DECADENCIA Y CAÍDA DEL IMPERIO FREUDIANO

archivo del portal de recursos para estudiantes
robertexto.com

enlace de origen
Hans J. Eynseck

El doctor Hans J. Eysenck, nacido en 1916, es profesor de Psicología en la Universidad de Londres, y director del Departamento Psicológico en el Instituto de Psiquiatría (Maudsley and Bethlem Royal Hospitals). Es uno de los más conocidos psicólogos de la actualidad y también de los más polémicos. Su documentación y, sobre todo, la originalidad de sus ideas, le ha ganado la honrosa enemistad de quienes viven y se nutren de unas ideas llamadas «nuevas» desde hace un siglo.

Además de numerosos artículos en revistas técnicas, Eysenck ha escrito también varios libros, entre ellos Dimensión de la personalidad, Descripción y medida de la personalidad, La psicología de la política, Usos y abusos de la pornografía, La dinámica de la ansiedad y la histeria, Conozca su propio coeficiente de inteligencia, y Hechos y ficciones de la Psicología. Como psicólogo se enfrenta a la mitología de Freud y sus adláteres en Decadencia y caída del Imperio Freudiano. Son muy interesantes también sus incursiones en el campo de la Etnología, habiendo causado un gran impacto, su obra Raza, Inteligencia y Educación.

IMPRIMIR 

CAPÍTULO QUINTO

LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS Y LA PSICOPATOLOGIA DE LA VIDA COTIDIANA 

La historia nos advierte... de que el

sino habitual de las nuevas verdades

es empezar como herejías y terminar

como supersticiones 

T. H. Huxley

En la mente del hombre de la calle, después del uso del psicoanálisis como método de tratamiento, está la teoría freudiana de los sueños, y la estrechamente relacionada psicopatología de la vida cotidiana. El mismo Freud consi­deraba « La Interpretación de los sueños » como su obra más importante, y enfáticamente afirmó que «la interpretación de los sueños es la vía regia para el conocimiento del ele­mento inconsciente en nuestra vida psíquica». El sueño era el modelo sobre el cual Freud construyó la teoría de las neurosis, usando como intermediario el método de la libre asociación que había tomado de Sir Francis Galton, y empe­zando por los elementos del sueño, o por errores accidenta­les, olvidos y malentendidos o malas interpretaciones que ocurren en el estado subconsciente, acerca de todo lo cual escribió más tarde en su «Psicopatología de la vida coti­diana». El creía que estas asociaciones conducirían a las fuerzas motivadoras inconscientes que provocan el sueño o el Fehlleistung (literalmente «realización defectuosa», es de­cir, la ejecución defectuosa de actividades perfectamente ordinarias y habituales; en las traducciones inglesas el tér­mino usual es «parapraxia»).

Freud establece una clara distinción entre el conteni­do aparente del sueño y su contenido latente. Tal como dice:

El contenido del sueño... es expresado como si estuviera en una escritura criptográfica, cuyos caracteres deben ser transpuestos individualmente en el lenguaje de los pensamientos soñados. Si tratamos de leer estos, caracteres según su valor pictorial en vez de según su relación simbólica, seremos fácilmente inducidos a error. Supongamos que tengo un rompecabezas, un puzzle, delante de mí. Representa una casa con un bote sobre el tejado, una letra del alfabeto, la figura de un hombre corriendo, cuya cabeza no existe... Podría empezar a poner objeciones y declarar que el grabado que representa el rompecabezas ilustrado es un absurdo, tanto en conjunto como en cada una de sus partes componentes. Un bote no tiene nada que hacer en el tejado de una casa y un hombre sin cabeza no puede correr. Además, el hombre es más grande que la casa; y el grabado pretende representar un paisaje, las letras del alfabeto están fueran de lugar en él ya que tales objetos no ocurren en la naturaleza. Pero, obviamente, sólo podremos formar un juicio adecuado del rompecabezas si dejamos las críticas de lado, tales como las de la composición en totalidad y en sus partes, Y en cambio, tratamos de reemplazar cada elemento separado por una sílaba o palabra que puede ser representada por ese elemento de una manera u otra. Las palabras que son alineadas juntas de este modo y no son absurdas sino que pueden formar una frase poética de la mayor belleza y significación. Un sueño es un rompecabezas ilustrado de esa clase, y nuestros predecesores en el campo de la interpretación de los sueños cometieron el error de tratar al rompecabezas como una composición pictórica. Y como tal les pareció absurdo y sin valor.

El verdadero sueño es producido por el «trabajo del sueño», que cambia el significado latente en el sueño manifiesto. Esto produce la distorsión que es tan característica de los sueños, y que Freud creía que era obra de un «censor» que trata de proteger al soñador de tener que enfrentarse a los deseos infantiles inconscientes reprimidos que buscan su expresión en el sueño, convirtiéndolos en ininteligibles mediante simbolismos y otras transformaciones.

Como ha hecho observar H. B. Gibson en su libro «Dormir, Soñar y Salud Mental« la teoría de Freud sobre los sueños puede ser formulada en términos de cuatro proposiciones. La primera de ellas es que los sueños sirven para proteger el sueño. El mismo sueño fue concebido como un estado de inconsciencia que necesitaba ser protegido contra los estímulos susceptibles de despertar al durmiente; tales estímulos pueden proceder tanto de dentro como de fuera, por ejemplo, ruidos, luces que se encienden, experimentar frío o calor, etc., o, en el caso de proceder de dentro, memorias o impulsos psicológicos insatisfechos almacenados en la mente. En esto, Freud no proponía nada nuevo; tales ideas, o muy parecidas, ya eran corrientes en el siglo XIX, incluso antes de que él escribiera. Y mientras esas hipótesis (que él parecía considerar axiomáticas) podían parecer muy plausibles al hombre de la calle, de hecho es muy dudoso que los sueños realmente tengan lugar en un estado de inconsciencia, y también, como veremos, que realmente protejan al sueño del soñador.

 

Llegamos ahora a la segunda proposición. Es una par­te esencial de la teoría general de Freud, como lo fue de las teorías de muchos de sus predecesores, que la cultura hu­mana impone numerosas restricciones a la expresión de im­pulsos sexuales y agresivos. Freud propuso que el control de esos deseos reprimidos queda, en cierto modo debilitado durante el sueño, y como en caso de aparecer de una manera desnuda y sin tapujos chocarían al soñador en caso de estar despierto, varios mecanismos protectores distorsionan el chocante material latente para convertir el manifiesto sueño en algo suficientemente inocuo para permitir burlar al censor y permitir al soñador que siga durmiendo. Este censor es también responsable de nuestras parapraxias y así es causa de la psicopatología de la vida cotidiana, que examinaremos en la última parte de este capítulo. Según Freud, «la tarea de la formación del sueño es, por encima de todo, superar la inhibición de la censura; y es precisamente esta tarea la que se realiza por los desplazamientos de la energía psíquica dentro del material de los pensamientos del sueño». Cada sueño, y cada elemento en cada sueño, representa para Freud un deseo, pero no una clase de deseo ordinario, consciente, de cada día. Él dice que un sueño «es un final de la realización (disfrazada) de un deseo (suprimido o reprimido)» y mantiene, además, que esa represión procede de los primeros años de la infancia del que sueña.

La tercera proposición afirma que el material de que los sueños están construidos consiste mayormente de elementos que se recuerdan del día anterior, «residuos del día», como los llama Freud. Tal como lo expresa, los sedicentes «residuos del día anterior» pueden actuar como perturbadores del sueño y productores del sueño; son procesos del pensamiento del día anterior que han retenido una catexis efectiva y hasta cierto punto se oponen a una baja general de energía durante el sueño. Estos residuos son descubiertos yendo del sueño manifiesto a los pensamientos del sueño latente... Tales residuos del día anterior, con todo, no son un sueño en sí mismos: incluso les falta el constitutivo más esencial del sueño. Ellos solos no pueden formar un sueno. Son, hablando estrictamente sólo el material psíquico que el trabajo del sueño utiliza, sólo como sensoriales y somáticas, ya incidentales, ya producidos bajo las condiciones experimentales y constituyen el material somático para el trabajo del sueño. Atribuirles la parte principal en la formación del sueño es simplemente repetir con un nuevo disfraz el error psicoanalítico según el cual los sueños sobre la hipótesis del dolor de estómago o presión de la piel.

Los residuos del día, para Freud, son simplemente los ladrillos utilizados para formar sueños, los cuales están afectados por muy diversos asuntos. Estos múltiples acontecimientos, superficiales y triviales que sucedieron durante el día, o que han sido recordados del pasado por ser una cadena de asociaciones, aparecen en el contenido manifiesto del sueño, no porque hayamos estado recientemente preocupados por ellos, sino porque sirven como una conveniente pantalla de asuntos que realmente nos conciernen, y que Freud interpreta como materiales sexuales y deseos eróticos. De hecho, dice que «los sueños que son conspícuamente inocentes invariablemente personifican groseros deseos eróticos». Concede que los deseos reprimidos pueden referirse al odio, la envidia y la agresión, pero considera el impulso sexual como el más importante.

La cuarta proposición es que el sueño, según haya sido eventualmente narrado al analista, o eventualmente recordado después de un lapso de tiempo por el soñador, ha sufrido una «elaboración secundaria». Esto es indudablemente cierto; los sueños que se narran inmediatamente después del despertar son sensiblemente diferentes de los recuerdos sobre los mismos sueños un día o una semana después. La moderna investigación sobre el conocimiento y la memoria ha demostrado conclusivamente que la memoria es un proceso activo, no pasivo; cambia, distorsiona y adapta los materiales recordados de manera que encajan mejor con esquemas preconcebidos. De ahí que los modernos (o incluso pre-freudianos) investigadores de este tema insisten en que los sueños sean anotados inmediatamente después del despertar: sólo de esta manera podremos minimizar la importancia de la elaboración secundaria. Según Freud, es más fácil que ocurra la elaboración secundaria cuando el censor «que nunca ha estado completamente dormido, siente que ha sido sorprendido por el sueño ya admitido». En otras palabras, si el sueño que recordamos todavía le parece chocante al censor, es cuidadosamente alterado por el pro­ceso de la memoria de manera que sea menos chocante y más fácilmente accesible para nuestro super-ego.

Debe tenerse en cuenta que Freud nunca pidió a sus pacientes que le contaran sus sueños inmediatamente después de despertarse; tampoco él mismo siguió este sabio consejo. De ahí que en los escritos de Freud nunca nos ocupamos de sueños como tales, sino más bien de construcciones elaboradas por la memoria a partir del contenido del sueño, y cambiado del verdadero sueño en forma que hace al primero prácticamente irreconocible. Una de las rarezas de «La Interpretación de los Sueños» es que Freud se dio cuenta de esto, pero, no obstante, dejó de atender a su propia percepción. Otra, que ya hemos mencionado en el primer capítulo, es el hecho de que todos los sueños citados por Freud en su libro como ilustrativos y demostrativos de sus teorías, de hecho hacen todo lo contrario; ninguno de ellos se basa en deseos surgidos de la represión infantil, ¡de ahí que los ejemplos que escoge sirven para desacreditar su propia teoría!.

 

El trabajo del sueño utiliza cuatro métodos principales de disfraz. Son la condensación, el desplazamiento, la dramatización y la simbolización. La Condensación es un proceso basado en el descubrimiento de que el contenido manifiesto del sueño es una abreviatura del contenido latente. « El sueño es pobre, mezquino y lacónico, en comparación con la copiosidad de los pensamientos del sueño». Como ejemplo, consideremos un sueño publicado e interpretado por E. Frink, un psicoanalista americano. Una mujer joven soñó que iba paseando por la Quinta Avenida con una señora que era amiga suya. Se detuvo durante algún tiempo ante el escaparate de una tienda para mirar unos sombreros. Parecía recordar que finalmente había entrado y comprado un sombrero.

El análisis suministró los siguientes datos. La presencia de la amiga en el sueño recordó a la soñadora que el día anterior había efectivamente paseado por la Quinta Avenida con la señora en cuestión, aunque no había comprado un sombrero. Su marido había estado en cama, enfermo, ese día, y a pesar de que ella sabía que no era nada serio, se había sentido desazonada y no se había podido desprender de la idea de que su marido podía morir. Fue entonces cuando su amiga la visitó, y su marido le sugirió que un paseo le iría bien. Luego ella recordó que durante el paseo se había hablado de un hombre que ella había conocido antes de su matrimonio y del que se había creído enamorada. Cuando se le preguntó por qué no se había casado con él, la joven rió y dijo que el casamiento no se había decidido, añadiendo que su posición financiera y social estaba tan por encima de la de ella que hubiera sido fantástico soñar en ello.

A la joven se le pidieron asociaciones sobre la compra del sombrero en el sueño. Dijo que le había gustado mucho un sombrero que vio en el escaparate de una tienda, y que le hubiera agradado mucho comprarlo, pero que le era imposible debido a la pobreza de su marido. Claramente el sueño satisfacía su deseo permitiéndole comprarse un sombrero. Pero además la soñadora súbitamente recordó que en su sueño el sombrero que compró era un sombrero negro, de hecho, un sombrero de luto.

La interpretación del analista es como sigue: el día antes del sueño, la paciente temió que su marido fuera a morir. Soñó que compraba un sombrero de luto, y así colmó la fantasía de muerte. En la vida real, lo que le impedía comprar un sombrero era la pobreza de su marido; pero en su sueño podía comprar uno, lo que implicaba que tenía un marido rico. Estas asociaciones nos conducen al hombre rico del que ella admitió estar enamorada, y a la suposición de que si ella fuera su mujer, podría comprarse tantos sombreros como quisiera. El analista concluyó con toda seguridad que la joven estaba harta de su esposo; que su temor a ver morir a su marido era solamente un proceso de compensación, una reacción de defensa contra su deseo real de que muriera; que a ella le gustaría casarse con el hombre de quien estuvo enamorada, y tener bastante dinero para satisfacer todos sus caprichos. Es interesante observar que cuando el analista hizo saber a la paciente la interpretación de su sueño, ella admitió que era justificada, y añadió varios hechos que lo confirmaron. El más importante de estos hechos era que después de su matrimonio se enteró de que el hombre de quien estuvo enamorada, a su vez estaba también enamorado de ella. Esta revelación había, naturalmente, reanimado sus sentimientos y lamentado su apresurado casamiento, creyendo que si hubiera esperado un poco más de tiempo, hubiera sido mucho mejor para ella.

Este sueño ilustra el proceso de condensación. Un gran número de ideas diferentes es condensado en un sueño muy corto y más bien falto de interés. En la literatura psicoanalítica este sueño ha sido citado varias veces en favor de la posición de Freud, pero es difícil ver cómo esto puede ser así. No contiene deseos infantiles reprimidos; al contrario, la mayoría de los deseos son, al parecer, completamente conscientes por lo que se refiere a la mujer. Ella es perfectamente consciente del hecho de que todavía está enamorada del hombre con el que le habría gustado casarse; es consciente del hecho de que lamenta su matrimonio, y también del hecho de que es pobre y le gustaría ser rica. La asociación de palabras puede, en efecto, ayudarnos a interpretar sueños, pero el significado de su sueño es enteramente diferente a la clase de contenido latente que Freud postula en la teoría. Por consiguiente, la única conclusión a que podemos llegar desde la interpretación psicoanalítica de este sueño es que la teoría de Freud es falsa. Es interesante que esta no es la conclusión deducida por psicoanalistas profesionales.

Desplazamiento es un proceso por el cual la carga afectiva es desligada de su objeto propio y dirigida hacia un objeto accesorio; en otras palabras, la emoción que pertenece propiamente a un objeto del sueño no se muestra en relación a ese objeto, sino a otro diferente He aquí un ejemplo de un sueño manifestando desplazamiento. Una chica soñó que estaba en presencia de alguien cuya identidad era muy vaga, pero ante el cual se sentía bajo una especie de obligación; deseando darle las gracias, le regaló su peine. Para comprender esto, debe saberse algo sobre las circunstancias de la paciente. Era una judía cuya mano había sido pedida en matrimonio, un año antes, por un protestante. A pesar de que ella correspondía por entero a sus sentimientos amorosos, la diferencia de religión había impedido el compromiso. El día antes del sueño ella tuvo una violenta disputa con su madre, y cuando se metía en la cama pensó que sería mejor, tanto para ella como para su familia, si se iba de casa. Antes de dormirse estuvo pensando en los medios y maneras de ganarse la vida sin tener que fiarse de la ayuda de sus padres.

