en la vida interna de la familia como en las relaciones generales de la sociedad, la mujer es considerada inferior y ha de estar sometida a discriminaciones de todo orden. La historia de la familia es una historia de vejaciones indignantes contra la mujer, e incluso en las sociedades modernas no ha desaparecido la cauda de esas actitudes históricas. La madre de familia está sometida a la autoridad del padre, y las hijas a la del padre, la madre y los hermanos varones. Es decir, que siempre la mujer, en su respectivo estrato familiar, es inferior al hombre. Y eso ocurre a pesar de las grandes campañas feministas y de los cacareados derechos e igualdades de la mujer de que en las sociedades modernas se blasona.

Desde la cuna se prepara a la mujer para un papel inferior

Ya desde la cuna se prepara a la mujer para cumplir adecuadamente ese papel de ser inferior en todos los órdenes, y cuando llega al periodo crucial de poder formar, a su vez, una nueva familia, la mujer continúa siendo el ser que, casi siempre, ha de someterse a las conveniencias o caprichos familiares para llegar al matrimonio ligada a muchos factores ajenos al amor. Factores impuestos o libremente aceptados por los prejuicios o ambiciones intensivamente cultivados por una educación especialmente dirigida a esos fines. El conocido militante anarquista español Anselmo Lorenzo escribía en los primeros años de este siglo lo siguiente, refiriéndose a este tema:

“… donde hay venta o engaño hay prostitución; por lo tanto, no sólo es prostituta la infeliz que vende su cuerpo en un lupanar público, sino que lo es también toda mujer que se casa sin amor…”. “La criatura depravada que se ofrece al transeúnte por una moneda se prostituye; la joven que galantea a un viejo verde mediante su cuenta y razón se prostituye también, y la misma vileza cometen el que sin amor corteja a una rica heredera, el entretenido por su querida, y la casta doncella que da su mano ante el altar al individuo que le ofrece una brillante posición, con la circunstancia agravante en este último caso de que la madre suele ser la arregladora de la boda, haciendo las veces de repugnante proxeneta. Toda alianza contratada entre un hombre y una mujer con objeto de satisfacer miras egoístas es pura prostitución, tanto si ha sido autorizada por un cura o funcionario civil como si en el acto ha mediado una celestina”.

Los viejos anarquistas, como se ha visto -aún se podrían citar innumerables ejemplos de la misma índole-, ponían especial empeño en señalar las grandes deficiencias de las instituciones familiares de su tiempo, como reflejo, a la vez que esencia, de las estructuras sociales; pero fueron muy escasos los que propiciaban la abolición total de la familia en el seno de una sociedad libertaria. Eran enemigos de los males que envenenan a la familia, pero no de la familia como resultado de un instinto de sociabilidad y vehículo natural en la continuidad de la especie.

En los países occidentales, de una civilización esencialmente cristiana, se rinde un culto ferviente a la familia, cubierto de una fuerte capa de hipocresía. La familia es muy poco resistente a los embates demoledores de los males sociales. Los simples intereses económicos son frecuentemente motivo esencia para convertir a los miembros de una familia en enemigos mortales. O una simple desobediencia filial, lesionadora de los intereses materiales o morales paternos, es, con frecuencia, motivo de resquemores, odios y hasta alejamientos definitivos de algunos de los miembros del conjunto familiar.

La descomposición de la familia es un aspecto más del derrumbe de los valores de esta civilización

Y es que en la complejísima organización actual de la sociedad apenas hay factor esencial alguno que responda a las verdaderas necesidades que el ser humano tiene para conservar y superar su vida. Cierto es que impelido por el carácter natural de esas necesidades el hombre estableció instituciones que han venido formando, en esencia, las verdaderas bases de las estructuras primordiales de las sociedades modernas, pero aquéllas, casi siempre, se han venido degenerando de manera tal que apenas si queda nada de su verdadera naturaleza. Así ha sucedido con la familia, esa institución por la conservación y pureza de la cual clama desesperadamente el cristianismo actual, sin comprender tal vez, o sin quererlo reconocer taimadamente, que la descomposición actual de la familia es sólo un aspecto más de la descomposición y derrumbe de todos los valores morales de esta civilización, fundamentalmente religiosa, que padecemos. La moral que casi todas las religiones han impuesto a la institución familiar es la causa fundamental de su propia descomposición. Y es porque esa moral impuesta ha sido siempre ajena y opuesta a las necesidades naturales del ser humano. La moral religiosa, dirigida esencialmente a sujetar, cercenar o suprimir los instintos, trasladada a las estructuras familiares ha convertido a la propia familia en una especie de prisión donde más ferozmente se regulan, constriñen o aplastan las necesidades instintivas. Eso, unido a la vulnerabilidad consustancial de la familia a todas las degeneraciones de la sociedad, motiva que las generaciones actuales, que ya van invadiendo todos los senderos de la rebeldía, vayan resquebrajando los tétricos muros de la moral familiar clásica y se proyecten hacia una especie de vengativo nihilismo familiar tanto o más nefasto y enemigo de la naturaleza humana que la propia familia hacia la cual va dirigido.

La familia, pues, como uno de los fundamentos esenciales de la sociedad actual, por la enorme degeneración que ha sufrido, es nefasta al normal desarrollo de la naturaleza humana. De ahí la gran necesidad de los profundos cambios estructurales que deben efectuarse en la institución familiar para que cumpla el objetivo noble que le dio origen.

Y no es sólo en las sociedades capitalistas donde la familia ejerce un papel nefasto en la convivencia humana, puesto que en los países dominados por el totalitarismo marxista la familia ha degenerado a grado tal que en su propio seno ha cultivado el Estado el veneno incalificable de la desconfianza, y hasta la delación, por el fanatismo o el temor hacia los dogmas que el Estado omnipotente impone. A los males que padece la institución familiar en los países capitalistas hay que sumar otros muchos, tal vez peores, generados en los países dominados por el comunismo autoritario. Una anatomía exhaustiva sobre lo que es y significa la familia en los países sometidos al dominio marxista requeriría muchas páginas, de las cuales no disponemos, por ello nos limitamos a señalar que las estructuras familiares en esos países están aún más podridas que en los propios países capitalistas.

Por todo ello el anarquismo une a la familia con todas las demás estructuras de la sociedad actual que son nefastas y que necesitan cambios urgentes, fundamentales y profundos.

Cierto es que la vida moderna, orientada hacia las grandes aglomeraciones humanas, las rápidas comunicaciones, las especializaciones profesionales deshumanizadoras y todos los vicios y degeneraciones que todo ello implica, está modificando notablemente las estructuras clásicas de la familia, pero esas modificaciones y cambios no tienden a mejorar en un sentido humano su contenido esencial, sino que más bien lo deterioran más.

Con todo, sería injusto negar, empero, que incluso en el seno de las nefandas estructuras actuales de la sociedad, la familia retoma a menudo su primitivo papel solidario y esencialmente humano que le dio origen, y ofrece cierta resistencia a esas estructuras que tienden férrea mente a modelarla. No siempre es la familia el reflejo fiel de las injusticias y ruindades de que está impregnada la vida social, y a veces es como un oasis en el que se encuentran las frescas aguas del amor. Y es evidente que es la única institución que, aunque sea en contadas ocasiones, se resiste al poder corruptivo de estas sociedades que integran la vida colectiva de todo el género humano. Por ello el anarquismo considera que el mal no es inherente a la constitución intrínseca de la familia, sino a las férreas influencias autoritarias que llegan a impregnarla.

El anarquismo no es enemigo de la familia en sí sino de sus estructuras actuales

De ahí que el anarquismo no sea enemigo de la familia en sí, sino de sus estructuras actuales y las influencias que la conforman.

Las estructuras familiares son como un reflejo disminuido de las estructuras de la sociedad. En ella se proyectan todas las aberraciones sociales que se orientan hacia la anulación de la personalidad y el sometimiento a los prejuicios alienantes. En muy escasas ocasiones la familia cumple con su papel de trinchera defensiva contra los convencionalismos del medio circundante que dificultan o impiden el libre desenvolvimiento de cada uno de los individuos que integran el núcleo familiar.

Como quiera que sea, la familia continúa siendo el núcleo básico de nuestras sociedades a pesar de que se estén resquebrajando muchas de sus estructuras intrínsecas.

Pero, en definitiva, ¿cuál es el papel que la familia desempeña en las sociedades actuales?

Aun desde antes de nacer el ser humano comienza a recibir las influencias del medio familiar, y en muy contadas ocasiones este medio es el adecuado.

Dado el fenómeno social de que en nuestras sociedades los hijos son realmente deseados en muy contadas ocasiones, ya desde su concepción un porcentaje elevadísimo de seres humanos son invitados inoportunos al banquete de la vida. Eso engendra un ambiente hostil o, cuando menos, poco propicio y adecuado al desarrollo normal del nueva ser. Desde entonces, ya la familia, y con ella la sociedad entera, es en mayor o menor grado enemiga del individuo.

 

A este respecto, David Cooper en La muerte de la familia (Ed. Ariel, Barcelona, 1976), dice que:

«“La familia forma parte de una constelación de ideas trascendentes en nombre de las cuales sé inmola a la humanidad. Como no tenemos dioses debemos inventar poderosas abstracciones; y de éstas ninguna tiene la capacidad destructora de la familia (Pág. 6)”.

“La función o rol social que desempeña la familia en la presente sociedad es la de ser mediadora entre el individuo y el resto de la sociedad, de ahí que la familia proporcione el modelo al resto de instituciones sociales”.

“En el seno de la familia se coarta la espontaneidad de sus miembros y se les atiborra con toda una serie de ideas que son las dominantes en la sociedad”.

“La familia, como no soporta ninguna duda acerca de sí misma y de su capacidad de generar salud mental y las actitudes correctas, destruye en cada uno de sus miembros la posibilidad de la duda (Pág. 9)”.

“También evita la «Experiencia de vivir el cuerpo propio» Invade la personalidad y por ello otra de sus características es la alienación, en el sentido de pasiva sumisión a la invasión de los otros, originariamente a los otros de la familia (Pág. 12). Se evita que se experimente «la propia soledad» (Pág. 17)”.

“Se lleva a cabo en el interior de la familia un proceso de socialización del niño a través del cual éste interioriza los valores dominantes, la idea de bien y mal, de normalidad, etc. Sirve, pues, la familia como reproductora ideológica”.

“La destrucción de la familia exige un cambio revolucionario global de la sociedad”.

La familia deseable es “Una familia que no proyectara su problemática sobre nosotros, sino que se convierta en el imaginario vehículo en el que se desarrollaría nuestra propia vida (Pág. 10)”».

