¿QUÉ ES EL ANARQUISMO?

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Benjamín Cano Ruiz

 

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TERCERA PARTE

 

 

FUNDAMENTOS HISTÓRICOS DEL ANARQUISMO

El anarquismo no ha brotado por generación espontánea ni ha sido obra de un pensador genial que podríamos llamar Godwin o Proudhon. La generación espontánea, en las ideas, está tan descartada como en la biología, y el propio marxismo es deudor en sumo grado a muchos filósofos y economistas que precedieron a Marx en la cronología del pensamiento humano. El anarquismo está constituido, pues, de ideos, hechos y gestas que han permitido al historiador y al sociólogo antiautoritario descubrir que el ser humano tiende siempre a una mayor dosis de libertad, igualdad y solidaridad.

Víctor García

 

 

DEFINICIÓN PRELIMINAR

Para comprender bien la autenticidad de los fundamentos del anarquismo que pretendemos encontrar a través de toda la historia, tal vez sea oportuno recordar, aunque sea esquemáticamente, qué es el anarquismo, aunque se repitan algunos conceptos más ampliamente detallados en algunos otros lugares de esta obra.

El anarquismo es una filosofía que aspira a encontrar solución a todos los problemas que la humanidad tiene planteados.

La búsqueda de esas soluciones el anarquismo la enlaza con la búsqueda de la verdadera naturaleza de la vida toda.

De esas investigaciones el anarquismo deduce unas, normas generales de conducta en lo individual y lo colectivo, lo que es su ética, y las ofrece como solución a los más graves problemas que actualmente aquejan a la humanidad.

Y esas normas generales de conducta requieren una sociología regulada por las más altas expresiones de la libertad, igualdad, justicia y perfección humana.

Y el objetivo supremo de todo este ideario es la consecución de los más amplios grados de felicidad para nuestra especie, lo que, en definitiva, ha sido el anhelo permanente de la humanidad.

Las manifestaciones de la historia hacia la libertad, la justicia y la igualdad son antecedentes del anarquismo

De ahí que todas las manifestaciones de la historia humana dirigidas hacia la obtención de esas manifestaciones de libertad, igualdad, justicia, perfección y felicidad pueden considerarse como fundamentos más o menos directos o lejanos del anarquismo.

Es probable que algunas religiones, filosofías y cuerpos de doctrina que se han sucedido en el transcurso de toda la historia lleven en su íntima esencia alguna faceta de ese anhelo de felicidad que es permanente en los seres humanos, pero ha sido evidente que se han seguido caminos erróneos, pues no hay felicidad posible sin esos postulados que acabamos de señalar, los cuales nunca se han convertido en realidad a través de todas las épocas y continúan siendo hermosos anhelos. Aunque también es evidente que a través de todas las edades hubo manifestaciones más o menos amplias de ese amor a la justicia, la igualdad y la libertad, y la inquietud por llegar a convertirlas en realidades vivas. Y de esas manifestaciones y de esa inquietud nacen los fundamentos históricos del anarquismo. Manifestaciones e inquietudes que significaban también, a su vez, una crítica más o menos violenta contra las estructuras de su tiempo.

 

 

LAS RAÍCES

Hay muchas personas que piensan que, a semejanza del marxismo, ese magnífico grupo de ideas que integran el anarquismo ha surgido por generación espontánea en el pensamiento de los grandes maestros de este ideal, desde Proudhon acá. Algunos de nuestros grandes pensadores han tratado de hacer comprender que la esencia misma del anarquismo se pierde en la perspectiva de los tiempos; empero, hasta historiadores de la solvencia de los franceses Alain Sargent y Claude Harmel opinan en su documentada Histoire de l’Anarchie que se debe hacer tabla rasa del pasado, porque sumergirse en él “ce son la des jeux propres a égarer la recherche” (… son juegos propios para extraviarse en la búsqueda…) y en cierta manera es verdad que como verdadero cuerpo de doctrina el anarquismo no existió hasta la aparición del libro de William Godwin An Enquiry Concerning Political Justice, and its Influence on General Virtue and Happines (Investigación acerca de la justicia política y su influencia en la virtud y felicidad generales), publicado por primera vez en Londres el año 1793, y en la actuación, después, en el último tercio del siglo pasado, del movimiento libertario manifestado en la primera Asociación Internacional de los Trabajadores y la Alianza de la Democracia Socialista, con la actuación de Miguel Bakunin y sus amigos, y la aparición, desde entonces, de un verdadero caudal de literatura ya específicamente anarquista. Pero, no obstante, los fundamentos filosóficos y hasta las manifestaciones de rebeldía que esos propios fundamentos engendran se pueden encontrar retrocediendo hasta muy lejos a través de todo el transcurso de la historia.

El hambre de conocer verdades impulsa al hombre a las más grandes aventuras de la especie

 

Primeras inquietudes

Cuando el hombre fue capaz de pensar, cuando alcanzó en la escala zoológica ese peldaño que perfeccionó su cerebro hasta permitirle analizar, comparar y catalogar sus sensaciones para convertirlas en ideas, tal vez la primer labor de ese órgano tan maravillosamente desarrollado fue la fabricación de estas tres interrogantes:

¿Qué soy yo?

¿Qué es lo que me rodea?

¿Cómo debo vivir?

Entonces, cuando el hombre se hizo estas preguntas, que forzosamente hubieron de ir seguidas de otras muchas, ya que el pensamiento es una interrogante permanente, comenzó a hacer ciencia este animal a cuya especie pertenecemos. Una ciencia balbuciente, claro, por que balbuciente era su pensamiento, y sus limitados y burdos sentidos los únicos medios de que disponía para elaborar esa ciencia. Pero cuando los humanos comenzaron a escarcear en los misterios de la vida, con el anhelo sublime de comprender y dominar esos misterios, entraron en el camino que conduce al conocimiento de esas grandes leyes de la vida que rigen la vida misma. Camino nebuloso, como nebuloso era el pensamiento y el vivir todo de aquellos hombres, pero recorrido con inquietudes y emociones tan dignos de admiración y estima como los anhelos y las emociones que nos embargan hoy, cuando ya somos casi dioses viajeros por los mundos interespaciales.

De entonces acá, en el transcurso de los tiempos, no ha habido momento en que no estuviera presente en casi todas las manifestaciones del pensamiento ese hambre voraz de conocer verdades que impulsan al hombre a las más grandes aventuras de la especie.

Claro es que aun con la intención de buscar verdad el hombre se ha internado por caminos tortuosos y sombríos que le han llevado a errores y aberraciones formidables, hasta el extremo de que el pensamiento oficial de casi todas las épocas ha estado impregnado y regido por esas aberraciones yesos errores.

Los más grandes errores y las aberraciones más grandes de nuestra especie han sido las religiones. Con ellas se han intentado explicar todos los misterios de la vida. Y esas aberraciones tuvieron el poder de dominar y orientar la vida humana en casi todos los momentos de la historia. No obstante ello, también hubo en todos esos momentos humanos que intuyeron -porque no podían conocerlo sólo con elucubraciones mentales, que era de lo único de que se podían valer- las grandes leyes naturales por las que debía regirse la vida humana en armonía con su propia naturaleza y la naturaleza del medie en que se desenvuelve. Si no hubiera sido así, si no hubiera habido humanos inconformes en todo momento, el pensamiento y el conocimiento se hubieran estancado al aceptar las primeras explicaciones religiosas que, por serlo, precisamente por ser religiosas, siempre pretendieron ser explicaciones ciertas y absolutas. Por eso, todos los periodos de la historia propiamente dicha -y tal vez los de la antehistoria y la protohistoria-, todas las épocas de la humanidad de que tenemos noticia, registran seres que se rebelaron contra las creencias de su época para ofrecer a los problemas de la humanidad soluciones nuevas y, casi siempre, más cerca de las verdaderas soluciones de esos problemas. Toda la historia del pensamiento está llena de esos ejemplos.

El hombre primitivo aprendió mucho de los animales

El hombre primitivo aprendió muchas normas de la vida de los animales, con quienes vivía en comunión estrecha y con quienes había compartido muchos aspectos de su propio vivir. Con frecuencia compartía con -algunos de le ellos su alimento y su vivienda, y el estudio de su vida, aunque sólo fuese a por las impresiones que le causaban las actitudes animales consideradas por él como extraordinarias, constituye la manifestación primera de las ciencias naturales. Nuestros antepasados, viviendo en estrecho contacto con los animales, transmitieron a sus hijos esa primera enciclopedia verbal práctica que, en forma de leyendas, proverbios y sentencias, estudiaba la sicología animal, tomándola como ejemplo de ética y buenas cualidades. Por ese camino, lo primero que el hombre debió observar fue esa enorme aglomeración de tribus animales en las que el sentimiento de igualdad y apoyo mutuo es practicado de manera casi absoluta. No pudo escapársele al hombre de aquellas épocas la presencia en las grandes sociedades de monos, sus más cercanos parientes, de esos grandes principios de igualdad y ayuda mutua en la búsqueda de alimentos, al trasladarse de uno a otro lugar la tribu, al combatir en común contra el enemigo, al apretarse unos contra otros en los días de frío intenso, como cita Kropotkin: “Pero nuestros antepasados -dice el gran sabio ruso en Etica, origen y evolución de la moral- que atribuían a los animales un intelecto superior al propio, consideraban estos acuerdos como una cosa natural”.

Según ese concepto, todos los animales -fieras, pájaros, peces- están en comunión estrecha entre sí. Se advierten el peligro unos a otros mediante signos o sonidos que el hombre no entiende; se informan unos a otros acerca de toda clase de acontecimientos: forman, en fin, una enorme sociedad con sus tradiciones de buena vecindad y hasta de cortesía. Huellas profundas de una concepción semejante de la vida de los animales se conservaron hasta nuestros días en los cuentos y leyendas de los pueblos.

Estas observaciones hubieron de llevar al hombre primitivo a la idea esquemática de que la ayuda mutua y la igualdad son leyes de la naturaleza que se extienden a todas las manifestaciones de la vida animal. Esto hubo de reforzar el concepto de unidad de la especie humana, adquirido anteriormente, cuando el hombre aprendió a distinguir a su propio semejante de los otros animales, formándose una idea un tanto más compleja de la moral al normalizar su conducta, no sólo con sus semejantes, sino con los animales, sus vecinos inmediatos, y naciendo en él un concepto un tanto más abstracto de estos principios fundamentales de la ética y la justicia.

La idea de igualdad y ayuda perdura entre los hombres

La influencia que este descubrimiento hubo de tener en el pensamiento de aquellas épocas debió ser decisiva para el porvenir de la humanidad. Por él se llegó a la concepción primera de la unidad de origen que, bastante más tarde, sirvió de base a las extendidas religiones monoteístas para considerar a todos los humanos como hijos de un solo dios e iguales, cuando menos, ante ese dios que los creó. Esa concepción primera de la unidad de origen, considerando al hombre, a la humanidad toda, como producto de una misma causa, que implica, en su esencia, un principio de igualdad, hubo de influir en los conceptos morales de aquellas épocas y, tal vez, realizó la más grande revolución ideológica de todos los tiempos. En la evolución ideológica en general, la influencia que la idea de unidad de la especie humana ha podido tener en el desarrollo de esta evolución puede compararse a la influencia que el descubrimiento del fuego o la invención de la rueda han tenido en la evolución mecánica e industrial. Cuando el hombre comenzó a considerar al hombre como su igual, había descubierto una de las más grandes leyes de la naturaleza y había sentado una de las primeras y primordiales piedras de todo el edificio de su ciencia y de su moral.

Claro que ese salvajismo primitivo que hizo considerarse al hombre superior, cuando no único, a los demás hombres, al clan superior a los otros clanes y a los pueblos elegidos sobre los otros pueblos, aún perdura y es causa de tragedias y desastres, como lo demuestran los nacionalismos desenfrenados que estamos presenciando en plena era atómica; pero también perdura la idea de igualdad y ayuda mutua entre los humanos y su influencia ha representado un freno a ese salvajismo desbordante y siempre poderoso.

 

 

LA VIDA PRIMITIVA

No dispone la historia de datos ciertos sobre las normas de conducta que debieron regir las primeras sociedades humanas, pero comparando la vida actual de los pueblos más rezagados, de quienes se puede colegir que viven en sus rasgos más característicos como nuestros antepasados de hace diez o doce mil años, se ha llegado a la conclusión que la vida social, en esos asomos de civilización, estuvo en gran parte regida de acuerdo a los conceptos esenciales de igualdad y ayuda mutua que ya habían surgido en el pensamiento de aquellos hombres primitivos.

Se cita por los antropólogos que los bosquimanos, que ocupan, tal vez el más bajo peldaño en la civilización actual y que fueron exterminados apenas el siglo pasado, cuando establecieron contacto con los europeos, vivían en pequeños clanes, que a veces se agrupaban en federaciones, y las normas de vida -la ética- que regulaba su vivir cotidiano puede condensarse en estos puntos:

 

Primero. Todos se consideraban fundamentalmente iguales entre sí, no aceptando otra autoridad que la de la experiencia y la edad.

La vida primitiva no estuvo regida por la lucha de uno contra todos

Segundo. Las labores del sustento: caza, recolección de frutos, etc., se realizaban en común y el producto era propiedad colectiva y repartida equitativamente.

Tercero. Se profesaban un profundo afecto -no abandonaban jamás a sus heridos, sus ancianos y sus niños-, y no disputaban ni reñían seriamente entre los propios elementos del clan.

Cuarto. Cumplían la palabra empeñada y eran agradecidos. (Virtud poco ejercida hoy.)

Estas cualidades esenciales no forman hábito si no han sido ampliamente ejercitadas en la vida ordinaria, y responden a un concepto ya elevado de la vida.

De los hotentotes, cuyo grado de civilización es también bajísimo, Kolben, uno de los viajeros que más los han conocido, decía:

“La palabra dada es sagrada para ellos ignoran por completo la corrupción y la deslealtad de los europeos. Viven muy pacíficamente y raramente guerrean con sus vecinos. Están llenos de dulzura y de benevolencia en sus relaciones mutuas. Uno de los más grandes placeres de los hotentotes es el cambio de regalos y de servicios”.

Estas cualidades que señala Kolben no pueden darse sin un sentido bastante desarrollado de la igualdad y la ayuda mutua.

Los esquimales, cuyas formas de vida actual se asemejan mucho a las del hombre del periodo glacial, viven un sistema económico basado en el comunismo y se citan casos, como el presenciado por Dall en el río Yukón, y que cita Kropotkin, en que el sentimiento de ayuda mutua e igualdad está tan desarrollado que una familia aleutiana que, por las influencias de las relaciones con nuestra civilización, había comenzado a enriquecerse excesivamente, en un festín al que se había convocado a todos los miembros del clan, después de saciarse todos, distribuyeron sus riquezas, concernientes en diez fusiles, diez vestidos completos de pieles, doscientos kilos de cuentas, numerosas mantas, diez pieles de lobo, doscientas pieles de castor y quinientas de armiño. Y una vez realizado el reparto, los dueños de todo aquello se quitaron sus vestidos de fiesta y los repartieron, vistiendo de nuevo sus viejas pieles, y dirigiendo a los miembros del clan un breve discurso en el que dijeron que, si bien ahora se habían vuelto tan pobres o más que cada uno de los huéspedes, en cambio habían ganado su afecto y amistad.

Según Kropotkin, tales distribuciones de riqueza, al parecer, constituyen una costumbre muy antigua que surgió al mismo tiempo que la primera forma de riqueza personal, como medio de restablecer la igualdad entre los miembros del clan, perturbada por el enriquecimiento de algunos. Y Kropotkin sigue opinando que la división periódica de las tierras y que el perdón periódico también de todas las deudas, como se señala en algunas oraciones cristianas, reminiscencias también de esas costumbres, existentes en tiempos primitivos en muchos y diferentes pueblos (semitas, arios, etc.), eran, probablemente, una supervivencia de esta antigua costumbre.

Si estas opiniones de Kropotkin se ajustan a la realidad, y no hay razón alguna para dudarlo, la vida del hombre primitivo estaba esencialmente regulada por el sentimiento de igualdad y ayuda mutua, que fueron los primeros grandes conocimientos que el ser humano adquirió y que le sirvieron de contrapeso a ese egocentrismo e instinto de dominio que le acompañó siempre como parte esencial, también, de su personalidad.

Porque quien cree que la vida primitiva estuvo regida permanentemente por la lucha perpetua de uno contra todos, opinión defendida por Hobbes y fortalecida con el darvinismo, parece ser que no se ajusta a la verdadera realidad de lo acontecido en aquellos primeros tiempos de la vida social. En su libro El apoyo mutuo Kropotkin demuestra irrebatiblemente que aunque el mundo presenta al infinito escenas de luchas entre todos los seres que habitan en la tierra, el aspecto contrario ha sido predominante, puesto que la vida misma sería imposible sin la ayuda mutua. “Naturalmente -dice Kropotkin-, sería demasiado difícil determinar, aunque fuese aproximadamente, la importancia numérica relativa a estas dos series de fenómenos, pero si recurrimos a la verificación indirecta e interrogamos a la naturaleza sobre quiénes son más aptos, aquellos que constantemente luchan entre sí o, por el contrario, aquellos que se apoyan entre sí, enseguida veremos que los animales que adquirieron las costumbres de ayuda mutua resultan, sin duda, los más aptos. Tienen más probabilidades de sobrevivir como individuos y como especie, y alcanzan en sus correspondientes clases (insectos, aves, mamíferos), el más alto desarrollo mental y organización física. Si tomamos en consideración los innumerables hechos que hablan en apoyo de esta opinión, se puede decir con seguridad que la ayuda mutua constituye una ley de la vida animal como la lucha mutua. Más aún, como factor de evolución, es decir, como condición del desarrollo en general, la ayuda mutua probablemente tiene importancia mucho mayor que la lucha mutua, porque facilita el desarrollo máximo de la especie, junto con el máximo bienestar y goce de la vida para cada individuo, y al mismo tiempo con el mínimo de desgaste de energías, de fuerzas”.