 

Preguntada sobre las asociaciones de la palabra «peine», contestó que a veces, cuando alguien iba a usar un cepillo o un peine perteneciente a otra persona, la gente decía: «No hagas eso, vas a mezclar la raza». Esto sugiere que la persona del sueño cuya identidad permanece vaga es el ex-pretendiente; al ofrecerle un peine, la paciente muestra su deseo de «mezclar la raza», es decir, casarse con él y tener hijos suyos (8). En su sueño, el peine ha desplazado al expretendiente, de una manera que parecería completamente ininteligible; se convierte en el objeto emocional central a través del proceso de desplazamiento.

Debemos hacer notar otra vez que esta interpretación de un sueño, que parece perfectamente plausible, no corrobora la hipótesis de Freud, sino que la desmiente directamente. Aquí no hay deseos reprimidos, ni siquiera deseos infantiles; la paciente es perfectamente consciente de sus sentimientos hacia su ex-pretendiente y de las razones para ello. Es difícil de comprender por qué el censor objetaría a un sueño directo estableciendo estos hechos perfectamente conscientes. De nuevo comprobamos que el método de Galton de la libre asociación es válido para alcanzar una interpretación significativa de un sueño que aparentemente no tiene sentido, pero esto es todo; cualquier teoría particularmente freudiana es claramente contradicha por la interpretación del sueño.

Dramatización es un término utilizado por Freud para referirse al hecho de que en los sueños la mayor parte es representada por imágenes visuales. El pensamiento conceptual es reemplazado por una representación visual parecida a la del cine. Este proceso es tan obvio y bien conocido por el soñador que no vamos a desperdiciar tiempo narrando un sueño y su análisis. No obstante, volveremos a este punto más adelante cuando nos ocupemos de la teoría de Hall sobre el sueño, ya que este es un elemento crucial en ello. La dramatización es, en cierto modo, similar a la simbolización, de cuyo mecanismo nos vamos a ocupar ahora.

De todos los mecanismos del sueño, el de la simbolización es probablemente el más conocido, y el más íntimamente relacionado por muchos lectores al nombre de Freud. A menudo hablamos de «simbolismo freudiano», significando el uso de símbolos para denotar objetos y actividades sexuales. Esta debe ser la más conocida de las hipótesis de Freud, ¡pero difícilmente puede decirse que sea muy original!. El simbolismo ha sido el juguete de los intérpretes de sueños durante miles de años; podemos recordar la interpretación de José del sueño del Faraón de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas, en términos de su simbolización de años de prosperidad y de años de hambre. En ningún otro lugar el absurdo de conectar el nombre de Freud con supuestos nuevos descubrimientos es más obvio que en relación con la interpretación sexual en términos simbólicos.

Así, mucha gente habla del simbolismo freudiano como si Freud hubiera de hecho descubierto la idea de que los objetos afilados y puntiagudos pueden simbolizar los genitales masculinos, y los objetos curvos y huecos los genitales femeninos. Los seguidores de Freud promocionan a menudo esa impresión, pero este tipo de simbolismo ha sido bien conocido de escritores y filósofos, poetas y psicólogos e incluso por el hombre de la calle, durante muchos miles de años. En latín, por ejemplo, el órgano del sexo masculino era vulgarmente conocido como mentula o verpa, pero esos términos eran considerados obscenos, y de ahí que se usaran muy diversas metáforas, por cierto muy similares a las halladas en el griego antiguo. Como ha observado J. N. Adams en su libro «El Vocabulario Sexual Latino», «no hay objetos más comúnmente asociados con el pene que los instrumentos puntiagudos, y es evidente que las metáforas de este tema romántico abundan en todos los idiomas». En latín, los términos simbólicos para referirse al pene son, por ejemplo virga (vara), vectis (palanca), hasta (lanza), rutabulum (espátula, atizador), terminus (límite), temo (estaca), vomer (arado), clavus (guardín, como una metáfora náutica). Adams da muchos otros ejemplos y también observa que «la serpiente se suponía que tenía una significación fálica para los latinohablantes», de manera que ni siquiera aquí Freud añadió nada nuevo.

El término vulgar por los genitales femeninos, cunnus, está a la par con mentula y es raramente usado excepto en graffiti y epigramas. No obstante, las metáforas abundan. Adams dice: « La frecuencia (en latín y en otras lenguas) de la metáfora del bosque, jardín, prado, etc., aplicada a las partes pudendas femeninas refleja en parte la apariencia externa del órgano, y en parte la asociación sentida entre la fertilidad del campo y el de las hembras. La metáfora complementa las metáforas verbales de sembrar y arar usadas en el papel de macho en el intercambio sexual».

 

Nadie que esté familiarizado con el griego antiguo y la literatura romana, o con las obras y textos medievales, puede tener duda alguna sobre la prevalencia del simbolismo sexual, o del hecho de que era conocido prácticamente por todos. Imaginar por un momento que tal simbolismo fue descubierto por Freud es tan absurdo como imaginar que su uso en los sueños fue descubierto por él; el uso del simbolismo en los sueños tiene una larga historia, que se remonta hasta el origen del lenguaje escrito. No es el uso de los símbolos en los sueños lo que es nuevo en la idea de Freud, sino el uso particular que hace de ellos, y la interpretación que da del propósito del simbolismo. Aquí, como en todo, lo que es nuevo en sus teorías no es verdadero, y lo que es verdadero en su teorías no es nuevo. Los símbolos son ciertamente usados en los sueños, pero no son «freudianos» en ningún sentido del término.

Así, en breve, tenemos una información sobre la interpretación de los sueños por Freud. La teoría en que se basa no es ciertamente tan original como él pretende; muchos escritores han hecho relatos históricos sobre los numerosos filósofos y psicólogos que precedieron a Freud y expresaron ideas notablemente parecidas a las que él sostuvo. El índice de «La Interpretación de los Sueños» contiene una lista de unos ochenta libros, pero muchos de ellos no están mencionados en el texto, e incluso cuando se los menciona Freud lo hace brevemente, haciendo parca justicia a su importancia. Hay, en total, ciento treinta y cuatro libros y artículos sobre sueños publicados antes de «La Interpretación de los Sueños» que Freud no mencionó en el texto de ninguna de las ediciones de su libro, pero que, en todo caso, fueron citados en las bibliografías de varias ediciones.

Hay muchas otras razones e inconsistencias en la relación de Freud; críticas eminentemente razonables de las mismas han sido formuladas en el libro de Gibson sobre el sueño, al que ya nos hemos referido. Aquí mencionáremos sólo algunas de ellas. Ya hemos hablado de la primera, concretamente el error de Freud al negligir la importancia de la elaboración secundaria y no hacer que sus pacientes narraran sus sueños por escrito inmediatamente después de haberse despertado. Tales precauciones fueron tomadas por algunos de sus predecesores, pero Freud no lo consideró un caso de integridad científica, y compendió su posición de la siguiente manera:

En las obras científicas sobre los sueños, que a pesar de la repudiación de su interpretación de los sueños han recibido un nuevo estímulo del psicoanálisis, repetidamente se detecta un cuidado muy superfluo sobre la perfecta preservación del texto del sueño. Esto se cree necesario con objeto de preservarlo de las distorsiones y añadidos acaecidos en las horas inmediatamente posteriores al despertar. Incluso muchos psicoanalistas, al dar instrucciones al paciente de que escriba sus sueños inmediatamente después de despertarse, no parecen fiarse de manera suficientemente consistente en el conocimiento de las condiciones de la realización del sueño. Esta directiva es superflua en el tratamiento; y los pacientes son felices con poder hacer uso de ella para mostrar una pronta obediencia donde no puede ser de ninguna utilidad.

Está claro que a Freud no sólo no le importaban las distorsiones que la memoria inflige al sueño según se cuenta a los analistas, sino que más bien le gustaban. Un paciente que visitara su consulta horas, o incluso días después de haber tenido un sueño particular, daría un relato muy cambiado con respecto al original debido a la elaboración secundaria ocurrida durante ese tiempo. Pero aún más importante, el paciente, después de haberse enterado de los principios de los métodos de interpretación de Freud, consciente o inconscientemente remodelaría su sueno para que encajara con la teoría freudiana. Ahora, la mayoría de los psicoanalistas admiten que los sueños de los pacientes son poderosamente influenciados por las teorías del análisis; así, los pacientes freudianos sueñan en símbolos freudianos, los pacientes de los discípulos de Jung en símbolos jungianos, etcétera. El paciente es entrenado y aprende qué clase de sueños y símbolos le gustan al analista, y, consciente e inconscientemente, ayudado por la elaboración secundaria, está dispuesto a acceder.

Esto difícilmente puede discutirse puesto que los mismos psicoanalistas han admitido frecuentemente que los hechos son más o menos así. He aquí, como ejemplo, un párrafo de un bien conocido psicoanalista americano, Judd Marmor; ya ha sido citado a otro respecto, pero es tan relevante aquí que lo vuelvo a repetir. Escribiendo en 1962, he aquí lo que dijo:

Dependiendo del punto de vista del analista, los pacientes de cada escuela (psicoanalítica rival) parecen aportar precisamente la clase de datos fenomenológicos que confirman las teorías e interpretaciones de su analista. Así, cada teoría tiende a ser auto-validada. Los freudianos deducen material sobre el complejo de Edipo y la ansiedad de la castración, los junguianos sobre los arquetipos, los partidarios de Rank sobre la ansiedad de la separación, los de Adler sobre los impulsos masculinos y los sentimientos de inferioridad, los de Horney sobre las imágenes idealizadas, los de Sullivan sobre las relaciones interpersonales perturbadas, etc..

He aquí una admisión notable por un convencido y prominente psicoanalista, que realmente indica la extremada subjetividad de interpretación, y la influencia de la sugestión en los sueños y en la libre asociación de los pacientes.

 

Como hace observar Gibson, hay experimentadores que han comprobado el grado hasta el cual los sueños recordados en el momento de despertarse han sido significativamente alterados cuando se han contado más tarde a los psicoanalistas. Los pacientes eran despertados durante la noche cuando las mediciones electrofisiológicas del REM (Movimiento del Ojo Rápido) (9) indicaban que estaban soñando, y se les hacía contar sus sueños inmediatamente. Los relatos de estos sueños eran más tarde comparados con los que los pacientes daban a los psicoanalistas después, en el curso del día. Se comprobó que ciertos sueños eran contados a los experimentadores durante la noche, pero no al psicoanalista; inversamente, ciertos sueños eran «recordados» para el psicoanalista, pero guardaban muy poca relación con lo que se había dicho al despertar. Las diferencias no eran casuales; los sueños que los pacientes creían que iban a provocar una respuesta negativa del analista no le eran contados. Por lo tanto, está claro que fuera lo que fuese lo que Freud hubiera estado interpretando, no era los sueños de sus pacientes, sino elaboraciones, parcialmente inconscientes, de los elementos de sus sueños que los pacientes creían que le iban a gustar a él.

Freud sostenía la idea de que «el hecho de que los sueños sean distorsionados y mutilados por la memoria es aceptado por nosotros, pero, en nuestra opinión, no constituye un obstáculo; porque no es más que la última y manifiesta porción de la actividad distorsionadora que ha estado operando desde el principio de la formación del sueño». Este punto es importante porque se relaciona directamente con la teoría freudiana. Se supone que el censor disfraza un sueño latente para impedir que el paciente se despierte, y evitarle avergonzarse, si tal es el caso; pero la actividad de la memoria que distorsiona el sueño no está sujeta a la misma censura toda vez que ocurre cuando se está despierto. A partir de ahí, cualquier información que pueda dar el sueño sobre las actividades del censor debe ser considerablemente distorsionada por la elaboración secundaria, de manera que ¡no es posible comprobar la teoría de Freud!.

El hecho de la elaboración secundaria patentiza un rasgo interesante de los sueños analizado por Freud, que diferencia entre los sueños recopilados antes y después de haber escrito «La Interpretación de los Sueños». El filósofo Wittgenstein observó en una ocasión que «Freud da corrientemente lo que podríamos llamar una interpretación sexual. Pero es interesante comprobar que entre todos los relatos de sueños que nos da, no hay ni un solo ejemplo de un sueño directamente sexual. Y, no obstante, tales sueños son tan corrientes como la lluvia». Gibson cita a muchos autores, tanto antiguos como recientes, que dicen que esto es perfectamente cierto; y la mayor parte de los lectores podrían atestiguarlo. Uno de los más conocidos recopiladores de sueños de la actualidad, Calvin Hall, escribe: «No faltan en nuestra colección sueños en los que ocurren las cosas más desagradables y vergonzosas. Padres y madres son asesinados por el que sueña. El que sueña fornica con miembros de su familia. Viola, roba, tortura y destruye. Lleva a cabo toda clase de obscenidades y perversiones. A menudo hace tales cosas sin remordimiento y con considerable gusto». Esto contrasta enormemente con los sueños recopilados por Freud, que son, como observa Gibson, más bien monótonos y relamidos. Claramente se ha llevado a cabo algún proceso de selección, y esto no se debió al «censor» de Freud, sino más probablemente al rechazo consciente de sus pacientes de la clase media vienesa a hablar de tan obscenas y pornográficas cosas. Pero si soñamos directamente sobre todas estas cosas, que, según Freud, serían rechazadas por el «censor», ¿cuál es pues la verdadera función de éste?. Y aún más, ¿hay, realmente, alguna razón para suponer que ese censor existe realmente?.

 

Como dice Gibson:

Es obvio... porque Freud debía forzar a sus pacientes, de una u otra manera, a que los sueños que le contaran fueran más bien monótonos y relamidos... si no lo fueran, hubiera sido claro que no habían sido censurados en el proceso del trabajo del sueño, y la teoría quedaría invalidada. No se sugiere que Freud deliberadamente indicaba a sus pacientes sobre lo que debían decirle o no decirle; el proceso es más sutil que eso... Sugerir que el censor es parte del inconsciente como hace Freud, y opera mientras el cerebro está profundamente dormido es contrario a todos los hechos conocidos...

Es importante apreciar por qué los pacientes prefieren no decir a Freud todo sobre sus sueños, sin barniz, y, en cam­bio, someterlos a una considerable elaboración secundaria previamente. Ya hemos dicho antes que los sueños que invo­lucran crudas escenas de comportamiento sexual, odio sin disfraz y lenguaje procaz necesitarían algún camuflaje en aras de la decencia, y si los pacientes se los hubieran contado a Freud en la forma original estarían, de hecho, desafiando a toda su teoría de los sueños y, por ende, discutiendo su com­petencia. Era mucho más fácil mantener buenas relaciones con el analista envolviendo los sueños, por así decirlo, y de­jando que él los desenvolviera. Así, si un paciente tenía un

sueño crudo sobre «fornicar con una ramera», mediante la elaboración secundaria realizada durante el día, le sería narrado a Freud como «pinchar un pastel de frutas con un palito», en su salón de consulta... Este es un caso serio que ni Freud ni sus discípulos han conseguido contestar nunca correctamente. Los pacientes aprenden pronto las reglas del juego y se conducen apropiadamente, censurando conscien­temente los sueños que no fueron censurados cuando ellos soñaban.

Hay otro punto que vale la pena mencionar. D. Foulkes, en su libro sobre los sueños de los niños, menciona un cierto número de estudios de investigación en el sentido de que:

Los sueños clínicos tienen otra tendencia, producida por sus métodos de muestreo, Se ha demostrado, tanto para los adultos... como para los adolescentes... que cuanto más perturbada está una persona más perturbadores son sus sueños. Es decir, que no se puede generalizar partiendo de los sueños de los pacientes clínicos a los de la población no seleccionada (normal).

Y Gibson comenta:

Si hay verdaderamente un censor vigilando el material que se va a permitir exhibir en el contenido manifiesto de los sueños, de la misma manera que la Asociación de Televidentes de la Señora Whitehouse trata de controlar el contenido de los programas de Televisión, entonces debe ser un censor muy inconsistente y realmente loco. Permite que se mezcle cierto material que sería más adecuado para el peor programa de vídeos «verdes» junto a películas adecuadas para la hora de los niños y mucho más que simplemente aburrido e inconsecuente.

Además, el censor permite que las cosas «verdes» aparezcan en los sueños de los menos capaces de tolerar tal clase de material, es decir, ¡los neuróticos y otros pacientes mentalmente enfermos!.