Y continúa diciendo David Cooper:

«“Vamos a recapitular los factores que operan dentro de, la, familia, a menudo con efectos letales y siempre con consecuencias entontecedoras en lo humano”.

La familia enseña e impone la sumisión a las estructuras sociales

“Primero nos encontramos con la estrecha imbricación entre las personas, que se basa en el sentimiento de lo incompleto del ser de cada cual. Un ejemplo clásico es el de la madre que se siente personalmente incompleta (debido a una compleja serie de razones, entre las que habitualmente se encuentra, en un punto central, la relación con su propia madre y la carencia general de la afectividad social extrafamiliar de la mujer). Así, en el sistema coloidal conjunto de la familia, absorbe a su hijo para que se convierta en ese pedazo de sí misma que le falta (que su madre le «enseñó» que le faltaba) y el pedazo que realmente le falta (el factor objetivo de su insuficiencia social); El hijo, aunque consiga abandonar el hogar y casarse tal vez nunca llegue a ser más completo que ella, porque durante los años críticos de su «formación» fue como un apéndice de su cuerpo y de su mente. En la forma más extrema de esa simbiosis, el hijo puede tener sólo una salida, la de entregarse a una serie de actos que le procuren ser llamado esquizofrénico (alrededor del uno por ciento de la población es hospitalizada en un momento dado bajo ese marbete) y el traslado a la réplica de la familia que es el hospital para enfermos mentales. Tal vez la única forma de que las personas, íntimamente imbricadas las unas con las otras en el seno familiar y en las réplicas de la familia que son las instituciones sociales, puedan desplegarse gracias al calor del amor. La ironía del asunto consiste en que el amor sólo toma la temperatura adecuada para efectuar ese despliegue, una vez atravesada esa región -habitualmente considerada como ártica- del respeto total por la propia autonomía y del de cada una de las personas conocidas”.

“En segundo lugar, la familia se especializa en la formación de papeles para sus miembros más que en preparar las condiciones para la libre asunción de su identidad. No me refiero a la identidad en el congelado sentido esencialista, sino en el libremente cambiante, incierto, pero altamente activo sentido de ser uno quien es. Característicamente la familia adoctrina a los hijos en el deseado deseo de convertirse en determinado tipo de hijo o hija (luego marido, esposa, madre, padre) donándoles una «libertad», minuciosamente establecida, para desplazarse por los estrechos intersticios de una rígida trama de relaciones. En lugar de la temida posibilidad de que actuemos desde un centro de nosotros mismos, libremente elegido e inventado, de que estemos autocentrados en buen sentido, nos enseñan la sumisión o a asumir un modo excéntrico de estar en el mundo. Aquí excéntrico significa ser normal, estar situado de modo normal fuera del propio centro, que de esta manera se convierte en una olvidada región desde la cual sólo nos llegan los llamamientos de nuestros sueños, articulados en un lenguaje que hemos olvidado igualmente”.

“Ser una persona normalmente excéntrica, bien educada, quiere decir que uno vive todo el tiempo en relación con los otros, y así es como este sistema falazmente escindido se origina en la adoctrinación familiar, de manera que funcionamos constantemente en los grupos sociales de la vida ulterior como una cara u otra de una dualidad. Esencialmente, se trata de una colusión que recae sobre el parámetro rechazo/aceptación de la propia libertad. Uno rechaza determinadas posibilidades propias y deposita en el otro esas posibilidades rechazadas, el cual, a su vez, deposita en uno posibilidades de un tipo opuesto. En la familia hay metida una antítesis entre <dos que crían» (padres) y «los que reciben la crianza» (los hijos). Toda posibilidad de que los hijos «críen» a los padres está fuera de lugar. El «deber» socialmente impuesto de los padres elimina finalmente toda alegría que pueda mover la división de papeles. Esta estructura obligacional es trasladada posteriormente a los restantes sistemas Institucionales, donde después ingresa la persona criada en la familia (por supuesto incluyo a las familias adoptivas y a los orfanatos, que se ajustan al mismo modelo)”.

La familia deposita en el niño un elaborado sistema de tabúes

“En tercer lugar, la familia; como socializador primario del niño, le pone controles sociales que exceden claramente a los que el niño necesita para hacer su camino en la carrera de obstáculos que le plantean los agentes extrafamiliares del estado burgués, ya sean éstos policías, funcionarios universitarios, psiquiatras, asistentes sociales o «su» propia familia, que de modo pasivo recrea el modelo familiar de sus propios progenitores, aun cuando, desde luego, hoy en día los programas de televisión son algo diferentes. En realidad, lo que se enseña principalmente al niño no es cómo sobrevivir en la sociedad, sino cómo someterse a ella”.

“Rituales superfluos como la etiqueta, los juegos organizados y las operaciones mecánicas de aprendizaje en las escuelas sustituyen a las profundas experiencias de creatividad espontánea, juego verdaderamente libre y despliegue en libertad de la fantasía y de los sueños. Esas formas de vida son obligatoriamente suprimidas, olvidadas de modo sistemático, para poner en su lugar superfluos rituales. Quizá sólo la terapia en el mejor sentido puede capacitar para dotar de nuevo valor la propia experiencia, de forma tan elevada que registremos nuestros sueños adecuadamente y los desarrollemos como secuencias más allá del estancamiento al que acceden la mayor parte da las personas antes de cumplir los diez años. Si ello se diera en una escala lo suficientemente amplia, la terapia se convertiría en peligrosa para el Estado y sumamente subversiva, debido a que señala nuevas formas radicales de vida social”.

“Por ahora es suficiente con decir que, con todo, cada niño es un artista, un visionario y un revolucionario, al menos de forma germinal, mientras el adoctrinamiento escolar no haya comenzado”.

“En cuarto lugar, la familia deposita en el niño un elaborado sistema de tabúes. Ello se lleva a cabo, como la enseñanza de los controles sociales, mediante la implantación de la culpa, la espada de Damocles que descenderá sobre la cabeza de quienes antepongan sus elecciones personales y sus experiencias propias a las prescritas por su familia y la sociedad”.

“Si alguien pierde la cabeza de manera que desobedece esas prescripciones, lo cual es bastante poético, que lo decapiten. El «complejo de castración», en vez de ser algo enfermizo, es una necesidad social para la sociedad burguesa y es precisamente cuando se sienten en peligro de perderlo el momento en que muchas personas perplejas recurren a la terapia, o a una nueva forma de revolución”.

“EI sistema de tabúes que la familia enseña se extiende más allá que los presumibles tabúes del incesto. En las modalidades sensoriales de comunicación interpersonal se reduce a lo audiovisual, con tabúes muy duros en contra de que los miembros de la familia se toquen, se huelan y se gusten mutuamente. Los niños pueden jugar con sus padres, pero por ambas partes existen líneas firmes de demarcación de las zonas erógenas. Los varones que dejan atrás la niñez, deben besar a sus madres con medida oblicuidad y ritual. Los abrazos y apretamientos transexuales se precipitan rápidamente, en la mente de los miembros de la familia, en una zona de «peligrosa» sexualidad. Y por encima de todo hay el tabú acerca de la ternura, que ha sido notablemente descrito por lan Suttie en Origins of love and hate. Es indudable que en las familias la ternura puede sentirse, pero no expresarse, a menos que se haga en forma tan convencional que se convierta en prácticamente inexistente”».

Las deficiencias estructurales de la familia que señala Cooper contribuyen a formar una personalidad distorsionada, esculpida con los cinceles de los prejuicios y las conveniencias, lo que origina una conducta totalmente alejada de los cauces naturales que debieran orientar el diario quehacer para la satisfacción de las necesidades que el propio vivir engendra. Porque la familia no es ya el terreno fértil donde se desarrolla nuestro yo amparado de las inclemencias exteriores a la propia familia, como parece que habría de ser, sino el molde donde se nos conforma con arreglo a las necesidades de una sociedad que es sustancialmente nuestra enemiga. De ahí se origina la sempiterna lucha entre individuo y sociedad de que hablaba Spencer, lucha irracional y absurda, como ya hemos demostrado en otro capítulo de este libro.

La familia cumple en escasa medida los objetivos que le dieron origen

De cuanto hemos visto se deduce que la familia cumple en muy escasa medida los objetivos que le dieron origen. Es probable que en los primeros tiempos, cuando las instituciones autoritarias estaban más diluidas entre las propias células familiares, el papel de protección, defensa y dignificación de la vida individual en el seno de la colectividad entera, que es en última instancia el verdadero rol de la familia, se cumpliera de manera más cabal que en las sociedades posteriores, en las que el autoritarismo gubernamental y sus instituciones (Iglesia, Estado, Economía, Educación, Justicia, etc.), han engendrado todo un mundo envolvente de nefastas estructuras cimentadas en basamentos alienantes, domesticadores y esclavizantes, que condicionan al individuo adaptándolo a las abominables necesidades de una sociedad que aplasta los más sanos anhelos instintivos del ser humano en holocausto a una fuerte red de falacias que hacen de su vida una infelicidad permanente.

Se necesitarían muchas páginas para esbozar siquiera cada una de esas falacias que esclavizan y alienan al ser humano desde que nace hasta que muere. Y todas esas falacias se reflejan en la familia y en ella se desarrollan casi siempre con fervoroso calor, como señala David Cooper en las opiniones ya transcritas. Por ello, permítasenos que sólo reiteremos que en las concepciones fundamentales del anarquismo se considera a la familia como un reflejo de la sociedad actual y en la cual se requiere una verdadera revolución que la devuelva a su verdadero rol de institución donde el individuo encuentre el amor, la paz y la felicidad que en ella han de existir con arreglo a sus verdaderos orígenes. Y este papel sólo podrá alcanzarlo previo un cambio realmente revolucionario en los cauces generales de la sociedad, liberada de las tiranías autoritarias, de las esclavitudes económicas y de las falacias religiosas y dogmáticas.

Puesto que, aunque la sociedad que propicia el anarquismo viene a ser como una gran familia humana, estas concepciones no son incompatibles con la existencia del parentesco sanguíneo que integra la familia como agrupación primaria de toda la sociedad.

 

 

E)    LA ECONOMÍA

La palabra economía nos viene del latín, economía, derivada del griego olkonomía, que significa esencialmente la administración de los bienes hogareños. Algunos diccionarios la definen como “administración recta y prudente de los bienes”. En un sentido racional podría decirse que la economía es el uso de lo que el ser humano necesita para el desarrollo de su vida. Cuando el uso es adecuado y justo, la economía cumple un papeo, beneficioso en la vida humana y en el desarrollo social; cuando no lo es, la economía es un factor más de infelicidad. De ahí el enorme interés que el desarrollo de la economía tiene en la vida de las sociedades humanas.