El hombre tiene necesidad de adaptarse a las leyes naturales que rigen su vida

Y Martín Buber, en el libro Caminos de utopía añade:

“Lo esencial de todo aquello que ayudó al hombre a salir, por decirlo así, de la naturaleza y, a pesar de su debilidad como ser natural, a mantenerse frente a ella, más esencial aún que el hacer un mundo «técnico», de cosas específicamente configuradas, era que se uniera con sus semejantes para la defensa y la caza, para cosechar y trabajar, y eso de suerte que, hasta cierto punto desde el principio, y luego cada vez más, considerara a los demás, a cada individuo, como seres independientes con respecto a él, entendiéndose así con ellos, dirigiéndoles la palabra y aceptando que ellos se la dirigieran”.

Estas disquisiciones y citas que acabamos de hacer eran necesarias para apoyar estas dos conclusiones:

Primera. Cuando el hombre se distanció lo suficiente de la animalidad para adquirir ese grado de desarrollo cerebral que le produjo el pensamiento, ya considerado como tal, sintió la inquietud de conocerse a sí mismo, conocer el medio en que vivía y saber su rol en el concierto universal. En ese camino, su primer gran descubrimiento fue apercibirse que pertenecía a una especie animal bien determinada por características que en ninguna otra especie se dan. De ahí nació la borrosa idea de igualdad dentro de la especie. Idea borrosa que fue aclarándose a la par que el pensamiento se enriquecía con conocimientos nuevos. En esa idea se encuentra el origen de la ética, que tan compleja es ya en nuestros días.

Segunda. La humanidad, cuando alcanzó las ideas que acabamos de citar, sin apenas esfuerzos, casi voluntariamente, adaptó su diario vivir a las deducciones lógicas de esa idea, con lo que hizo posible la realización de las primeras manifestaciones de la vida en colectividad: familias, clanes, tribus.

Estos dos hechos demuestran que el hombre tiene necesidad de adaptarse a las leyes naturales que rigen su vida, y lo hace sin esfuerzos cuando conoce esas leyes y no hay fuerzas bastardas que lo alejen de ellas. Lo que, a fin de cuentas, es uno de los primeros postulados que reivindica el anarquismo moderno.

En primer lugar, la ciencia por excelencia, la que consiste en buscar y encontrar el alimento, ¿no ha sido admirablemente enseñada al hombre por sus hermanos mayores, vertebrados e invertebrados? Si el hombre, animal también, sufría por ignorar las artes de la recolección de la caza y de la pesca, ¿no se multiplicaban a su alrededor los ejemplos que debla seguir? En la playa, los cangrejos y otros crustáceos indican los puntos de la arena o del limo donde se ocultan determinados “frutos del mar”, todo animal que iba a recolectar frutos, a la excavación en busca de raíces, o bien, al cebo de la pesca, fue cuidadosamente observado por el famélico, y éste probó a su vez las comidas más diversas, bayas y frutas, hojas y raíces, animales chicos y grandes que veía servir de alimento a sus hermanos inmediatos. Además, el hombre ha podido preguntar a sus educadores el arte de almacenar sus víveres para tiempos de escasez: los termites, las hormigas, las abejas, los gerbos, las ardillas y los perros de las praderas, le han enseñado a construir silos para conservar en ellos el excedente de alimento recogido en las estaciones de abundancia: hay villa de termites, construida con un método arquitectónico muy superior al de las villas humanas, de la misma comarca; ofrece un conjunto maravilloso de galerías, de graneros, de secaderos y de almacenes que constituyen un mundo. Por último, ¡cuántos medios terapéuticos, hojas maderas o raíces, ha visto emplear a los animales el enfermo o el herido!

Eliseo Reclus (El hombre y la tierra)

 

 

LAS PRIMERAS CIVILIZACIONES

Ignoramos la magnitud del periodo que dista desde aquellas primeras manifestaciones de civilización de que hemos hablado hasta las civilizaciones primeras de que tenemos alguna noticia, cuando las familias, los clanes y las tribus supieron unirse en pueblos, cuyo destino englobaba a centenares o millares de individuos. De todas maneras, sea cualquiera esa magnitud, lo que sí parece ser cierto es que ni en ideas ni en modos de vivir hubieron cambios fundamentales en todo el periodo ese, que pudo ser de muchos más siglos de lo que habitualmente imaginamos.

El nacimiento de la ciudad debió implicar el establecimiento de normas de conducta

La historia, propiamente dicha, debe comenzar desde el momento en que hubo algunos humanos que dejaron monumentos, escritos, fechas y nombres. Lo que conocemos de eso no es realmente mucho. Empero, antes, en ese periodo nebuloso de la protohistoria, hubo, con toda seguridad, civilizaciones que ya pueden considerarse como tales por englobar bajo unos moldes generales de hábitos y creencias a números ya considerables de individuos y disponer en beneficio de la comunidad de grados apreciables de ciencias y técnicas. Cuando las condiciones del medio geográfico lo permitieron, los grupos humanos, las familias, los clanes, las tribus, al adquirir conocimiento de la existencia de otros grupos, debieron sentir la necesidad del contacto, unas veces amistoso, otras pendenciero, y debieron establecer puntos de reunión a determinadas fechas, donde los grupos vecinos venían a celebrar intercambios, fiestas y concursos, cuyas reminiscencias perduran aún representadas por nuestros mercados y ferias. Esos puntos de reunión, casi siempre escogidos en los lugares más apropiados, debieron dar lugar al nacimiento de las primera ciudades, a quienes, después, debieron sentirse ligadas las mismas agrupaciones próximas que las hicieron nacer. Estas primeras ciudades pueden considerarse como la primera piedra de todo el edificio de la civilización actual.

El nacimiento de la ciudad debió llevar implícito el establecimiento de normas de conducta ya mucho más complejas que las que rigieron las primeras familias, clanes y tribus. La vida del individuo en el seno de la colectividad toda debía responder a las necesidades y las exigencias de todos los grupos y las individualidades que le dieron vida.

El primer contacto realmente histórico que la época actual ha tenido con aquellos pueblos, lo han establecido los sabios investigadores al descubrir tabletas de tierra cruda cubiertas de signos que no han sido completamente descifrados aún y que datan de unos 7,000 años. Según se deduce de esos descubrimientos arqueológicos y algunos otros que el tiempo nos impide detallar, en aquellas épocas el hombre aprendió a servirse de la fuerza del viento y de algunos animales con quienes había logrado relaciones amistosas; inventó el carro de ruedas para transportar el producto de su trabajo; el arado, con el que movía la tierra con menos cansancio y más profundamente que con la azada; el bote de vela, con el que podía remontar los ríos con más facilidad y adentrarse de manera considerable en el mar sin fin; descubrió las leyes imprescindibles de la física para beneficiar algunos minerales y empezó a medir el tiempo por periodos ya considerables, elaborando un calendario solar muy bien calculado.

 Las condiciones sicológicas, sociales y económicas propiciaron el nacimiento de del sacerdocio

En aquellas épocas la porción inferior de la Mesopotamia, aquella región que en la aurora de la historia se llamó Sumer, como debió ocurrir en algunas otras regiones, requirió el esfuerzo de un gran número de trabajadores para convertirse en lugar cuna de una civilización a la que estaban ligados millares de individuos. Entre los cauces de los ríos Tigris y Eufrates se extendía una vasta comarca pantanosa. Los pantanos estaban cubiertos por una maraña de cañaverales gigantescos, mezclados con palmeras datileras. “Esta maraña -dice Gordon Childe- se veía únicamente interrumpida por colinas bajas con afloraciones rocosas o por bancos de arena sedimentada. Pero la vida animal pululaba permanentemente, en tanto que a ambos lados las llanuras, cuya altitud era superior al nivel de las crecidas, permanecían agostadas y estériles durante el prolongado y ardiente verano y el cruel invierno”. Y este caos primitivo fue convertido en el terreno propicio al florecimiento de las grandes ciudades de Babilonia gracias al trabajo de los protosumerios, quienes drenaron los pantanos, excavaron canales para regar los campos secos, construyeron diques y erigieron colinas y plataformas sobre las que los ganados y los hombres podían resguardarse de las crecientes periódicas y fertilizantes. El interés surgido por estos trabajos y los beneficios que ellos aportaban hubieron de originar el clima favorable al ensanchamiento de la comunidad y tuvieron de surgir normas para una cooperación social organizada en una escala cada vez más creciente. Y estas tareas, que siempre implicaban empresas colectivas que beneficiaban al conjunto de la comunidad, únicamente podían realizarse y sobrevivir estando regidas por una ética y un sentido apropiado de la justicia. No se tienen documentos que atestigüen de una manera cierta las normas que orientaban la vida social de aquellos albores de la civilización. A este respecto, Gordon Childe dice: “Incidentalmente las condiciones de vida en el valle de un río o en otra clase de oasis ponen en manos de la sociedad un poder coercitivo excepcional respecto a sus miembros: la comunidad les puede negar el anhelado acceso al agua y les puede cerrar los canales que riegan sus campos. La lluvia cae por igual sobre justos e injustos, pero, en cambio, llega a los campos por los canales construidos por la comunidad. Y aquello que la sociedad ha suministrado la propia sociedad lo puede también retirar al injusto y destinarlo sólo al justo. La solidaridad social que es necesaria entre los usuarios del riego puede ser impuesta así, debido a las mismas condiciones que requiere”. De esta opinión de Gordon Childe se deduce que el miembro de la comunidad se sentía ligado a la misma por los intereses de su propio trabajo y por el temor a perder las ventajas que la vida colectiva le proporcionaba al disfrutar de su parte alícuota en el trabajo comunal. La especialización que forzosamente hubo de surgir en la labor de las grandes obras permitió al miembro de la comunidad el disfrutar de mayores riquezas que en las épocas en que la vida de pequeño grupo obligaba a la autosuficiencia. El individuo que se especializaba en la construcción de aquellas casas semejantes a túneles, hechas de esteras apoyadas con manojos de carrizos, no podía dedicar su tiempo a la agricultura o al pastoreo de los rebaños comunales, igual que el constructor de canales no tenía tiempo para construir viviendas; sin embargo, el constructor de viviendas se beneficiaba de la leche y la carne de los rebaños y de los productos de la agricultura asegurada por la construcción de canales. Este mayor beneficio debido a la labor común con un esfuerzo tal vez inferior al anterior, hubo de llevar al pensamiento de aquellos primeros civilizados ideas muy sólidas sobre las ventajas de la ayuda mutua y sobre la igualdad como raíz primera de la justicia.

Desde su nacimiento los errores y privilegios luchan por persistir

En contrapartida, según las mayores autoridades en prehistoria, con estos conocimientos y estas organizaciones comunales ya bastante complicadas surgieron las primeras manifestaciones de la religión y los gérmenes del sacerdocio y el Estado. El hombre, aun siendo ya poseedor de un grado respetable de conocimientos, continuaba dependiendo -como depende aún hoy en un grado también respetable- de los elementos naturales: seguía expuesto a los desastres causados por las sequías, los terremotos, las granizadas y otras catástrofes imprevisibles. En estas condiciones, sin ningún otro conocimiento de estas fuerzas benéficas o desastrosas, según su oportunidad o su magnitud, que el de sus propios resultados, era natural que se tratara de buscar su origen en alguna o algunas voluntades benignas o malignas, según el resultado del acontecimiento. De ahí que la llegada regular de la lluvia que hace crecer el trigo o la cebada y la permanencia del sol vivificante que madura las mieses fuesen obra de algún ser bondadoso, pero igualmente oculto que el otro que originaba por su mala voluntad el desastre de una inundación y la desesperación de una sequía exterminadora. En circunstancias tales, cualquiera que pudiera proclamar con éxito el control de los elementos debía adquirir un prestigio y respeto inmensos por considerársele en comunicación con aquellas fuerzas fabulosas que controlaban los buenos y los malos elementos de la naturaleza, de quienes, en definitiva, se dependía en absoluto. El descubrimiento del calendario solar, que debieron guardarse para sí los descubridores, permitió a algunos personajes del valle del Nilo predecir con exactitud casi matemática la llegada del río, que es el inicio de todo el ciclo de las operaciones agrícolas. Este simple hecho debe haber parecido mágico y sobrenatural a aquellos ciudadanos primitivos, quienes, a cambio de aquellas predicciones que les garantizaban cosechas más o menos seguras, ofrecieron prebendas y distinciones a los adivinadores, comenzando a torcerse, así, aquel principio de igualdad que el hombre descubrió en los primeros albores de su pensamiento. Según las más serias autoridades en esta materia, los posesores de esos conocimientos astronómicos, hacia unos cuatro mil años antes de nuestra era, hace unos 6,000 años ahora, fungían como administradores de la riqueza comunal de aquellas primitivas ciudades de la Sumeria y, poco a poco, aquellos administradores que estaban en íntimo contacto con las fuerzas ocultas de los dioses, a quienes podían influir para hacer que sus decisiones fuesen benéficas o maléficas, convirtieron a sus dioses en una especie de banqueros que cobraban altos intereses -siempre demasiado altos- por los préstamos de buen tiempo o abundantes cosechas. Esos intereses, que siempre fueron superiores a las necesidades ordinarias de los administradores o primitivos sacerdotes, representaron la primera acumulación de capital privado en detrimento de la colectividad toda. Y esta acumulación de capital unida al prestigio de su comunión mágica con las fuerzas incógnitas del bien y del mal, hubo de dar origen al poder político, encarnado en la persona del propio sacerdote-administrador. De ahí que, hasta llegar a los tiempos modernos, en que el poder político llega a ejercerse hasta en nombre de la libertad de todos, como sarcasmo indecente, el poder político se ha considerado siempre como un designio del poder divino. Los faraones, considerados como los propios dioses hechos carne; Alejandro de Macedonia, que se creía -o se decía- hijo de dioses; los señores feudales que esclavizaban a sus siervos en nombre de Dios, y quienes esto escribimos recordamos haber visto las monedas con que comprábamos nuestro chocolate con la inscripción de: “Alfonso XIII, por la gracia de Dios”, siete mil años después de que los habitantes de la cuenca del Tigris y el Eufrates crearan las primeras ciudades humanas.

Según estos datos suministrados por los hombres que actualmente se dedican a estudiar seriamente la vida de aquellos antepasados nuestros, en un periodo muy largo de la prehistoria el hombre supo vivir con arreglo a las leyes de la igualdad y la ayuda mutua, descubiertas por él en los primeros albores de su pensamiento. Después, con el nacimiento de los primeros errores religiosos, nacieron también los primeros privilegios que, de entonces hasta hoy, luchan por subsistir.

 

 

LEYENDAS

Empero, a pesar del fuerte poder que siempre han tenido los privilegios mantenidos por los poderes político, religioso y económico también siempre ha permanecido latente en la humanidad aquel principio de igualdad y ayuda mutua que prevaleció anteriormente. Y una prueba de que la idea de justicia no murió ni siquiera en los periodos de la injusticia más negra, puede ofrecerla, entre otros ejemplos, la milenaria leyenda persa de su héroe Kaueh,

citada por Eliseo Reclús en El hombre y la tierra. Kaueh puede considerarse como el primer gran rebelde entrado en el verdadero campo de la historia, y la revuelta provocada por él como la primera gran revolución justiciera que la historia puede registrar. Claro que la fantasía popular ha revestido la epopeya con todos los ropajes del mito y la fábula, pero la persistencia y la precisión con que la trasmite la tradición persa no admite lugar a dudas sobre la autenticidad del hecho, escueto, desprovisto de la fantasía del pueblo. Según esa leyenda, de cuyo verdadero origen histórico no cabe la menor duda, el monstruoso rey Zoak, que llevaba sobre sus hombros enormes serpientes que sólo se alimentaban de cerebros humanos, ya había hecho trepanar diez y siete hijos del herrero Kaueh, a quien ya no quedaba mas que uno, el más joven. Al ser designado éste, el único hijo que quedaba a Kaueh, para el próximo sacrificio, el herrero, con su mandil por estandarte, para significar que era un trabajador y así merecer la confianza de los demás trabajadores, se precipitó sobre Zoak, seguido de una multitud de otros trabajadores que blandían sus respectivas herramientas, también como estandartes, y Zoak, el monstruo, acobardado, huyó hacia la montaña, el histórico Demavend, donde el héroe Freidum lo clavó sobre un peñasco en el volcán.

La rebelión de Kaueh como la primera revuelta de la historia

Esta leyenda de la revuelta encabezada por Kaueh, que aún es símbolo de libertad y justicia en esos pueblos, como la figura de Prometeo en la mitología griega, y todas las figuras que en las religiones y leyendas simbolizan rebeldías en aquellos primeros tiempos de civilización, tienen, en lo más profundo de su simbolismo, la expresión de un ideal de justicia, comprendida ésta como la máxima expresión de la igualdad y la ayuda mutua.