¿Hay realmente alguna evidencia de que necesitemos un censor para proteger nuestro sueño?. De estudios hechos a gran escala sobre los sueños se deduce que la gente no se despierta cuando tiene los sueños más gráficos, eróticos, obscenos y pornográficos, o cuando el sueño contiene escenas de violencia tremenda e incontrolable. Si podemos soñar sin despertarnos que estamos violando a nuestras madres y asesinando a nuestros padres, entonces es que la utilidad del censor es muy cuestionable. Como Yocasta le dice a Edipo: «Muchos jóvenes sueñan con dormir con sus madres». ¿Por qué preparar y elaborar un disfraz en un sueño cuando no se hace en otro?.

 

Hasta ahora nos hemos ocupado de las contradicciones internas en la teoría de Freud y de errores evidentemente obvios así como de malentendidos. Ahora podemos formular Una simple pregunta: ¿cómo es posible tratar de demostrar tal teoría?. Una manera obvia sería relacionarla con el tratamiento psicoanalítico, de manera que las interpretaciones de los sueños dieran una respuesta al problema planteado por la neurosis del paciente, mientras, al mismo tiempo, las percepciones así obtenidas librarían al paciente de los síntomas. Tal fue, ciertamente, la noción original de Freud, y si hubiera funcionado, podríamos decir que había alguna evidencia, aun cuando estuviéramos muy lejos de una prueba científica a su favor. No obstante, no es esto lo que sucedió, y Freud y sus seguidores debieron admitir que no sólo había pacientes que muy frecuentemente no se curaban mediante las interpretaciones de sus sueños, sino que, incluso si las «curaciones» ocurrían, no había relación de tiempo con las «percepciones» obtenidas con la interpretación de sus sueños. Así, los resultados deben ser considerados como prueba en contrario de las teorías de Freud.

¿Podríamos considerar la aceptación por parte del paciente de las interpretaciones freudianas de sus sueños como una prueba?. La respuesta, ciertamente, debe ser que no. En primer lugar, el paciente está en una posición difícil para discutir con el analista; ha gastado mucho tiempo y dinero en el tratamiento, y si no se muestra de acuerdo con el analista, indicará insatisfacción, o incluso deslealtad, y estará sugiriendo implícitamente que ha desperdiciado su tiempo y su dinero. En segundo lugar, Freud tenía un truco muy astuto para enfrentarse a quien no estaba de acuerdo con él. Si el paciente se contentaba con sus interpretaciones, entonces Freud pretendía que su interpretación había sido, obviamente, correcta. Si el paciente está en desacuerdo, Freud afirmaba que ello se debía a la «resistencia» psicoanalítica, que convierte a la interpretación en inaceptable precisamente a causa de ser correcta; de ahí que el desacuerdo también demuestra la validez de la teoría. Claramente, pues, no hay manera de demostrar que la teoría no es correcta; un estado muy afortunado para una teoría científica, pensaríamos nosotros. En realidad, lo contrario es verdad: si una teoría no puede ser descalificada por un hecho observable, entonces, como Karl Popper ha hecho notar tantas veces, no es una teoría científica en absoluto.

Naturalmente, hay métodos experimentales para investigar sueños que tienen más probabilidades de conducirnos a teorías aceptables. Tomemos como ejemplo, el trabajo hecho por Alexander Luria en la URSS a principios de los años 1920. Se ocupaba, como indica el título de su libro, de «La Naturaleza de los Conflictos Humanos», y utilizaba el método de la asociación de palabras en un contexto experimental. También aplicaba sus métodos al estudio de los sueños. Aducía, muy razonablemente, que el método usual del análisis de los sueños, ponía al carro delante del caballo. Aceptando por un momento la distinción entre el sueño latente y el sueño manifiesto, Freud y otros intérpretes empezarían por el sueño manifiesto y tratarían de llegar al significado del sueño latente. No obstante, ese significado es desconocido por definición, y por consiguiente es imposible probar o no probar la validez de la interpretación. Si queremos hacer un análisis propiamente científico, entonces debemos empezar por un sueño latente conocido, y descubrir cómo es alterado hasta convertirse en un sueño manifiesto.

Luria lo hizo así mediante un uso inteligente de la hipnosis. Hipnotizaba a sus pacientes, les hacía vivir en su imaginación a través de un acontecimiento muy traumático, y luego les hacía soñar sobre el mismo, pero olvidándolo todo sobre la hipnosis en lo que hacía referencia a su mente consciente. Los sujetos convenientemente utilizados son perfectamente capaces de seguir estas instrucciones, y Luria pudo recoger un número de sueños en su forma manifiesta (mediante sus directivas) conociendo la naturaleza de los sueños latentes, es decir, el contenido remodelado por el trabajo del sueño.

Como joven estudiante quedé muy impresionado por el trabajo de Luria, que fue desafortunadamente detenido por la estricta censura científica de la época de Stalin. Luria se ocupó entonces del campo de la neuropsicología y ya nunca más volvió a ocuparse de sus prometedores primeros experimentos en psicología. Traté de reproducir algunos de sus experimentos y llegué exactamente a los mismos resultados a que llegó él y que describió en su libro. Un ejemplo debe bastar. Las instrucciones dadas al sujeto, una joven estudiante, eran las siguientes: «Vas a tener una experiencia muy desagradable. Ahora te voy a describir esa experiencia, y tú la sentirás como si fuera real, con las emociones apropiadas. Cuando te despiertes, vas a olvidarlo todo, pero cuando te vayas a dormir tendrás un sueño muy intenso sobre esta experiencia. Tú te diriges a tu casa, por la noche, después de una reunión con tus compañeras, y estás andando junto a una tumba. Oyes unos pasos detrás de ti y al darte la vuelta ves a un hombre que te está siguiendo. Echas a correr pero él te alcanza, te arroja al suelo, y te viola. Luego sale corriendo. Tú estás terriblemente afligida, te vas a tu casa y se lo cuentas a tus padres».

 

El sueño subsiguiente generalmente sigue la línea de toda la historia en todos sus detalles, pero la violación es casi siempre modificada por el uso del simbolismo. Así, el hombre que viola a la muchacha será sustituido en el sueño por un hombre que lleva un cuchillo con el que amenaza a la muchacha, o que lo usa para apuñalarla; alternativamente puede ser descrito como alguien que violentamente le arrebata su bolso. Estos mecanismos simbólicos, ya utilizados por los antiguos griegos y romanos, emergen muy claramente en los sueños, pero no presentan ninguna evidencia en pro de los mecanismos freudianos de los deseos infantiles reprimidos, ni de realización de un deseo de ninguna clase; ¡sería ir demasiado lejos imaginar que la soñadora deseaba ser, efectivamente, violada!. Fue una desgracia que a Luria se le impidiera continuar su obra, y que muy pocos psicólogos hayan parecido querer continuarla; mucho se habría aprendido sobre la naturaleza de los sueños si esta línea de estudio hubiera sido seguida.

Hemos visto que la teoría freudiana no es ni verdadera ni nueva, pero, ¿hay algo mejor para reemplazarla?. Muchos trabajos recientes se han ocupado de estudios experimentales, tales como las relaciones con el sueño REM (Movimiento del Ojo Rápido), y la tendencia a soñar que se produce en conjunción con esta manera de dormir. Pero, por interesantes que sean estos estudios experimentales, no nos dicen gran cosa sobre el significado del sueño. En mi opinión, la mejor alternativa a la teoría freudiana, y muy superior a ella, es el trabajo de Calvin S. Hall, el cual es descrito en su libro «El Significado de los sueños». Compiló muchos más relatos de sueños que ningún otro estudioso del tema hasta entonces, y sus teorías basadas en ese trabajo son prácticas y convincentes. No puede asegurarse que sean necesariamente correctas; en ausencia de un estricto trabajo experimental, que es muy, difícil en este campo, es imposible hacer tales afirmaciones. Pero la teoría explica la mayor parte, si no todos, los rasgos principales de los sueños, y lo hace sin recurrir a entidades milagrosas y mitológicas como los censores.

Hall hizo una útil contribución a la metodología de la interpretación de los sueños cuando sugirió el análisis de una serie de sueños de una persona, más que el análisis de simples sueños. Tal como dice: « Uno ensaya varias combinaciones, encajando este sueño con aquel, hasta que todos los sueños estén juntos y emerja un retrato significativo del que sueña. En este método, que llamaremos el método de las series de sueños, la interpretación de un sueño es una cacería de la realidad hasta que se comprueba con la interpretación de los otros sueños». Hall da muchos ejemplos de cómo se facilita la interpretación disponiendo de varios sueños a considerar, pero nos llevaría demasiado lejos seguirle por este camino.

La innovación principal de la teoría de Hall es su idea del simbolismo. Él cree que en los sueños hay símbolos, y esos símbolos tienen una función necesaria, pero no es la función del disfraz, tal como se pretende en la teoría de Freud; los símbolos de los sueños están ahí para expresar algo, no para esconderlo. Soñar, tal como nos dice, es una forma de pensar, y pensar consiste en la formulación de conceptos o ideas. Durante el sueño estos conceptos se vuelven retratos, que son las personificaciones concretas de los pensamientos de soñador; dan expresión visible a lo que es invisible, concretamente conceptos, ideas y pensamientos.

Continúa exponiendo que la verdadera referencia de cualquier símbolo de un sueño no es un objeto o una actividad, sino siempre una idea en la mente del soñador. Nos da como ejemplo las maneras posibles con que el pene puede ser simbolizado. Puede ser mediante un fusil o un cuchillo; esto simbolizaría pensamientos sexuales agresivos. O la imagen puede ser un destornillador, o una manguera de gasolina introducida en el depósito de carburante del coche; esto simbolizaría una visión mecánica del acto sexual (¿atornillar?) (10). O el pene puede igualmente ser simbolizado por una flor flexible, o un palo roto; esto ilustraría ideas de im­potencia sexual.

Otro ejemplo que da es las muchas maneras en que uno puede soñar sobre la propia madre. Si el soñador quiere expresar un sentimiento de que su madre es una persona nutricia, podría soñar en una vaca; si ve a su madre como alguien remoto y autoritario, soñaría con ella como en una reina. En otras palabras, el sueño no sólo simboliza la persona o la actividad dada (el sustantivo en la frase) sino que añade una descripción (del adjetivo)... agresivo, nutricio, etc. Los simbolismos se usan para facilitar, en un lenguaje claro y conciso, conceptos complejos y abstrusos.

Citemos un ejemplo del libro de Hall. Nos habla de una joven que soñó que estaba en su primer aniversario de boda, y ella y su marido iban a repetir la ceremonia. Al principio no podía encontrar su vestido de novia, a pesar de una búsqueda a fondo. Por fin, cuando lo encontró, estaba sucio y roto. Con lágrimas de pena en sus ojos, se llevó el vestido y se fue corriendo a la iglesia, donde su marido le preguntó por qué se lo había llevado. Ella quedó confusa y azarosa, y se sintió extraña y sola.

 

Hall sugiere que, en su sueño, el estado de su vestido de novia simbolizaba su concepto sobre su matrimonio. Otros sueños corroboraron esta interpretación. Soñó en una chica recién casada que estaba en trámites de divorcio, lo que sugería que la idea del divorcio estaba en su propia mente. En otro sueño, ella tuvo dificultades en llegar al domicilio conyugal, perdiéndose por el camino, tropezando en la acera, retrasándose ante un paso a nivel del tren y sin con seguir llegar. Este sueño sugería que estaba tratando de encontrar rezones para no volver a casa con su marido. En otro sueño, el diamante en su anillo de compromiso faltaba, sugiriendo la esperanza de que tal vez esto anularía su infeliz matrimonio. Finalmente, soñó en una amiga que se casaba y recibía un montón de regalos de boda inútiles. Esto sugería que, en su mente, el estado del matrimonio era como muchos trastos inútiles. «Ciertamente estos sueños indican que la soñadora concibe su matrimonio como infeliz y corrobora la hipótesis de que un vestido de novia desgarrado y sucio es una personificación concreta de esta idea».

La función de soñar, como sostiene Hall, es revelar lo que hay en la mente de una persona, no esconderlo. «Los sueños pueden parecer enigmáticos porque contienen símbolos, pero esos símbolos no son más que metáforas pictóricas, y como las metáforas verbales de la vida real su intención es clarificar más que oscurecer el pensamiento». La mente está constantemente en activo, pensando en problemas, tratando de encontrar soluciones, llena de ansiedades sobre una cosa u otra, y generalmente ocupada con el pasado, el presente y el futuro. Soñar es simplemente la continuación del pensar con otros medios, por ejemplo los medios de la representación gráfica y el simbolismo. Nuestros pensamientos, nuestras preocupaciones, nuestras ansiedades, nuestros intentos de solventar los problemas, son traducidos a un lenguaje pictórico y continúan el trabajo consciente del pensamiento durante ciertos períodos de sueño. Los sueños pueden representar realizaciones de deseos, pero generalmente se tratará de deseos completamente conscientes, no infantiles reprimidos. Pero los sueños pueden también representar temores, soluciones de problemas o algo que pueda ocurrir en un pensamiento consciente. Esta teoría tiene en cuenta los hechos más que lo hace Freud, sin meterse en todas las dificultades que acosen a la teoría de Freud. De momento no hay una teoría mejor, y provisionalmente yo creo que debería ser aceptada y usada como base para posteriores experimentos y observaciones.

Hay un estrecho lazo entre la interpretación de los sueños, de lo que nos hemos ocupado hasta ahora en este capítulo, y la interpretación de Fehlleistungen o parapraxias, es decir, errores en la composición lingüística, lapsus en la conducta cotidiana, etc. Esto, también, es interpretado por Freud según el esquema de la técnica de la libre asociación de Galton, y como sueño es perseguido hacia atrás hasta algún hipotético deseo reprimido, cual es el lapsus lingüístico o de conducta. El olvido temporal de nombres propios se incluye en esta categoría general, así como el recuerdo equivocado, es decir la sustitución del nombre equivocado por el que se busca.

Freud asegura confiadamente que los errores en la composición lingüística están causados siempre por la represión. Da muchos ejemplos con los cuales trata de con vencer a los lectores de que esto es realmente así, y que el material reprimido puede tener efectos motivacionales de la clase mencionada. Dos ejemplos pueden ilustrar el método de Freud. El primero se refiere a un profesor que dijo, ante su clase: «En el caso de los genitales femeninos, a pesar de muchas Versuchungen (tentaciones)... ¡perdón! Versuche (experimentos) ... ». El segundo ejemplo se refiere a un Presidente de la Cámara Baja del Parlamento que quiso abrir una sesión y dijo: «Caballeros, constato que hay quorum de miembros y por consiguiente declaro cerrada la sesión». La interpretación de la intención perturbadora en el primer ejemplo es auto-evidente, mientras que en el segundo ejemplo Freud afirma: «Está claro que él quería abrir la sesión (es decir, la intención consciente), pero está igualmente claro que también quería cerrarla (es decir la intención perturbadora). Esto es tan obvio que no nos deja nada para interpretar». ¡Nada, excepto que esa era en realidad la intención del Presidente!. Freud da por supuesto, sin base de ninguna clase, que el error representa la verdadera intención del Presidente, ¿pero no puede haber sido, simplemente, un error de la lengua?.

 

Cuando yo era un joven estudiante estuve interesado en el libro de Freud «La Psicopatología de la Vida Cotidiana», y particularmente en su interpretación de un lapsus en la conducta de cada día, en el que cita el ejemplo de un hombre que se equivoca de llave al intentar abrir la puerta principal de su casa. Freud lo interpreta como una demostración de que el hombre realmente desea estar en la casa cuya puerta será abierta por esa llave. Me pareció que podía haber una explicación psicológica sin recurrir a las intenciones, reprimidas o conscientes, en este caso. Yo guardaba mis llaves en un estuche de cuero, en donde reposaban, paralelamente, una al lado de otra, suspendidas por anillos de metal de una barra en la parte superior del estuche. La psicología experimental sugeriría dos causas principales para escoger ocasionalmente una llave indebida. La primera de ellas podría ser la semejanza de apariencia entre las llaves en cuestión; si ambas eran llaves Yale, entonces la confusión podía ocurrir fácilmente. Si una era una llave Yale y la otra, una gran llave metálica del tipo anticuado, entonces la confusión sería casi imposible. El segundo principio sería la posición (cercanía). Unas llaves contiguas serían mucho más fácilmente intercambiadas que otras llaves alejadas una de otra.

Incluso antes de convertirme en un profesor distraído, yo ya era un estudiante distraído, y a menudo me sucedía equivocarme de llaves. Tomé nota de las ocasiones, anotando cuidadosamente la llave que debiera haber usado y la que fue, de hecho, usada, en tales ocasiones. Naturalmente, fue fácil hallar el grado de proximidad entre ambas llaves contando simplemente el número de llaves que intervenían; es decir,. dos llaves estaban una al lado de otra, no había otra llave; una, dos, tres o más llaves indicarían cuán apartadas se encontraban las llaves en cuestión. Por lo que se refiere a la semejanza, acudí a la opinión de colegas que no sabían nada sobre el propósito del experimento.

