DECADENCIA Y CAÍDA DEL IMPERIO FREUDIANO

archivo del portal de recursos para estudiantes
robertexto.com

enlace de origen
Hans J. Eynseck

El doctor Hans J. Eysenck, nacido en 1916, es profesor de Psicología en la Universidad de Londres, y director del Departamento Psicológico en el Instituto de Psiquiatría (Maudsley and Bethlem Royal Hospitals). Es uno de los más conocidos psicólogos de la actualidad y también de los más polémicos. Su documentación y, sobre todo, la originalidad de sus ideas, le ha ganado la honrosa enemistad de quienes viven y se nutren de unas ideas llamadas «nuevas» desde hace un siglo.

Además de numerosos artículos en revistas técnicas, Eysenck ha escrito también varios libros, entre ellos Dimensión de la personalidad, Descripción y medida de la personalidad, La psicología de la política, Usos y abusos de la pornografía, La dinámica de la ansiedad y la histeria, Conozca su propio coeficiente de inteligencia, y Hechos y ficciones de la Psicología. Como psicólogo se enfrenta a la mitología de Freud y sus adláteres en Decadencia y caída del Imperio Freudiano. Son muy interesantes también sus incursiones en el campo de la Etnología, habiendo causado un gran impacto, su obra Raza, Inteligencia y Educación.

IMPRIMIR 

CAPITULO SÉPTIMO

PSICO-CHARLA Y PSEUDO-HISTORIA 

Hace falta una gran cantidad de historia,

para producir un poco de literatura.

Henry James 

Freud aplicó las llamadas «percepciones» de su teoría a muchos problemas que precedentemente no se había pensado que estuvieran ubicados en la provincia de la psiquiatría, tales como la explicación del ingenio y el humor, las causas de la guerra, la antropología y, en particular, la investigación de las figuras y acontecimientos históricos en términos de factores motivacionales. El campo es de­masiado vasto para que discutamos nosotros todos estos di­ferentes tipos de aplicación del psicoanálisis; de manera que nos concentraremos en lo que ha llegado a ser conocido como psico-historia; es decir la noción de que podemos obte­ner una percepción de las vidas de las figuras históricas me­diante el uso de los métodos y principios del psicoanalista, y aplicando los métodos psicoanalíticos a la antropología. El campo de la psico-historia ha sido bien debatido por David E. Stannard, en su libro «Escogiendo a la Historia: Sobre Freud y el Fracaso de la Psico-Historia», un regalo para to­dos los que se interesen por este tema; y el del psicoanálisis y la antropología ha sido bien examinado por Edwin R. Wallace, en su libro «Freud y la Antropología: una Historia y Re-Evaluación». Aquí sólo podemos dar una breve reseña de tan amplios temas.

¿Cuál es la diferencia entre historia y antropología?. Como comentó Claude Lévi-Strauss en 1958, la diferencia principal entre ambas radica «en su elección de perspectivas complementarias: la Historia organiza sus datos en relación con la expresión consciente de la vida social, mientras que la antropología procede mediante el examen de sus fundamentos inconscientes ». El mismo año, William L. Langer, el Presidente de la Asociación Histórica Americana, siguió a Freud para tratar de anular esta distinción, e invitó a los miembros de su organización a analizar y examinar los fundamentos inconscientes de la vida social del pasado. Muchos historiadores han seguido este canto de sirena, llegando algunos a pedir incluso que el psicoanálisis individual formara parte de la formación profesional del historiador académico. Ahora hay dos periódicos especializados en psico-historia, y el movimiento está ganando cada vez más adeptos. La verdadera cuestión que debe ser elucidada es si hay, o no, alguna sustancia en este nuevo movimiento. Stannard, irónicamente, hace preceder su relato por una cita del «Henry IV» de Shakespeare, cuando Glendower dice: «Puedo llamar a los espíritus de las vastas profundidades», y Hotspur replica: «¿Y qué?. Yo también puedo, y cualquier hombre puede, pero, ¿van a venir cuando tú los llames?». Esta es, en verdad, la cuestión.

Hay dos caminos que se abren al investigador en este campo. Puede ver muchos ejemplos rápidamente, o examinar uno con considerable detalle. Sólo por razones de espacio, he elegido estudiar con detalle el libro de Freud sobre Leonardo da Vinci, que fue publicado en 1910 y es considerado como el primer ejemplo verdadero de análisis psicohistórico. Stannard comenta:

Dentro de sus limitados alcances este trabajo contiene algunos de los más brillantes ejemplos de por qué la psicohistoria puede llegar a ser tan estimulante: percepción, conocimiento, sensibilidad, y, sobre todo, imaginación. También contiene algunas de las más claras ilustraciones de las trampas en esta clase de trabajos: está deslumbrantemente separado de los más elementales cánones de la evidencia de la logica y, sobre todo, del control de la imaginación.