Si se citan como epopeyas loables y justas acciones que tenían como objeto el destruir desigualdades reinantes y desbaratar privilegios considerados como inhumanos; el hecho implica el que algunos humanos de aquellas épocas continuaban considerando como esencialmente justo el principio de igualdad, que procuraban restablecer con aquellas acciones de rebeldía.

En los primeros documentos escritos que se conocen, las tabletas sumerias, copiadas por Samuel Noah Kramer en el Museo de Antigüedades Orientales de Estambul y reproducidas en su libro La historia empieza en Sumer, editado en 1958 por Aymá en Barcelona, en el poema Emmerkar y el Señor de Aratta se lee:

“En otro tiempo, hubo una época en que

No había serpiente ni escorpión,

No había hiena, no había león:

No había perro salvaje, ni lobo,

No había miedo ni había terror:

El hombre no tenía rival”

Añoranza que se repite en las tabletas de Lipur, que evocando a la diosa Nanseh dicen que era:

“La que no conoce la opresión del hombre

por el hombre,

La que es la madre del huérfano,

Nanshe se cuida de la viuda.

Hace que se administre justicia al más pobre…

… Para preparar un lugar donde

serán destruidos los poderosos…

Para entregar los poderosos a los débiles…”

En esos documentos se expresa un sentimiento ya muy elevado sobre la justicia y la equidad y muy próximos a las concepciones elementales del anarquismo. Es claro que hay profundas esencias religiosas en esas leyendas, pero nada escapaba en aquellos tiempos a los sentimientos de religiosidad, y lo anárquico que en ellos se demuestra son los anhelos de igualdad y justicia exaltan

 

 

Pensamiento y acción en Egipto

En el antiguo Egipto, cuya civilización es sinónimo de poderío despótico y supremo, dado que estaba encarnado, no en un delegado de los dioses, como en los otros lugares, sino en el Faraón, que era considerado como un dios, él mismo, en unos ataúdes (cuya enumeración hecha, por los egiptólogos es: B3C, Versos 570-T6; B6C, Versos 503-11; B1BO, Versos 618-22, citados por Braested en Dawn of Conscience, pág. 221), que datan de unos 2,000 años antes de nuestra era, se escribieron estos versos, poniendo en boca del dios supremo lo siguiente:

“Te relato las cuatro buenas acciones hechas por mi propio corazón…

Para acallar el mal

hice cuatro cosas buenas

en el vestíbulo del horizonte.

Hice los cuatro vientos

para que todo hombre pueda respirar

como todo el prójimo de su tiempo.

Esta es la primera de las acciones.

Hice la gran inundación para que el pobre

tenga derechos sobre ella

lo mismo que el poderoso.

Esta es la segunda de las acciones.

Hice a cada hombre igual a su prójimo.

No les mandé que hicieran el mal,

sino que fueron sus corazones los que violaron lo que yo dije.

Esta es la tercera de las acciones.

Hice que sus corazones dejasen de olvidar el Oeste,

para que puedan ser hechas las divinas

ofrendas a los dioses de las provincias.

Esta es la cuarta de las acciones”.

 

Esencias anarquistas en el antiguo Egipto

En los dos primeros pasajes del texto se expresa que el viento y el agua están al alcance de todos los hombres, sea cual fuere su posición social. Esto, en un territorio en donde, la prosperidad dependía del hecho de tener asegurada una participación adecuada en las aguas de la inundación y en el cual el control de las aguas debe haber sido un poderoso factor para colocar a un hombre como dominador de los otros, la garantía de un acceso equitativo al agua significaba una oportunidad igual para todos los miembros de la colectividad que estaba bajo los auspicios del dios, lo que implica una idea ya muy elevada y elaborada de la justicia.

La expresión “Hice a cada hombre semejante a su prójimo” -lo que equivale a decir que todos los hombres son iguales-, es paralela a la insistencia del dios en que su intención no ha sido la de que obren mal, sino que sus propias ambiciones los han llevado a las malas acciones. Esta equiparación entre la igualdad y las males acciones establece que la desigualdad social no forma parte de los designios del dios, sino que es el hombre quien debe cargar solo con esa responsabilidad. Se trata, claramente, de la afirmación de que la sociedad ideal y justa debiera ser igualitaria por completo.

Y en la expresión “Hice que sus corazones dejasen de olvidar el Oeste, para que puedan ser hechas las ofrendas a los dioses de las provincias”, condena el nacionalismo y regionalismo para establecer como un designio de los dioses el que en todo lugar se tenga el mismo derecho y la misma libertad de pensar. Sobre todo si se tiene en cuenta que en la época en que esas leyendas se escribieron se intentaba imponer un absolutismo religioso extremado. Quiere decir que el universalismo que el dios aconseja establecer es otro de los postulados o base del anarquismo moderno.

El poeta que escribió esos versos, al atribuirle al supremo dios esas acciones anárquicas era porque personificaba en ese dios supremo el máximo ideal de la justicia, tan impregnado entonces de esencias anárquicas como el anarquismo kropotkiniano o malatestiano. ¿Y acaso eso no puede representar como una sublimación válida de las aspiraciones más elevadas de la época? ¿No pudo haber una corriente de pensamiento -esos versos dicen mucho en o favor de esta opinión- contraria al régimen imperante que tuviera esos ideales como una aspiración suprema? Cuando hayan pasado 3,500 años a partir de hoy, cuando nuestros semejantes hagan historia, tal vez sea muy difícil encontrar testimonios de la presencia del anarquismo militante en las civilizaciones actuales, impregnadas todas ellas de barbarismo autoritario, despotismo económico e idiotez religiosa.

Y en la mitología griega, la hermosa leyenda de Prometeo, medio hombre y medio dios, que considerando injusta la posesión de la Sabiduría en manos de los dioses en detrimento de los hombres, creyendo que éstos son tan dignos de poseer ese fuego como aquéllos, roba parte del mismo a los dioses que lo usufructuaban exclusivamente y hace partícipe a los humanos de aquel fuego del que carecieron hasta aquel momento.

Toda la esencia de la leyenda prometeica es anárquica

Aunque la leyenda de Prometeo no sea más que una invención de la fantasía mitológica de los griegos primitivos, toda su esencia es igualitaria y de ayuda mutua. Y en este caso, la idea de igualdad adquiere grados que tal vez no adquirió hasta entonces. Pues considerar a todos los hombres iguales entre sí cuando el determinismo propio de la historia lo requirió por las interrelaciones que los humanos hubieron de establecer, fue una lógica que no requería aún el grado de elaboración ideológica de la idea de igualdad que hubo de menester el considerar al hombre igual a los dioses o, cuando menos, con los mismos derechos que los dioses, a quienes, como es natural, hubo de considerárseles como el máximo del poder y de la perfección.

 

 

DATOS HISTÓRICOS

La primera huelga de la historia

Y no son los ejemplos que hemos citado los únicos que podríamos aportar. Desde que se lograron interpretar las escrituras egipcias se van descubriendo pensamientos y hechos que atestiguan que no todo era sumisión y despotismo cómodamente ejercido y voluntariamente aceptado. La primera huelga de que se tiene noticia en todo el transcurrir de la historia estalló en Egipto alrededor del año 1170 antes de nuestra era, hace más de tres mil años. El hecho sucedió así, según explica John A. Wilson en la página 390 y siguientes del libro La cultura egipcia, editado por el Fondo de Cultura Económica, de México:

«“Los trabajadores del gobierno que construían y conservaban las tumbas del occidente de Tebas se organizaron en dos bandos bajo la inmediata autoridad de tres interventores, que eran los capataces de los dos bandos, y el escriba de la Necrópolis. Sobre los tres estaba el alcalde de Tebas Occidental; responsable ante el visir del Alto Egipto. Los bandos, con sus familias, fueron alojados en la necrópolis y, en cuatro bandos o cuadrillas, en recintos murados, vigilados por porteros y policías. Además de los verdaderos obreros de las tumbas, había individuos dedicados a hacer yeso, cortar madera, construir casas, lavar la ropa, cultivar hortalizas, llevar pescado y transportar agua. Todos los trabajadores recibían una cantidad mensual de grano y otros insumas como salario”.

“Al empezar la inflación en los últimos años de Ramsés III, el sistema de trabajo se desconcertó a causa de los retrasos del gobierno en pagar a los obreros. Un papiro de Turín nos da algunas notas sueltas sobre una huelga de trabajadores ocurrida en un año que no debió ser lejano del 1170 antes de nuestra era. Durante los meses calurosos de verano, el único indicio de la próxima perturbación consistió en el aumento del número de individuos que hacían servicios para los obreros de la necrópolis: veinticuatro aguadores en vez de los seis que había antes, veinte pescadores en lugar de cuatro, dos confiteros, cuando antes no había ninguno, y así sucesivamente. Quizá la lentitud en la llegada de las raciones del gobierno a través del río hizo necesario el aumento de los servicios locales, para tener a los trabajadores medianamente contentos. Si fue así, la medida no logró evitar la perturbación”.

“En el otoño, la inundación bajó, y los campos cenagosos crepitaban bajo las primeras promesas de la abundancia; pero los obreros de la necrópolis estaban flacos y hambrientos. No habían recibido la paga en grano del mes que corresponde grosso modo a nuestro mes de octubre. Hacia mediados de noviembre llevaban dos meses de atraso en sus salarios, y las privaciones los empujaron a una protesta organizada, la primera huelga de que tenemos noticia en la historia”.

 

Rebeldía en los trabajadores del antiguo Egipto

“Año 29, segundo mes de la segunda estación, día 10. Este día el bando cruzó las cinco paredes de la necrópolis gritando: «¡Tenemos hambre!», y se sentaron a espaldas del templo de Tut-mosis III, en el límite de los campos cultivados. Los tres interventores y sus ayudantes fueron a instarles que volviesen al recinto de la necrópolis, e hicieron grandes promesas… «¡Podéis venir, porque tenemos la promesa del Faraón!». Sin embargo, no era bastante una promesa en nombre del rey, pues los huelguistas pasaron el día acampados detrás del templo, y no volvieron a sus habitaciones de la necrópolis hasta que se hizo de noche”.

“Volvieron a salir el segundo día, y en el tercero se atrevieron a invadir el Rameseum, recinto sagrado que rodeaba el templo funerario de Ramsés II. Precipitadamente huyeron los contadores, los porteros y los policías. Un jefe de éstos prometió enviar por el alcalde de Tebas, que, discretamente, no se había dejado ver. La turbamulta estaba resuelta, pero en orden, y la invasión del recinto sagrado parece que fue más eficaz que la actitud anterior. Los funcionarios dieron oídos a su protesta: «Hemos llegado a este lugar por causa del hambre y de la sed, por la falta de ropas, de pescado, de hortalizas. Escribídselo al Faraón y escribídselo al Visir. ¡Haced de modo que podamos vivir!». El tesoro real se abrió, y se les entregaron las raciones del mes anterior”.

“Los trabajadores se ablandaron un tanto con la paga, pero la dura experiencia les había decidido a no contentarse con una satisfacción parcial: pidieron también la paga del mes corriente. Al día siguiente se reunieron en la fortaleza de la necrópolis, que debía ser el cuartel general de los policías. Montumosis, jefe de la policía, reconoció la justicia de sus demandas, pero les rogó que guardasen orden: «Mirad, os doy mi respuesta: Subid (a vuestras casas) y recoged vuestros utensilios y cerrad las puertas y traed a vuestras mujeres e hijos. Y yo iré al frente de vosotros al templo de (Tut-mosis III) y os permitiré estar allí hasta mañana». Por último, al octavo día de huelga, les fueron entregadas las raciones del mes.

“Dos semanas más tarde, al no recibir la paga del día primero del nuevo mes volvieron a salir. Sus demandas envolvían ahora la amenaza velada contra los interventores de que estaban engañando al Faraón: «No nos iremos. Decid a vuestros superiores, cuando están con sus acompañantes, de que ciertamente no hemos cruzado (las paredes) a causa del hambre (solamente, sino que) tenemos que hacer una acusación importante porque ciertamente se están cometiendo crímenes en este lugar del Faraón». No conocemos el resultado de la acusación, pero el desorden continuó. Dos meses después, el Visir estaba en Tebas por asuntos oficiales, pero tuvo buen cuidado de no pasar el río y presentarse a los huelguistas. En vez de esto, envió a un oficial de la policía con suaves promesas para los tres interventores de la necrópolis: «Cuando haga falta algo, no dejaré de traéroslo. Ahora bien, acerca de lo que decís: ¡No lleves nuestras raciones! ¡Cómo! ¡Yo soy el Visir que da y no quita… Si ocurriese que no hubiera nada en el granero mismo, os daré lo que pueda encontrar»”.

“Once días después, el bando volvió a cruzar las murallas gritando: «¡Tenemos hambre!» Cuando estaban acampados detrás del templo de Mer-ne-ptah, acertó a pasar por allí el Alcalde de Tebas, y le gritaron. El prometió aliviarlos: «Mirad, os daré estos cincuenta sacos de grano para que viváis hasta que el Faraón os dé vuestras raciones»”».

Según John A. Wilson dice, esta situación continuó después durante un periodo, cuando menos, de cuatro años, ya que cuatro años después a la fecha a que se refiere lo narrado anteriormente se encuentran referencias de un escriba que dice que los trabajadores estuvieron ociosos muchos días y que la paga de las raciones-salario llevaban un retraso de más de noventa días.

La historia del campesino elocuente

Este hecho, muy poco conocido y altamente significativo en apoyo de nuestra tesis sobre el sentimiento de justicia e igualdad presentes siempre en la humanidad, aun en los momentos más negros de su historia, no es único. Muy anterior a él, se cita también el acontecido con el campesino que acude a las autoridades en demanda de justicia y demuestra tal elocuencia alegando en favor de sus derechos que el gobernador que oye sus quejas, intencionadamente, no da solución alguna a sus problemas para incitarle a que exponga de la manera más amplia sus razonamientos, que siguen durante seis sesiones, a una diaria. Este hecho se conoce en la egiptología como la “Historia del campesino elocuente”. Y la elocuencia del campesino está llena de conceptos de justicia en el sentido en que la interpreta el anarquismo moderno.

Además, conforme se han ido descifrando las inscripciones de ataúdes y cámaras mortuorias se han encontrado testamentos en los cuales los viejos que morían aconsejaban a sus descendientes normas de conducta impregnadas de un alto concepto de la igualdad y la justicia en el sentido en que las interpretamos nosotros.

 

 

En la Mesopotamia

Incluso en el pensamiento mesopotámico, tal vez el más oligárquico e inclinado al reconocimiento de la autoridad y la obediencia, hay destellos de inconformidad y de reconocimiento de la igualdad esencial entre todos los hombres. La tiranía del espacio nos impide citar más ejemplos, pero solamente con estudiar el código de Hammurabi, tan conocido, se pueden encontrar testimonios de lo que decimos.

Y como prueba copiamos el comienzo del Código, que dice así: “Cuando Anú, el padre de los dioses, y Belo, el dios de los cielos y la tierra, confiaron a MarduK, el primogénito de Ea, el patrocinio de Babilonia, haciéndola famosa hasta los más lejanos confines de la tierra, ya me predestinaron a mí, Hammurabi, para ser gobernante, para hacer justicia sobre este país, para defender el débil de la opresión del poderoso, y reinar sobre las Cabezas Negras, como Shama, que ilumina la tierra y produce el bienestar de todas las gentes”.

Cuando Hammurabi pretende que su gobierno se base en la defensa del débil contra el poderoso y en proporcionar, como ciertos dioses, el bienestar de todas las gentes, ha de haber en el legislador, que casi siempre legisla con arreglo al pensamiento de la época, un concepto de la justicia muy cero cano, en sus esencias, al concepto de la justicia que tenemos nosotros.

 

 

En el antiguo pensamiento chino

En el antiguo pensamiento chino hay tal saturación de esos conceptos de igualdad y ayuda mutua y hasta de ausencia total de gobierno, que el mismo Lin Yutang, en la página 152 del libro Sabiduría china, editado en México, dice al hablar de Confucio:

Sentimientos anárquicos en el antiguo pensamiento chino

“Yo caracterizaría las ideas confucianistas, en su parte política, como anarquismo estricto, en que la cultura del pueblo, haciendo el gobierno innecesario, se transforma en un ideal. Si se pregunta por qué los moradores de Chinatown, en Nueva York, no han tenido nunca necesidad de policía, la respuesta es: el confucianismo. Nunca existió policía en China durante cuatro mil años. El pueblo había aprendido a regular sus vidas socialmente, y a no confiar en la ley. La leyera el refugio de los pícaros”.

Y Víctor García dice en un extenso estudio sobre las ideas anarquistas en la China:

«“Lao Tsé -Viejo Maestro- se ha trazado desde el primer momento en que lanzó su mensaje al mundo una trayectoria antiestatal sin desvíos ni torceduras. Arthur Waley, una de las autoridades más significativas de la sinología, no titubea en darle investidura libertaria en su libro Three ways of throught in Ancient China, y a lo mismo nos lleva Will Durant en su obra La civilización del Extremo Oriente. L. Carrington Goodrich emplea todas las letras para que no haya lugar a dudas, y en su excelente estudio La historia del pueblo chino dice textualmente: «el anarquista Lao Tsé…»”.

“Es precisamente en la presencia del pensamiento de Lao Tsé que tendremos que reconocer las mejores afirmaciones del pensamiento libertario en China, y será gracias a su impacto que la filosofía conformista de Confucio se verá contrarrestada a través de todos los tiempos, y mientras Confucio irá ubicando su filosofía en el seno de los cortesanos, los oficiales mandatarios y en las altas esferas en general, Lao Tsé irá abriéndose camino en el seno de las masas humildes chinas”.