Continué este experimento durante muchos años, y literalmente miles de veces ocurrieron errores de este tipo. Había una clara relación entre el número de errores cometidos, por una parte, y la semejanza de las llaves; cuanto más parecidas las llaves, mayor el número de errores. Paralelamente, había una relación lineal entre la distancia entre las llaves en el estuche y el número de errores; cuanto más cercanas las llaves, mayor el número de errores. Considerando juntas ambas causas era posible contar prácticamente todos los errores que se habían cometido. Dos llaves Yale situadas una al lado de otra totalizaban, con mucho, el mayor número de errores, mientras que una llave Yale a un lado del estuche y una gran llave anticuada en el lado opuesto nunca eran tomadas una por otra.

No estoy presentando esto como un experimento que tiende a desautorizar la teoría de Freud; es obvio que serían precisos más sujetos, más controles y un tratamiento estadístico más sofisticado. Además, yo no me encontraba en la feliz situación de que disfrutaban sus pacientes, que parecen haber tenido varias amantes viviendo en diversos barrios de Viena, de manera que las llaves de sus apartamentos podían ser confundidas con las de la casa del propio paciente, expresando su deseo de estar con una de sus amantes en vez de con su esposa. Lo que estoy tratando de indicar es, simplemente, que esta es una obvia explicación alternativa para ciertos tipos de parapraxis, y que cualquier tentativa de tratar científicamente el asunto debiera tomar en cuenta tales alternativas. Freud nunca lo hizo así, a pesar de que los principios involucrados eran bien conocidos en su tiempo.

Argumentos muy parecidos han sido aducidos en rela­ción con los errores lingüísticos, pero con mucho más apoyo experimental. Así, en un libro editado por V. Fromkin, titulado «Errores en la Composición Lingüística: Fallos de Lengua, Oído, Pluma y Mano », se muestra que la mayor parte de los errores lingüísticos pueden clasificarse en dos grandes categorías. La primera comprende errores en los cuales la palabra sustitutiva es similar en la forma fonológica a la palabra que se iba a decir, tal como sucede en los siguientes ejemplos: «señal» en vez de «simple», «confesión» en vez de «convención», «suburbios» en vez de «metro» (11). La segunda clase consiste en errores en los que la palabra sustitutiva está relacionada en significado (semántica o asociativamente) a la palabra que reemplaza, tal como ocurre en los siguientes lapsus: «No te quemes los dedos de las manos», en lugar de «dedos de los pies »; « conozco a su suegro » en vez de «a su cuñado»; «un pequeño restaurate japonés» en lugar de « ... restaurante chino» (12). Todos los errores de sustitución lexica de Freud pueden ser clasificados como parecidos a la palabra que se debía decir, ya por su forma, ya por su significado. Se dan detalles sobre ello en el libro de Fromkin, pero nos llevaría demasiado lejos ocuparnos de ellas aquí. Estas dos clases de errores son semejantes a las dos clases de errores que tuve en cuenta al analizar mis propias equivocaciones al escoger la llave errónea; tienen un sentido perfectamente aceptable en términos psicológicos ordinarios, sin necesidad de recurrir a elaboradas interpretaciones psicoanalíticas en términos de represión.

 

Cuando se trata de una cuestión de acceso a la memoria, la noción de «hábito» es ciertamente tan prominente como la de « motivación », y ha sido mucho más experimentada.

Al seleccionar la llave adecuada, cometí más errores con las llaves nuevas que con las que poseía desde hacía tiempo; en el último caso, la constatada repetición había resultado en un hábito de encontrar el lugar justo, mientras que la posición de las llaves nuevas todavía no había sido tan firmemente establecida por el mecanismo del hábito. Igualmente se ha demostrado que las palabras que una persona usa muy frecuentemente son causa de menos equivocaciones que las relativamente nuevas o raramente usadas. El hábito, igual que los demás factores mencionados, debiera ser tenido muy en cuenta antes de poder aceptar una interpretación de los errores únicamente en términos de motivación.

Es, en verdad, completamente erróneo, pensar en Freud como el primer hombre que se interesó en estos errores de la lengua y la pluma, o que escribió extensamente sobre ellos. El primer análisis psicolingüístico de alguna importancia sobre tales errores, junto con una colección de más de veinte mil errores ilustrados, fue publicado en Viena por Meringer y Mayer, bajo el título «Versprechen und Verlessen»; precedió al libro de Freud en unos seis años. Y aún otros habían precedido a Meringer y Mayer, algunos de ellos habiendo aparecido hasta nueve años antes, lo que demuestra que existía un vivo interés por el tema en esa época.

En el debate entre Meringer y Freud, ambos adoptaron unas posiciones extremistas. Freud decía que todos los errores de dicción, exceptuando tal vez algunos de los casos más sencillos de anticipación y perseverancia, podían ser incluidos en su teoría de lo inconsciente y explicados por los mecanismos represivos. Meringer adoptó una posición igualmente extrema, prescindiendo totalmente de tales causas. Las pruebas fácticas ciertamente no corroboran la teoría de Freud, pero en vista de la dificultad de negar completamente los errores motivacionales, la posición de Meringer tampoco puede ser sostenida enteramente.

En un capítulo debido a Ellis y Motley en el libro de Fromkin, cincuenta y un errores de sustitución léxica de un total de noventa y cuatro lapsus mencionados en la obra de Freud «Psicopatología de la vida cotidiana» son objeto de análisis. Llegan a la conclusión de que «los errores de sustitución léxica que Freud citó en apoyo de esta teoría de la intención conflictiva no se apartan, desde un punto de vista formal o estructural, de los errores analizados por los psicolingüistas». No es, pues, necesario, inferir mecanismos no lingüísticos para tenerlos en cuenta.

Se han hecho interesantes tentativas para comparar la influencia de los factores motivacionales con los lingüísticos. Uno de tales experimentos se ocupaba de los «spoonerismos», es decir, los legendarios lapsus lingüísticos cometidos por el Reverendo Dr. William Archibald Spooner (1844-1930), que fue Director del New College, de Oxford, desde 1903 hasta 1924. Los «spoonerismos» son las transposiciones accidentales de letras iniciales de dos o más palabras, de manera que tanto las palabras originales como las transpuestas tengan un significado en inglés; un ejemplo sería «Habéis siseado (o silbado) las lecturas misteriosas», en vez de «Os habéis perdido las lecturas misteriosas» (13).

Spooner era bien conocido por cometer tales errores al hablar (y también, según parece, al escribir) pero la mayoría de los más famosos «spoonerismos» son, probablemente, invenciones de otros.

Michael T. Motley usó factores lingüísticos y motivaciones al inducir a los estudiantes a cometer «spoonerismos» involuntariamente en una situación experimental. En uno de tales experimentos mostró a sus sujetos dos palabras, pidiéndoles que las pronunciaran. Los estudiantes fueron divididos en tres grupos, que recibían cada uno una diferente clase de tratamiento Se ideó un plan para crear un juego situacional cognitivo hacia una sacudida eléctrica.

 

A los sujetos se les colocaban falsos electrodos ostentosamente conectados a un marcador eléctrico, y se les dijo que el marcador podía emitir, al azar, descargas eléctricas, moderadamente dolorosas, y que en el transcurso de su tarea podían recibir, o no, tal descarga (no se administraron descargas, ¡por supuesto!). Este tratamiento fue llevado a cabo por un experimentador. El segundo tratamiento consistía en crear un juego situacional cognitivo hacia el sexo. A este propósito la tarea fue encomendada a una experimentadora que era atractiva, bien parecida, muy provocativamente vestida y de maneras seductoras (¡los estudiantes de psicología se divierten mucho!). El juego del tratamiento del sexo fue administrado en ausencia del aparato eléctrico. Finalmente, un tratamiento de juego neutro de control fue administrado por un experimentador, sin el aparato eléctrico. Estos juegos tenían por objeto producir factores motivacionales relacionados con las descargas eléctricas o con el sexo, o no producir juegos motivacionales en absoluto.

A los sujetos se les proponían palabras que no tendrían sentido, pero que eran susceptibles, mediante el «spoonerismo» de convertirse en palabras significativas, relacionadas con el juego de la electricidad o con el del sexo. Ejemplos del primero podrían ser shad bock, que podía ser «spoonerizado» en bad shock (14), o vany molts que podía ser «spoonerizado» en many volts (15). Para el juego del sexo las palabras sin sentido podían ser goxi furl que podrían ser «spoonerizadas» en foxy girls, o lood gegs que pasarían a convertirse en good legs (16).

Cada juego de palabras era precedido por tres palabras interferidas con el propósito de crear tendencias fonológicas hacia el esperado error por «spoonerismos». Por ejemplo la expresión bine foddy, que se suponía debía ser «spoonerizada» en fine body, era precedida por las palabras interferidas fire bobby, five boggies, etc. (17), sugiriendo que la primera palabra debiera empezar con una f, y la segunda con una b. Los resultados fueron que el «spoonerismo» ocurría más frecuentemente en los conjuntos cuyos errores se emparejaban con el juego de tratamiento cognitivo que en los conjuntos cuyos errores no se relacionaban con el tratamiento. En otras palabras, el juego del sexo contenía más errores en sexo que en electricidad, el juego de electricidad más errores de electricidad que de sexo, mientras que el juego neutro daba igual número de errores de ambos tipos. Metley consideró que esto era una prueba de la teoría de Freud, pero por supuesto esto no es así. Es dudoso si los juegos son motivacionales; pueden simplemente apelar a diferentes hábitos y conexiones asociativas. Pero, lo que es peor de todo, la teoría de Freud implica que los factores motivacionales son deseos infantiles reprimidos; ni siquiera Motley pretendería que las emociones producidas al oir que uno va a recibir descargas eléctricas al azar, o por la visión de una chica guapa provocativamente vestida son inconsistentes. El experimento es interesante, pero no tiene nada que ver con las teorías freudianas. Algo muy parecido debe decirse acerca de todos los demás experimentos similares que han sido mencionados en la literatura psicológica. Son interesates por sí mismos, pero no prueban la teoría de Freud, ni en un sentido ni en otro.

Ocupémosnos ahora de un típico ejemplo freudiano de lapsus lingüísticos. Ha sido a menudo calificado, no sólo por el mismo Freud, sino también por sus discípulos y críticos, como superiormente impresionante y ejemplo revelador del «lapsus freudiano». Ha sido también analizado, con todo detalle por Sebastiano Timpanaro, bien conocido experto lingüista italiano, en su muy importante libro «El lapsus freudiano». Los lectores que se interesen por el tema debieran consultar el relato completo de Timpanaro, que está brillantemente escrito y lleno de percepción; aquí nos limitaremos a dar una pequeña idea de la manera en que él expone su argumento.

Empecemos con la historia freudiana por sí misma. Freud inicia una conversación en un tren con un joven judío austríaco que se lamenta de la posición de inferioridad en que se mantiene a los judíos en Austria-Hungría. En su apasionada exposición de los hechos el joven desea citar unas líneas de Virgilio, dichas por Dido que ha sido abandonado por Eneas y está a punto de cometer suicidio: Exoriare afiquis nostris ex ossibus Ultor. Esto es difícil de traducir literalmente, pero significa algo así como «Que alguien surja de mis huesos como un vengador» o «Surge de mis huesos, ¡oh Vengador! quien quiera que seas». No obstante, el joven judío, cita el párrafo incorrectamente, como Exoriare es nostris ossibus Ultor, es decir, omite aliquis e invierte las palabras nostris ex.

Apremiado por el joven, que le conoce de nombre y ha oído hablar de su método psicoanalítico. Freud trata de «explicar» este error en términos psicoanalíticos. Usando el método de la libre asociación de Galton, Freud dice: «Debo pedirle que me diga cándida y honradamente, lo primero que acuda a su mente si dirige su atención a la palabra olvidada sin ninguna finalidad definida». Entonces Freud cita la secuencia de asociaciones del joven judío a la palabra aliquis, que empieza como sigue: Requiem – Liquidación - Fluido. Luego viene San Simón de Trento, un niño martirizado en el siglo XV, cuyo asesinato fue atribuido a los judíos, y cuyas reliquias en Trento habían sido visitadas por el joven judío no mucho tiempo atrás. Esto es seguido por una sucesión de santos, incluyendo San Genaro, cuya sangre coagulada, guardada en un frasco en la Catedral de Nápoles, se licua milagrosamente varias veces al año; la excitación que se apodera de las supersticiosas gentes napolitanas si ese proceso de licuefacción se retrasa, se expresa en pintorescas invectivas amenazas contra el santo. Finalmente, llegamos a la ansiedad y preocupación del joven judío, originadas, según Freud, por el lapsus original, concretamente el hecho de que él mismo se halla obsesionado con pensamientos acerca de una «ausencia de fluido líquido», porque teme haber dejado encinta a una mujer italiana, cuando estuvo con ella en Nápoles; esperaba recibir confirmación de sus peores temores de un día a otro. Además, uno de los otros santos en la secuencias de asociaciones siguiendo a San Simón es San Agustín, y Agustín y Genaro están ambos asociados en el calendario (agosto por Agustín y Genaro por enero), es decir, sus nombres deben sugerir un temor a un hombre aterrado ante la perspectiva de ser padre (no es importante para Freud que los dos meses estén tan distantes, y ni siquiera separados por los fatales nueve meses, en este caso). Freud relaciona el asesinato del niño santo, Simón de Trento, con la tentación de infanticidio. Y concluye con considerable satisfacción: «Debo dejar a su propio juicio el decidir si puede explicar todas esas relaciones con la suposición de que se trata del azar. Puedo, no obstante, decirle que cada caso que usted se decida a analizar le llevará a cuestiones de azar que son igual de sorprendentes ».

 

Lo que Freud sugiere es esto. El joven judío está preocupado porque teme haber dejado encinta a su amiga italiana, y esa preocupación reprimida emerge en la forma del lapso verbal cuando cita a Virgilio. La cadena de asociaciones que empieza con las palabras involucradas en el lapsus conduce a ideas que se refieren a niños, fluídos meses del calendario, infanticidio y otras nociones que, según Freud, están claramente asociadas con el hecho de que la amiga del joven judío ha dejado de tener sus períodos. Uno se pregunta por qué alguien consideraría esas preocupaciones como «reprimidas» con cualquier sentido; no son ciertamente inconscientes, sino que, al contrario, están en primer plano de la consciencia del joven judío, pero la hipótesis de que las libres asociaciones a partir del lapsus conducen a pensamientos preocupantes o complejos en su mente pueden ser difícilmente rechazada. Pero, ¿demuestra todo esto, o ayuda siquiera a demostrar, la teoría general de Freud?.

Antes de ocuparnos críticamente del análisis de Freud, consideremos cómo Timpanaro, el experto lingüista, explicaría el lapsus. «¿Cuál es la explicación de este doble error?», se pregunta. La explicación se basa en el bien conocido hecho de la canalización, es decir, el hecho de que palabras y expresiones que son más arcaicas, retóricas, y estilísticamente poco usadas, y por consiguiente no corrientes en la tradición lingüístico-cultural del orador, son reemplazadas por palabras más simples y corrientes. La persona que transcribe o recita tiende a sustituir palabras o frases de la herencia literaria por formas de expresión de uso más común. En el párrafo de Virgilio citado por el joven compañero de viaje de Freud, la construcción es dramáticamente anómala. La anomalía consiste en la coexistencia de la segunda persona singular (exoriare) con el pronombre indefinido (aliquis): Dido tutea al futuro Vengador, como si le viera en pie ante ella, mientras al mismo tiempo expresa con aliquis su identidad indeterminada. Así la expresión de Dido es, al mismo tiempo, un augurio, tan vago como tales augurios tienden a ser («que venga, más pronto o más tarde, alguien para vengarme») y una profecía implícita de la venida de Aníbal, el Vengador que Virgilio tenía ciertamente en la mente cuando escribió este párrafo.