Aunque Marx cayó en un error básico al situar a la economía como el eje de todo el actuar humano, no cabe duda que los orígenes de las concepciones anarquistas tienen unos fundamentos en los que se entrelazan las razones económicas con las demás razones. El anarquismo considera que todo el discurrir de la historia es un complejo de motivos y efectos en el que intervienen todos los aspectos de la vida para influir y ser, a su vez, influidos.

El eje de la historia no es la economía, como pretendía Marx, ni lo es la moral, ni cualquier otro de los aspectos del vivir humano. En realidad el eje de la historia es la historia misma.

La historia no está sometida a la tiranía económica

La historia, pues, no está sometida a la tiranía económica, pero la economía es uno de los aspectos del vivir que son fundamentales en el vivir mismo. De ahí que el anarquismo también haya prestado una atención especial a los problemas económicos, y sus concepciones sobre las realidades económicas de la sociedad futura forman casi el aspecto más voluminoso de sus teorías. Es cierto que lo que distingue específicamente al anarquismo de todas las demás concepciones sociales es su negación absoluta del Estado y de la autoridad, según la acepción clásica de estas expresiones y su aplicación práctica en las sociedades actuales; empero, el antiestatismo esencial del anarquismo ha de llevar implícitas unas normas económicas que no podrían darse en las normas estatistas y autoritarias, de la misma manera que ninguna de las normas económicas normales en cualquier sociedad estatista y autoritaria podrían ser compatibles con las concepciones esenciales del anarquismo. De ahí que el anarquismo tenga sus peculiares tendencias y preste a los problemas de la economía ese gran porcentaje del interés general de sus preocupaciones. Por ello la historia del anarquismo está repleta de diatribas contra las estructuras económicas que han venido prevaleciendo en la vida general de las colectividades humanas, puesto que ha considerado equivocadas e injustas las propias raíces de esas estructuras, por lo que todo el armazón de la economía actual debe sufrir profundos cambios, no superficiales y de forma, sino sustanciales y realmente revolucionarios.

La economía entendida como la producción y distribución de la riqueza, existe realmente desde que el hombre supo agruparse para realizar ciertas tareas en común con objeto de conseguir algunos beneficios que eran mucho más difíciles de obtener por el esfuerzo individual. Como doctrina o disciplina independiente no apareció hasta muchos milenios después. Cuando los humanos se unían para cazar, sembrar o recolectar semillas y frutos en aquellas primeras épocas de vida comunal, la economía dependía de una manera total de los conceptos morales que primaban en aquellas incipientes organizaciones humanas. Entonces se producía el fenómeno de manera inversa a como lo definió Marx: no era la economía el cincel que modelaba y determinaba todas las demás manifestaciones de la vida social, sino que sus formas y características dependían de factores morales mucho más trascendentes para aquellos hombres, y a cuyos factores todo se supeditaba en gran medida.

Aun sin haber nacido como doctrina propiamente dicha, la economía cuenta ya con verdaderas instituciones económicas en épocas bien lejanas. En los ladrillos sumerios, que datan de siete u ocho mil años, se leen datos económicos que demuestran un respetable conocimiento de los valores intrínsecos de la economía. Dykman, en su Histoire économique et sociale de I’ancienne Egypte, describe peculiaridades de la economía del valle del Nilo -que corrobora John A. Wilson en el libro The burden of Egypt- que también demuestran un gran conocimiento de los fenómenos específicos de la economía. Otro tanto sucede cuando se estudia la protohistoria de la India y de la China. De cualquier manera, no obstante, las más antiguas doctrinas económicas llegadas a nosotros con verdadero carácter de tales, datan de la civilización griega. Se decía en Grecia que el rey Minos, mítico fundador de la civilización helénica, además de juez eminente, era un gran administrador, lo que demuestra que las ideas económicas en la civilización griega venían de muy lejos.

Las dos concepciones económicas en la Grecia clásica: sofistas y socráticos

No sería adecuado al carácter general de este libro ni a la intención de este capítulo hacer una historia de las doctrinas económicas ni seguir un itinerario detallado de las vicisitudes de la economía a través de los tiempos, pero sí nos place señalar que ya en la Grecia clásica las concepciones económicas se ajustaban a las ideas morales y políticas de las diversas escuelas, con lo qué se ve una vez más que los dogmas marxistas sobre la tiranía económica en el desarrollo histórico carecen de basamentos realmente científicos. Según los más caracterizados historiadores de la economía, hubieron dos ese cuelas económicas preponderantes en la Grecia clásica: la de los sofistas y la de los socráticos. Los sofistas representan en el pensamiento griego lo que los anarquistas en el pensamiento moderno. Simbolizan al individuo en rebeldía contra el Estado. Para ellos el hombre es la medida de todas las cosas (Protágoras), y ponen en duda, hasta negarlos, a todos los dogmas admitidos entonces: los religiosos, los morales, los sociales y los políticos. Primaba en esa escuela, en cierto modo individualista, un concepto igualitario muy semejante al que postula el anarquismo moderno: rechazaban la idea de las clases y la de superioridad de la aristocracia, y combatían, en contra del mismo Aristóteles, la ignominia de la esclavitud. Alcidamas (un sofista) decía que la oposición hombre libre-hombre esclavo no es conocida por las leyes de la naturaleza. Los sofistas eran cosmopolitas y proclamaban que el hombre es libre dentro de la humanidad entera, sin estar limitado por nacionalismos esclavizantes y absurdos. Compatibilizándola con estas premisas de antiestatismo y libertad, los sofistas crearon su propia doctrina económica modelada bajo los auspicios de ese sentido de libertad, justicia y dignidad que regía todo su pensamiento. Proponían el libre cambio y combatían el monopolio económico del Estado. Protágoras escribió un Tratado de los salarios en el cual abogaba por la remuneración justa del trabajo, considerándolo como un beneficio para la comunidad, los sofistas son enemigos de la comunidad platónica regida por el Estado. No son colectivistas porque no conciben la comunidad: sin la autoridad estatal, y para salvaguardar esa libertad, a la que rinden el máximo culto, propician un individualismo económico de libre cambio donde la libertad y la dignidad no sufran menoscabo. Consideraban también a la riqueza natural como un patrimonio común al que todo individuo debe tener acceso por ley natural, y a la riqueza fabricada, como un producto personal, de propiedad privada, que el individuo productor puede intercambiar libérrimamente.

Se comprende que en aquellos tiempos en que la producción no pasaba de ser una casi primitiva artesanía individual, esa concepción económica que salvaguardaba el preciado don de la libertad, estimado por los sofistas como don supremo, no fuese realmente incompatible con las realidades económicas del momento. El reto actual para el anarquismo estriba en encontrar la forma de armonizar ese respeto a la libertad, la justicia y la igualdad con los grandes problemas de la macroeconomía actual, de lo que trataremos más adelante.

En contraste con ese individualismo anarquista de los sofistas se encontraba el pensamiento económico socrático representado significativamente por Platón en sus dos obras La República y Las Leyes, y una de Aristóteles,

 

La Política. Tanto Platón como Aristóteles son partidarios de una economía socialista -célebre es la idea de Platón, expresada en La República, de que hasta las mujeres deben pertenecer en común a los ciudadanos de esta república-, pero esa economía debe estar rígidamente administrada por el Estado, que en todos los demás aspectos también es todopoderoso.

Las demás escuelas filosóficas de la Grecia clásica aún concedieron a las ciencias económicas menos personalidad y subordinaron aún más su concepción de la economía a las ideas generales filosóficas que integraban la totalidad de su pensamiento respectivo.

Desde esas ideas económicas que hemos señalado en la Grecia clásica, y pasando por encima de las concepciones económicas que expusieron los grandes pensadores chinos, indúes, persas y egipcios, además de las escasas ideas económicas que conocieron los romanos y la estática concepción económica del cristianismo, contradictorio al postular un comunismo casi absoluto, por una parte, negando, a la vez, el reino de los cielos a los ricos y estableciendo que hay que “dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, la brevedad de estas notas apenas nos va a permitir señalar que en la Edad Media, la Iglesia medieval, poderosa como ninguna otra institución, como contrapeso a los grandes males que produjo obstruyendo todas las manifestaciones del pensamiento libre y destruyendo brutalmente los primeros brotes de la verdadera ciencia, introdujo en la moral de la época un respeto al trabajo -obligatorio en principio a todos los hombres, según mandato expreso de la ley de Dios-, que sólo había sido apuntado anteriormente en todo el transcurso de la historia, por los pensadores sofistas de la Grecia clásica. Y ese hecho es fundamental en la vida y en las doctrinas económicas. Implica el reconocimiento expreso de que, toda la riqueza se debe al esfuerzo humano, por lo que éste es el fundamento básico de toda la economía. De ahí que los oficios adquirieran una importancia que no tuvieron nunca antes y los gremios conquistasen una categoría jurídica y moral que los colocó en planos importantísimos en la vida social.

En el siglo XII Pedro Valdo preconizó una economía socializada

En los siglos XI, XII y XIII ya se teorizó sobre los aspectos fundamentales de la economía, y se trató sobre la propiedad, el trabajo y su remuneración, el capital, la moneda, el interés, y sobre la población. Junto con la dignificación del trabajo, considerado hasta entonces como denigrante y peculiar de los individuos esclavos, durante la Edad Media se estableció una división bastante racional de aquél y se discutió la forma justa de su retribución. Esos conceptos eran estudiados y desarrollados por las corporaciones, los oficios y los gremios, constituidos casi en su totalidad por artesanos libres que empleaban escasísima mano de obra asalariada. El Estado, pormenorizado entre los castillos feudales, los municipios y las ciudades, aún pequeñas, intervenía apenas en el desarrollo económico y sus características. Y hasta podía producirse el importante fenómeno de que un Pedro Valdo preconizara en el siglo XII una economía socializada en una sociedad esencialmente anarquista. Y fue por esas épocas cuando amanecen las célebres utopías -Tomás Moro (1478-1535) y Tomás Campanella (1568-1639)- quienes escribieron Utopía y La ciudad del sol, respectivamente- que pueden considerarse como las más importantes raíces del pensamiento socialista.

Después, por la evolución misma de las sociedades humanas, las realidades económicas fueron adquiriendo una complejidad que dio nacimiento a lo que ya puede considerarse como verdaderas teorías económicas. Es cuando nace el liberalismo económico, con Bernardo de Mendeville, Adam Smith, David Hume, David Ricardo y otros y se comienzan a encontrar las contradicciones, grandes contradicciones, de la economía de les tiempos modernos, de donde nacen ya las doctrinas elaboradas del socialismo moderno que proponen una orientación radicalmente diferente de la organización social y un quehacer económico más racionalizado y lo más acorde posible con las necesidades generales de la humanidad toda.