Freud empieza su relato afirmando que Leonardo poseía ciertos rasgos que pueden dar la clave de su grandeza. El primero de ellos es lo que Freud llama una «femenina delicadeza de sentimientos»; dedujo tal noción del vegetarianismo de Leonardo y de su costumbre de comprar pájaros enjaulados en el mercado, para dejarlos libres. También era, aparentemente capaz de una conducta cruel e insensible, como se demuestra por sus estudios y bosquejos de caras de criminales condenados en los momentos de ejecución, y en haber inventado «las más crueles armas ofensivas» para la guerra. Freud comentó también la aparente inactividad de Leonardo, su indiferencia ante la competencia y la controversia, su hábito de dejar el trabajo sin terminar, y de trabajar muy despacio. Pero lo que suscita mayormente el interés de Freud, como ya era de imaginar, es la aparente combinación, en Leonardo, de «rigidez», de una «cruel repudiación de la sexualidad» y de una «vida sexual limitada», junto a «una insaciable e incesable sed de conocimientos».

Freud considera esta combinación de rasgos como adecuada -en línea- a la teoría del desarrollo psicosexual, y lo atribuye al proceso de sublimación. «Cuando el período de investigaciones sexuales infantiles ha sido rematado por una ola de represión sexual enérgica, el instinto de investigación tiene tres posibles vicisitudes distintas abiertas ante él, según sus primeras conexiones con intereses sexuales». La primera es una inhibición de curiosidad, y la segunda un retorno de la curiosidad en forma de «crianza impulsiva», pero es la tercera la que Freud sugiere como evidente en la vida de Leonardo: «En virtud de una disposición especial...

el instinto puede operar libremente al servicio del interés intelectual... (mientras) evita todo interés en los temas sexuales », al sublimar la sexualidad reprimida hacia impulsos de investigación.

 

Aquí, al parecer, Freud llega a una barrera impenetrable. Como él ha hecho observar a menudo, para investigar el desarrollo en la infancia del instinto sexual necesitamos usar los sueños del paciente y otros materiales, los cuales podremos asociar libremente y así podremos «regresar» a esas primeras etapas del desarrollo. Pero eso era difícil en el caso de Leonardo; no podía -¡evidentemente!- asociar libremente ni tampoco se disponía de mucha información sobre su infancia. Todo lo que sabemos es que nació en 1452, hijo ilegítimo de Piero da Vinci, notario de profesión, y de «una cierta Caterina, probablemente una campesina». ¿Cómo se las arregla Freud para hacer esteras sin ninguna paja?.

Lo hace con un truco típicamente freudiano. En los escritos de Leonardo sobre el vuelo de los pájaros, por los que tuvo un interés científico, aparece un párrafo curioso:

Parece que siempre estuviera destinado a ocuparme intensamente de los buitres, pues tengo como uno de mis más viejos recuerdos, que mientras estaba en mi cuna un buitre se posó encima de mí, y abrió mi boca con su cola, con la que golpeó varias veces mis labios.

Este es el párrafo que Freud utilizó, «con las técnicas del psicoanálisis», para «llenar el vacío en la vida de la historia de Leonardo mediante el análisis de las fantasías de su infancia». De tal modo, interpreta la cola del buitre como una «expresión sustitutiva» de un pene, y toda la escena como un ejemplo de felación, es decir, una experiencia homosexual «pasiva». También sugiere que la fantasía puede tener otro aspecto, en ese caso que el deseo de chupar un pene «puede ser rastreado hasta un origen del tipo más inteligente... simplemente una reminiscencia de mamar -o ser amamantado- en el pecho de su madre».

Freud analiza entonces las razones para escoger a un buitre en tal contexto. Observa, entre otras cosas, que en los viejos jeroglíficos egipcios «la madre es representada por un dibujo del buitre» (fonéticamente, las palabras para «madre» y «buitre» sonaban igual; muy parecidas al alemán Mutter, madre), y además que Mut era el nombre de una divinidad femenina egipcia parecida a un buitre. Freud continua mencionando varias otras fuentes posibles, incluyendo una vieja creencia según la cual los buitres machos no existían; sólo había hembras, y eran preñadas por el viento... una creencia usada por ciertos eclesiásticos para explicar la preñez de la Vírgen. Freud termina por afirmar que la importancia de la fantasía del buitre para Leonardo se basa en su reconocimiento de que «él también había sido un niño-buitre, había tenido madre, pero no padre... (y) de tal manera podía identificarse a sí mismo con el Niño Jesús, el consolador y salvador, aunque no sólo de esa mujer». Esta noción también indica la falta de información sobre la infancia de Leonardo ya que «la sustitución de su madre por el buitre indicaba que el niño se daba cuenta de la ausencia de su padre y se encontraba sólo con su madre». La fantasía del buitre puede servir como sustituto de los datos históricos que faltan ya que parece decirnos que Leonardo pasó «los primeros años críticos de su vida no al lado de su padre y madrastra, sino con su pobre, abandonada y real madre, de manera que tuvo tiempo de notar la ausencia de su padre».