“Si de Lao Tsé nos ha alcanzado algo de su rocío benefactor, ello obedece a dos hechos en los que Lao Tsé no ha sido parte determinante. El primero ha sido la corriente religiosa conocida con el nombre de Taoísmo, calificativo que fueron a buscar en la entraña del pensamiento laotseyano, y, también, en la prosa cáustica y dicharachera en un discípulo del “Viejo Maestro” conocido por todas las capas sociales del Chung Kuo debido a la gracia y profundidad, a la vez, de sus escritos. Hago referencia a Chuang Tsé, al que obligadamente tendremos que dedicarle capítulo aparte”.

“De Lao Tsé propiamente, la única obra que se puede estimar suya y que ha trascendido hasta nuestros días es el Tao te Ching (El libro del camino y de la virtud), y el cual ha ido viéndose deformado por la presencia de traduttori-tradittori que no han titubeado en desvirtuar el pensamiento anarquista de este gran filósofo. Los escasos medios financieros de los libertarios, en parte, la abulia y poca estima a cuanto se aparta de nuestros clásicos consagrados, mantiene aún inédita una obra de T. Yamaga que ha vertido al Esperanto y qué tiene el significativo título de La Maljuna Mastro (el viejo maestro). Esta obrita de Yamaga encarrila una gran parte del pensamiento laotseyano del que los occidentales podríamos conseguir luces nuevas y atrayentes. (Cabe señalar que después de escrito lo anterior por Víctor García, el Grupo Tierra y Libertad, de México, editó la traducción efe Taiji Yamaga, vertida del esperanto al castellano por E. Vivancos.)”.

“Lo que de él ha llegado hasta nosotros, y que corrobora este entusiasmo nuestro en su pensamiento antiestatal, es importante a pesar de haber sido minimizado. El pasaje que pone de realce Liu Wu Chi guarda un interés señalado: «Gobierna un gran país de la misma manera que freirías un pescadillo», dice Lao Tsé. El significado de esta críptica sentencia, bien que enigmático a primera vista no es difícil de ser explicado. Para freír un pescadillo se precisa poco tiempo y poca destreza. De igual manera, gobernar un gran país será igualmente fácil y simple si el gobernante deja que el pueblo se las arregle por sí solo de manera que todos puedan vivir en paz y felices sin ser molestados por el gobierno”.

“Arthur Waley, el que mejor ha profundizado los arcanos de la filosofía china, cita un diálogo que Tsui Chu tiene con el Viejo Maestro: «Dices que no debe haber gobierno. Pero, si no hay gobierno, ¿cómo pueden perfeccionarse los hombres?». «Lo último que tú debes hacer es inmiscuirte en el corazón de los hombres -dice Lao Tsé-. El corazón humano es como un resorte: si tú lo aprietas hacia abajo, cuando lo sueltes saltará más arriba. Puede tener el ardor de una gran hoguera o la frigidez de un témpano de hielo…». Cabe añadir que el propio Waley le da beligerancia anarquista a Lao Tsé: «La doctrina de no-gobierno, del principio de éste y otros pasajes similares en los libros toistas -se refiere, sin duda, a los escritos de Chuang Tsé, principalmente- ha sido comparada a menudo con el anarquismo moderno»”.

El anarquista Lao Tsé

“El anarquismo de Lao Tsé no se limita a la fase política, y esto es necesario ponerlo de relieve porque se podría señalar que se trata de mera coincidencia. El anarquismo va más allá de un régimen social y entraña la libertad, en todas las actividades humanas”.

“Es lo que hace Lao Tsé: expresarse en anarquista en la mayoría y en cada una de sus actitudes. Así, por ejemplo, mientras Confucio reclama, insiste, en que la maldad sea retribuida con la justicia y el bien con el bien, Lao Tsé le toma la delantera a Jesús y achica el sermón de la montaña cuando dice: «Si tú no peleas nadie en la tierra será capaz de pelear contigo... Recompensa el daño con la bondad. Para los que son buenos, soy bueno; así todos llegan a ser buenos. Para los que son sinceros, soy sincero, y para los que no lo sean, también lo soy, así todos llegan a ser sinceros. La cosa más blanda choca con la más dura y la vence. Nada hay en el mundo más débil y más blando que el agua, y, sin embargo, para atacar las cosas que son firmes y fuertes no hay nada que pueda más que el agua. La hembra siempre vence al varón con su quietud»”.

“Sabemos la capacidad devastadora del marxismo en lo que a borrar pensamientos y teorías no marxistas se refiere. Hay que temer la «depuración» de Lao Tsé, Mo Ti, Chuang Tsé y todos los pensadores antiestatales, que sufrirán por los exégetas de Mao Tsé Tung. Hay que esperanzar también en que el día que intrépidamente se pueda sumergir uno en la biblioteca del Congreso de tos Estados Unidos, donde se guardan manuscritos del Chung Kuo, nuevas luces se descubrirán sobre el pensamiento laotseyano que permitirán fortalecer aún más el origen libertario del pensamiento del Viejo Maestro.

“De momento, además de lo salvado en el Tao Te Ching y de los escritos de Chuang Tsé -añádese- además lo referente a Mo Ti, que sólo ha sido «descubierto» en 1921, queda patente algo con valor de prueba cumbre: el sentir y el obrar del pueblo chino a través de todas sus treinta y seis dinastías, donde se perfila siempre la presencia del pensar y sentir loatseyano”».

Y Angel J. Cappelletti, profesor de filosofía en la Universidad de Caracas (Venezuela), dice en el libro aún inédito (1982) Prehistoria del anarquismo:

“Así, pues, para Lao Tsé y el Tao-teh King (Víctor García y Cappelletti escriben este título de diferente forma), la sociedad no se origina, como suponían en la antigua China (mucho antes de Hobbes y de Rousseau) Meng-tsé y Mo-tsé, en un pacto o contrato que pone fin al originario estado de las individualidades soberanas y aisladas, sino que es un producto natural. En esto, su doctrina se asemeja a la de Aristóteles, pero tal semejanza no sirve sino para oponerlo más radicalmente al mismo. En efecto, para el Estagirita, la sociedad natural (tan natural en el hombre como el lenguaje articulado), culmina en el Estado, sociedad política y esencialmente jerárquica, que resulta así justificada en sus mismas raíces. Para el taoísmo, en cambio, el Estado parece ser siempre fruto de una aberración, esto es, de una cierta corrupción del Tao y de la naturaleza, por la cual se instituyen leyes, gobernantes, jueces, violencia, jerarquías, guerra. La sociedad ideal, esto es, la sociedad natural, viene a ser así la sociedad sin Estado”.

Sería interesantísimo podernos detener un poco más sobre el antiguo pensamiento chino, tal vez uno de los más impregnados de esos grandes principios de igualdad y ayuda mutua, muy en contra de la opinión general que se tiene de que la antigua China podía considerarse como la expresión genuina de la diferenciación de clases y el despotismo político.

 

 

En el viejísimo pensamiento hindú

El derecho natural en el viejo

En el viejísimo y místico pensamiento hindú, aun a despecho de la repugnante división en castas, surgida después, como consecuencia de los intereses religiosos y políticos, también hay manifestaciones bien claras de la comprensión de esas ideas base del derecho natural: ya en los Vedas, entremezcladas con los místicos conceptos religiosos, hay un buen acopio de estas ideas. El doctor A. Schweitzer, en la página 147 del libro El pensamiento de la India, tomo 63 de la colección Breviarios del Fondo de Cultura, dice a este respecto:

“Tal vez en ninguna de las manifestaciones del pensamiento primitivo el humanismo fue tan arraigado como en el pensamiento hindú. Ese es uno de los más complejos y subyugantes aspectos de ese pensamiento. Desde sus orígenes, el pensamiento hindú fue eminentemente metafísico sin dejar de ser humano. La trascendencia de los poderes divinos, ajenos y superiores al hombre, se compatibiliza de una manera sorprendente con la idea de la igualdad del hombre ante el hombre mismo y del común rol y destino del hombre en la tierra. Eso, como es lógico, dio origen a un concepto humanísimo del derecho natural”.

En el clásico pensamiento griego Han Ryner, aquel gran “filósofo olvidado” como lo denomina Costa Iscar, en un ligero estudio sobre el individualismo antiguo dice:

“Pero el centro de la sofística es el gran consejo ético de obedecer a mi propia naturaleza, no a las leyes escritas o a las costumbres. Calístenes afirma en Georgias: «Para la mayoría de las cosas, la Naturaleza y la ley son opuestas entre ellas». Trasimaco, en el primer libro de La República dice: «Los gobernantes erigen en ley aquello que les sirve. El derecho no es otra cosa que la ventaja del más potente. Solamente son los dementes y los débiles los que creen en las leyes: el hombre ilustrado sabe lo poco que valen». Hipías en Jenofonte, pone en duda de que las leyes, que tan a menudo cambian, sean más respetables mientras la ciudad busca el- imponerlas que antes de parecer útiles a los legisladores o después de que su uso hace que se las reo conozca perjudiciales”.

Contenido anarquista del pensamiento griego

Aristipo se negaba a ejercer el poder diciendo: «¿Mandar al ser humano? Lejos de mí tal vanidad». Fue fundador de la escuela cirenaica, en la que apareció Teodoro, que negaba la existencia de la divinidad a la vez que se proclamaba ciudadano del mundo. Por ello le llamaban El Ateo.

Antifón, según un papiro descubierto en Egipto en 1915 -The Oxyrhyncus papiry-, afirma que la desigualdad es producto convencional y no natural. Además, defiende la idea de que todas las diferencias de clase no están fundadas en la naturaleza sino en los convencionalismos, y dice: “Los hijos de padres nobles los respetamos y cuidamos, pero los de origen humilde ni los respetamos ni los cuidamos. En esto nos comportamos como los bárbaros, porque por naturaleza estamos hechos para ser todos, desde todo punto de vista, iguales, tanto los bárbaros como los griegos. Esto puede verse por las necesidades que todos los hombres tenemos por igual. Ellas pueden ser satisfechas de la misma manera por todos y en todo esto ninguno de nosotros está marcado como bárbaro o como griego, porque todos respiramos el aire por la boca y los pulmones y comemos con nuestras manos”. (Citado por Cappelletti.)

Analizando el pensamiento de Hipias de Elis, el gran filósofo sofista, dice Cappelletti: “La idea de igualdad aparece así como inseparable de la idea de libertad, ya que la libertad frente a la tradición, a la ley positiva, a la convención, al Estado, que se reivindica para todo ser pensante, trae como necesaria la nivelación y la igualdad entre todos los grupos y clases. Quizá sea éste el rasgo más profundamente anarquista que puede hallarse antes del anarquismo histórico, pues apunta a lo más específico de su pensamiento: la identidad de libertad e igualdad”.

Y hablando de la escuela estoica continúa opinando Cappelletti: “... Pero quien merece ser recordado, más que ningún otro, como predecesor del pensamiento anarquista es Zenón, el fundador de la escuela”. Y añade que Séneca nos recuerda, a propósito de la esclavitud, que nadie ha nacido para servir a los demás, que todos los seres humanos reconocen el mismo origen y están formados según los mismos principios; que ese que llamamos esclavo nació de la misma simiente que nosotros, los libres; que, como nosotros, disfruta del mismo cielo, vive y respira como nosotros; que aun cuando las leyes estatales y consuetudinarias coloquen al hombre bajo el poder de otro, aquél nunca es por naturaleza esclavo, puesto que la mejor parte del mismo, esto es su alma racional, continúa siendo libre; que debe llamarse noble a quien la naturaleza inclinó a la virtud (más que al que heredó un nombre o un patrimonio); que más allá de toda patria particular debemos tener conciencia de que nuestra patria es el universo y que existe una gran república del género humano.

Refiriéndose a Zenón, N. Festa dice (según anota el mismo Cappelletti): “… no nos asombraremos de que junto a la demolición de la patria y de la familia, tampoco encuentre gracia a los ojos del filósofo anarquista la religión de los abuelos”, y Alfonso Reyes, el gran escritor mexicano, decía que “los estoicos son los primeros teóricos del derecho natural frente al derecho escrito”.

En fin, las esencias libertarias en el pensamiento griego en la época de su mayor florecimiento son numerosas, en oposición a las estructuras que servían de basamento a la sociedad de la época, en las que la esclavitud era admitida como una institución no solamente normal, sino necesaria.

 

 

En el viejo pensamiento hebreo

Y en el pensamiento hebreo característicamente religioso y autocrático, hay momentos en que la idea de igualdad y ayuda mutua adquiere tal amplitud que llega hasta profetizar una sociedad integralmente anárquica. En el tomo II del libro El pensamiento prefilosófico, William A. Irwin dice en la página 49 al referirse al pensamiento hebreo: “Según se ha dicho, para el antiguo hebreo existían tres realidades: Dios, el hombre y el mundo”. Todos sabemos el importantísimo papel que la idea de Dios ocupó en el pensamiento hebreo. Queremos, no obstante, hacer abstracción de esa idea y ocuparnos de las otras dos, añadiéndole otra que Irwin no cita: la sociedad, la vida social.

El anarquismo en el primitivo pensamiento hebreo

El pensamiento hebreo fue profundo en cuanto concierne a la interrogante ¿Qué es el hombre? Y la gran influencia religiosa de que estaba impregnado no evitó que en muchos momentos el hombre fuese considerado no como un hijo de Dios, hecho a su imagen y semejanza, con un espíritu inmortal que lo liga a la divinidad de donde proviene, sino que es considerado como un animal sin otra diferenciación de los demás animales que no son de su especie que la que se deriva de su grado en la escala zoológica. Así lo encontramos en el Eclesiastés:

“Dije en mi corazón, en orden a la condición de los hijos de los hombres, que Dios los probaría, para que así echaran de ver ellos mismos que son semejantes a las bestias. Porque el suceso de los hijos de los hombres, y el suceso del animal, el mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros; y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad… ¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba, y que el espíritu del animal desciende debajo de la tierra?” (Eclasiastés 3: 18-21).

Esta explicación en términos estrictamente biológicos de la vida del hombre, más parece hecha en pleno siglo veinte por cualquier teórico del anarquismo que unos dos mil años antes de nuestra era por pensadores primitivos. Claro que este pensamiento representa una rebelión ante el pensamiento dominante de la época, que consideraba al hombre, como continuó después considerándolo la tradición religiosa, como la única especie hecha a imagen y semejanza de Dios y la única en contacto más o menos directo con ese mismo Dios que la creó diferente y privilegiada. Sucede igual con el pensamiento anárquico actual, que es también una rebelión contra el pensamiento dominante de nuestros días.

Y en los Proverbios se puede leer:

“Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría y que obtiene la inteligencia: porque su mercadería es mejor que la mercadería de plata, y sus frutos más que el oro fino. Más preciosa es que las piedras preciosas y todo lo que puedes desear, no se puede comparar a ella”.

(Proverbios 3: 13-15)

Aquí el pensamiento hebreo se eleva a regiones a las que apenas se ha llegado después en el pensamiento moderno. Esta sabiduría que se coloca en los Proverbios como el don más preciado de cuantos el hombre puede poseer, no es sólo la sabiduría divina, ya que ésta, más que sapiencia requiere fe, y no precisa investigación, pues se adquiere como don divino por revelación graciosa. La sabiduría a que, se refiere el pensador hebreo en esos versos es la sabiduría humana, la que se adquiere por la investigación y por la meditación. También, es claro, en la época se entendía por sabiduría las cualidades éticas que hoy distinguimos más como peculiaridades del carácter: la bondad, el buen discernimiento, la rectitud, y otros; pero ante y sobre todo, el autor se refiere al conocimiento de la Naturaleza y del hombre, de forma semejante a como el pensamiento moderno entiende la sabiduría. Mas, lo que es verdaderamente digno de atención en ese pasaje es la categórica preferencia por el saber como la más preciada de todas las riquezas. Y si nos esforzamos por colocarnos en el ambiente dominante de la época nos apercibiremos aún más de su alto valor, ya que entonces el amor por las riquezas que simboliza el oro era tanto o más acendrado y feroz que hoy, y la valorización de la personalidad con arreglo a sus riquezas materiales era mucho más rigurosa que en nuestros tiempos. Por ello, el pensamiento que rige ese pasaje de los Proverbios era igualmente revolucionario que el pensamiento anárquico moderno cuando afirma que el verdadero valor humano estriba en las cualidades intrínsecas del ser y no en su poderío económico.

Elevados sentimientos libertarios en la antigua literatura hebrea

“Recibid mi enseñanza, y no la plata; y ciencia antes que el oro escogido: porque mejor es la sabiduría que las piedras preciosas. Y todas las cosas que se pueden desear, no son de comparar con ella”.