Ahora bien, en alemán, el idioma hablado por el joven amigo de Freud, así como en inglés, tal construcción es virtualmente intraducible en el sentido literal. Timpanaro hace observar la dificultad: «Algo debe ser sacrificado: o bien uno desea aludir el misteriosamente indeterminado augurio, lo que conlleva convertir Exoriare en la tercera persona del singular en vez de en la segunda persona (« ...que surja algún vengador»); o bien prefiere conservar la inmediatez y el poder directamente evocativo de la segunda persona del singular, lo que conlleva modificar en algo, o incluso suprimir del todo, el aliqua («Aparece, ¡oh Vengador!, quienquiera que seas ... »). Los traductores de Virgilio al alemán, según dice Timpanaro, han tenido que escoger una u otra alternativa, y es plausible que el joven austríaco, para el cual las palabras de Dido no eran, sin duda, más que una lejana memoria del colegio, se inclinara inconscientemente a banalizar el texto, es decir, a asimilarlo con sus conocimientos lingüísticos. La eliminación inconsciente de aliquis corresponde a esta tendencia; el resto de la frase puede ser fácilmente traducido al alemán sin ninguna necesidad de forzar o alterar el orden de las palabras. La tendencia es acentuada por el hecho de que la lectura original de Virgilio es corriente, no sólo desde el punto de vista del alemán, sino también dentro del contexto del latín; esto llevaría fácilmente a un joven que ha sido moderadamente bien instruido a «restaurar» la clase de orden gramatical que aprendió en la escuela. Timpanaro abunda en muchos más detalles de los que es posible traer a colación aquí, pero no da un buen ejemplo de banalización como explicación de este «lapsus freudiano». Pero, ¿qué diremos de la cadena de asociaciones?.

Aquí Timpanaro hace una sugerencia muy buena. Llama la atención sobre una suposición hecha por Freud sobre la cual no hay ninguna prueba. Freud asume que es la preocupación por el hecho de que la amante no haya tenido el período lo que causa el lapsus, y que la cadena de asociaciones lo demuestra. Pero es igualmente posible que cualquier cadena de asociaciones, empezando por cualquier palabra arbitrariamente escogida, conduzca a lo que predomina en la mente del «paciente», porque sus pensamientos siempre tenderían hacia ese tema dominante. Timpanaro cita un número de ejemplos para mostrar cuán fácilmente podrían construirse cadenas de asociaciones para la preocupación y ansiedad del joven judío, a partir de cualquier palabra de la cita de Virgilio; hace observar que tales cadenas de asociaciones no serían más grotescas y torturadas que las que Freud usó como prueba. También dice que Freud, de hecho, no permitió al sujeto asociar libremente; sutilmente guió la cadena de asociaciones mediante comentarios que le llevaron al camino que finalmente tomó el joven. Así, las sedicentes « libres asociaciones » están, en parte, determinadas por los comentarios sugestivos de Freud, en parte por el conocimiento que de Freud y sus teorías tenía el joven judío, y sobre todo por su interés en asuntos sexuales. Todo esto debe haber determinado, hasta cierto punto, la dirección de sus asociaciones, empezando por el punto que se quisiera.

 

Pero volvamos a la cuestión crucial. Si podíamos haber empezado por cualquier palabra y mediante una cadena de asociaciones llegábamos a la misma conclusión, entonces está claro que la teoría freudiana es completamente errónea. Esto precisaría un experimento de control muy obvio, pero Freud y sus seguidores nunca quisieron someter el asunto a una prueba. Cuando yo era psicólogo en el Hospital de Emergencia Mill Hill durante la guerra, probé el experimento con un número de pacientes que ingresaron en el hospital con dolencias neuróticas o levemente psicóticas. Les hacía contarme sus sueños, y luego les hacía asociar libremente con los diversos elementos del sueño. Descubrí, tal como Galton y Freud, que ciertamente, siguiendo ese método, pronto llegaba a determinadas preocupaciones profundas y ansiedades que molestaban a los pacientes, aunque por lo general aquéllas eran conscientes y no indicativas de deseos infantiles reprimidos.

En cualquier caso probé entonces el experimento de control. Habiendo analizado, siguiendo el esquema freudiano, los sueños de Mr. Jones y Mr. Smith, le pedí entonces a Mr. Jones que asociara libremente con los elementos del sueño contado por Mr. Smith, y viceversa. El resultado fue nítido; las cadenas de asociación terminaron precisamente en los mismos «complejos« tanto si se aplicaban a los sueños de la otra persona como a los de uno mismo. En otras palabras, la cadena de asociaciones es determinada por el «complejo», no por el punto inicial. Esto invalida completamente la teoría freudiana, y uno se pregunta por qué los psicoanalistas no han probado estos simples métodos experimentales de verificar con hipótesis alternativas.

No estoy afirmando aquí que esta hipótesis alternativa sea necesariamente cierta. Estoy diciendo simplemente que, junto con la banalización proporciona una hipótesis alternativa muy sólida e importante a la teoría freudiana, y que en la ciencia es absolutamente vital que las hipótesis alternativas sean sometidas a una prueba experimental. Los psicoanalistas no tienen ningún derecho a afirmar que sus puntos de vista sean correctos mientras no se haya llevado a cabo ni un solo test empírico, con suficiente detalle y a una escala lo bastante amplia, como para obtener resultados convincentes, en un sentido u en otro. La evidencia existente no es ciertamente suficiente para «demostrar» la teoría de Freud; es más, en muchos casos parece contradecirla. No sólo hay hipótesis alternativas con un buen respaldo experimental, sino que además puede verse que en la mayoría de los casos citados por Freud el «complejo» no es en absoluto inconsciente o reprimido. El joven judío de la historia mencionada se daba perfecta cuenta de lo que él temía, y de hecho estaba pensando constantemente en ello. Así, los factores motivacionales han podido estar en activo (si deseamos rechazar la banalización como la simple explicación del lapsus), pero tal no es la teoría de Freud. Los lectores atentos del libro de Freud se darán cuenta de que esto es cierto en casi todos los casos. Por consiguiente, tal como sucede en el caso del libro de Freud sobre la interpretación de los sueños, los ejemplos aducidos por él en apoyo de su tesis lo que hacen, de hecho, es debilitarla.

Sólo podemos concluir que la amplia aceptación de las teorías freudianas sobre el sueño y los lapsos de lengua y pluma no se basa en una lectura racional y crítica de sus obras; no aduce pruebas reales sobre lo correcto de sus teorías, sino que se limita a citar impresionantes e interesantes -aunque irrelevantes- interpretaciones que, si aceptamos sus propias explicaciones, contradicen sus teorías específicas. Las teorías son comprobables, y es de esperar que adecuados tests en gran escala serán llevados a cabo de la manera debida, comparando las teorías freudianas con las alternativas. Por lo tanto, mientras esto no se haga, es imposible aceptar las teorías freudianas como demostradas, ni siquiera plausibles; las teorías alternativas tienen mucho más respaldo, y están más en línea con el sentido común. Hablar de «lapsus freudianos» y «símbolos freudianos» es un absurdo; tanto el simbolismo como la interpretación de los lapsus eran corrientes mucho antes de que Freud formulara sus teorías, y tal era el método de asociación que usó para respaldar su caso. Sean lo que sean los suenos y los lapsos de lengua y de pluma, ciertamente no son el camino real hacia el inconsciente; a lo más pueden ser, a veces, motivados por pensamientos súbitos cargados o no con fuertes emociones. Sobre esto hay alguna evidencia; sobre los deseos «inconscientes» y «reprimidos» en la ecuación freudiana no hay evidencia en absoluto, ni siquiera en los ejemplos del mismo Freud.

Hace unos años se ha formulado una nueva opinión sobre el lapsus aliqua, que arroja una luz completamente nueva sobre él. La historia comienza con la «revelación» de que Freud tuvo una relación secreta con la hermana de su mujer, Minna. Como es bien conocido, la historia sexual de Freud fue en gran parte una historia de frustraciones, empezando por su abstinencia durante sus cuatro años de cortejo a Martha Bernays, y continuando con las restricciones impuestas en el curso de los primeros nueve años de su matrimonio, durante los cuales ella estaba, por lo general, preñada, a menudo enferma, y, por consiguiente, sexualmente no disponible para Freud; a todo esto siguieron más años de abstinencia después de la sexta y última preñez de su mujer, cuando la pareja, aún sin terminar por completo su sexualidad marital, estuvo muy cerca de ello, habiendo dedidido que la abstinencia era la única manera de evitar tener más hijos.

 

Se ha suguerido que el creciente interés de Freud en la sublimación sexual, la rivalidad edípica, y la envidia del pene estuvo motivado en gran parte por inquietud personal; en sus sueños de esa época parece que imaginaba ser emasculado, que había sido privado de derechos sexuales por su mujer, y que sus hijos habían convertido sus órganos sexuales en reliquias. Fue entonces cuando Freud se prendó de su cuñada Minna, según Carl Jung, primero amigo de Freud y luego rival suyo... La historia fue publicada por un americano, amigo de Jung, llamado John Billinsky, que reveló que cuando Jung visitó a los Freud por primera vez en Viena, Minna le había confesado que se sentía culpable por sus relaciones con Freud. Billinsky cita a Jung, que dijo: «Así me enteré que Freud estaba enamorado de ella y que sus relaciones eran, ciertamente, muy íntimas. Fue, para mí, una revelación chocante, y todavía ahora puedo recordar la agonía que sufrí entonces ». La reacción de Jung es sorprendente toda vez que él mismo, como es bien sabido, no era muy renuente a las relaciones extra-maritales.

La historia sería de escaso interés para nadie, excepto para murmuradores lascivos, si no fuera por el hecho de que hace pocos años, dos escritores, Oliver Gillie y Peter Swales, afirmaron que el joven judío en la historia de aliquis no era un conocido de Freud, sino ¡el mismo Freud!. Dicen que cuando Freud y Minna viajaron juntos por Italia, en agosto de 1900, Minna finalmente cedió a Freud y quedó encinta. La evidencia principal para tal afirmación está en la interpretación del aliquis. Según Gillie y Swales, era Freud quien estaba preocupado porque Minna le diera muy desagradables noticias; no eran los períodos de una dama italiana los que se habían detenido, ¡sino los de la cuñada del mismo Freud!.

¿Qué otras razones da Swales para tal sugerencia?.

En primer lugar, están las semejanzas personales entre el joven de la anécdota y el mismo Freud; ambos eran judíos, ambos se sentían afectados por la frustración de las necesidades judías por el antisemitismo, y ambos eran ambiciosos. Además, el joven estaba familiarizado con algunas de las publicaciones psicológicas de Freud, incluyendo la más bien abstrusa sobre olvidos inconscientemente motivados. Podía extraer citas de la «Eneida», como Freud, y también parecía conocer a otros autores que sabemos Freud apreciaba. El joven había visitado la iglesia de Trento donde se guardaban las reliquias de San Simón, que Freud había visitado recientemente con Minna; y en la conversación incluso utilizó la metáfora de la reencarnación, «nuevas ediciones», que Freud había utilizado ya varias veces en sus escritos.

Si esta historia fuera cierta, entonces las interpretaciones del lapsus lingüístico asumirían un aspecto completamente diferente, y el aparentemente milagroso descubrimiento del complejo «escondido» en otra persona sería mucho más fácilmente inteligible al referirse a las preocupaciones conscientes del propio Freud. Pero, ¿es esta interpretación plausible?. Allan C. Elms se ha ocupado cuidadosamente de la evidencia, y suscita muchas interrogantes que hacen parecer increíble la historia de Swales. Al final de su relato Swales desafió a «los que aún prefieren defender lo que yo considero el punto de vista excéntrico, o sea que el relato de Freud debe ser creído. ¡Qué encuentren evidencia real de que el «joven», existió en otro lugar más que en la imaginación de Freud! ». Elms aceptó este desafío y sugirió que «el joven existió en ese sitio y en esa época. Swales incluso menciona su nombre, sin considerar seriamente que podía haber sido el joven. Su nombre era Alexander Freud, y era el hermano más joven de Sigmund». Elms aporta muchas pruebas en favor de ese punto de vista, empezando por el hecho de que Alexander era un bien conocido mujeriego, estaba familiarizado con las publicaciones de Freud (incluso las abstrusas), había viajado recientemente por el extranjero, se había encontrado con Freud en esa época, y en muchos otros aspectos encajaba con la descripción. Obviamente, cualquier conclusión a la que se llegue ahora, tanto tiempo después de los hechos, sólo puede basarse en la especulación.. Las posibles relaciones extra-maritales de Freud no pueden ser de gran interés por sí mismas, excepto en la luz que puedan aportar a sus teorías. Gillie y Swales afirman, por ejemplo, que los principales componentes de las teorías sexuales de Freud sólo pueden comprenderse con referencia a su supuesta relación con Minna; Gillie afirma que, «está claro que la idea de Freud sobre el incesto estaba coloreada, si no inspirada, por la relación sexual con la hermana de su mujer, Minna Bernays», y Swales atribuye toda la teoría del complejo de Edipo a esa relación «incestuosa» de Freud.

Incluso si el joven en cuestión era Alexander Freud, y no el mismo Sigmund Freud, nosotros miraríamos toda la historia bajo una luz completamente diferente. Freud debía conocer bien todas las circunstancias de la vida de Alexander, mucho más que las de una persona conocida casualmente en un tren, y por consiguiente sus pensamientos deberían casi inevitablemente empezar por el bien conocido hecho de que Alexander era un mujeriego, y llegar a una interpretación natural, concretamente la posibilidad de que su «enamorada» no tuviera sus períodos y estuviera encinta.

Para terminar con esta historia más bien extraña, citaré un comentario final de Elms, que creo condensa de una manera muy razonable toda esa tempestad en un vaso de agua:

Freud propuso que los deseos incestuosos inconscientes estaban bloqueados por tabús inconscientes, de manera que los sentimientos edípicos son comúnmente expresados, no en una relación incestuosa real con un miembro de la familia, sino en la fantasía, la neurosis y la conducta sublimada. Hacia el año 1900, Freud estaba mucho más interesado en fantasías incestuosas que en la cosa real. Tal vez tuvo fantasías sobre Minna, pero hasta ahora no ha aparecido ninguna prueba convincente de que nunca llevara a cabo tales fantasías convirtiéndolas en actos. En cualquier caso, él no necesitaba a Minna para hacerle particularmente sensible a consecuencias de deseos incestuosos. ¡Siempre había tenido a su madre!.

Tal vez este episodio debiera haber sido incluido en el primer capítulo, sobre «Freud, el hombre», pero como es tan relevante con relación a la historia aliquis pareció apropiado insertarlo aquí. Ilustra, en todo caso, la observación hecha en el primer capítulo de que los hechos de la vida personal de Freud son muy apropiados a sus teorías, tanto si éstas habían sido inspiradas por una aventura con Minna como por sus fantasías a propósito de su madre.

 

CAPITULO SEXTO

EL ESTUDIO EXPERIMENTAL DE LOS CONCEPTOS FREUDIANOS

Siéntate ante el hecho como un niño pequeño, prepárate a abandonar toda noción preconcebida, sigue humildemente hacia los abismos a que te conduzca la naturaleza, o no aprenderás nada.

T. H. Huxley

Hemos visto en precedentes capítulos que Freud efectivamente rehusó usar dos de los principales, bien establecidos y científicos métodos para respaldar sus temas teóricos. Se opuso al uso de pruebas clínicas, con grupos experimentales y de control, para evaluar la efectividad de la terapia sobre la que había basado sus pretensiones sobre el valor científico de sus teorías. Igualmente, rehusó reconocer la relevancia de la observación detallada y fáctica del niño para demostrar sus teorías psicosexuales del desarrollo. ¿Cuál fue su actitud ante el tercer método principal que utilizan los científicos para respaldar sus teorías, concretamente el acceso experimental?. Aquí el experimentador varía una condición que se piensa que es relevante para el fenómeno en cuestión y observa el efecto sobre el mismo fenómeno; es decir, manipula la variable independiente y estudia su influencia sobre la variable dependiente.

La actitud de Freud ante esto, probablemente el más decisivo y convincente método científico, es revelada en su famosa postal a Rosenzweig, fechada en 1934, que es una réplica al informe que Rosenzweig le mandó sobre sus intentos de estudiar experimentalmente la represión. Freud dijo: «No puedo atribuir mucho valor a esas confirmaciones porque la validez de las observaciones fiables sobre las cuales reposan esas aserciones las hace independientes de la verificación experimental. Añadió magnánimamente: « No obstante, no puede hacer ningún daño». Nada podría demostrar más claramente el carácter no-científico de Freud; en su opinión, no hacían falta experimentos para confirmar sus hipótesis, ni tampoco podían influenciarlas. Ninguna otra disciplina solicitando atención se ha distanciado más clara y decisivamente de la comprobación experimental de sus teorías; incluso la astrología y la frenología hacen propuestas que son empíricamente comprobables, y han sido comprobadas, aunque sin éxito.