No obstante que ya surgen teorías que pretenden orientar la vida económica hacia realidades menos injustas que las que vinieron prevaleciendo desde el entronizamiento de la propiedad privada, la economía continúa siendo uno de los más significativos factores de infelicidad humana, peculiaridad que se agrava hasta grados enormes con el nacimiento de la sociedad industrial y la expansión del imperialismo colonialista, que fortalece las viejas formas de la esclavitud y crea formas nuevas tras la aparición del proletariado y las más depravantes formas de explotación del hombre por el hombre. Es probablemente esa época la única en toda la historia en que podrían apoyarse las concepciones marxistas sobre la preponderancia absoluta de la economía sobre las demás actividades humanas. Ese es el gran fenómeno característico en la aparición de la Era Industrial. La acumulación de capitales mastodónticos, el descubrimiento de enormes recursos naturales y la expansión de los mercados con medios de transporte y comunicación hasta entonces desconocidos, engendraron las condiciones apropiadas para el dominio absoluto de la economía sobre cualquier otra de las actividades humanas, y el desarrollo de esa enorme red de facetas económicas que constituyen hoy la complejísima realidad económica que se une al hundimiento de todos los valores que sirvieron de basamento a la sociedad que padecemos para ocasionar el caos horrible y enormemente peligroso en el que estamos hundidos…

Tras esta pequeña, rápida y tal vez inoportuna mirada retrospectiva sobre algunos aspectos de la evolución de la economía, veamos hasta el grado en que seamos capaces de analizar las características reales, tangibles, palpables y terribles de la economía actual para encontrar las razones que el anarquismo tiene para despreciarla y combatirla.

 

 

La economía capitalista

La propiedad privada es el eje de la economía capitalista

La economía capitalista tiene como sólido eje principal y basamento amplio la propiedad privada de los bienes raíces, de los medios de producción y de los mecanismos de distribución. Desde el nacimiento de la Era Industrial, todo el sistema con que se ha ido integrando esa manera económica se ha convertido en una complejísima red de facetas, todas vitales al propio sistema, que lo nacen de muy difícil esquematización. Enunciado con la sencilla fórmula capitalismo = propiedad privada, -lo que es esencialmente cierto- el parecería que el estudio de la economía capitalista podría reducirse a la sentencia proudhoniana de “la propiedad es un robo” y concluir con el aserto de la que el capitalismo es el más grande latrocinio de la historia humana…; pero el la economía capitalista, que domina virtualmente la vida económica actual de la toda la humanidad -puesto que las propias economías llamadas socialistas no son otra cosa que capitalismos estatales- se desarrolla bajo unas leyes propias que los economistas de todos los tiempos se han empeñado en descubrir y encauzar. Y hasta los propios socialistas, desde los primitivos hasta el mismo Marx, y en muy buena proporción también Proudhon, han elaborado sus doctrinas con los elementos base de propiedad privada. Individualmente privada o privada de determinadas agrupaciones del Estado.

Del concepto de propiedad se han derivado las nociones de valor, cambio, interés, capital, precio, ganancia, deuda, préstamo, costo, utilidad, renta, salario, y el sin fin de consecuencias que cada una de éstas lleva implícitas, amén de las muchas otras nociones que no hemos apuntado. Y todos esos vocablos no expresan situaciones o elementos estáticos, sino factores con vida propia, en movimiento constante y en complicada trabazón.

Todo el desarrollo de la economía capitalista se orienta hacia el supremo objetivo de aumentar la riqueza individual. Incluso cuando las unidades económicas se componen de sociedades en las que la propiedad se divide en muchas acciones, el objetivo de estas unidades es el reparto de las mayores utilidades posibles en los dividendos que beneficiarán a cada uno de los múltiples accionistas. Y ese objetivo encaminado al aumento de la riqueza particular es una constante en todos los estratos sociales que componen los conglomerados humanos actuales. Pudiera parecer que la meta del enriquecimiento hubiera de tener un límite y la ambición del ser humano llegara a un periodo de riqueza que colmara definitivamente esa ambición, pero no es así, y en todos los sistemas socioeconómicos en que se asientan las estructuras de la sociedad que padecemos esa ambición furibunda de el enriquecimiento está presente como motivo esencial de toda actividad económica.

Ese afán de enriquecerse no lo señalamos en estas reflexiones para significar sólo a la riqueza que excede la satisfacción de las necesidades consideradas elementales, sino que en esa lucha por la riqueza incluimos también las justas demandas y aspiraciones de las clases más desposeídas, ya que partiendo desde los estratos más bajos de esta injusta sociedad actual y ascendiendo por cada uno de los escalones sin solución de continuidad de todas las posiciones económicas que forman esa red complicada de entrelazamientos en que la riqueza está repartida hasta llegar a esas fabulosas fortunas dignas de los cuentos de las mil y una noches, el afán de tener más es un denominador común a todas las clases inmersas en estas sociedades en que está distribuida la humanidad de hoy.

De ahí que la economía actual, regida en el mundo entero por el principio supremo de la rentabilidad y el mayor beneficio, ha de someterse a las reglas que ese propio principio le impone.

Cuando la empresa privada es el propietario de los medios de producción y los canales de distribución -tanto en el clásico capitalista personal como en la gran empresa anónima- nos encontramos ante el sistema capitalista que ha caracterizado a la segunda mitad del siglo XIX y casi todo el XX. Y cuando el propietario de esos mismos medios es el Estado, tanto nos podemos hallar ante una forma realmente nueva del capitalismo clásico como frente a esa falsificación de socialismo que se ha venido produciendo desde la Revolución Rusa hasta nuestros días. Pero en uno u otro caso el proceso económico se desarrolla con muy pocas variantes en sus leyes intrínsecas, porque, en todos los casos, el principio fundamental es la producción de la riqueza por el esfuerzo de las mayorías y la acumulación de la misma en las manos de unas minorías. Las terribles desigualdades que ese procedimiento engendra ocasionan una gama infinita de injusticias, de miserias, de conflictos que hacen de nuestras sociedades unos campos de lucha desesperada por conseguir la supervivencia.

En la economía actual millones de niños, adultos y ancianos se mueren de hambre

Si hubiéramos de entretenernos en anatomizar las estructuras económicas de nuestras sociedades para descubrir sus podredumbres, nuestro trabajo sería interminable, por lo que habremos de limitarnos a consignar las ideas fundamentales por las que el anarquismo detesta esas estructuras y las combate.

Tal vez bastara para justificar esa enemiga del anarquismo hacia los sistemas que rigen la economía actual señalar sus efectos: millones de niños, adultos y ancianos que mueren de hambre; explotación permanente del trabajo, que no recibe lo necesario para cubrir las necesidades normales; millones de seres que no tienen opción de producir -el paro forzoso- para tener derecho a percibir lo imprescindible para no sucumbir; fabulosas riquezas empleadas en armamentos y millones de seres trabajando en ellos; inmensas fortunas particulares y estatales y miserias inmensas en las grandes multitudes; remuneraciones fantásticas a ciertas actividades inútiles o embrutecedoras -boxeadores, futbolistas, cantantes, etc.- y jornales da miseria para quienes realizan los quehaceres imprescindiblemente útiles para la humanidad entera -campesinos, obreros, profesores-, sin cuyo trabajo la propia vida de las sociedades no sería posible. Pero además de esas injusticias evidentes y criminales en el desarrollo de la participación de cada uno en la producción y disfrute de la riqueza, hay infinidad de otras facetas que hacen que la economía actual sea detestable. En realidad, las dos fuentes principales de riqueza de cualquier país son sus recursos naturales y el trabajo de sus habitantes -en estos tiempos se agrega un tercer factor que para algunos lugares representa uno de los principales medios de ingresos: el turismo-, pero, independientemente del valor intrínseco de cada uno de esos valores, la manera cómo se administran esas fuentes en las estructuras económicas actuales es completamente irracional, ya que al estar orientada esa administración hacia el beneficio personal o la conveniencia estatal es permanente el fenómeno de que países ricos en recursos naturales padezcan miserias extremas por no cultivar esos recursos o porque otros países se los roban. Y en cuanto el trabajo, la riqueza producida por el mismo no se resuelve en un beneficio general, sino en la acumulación de ésta en los sectores privilegiados o en el despilfarro estatal. De ahí el fenómeno de que Rusia haya de importar enormes cantidades de trigo para que sus habitantes se medio alimenten con ese cereal; que en la India se muera en la miseria la gran población mientras sus gobiernos emplean grandes riquezas en la fabricación de la bomba atómica; que Brasil esté completamente hipotecado con otros países por su enorme deuda externa a pesar de sus fabulosos recursos naturales; que en Estados Unidos de Norteamérica, considerado actualmente como el país más rico de la tierra, se encuentren amplios sectores de su población viviendo en paupérrima miseria y vicio desenfrenado; que hasta en los países más ricos en petróleo -el moderno oro negro- se codeen la miseria, el hambre y el vicio con las astronómicas fortunas de cuantías incalculables fuera de las fantasías de la ciencia ficción.

En la economía capitalista es muy desigual la distribución de los beneficios

Y no es sólo el anarquismo quien señala lo irracional e injusto de esos sistemas económicos, sino que hasta los propios gobernantes de todos los países hablan de la improrrogable necesidad de efectuar radicales cambios en todas esas formas de desarrollo económico. Claro que cuando se habla de esos cambios sólo queda en buenos deseos, si es que esos buenos deseos existen, porque los cambios que se requieren son tan esencialmente revolucionarios que significan el hundimiento de todo el sistema económico, político y moral sobre el que se levanta todo el edificio de nuestra civilización.

De ahí que el anarquismo propicie una verdadera revolución social que pueda establecer una racional justicia en todos los aspectos del vivir, con unos basamentos económicos más acordes con la verdadera naturaleza de la economía concebida como la actividad encaminada a satisfacer las necesidades imprescindibles para una vida integralmente humana, hasta el grado en que la propia economía lo permita por sus propias peculiaridades puestas al servicio de las necesidades indiscriminadas de toda la humanidad.

En la economía capitalista, cuyo principal eje es la consecución de beneficios personales, es muy desigual la distribución de los beneficios producidos por los recursos naturales y por el esfuerzo del trabajo, lo que constituye la principal injusticia del capitalismo como sistema de organización social. Todos los estudiosos de la economía concuerdan en que el trabajo produce una plusvalía -según el lenguaje marxista- que estriba en- la diferencia entre el monto de la producción y el costo de la misma. Esa diferencia compone los beneficios de la producción.

En el seno de las estructuras económicas del capitalismo (y en gran parte también en las estructuras de los países llamados socialistas) la distribución de esos beneficios está regulada por una escala de variaciones totalmente arbitraria y terriblemente injusta. Bajo el principio de la retribución proporcional al valer del esfuerzo realizado se cometen esas irritantes injusticias que imperan en la distribución de los ingresos que hace posible que entre el portero, el director y el accionista de una factoría se establezcan diferencias multiplicadas por centenares de veces, pasando por toda una gradación de diferenciaciones carentes de fundamentes éticos y humanos.