(Proverbios 8:4-11)

Y esta sabiduría que se considera como el más sublime de los dones no ha de adquirirla el hombre como un medio de poderío y dominio sobre los demás; para eso no necesita ninguna clase de sabiduría. Esa ciencia que se incita al hombre a poseer sirve para orientarlo hacia la más perfecta moral, hacia el mejor conocimiento de lo que debe ser el propio comportamiento para consigo mismo y para con la colectividad. “Una pequeña reflexión nos hará darnos cuenta de que tanto la actitud del Libro de la Sabiduría, como su notable ascendente, el Libro de los Proverbios, implican lo mismo. Se trata de una cualidad que penetra la vida humana y que, en todas partes, plantea al hombre la exigencia de buscar mejores normas de conducta e ideales más elevados; nos encontramos, evidentemente, por lo tanto, ante un concepto que ha desempeñado un papel muy importante en la vida política y social del mundo occidental y que conocemos con el nombre de derecho natural”. Así dice Williams A. Irwin en las páginas 100-101 del libro El pensamiento prefilosófico. Quiere decir Irwin que esa sabiduría, que tan elevadamente es considerada, tiene como primordial objetivo estudiar al hombre y la naturaleza en que se desenvuelve para deducir de ahí cómo debe vivir, cuál es la ética natural. Y esta preocupación por ajustar la ética a las deducciones lógicas de la sabiduría se aparta tanto de la moral establecida por mandato divino, que muchas veces está en absoluta subversión con respecto a esta última. Por ello, a pesar de la ley mosaica -el famoso decálogo revelado e inspirado a Moisés por Jehová en el Sinaí-, en el Libro de los Jueces se hace referencia a un tiempo en que los antepasados tenían un sentido elevado de la justicia y la practicaban sin coacción alguna: “En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo recto delante de sus ojos”. (Jueces 21:25; y también 18: 1, 19: 1). Y las primitivas formas de organización social, basadas en la asamblea popular (general), que encargaba la ejecución de sus acuerdos, en los que participaban todos los miembros de la comunidad, a los ancianos como posesores de la mayor prudencia y el más amplio sentido de la justicia, demuestran ese concepto amplio del derecho natural que tenían aquellas tribus que vivieron con un sentido anárquico de la vida hace ya más de cuatro mil años.

Jeremías un profeta anarquista

El concepto monárquico que hada decir a Samuel al referirse a la implantación de la monarquía en el pueblo de Israel “... éste será el derecho del rey: ...tomará vuestros hijos, y pondrá los en sus carros, y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro... Tomará también vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo, tomará vuestras tierras, vuestras viñas y vuestros buenos olivares, y los dará a sus siervos”. (Samuel 1, 8: 11-14); ese concepto monárquico de sumisión, despojo y esclavitud, aunque lograra imponerse, no dominó el pensamiento hebreo ni logró que descendiera de sus hermosas cimas el otro pensamiento que consideraba a la sabiduría como el mejor don y el bienestar de todos como la suprema justicia. Y perdura el amor hacia las formas de vida esencialmente libre y se recuerda la bondad de la ley no escrita. Jeremías es uno de los profetas que más siente esa necesidad y que más a disgusto se encuentra con el autoritarismo de la monarquía, y predice un futuro en el que no será necesaria la coacción para la convivencia pacífica y feliz del pueblo hebreo. Comentando ese pasaje dice Irwin: 

“Lo que regirá la vida de los hombres será una ley escrita en sus corazones y no una ley externa. Pero se tratará de un dominio benévolo: no habrá coacción ni se violará la libertad del hombre, sino plenitud. El hombre obrará con rectitud, porque éste será su mayor anhelo… Reconocerá la belleza que encierra la bondad, ganado por su intrínseco atractivo. Esta es la culminación del pensamiento israelita sobre el derecho natural: llegará el día glorioso en que los impulsos selváticos del hombre se vean atrofiados, en que la justicia triunfe definitivamente en la naturaleza humana y en que la sociedad prosiga su desarrollo feliz en un estado de ANARQUÍA en el que no habrá ley, porque cada quien hará las cosas más nobles y elevadas, llevado por su amor hacia ellas y obedeciendo a la ley no escrita que se encuentra grabada en su corazón”.

Esta confesión de Irwin en la página 129 del libro El pensamiento prefilosófico, dice con fidelísima realidad cuál fue en alguna época la sublimación más elevada del pensamiento israelita. Sobre todo si se tiene en cuenta que Irwin es un historiador que nada tiene de anarquista.

Parece que el pensamiento hebreo, por la influencia profunda que en él hubo de ejercer el sentimiento religioso de pueblo elegido por Dios para ser el realizador de sus designios, hubiera de ser esencialmente nacionalista. Empero, no fue así y el pensamiento hebreo estuvo tan impregnado de universalismo como lo pueden demostrar estas expresiones también de Irwin:

“Pero nuestra exposición quedaría incompleta sin una referencia a la obra de los sabios. Estos mantenían una actitud internacionalista muy definida. Se trataba de los investigadores del mundo antiguo y la investigación lleva siempre más allá del nacionalismo…”.

Y no son sólo estos que apuntamos los rasgos anárquicos del antiguo pensamiento hebreo. Si realizáramos un estudio detenido y concienzudo de ese pensamiento nos asombraría encontrar en él un anarquismo, en esencia, muy cercano al anarquismo moderno.

Y los hebreos, además, no se conformaron con esas concepciones que representan lo más elevado del pensamiento de algunos momentos de su historia, sino que emplearon la acción directa, como decimos hoy, y se rebelaron y desobedecieron las leyes que consideraban injustas. Las rebeliones instigadas por los profetas mismos, sobre todo las de las tribus norteñas en la época de Reboam, y la de Jehú un siglo después, y la propia rebelión de los macabeos, tan conocida en la historia del pueblo hebreo, fueron la expresión revolucionaria de un alto grado de desarrollo en la concepción igualitaria del derecho natural.

La comunidad igualitaria de los esenios

Con referencia a los esenios, Ignacio de Llorens, en un estudio destinado a la Enciclopedia Anarquista en su edición en castellano, dice lo siguiente: “Parece ser, según el decir de Josefo, que los esenios vivían en diversos lugares. Generalmente rehuían las grandes ciudades y preferían los pueblos y las aldeas pequeñas; allí vivían siempre en pequeños caseríos a las afueras. También tenían sus centros o monasterios propios y exclusivos. Filón y Josefo coinciden en la valoración numérica de los miembros que pertenecían a esta secta, unos cuatro mil, porcentaje que era bastante elevado para la población palestina de aquel entonces. Ya vivieran en caseríos aledaños a una pequeña ciudad o pueblo o bien en centros aislados y alejados de toda aglomeración, formaban siempre comunidades caracterizadas por la existencia de un estricto régimen de propiedad colectiva. Cierto, todos los bienes eran comunes, incluso la ropa. Los nuevos miembros entregaban todas sus propiedades a la obra y éstas pasaban a pertenecer a toda la comunidad. Los esenios habían renunciado a la riqueza material, por eso las actividades laborales que desempeñaban no tenían otra finalidad que la de posibilitar la supervivencia, pues no eran tenidas en ellas mismas como fines. Se nos dice que regresaban del trabajo en grupos animados y de buen humor, y que no consideraban- las inclemencias del tiempo como causas que los exonerasen de ir a realizar la labor diaria. Todo ello nos hace pensar en una noción de trabajo completamente distinta de la imperante hoy en día y también en aquellos tiempos en la mayoría de sociedades. El trabajo, para los esenios, era un medio para mantener la vida, no un fin al cual la vida deba hipotecarse. La comunidad mantenía a aquellos que no podían desempeñar ninguna actividad a causa de padecer alguna enfermedad…

“La propiedad colectiva permitía el desarrollo de un ambiente igualitario. No había entre ellos ni esclavos ni amos. Consideraban que la desigualdad era producto de la competencia que reinaba entre los hombres. Entre ellos las únicas diferencias establecidas eran, según Josefo, relativas a la antigüedad, siendo muy estrictos en el mantenimiento de estas distinciones”.

Y H. Hamón en su libro La revolución a través de los siglos, en la página 12 de la edición hecha por Tor de Argentina en 1945, dice: “En Judea, desde el siglo nueve antes de J. C. se presentan casi diariamente ante el pueblo nuevos profetas que predican la igualdad social. Primero es Amós, después Isaí; más adelante los salmistas, después los pobres (ebionim), los cuales son sus discípulos y beben las palabras inflamadas de estos profetas israelitas, que, según expresión de Renán, son fogosos publicistas que hoy designaríamos con el nombre de anarquistas”.

Y así, la rebelión de Espartaco, en la era romana; la aparición del Cristianismo, con sus exacerbadas manifestaciones de ayuda mutua y hasta de sacrificio, con su leyenda, además, de Lucifer, ese ángel rebelde que desconoce el poder absoluto de Dios, y por quien tantas simpatías sintió Bakunin, y la leyenda del pecado original representando al hombre y a la mujer prefiriendo probar el manjar del árbol de la sabiduría, con la muerte, al disfrute de la inmortalidad, con la ignorancia; y todo el transcurrir de la historia, saturado de manifestaciones de esta índole, como inmenso archipiélago de humanismo liberal en el negro océano autoritario que es la historia misma, demuestra que el sentimiento de igualdad y ayuda mutua es inherente a la naturaleza humana y se ha manifestado en todos los periodos de la historia como acicate de la evolución y valladar opuesto tensa y permanentemente a los ejercicios de la desigualdad y la lucha entre sí, que son las manifestaciones características del poder. Entonces, las raíces históricas del anarquismo como máxima expresión de la aplicación práctica en la sociedad de esos sentimientos de igualdad y apoyo mutuo se pierden en la lejanísima perspectiva de la historia misma.

 

 

Los primeros siglos de nuestra Era

En los primeros siglos de nuestra era el pensamiento libertario se filtra en la vida social

Durante los primeros siglos de nuestra Era, ese pensamiento cuyo hilo pretendemos mantener tenso desde las primeras manifestaciones del pensamiento humano, concerniente a la igualdad y la ayuda mutua, permanece activo en el cristianismo, que se va adueñando de la vida social. A este respecto H. Hamón continúa diciendo: “… como Jesús, son comunistas y durante los primeros siglos en pequeños grupos de pequeñas iglesias, donde todos son hermanos, donde todo es común, los cristianos criticaban ricos y riquezas y predican la comunidad de bienes. Así proceden Tertuliano, Lactancio, San Clemente (siglo III) San Jerónimo, San Juan Crisóstomo, San Basilio, San Gregorio de Niza, San Ambrosio (siglo IV), etc. Respecto al carácter de la propiedad privada su doctrina es absolutamente uniforme. Para todos la opulencia es siempre, según ha expresado San Jerónimo, producto del robo (San Jerónimo se adelantó a Proudhon); si no ha sido cometido por los actuales propietarios, lo ha sido, indudablemente, por sus antecesores”.

San Ambrosio, el gran obispo de Milán, decía que “La naturaleza ha producido todas las cosas para todos los hombres, para que sean tenidas en común. Porque Dios mandó que se hicieran todas las cosas de modo que el alimento fuera completamente común, y que la tierra fuera común posesión de todos. La naturaleza, por consiguiente, creó un derecho común, pero el uso y la costumbre crearon un derecho particular”. 

Luego, en el siglo cuatro, aparecen las doctrinas de Manés, que fue desollado vivo y que unos siglos después tuvo gran importancia en el sudoeste de Francia. La doctrina de Manés postulaba que nadie tiene derecho a ser propietario de un campo, de una casa, de dinero. Según esas doctrinas, la igualdad y la libertad son las primeras necesidades del ser humano.

No es posible detenernos, en el reducido campo de este capítulo, en todas las manifestaciones que se dieron en los primeros siglos de nuestra era, enalteciendo lo humano de estas ideas base que venimos exaltando. Tenemos forzosamente que pasar rápidamente por sobre estos siglos para reseñar, aunque también velozmente, las actitudes y los pensamientos que ya pueden considerarse como verdaderos padres del anarquismo moderno.

En el siglo doce, Pedro Valdo predica la pobreza, la igualdad, la fraternidad. Sus discípulos quieren una sociedad sin curas, sin magistrados, sin amos, sin ricos; quieren, en una palabra, una sociedad anárquica.

En el siglo trece aparece en Flandes el poeta Vanmaerlant, quien celebra en hermosos versos las excelencias de la igualdad y la ayuda mutua e instiga a la rebelión contra los privilegios y las injusticias sociales. En el norte de Italia surge Gerar de Segarelli, propagando lo mismo, por lo que es quemado vivo, sucediéndole otro jefe de rebeldes, Dolcino, que logra llevar a respetables guerrillas armadas a vencer a las tropas del episcopado. Por la misma época aproximadamente aparece Juan Wicleff, profesor de la ya célebre universidad de Oxford, predicando la igualdad y la ayuda mutua, seguido de sus discípulos John Ball, Wat Tyler y Jack Straw, que después de algunas revueltas son muertos y dominados los movimientos iniciados por ellos.

 

 

Las utopías

En el siglo quince comienzan a surgir las famosas utopías en las que se exponen los mismos ideales como expresión de una vida feliz. Francisco Doni y Giovanni Bonifacio, en Italia. Tomás Moro, en Inglaterra, con su célebre Utopía. Rebelais, con su célebre Abadía de Théleme, en Pantagruel

Hacia 1600 aparece Civitas Solis (La ciudad del sol), del monje Campanella, Les Savarantes, de Vaitrasse, Macaria, de Harkib, etc., que en esencia propugnan todas por la igualdad y la vida armónica en común, que es la mejor manifestación de la ayuda mutua.

Algunas de esas utopías tienen esencias francamente autoritarias, describiendo sistemas de jerarquías rígidas, aunque en casi todas ellas se propugna por un comunismo económico con claros perfiles socialistas, las que pueden considerarse como los antecedentes utópicos del comunismo autoritario (el marxismo actual), pero las utopías más destacadas esbozan una sociedad libertaria muy cercana a como la concibe actualmente el anarquismo.

Ese género continuó cultivándose hasta nuestros días, unas veces previendo lo que sería la sociedad superautoritaria que ya comenzamos a vivir (1984, de George Orwell y Un mundo feliz, de Aldoux Huxley) y otras esbozando lo que podría y debería ser una sociedad realmente libre, por lo que sería virtualmente imposible referirnos a todas en este estudio fugaz que estamos realizando, pero son dignas de señalar algunas peculiaridades de esa corriente.

El ateísmo anarquista del cura Meslier

Un caso especial, digno de dedicarle unos minutos es el del cura Meslier. Pasada una vida de privaciones y de miserias morales, este cura ateo iba escribiendo en un diario sus ideas acerca de lo que él consideraba que debiera ser la vida. En un testamento que dejó al morir y que sólo se conoció parcialmente algunos años después de su muerte, Meslier dice que todos los males que aquejan a la humanidad tienen por origen la desigualdad, que descansa sobre la propiedad y la religión, por lo que urge destruir una y otra. Según Meslier escribió hacia 1730, todos los bienes deben ser poseídos en común y todos los hombres deben considerarse iguales en todos los órdenes de la vida y tratarse como hermanos. Al referirse a él, M. Lichtemberger dice que es un puente entre John Ball y Bakunin.

Rabelais (1494-1553) lleva su concepción de la libertad hasta extremos inusitados, lo que merece una especial atención. La Abadía de Theléme es una utopía antimonacal, pues representa como una réplica contraria a lo que eran los monasterios de la época. No hay en ella ni murallas para aislarla del resto del mundo ni relojes que regulen las actividades de sus habitantes. En Theléme todas las cosas se realizan cuando a los interesados les parece justo y oportuno. Los monjes que pueblan Theléme son libres de entrar y salir cuando así lo deseen, y cada uno se podrá casar con quien le plazca, y, según el propio Rabelais, cada quien “se regía no por leyes, estatutos o reglas, sino según su querer y su libre arbitrio”. En Theléme sólo había una regla: “Fay ce que vouldras” (“Haz lo que quieras”.)

Es natural que esa interpretación de la libertad en Rabelais se preste a discusiones y razonamientos en torno a la vigencia y necesidad de ciertas normas de ética para regular la vida en sociedad, pero nosotros la consignamos como una muestra más de esos anhelos de libertad que se han venido manifestando en el pensamiento de todas las épocas.

“Dichosa edad y siglos dichosos…”

En esa joya de la literatura universal que es Don Quijote de la Mancha se hace a través de toda ella una defensa permanente de la libertad, y en algunos pasajes el ingenioso hidalgo le dice a su escudero que la libertad es “uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos” y “con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre”, además de que “por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que pueda venir a los hombres”. Y añorando las dichosas edades pasadas, en su célebre encuentro con unos cabreros, Don Quijote les regaló el siguiente discurso: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron el nombre de dorados; y no porque en ellos el oro (que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima), se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarlo de las robustas encinas que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto… No había el fraude, el engaño ni la malicie mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia sé estaba en sus propios términos sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado…”.

Aunque el carácter de bella y utópica remembranza que Cervantes imprime al discurso del triste caballero no tiene un sentido de aplicación real para su época, las características anarquistas de esa especie de ensueño permiten asegurar que también Cervantes pensaba que la sociedad ideal había de tener como fundamento lo que son hoy postulados firmes del anarquismo.