Está claro que hay dificultades en llevar a cabo experimentos cuando se trata de sujetos humanos, y cuando las teorías tratan de fenómenos más bien intangibles. Las consideraciones éticas juegan un papel importante; no podemos causar emociones demasiado fuertes en nuestros sujetos de laboratorio, porque ciertamente no sería permisible. En conjunto, las teorías freudianas se ocupan sobre todo de emociones, y éstas son difíciles de producir artificialmente. Los juegos de laboratorio hacen sentirse incómodos a la mayoría de sujetos, y ello interfiere a menudo en lo que el experimentador espera que serían las reacciones normales ante estímulos experimentales. Los experimentos con seres humanos no son imposibles, pero son difíciles, y requieren una buena dosis de ingenuidad y persistencia. Mucho se ha hecho en este sentido, a pesar del desdén de Freud, y una admirable relación de tales estudios se encuentra en el libro de Paul Kline, «Hecho y Fantasía en la teoría freudiana». H. J. Eysenk y G. D. Wilson, en su libro «El Estudio Experimental de las Teorías Freudianas» se concentraron en los experimentos que se supone respaldan mejor las teorías de Freud, haciendo notar las falacias metodológicas y estadísticas involucradas, y el rechazo de las teorías alternativas para explicar los resultados, un fallo que es característico de una buena parte de tal literatura. En este capítulo sólo podemos echar una ojeada a algunas de las más interesantes y memorables investigaciones que se han hecho, principalmente para indicar la manera en que los psicólogos han tratado de soslayar las dificultades inherentes al acceso experimental.

Algunos de los procedimientos utilizados por psicólogos y psicoanalistas son ciertamente muy curiosos, y de hecho no deberían ser considerados como experimentales en un sentido significativo. Consideremos, por ejemplo, los «experimentos » hechos por G. S. Blum, usando los llamados «dibujos de Blacky». Esos dibujos son un juego de doce caricaturas representando una familia de perros, en situaciones que son particularmente relevantes para la teoría psicoanalítica. La familia consta de cuatro perros: los padres, Blacky (que puede ser macho o hembra, dependiendo del sexo del sujeto que se somete al test), y Tippy, un hermano de Blacky. A los sujetos se les pide que expresen una pequeña historia sobre lo que ellos piensan que sucede en cada dibujo, y cómo se siente cada uno de los protagonistas. Entonces el experimentador anota ese relato espontáneo para la presencia o ausencia de perturbaciones en el área afectada. Además el sujeto debe responder a diversas preguntas sobre las caricaturas, y también debe clasificar los dibujos entre los que le gustan y los que no le gustan, y de entre ambos grupos, escoger el que más le gusta y el que menos. Ambas elecciones se supone que son síntomas de perturbaciones en las áreas relevantes. Como ejemplo de esta clase de interpretación, una de las caricaturas representa a un Blacky macho contemplando a sus padres mientras hacen el amor; esto se supone que es indicativo de una intensidad edípica. Blacky lamiendo sus genitales se supone que es indicativo de culpabilidad masturbadora; Blacky viendo como los padres acarician a Tippy muestra una incipiente rivalidad entre hermanos, etcétera. Otra caricatura muestra a Blacky mirando a Tippy, cuya cola está a punto de ser cortada; se supone que esto indica ansiedad de castración en los machos o deseo de pene en las hembras (!).

 

Kline ha observado un elevado número de estudios llevados a cabo con estos dibujos, y concluye que «se descubrió que la mayoría de estudios no se relacionaban en absoluto con la teoría. Sólo dos de ellos parecen ser verdaderamente relevantes... uno de ellos respaldaba la teoría (el carácter anal), el otro, no (el carácter oral)». En esos dos estudios, la hipótesis analizada fue la noción de Freud de que los niños pasan a través de una variedad de etapas (anal, oral, genital) y pueden quedar fijados en una de tales etapas, desarrollando un temperamento apropiado. Se supone que el carácter anal está constituido por los rasgos de la parsimonia, el orden y la tenacidad, y procede de un erotismo anal reprimido. El carácter oral, por otra parte, se caracteriza por la impaciencia, la hostilidad, la verborrea y la generosidad. Parece que las personas que tienen el llamado carácter anal adoptan la reacción apropiada ante los relevantes dibujos Blacky, pero los que tienen el llamado carácter oral no consiguen mostrar la reacción correcta ante los dibujos correspondientes al carácter oral. En el mejor de los casos, pues, llegaríamos a una solución que es completamente indecisa, pero ¿no hay explicaciones alternativas del aparentemente positivo resultado? . Como ha sido observado, mas bien groseramente, los dibujos «anales» de Blacky son un tosco índice de estudios de perros defecando, y uno hubiera esperado que la reacción del tipo de persona más bien introvertida (cuya conducta se parece más a la del llamado tipo anal) se diferenciara de la del tipo extrovertido. Así, hay una clarísima explicación alternativa, que no es tomada en consideración por los que llevan a cabo estos tests.

En cualquier caso, la suma de resultados positivos no es lo bastante amplia para justificar una gran confianza en el valor de la técnica, o en la supuesta verificación de las hipótesis freudianas. Otras técnicas llamadas «proyectivas», es decir, estudios en los que dibujos o manchas de tinta son mostrados al sujeto y éste debe inventar historias a propósito de ellos, «proyectando» así sus ideas sobre los dibujos, han sido usadas también para estudiar los complejos de Edipo y de castración. Kline los ha estudiado y los encuentra totalmente inconvincentes, con la posible excepción de un estudio en el cual se comparaban a niños israelíes de un kibbutz con otros que no habían estado en un kibbutz, usando los dibujos Blacky. Las hipótesis eran que cuando se comparaba a los niños criados en un kibbutz con otros criados en una familia, los niños de un kibbutz exhibirán menos intensidad edípica, mientras que los niños de una familia mostrarían mayor identificación con el padre. Estas hipótesis fueron respaldadas, en muestras muy pequeñas, pero, ¿respaldan realmente los resultados la teoría freudiana?. En el kibbutz los niños son criados por una nurse, viven comunalmente, y ven a sus padres sólo un rato en el curso del día (generalmente por las noches). Tal régimen parecería originar las diferencias observadas, pues cuanto menos se ve a los padres, más pequeño es el apego emocional hacia ellos. Esto no parece tener mucho que ver con el complejo de Edipo; hay una interpretación perfectamente natural basándose en el sentido común. Así, el trabajo con los dibujos Blacky, tal vez el ejemplo más ampliamente citado de estudios empíricos respaldando las teorías freudianas, resulta tener muy poco valor verídico por lo que se refiere a estas teorías. Las deducciones extraídas son de dudoso valor, se descubre que las interpretaciones no son de fiar, y se sabe que las respuestas varían de una ocasión a otra. Y lo que es peor de todo es que los resultados que se presentan como positivos pueden ser, por lo general, más fácilmente interpretados en términos de sentido común que no recurren a hipótesis freudianas en absoluto. Kline dedica muchas páginas a un debate sobre los diversos hallazgos de autores que utilizaron los dibujos Blacky, y llega, en conjunto, a una conclusión similarmente pesimista.

La teoría psicosexual de Freud, que es de una importancia capital en su obra, implica tres proposiciones empíricas básicas. La primera es que existen ciertos síndromes de personalidad adulta, y que pueden ser medidos y demostrados, y la segunda que esos síndromes se relacionan con procedimientos de la crianza del niño. La tercera implicación, concretamente la de que el erotismo progenital puede observarse en los niños, ya ha sido debatida y no vamos a tratar de ella aquí. Freud postula esencialmente tres fases que conducen a una cuarta y última fase. Como él dice: «La vida sexual no empieza sólo en la pubertad, sino que se inicia con manifestaciones claras poco después del nacimiento... la vida sexual comprende las funciones de obtener placer de zonas del cuerpo... una función que más tarde es puesta al servicio de la de la reproducción». Este impulso sexual se manifiesta a través de la boca durante el primer año de la vida del niño; es la llamada fase oral. Le sigue la fase anal, cuando hacia el tercer año de la vida la zona erotogénica del ano se convierte en la central. En tercer lugar, hacia los cuatro años de edad, llega la fase fálica. La fase final de la organización sexual es la fase genital, que se establece después de la pubertad, cuando todas las fases previas están organizadas y subordinadas a la finalidad sexual adulta en la función reproductiva.

 

Freud mantiene que esta sexualidad infantil es crítica en el desarrollo de la personalidad del individuo, y su represión produce ciertos rasgos de personalidad adulta, tales como la triada de la parsimonia, el orden y la obstinación, que se supone se derivan de la represión del erotismo anal. Como dice Freud: «Los rasgos permanentes del carácter son, o bien perpetuaciones incambiables del impulso original, sublimaciones de las mismas, o bien formaciones de reacción contra ellos». Así, él considera el besar como la perpetuación del erotismo oral, el sentido del orden como una formación de reacción contra el erotismo anal, y la parsimonia como una sublimación del erotismo anal. Las diferencias en la crianza del niño, tales como la duración y naturaleza del proceso de nutrición y destete, son responsables del efecto final que se observa como rasgos de personalidad en el adulto. ¿Cuál es la evidencia?. Puede decirse que existe alguna evidencia observativa de que los rasgos que Freud creía que iban juntos para formar esas diversas constelaciones, de hecho van juntos. Esta es una condición necesaria pero no suficiente para aceptar esquemas. Como ejemplo, tomemos el pesimismo oral como opuesto al optimismo oral. Esto fue investigado por Frieda Goldman-Eisler que seleccionó diecinueve rasgos que han sido mencionados por escritores psicoanalíticos como portadores de connotaciones orales; concretamente, optimismo, pesimismo, exocatexis (es decir, relaciones emocionales ante cosas y acontecimientos externos), endocatexis (reacciones similares ante eventos internos), crianza, pasividad, sociabilidad, apartamiento, agresión, culpabilidad, dependencia, ambición, impulsión, deliberación, cambio, conservadurismo e inasequibilidad. Estos rasgos fueron evaluados en ciento quince sujetos adultos, y sus inter-relaciones establecidas. Lo que surgió fue una dimensión clara, yendo desde el polo optimista oral (apartamiento, endocatexis, pesimismo, dependencia, pasividad). Aparentemente, pues, la hipótesis freudiana había sido demostrada.

No obstante una inspección más detallada de los resultados y de los elementos utilizados para la evaluación deja muy claro que la dimensión etiquetada por Goldman-Eisler «optimismo oral contra pesimismo oral» es, de hecho, muy parecida, e incluso idéntica, a una bien conocida dimensión de la personalidad, llamada extraversión-introversión. Exocatexis e indocatexis son simplemente traducciones griegas de los términos «extraversión» e «introversión»; es bien conocido que los extrovertidos buscan el cambio, mientras los introvertidos son pasivos y solitarios, etcétera. Ciertamente estas observaciones se remontan a Hipócrates y a los antiguos griegos, de modo que no puede sorprender que Freud notara las mismas relaciones de rasgos que han sido observadas por filósofos y psicólogos durante cientos de años. Por consiguiente debe decirse que esta relación es completamente freudiana.

Lo que importa es la hipótesis causal de Freud, que relaciona esas constelaciones de rasgos con los acontecimientos de los primeros tiempos de la vida del niño. A priori este es un postulado inverosímil, porque, en primer lugar, hay ahora clara evidencia de que los rasgos de personalidad de este tipo se basan muy fuertemente en fundamentos genéticos; en otras palabras, son mucho más heredados que adquiridos. Esto inmediatamente reduce de una manera considerable la importancia de la manipulación del medio ambiente.

Con todo, posiblemente aún más importante es la distinción hecha por los modernos geneticistas conductistas que hablan de determinantes ambientales dentro de la familia y entre la familia. Cuando hablamos de determinantes ambientales entre la familia, nos referimos a cosas tales como diferentes status socioeconómicos, diferentes facilidades educacionales, diferentes cualidades intelectuales del hogar, diferentes valores paternales y maternales, hábitos y prácticas de crianza, etc.; en otras palabras, nos ocupamos de los rasgos ambientales que distinguen a una familia de otra.

Los factores determinantes dentro de la familia se relacionarían con factores que diferencialmente afectan a niños dentro de una misma familia. Un ejemplo podría ser que un niño tuviera un maestro particularmente bueno mientras su hermano o hermana tuviera mucha menos suerte. O un niño puede contraer una seria enfermedad, mientras los otros niños de la familia escapan a ella. Ahora, ha quedado claramente demostrado en varios estudios a gran escala en los Estado Unidos, el Reino Unido y Escandinavia, que los determinantes ambientales de la personalidad que restan cuando los determinantes genéticos aparecen, son factores de «dentro de la familia»; en otras palabras, no hay pruebas del tipo de determinante ambiental que Freud propone. Por tales motivos no esperaríamos encontrar ninguna evidencia positiva para la determinación de los grupos de personalidad observados en la primitiva historia de la nutrición, destete, enseñanzas de aseo, etc., del niño.

 

En conjunto la evidencia no logra proporcionar ninguna prueba válida en este punto. Se hallan ocasionalmente muy pequeñas relaciones (no siempre en el sentido esperado), pero cuando se dan, usualmente hay una explicación alternativa mucho más respaldada que la freudiana. Así Frieda Goldman-Eisler obtuvo ligeras correlaciones entre destete temprano y pesimismo oral, y lo interpretó en términos freudianos. Pero considerando la frecuentemente demostrada importancia de factores genéticos, ¿no es igualmente verosímil que madres introvertidas, pasivas y solitarias tengan niños introvertidos, pasivos y solitarios, y que tales madres desteten a sus hijos más pronto que las madres optimistas y extrovertidas?. Una vez más, por lo tanto, tenemos un caso en el cual una explicación ambiental de la correlación entre padres e hijos es la preferible cuando no hay evidencia que nos permita descontar la alternativa genética.

Debiera también tenerse en cuenta que hay muchos rasgos en el estudio de Goldman-Eisler que van directamente en contra de la predicción freudiana. Así, como hace observar, «los datos no confirman la afirmación psicoanalítica de que toda frustración, impaciencia y agresión oral son inseparables o incluso relacionadas». En su análisis estadístico, ella consideró necesario postular dos factores para explicar todas las inter-relaciones entre los rasgos, más que el factor que la teoría freudiana postularía. Kline, en la primera edición de su libro, analizando los resultados relativos a los síndromes de la personalidad psicosexual, se vio obligado a admitir la siguiente conclusión: «De entre el considerable número de estudios que tratan de relacionar los procesos de crianza del niño con el desarrollo de la personalidad, sólo dos estudios respaldan levemente la teoría freudiana». Aquí se refiere al estudio de Goldman-Eisler del que acabamos de hablar, y a uno suyo, en el que utilizó los dibujos Blacky. Kline es considerablemente más sofisticado que la mayoría de autores en este campo, y en particular se esfuerza en demostrar que la teoría psicoanalítica en dicho campo es más compleja de lo que muchos investigadores habían supuesto. Observa que «además del variable ambiental existe el variable constitucional (el sello anal)... sólo cuando se aplica un severo entrenamiento a un niño del sello anal, se desarrollará el carácter anal». En otras palabras, se da cuenta de que los factores genéticos juegan un papel importante, e interactúan con variantes ambientales, tales como acostumbrar al niño el uso del orinal, para producir (¡si, de hecho, lo producen!) el carácter anal. Lo que Kline descubrió fue que resultados altos en su escala de obsesionalidad y otros cuestionarios similares tenían una significativa correlación con el grado de perturbación mostrado por estudiantes confrontados con la caricatura de un perrito negro defecando entre las perreras de sus padres (relativo a su respuesta a otra variedad de caricaturas Blacky), La correlación con obsesionalidad fue positiva para respuestas al crítico dibujo Blacky, tanto si eran clasificadas como «expulsivas anales» (venganza o agresión expresada contra los padres) o «retentivas anales» (mención de ocultación a los padres de la necesidad de limpieza).

Es difícil ver cómo esas correlaciones le permiten afirmar que «el estudio respalda las hipótesis freudianas relativas a la etiología de rasgos y síntomas obsesionales». Sobre el papel admite que toda vez que la teoría psicoanalítica específicamente hipotetiza que el carácter anal resulta de la fijación en la fase retentiva», debiera haber una correlación negativa con el resultado expulsivo»; el hecho de que la correlación es posible no parece preocuparle demasiado, aun cuando normalmente, en la Ciencia, uno creería que obtener resultados que eran exactamente los opuestos a lo que uno había predicho, no debiera permitirle a uno afirmar que los resultados respaldaban la hipótesis.