El Estado tiende al control de la economía

Y ese fenómeno se produce igualmente en las corrientes económicas de predominio estatal. En los países de política totalitaria, la economía suele estar casi íntegramente en manos del Estado. Y en los países en que el juego político no tiene carácter totalitario el Estado suele intervenir en un gran porcentaje en todo el movimiento económico. Independientemente de toda la actividad económica que genera la recaudación de impuestos y el mantenimiento de los servicios característicos del Estado, el control directo de éste -sobre todo desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días- cada vez se extiende más sobre las diversas ramas de la economía.

En México, país que los políticos que lo gobiernan llaman de economía mixta, el Estado controla y administra, a través de empresas estatales, los ferrocarriles, los telégrafos y teléfonos, los bancos, grandes empresas metalúrgicas, la mayoría de los transportes urbanos, la gran riqueza que representa el petróleo, y por medio de una institución especial -Conasupo- una gran parte de los bienes de consumo más esenciales, en franca competencia con el mercado particular, amén de establecer un control sobre los precios en un cuadro de materias que se consideran como subsistencias de primera necesidad. Es decir, que en este país la intervención del Estado en la economía puede decirse que es casi decisiva aunque no ejerza sobre ella un control absoluto en su producción y distribución, como en los países totalitarios. Y en muchos otros países sucede algo parecido.

El traspase más o menos violento de la economía clásicamente capitalista y liberal del período burgués a manos del Estado es uno de los aspectos más significativos de la evolución económica en este último tercio de nuestro siglo, y ello obedece a una fuerte tendencia histórica que se sufre en estos tiempos inclinados hacia el poderío absoluto del Estado en todos los aspectos de la vida social.

Las normas actuales por las que se desarrolla toda la actividad económica, como ya hemos señalado, son injustas, irracionales y hasta criminales, pero también son, además, altamente ineficaces dentro del contexto de su statu quo. Las enormes crisis económicas que se han venido sucediendo desde el propio nacimiento del sistema, con la aparición del capitalismo moderno y la sociedad industrial, demuestran lo irracional de su propia naturaleza. El sistema está podrido en su propio seno y sus incongruencias y contradicciones son fenomenales. Bajo el sistema capitalista se producen cantidades fantásticas de bienes suntuarios, superfluos, que tienen escasa salida por lo menguado de los recursos de las grandes multitudes, lo que origina una lucha de mercados y un desempleo que aumenta en espiral... mientras que en vastas regiones del planeta se carece de lo imprescindible para sobrevivir o se vive paupérrimamente. En este sistema, basado en el beneficie personal y la explotación del trabajo, casi la mitad de la población activa está constituida por elementos parásitos enrolados en la burocracia, estamentos policíacos, ejércitos, intermediarismos, población que consume sin producir mientras quienes realmente producen ven limitados sus poderes adquisitivos hasta grados de verdadera miseria.

Esas contradicciones e incongruencias económicas, además de ser inhumanas e injustas son fermentos que engendran luchas en todos los grados al unirse a, los factores permanentes de enfrentamientos ideológicos. Porque la economía actual está completamente dominada por las ideologías y es un arma potente y decisiva en los trágicos enfrentamientos que desembocan casi siempre en las criminales guerras que exterminan a las generaciones más valiosas de la humanidad.

 

 

La economía socialista autoritaria

La economía socialista es fundamentalmente idéntica a la economía capitalista

Desde el triunfo de la Revolución Rusa, y a través de las guerras grandes o pequeñas que no han dejado de sucederse, el comunismo autoritario se ha ido imponiendo en casi la mitad de nuestro planeta. A los sistemas económicos que esa nueva modalidad de la tiranía ha establecido donde ha triunfado se la ha llamado economía socialista. En el desarrollo general de esa economía no hay diferencias fundamentales con la economía capitalista. En esos regímenes el Estado es el dueño y orientador de todos los aspectos de la vida, y, como consecuencia, de la economía, pero todos los principios básicos de la economía capitalista son trasladados a este otro sistema: el salario, y con él los privilegios inherentes a las diferenciaciones en la retribución; la explotación que puede hacer posible los grandes excedentes que han de destinarse a los enormes dispendios estatales encauzados al mantenimiento de la seguridad interna, impuesta bajo fuertes contingentes policiales, y la seguridad externa, basada en mastodónticas instituciones militares que consumen la mayor parte de la riqueza que producen las multitudes trabajadoras; el ostensible desnivel económico en favor de los sectores ideológicamente dominantes; la endémica escasez en todo tipo de satisfactores y la obligada conformidad al statu quo de limitaciones mucho más agudas que las que se padecen en los propios países capitalistas.

De todo ello resulta que en todo el panorama de la economía actual se manifiestan la mayor parte de los males que aquejan hoy a nuestra especie. Por ello, el anarquismo considera nefastos los sistemas económicos que rigen en nuestras sociedades y en cualquiera de sus formas y propugna por su desaparición definitiva, en apoyo de cuyo postulado podrían argumentarse razones sin fin si las características de este trabajo no nos impidieran, por sus limitaciones, continuar analizando las grandes lacras de esos sistemas económicos que acogotan a la humanidad entera.

Y es natural que al propugnar por la desaparición de los sistemas actuales que regulan la vida económica, el anarquismo propone otros sistemas más acordes con la igualdad, la justicia y la dignidad. De ello hablaremos en otro capítulo de este mismo libro.

 

 

F)    LA IGLESIA Y EL SACERDOCIO

En el apartado e) de la primera parte de éste libro; bajo el rubro El ateísmo anarquista, hemos tratado de argumentar nuestras concepciones sobre la falsedad de la religión como ideología; como concepción general de la vida y como afirmación de la existencia de un Dios creador, como origen trayectoria y fin de todas las manifestaciones de la vida. Desbaratando esas afirmaciones religiosas hemos afirmado nuestro ateísmo, considerado como un desenvolvimiento lógico de la razón; pero deliberadamente no tratamos entonces el problema de la religión como organización social, como un estamento constituido, con sus consiguientes radiaciones en las funciones más importantes de la sociedad. Pensamos que ese aspecto de la religión es preferible tratarlo en esta segunda parte, destinada al intentó de una crítica anarquista de la sociedad, en cierto sentido desglosada de la exposición de lo que pudieran ser las concepciones filosóficas del anarquismo.

La historia de las religiones es una historia de crímenes

Es probable que el sentimiento religioso apareciera en el ser humano en cuanto éste sintió la inquietud de saber, de explicarse a sí mismo los fenómenos de la vida que cotidianamente contemplaba. Tan magnos y misteriosos  fenómenos hubieron de ser fuente de suposiciones y creencias generadoras de todas las modalidades de la religión. Desde entonces ha quedado grabada en la mentalidad humana esa falacia que tan difícilmente van desvaneciendo todos los conocimientos de la ciencia. Pero la institución religiosa como entidad social, y el sacerdocio como consecuencia, no surgieron de inmediato, sino que fueron producto de un proceso de organización social en el que los factores de poder, económicos y morales, fueron madurando las condiciones para que en una determinada época surgiera el sacerdocio y la institución religiosa como reguladores e institucionalizadores de aquellos sentimientos de asombro y sumisión hacia lo desconocido. Tal vez en los primeros tiempos de esas instituciones éstas mismas obedecían a idénticos sentimientos de asombro y sumisión, pero no hubo de tardar mucho en que el sacerdocio se convirtió en una profesión harto lucrativa y la Iglesia en un gremio de fuerte poder económico y político. Desde entonces la religión comenzó a ser uno de los peores enemigos del progreso humano.

La historia de las religiones es una historia de crímenes, falacias y frenos a la evolución social de la humanidad. Hasta en las más grandes civilizaciones de la historia, la religión fue siempre un muro espeso que sólo tras ímprobos esfuerzos fue horadado por el saber y el valor que los humanos fueron adquiriendo a través de todos los tiempos. Aunque las religiones se basaran en supuestos reales y no representaran esas grandes mentiras que son su propia esencia, el sacerdocio y la institución social que el mismo constituye habrían de destruirse definitivamente como simple y llana medida de salud histórica, puesto que continúa siendo uno de los más grandes males que aquejan a la humanidad esparcida por el mundo entero.

En algunas épocas de la historia y en algunos países el poder avasallador de la religión y la institución sacerdotal fueron absolutamente dominantes en todos los aspectos del vivir. Y ese dominio absoluto fue siempre terriblemente nefasto, no sólo en los efectos que más conocidos son en la civilización cristiana, sino en todas las latitudes del planeta, ya que en todos los lugares la institución religiosa y el sacerdocio se incrustan profundamente en el quehacer diario de todos los conglomerados humanos, determinando en una gran medida la conducta general de todas las gentes.

Es cierto que hay regiones del planeta donde la influencia y el dominio clericales están perdiendo sensiblemente su influencia, pero también es verdad que hay otros donde esa influencia y ese dominio se acrecientan, como está sucediendo en los países árabes. Con todo, el poderío clerical aún es enorme, y vastísimos sectores humanos permanecen bajo su control, un control que casi siempre es forzosamente compartido con los poderes políticos y económicos, o más o menos francamente disputado son esos otros dos poderes, como sucede, actualmente en la Polonia comunista.

La institución familiar está fuertemente controlada por el sacerdocio los rezos diarios, las confesiones, las misas dominicales, los nacimientos, los bautizos, los matrimonios, las muertes y hasta los rezos post mortem destinados a conseguir descanso para el alma del difunto, y algunas otras más, son funciones que el sacerdocio controla y, en ellas participa con sus correspondientes beneficios, más monetarios que espirituales. Y ese control sacerdotal sobre la vida familiar es definitivamente nefasto por lo que tiene de alienante y por los altos intereses económicos que suele afectar, como ocurre con las habituales actividades del Opus Dei, encaminadas primordialmente, a la caza de fortunas y la intromisión interesada en los grandes negocios económicos.

El parasitismo sacerdotal es una plaga muy importante que hay que sumar a los enormes grupos parasitarios compuestos por la burocracia estatal y las fuerzas represivas de los propios estados. Refiriéndonos sólo a la religión católica, son realmente fabulosas las riquezas que el sacerdocio de esta religión consume y las que se canalizan hacia el Vaticano. Y se puede afirmar que en el panorama general de la economía mundial las religiones y el sacerdocio de todos los credos constituyen unas enormes rémoras que contribuyen a que se agraven fuertemente los desequilibrios producidos por esos locos dispendios armamentistas de todos los estados; dispendios armamentistas que los sacerdocios bendicen cada una de las veces en que han de usarse las armas para guerrear entre grupos humanos, hijos todos del mismo dios, en nombre del cual el sacerdocio de cada lugar desea la victoria de sus feligreses sobre los feligreses del otro lugar.