También Etienne de Ia Boetie (1530-1563) en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria detesta al Estado como institución social y señala la enorme incongruencia que representa el que los pueblos acepten voluntariamente ser mandados, oprimidos y sojuzgados por un rey o un grupo de gobernantes que siempre son una insignificante minoría, y en un pasaje de su obra arguye: “Pero, ¡oh buen Dios! ¿qué podrá ser eso? ¿Cómo diremos que se llama? ¿Qué desgracia es? ¿Qué vicio o, más bien, qué desgraciado vicio? ¡Ver un número infinito de personas que no obedecen sino sirven, que no son gobernadas sino tiranizadas, que no tienen bienes, ni padres, ni mujeres, ni hijos, ni siquiera la propia vida qué les pertenezca! Sufrirlos pillajes, las lascivias, las crueldades, no de un ejército, no de un campamento bárbaro contra el que habría que defenderse exponiendo la sangre y la vida, sino de uno solo, y no de un Hércules o un Sansón, sino de un único hombrecillo, que la mayor parte de las veces es el más cobarde y afeminado de la nación, no acostumbrado a la pólvora de las batallas sino, y con gran pena, a la arena de los torneos; no capaz de mandar por fuerza a los hombres, sino enteramente incapaz de servir con vileza a la menor mujerzuela! ¿Llamaremos a eso cobardía? ¿Diremos que quienes sirven son cobardes y flojos? Que dos, que tres, que cuatro no se defiendan de uno, es cosa extraña, pero, sin embargo, posible; bien se podrá decir, con razón, que hay falta de valor. Pero si cien, si mil aguantan a uno solo, ¿no se dirá que es porque no quieren enfrentarse con él antes que por falta de audacia, no se dirá que no es «cobardía» sino más bien desprecio o desdén?” y más adelante continúa: “Aun a este único tirano no es necesario combatirlo; no es necesario destruirlo; él mismo se destruye, con tal de que el país no se avenga a servirlo; no es preciso quitarle nada sino no darle nada, no es preciso que el país se tome el trabajo de hacer algo en pro de sí mismo, con tal que no haga nada en contra de sí mismo. Los mismos pueblos, pues, se dejan, o mejor, se hacen devorar, ya que con dejar de servir estarían a salvo; el pueblo se sujeta a servidumbre, corta el cuello y, pudiendo elegir entre ser siervo y ser libre, dona la dependencia y toma el yugo, consiente en su propio mal, o, más bien, lo persigue”.

La Boetie considera que la libertad es un derecho natural del ser humano, ya que de ella dependen todos los demás bienes de la vida del hombre. Pero es éste un bien del que la humanidad no disfruta aunque resulta el más fácil de conseguir, puesto que sólo hace falta quererlo. Y si la tiranía y la servidumbre perviven es porque las toleramos cuando las acatamos y obedecemos. Para acabar de una vez por todas con la tiranía bastaría con la no-obediencia, la no-colaboración, incluso sin necesidad del empleo de la violencia, aunque La Boetie manifiesta un gran aprecio por los personajes que intentaron acabar con la tiranía por medio de la violencia, como Bruto, Casio y otros.

 

Discurso sobre la servidumbre voluntaria

Es probable que tanto el americano David Henry Thoreau como León Tolstoi y el propio Mahatma Gandi hayan bebido las doctrinas de La Boetie, y su militancia no-violenta tenga como un antecedente de primera importancia el Discurso sobre la servidumbre voluntaria, de este autor.

Y aunque el anarquismo moderno difiere con algunas de las teorías de La Boetie, no cabe duda que puede considerarse a este pensador francés como uno de los escritores que han coincidido de manera notable con algunos aspectos del pensamiento anarquista.

En el libro Albores del anarquismo señala G. Woodcock:

«“Pero no fueron los «niveladores» quienes representaron el ala anarquista del movimiento revolucionario inglés del siglo XVII, cuya peculiar forma de protesta social se ganó el nombre de «diggers». Los «diggers» fueron en su mayor parte gente pobre, víctimas del declive económico que causó la guerra civil en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XVII, y sus demandas, cuando se desenmarañan de la apocalíptica fraseología de la época, fueron esencialmente económicas y sociales. Sentían que habían sido robados por aquellos que continuaban ricos; robados no solamente de sus derechos políticos sino más aún del derecho elemental a los medios de subsistencia. Su protesta era un grito de hambre, y sus dirigentes, Gerard Winstanley, el principal panfletero de los «diqqers», y Guillermo Everard, sufrieron ambos las calamidades de los tiempos. Winstanley fue un antiguo mercero de Lancashire que se estableció en el comercio de ropas y se arruinó por la crisis económica. «Fui vapuleado por el Estado y el Comercio y forzado a vivir en el campo mediante el favor de los amigos» dice él mismo. Everard fue un viejo soldado de la guerra civil expulsado del ejército por distribuir propaganda de los «niveladores»”.

Los “diggers” preconizan una sociedad libre en 1648

“Los «diggers» empezaron a teorizar en… 1648 Y entraron en acción en 1649. El primer panfleto de Winstaniey, La verdad levantando la cabeza sobre los escándalos, estableció la base filosófica del movimiento como racionalista. Dios, según Winstanley, no es otra cosa que el «espíritu incomprensible, la Razón». ¿Dónde reside la razón? se pregunta él, y contesta: «Reside en el fondo de toda criatura de acuerdo a la naturaleza y modo de ser de la criatura misma, pero suprema mente en el hombre. Por lo tanto el hombre es una criatura racional…». Y añade anticipándose a Tolstoi: «Esto es el reino de Dios dentro del hombre». Dentro de esta concepción casi panteísta de Dios razón inmanente, se desprende una teoría de conducta que sugiere, como las teorías de los anarquistas de los últimos tiempos, que si el hombre actúa de acuerdo con su propia naturaleza racional cumplirá con su deber como ente social. «Que, la razón gobierne al hombre» y éste no se atreverá a abusar de sus congéneres, sino que se conducirá con ellos como se conduciría para consigo mismo. Porque la razón le dice: «Si tu vecino está hambriento y desnudo hoy, aliméntale y vístele; mañana puedes encontrarte tú en la situación en que él se encuentra hoy y, entonces él estará dispuesto a ayudarte a ti». Literalmente, esto es casi cristianismo, pero se acerca mucho al concepto kropotkiniano sobre la ayuda mutua, y en su más importante y radical panfleto, La nueva ley de rectitud, Winstanley se destaca con una serie de conceptos que refuerzan nuestra opinión sobre la esencia anarquista de su pensamiento”.

“Equiparando a Cristo con la «libertad universal», empieza a comprobar la naturaleza corruptora de la autoridad, y aquí es interesante ver cuán profundo y ampliamente demoledor es su ataque, porque, contrariamente a la mayor parte de sus conciudadanos, critica, no solamente el poder político, sino también el poder económico del amo sobre el esclavo, del padre sobre el hijo y del esposo sobre la mujer. «Todo el que tiene una autoridad en sus manos tiraniza a los otros; muchos maridos, padres, patronos, magistrados, viven como señores opresores de la carne de aquellos que están bajo su férula, sin querer saber que sus esposas, hijos, sirvientes, súbditos, son criaturas de su misma sangre y tienen el mismo privilegio de participar con ellos en las bendiciones de la libertad»”.

“Pero el «igual privilegio a participar en las bendiciones de la libertad» no es un privilegio abstracto; su conquista va ligada a los ataques al derecho de propiedad. Y aquí Winstanley es muy enfático demostrando el lazo indestructible que une el poder político y el poder económico. «Y que digan todos los hombres lo que quieran -arguye-, mientras ejerzan el mando y llamen suya la tierra usurpando esta propiedad tuya y mía, el pueblo llano no tendrá nunca libertad, ni la tierra estará nunca libre de calamidades, lamentos y opresiones. Por esta razón el creador de todas las cosas es provocado continuamente»”.

“Si la crítica que hace Winstanley de la sociedad según la ve él en este punto crucial de su evolución ideológica termina por una repulsa anarquista de la autoridad y de la propiedad, es interesante ver cómo en la clara visión que tiene de la sociedad igualitaria que quiere crear, son expuestos anticipadamente, uno por uno, los aspectos ideales que vislumbraron dos siglos más tarde los anarquistas”.  

“«Cuando esta ley de equidad se despierte en cada hombre y mujer -dice-, cuando nadie se atribuya el derecho de decir a ninguna criatura esto es tuyo y esto es mío; éste es mi trabajo y éste el tuyo, sin que cada cual y todos pongan sus manos en el cultivo de la tierra y crianza del ganado, entonces los dones de la tierra serán comunes para todos. Cuando un hombre tenga la necesidad de grano para el ganado, que lo tome del primer granero que encuentre. Que no haya compra ni venta, ferias ni mercados, sino que toda la tierra sea un tesoro común para todos los hombres, porque la tierra es del Señor… Cuando el hombre ha comido, ha bebido y está vestido, se siente satisfecho. Todos pondrán alegremente manos a la obra para producir y hacer estas cosas necesarias para todos, y cada uno ayudará al otro. No habrá señores imperando sobre los que no lo sean. Cada cual será señor de sí mismo, sujeto a la ley de rectitud razón y equidad, que laten y rigen en él, que es el Señor”.

“«EI trabajo será hecho en común y todos participarán igualmente de sus productos. No más gobernantes. Vivirá cada uno en paz con los otros de acuerdo a la disposición de su propia conciencia. El comercio será abolido y en, su lugar se establecerá un sistema de almacenes abiertos a todo el mundo»”.

“Todo eso que se lee es un bosquejo primitivo de la sociedad comunista anarquista de Kropotkin, y se reconoce su semejanza cuando encontramos que Winstanley, anticipándose en toda la línea a los pensadores anarquistas, condena el castigo y sostiene que el delito tiene su origen en la desigualdad económica, «porque, seguramente -exclama-, esta propiedad particular mía y tuya ha producido toda la miseria en él pueblo. Porque, primero, muchos se ven obligados a robar a los otros, luego han hecho leyes para castigar a los que robaron. Empiezan creando condiciones de vida que tientan al pueblo a hacer daño, a robar, y después le castigan. Juzguen todos si esto no es injusto y nocivo»”.

“Winstanley insiste en que el único medio de terminar con la injusticia social es que el pueblo mismo actúe, y se expresa con apocalíptico fervor sobre el papel qué ha de desempeñar el pobre en regenerar al mundo. «El pobre está levantando hasta él, del polvo de los siglos, un pueblo; es decir, lo está redimiendo del oprobio y del desprecio conque fue tratado hasta ahora por los privilegiados de la tierra… Por todo esto, ante todo debe imperar la Ley de Rectitud»”.

“EI pueblo debe actuar, sostiene Winstanley, incautándose de la tierra y laborándola, lo cual representa la principal fuente de riqueza. No cree necesario apoderarse por la fuerza de los latifundios de los ricos. Los pobres pueden fecundizarlas tierras yermas -que él estima ocupan dos tercios del país- y trabarlas en común. Por la experiencia conocerán los hombres las virtudes de la vida comunal y la tierra llegará a ser un «tesoro común» que tendrá por consecuencia la plena libertad de todos los hombres. Lo que Winstanley predica aquí es nada menos que una forma de no-violencia que los modernos libertarios llamamos «propaganda por el hecho»”.

 

El anarquismo comunitario de Winstanley

“Las mejores páginas de La nueva ley de la rectitud se elevan al nivel del fervor profético. «Y cuando el señor me muestre -dice Winstanley- el lugar y la manera de abonar y trabajar las tierras comunes, seguiré adelante y  declararé; uniendo la acción a la palabra, que como el pan con el sudor de mi frente sin recibir ningún salario ni dárselo yo a nadie, cuidando la tierra, tan libremente mía como de los otros»”.

“EI señor no se demoró. La nueva ley de la rectitud apareció en enero de 1649, y el 1º de abril, Winstanley y sus compañeros más cercanos iniciaron su campaña de acción directa marchando a Montaña de San Jorge, cerca de Walton-on-Thomas, donde empezaron a roturar la tierra yerma y a sembrarla de trigo, chirivías, zanahorias y alubias. Sumaban un total de treinta a cuarenta hombres, y Winstanley invitó a los labradores locales a que se les unieran, profetizando que en muy breve tiempo su número llegaría a cinco mil. Pero parece que los «diggers» lograron pocas simpatías entre los peones pobres y sí una gran hostilidad entre la clerecía y los terratenientes locales. Fueron combatidos por rufianes a sueldo y multados por los magistrados; su ganado fue dispersado, los semilleros arrancados y las humildes barracas donde intentaron vivir fueron quemadas y arrasadas. Fueron llevados a comparecer ante el general Fairfax, quien fracasó en el intento de intimidarlos. Se enviaron tropas de soldados a investigarles, pero fueron retiradas más, tarde, posiblemente porque algunos de ellos demostraron evidente interés por las doctrinas de los «diggers». Durante todos estos meses difíciles Winstanley y sus partidarios eludieron el ser llevados hasta la violencia, que aborrecían. Sus panfletos aparecieron uno tras otro durante 1649 llenos de quejas correctamente expuestas contra un mundo que se negaba a reconocerlos, y enviaron apóstoles a las comarcas vecinas, con algún éxito, evidentemente, toda vez; que algunos grupos de indigentes intentaron ocupar en varios lugares las tierras no cultivadas del Home Counties y hasta más lejos, a través del campo, como en Gloucestershire. Pero la resistencia de los «diggers» no era suficiente contra la implacable campaña de persecuciones. En marzo de 1650 abandonaron Montaña de San Jorge y, después de un fracasado intento de establecerse en un terreno comunal del cual fueron expulsados por una turba dirigida por el vicario local, abandonaron definitivamente su intento de ganar a Inglaterra para el comunismo agrario anarquista por el poder del ejemplo. Las otras colonias parece que tuvieron una vida aún más corta, y los «diggers», como movimiento, desaparecieron de la escena revolucionaria hacia el verano de 1650”.

“El movimiento «digger» no dejó herencia ninguna en los movimientos sociales y políticos posteriores, si se exceptúa a los «cuáqueros», donde algunos militantes «diggers», se refugiaron. Sólo hasta el siglo XIX se reconoció la importancia que tuvo Winstanley como precursor de las ideologías sociales modernas. Por el vigor de sus ideas comunistas, algunos marxistas, como Eduardo Bernstein, han tratado de presentarle como antecesor del marxismo, pero no hay nada en Winstanley ni en el paraíso campesino soñado y descrito por él en La nueva ley de la rectitud que pueda calificarse de marxista. Su comunismo es completamente libertario, y, aislado y sin ninguna influencia, como fue el esfuerzo de Winstanley y sus compañeros por seguir practicando sus principios cultivando Montaña San Jorge, éste se cimenta en el principio genuina y tradicionalmente libertario de la acción directa”».

 

El anarquismo de los “enragés” y la Revolución Francesa

También se encuentran antecedentes del anarquismo como movimiento en los “enragés” durante la gran Revolución Francesa y las revueltas campesinas de mediados del siglo XIX en Rusia. En 1862 se creó en San Petersburgo una de las primeras sociedades secretas, que fueron el germen de las futuras revoluciones de 1905 y 1917, llamada Zemlja y Volja (Tierra y Libertad), nombre que ha servido después de estandarte a diversos movimientos, sociedades y publicaciones anarquistas de todo el mundo, adquiriendo una importante resonancia en las reivindicaciones agrarias de la Revolución Mexicana.

Sylvain Marechal, que fue uno de los redactores del manifiesto de “Los Iguales”, del grupo de Babeuf, ya apuntaba un anarquismo muy bien razonado algunos decenios anteriores a la Revolución Francesa, según señala Max Nettlau. En L’Age d’Or, recueil de contes pastoraux par lo Berger Sylvain (1782) esboza, un sistema de vida feliz, pastoral y arcaica en el que ha desaparecido la autoridad, la esclavitud y la desigualdad social. Y en el propio Manifiesto de los iguales incluyó una invocación libertaria que los otros miembros del grupo autoritario de Babeuf rechazaron y desautorizaron públicamente después, en la que decía: “Desapareced, repulsivas diferencias entre gobernantes y gobernados”.

Influencias del libro de Godwin

Max Nettlau también señala ideas libertarias, anárquicas, claramente de finidas en Lessing, el “Diderot” germano del ,siglo XVIII, en el filósofo Fichte y en Wilhelm von Humboldt, hermano del célebre Alejandro de Humboldt, además de una serie de intelectuales ingleses, alemanes y franceses que fueron subyugados por la lectura del libro de Godwin Investigación acerca de la justicia política, que fue escrito inmediatamente después de la Revolución francesa (1793).

Y en cuanto respecta a la adopción en alguna medida de la vida cotidiana del sentido libertario del anarquismo, Rudolf Rocker dice en Nacionalismo y Cultura al referirse a las comunidades medievales:

«“De esta forma, las victoriosas comunidades ganaron sus «cartas» y crearon sus constituciones ciudadanas en las cuales encontró una más libre expresión el status legal. Incluso allí donde las comunidades no eran lo suficientemente fuertes para conseguir una independencia completa consiguieron arrancar al poder reinante importantes concesiones durante el periodo que abarca desde el siglo X, de oscurantismo total en Europa a excepción de la España musulmana, hasta el siglo XV, la gran época de las ciudades libres y el federalismo, donde la cultura europea era protegida de la anulación total, y la influencia política de la realeza creciente se veía confinada a las regiones no urbanas. La comuna medieval era uno de esos sistemas sociales constructivos donde la vida, con sus innumerables formas, fluía desde una periferia global hacia un centro común y, cambiando siempre, introducía múltiples conexiones, abriendo para el hombre nuevas perspectivas para su ser social. En esos tiempos el individuo se siente él mismo, como un miembro independiente, lo que hace que su trabajo sea productivo, proporciona alas a su espíritu y lo protege del estancamiento de la mente”.

“En este ambiente social el hombre se siente libre en sus decisiones aunque interviene un múltiples facetas de la vida comunal. Es esta verdadera libertad de asociación la que da fuerza y carácter a su personalidad y contenido moral a su voluntad. Lleva la «Ley de Asociación» en su pecho y de ahí que toda coacción externa aparezca sin sentido e incomprensible. Siente, donde quiera que sea, la plena responsabilidad que surge de las relaciones sociales entre él y sus compañeros y hace de ello la base de su conducta personal”.