Kline también afirmó que sus resultados deben respaldar las teorías de Freud porque «no hay razón lógica para enlazar respuestas a un dibujo de un perro defecando con los rasgos obsesionales». Pero observando sus cuestionarios nos damos cuenta de que contienen elementos relativos a la preocupación por la limpieza, por ejemplo: «Cuando usted come, ¿se pregunta cómo estarán las cocinas?», y «¿considera usted anti-higiénico tener perros en casa?». ¿Es realmente irracional esperar respuestas a estas preguntas que se relacionan con el dibujo de un perro defecando?. La preocupación por la higiene, la limpieza, el orden y el autocontrol (aptitudes a estas cualidades son inevitablemente evocadas por este particular dibujo Blacky) son claramente vitales en el síndrome de personalidad obsesional tal como es definido en el cuestionario de Kline, y a causa de su contenido no es necesaria ninguna aplicación freudiana para juzgar sus resultados.

 

En última instancia, aunque no la menos importante, Kline asume completamente que el dibujo de Blacky defecando es una medida de «erotismo anal», pero mientras podemos estar de acuerdo en que el dibujo, de alguna manera, se relaciona con la parte «anal» de la frase, es difícil encontrar justificación alguna para asumir que es, también, «erótico». En inglés, esta palabra se refiere al amor (en esencial de tipo sexual); lo que significa exactamente para Freud no queda muy claro en los escritos de Kline, y éste no parece sentirse obligado a especificar de qué manera el dibujo de Blacky debiera ser considerado como una «medida objetiva de erotismo anal». Así, ni el estudio de Goldman-Eisler ni el de Kline nos dan razón alguna para sospechar que hay un significado etiológico en los factores que Freud supone críticamente que determinan la personalidad.

Hay otras fuentes de evidencia que aparentemente respaldan la opinión de que los primeros hechos ambientales en la historia de un niño determinan el desarrollo posterior de su carácter, siguiendo la línea de las hipótesis freudianas. Algunas de las más prominentes serán estudiadas más tarde cuando nos ocupemos de la influencia de Freud sobre la antropología, y la evidencia hallada en culturas diferentes de la nuestra. Veremos que, allí, la evidencia es igualmente tenue, y deja de respaldar por completo la visión psicoanalítica.

Consideremos ahora lo que son más propiamente llamados estudios experimentales, dirigidos al problema de la represión. Según Freud, «la esencia de la represión se basa simplemente en la función de rechazar y guardar algo fuera de la conciencia». La represión es una especie de mecanismo de defensa, para proteger al individuo contra experiencias emocionales desagradables. Hay varios estudios ilustrando el acceso experimental de este concepto. En uno de ellos se usaron dos historias del tema de un sueño; uno era una secuencia de un sueño edípico, la otra, similar, pero no edípico. A los sujetos se les leía una historia o la otra, y luego se les pedía que volvieran a contarlas. En el caso del tema edípico el recuerdo fue significativamente peor, tal como se predecía sobre la base de la teoría de Freud.

En otro estudio, se sometió a los sujetos a un test de asociación de palabras, usando cien palabras, y se les pedía que dijeran una palabra en respuesta a la palabra de estímulo propuesta por el experimentador; durante este test se tomaron varias medidas fisiológicas y de tiempo de reacción. El experimentador, entonces, mostró a cada sujeto diez palabras con perturbaciones de asociación, tales como largo tiempo de reacción, índices fisiológicos de emoción, etc. y diez sin ellas. Entonces cada sujeto debía de aprender a decir una palabra particular en respuesta a un dibujo. Tras esto, diferentes grupos de sujetos eran vueltos a llamar después de diversos intervalos de tiempo (quince minutos, dos días, cuatro días, siete días) y se les pedía que recordaran tantas palabras aprendidas como les fuera posible en cinco minutos; entonces debían volver a aprender los emparejamientos.

Se hicieron dos descubrimientos. Las palabras emotivas requirieron muchos más ensayos que las neutras para ser recordadas, y no hubo diferencia en la retención de palabras perturbadoras o neutras. Se pensó que la primera de estas conclusiones confirmaba la teoría freudiana, pero la segunda, en cambio, no la respaldaba. No obstante, hubo una mucha mayor variedad de asociaciones para las palabras perturbadoras, y como este factor del número de asociaciones a palabras neutras y perturbadoras no fue controlado, los resultados supuestamente positivos de ese estudio no pueden ser usados como corroboración del concepto freudiano de la represión.

Hay otros estudios que demuestran, dejando mejores técnicas experimentales, que el olvido de asociaciones está relacionado con la emotividad de los estímulos, y Kline concluye que «esto es, pues, un claro ejemplo de represión freudiana». Desgraciadamente, hay hipótesis alternativas que explican estos hechos. Se ha demostrado experimentalmente que el aprender pasa por dos etapas. La primera de ellas, la memoria a corto plazo, consiste en circuitos repercusivos en la corteza, que pueden retener información sólo por un breve espacio de tiempo. Para llegar a ser realmente disponible más tarde, la información debe ser transferida a la memoria a largo plazo, que consiste en unos arraigos químicos en las células. Este proceso de transparencia es llamado consideración, y es facilitado por la excitación cortical, es decir, por el grado en que el cerebro es vigorizado. Hay evidencia que demuestra que este proceso de consolidación precisa de tiempo, y que mientras el material está siendo consolidado, no está disponible para su recuperación, es decir, que la persona no puede recordarlo. Esta es la teoría llamada «disminución de la acción», y causa considerables dificultades en la interpretación de los descubrimientos tales como los arriba mencionados. Se sabe que las palabras que producen emociones aumentan la excitación cortical, y por eso producen la disminución de acción «durante el período de consolidación». Esta es una teoría alternativa a la freudiana que no tomaron en consideración los autores que realizaron los experimentos que acabamos de describir; tiene un respaldo experimental mucho más firme que las teorías de Freud, y a menos de ser demostrada como falsa experimentalmente, debemos concluir que los experimentos sobre la represión no nos dan ninguna clase de respuesta definitiva a esa cuestión. Se necesitaría un esquema mucho más cauteloso del experimento para descartar una interpretación basada en los términos de la disminución de la acción.

Ciertamente, lo que resulta una y otra vez del examen de la literatura empírica y experimental es que los autores, prácticamente siempre omiten, en sus estudios y resultados, tener en cuenta el punto de vista de la teoría psicológica, para ver si también podían haber sido predichos, igual o mejor, en términos bien conocidos de los psicólogos académicos, más que en términos freudianos. Hemos ya observado esta actitud en el caso del pequeño Hans, donde, a pesar de que los hechos de la situación pueden ser muy fácilmente explicados en términos de la teoría del condicionamiento, los psicoanalistas nunca han tratado de hacerlo, ni de preparar tests empíricos que pudieran diferenciar entre estos dos tipos de teoría. Elaborar experimentos para decidir entre tales teorías es considerado como una ocupación excepcionalmente útil y valiosa para el hombre de ciencia, y aunque es muy difícil llegar a conclusiones muy claras y a experimentos cruciales, interpretar resultados en términos de una sola teoría, descartando completamente posibles alternativas no se encuentra ciertamente en la mejor tradición de la investigación científica.

 

Consideremos ahora algunos estudios (18) reputados como especialmente bien concebidos y decisivos en sus conclusiones, con referencia particular a posibles explica­ciones alternativas. El primer estudio a tener en cuenta es uno que se ocupa de los que se chupan el dedo. Se hizo un es­tudio sobre la relación entre experiencias de primera nutri­ción en la infancia y el chupado de dedos en los niños, pro­bando varias hipótesis freudianas relacionando el chupado con la oralidad. La primera cosa que se observa es que dos de las hipótesis centrales dejaban de obtener confirmación. La cantidad de alimentación por el pecho que se le había dado a un niño no predecía ni la duración ni la severidad del chupado de dedos en época posterior de la infancia, ni tampoco había relación significativa entre la edad en que se producía el destete y la duración o intensidad del chupado de dedos. Estos hallazgos son decisivamente antifreudianos. Dos descubrimientos que podían ser interpretados en térmi­nos freudianos eran los siguientes: los niños que habían sido destetados tarde mostraban una reacción más severa ante el destete que niños destetados pronto, y niños que tenían un tiempo de alimentación -en promedio- corto, por biberón o por pecho, mostraban mayor severidad y persistencia en el chupado de dedos. ¿Pueden estos hallazgos ser realmente usados para respaldar las teorías freudianas?.

Nótese, antes que nada, que los niños no fueron asignados por azar: a un grupo de niños tempranamente destetados, se opuso otro grupo destetados tarde. Por consiguiente, no podemos descartar la posibilidad de lazos genéticos entre la conducta de los padres y la conducta de sus hijos. Una nutrición insuficiente o excesiva por parte de la madre puede reflejar una característica de su personalidad que se manifiesta en el niño con un interés y prolongado chupado de dedos (es decir, en una general emotividad y neuroticidad). Otra posibilidad es que la conducta de los niños haya influenciado la manera en que serían tratados por sus padres. Por ejemplo, se ha descubierto que los niños que tardaron en ser destetados y mostraron una reacción más severa contra el destete pudo ser debido a que se les permitió mamar del pecho o del biberón más tiempo de lo debido porque, en caso contrario habrían reaccionado fuertemente contra el destete. Pero también podemos cuestionar por qué un corto período de nutrición implica necesariamente una «gratificación inadecuada», como supone el autor. ¿Debemos creer que la madre que nutre poco, realmente le quitó el biberón al bebé antes que éste hubiera terminado?. Lo más verosímil es que se lo quitara al captar signos del niño indicando que ya tenía bastante (por ejemplo, vomitando). La mayoría de las madres saben que los niños varían enormemente, tanto en los momentos en que extraen leche del pecho o del biberón, como en la cantidad que requieren antes de llegar a la saciedad. Parece probable, pues, que el tiempo de nutrición haya sido determinado tanto por el niño como por la madre.

Por lo que se refiere a la relación entre la cortedad del tiempo de nutrición y la cantidad de chupado de dedos en la infancia posterior, que es realmente el único hallazgo positivo con algún sentido en la teoría freudiana del erotismo oral, debemos recurrir de nuevo a la conexión genética entre la conducta de la madre y la del niño, o deberemos una vez más sugerir que los tiempos de nutrición cortos han sido determinados por el niño, más que por la madre. Si debiéramos de postular «un impulso de chupar« generalizado, que variara de un niño a otro independientemente de la cantidad de alimentos requerida para la satisfacción del apetito, entonces el niño que chupa con mucha ansia del pecho o del biberón (mostrando así un tiempo de nutrición corto porque el punto de saciedad se alcanza más pronto) también debería tender a ser el niño que muestra un más severo y persistente chupado de dedos. Esta sería una teoría genética alternativa que encaja con los hallazgos reales.

Hay otra explicación posible. Todos los datos en cuestión se obtuvieron de informes retrospectivos facilitados por las madres, y aún cuando se concedió un plazo de seis meses entre los hechos anotados y el día en que fueron recogidos por el interrogador, debemos, no obstante creer en la existencia de alguna distorsión debida a los efectos de la motivación en la memoria. Si debemos asumir un factor de « deseabilidad social » que induce a muchas madres a querer impresionar al doctor más que otras, entonces la madre que informa que su hijo se chupa poco el dedo será también, probablemente, la madre que informa que ella pasó mucho tiempo nutriendo pacientemente a su hijo. Así, tendremos una plétora de hipótesis alternativas, ninguna de las cuales será tomada en consideración por el autor del informe, pero todas las cuales serán probablemente más verosímiles que la teoría freudiana que él sí tomó en consideración.

 

Una de las áreas en la cual el psicoanálisis ha sido particularmente importante es la de los desórdenes psicosomáticos: es decir, ciertas enfermedades que se supone son desencadenadas por eventos mentales, relacionados con la sexualidad infantil, el complejo de Edipo y otros, etc... El asma es una de tales enfermedades, y gran parte del moderno énfasis sobre la génesis psicológica del asma ha tenido que ver con la idea de que el significativo proceso psicodinámico en el paciente asmático es el miedo inconsciente a la pérdida de la madre, y que el ataque de asma es un llanto reprimido. Otro acceso etiológico al asma ha sido la consideración del papel jugado por los olores, y un par de investigadores trataron de demostrar la hipótesis de que los ataques asmáticos representan «un medio de defenderse fisiológicamente contra la activación mediante olores de conflictos no solventados en la infancia». Los autores utilizaron dos accesos: primero, recogieron información sobre los tipos de olores que provocaban ataques en los asmáticos, y pudieron clasificar un 74% de ellos como «derivativos anales»; segundo, anotaron asociaciones libres de asmáticos y controles sanitarios a una variedad de olores, y descubrieron que los asmáticos mostraban más «bloqueos de asociaciones» que los controles. Todo esto se supone respaldar una teoría psicodinámica que postula alguna forma de etiología anal del asma. Es difícil ver cómo los hechos confirman esto. Los olores denunciados por los asmáticos como implicados en sus ataques se clasificaron en tres grupos: los relacionados con alimentos (tocino, cebolla y ajo), los relacionados con el romance (perfume, primavera, flores) y los que tienen que ver con limpieza-suciedad (incluyendo olores sucios y desagradables, desinfectantes, azufre, humo, pintura, caballos, etc.). Habiendo ofrecido esta clasificación, los autores súbitamente dan un «salto» lógico que asegura el respaldo a la teoría psicoanalítica: estos tres grupos de olores son llamados «oral», «genital» y «anal», respectivamente, y como el 74% de todos ellos entran en la última categoría se supone que toda la teoría freudiana sobre el significado de los experimentos con orinales en la infancia, etc., queda así demostrada. Parece no habérseles ocurrido a los autores que su categoría «anal» era considerablemente más amplia que las otras dos categorías juntas, en términos de los olores abarcados, o que el 74% de los olores incluidos en esa categoría tienen asociaciones sucias y son mucho más desagradables que los olores de perfumes y de alimentos a la gran mayoría de gentes no-asmáticas. Sólo dos de entre cuarenta y cinco en esta categoría eran anales en el sentido literal (es decir, el olor a heces); la relación del ano con olores de humo, barniz, pintura, alcanfor, etc., parece más bien tenue.

Todo lo que parece haberse demostrado, de hecho, es que los olores que evocan ataques asmáticos tienden a ser los que la mayoría de la gente consideraría desagradables. En una base evolutiva hubiéramos podido esperar que estos olores produjeran una reacción de aversión biológica, y como los síntomas del asma involucran un encogimiento de los pasos del aire no es irracional interpretarlos como la representación de una tentativa de evitar absorber olores que son particularmente ofensivos para el individuo. Es difícil ver qué relación tienen estos «hallazgos» con el ano o con «conflictos no resueltos en la infancia»; parecen encajar con la teoría fisiológica de la hipersensibilidad de los asmáticos muy bien, pero no tienen nada que ver con la teoría freudiana.

Según la teoría freudiana, el mayor número de «asociaciones bloqueadas» debiera haber ocurrido con los olores anales, pero en la realidad la diferencia entre el grupo asmático y el grupo de control se encontró en las tres categorías de olores. E incluso si estamos dispuestos a aceptar el bloqueo de asociaciones como una medida válida de emotividad, no es evidente por sí mismo que los olores, hasta el punto en que se hallan implicados en el desencadenamiento de los ataques asmáticos, tiendan a ser más amenazadores para los asmáticos que para los controladores, y susciten en aquellos una emoción mayor. Después de todo, los síntomas de asma son muy desagradables; ¿por qué debiéramos sorprendernos de que los pacientes den muestras de emotividad cuando son sometidos a estímulos que verosímilmente van a precipitar el ataque?.