Es difícil desarraigar las ideas aberrantes incrustadas en los mecanismos cerebrales

Podría parecer que por el determinismo propio de la evolución social y los grandes descubrimientos de la ciencia que han esclarecido la mayoría de los fenómenos sobre los que se asentaban todas las falacias religiosas, amén de la experiencia de toda la historia religiosa, plagada de ignominias y degeneraciones, habría de haberse producido la muerte casi definitiva de esa influencia sacerdotal en la vida cotidiana de las gentes, pero tal vez sea una ley natural que las influencias nefastas se arraiguen en el ser humano de manera tan profunda que muy difícilmente se logran erradicar. El célebre doctor Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina de 1906, tal vez una de las más grandes autoridades por sus conocimientos histológicos en los estudios de los mecanismos cerebrales, decía lo siguiente sobre lo difícil que resulta destruir las raíces que alimentan las aberraciones ideológicas:

“Dados los defectos de nuestra educación de la juventud, pocos serán los cerebros cuya arquitectura celular no haya sido algo deformada, en los que, al lado de asociaciones naturales no hayan brotado algunas conexiones aberrantes… Cuando tales asociaciones sistematizadas, creadas durante el periodo juvenil alcanzan el grado de robustez que expresa la palabra convicción política, religiosa, filosófica, etc. (verdadera o falsa), causan un verdadero estado cerebral, y pretender deshacerlas es tanto como querer corregir la anatomía del encéfalo y cambiar la personalidad”. (Prólogo a Evolución superorgánica, de Enrique Lluria, libro de texto en la Escuela Moderna de Francisco Ferrer Guardia.)

Las características actuales dé la Iglesia y el sacerdocio han de ser el producto de toda la historia de esas dos instituciones fundidas en una sola calamidad social. No es posible ni siquiera esbozar un compendio histórico de lo que esa calamidad ha significado en el conjunto de todas las religiones que la humanidad ha soportado y soporta. Piénsese que en 1949, en el Palais de la Mutualité, de París (Francia), se realizó un congreso de adoradores místicos donde concurrieron 251 delegados en representación de 12,408 sectas con el propósito de fundar una religión universal, lo, que equivale a decir que la multiplicidad de religiones antiguas y modernas nos obliga a tomar la más cercana a nosotros para escarcear someramente sobre su pasado y señalar su presente también de manera fugaz.

Las absoluciones eclesiásticas son una inmoralidad religiosa

La historia del sacerdocio y de la Iglesia es una negación constante de todos los postulados morales básicos de, la propia, religión. La esencia de la religión es su moral; sus cosmologías y, las demás explicaciones que las religiones intentan imponer sobretodos los fenómenos y aspectos de la vida son como columnas sostenedoras donde apoyar los mandamientos de la ley de Dios, que son lo que constituye la legislación moral que encauza la conducta de los creyentes. Esos mandamientos, tal vez formulados con buenas intenciones por los primeros religiosos, han sido desde siempre desdeñados, pisoteados y prostituidos por el sacerdocio. Esa traición a sus propias esencias podría representar el mayor crimen moral de que la propia Iglesia es culpable si no fuese que los crímenes físicos cometidos contra toda la humanidad superan cualquier otra consideración. Y los más altos jerarcas de la Iglesia y el sacerdocio, en todos los tiempos, han sido los principales intérpretes de ese fenómeno, seguidos por el bajo sacerdocio, que también supo siempre hacer honor a la depravación de sus superiores.

Una de las mayores traiciones que el sacerdocio ha cometido contra los propios postulados de la religión es la absolución de los pecados. En los primeros tiempos, los simples sacerdotes, mediante el pago de ciertas cantidades, proporcionales a la importancia del pecado, concedían toda clase de indulgencias a los pobres penitentes que se refugiaban en los templos buscando el perdón a sus fechorías, de mayor o menor gravedad; pero la Iglesia, ya como institución, advirtiendo el pingüe negocio, lo oficializó. Y así, en 1080, en el concilio Lillebone se estableció una tarifa para la absolución de ciertos pecados. Por su parte, el Papa Gelasio II autorizó al obispo de Zaragoza para que absolviera de todas sus culpas a los que dieran dinero para mantener al clero y restaurar la iglesia que había sido arruinada por los sarracenos; y en el concilio de Exester de 1287, y el de Samur, 1294, prohibieron a los simples sacerdotes que se quedaran para su uso lo que recaudaran por las absoluciones, lo que habían de encauzar íntegramente a las finanzas generales de la Iglesia.

El Papa Clemente IV generalizó el procedimiento reglamentando el empleo del dinero por la dispensa de los pecados, y en 1520 se fijó la célebre Tarifa Cancelaria y Penitenciaria de Juan XXII, que es un documento que por sí solo puede bastar para producir el asco y el desprecio más profundos hacia todas las formas del sacerdocio. Por unas monedas cualquier individuo podía permitirse el lujo, sin caer en pecado, de apalear, incendiar, robar y asesinar… Por ejemplo:

Por la absolución del que hubiera dado muerte a su padre, a su madre, a su hermano o hermana o a un pariente laico… de 5 a 7 gros (en donde tomamos estos datos no se indica la equivalencia de esta moneda) por cada muerto.

Por la absolución de un marido que hubiera apaleado a su mujer y la hubiera hecho abortar con la paliza... 6 gros.

Por la absolución del pillaje, incendios, robos y asesinatos de laicos... 8 gros.

Y así sigue la lista.

 

Aparte de la enorme, desvergonzada y horrenda traición a todos los mandamientos religiosos, la Iglesia y el sacerdocio causaron con estos negocios males tremendos a la sociedad, dado que en esas épocas todo el sistema judicial estaba en sus manos, con lo que todos los delitos podían quedar impunes mediante el pago a estas instituciones de ciertas cuotas ya previstas y catalogadas en tarifas fijadas de antemano.

También la Iglesia y el sacerdocio infligieron graves daños a la sociedad desde que se establecieron como instituciones, dado que inmediatamente surgieron las disensiones internas que arrastraban tras sí a la sociedad entera, dividiéndola en grupos mortalmente enemigos, puesto que todos los sectores de la sociedad estaban fuertemente dominados por el sacerdocio y las sectas que aun en el seno mismo de la Iglesia se disputaban la hegemonía temporal tomando como pretexto las diferentes interpretaciones de los dogmas. Pueden citarse en este sentido los múltiples y repetidos cismas que provocaron luchas encarnizadas en las que se empleaban toda clase de armas, desde el alevoso cuchillo hasta el taimado envenenamiento.

Arrio, destacado sacerdote de Alejandría -como uno de tantos ejemplos que se pueden citar-, en el año 311 se alzó contra Alejandro cuando éste fue ascendido al Patriarcado de dicha ciudad, dando nacimiento al arrianismo, con una interminable cauda de luchas feroces.

Las luchas provocadas por los cismas causaron innumerables crímenes

La actitud de Arrio exasperó a los altos prelados, quienes en un concilio celebrado en Egipto, al que asistieron cien obispos, lo condenaron como hereje, expulsándolo. Sin embargo, los obispos de la Iglesia Siriaca de Palestina abrazaron la causa de Arrio, quien sostenía que “la creencia en la divinidad de Cristo es un absurdo. Jesús no era más que una simple criatura, aunque superior a muchas otras”, lo que hizo decir a Su Santidad Pio León X: “La fábula de Cristo produce tantas ganancias que sería necio advertir el engaño a los ignorantes”.

Mientras, las dos facciones no se contentaban con el bizantinismo de las discusiones teóricas, sino que procuraban eliminarse físicamente.

En esa situación, para consolidar la Iglesia, que amenazaba con derrumbarse en aquellos primeros tiempos, Constantino el Grande convocó a los obispos del mundo católico al primer concilio ecuménico, que tuvo lugar en Icea en el año 325, para que se pusiera término a las luchas. Pero a pesar de que la mayoría de los trescientos dieciocho obispos que acudieron de todos los lugares pronunciáronse en contra de las opiniones de Arrio, y a pesar de las medidas represivas que se tomaron contra el arrianismo, la lucha duró medio siglo, aunque Arrio, Eusebio de Nicomedia y otros fueron deportados a Hiria.

Pelagio, monje bretón que desempeñó el cargo de consejero del Papa Zózimo (417-418), inició en Africa, bajo el reinado del Papa Inocencio I (402-417), una campaña contra el dogma del pecado original por nuestro padre Adán, sosteniendo que; “el hombre no ha recibido al principio dones algunos sobrenaturales; nada ha perdido por el pecado original y nada necesita para alcanzar su fin en el otro mundo".

Frente a Pelagio se alzó San Agustín, obispo de Hippo, en Africa (fallecido en 430), entablándose así una polémica vigorosa que hizo estremecer los propios cimientos de la Iglesia, al extremo de que en 416 se convocaron los grandes concilios de Cartago y Mileve para contrarrestar la influencia del pelagianismo. El Papa Inocencio I aprobó las actas de los concilios condenando a Pelagio, pero el sucesor de Inocencia, Zózimo, reivindicó a Pelagio, aunque fracasó en su intento, por la gran influencia que San Agustín ejercía en la mayoría de los miembros de la Iglesia, lo que aprovechó para reunir en Africa un nuevo concilio (en el año 418), al que asistieron 220 obispos adictos a su causa, donde impusieron a Zózimo la condenación de Pelagio, lo que el Sumo Pontífice tuvo que acatar, ya que esta resolución estaba apoyada por el emperador Honorio. A consecuencia de ello Pelagio y su amigo Celsio fueron expulsados de Roma y sus partidarios perseguidos a sangre y fuego.