Estas nociones salvajes son aceptadas como un hecho por Freud, que creía que pasar «los primeros años de su vida sólo con su madre» tuvo «una influencia decisiva» en la formación de la vida interior de Leonardo. Según Freud, Leonardo no sólo echó de menos a su padre, sino que se ocupó del problema con especial intensidad, y estaba atormentado... por el gran problema de de dónde venían los niños, y qué tenía que ver el padre con su origen». Esto explica, como «un inevitable efecto del estado de cosas» por qué Leonardo se convirtió en un investigador a tan tierna edad».

Freud continúa para tratar de explicar, en términos de su teoría del desarrollo sexual infantil, la supuesta homosexualidad de Leonardo. Empieza por la observación clínica de que en los primeros años de su vida los homosexuales experimentan «un apego erótico muy intenso hacia una persona del sexo femenino, por regla general, su madre», el cual es «evocado o promocionado por una excesiva ternura por parte de la misma madre, y aún más reforzado por la pequeña parte desempeñada por el padre durante su infancia... La presencia de un padre fuerte (que) asegurara que el hijo tomara la decisión correcta en su elección del objeto, concretamente alguien del sexo opuesto» puede impedir el desarrollo de apegos sexuales, pero si, como Freud creía, Leonardo fue criado por su madre en ausencia de su padre, entonces las tendencias homosexuales parece se deberían producir.

¿Hay alguna prueba de la homosexualidad de Leonardo?. Hay muy poca cosa, ciertamente. A la edad de veinticuatro años Leonardo fue anónimamente acusado de homosexualidad, junto con otros tres jóvenes, pero la acusación fue investigada y los cargos demostrados como falsos: ¡he aquí una evidencia difícilmente considerada aceptable para un aspecto tan importante en la reconstrucción de Freud!. Este continúa, afirmando que Leonardo a menudo escogía jóvenes guapos como discípulos suyos, y que mostraba hacia ellos bondad y consideración. En el diario de Leonardo hay anotaciones de pequeños gastos en dinero para sus discípulos... según Freud, «el hecho de que dejara tales documentos en prueba (de bondad) debía tener una explicación».

 

También se encuentra en los papeles de Leonardo una mención del dinero pagado por el funeral de una mujer identificada sólo como Caterina; Freud, en la ausencia de evidencia alguna sobre este punto, sugirió que esa Caterina era la madre de Leonardo. Stannard compendia los más bien retorcidos razonamientos de Freud, amalgamando todos estos hechos y conjeturas de la siguiente manera:

Cuando cotejamos, una al lado de otra, las anotaciones relativas a los gastos para sus alumnos con esta nota sobre gastos de funeral, nos revela una dramática y hasta ahora desconocida historia: aunque constreñidos e inhibidos de la expresión consciente, los sentimientos reprimidos de Leonardo, de atracción erótica hacia su madre y, sus discípulos, adoptan el carácter de una «neurosis obsesiva», hecha evidente por su «compulsión a anotar, con laboriosos detalles, las sumas que gastó en ellos». La vida escondida del artista aparece ahora claramente, como esta riqueza de evidencia acumulada nos permite contemplar a la mente inconsciente de Leonardo traicionando lo que su mente consciente nunca podría admitir: «Fue a través de esta relación erótica con mi madre como me convertí en un homosexual».

Finalmente, Freud trata de indicar la relevancia de su análisis con una explicación del genio artístico de Leonardo. Según Freud, «la clave de todos sus éxitos y desgracias está escondida en la fantasía infantil del buitre». Esta fantasía «procede de la memoria de haber sido besado y amamantado por su madre... esto debe ser traducido así: mi madre depositó innumerables besos apasionados en mi boca». Armado de esta noción, Freud trata de interpretar una de las obvias características de las últimas pinturas de Leonardo, «la notable sonrisa, a la vez fascinadora y misteriosa, que él conjuró en los labios de sus personajes femeninos ». Esta « sonrisa de arrobamiento y éxtasis », retratada en la «Mona Lisa» de Leonardo, según Freud, hizo despertar algo «que había permanecido dormido por largo tiempo en su mente, probablemente una vieja memoria», la memoria, por supuesto, de su madre y la sonrisa que había una vez hallado expresión en su boca. «Había estado mucho tiempo bajo el dominio de la inhibición que le impedía desear tales caricias de los labios de las mujeres», pero «no se hallaba bajo ninguna inhibición para tratar de reproducir la sonrisa con su pincel, transmitiéndosela a todos sus cuadros.