En otro estudio se probó la hipótesis de que los deseos pasivos orales desempeñan un papel importante en causar úlceras pépticas. La diferenciación, aquí, está en las características de los alimentos que aportan una oportunidad diferencial del pasivo oral (chupar), como opuestos a los de una gratificación agresiva oral (morder). Según la teoría, debemos esperar que las personas orales pasivas prefieran el primero de cada uno de los siguientes alimentos característicos, y las personas orales regresivas, el segundo: blando y duro, líquido y sólido, dulce y amargo, soso y salado, húmedo y seco, suave y sazonado, espeso y fino, pesado y ligero. Según la teoría psicoanalítica, la frustración de intensos anhelos de gratificación pasiva oral juega un significativo papel etiológico en la formación de las úlceras pépticas. Los autores del estudio compararon a treinta y ocho pacientes de úlceras pépticas con sesenta y dos pacientes que no padecían úlceras gastro-intestinales sobre un cuestionario de preferencias, y descubrieron que el primer grupo obtenía un resultado «pasivo oral» más alto, es decir, que escogían blando, líquido, dulce, soso, húmedo, suave, espeso y pesado, con preferencia a los alimentos del segundo grupo. ¿Respaldan estos resultados la hipótesis psicoanalítica?. La posibilidad más obvia parece ser que los pacientes de úlcera, prefieren los alimentos «pasivos» porque son más fáciles de digerir e irritan menos el estómago que los alimentos «agresivos». Tal consideración no parece desempeñar papel alguno en el grupo de control, donde los diagnósticos incluidos sugieren que los desórdenes sufridos por muchos de los sujetos podían ser clasificados como agudos o traumáticos, comparados con úlceras que son característicamente crónicas y constitucionales. Desórdenes tales como hernia, cáncer y lesiones en accidentes de coche no parecen entrañar una modificación en las preferencias alimentarías de sus pacientes, mientras que las úlceras tienden a desarrollarse lentamente a lo largo de prolongados períodos de tiempo antes de ser precisa la cirugía... el tiempo suficiente, tal vez, para que se produzcan cambios de adaptación en la selección de alimentos, que pueden ocurrir, ya espontáneamente, ya por consejo médico.

 

Lo que este estudio ha demostrado realmente es una relación entre úlceras y preferencias en alimentos. Esto nos dice muy poco sobre la tendencia de causa y efecto. Tal vez las diferencias de alimentos están directamente implicadas en la etiología de las úlceras, y nuestra constitución bioquímica está parcialmente influenciada por los productos químicos que ingiere nuestro cuerpo en la forma de alimentos. Hay muchas otras hipótesis alternativas, tales como que tanto las úlceras como las preferencias alimentarías reflejan una cierta «tercera variable», tal vez inestabilidad emocional, o ansiedad. El estudio deja la puerta claramente abierta a las interpretaciones alternativas.

Como último ejemplo de estudio empírico de procesos de enfermedades psicosomáticas de una clase psicodinámica, consideremos lo siguiente. En 1905 Freud había descrito el caso de Dora, y en él relacionó la apendicitis con las fantasías natales. A la edad de diecisiete años la paciente sufrió un súbito ataque de apendicitis: fue analizada por Freud un año después. Descubrió que la citada enfermedad ocurrió nueve meses después de un episodio en el cual ella recibió propuestas «impropias» de un hombre casado. Ella se había ocupado de los hijos de este hombre (por encargo de su verdadera mujer) y tenía secretas esperanzas de que se casaría con ella. La conclusión de Freud fue que «el supuesto ataque de apendicitis había permitido a la paciente... actualizar la fantasía del nacimiento de un bebé». Otros psicoanalistas, tales como Stoddart y Groddeck, generalizaron esta idea, y varios investigadores más la adoptaron. Yizhar Eylon llevó a cabo una detallada investigación para comprobar la hipótesis de que «algunos acontecimientos que se inician con agudos dolores en la fosa ilíaca derecha, lo que conlleva el diagnóstico de apendicitis aguda y apendectomía». Comparó a un grupo de pacientes de apendicitis con un grupo proporcionado de otros casos quirúrgicos, y halló un número significativamente mayor de «acontecimientos de nacimientos» en las historias recientes del grupo experimental. Esos « acontecimientos de nacimientos» incluían nacimientos verdaderos, el embarazo de parientes próximos y bodas a las que habían asistido la misma paciente. ¿Puede ser esto considerado como una evidencia en favor de la hipótesis freudiana?. La respuesta es no.

En la hipótesis freudiana se halla implícita la expectativa de que «la proporción de apéndices normales será más alta en apendectomías que sigan a acontecimientos natales que en apendectomías que no sigan a acontecimientos natales », es decir, que el examen patológico post-operativo de los apéndices después de su extracción revelaría una relación entre acontecimientos natales y pseudo-apendicitis más que una verdadera apendicitis. Los resultados de Eylon no corroboran esta hipótesis.

Otra hipótesis probada por Eylon que podría ser considerada como claramente crítica a la teoría freudiana es que la asociación entre acontecimientos natales y apendicitis debiera ser particularmente fuerte en hembras jóvenes toda vez que ellas son presumiblemente más susceptibles a fantasías natales que las hembras de más edad. En este caso, los resultados fueron completamente opuestos a la predicción. Todo lo que queda, pues, es un resultado positivo más bien periférico, concretamente una asociación general entre apendectomías y acontecimientos natales. Incluso aquí, vale la pena notar que con los criterios que Eylon fijó inicialmente para definir acontecimientos natales, no se detectó ninguna relación significativa con la apendectomía. Sólo restringiendo a las «cinco personas psicológicamente más próximas» al paciente, y disponiendo del tiempo límite, de un mes a seis meses antes o después de la operación, fue posible obtener una diferencia significativa en el sentido deseado por las hipótesis. Tal manipulación de datos no complace mucho a los hombres de ciencia, porque concede una latitud indebida a relaciones accidentales que no tienen significado estadístico, y son incontestables. Estas razones -y otras más- hacen imposible aceptar los resultados de Eylon como demostrativos, en ningún sentido, de la hipótesis psicodinámica.

 

Quedará claro, para cualquier psicólogo experimentado, y también para cualquier hombre de ciencia, que la tenue cadena de deducciones utilizada en la mayoría de estos estudios, los sistemas de medidas, curiosos y poco dignos de fiar utilizados (tales como los dibujos Blacky), y la omisión de ocuparse de hipótesis alternativas, descalificaría a la mayor parte de estos estudios desde el principio, por su falta de valor probatorio en este terreno. Sería difícil, por ejemplo, encontrar un solo estudio que prestara la más mínima atención a la influencia de los factores genéticos, a pesar de su reconocida importancia en el campo de la personalidad, de la anormalidad mental y de la neurosis. Una despreocupación tan completa por las propiedades científicas, tanto en la preparación de los experimentos como en la interpretación de los resultados, no evoca ciertamente un refuerzo serio para hallar la verdad. En casi cada caso en que una relación positiva ha sido reivindicada por el investigador, una hipótesis genética puede explicar verosímilmente los hechos observados, como puede serlo un hecho psicodinámico, y en vista del hecho de que sabemos mucho más sobre la genética del desarrollo de la personalidad que sobre cualquier otra cosa, tal negligencia de un factor causal tan obvio es inexplicable e inexcusable.

Los factores claramente genéticos no son los únicos que se olvidan al explicar el resultado de los experimentos detallados en el libro de Kline, o en el de Eysenk y Wilson. Se sabe mucho, por ejemplo, sobre la relación entre memoria y aprendizaje, por una parte, y emoción y excitación cortical, por otra. Estos hechos han sido establecidos con seguridad en miles de estudios de laboratorio, y suministran una explicación suficiente de la mayoría de los hallazgos interpretados por sus autores como corroboradores de las ideas freudianas. No obstante, es raro que ninguno de tales autores aluda a esos hechos y teorías bien establecidos en la psicología experimental como explicaciones alternativas; ellos interpretan sus resultados en términos freudianos, olvidándose por completo de principios alternativos mucho mejor establecidos... Esta, una vez más debemos decirlo, no es la manera en que la ciencia debería ser practicada, y no facilita ciertamente la tarea el tomar en serio los esfuerzos de los experimentadores que estudian los conceptos freudianos.

Los críticos pueden quejarse de que hablamos de estos estudios como si fueran « experimentales », cuando de hecho la mayoría de las investigaciones sobre las teorías freudianas mencionadas son, como máximo, empíricas, con muy pocas manipulaciones de la variable independiente. Técnicamente, tal objeción sería probablemente correcta en la mayoría de los casos, pero esto es, por supuesto, pura semántica. Los astrónomos hablan de un «experimento» cuando observan la curvatura de los rayos de luz de una distante estrella por el campo gravitacional del sol durante un eclipse; obviamente el astrónomo ha manipulado la luna colocándola en frente del sol. Desde el punto de vista de una explicación popular, estos estudios se parecen al verdadero experimento más íntimamente que las muy simples notas observativas hechas por Freud y sus seguidores durante sus sesiones con pacientes en el diván. Tal vez «empírico» sería un término mejor que «experimental», pero por razones de conveniencia he utilizado este último término.

Mi interpretación de la evidencia presentada, por ejemplo, en el libro de Kline es que no hay respaldo para ninguna de las hipótesis específicamente freudianas. Esto parecería contradecir la conclusión del propio Kline, según el cual, «cualquier rechace en bloque» de la teoría freudiana, en conjunto «se opone, simplemente, a la evidencia». Hay dos observaciones que deben hacerse aquí. La primera de ellas es que Kline omite buscar explicaciones alternativas de los hallazgos que analiza; este punto ya se ha mencionado antes, y no vamos a volver sobre él. El segundo punto, empero, puede requerir un debate más detallado. Se trata simplemente de que, como hemos dicho ya, lo que es verdadero en Freud no es nuevo, y lo que es nuevo no es verdadero. Hay ciertamente mucho de cierto en lo que Freud tiene que decir, pero no es nuevo y, por ende, no es esencialmente freudiano. Como hemos visto en el último capítulo, es, naturalmente, cierto, que los sueños se relacionan con las preocupaciones del soñador cuando está despierto, y que se expresan en formas simbólicas; pero no sería correcto decir que esto son nociones freudianas... han sido ampliamente conocidas desde hace dos mil años. Ya hemos visto que la noción del «inconsciente» ha sido sostenida por filósofos y psicólogos desde hace muchos siglos, y abonar en el crédito de Freud el descubrimiento del inconsciente es absurdo. Debemos ir con mucho cuidado, cuando etiquetemos un concepto o noción particular como «freudiano», en considerar los desarrollos históricos y fijarnos en qué ideas similares han sido expresadas por otros antes que Freud; a este se le debiera dar crédito sólo por lo que es verdaderamente nuevo.

Como ejemplo de la mezcla de nuevo y verdadero en Freud, consideremos sus conceptos del «id», del «ego» y del «super-ego», las tres partes en que, según él, se divide el aparato mental. Freud dice: «A la más vieja de estas provincias o agencias mentales le damos el nombre de id. Contiene todo lo que ha sido heredado, lo que se halla presente en el nacimiento, lo que está fijado en la constitución, es decir, por encima de todo, los instintos ». El id obedece a lo que Freud llama el principio del placer, y sus procesos mentales no están sujetos a ninguna ley lógica, y son inconscientes.

«El ego se desarrolló a partir de la capa cortical del id, el cual, estando adaptado para la recepción y exclusión de estímulos, está en contacto directo con el mundo exterior». Su función es calcular las consecuencias de cualquier conducta propuesta, y decidir qué actos que conducen a la satisfacción del id deben ser llevados a cabo o aplazados, o bien si las exigencias del principio del placer deberían ser suprimidas totalmente. El ego es el representante del principio de la realidad, y algunas de sus actividades son conscientes, algunas pre-conscientes y otras inconscientes.

 

El super-ego, considerado por Freud como el heredero del complejo de Edipo, internaliza las enseñanzas y castigos de los padres, y continúa llevando a cabo sus funciones. «Observa al ego, le da órdenes, le corrige, le amenaza con castigos exactamente como los padres, cuyo lugar él ha tomado». La noción del super-ego es muy parecida a la de la conciencia del pensamiento cristiano. Como lo expresa Freud: «El largo período de la infancia... deja tras él un precipitado, que forma dentro del ego una agencia especial, en la cual la influencia paternal se prolonga. Ha recibido el nombre de super-ego».

Está claro que el ego tiene un papel difícil, pues debe satisfacer las exigencias instintivas del id, y los dictados morales del super-ego. Esta teoría general ha sido muy bien recibida y sigue, en parte, la línea del sentido común, y del pensamiento psicológico desde los días de Platón. Pero, de hecho, una distinción similar es hecha por Platón en su famosa fábula de los dos caballos que tiraban de un carro, con el carretero tratando de controlarlos. El conductor es el ego; el caballo malo, tozudo e impulsivo es el id, y el caballo bueno es el super-ego. Tanto Platón como Freud utilizan claramente el mecanismo de una fábula para ilustrar un rasgo perfectamente bien conocido y sensible de la conducta humana. Somos animales biosociales, con la biología dictándonos ciertas necesidades instintivas para el comer, el beber, el sexo y algunas más, pero nuestras acciones están, también, controladas por exigencias sociales incorporadas en reglas y leyes, y transmitidas por padres, maestros y otros. La persona individual es impulsada y guiada por esos dos juegos de impulsos directivos, y debe mediar entre ambos. Todo esto es verdad, y siendo verdad puede parecer dar credibilidad a la teoría freudiana. Pero obsérvese que nada en ella es nuevo; las acciones específicamente freudianas, tales como que el super-ego es el heredero del complejo de Edipo, son, no sólo inverosímiles, sino completamente indemostradas. Es mucho más verosímil que el condicionamiento pauloviano intervenga en las exigencias del mundo externo (padres, maestros, compañeros, magistrados, sacerdotes), mediante recompensas y castigos, es decir, mediante la formación de respuestas condicionadas. Una vez más, no se encuentra, nunca, ninguna mención en la literatura psicoanalítica de tales teorías alternativas, pero, como he tratado de mostrar en mi libro sobre «Crimen y Personalidad», éstas han sido desarrolladas en estudios de laboratorio y han hallado mucho respaldo.

Freud poseía un envidiable don para el lenguaje, y los términos que él usaba, tales como principio del placer y principio de la realidad, hacen que su versión de una vieja historia parezca nueva y sea atractiva para los no iniciados. Pero cuando observamos la novedad de sus pensamientos y enseñanzas es cuando empezamos a tener dudas; la visión general es probablemente verdadera, pero lo que es específicamente freudiano en ella es casi con toda seguridad falso. En esto, se parece mucho a toda la obra freudiana.

Mucho trabajo empírico hecho en relación con las hipótesis freudianas no ha sido examinado en este capítulo, tal como la formación de los sueños y su interpretación, psicofisiológica de la vida cotidiana, etc. Una parte de ello ya se trata en capítulos aparte, donde llego a las mismas conclusiones a las que llego aquí. Tal vez debiera terminar este capítulo con una cita de T. H. Huxley, quien deploró « la gran tragedia de la Ciencia: la muerte de una bella teoría a manos de un hecho feo». Que la teoría de Freud sea bella puede ponerse en duda; él ciertamente trató de protegerla de ser muerta por hechos feos fraseándola de tal manera que los experimentos críticos fueran muy difíciles de ser llevados a cabo. No obstante, más de ochenta años después de la publicación original de las teorías freudianas, todavía no hay ninguna señal de que puedan ser respaldadas por evidencia experimental adecuada, o por estudios clínicos, investigaciones estadísticas o métodos de observación. Ello no demuestra que sean falsas -es tan difícil demostrar que una teoría es falsa como demostrar que es verdadera- pero por lo menos debiera hacernos dudar sobre su valor probativo y su significación como teoría científica. Como dijo en una ocasión otro gran hombre de ciencia, Michael Faraday: «Razonan teóricamente sin demostración experimental, y el resultado son errores». Estas palabras deberían estar bien grabadas en la tumba del psicoanálisis como doctrina científica.

 

Notas

(8). En el texto inglés, «mix the breed» significa mezclar la raza, o también casta, o progenie. Pero «breed» quiere decir, también, parir, criar, tener hijos (N. del T.).

(9). REM: iniciales de la frase inglesa «Rapid Eye Movement».

(10). «To screw», en castellano «atornillar», es un término vulgar anglosajón para significar gráficamente el acto de fornicar. (N. del T.).

(11). En inglés, respectivamente: «signal», y «single»; «confession» y «convention»; «suburbs» y «subways».

(12). En inglés, sucesivamente: «Don't burn your finger» y « ... your toes»; «I know his father-in-law» y « ... brother-in-law»; «a small Japanese restaurant» y «...Chinese restaurant» (N. del T.).

(13). En inglés: «You have hissed the mystery lectures» en lugar de « You have missed the mystery lectures » (N. del T.).

(14). «shad book» - «bad shock», mala descarga, en inglés (N. del T.). (15). «Vany Molts» - «Many Volts», muchos voltios, en inglés (N. del T.).

(16). «Lood gegs» y «good legs», buenas piernas (N. del T.).

(17). «Bine fody» y «fine body», cuerpo bonito. «Fire bobby», policía de fuego; «five boggies», cinco ciénagas (N. del T.).

(18). Los detalles se dan en los libros escritos por Eysenck y Wilson, así como por Kline (veáse Bibliografía) (N. del T.).

 

Siguiente

Índice

 Tus compras en Argentina

 

 Tus compras en México

 

Tus compras en Brasil

VOLVER

SUBIR