“En este gran periodo de federalismo, donde la vida social no estaba aún catalogada por una idea abstracta y cada uno hacía lo que la necesidad de las circunstancias exigía, todos los países estaban cubiertos por una red muy densa de asociaciones fraternales, guildas de oficios, parroquias de iglesias, asociaciones distritales, confederaciones ciudadanas e innumerables alianzas surgidas del libre acuerdo. Según las necesidades del momento sufrían cambios o reconstrucciones completas e, inclusive, desaparecían para dar lugar a ligas completamente nuevas, sin tener que esperar la iniciativa del poder central que lo dirige y guía todo desde arriba. La comunidad medieval era en todos los campos de sus ricas actividades sociales y vitales arreglada de acuerdo a consideraciones sociales y no gubernamentales. Esta es la razón por la cual los hombres de hoy, quienes desde la cuna hasta la tumba están siempre sujetos a la mano ordenadora del Estado, encuentran aquella época completamente incomprensible. De hecho las estructuras federalistas de aquella época se distinguen de los tipos de organización más recientes y las tendencias centralizadoras dentro del Estado moderno, no sólo por la forma de organización técnica, sino principalmente, por las actitudes de los hombres, los cuales encontraban la expresión de su vida en la unión social”.

Todos los ciudadanos estaban igualmente interesados en la estabilidad de la comunidad

“La vieja ciudad no era solamente un organismo político independiente, sino que constituía también una unidad económica separada cuya administración estaba sujeta a sus guildas. Tal organización tenía que fundarse, necesariamente, en un continuo reajuste de sus intereses económicos. Esta era, de hecho, una de las más importantes características de la cultura de la vieja dudad. Esto era lo más natural porque las diferencias de clases fueron, por mucho tiempo, ausentes en las viejas ciudades y todos los ciudadanos estaban, por ende, igualmente interesados en la estabilidad de la comunidad. El trabajo, de esta forma, no ofrecía la posibilidad para la acumulación de riquezas, visto que la mayor parte de los productos eran usados por los habitantes de la ciudad y sus alrededores. La vieja ciudad no conocía la miseria social de la misma manera que desconocía sus profundos antagonismos”».

También Joaquín Costa, el insigne escritor español, en su libro El colectivismo agrario en España, cita infinidad de datos sobre poblaciones y ciudades de todo el territorio peninsular que conservan también muchos aspectos de aquella tradición: montes comunes donde todo el vecindario en ciertas épocas del año tiene derecho a sacar leña y realizar alguna clase de cultivo y algunos aspectos de la agricultura que son realizados en común por acuerdo unánime de todos los habitantes de la localidad; incluso aquella hermosa tradición de apoyo mutuo que representaba la ayuda prestada entre sí por los pequeños propietarios, quienes, cuando alguno caía enfermo o estaba imposibilitado de realizar el trabajo correspondiente a su parcela, los vecinos o los afiliados a las hermandades campesinas que frecuentemente se constituían ejecutaban gratuitamente los trabajos pertinentes para que el ciclo normal del cultivo en la tierra del afectado no se interrumpiera.

 

 

EL PENSAMIENTO MODERNO

No tenemos más remedio que señalar, aunque sea con rapidez supersónica, como se dice hoy, cómo el pensamiento llamado moderno ha venido acercándose cada vez más hacia el anarquismo, porque “anárquico es el pensamiento y hacia la ANARQUÍA marcha la historia”, según la célebre expresión de Bovio.

Aun con el dolor de haber pasado sobre la influencia que hubo de tener en el pensamiento de nuestros días, y en el anarquismo como consecuencia, todo el pensamiento y la ciencia árabes, enlazados después a toda esa pléyade de investigadores de la naturaleza, como Bacon, Pomponnace, N. D’Autrecourt, Melanchton, Copérnico, Giordano Bruno, Gassendi, Boyle, Newton, de la Mettrie, D’Holbach, etc., quienes de eslabón en eslabón, dieron forma a un conglomerado complejo y ordenado de conceptos que William Godwin reunió en esa síntesis de lo verdaderamente esencial del pensamiento humano de todas las épocas que conocemos con el nombre de Investigación acerca de la Justicia Política, libro que puede considerarse como la primera y más grande obra realizada hasta hoy por el pensamiento ya doctrinariamente anárquico; aun con ese dolor, sin citar lo realizado por nuestros antepasados árabes, debemos limitarnos a señalar que en todo ese periodo, como hemos intentado demostrar en nuestro fugaz relato, ya se fueron señalando como verdades derivadas de los propios conocimientos que la ciencia adquiría en ese desarrollo fantástico acaecido en el transcurso de dos siglos, lo que son hoy los principales postulados del anarquismo. En todo ese periodo se demostró, de manera tan categórica como jamás se había hecho antes, que es un error o un engaño el origen divino de la naturaleza del hombre y de sus desigualdades sociales. Lo que habría de llevar lógicamente a la concepción del anarquismo moderno ya como cuerpo de doctrina y filosofía con principios y postulados propios. Y ese trabajo, magistralmente hecho, hubo de realizarlo ese hombre al que la historia casi desconoce y que también es poco conocido incluso en el movimiento anarquista.

 

 

La obra de William Godwin

Investigación acerca de la justicia política

Investigación acerca de la justicia política es un libro en el que se estudia de manera concienzuda la naturaleza de las agrupaciones humanas y se descubren las razones fundamentales de la infelicidad que siempre ha privado en esas instituciones. Y el análisis de la influencia que esas estructuras ejercen en el carácter social del individuo le hace llegar a Godwin a la conclusión de que actualmente las instituciones en que se basa la vida social son tan antagónicas a la verdadera naturaleza del ser humano que forzosamente han de producir la serie interminable de calamidades en que está basado el vivir actual. Y esta investigación que realiza Godwin está presidida por este pensamiento que abre la introducción del capítulo primero:

“Todos los hombres convendrán que la felicidad de la especie humana es el objetivo más deseable que debe perseguir la ciencia humana”… “Si pudiera probarse que una sana institución política es, entre todas, el instrumento más poderoso para promover el bien general, o por otra parte, que un gobierno erróneo y corrompido es él más formidable adversario del mejoramiento de la especie, se seguiría de ahí que la política fue el primer y más importante motivo de la investigación humana”.

Basándose en la historia demuestra que todo gobierno, en cualquier periodo, ha sido nefasto, como lo condensa en este otro pensamiento que abre el capítulo segundo:

“Mientras investigamos si el gobierno es capaz de mejoramiento, haremos bien en considerar sus efectos presentes. Es una observación antigua que la historia del género humano es poco más que una historia de crímenes. La guerra ha sido considerada hasta ahora como una aliada inseparable de la institución política”.

Y analizando después la inquietud, desazón y rebeldía normales de las clases desposeídas, dice:

“Los seres humanos son capaces de sufrir alegremente considerables penalidades, cuando esas penalidades son compartidas imparcialmente con el resto de la sociedad y no son ofendidos con el espectáculo de la indolencia y comodidad de los demás, en ningún modo merecedores de mayores ventajas que ellos mismos”.

Y ya un poco antes, al analizar el verdadero origen de la propiedad, llega a la conclusión de que ésta es un robo, como bastantes años más tarde demostraría de la manera más convincente y documentada aquella gran figura conocida por todos: P. J. Proudhon.

Y  al entrar en la confrontación de la sociedad y el gobierno dice:

“Es necesario antes de entrar en el asunto, distinguir entre sociedad y gobierno. Los hombres se asociaron al principio por causa de la asistencia (lo que después desarrolló Kropotkin de manera magistral). No previeron que sería necesaria ninguna restricción para regular la conducta de los miembros individuales de la sociedad entre sí o hacia todos”. Y después cita este pensamiento de Tomás Paine: “La sociedad y el gobierno son distintos entre sí y tienen distintos orígenes. La sociedad se produce por causa de nuestras necesidades y el gobierno por causa de nuestras maldades”.

Godwin analiza las relaciones entre individuo y sociedad y establece un concepto anárquico de esas relaciones:

“La sociedad no es otra cosa que la agregación de individuos: Sus derechos y sus deberes deben ser el agregado de sus derechos y sus deberes, siendo unos no más precarios y arbitrarios que otros. ¿Qué derechos tiene la sociedad a pedirme? La pregunta está ya contestada: todo lo que está en mí deber hacer... ¿Qué es lo que la sociedad está obligada a hacer por sus miembros? Todo lo que pueda contribuir a su bienestar”.

Godwin establece, previos estudios profundos y razonamientos claros, que los hombres son iguales en derechos y deberes y que, aun a despecho de las diferencias de constitución física, en lo que es fundamental de nuestra naturaleza, los humanos somos todos iguales.

“De estas sencillas consideraciones podemos inferir plenamente la igualdad moral de los seres humanos. Somos partícipes de una naturaleza común, las mismas causas que contribuyen al bienestar de uno contribuyen al bienestar de otro, Nuestros sentidos y nuestras facultades son de índole semejante, lo mismo que nuestros placeres y nuestras penas. Nos hallamos todos dotados de razón, es decir, somos capaces de comparar, de inferir, de juzgar”.

Ante esta igualdad moral comprobada, deduce Godwin unos razonamientos realmente originales y justos sobre los derechos del hombre, tema tan en boga en la época. Por eso dice:

La igualdad moral de los seres humanos

“Los derechos de un individuo no pueden chocar ni ser destructivos respecto a los derechos de otro, pues si así fuera, lejos de constituir una rama de la justicia y de la moral, tal y como entienden ciertamente los defensores de los derechos del hombre, serían simplemente una jerga confusa e inconsciente”.

Y en este aspecto continúa Godwin sustentando su criterio de que toda actitud humana debe remitirse al bien general, y la verdadera libertad de obrar se reduce a los actos cuyas consecuencias sean indiferentes a la situación posterior de la comunidad.

“Si el hombre tiene derechos y poderes discrecionales, sólo ha de ser en cuestiones totalmente indiferentes, tales como si he de sentarme al lado derecho o al lado izquierdo del fuego o si he de almorzar carne hoyo mañana. Esta clase de derechos son mucho menos numerosos de lo que pudiera creerse, pues antes que ellos queden definitivamente establecidos, es necesario demostrar que mi elección es indiferente para el bien o el mal de otra persona. Individuos que no han sentido la influencia bienhechora de los principios de la justicia, cometen toda suerte de intemperancias, son egoístas, mezquinos, licenciosos y crueles; no obstante, defienden su derecho a incurrir en todos esos vicios alegando que las leyes de su país no establecen condenación alguna al respecto. Filósofos e investigadores políticos han asumido a menuda igual actitud, con cierto grado de adaptación formal, lo que es tan poco justificado como la miserable conducta de las personas antes aludidas. Es verdad que bajo las actuales formas sociales la intemperancia y los abusos de diversa naturaleza escapan generalmente a toda sanción. Pero en un orden de convivencia más perfecto, aun cuando esos excesos no caigan bajo la sanción de ninguna ley es muy probable que quien en ellas incurra encuentre de inmediato un repudio tan evidente y general, que de ningún modo se atreverá a sostener que le asiste el derecho de cometerlos”.

Esto es un verdadero adelanto de los razonamientos de nuestro Ricardo Mella cuando hablaba de la coacción moral.

Saliéndose un tanto ya de estas especulaciones, pero apoyándose en los razonamientos que de ellas se deducen, Godwin hace una verdadera vivisección de todos los sistemas de gobierno practicados y propuestos, entreteniéndose en analizar el contrato social de Rousseau, para esforzarse en destruir las razones aducidas por los defensores del estatismo sobre el origen del gobierno y asentar la justicia de un sistema social en el que todo miembro de la comunidad tenga igual participación en los asuntos públicos. Y aquí, de deducción en deducción, Godwin llega a un verdadero anarquismo social cuando dice:

«“Habiendo rechazado las hipótesis aducidas para justificar el origen del gobierno dentro de los principios de justicia social, veamos si nos es posible lograr el mismo objeto mediante un claro examen de las razones más evidentes del caso, sin necesidad de recurrir a especulaciones sutiles ni a un complicado proceso del pensamiento. Si el gobierno ha sido establecido por las razones que ya se conocen, el principio esencial que puede formularse, en relación con su forma y estructura, es el siguiente: puesto que el gobierno es una gestión que se cumple en nombre y beneficio de la comunidad, es justo que todo miembro de la misma participe de su administración. Varios son los argumentos que dan fuerza a esta premisa:”

No es racional que un hombre domine a otro hombre

No existe un criterio racional que asigne a un hombre o a un grupo de hombres el dominio sobre sus semejantes”.

Todos los hombres participan de la facultad común de la razón, y es posible suponer que tengan asimismo contacto con esa gran preceptora que es la verdad. Sería erróneo prescindir, en una cuestión de tan destacada importancia, de cualquier aporte del saber adicional; es difícil determinar, por otra parte, sin la prueba de la experiencia, los méritos y cualidades de un individuo, en cuanto a su contribución a la marcha más beneficiosa de los intereses comunes”.

La administración es un instrumento creado para la seguridad de los individuos; es justo, pues, que cada cual contribuya con su parte a la propia seguridad y al mismo tiempo es conveniente a fin de evitar toda parcialidad y malicia”.

 

Finalmente, dar a cada hombre participación en los negocios públicos, significa acercarse a esa admirable idea que jamás hemos de abandonar: la del libre ejercicio del juicio personal. Cada uno se sentiría inspirado por la conciencia de su propio valer; desapareciendo para siempre esos sentimientos de sumisión que deprimen el espíritu de algunos seres, frente a quienes se consideran superiores”».

Como es natural, Godwin no sólo teoriza sobre la nocividad de los sistemas actuales de vida, sino que señala principios generales sobre los que pudiera establecerse la sociedad nueva, acorde con los principios de la virtud y la justicia que él considera fundamentales en la convivencia social. Por ello, después de sentar los principios morales -filosóficos diría yo más bien-, de la nueva sociedad que propugna, se detiene en esbozar lo que él llama “Lineamientos generales de un equitativo sistema de propiedad”, y la importancia que da a esta cuestión se puede inferir de la lectura de este párrafo:

“La cuestión de la propiedad constituye la clave del arco que completa el edificio de la justicia política. Según el grado de exactitud que encierren nuestras ideas relativas a ella, nos ilustrarán acerca de la posibilidad de establecer una forma sencilla de sociedad sin gobierno, eliminando los prejuicios que nos atan al sistema de la complejidad. Nada tiende más a deformar nuestros juicios y opiniones que un concepto erróneo respecto a los bienes de fortuna. El momento que pondrá fin al régimen de la coerción y el castigo, depende estrechamente de una determinación equitativa del sistema de la propiedad”.

Un equitativo sistema de distribución de la riqueza

Y analizando después lo que debe ser un sistema justo de distribución de la riqueza, con esa sencillez y profundidad tan geniales que son su característica, dice:

“¿A quién pertenece justamente un objeto cualquiera, por ejemplo un trozo de pan, a aquel que más lo necesita o a quien su posesión sea más útil? He ahí seis personas acuciadas por el hambre y el pan podrá satisfacer la avidez de todas ellas. ¿Quién ha de afirmar que uno sólo tiene el derecho de beneficiarse del alimento? Quizá sean ellos hermanos y la ley de progenitura lo concede todo al hermano mayor. ¿Pero puede la justicia aprobar tal concesión? Las leyes de los distintos países disponen de la propiedad de mil formas distintas, pero sólo puede haber una conforme a los dictados de la razón”.

Y aún añade después:

«“Todo hombre tiene derecho, en tanto que la riqueza general lo permita, no sólo a disponer de lo deseable para la subsistencia, sino también de cuanto constituya el bienestar. Es injusto que un hombre trabaje hasta aniquilar su salud o su vida, mientras otro nada en la abundancia. Es injusto que un humano se vea privado del ocio necesario para el cultivo de sus facultades racionales, en tanto que otro no contribuye con el menor esfuerzo a la riqueza común”… “Se suele alegar -añade-, que hay una gran variedad de tareas e industrias y que no es justo, por consiguiente, que todos reciban una retribución igual. Es indudable que no deben confundirse los méritos de los hombres, tanto en virtud como en laboriosidad. Pero veamos hasta qué punto otorga el presente régimen de propiedad un tratamiento equitativo a esos méritos. El régimen confiere las más grandes fortunas al hecho accidental del nacimiento. El que haya ascendido de la miseria hasta la opulencia, debió emplear medios que no hablarán muy bien en favor de su honestidad. El hombre más activo e industrioso, logra con grandes esfuerzos resguardar a los suyos de los rigores del hambre”.

“Pero dejando a un lado esos inicuos resultados de una injusta distribución de la propiedad, veamos qué especie de retribución se quiere ofrecer a la diversa capacidad de trabajo. Si sois industriosos, tendréis cien veces más alimentos de los que podáis consumir. ¿Dónde está la justicia de tal retribución? Si yo fuera el mayor benefactor de la humanidad que se haya conocido, ¿es una razón para que se me otorgue algo que no necesito, en tanto que hay miles de personas que lo requieren de un modo indispensable?”»