El dogma de la Santísima Trinidad provocó también graves conflictos cuando Nestorio, patriarca de Constantinopla, opuso objeciones a las cualidades divinas de María, madre de Jesús, y aumentaban peligrosamente los partidarios de Nestorio, lo que motivó que el emperador Teodosio el joven convocara en Efeso, el año 431, un concilio ecuménico, que fue el tercero de éstos, donde Cirilo, en representación del Papa Celestino I defendió la doctrina de la Santísima Trinidad, quedando establecido por unanimidad que:

Las jerarquías eclesiásticas siempre quisieron dominar al mundo entero

Cristo, Dios verdadero e hijo de Dios, por naturaleza, nació según la carne de la Bienaventurada Virgen María, que es, por consiguiente, verdadera madre de Dios”, lo que dio como resultado que Nestorio fuera desterrado, muriendo en Egipto en 440, y sus partidarios, como siempre, fueran perseguidos con toda la ferocidad acostumbrada. De todas maneras el asunto no concluyó ahí, sino que los nestorianos y otros cismáticos se unieron, consiguiendo que la mayor parte de la Iglesia Siríaca se apartara de la grey católica. Ante esta situación, Eutiques, abad de Constantinopla, propuso una teoría conciliatoria, pero en un concilio convocado por San Flabián, Patriarca de Constantinopla, que estaba respaldado por el Papa León el Magno, se pretendió condenar a Eutiques y los suyos por herejes, lo que motivó un serio tumulto en el propio concilio que causó heridos y muertos, entre los que se contaba el propio Flabián, que murió tres días después de la reyerta a consecuencia de las heridas que sufrió. Y como la autoridad de la Iglesia se resentía profundamente con estos acontecimientos, para intentar salvarla, el emperador Marciano y su mujer Pulquería convocaron en 451, en Calcedonia otro concilio ecuménico al que asistieron seiscientos obispos que, amparados por la fuerza del Emperador y alentados por la carta del Papa León el Magno, formularon una profesión de fe que rebatía y condenaba a los nestorianos y sus aliados. Pero esto no amedrentó a los partidarios de Eutiques, que expulsaron, sublevándose, de las principales sedes de Alejandría, Antioquía y Jerusalén a los patriarcas que se mostraban partidarios de lo acordado en aquel concilio… Y el conflicto continuó causando la muerte del Papa Martín, recluido en prisión por haber condenado unas decisiones del emperador Heraclio en el sínodo Lateranense de 649, hasta que el emperador Constantino convocó un sexto concilio ecuménico que excomulgó a todos los disidentes, entre los que se encontraba el propio Papa Honorio I.

Y sobre todo esto, en una carta dirigida a los doctores clericales el emperador Constantino el Grande decía: “Esas cuestiones que no son necesarias y provienen de una inútil ociosidad, pueden plantearse para excitar el ingenio, pero no deben, llegar nunca a oídos del pueblo…”.

Pasados un tanto aquellos momentos de intensas luchas intestinas y consolidada la Iglesia, ya fuertemente aliada a los poderes civiles -reyes y emperadores-, la soberbia del sacerdocio se atrevió a disputar el poder terrenal con aquellos reyes y emperadores que tanto habían contribuido al poder eclesiástico, como lo demuestra el hecho de que el Papa Bonifacio VIII dirigiera una bula al monarca Felipe el Hermoso, en diciembre de 1301, titulada “Ausculta FiIi”, en la que dice así: “Dios nos colocó sobre los reinos para arrancar, destruir, perder, disipar, construir y plantar en su nombre, difundiendo su doctrina. No permitáis que os convenzan de que no existe superior vuestro y de que no estáis sometido al jefe de la jerarquía eclesiástica; el que así opina es un insensato y el que sostiene ciertamente esta opinión es infiel y se separa del rebaño del buen pastor”.

Felipe el Hermoso hizo caso omiso de la bula y la mandó quemar el once de febrero de 1302, lo que irritó de tal manera al Papa que en el concilio que se celebró en Roma el mismo año excomulgó al monarca acribillándolo de injurias y amenazas. Y por el mismo camino, en 1705, en un concilio en Roma, el Papa Gregorio VII lanzó un decreto prohibiendo, bajo excomunión, a cualquier laico de cualquier categoría, ya fuese emperador, marqués, príncipe o rey conferir la investidura; y a cualquier clérigo, presbítero u obispo, recibir de tales manos la investidura de beneficios, abadías, obispados o dignidades eclesiásticas de cualquier especie. (Cabe aclarar que entonces era corriente que los poderes laicos confirieran esas investiduras a elementos de su conveniencia). Pero Enrique IV de Alemania se enfrentó a Gregario y calificó el decreto de “agresión pontificia”, y para conjurar la amenaza convocó un concilio en Worms con el objeto de destituir al propio Papa. Los obispos reunidos en el concilió se pronunciaron en contra del Papa, quien fue acusado abiertamente de simonía, asesinato, adulterio y otras lindezas por el cardenal Cándido. El concilio acordó por unanimidad la deposición de Gregario, sentencia que fue confirmada en sínodo Pascual de 1706, pero la Iglesia no hizo el menor caso en su afán de imponer su poder sobre el poder civil, aspiración que ya había logrado bajo el reinado de Ludovico Pío (778-841), hijo de Carlomagno, en que Esteban IV se aventuró a ocupar el sitial pontificio sin la confirmación del emperador, gesto que imitó luego el Papa Pascual, haciendo lo propio su sucesor Eugenio II. (824-827)…

Sería realmente interminable una relación de los conflictos que en todos los momentos de la historia el sacerdocio y la Iglesia han planteado a la humanidad, pero es imprescindible hablar aunque sea rápidamente de las trabas enormes, criminales, que siempre opusieron esas dos instituciones fundidas en una sola a todos los progresos de la evolución y a los perfeccionamientos que las mentes inquietas intentaron realizar en bien de las colectividades humanas.

La historia de los Papas está impregnada de luchas sangrientas entre ellos mismos

Por sobradamente conocidas haremos abstracción voluntaria de la enorme serie de iniquidades cometidas por la Santa Inquisición, pero recordemos, sólo el gran crimen de la célebre noche de San Bartolomé, en la que fueron asesinadas unas cincuenta mil personas por las huestes sanguinarias católicas:

Y en las luchas personales por el poder pontificio se destaca un amplio rosario de crímenes e ignominias.

Esteban VII atacó fieramente a Bonifacio VI, papa relámpago que reinó apenas quince días, anatematizando a su predecesor ya muerto, a quien hizo: desenterrar y conducir a la sala del concilio que estaba reunido para tratar su ascensión al solio pontificio, y allí, ante el estupor de todos, somete al difunto a un severo interrogatorio, pero como los muertos no hablan, el silencio del acusado se tomó como confesión de culpa y se evidenció que aquella ascensión había sido fraudulenta, por lo que el flamante Papa Esteban VII ordenó que se le cortaran al cadáver los tres dedos que suelen usar los santos varones para impartir la bendición.

El Papa Esteban IV, que sucedió a Constantino, persigue a éste con saña feroz. Sus secuaces invaden un santuario donde Constantino se había refugiado y le imponen un castigo tremendo, atándolo a un caballo, colocándole grandes piedras en los pies y paseándolo por las calles, donde las multitudes fanáticas, que días antes se habían postrado a sus pies rindiéndole pleitesía, lo insultan y apedrean. Luego, con hierro candente, le queman los ojos y lo arrojan a un pozo de inmundicias, excomulgándolo y prohibiendo que se le prestara ninguna clase de auxilio, pero como el infeliz sobrevivió, tras algunas protestas de gentes más humanas, fue transportado a un monasterio. Pero como para Esteban la sola existencia de Constantino constituía una grave acusación, queriendo justificar su ensañamiento y deshacerse de él legalmente, organizó un concilio con los hijos de Pipino, quienes le proporcionaron los prelados necesarios para la celebración del concilio, efectuado en el Palacio de Letrán. Se llevó a comparecer a Constantino, con las órbitas vacías y consumido por la fiebre, casi moribundo, y como las respuestas dadas por Constantino acusaban a Esteban, éste ordenó que se le arrancara fa lengua al insolente y se le dieran cientos de golpes sobre la cabeza, con lo que se acabó con él.

Y por esos derroteros Cristóbal I destronó a León V, encarcelándolo, el cual apareció poco después estrangulado en un calabozo.

Luego entra en escena Sergio y derriba a Cristóbal, condenándolo a morir de hambre en una mazmorra. De Sergio III, que así se hizo llamar, dijo el cardenal Baronio: “Es un bandido digno de la cuerda y el fuego”, lo que señala las bajas pasiones que los dominaban.

El cisma de Occidente enfrentó a Papas y antipapas, arrastrándolos a un torbellino de odios y crímenes tremendos.

La Iglesia y el Clero fueron siempre un valladar al progreso

A la muerte de Gregorio XI, el cónclave, inspirado por un mensaje amenazador de los partidarios, de Roma, proclamó a un italiano, el arzobispo de Bari, que reinó con el nombre de Urbano VI. A los pocos meses fue destituido, nombrándose en su lugar a Clemente VII, que se radicó en Nápoles. Entre éste y Urbano se entabló una lucha despiadada. Armaban e incitaban a sus secuaces, muchos de ellos bandidos y expresidiarios, para que asaltaran a los partidarios del rival, los eliminaran y se apoderaran de sus bienes. Finalmente, Clemente hace envenenar a Urbano por uno de sus agentes.

A la muerte de Clemente VII aparece Pedro Luna, de origen español, inmensamente, rico y ambicioso, que fue consagrado con el nombre de Benedicto XIII, bajo el que cometió toda clase de tropelías y crímenes. Y en ocasión de que se le reprochara su proceder, proclamó: “¿Ignoráis, príncipes de la Iglesia y del Estado, que vosotros sois mis súbditos y que yo soy el señor de los pueblos y los reyes, puesto que todo está sometido por Dios a mi voluntad?”

Este personaje, después de cuarenta años de luchas, fue al fin asesinado por un fraile de nombre Tomás que, a sueldo de los enemigos de Pedro Luna, le envenenó las hostias que tomaba. El fraile confesó que había obrado por mandato del Papa romano.

Pero aunque estas luchas intestinas, como señalamos, perjudicaban a la sociedad entera debido al enorme poderío clerical en la época, el mayor daño a la evolución natural de la humanidad lo cometieron la Iglesia y el clero al avasallar todos los intentos del progreso científico. El significado de la vida y un posible conocimiento real del universo, que son objeto de estudio de los hombres de ciencia, fueron resueltos de manera absoluta y simplista por las concepciones religiosas e impuestos de manera brutal e incontrovertible por la Iglesia y el sacerdocio, impidiendo a sangre y fuego cualquier investigación que pusiera en duda los dogmas que la ignorancia primitiva había impuesto. Millares de víctimas ardieron en holocausto a esos dogmas. Si hoy ya nadie osa afirmar que la tierra es plana, a los primeros sabios que así lo señalaron les costó la prisión, el tormento y la vida en manos de ese sacerdocio implacable y criminal cuando goza de algún poder. Ahí están para testimoniarlo Campanella, Galileo, Giordano Bruno, Francisco Stabile, Lucio Vanini, Miguel Servet.