Contra la opinión prevaleciente de que “los males de la sociedad no tienen remedio”, si no es bajo el dominio de una institución estatal vigorosa, como habría de preconizar Tomás Hobbes, William Godwin tiene especial empeño en afirmar que en la vida social, o política, como la llamaba él, los fundamentos esenciales son susceptibles de mejoramiento. En el capítulo VI del libro Primero de Investigación acerca de la justicia política, encabezado con el título de “invenciones humanas susceptibles de mejoramiento perpetuo”, arguye de este modo:

“No hay característica del hombre que parezca, al presente al menos, tan eminente para distinguirla o de tanta importancia en cada rama de la ciencia moral como su perfectibilidad. Séanos permitido volver nuestro pensamiento al hombre en su estado original, un ser capaz de impresiones y conocimientos en una extensión ilimitada, pero que no ha recibido el uno o cultivado el otro; y séanos permitido poner a este ser en contraste con todo lo que la ciencia y el genio han producido; y desde aquí podemos formarnos alguna idea de lo que es capaz la naturaleza humana”.

Y hace después un rápido bosquejo del progreso humano, desde la adquisición del lenguaje hasta el estado de civilización y desarrollo de las ciencias y las artes en el siglo de Godwin para terminar opinando:

El ser humano tiende hacia la perfección

“Tal era el hombre en su estado natural y tal es el hombre como lo vemos ahora. ¿No es posible contemplar lo que ha hecho ya sin ser impresionados por el fuerte presentimiento de los progresos que tiene todavía que cumplir? No hay ninguna ciencia que no sea capaz de adiciones; no hay arte que no pueda ser llevado a una más alta perfección. Si esto es cierto para todas las otras artes ¿por qué no ha de serlo para la institución social? La verdadera concepción de esto como posible es excitante en el más alto grado. Si aún podemos demostrar más adelante que esto es una parte del progreso natural y regular del espíritu, entonces nuestra confianza y nuestras esperanzas serán completas. Esta es la disposición con la cual debiéramos empeñarnos en el estudio de la verdad política. Recapitulemos lo que podemos ganar con la experiencia del género humano; pero no miremos atrás como si la sabiduría de nuestros antepasados fuera tal que no dejara lugar a futuros progresos”.

Godwin, como se esfuerza en demostrar a través de todo su libro, piensa que el ser humano lleva en su propia naturaleza la peculiaridad de tender hacia la perfección o el mejoramiento, por lo que si se mejorasen las instituciones sociales (Las estructuras según el lenguaje moderno) los vicios o males que corroen y pudren a esas mismas estructuras desaparecerían en el mismo grado en que esas instituciones se fuesen liberando de esos vicios y esas podredumbres.

Esta idea fundamental fue desarrollada por Pedro Kropotkin en las primeras décadas de este siglo aportando en su apoyo sus grandes conocimientos científicos.

Y éste es uno de los principios básicos de la filosofía y sociología del anarquismo. El pensamiento anarquista moderno le debe a Godwin el haber sabido coordinar en una teoría extraordinariamente bien estructurada esta idea prima que ya había sido apuntada o intuida por eminentes pensadores y sociólogos anteriores. Pero nadie, hasta que apareció Investigación acerca de la justicia política, había desarrollado esta tesis con el acierto y la amplitud que en este libro lo hace William Godwin.

En la idea contraria se basa el pensamiento autoritario. Aun prescindiendo de la idea primitiva del origen divino de la autoridad, que investía a sacerdotes y reyes de poderes ilimitados, en algunos sectores del desarrollo del pensamiento moderno también se encuentra una justificación filosófica del autoritarismo como imprescindiblemente necesario en el mecanismo de la vida social. El nazifascismo y el comunismo autoritario -bolchevismo- vienen a ser las expresiones extremas de ese pensamiento. También se manifiesta una variante de estas concepciones en las teorías políticas de la democracia burguesa, aunque la diferencia en esta última estriba en que ese autoritarismo es delegado, cuando menos teóricamente. Pero de cualquier manera, cuando el autoritarismo quiere encontrar una justificación en el terreno del pensamiento se basa en el supuesto de la incapacidad humana de perfectibilidad -para usar el lenguaje de Godwin- si no está sujeta a la disciplina externa del poder.

Ni siquiera los enciclopedistas -con todo y las esencias libertarias que se manifiestan en las obras de Diderot- llegaron a elaborar una concepción antiautoritaria tan razonada, lógica y bien estructurada como Godwin lo hace en Investigación acerca de la justicia política.

Aunque es cierto que antes que Godwin escribiera su libro ya se había hablado de la innecesidad y hasta nocividad del gobierno; nadie había osado hasta entonces decir lo siguiente:

“He ahí la más espléndida etapa del progreso humano. ¡Con qué deleite ha de mirar hacia adelante todo amigo bien informado de la humanidad, para avizorar el glorioso momento que señale la disolución del gobierno político, el fin de ese bárbaro instrumento de depravación, cuyos infinitos males, incorporados a su propia esencia, sólo pueden eliminarse mediante su completa destrucción!”

Puede afirmarse, pues, que el pensamiento anarquista adquiere con William Godwin la primera gran plataforma del gran edificio de sus concepciones y que Investigación acerca de la justicia política fue la primera gran obra en que de manera metodológica (epistemológica dirían los pedantes) se exponen las ideas fundamentales del anarquismo.

 

 

El anarquismo de P. J. Proudhon

Hay algunos historiadores del movimiento anarquista que consideran a P. J. Proudhon como el padre de la ANARQUÍA, lo que, sin duda alguna, es una concepción bastante forzada de lo que ha sido la realidad. Aunque es cierto que toda la obra de Proudhon es obra anárquica y que incluso sus frecuentemente señaladas contradicciones tienen esencias antiestatales, la magnitud de toda su obra, repartida en diversas facetas en cierto modo diseminadas en estudios distantes entre sí, aunque estén unidos por el hilo más o menos extenso de un mismo pensamiento general, no presenta la cohesión requerida para ofrecer un cuerpo de doctrina, como lo hace la obra de Godwin. Podría decirse que Proudhon es el último gran precursor que enlaza la generalidad de las especulaciones teóricas con el nacimiento del movimiento anarquista propiamente dicho. Aunque Proudhon sólo era cinco años mayor que Bakunin es una realidad que entre uno y otro la historia del anarquismo adquiere una etapa totalmente nueva que cambia radicalmente toda su fisonomía. Las raíces históricas del anarquismo ideológico y el anarquismo militante se entrelazan con Proudhon y Bakunin.

En un estudio sobre el pensamiento de Proudhon dice Víctor García:

«“Proudhon era un desafiador nato de la sociedad y buscaba, exprofeso, la actitud y los escritos que más la aguijoneaban. Parecería que su placer fuera el de la minoría, el de la soledad”.

Anarquía negativa y anarquía positiva en Proudhon

“Su profesión de fe anarquista así tiende a demostrarlo, pero, para demostrar que él no era un militante de la ANARQUÍA negativa salpicaba sus escritos y con magníficas definiciones de la ANARQUÍA positiva:”

“«ANARQUÍA, ausencia de señor, de soberano, tal es la forma de gobierno a la que nos aproximamos de día en día, y a la que por el ánimo inveterado de tomar el hombre por regla y su voluntad por ley, miramos como el colmo del desorden y la expresión del caos. Refiérese que allá por el siglo XVII un vecino do París oyó decir que en Venecia no había rey alguno, y tal asombro causó al, pobre hombre la noticia, que pensó morirse de risa al oír una cosa para él tan ridícula. Tal es nuestro prejuicio». (¿Qué es la propiedad?, pág. 240)”.

El gobierno del hombre por el hombre siempre es tiranía

“«La política es la ciencia de la libertad. El gobierno del hombre por el hombre, cualquiera que sea el nombre con que se disfrace, es tiranía, el más alto grado de perfección de la sociedad está en la unión del orden y de la ANARQUÍA». (¿Qué es la propiedad?, pág, 248) Lo cual nos conduce por vía directa a la expresiva frase de Eliseo Reclus: «La ANARQUÍA es la más alta expresión del orden»”.

“«Como variedad del régimen liberal, he presentado la ANARQUÍA o gobierno de cada uno por sí mismo, en inglés self-government. La expresión de gobierno anárquico es, en cierto modo, contradictoria; así que la cosa parece tan imposible como la idea absurda, No hay aquí, sin embargo, de reprensible sino el idioma: la noción de ANARQUÍA en política es tan racional y positiva como cualquier otra…»”.

“«Los políticos, en fin, sea cualquiera su bandera, repugnan invenciblemente a la ANARQUÍA, que confunden con el desorden; como si la democracia pudiese realizarse de otra forma que por la destrucción de la autoridad, y que el verdadero significado de la palabra democracia no fuese la destitución del gobierno… (Las confesiones de un revolucionario, pág. 128)”.

“«O más bien, el gobierno no existe, puesto que, por el proceso de su separación y de su centralización, las facultades que reunía antes el gobierno han desaparecido unas, las otras escapando a su iniciativa: de la an-arquía ha salido el orden. Allí, en fin, tenéis la libertad de los ciudadanos, la verdad de las instituciones, la sinceridad del sufragio universal, la integridad de la administración, la imparcialidad de la justicia, el patriotismo de las bayonetas, la sumisión de los partidos, la impotencia de las sectas, la convergencia de todas las voluntades. Vuestra sociedad está organizada, viva, progresiva, piensa, habla, obra como un hombre y eso precisamente porque no está representada por un hombre, porque no reconoce más autoridad personal, porque en ella, como en todo ser organizado y viviente, como en el infinito de Pascal, el centro está en todas partes, la circunferencia en ninguna…»”.

“«En cuanto a la ANARQUÍA, su redacción me ha parecido más exacta y mejor. He querido, con esta palabra, marcar el término extremo del progreso político: La ANARQUÍA es, si se me permite la expresión, una forma de gobierno, o de constitución en la cual la conciencia pública y privada, formada por el desarrollo de la ciencia y el derecho, es suficiente por sí sola al mantenimiento del orden y la garantía de todas las libertades y en donde, por consiguiente, el principio de autoridad, las instituciones de policía, los medios de prevención o de represión, el funcionarismo, el impuesto, etc. se encuentran reducidos a su expresión más, simple; con mayor razón, también, donde las formas monárquicas, la alta concentración, reemplazadas por las instituciones federativas y las costumbres comunales, desaparecerán. Cuando la vida política y la existencia doméstica se verán identificadas; cuando, por la solución de los problemas económicos, los intereses sociales e individuales estarán en equilibrio y serán solidarios, será evidente que, habiendo desaparecido toda coacción, estaremos en plena libertad o ANARQUÍA»”».

Situado siempre tras el prisma de su antiautoritarismo, Proudhon analiza profundamente todos los aspectos del vivir humano, labor en la que produce una amplia serie de libros que constituyen uno de los legados escritos más importantes de su siglo. Su influencia en el pensamiento sociopolítico de nuestro tiempo puede considerarse como fundamental en las actitudes antiautorítarias que se oponen al entronizamiento estatal cultivado por todos los totalitarismos: la autogestión, el federalismo, el colectivismo y la dignificación del ser humano que son valladares que se oponen a la exacerbación estatal, arrancan en gran parte de Proudhon.

En su Diccionario de filosofía, J. Ferrater Mora dice de Proudhon:

“Como Fourier y Saint-Simon, Proudhon quiere hacer del pensamiento filosófico una norma para todos los actos humanos, dirigidos principalmente  a una organización de la sociedad según principios de justicia. Igualmente alejado del individualismo atomista y del socialismo estatal, Proudhon hace de la justicia una armonía universal, un principio general no sólo en los actos y pensamientos humanos, sino inclusive en las mismas relaciones físicas. En nombre de la justicia es inadmisible todo dominio de un grupo humano sobre otro y por eso deben sustituirse las formas actuales de la relación económica y moral, que tienden a la destrucción del equilibrio esencial de la sociedad humana, por nuevas formas apoyadas en el mutualismo, entendido como una cooperación libre de las asociaciones y, por consiguiente, con la completa supresión del Estado. De esta manera queda abolida no sólo la coacción estatal, sino el absolutismo del individuo, que conduce necesariamente a la arbitrariedad y a la injusticia”.

La herencia de Proudhon es un verdadero tesoro

La herencia de Proudhon es un verdadero tesoro que los anarquistas posteriores, gestores ya del verdadero movimiento anarquista, trataron de aprovechar inyectándole los principales fundamentos de las concepciones proudhonianas. La vida de Proudhon se truncó unos meses después de haberse fundado la Asociación Internacional de los Trabajadores, por lo que no pudo influir con su presencia física ni en la incipiente organización proletaria ni en las organizaciones específicas que fundó Bakunin, pero sus ideas fueron cultivadas por los sectores antiautoritarios de todos los países que entonces se integraban a las luchas sociales con los nuevos sesgos que el nacimiento de la Internacional y las actividades bakuninianas imprimían a esas luchas. Fue aquella la época del gran enlace entre las especulaciones teóricas y la lucha activa para conseguir la realización práctica de los ideales.

 

 

La Asociación Internacional de los Trabajadores

Ese enlace tuvo su máxima expresión en la fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Hugo Fedeli, el malogrado y conocido anarquista italiano, dice lo siguiente al prologar el libro de Víctor García La

 

Internacional Obrera:

“La Primera Internacional de los Trabajadores nacerá en un momento particular de la historia y se hallará inmediatamente en su centro, en circunstancias de afirmación dolorosa para los trabajadores de aquellos años en los que también se fortalecía el capitalismo industrial. Se tenía que iniciar un giro profundo en el seno de un mundo que no lograba estabilizarse ni, inclusive, moverse sólo en base a pesar cada vez más gravemente sobre los productores. Era el momento en el cual el flagelo de la desocupación hacía verdaderos estragos entre los trabajadores; el periodo de un mundo en el que ni los más viejos organismos de defensa de los trabajadores lograban salir airosos en su defensa, y ello debido a que estos organismos estaban rebasados, superados, porque se habían convertido en organismos de opresión y no de liberación o simplemente de ayuda. Las viejas corporaciones de oficios, las viejas asociaciones de «compagnonnages», las viejas guildas, que inclusive habían asumido en el pasado gestiones del gran importancia, porque habían sabido, en su tiempo, levantarse contra el dominio de los señores feudales y la prepotencia de los ejércitos a sueldo de los príncipes y reyes, habían logrado una defensa válida de los derechos de los trabajadores al tiempo que con su acción habían obligado al poder de los señores a tratar con ellos y a tomar en consideración sus demandas, estas instituciones ya no servían.

“Todo aquel mundo, todas aquellas organizaciones habían acabado, se hallaban en el ocaso al tiempo que un mundo nuevo había nacido y hombres nuevos, profundamente diferentes, poseían las riendas del poder económico y político”.

La idea de crear la Internacional obrera nació antes de 1864

“Los obreros, reunidos en grandes fábricas, se encontraban frente a la máquina, no solamente frente a un sistema nuevo de producción, sino que la propia vida se veía totalmente transformada, motivando con ello que el trabajador se hallara frente a una lucha doble: contra el patrono que lo explotaba y contra la máquina que trataba de arrojarlo a la calle, sin trabajo, después de habérsele hecho abandonar la vida y el trabajo de los campos”.

«“Las primeras tentativas del naciente movimiento obrero tienden, sobre todo, a resolver los problemas que sobre la marcha se plantean en el campo nacional: aliviar el desempleo que sigue como consecuencia de la masiva utilización de las máquinas. Empero, los mismos problemas son iguales en todos los países y los mismos se presentan al mismo tiempo, y al mismo tiempo se plantea la necesidad de resolverlos, aunque pueden presentar características levemente diferentes, en su conjunto”.

“El desempleo en el seno de los tejedores franceses ejercía su influencia sobre la industria y los trabajadores de Inglaterra. Las conquistas logradas por los albañiles ingleses, a su vez, influían sobre las condiciones de los albañiles del otro lado del Canal de la Mancha. De todo surgía una imperiosa necesidad: la consolidación y el fortalecimiento del principio de una solidaridad recíproca”.

“La trabazón internacional se llevará a cabo finalmente en 1861, cuando los albañiles ingleses, después de una huelga que duraba ya cinco meses, solicitaron ayuda. Los trabajadores hicieron un llamado a la solidaridad y al mismo respondieron los obreros parisinos y los napolitanos, quienes, a pesar de sus precarias condiciones económicas, enviaron, junto a un mensaje de solidaridad, sumas de dinero recogidas céntimo a céntimo. En 1863 son los obreros textiles franceses quienes, sin trabajo, hacen un llamamiento de solidaridad a los trabajadores textiles de Inglaterra; de ahí surgirá un verdadero y profundo diálogo entre los trabajadores de diferentes países que lograrán, en este inicio, ser escuchados”.

“Indudablemente que la idea de dar vida a una internacional de trabajadores había nacido ya antes de los acercamientos de 1861 y de los de 1864 pero no había cristalizado todavía y su realización no había madurado suficientemente. Este proceso de gestación se iba llevando a cabo lentamente en la mente de algunos intelectuales, pero eclosionará y tendrá lugar más prontamente a través de la acción del pueblo trabajador cuando, una vez lanzada la iniciativa en 1863, se logrará dar vida y cuerpo a aquel organismo que en todos los países haría florecer las ideas socialistas, (entonces, en muchos países, socialista significaba: socialista-anarquista) a la vez que despertará al pueblo y le hará tomar conciencia de sus condiciones, de sus posibilidades, de sus derechos”».

“De todas maneras es indispensable subrayar, inclusive después de haber sido ya señalado, lo siguiente: la idea de la Internacional no ha nacido improvisadamente en 1864. La misma se hallaba flotando en el ambiente y había germinado en muchos corazones y cerebros mucho tiempo antes”.

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