Y no sólo se manifestaban estas expresiones de oscurantismo criminal en los primeros tiempos de dominio clerical, sino que el 25 de agosto de 1950, el Papa Pío XII condena en la encíclica “Humanis Génesis” a los profesores católicos que “deseosos de novedad y temiendo que los crean ignorantes de los adelantos científicos se están retirando de la enseñanza de la Iglesia y aceptan las teorías de la evolución como una explicación del origen de todas las cosas”. Y célebre es el caso en que el Papa Juan XV nombró una comisión de sabios eclesiásticos para que se lanzaran por los caminos del mundo hasta dar con el lugar donde la tierra y el cielo se tocasen, y demostrar así a los estúpidos hombres de ciencia su crasa ignorancia al afirmar que la tierra es redonda, En el año 987 salió la comisión nombrada a cumplir su misión, previa la bendición del Santo Padre…, y cinco años después se presentaron ante éste asegurándole que habían llegado hasta, un punto en que la tierra y el cielo se juntan tanto que habían tenido que bajar la cabeza para no tropezar con él.

El propio Cristóbal Colón se vio amenazado de muerte cuando se atrevió a decir a los reyes católicos que, debido a la esfericidad de la tierra, sería posible llegar a la India sin torcer su ruta, ya que esta afirmación desdecía lo que dice el Espíritu Santo en los libros sagrados.

Hasta el propio Gutenberg, a quien todos aceptan como inventor de la imprenta -independientemente de que ya hubiese sido descubierta en China, lo que ahora no viene al caso dilucidar- hubo de sufrir los embates del clero.

Todos los adelantos de la ciencia fueron obstaculizados por la Iglesia

El caso más grave a este respecto fue el de Juan Faust, ciudadano de Maguncia, que aprovechando la invención imprimió muchas biblias, de las cuales regaló una al rey Luis XI, de Francia. Cuando el caso llegó a conocimiento de los frailes y vieron el parecido de las letras, la exactitud de los espacios, la nitidez de las tintas empleadas y otros detalles maravillosos, supusieron que aquello era obra sobrenatural, pues ningún copista había llegado jamás a una tal perfección, por lo que corrieron de inmediato a denunciar el caso a la clerecía superior, que ordenó la requisa de todos los libros sospechosos, biblias sobre todo, que era casi lo único que se permitía leer entonces. Pero como no tenían ni la menor idea del invento, creyeron que tantos libros eran obra de un copista que estaba poseído por el demonio o era el demonio mismo, por lo que el Santo Oficio dio orden de apresarlo, y tras allanar su domicilio y recoger todas las biblias para quemarlas como obras diabólicas, fue sentenciado a la hoguera, y había de ser quemado en la Plaza de la Greve… aunque no se pudo ejecutar la sentencia porque cuando fueron a buscar al reo el calabozo estaba vacío. Se supuso que el propio rey, a escondidas de la Inquisición, le propició la fuga.

Por la misma época, en Maguncia, también los frailes se movilizaron para localizar al endemoniado que les hacía la competencia en el lucrativo oficio de copiar libros. Después de escudriñar dieron con una casa sospechosa en la que se producían ruidos raros en su interior y de cuya chimenea salían bocanadas de humo negro, como salido del propio infierno. Era la casa de Gutenberg donde éste se dedicaba con algunos amigos a imprimir sus primeros libros. Los frailes asaltaron la casa y destruyeron todo lo que hallaron a mano, arrojando a las aguas purificadoras del río hasta los accesorios más insignificantes.

En 1541 fue desterrado Versalius por haber escrito un libro de anatomía de 664 páginas, y el manuscrito fue quemado.

Y Galileo, por escribir que la tierra da vueltas alrededor del sol fue obligado a negar sus afirmaciones bajo pena de muerte. De ahí aquella célebre frase que se le atribuye cuando acababa de firmar su retractación diciendo que a pesar de todo se mueve.

Y el sacrificio de Juan Hus, de Miguel Servet, cuando se atrevió a describir la circulación de la sangre… Y tantos y tantos casos en los que la Iglesia y el sacerdocio impidieron o dificultaron el progreso humano. Pero aunque sería interminable una relación de hechos de esta naturaleza, es imposible resistir la tentación de señalar un caso acaecido en la civilizada Norteamérica con referencia a las teorías evolucionistas.

En 1925, cuando ya eran aceptadas universalmente, en lo fundamental, las ideas darvinistas y la teoría de la evolución, se produjo un escandaloso asunto en el estado de Tennessee (Norteamérica), en el que se acusaba al profesor John Scopes de haber violado la constitución de aquel estado al enseñar la doctrina de la evolución. El acusador fue un político llamado Bryan, que antes fuera Secretario de Estado con el Presidente Wilson. La Iglesia y el sacerdocio habían logrado crear un ambiente fanáticamente contrario al darvinismo y Bryan creyó que con esta acción se ganaría la simpatía de los electores en la campaña política que tenía entre manos. El proceso ocurrió en Dayton (Ohio), y duró desde el 11 hasta el 21 de julio de 1925. Bryan, que había escrito dos obras (La amenaza del darvinismo y La Biblia y sus enemigos), consiguió que el profesor Scopes fuera condenado a pagar cien dólares de multa por no haber tenido el derecho, en su calidad de profesor de una escuela del Estado, de enseñar doctrinas que no fueran reconocidas por el Estado ni exponer a los contribuyentes una teoría que les repugnaba, visto que ellos le pagaban… El asunto se extendió por toda la nación y a una hermana del profesor Scopes que era maestra de matemáticas en el estado de Kentucky la cesaron en sus funciones por no haber querido declarar ante la dirección del liceo que no creía en la evolución.

El Clero y la Iglesia están incrustados en los organismos de poder

Estos ejemplos, que son casi de ayer mismo, demuestran la nefasta influencia que la Iglesia y el sacerdocio han venido ejerciendo hasta nuestros días, pues cuando escribimos estas notas (mediados de 1983), oímos que nuestro Papa actual -el gran turista-, se opone a cualquier medida anticonceptiva, cuando la explosión demográfica es uno de los más graves problemas que sufre la humanidad actual:

Podría parecer que, ante el peligro enorme que representan los encontrados intereses estatales de los gobiernos que dominan al mundo en nuestros días, el poder y la influencia de la Iglesia y el clero carecen de importancia capital, pero no es así, pues aparte del efecto alienante de toda la actividad clerical sobre la mentalidad de las grandes multitudes, el clero y la Iglesia están incrustados en todos los organismos de poder que deciden la suerte del mundo, sobre todo en los países que están bajo la férula del capitalismo.

Por eso el anarquismo es enemigo de la Iglesia y el clero como instituciones y aunque se respeten las creencias personales y cada quien pueda practicar la religión que se le apetezca, la sociedad debe eliminar definitivamente de su seno esos dos monstruos que la devoran y la entenebrecen.

 

 

G)   RESUMEN

Son muchísimas las ramificaciones que se producen en cada uno de los estamentos básicos de la sociedad, y también son muchas las formas en que se entrelazan entre sí todas esas ramificaciones, por lo que no es posible considerarlas absolutamente aisladas ni analizar sus efectos sin tener en cuenta esos entrelazamientos y esas interinfluencias, por lo que hay que considerar a la sociedad como un conjunto, como un cuerpo cuya vida responde a la actividad de cada uno de sus órganos. Decía Kropotkin que las sociedades están sujetas a las mismas leyes biológicas, en lo fundamental, que los demás organismos vivos, y así como en éstos hay órganos fundamentales que son sus principales sostenes, en las sociedades hay instituciones que son como las columnas básicas de toda la estructura sobre la que, en definitiva, está construido todo el edificio de las sociedades en que vivimos. Queremos significar con lo que decimos que de las instituciones que hemos criticado en páginas anteriores se derivan muchas otras de gran importancia aunque no las hayamos considerado con la primordialidad que las anotadas. Tal es el caso de la Justicia, la Educación, la Política, la Ciencia, el Pensamiento, la Comunicación y otras que, aunque vitales en la vida de las sociedades, son producto de un conjunto de factores que provienen de varias otras instituciones, en combinaciones mil, que las determinan y caracterizan.

El anarquismo crítica y rechaza a la sociedad entera

La educación es uno de los casos más típicos de esas instituciones sociales que están conformadas por elementos de diversa procedencia. Además de la familia como cuna básica y esencial de la educación, en ésta intervienen, de manera muchas veces definitiva, el Estado, la economía, la religión, la ciencia, la comunicación, el ambiente, y, virtualmente, todas las manifestaciones de la vida que integran el medio en que un determinado vivir se desarrolla. Por ello es que si todos los factores que integran el cuerpo mismo de la educación se derivan de las instituciones nefastas que sostienen la nefasta sociedad que padecemos, la propia educación ha de ser nefasta, ya que ha de responder a la naturaleza de los factores que la integran.

Otro tanto puede argüirse sobre la justicia, con la agravante, en este caso, de que la justicia y todo el sistema de jurisprudencia está basado sobre principios filosóficos fundamentalmente falsos y a la vez está al servicio de intereses bastardos empeñados en el mantenimiento del sistema, con todas sus injusticias y aberraciones.

Y así se podrían detallar todas las facetas del vivir cotidiano de estas sociedades que padecemos. Por ello es que el anarquismo critica y rechaza a la sociedad entera para proponer otros basamentos que posibiliten una regeneración de todas las actividades sociales que respondan a las necesidades reales de libertad y justicia que el ser humano siente.

El anarquismo clásico proponía un cambio violento, radical, absoluto de la sociedad por medio de la verdadera revolución social, pero ha surgido un neoanarquismo que, sin desechar el concepto de revolución radical, recomienda la influencia anarquista en la modificación diaria de algunos aspectos de la sociedad actual que se prestan a un acercamiento a las concepciones del anarquismo, como es el caso de las agrupaciones de vecinos, los movimientos cooperativos y autogestionarios, el pacifismo en todos sus aspectos, las manifestaciones ecologistas, la emancipación sexual y feminista, el control demográfico y algunas manifestaciones más que se dan en el seno de las sociedades actuales en contra de las propias estructuras de estas mismas sociedades.

Como ya hemos señalado, el carácter de esta obra no es de polémica y discusión, sino de exposición, por lo que nos abstenemos de entrar en el análisis crítico de las posiciones militantes del anarquismo, y las señalamos con el afán de proporcionar un mayor conocimiento de lo que realmente es el anarquismo. De todas formas, podríamos terminar este capítulo afirmando que el anarquismo rechaza globalmente las principales estructuras de la sociedad actual autoritaria, tanto las que se presentan bajo los regímenes clásicos de capitalismo como las que están apareciendo bajo el falso manto del socialismo autoritario.

El anarquismo, pues, tras comprobar que la sociedad actual considerada globalmente es nefasta y no cumple los objetivos reales que debieran proponerse las sociedades humanas, propone su aniquilación y la construcción en su lugar de una sociedad nueva en la que puedan ser posibles esas aspiraciones humanas de libertad y bienestar que son consustánciales a la propia naturaleza del hombre.

Ahí se condensa toda la sociología del anarquismo.

 

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