He aquí un breve y algo truncado relato de la teoría de Freud, que incluso en una primera lectura parecerá notablemente especulativa, con muy poco respaldo de hechos. Parecería haber algunas coincidencias más bien sorprendentes pero, como aclara Stannard en su análisis, éstas desaparecen tan pronto como se observa seriamente la evidencia.

Todo el análisis se basa en el episodio del buitre, y la extraordinaria habilidad de Freud para tejer largos y detallados cuentos alrededor de un simple elemento en ningún otro lugar se encuentre mejor ilustrada que en su elaboración de esta fantasía. Leonardo, de hecho, menciona a los buitres sólo una vez en sus escritos, bajo el encabezamiento de «Glotonería», y esto es lo que dice: «El buitre es tan dado a la glotonería que volaría mil millas para alimentarse con carroña, y este es el motivo por el cual sigue a los ejércitos ». Tal como comenta Stannard: “Creo que es justo decir que esta frase no respalda la tesis de Freud de que Leonardo inconscientemente asociaba la imagen del buitre con su amada madre, expresada así: »él había sido también un niño buitre», y por extensión tendía a identificarse a sí mismo con el niño Cristo». Al contrario, la frase de Leonardo sugiere que él tenía del buitre una imagen más bien diferente que la de la Madre-Virgen de los Padres de la Iglesia; la imagen de la cual Freud afirmaba que «es difícil dudar» que Leonardo conocía.

El recuerdo de una memoria primitiva en la cual Freud basaba su intepretación ciertamente existe: está escrito en el dorso de una página que contiene varias anotaciones sobre el vuelo de los pájaros, pero no se refiere a un buitre si no a un milano, un pequeño pájaro parecido a un halcón. El «buitre» resulta haber sido una simple traducción errónea de «milano», y así toda la especulación de Freud se basa esencialmente en un concepto equivocado. Toda la riqueza de alusiones a los buitres en los escritos egipcios, y en las especulaciones teológicas de los Padres de la Iglesia, se vuelven inaplicables a la fantasía de Leonardo. ¿Cuáles eran, de hecho, las ideas de Leonardo sobre el milano?. Se mencionan bajo el encabezamiento «Envidia», y el texto dice: «Del milano se lee que cuando ve que sus hijos en el nido están demasiado gordos se come el alimento que está cerca de ellos y les deja sin comida ». ¡No será gran cosa para corroborar la tesis de Freud!.

 

Los seguidores de Freud se dieron cuenta de este error crucial, pero trataron de argumentar en su defensa. James Strachey, que editó «La Edición Standard de las Obras Completas Psicológicas de Sigmund Freud», lo llamó «un hecho incómodo» en que una carta a Ernest Jones, pero en otro lugar descarta el error como «un documento de respaldo corroborativo para el análisis psicológico de la fantasía», manteniendo que «el cuerpo principal de los estudios de Freud no queda afectado por este error». Otros, tales como Ernest Jones, han llamado a este error «esa parte no esencial de la argumentación de Freud» y Kurt Eisler mantiene que el problema resultante no afecta «a la clase de conclusión a que llegó Freud sino solamente... a la premisa particular sobre la que descansaba la conclusión», «como la interpretación de Freud no se refiere específicamente a la clase de pájaro, aquélla debe ser correcta». Stannard comenta que «éstas son palabras que merecen una cuidadosa segunda lectura» y continúa:

Estos esfuerzos para ayudar son abnegados, pero equivocados. Para decirlo simplemente: Freud construyó la mayor parte de su análisis a modo de una pirámide invertida, cuya completa estructura se balanceaba sobre la piedra maestra de un solo hecho discutible y su interpretación; una vez que se demuestra que este hecho es falso, y es reiterado como soporte, todo el edificio comienza a derrumbarse. Y ningún balbuceo retórico ni ninguna pantalla de humo pueden ocultar este proceso de desintegración natural.

Stannard procede entonces a desmantelar este «edificio». La iluminación de la fantasía del buitre significa que ya no tenemos ninguna razón para creer que Leonardo se preocupaba por la alegada ausencia de su padre durante su infancia, una idea generada únicamente por ese simbolismo del buitre. Una vez más, Freud se había basado enteramente en su análisis de la fantasía del buitre para volver a crear la historia de la infancia de Leonardo; su eliminación significa que no tenemos ninguna razón en absoluto para creer que Leonardo pasó todos esos años solo con su madre, y, de hecho, descubrimientos recientes sugieren que Leonardo fue, de hecho, un miembro del hogar de su padre desde el día de su nacimiento. Stennard debate el problema de la homosexualidad de Leonardo, y de numerosos detalles para mostrar que la alegada «evidencia» aducida por Freud es completamente irrelevante y sin valor. Y concluye:

Así, pues, tras descartar las nociones de Freud, que son totalmente incorrectas, indemostrables, y/o irrelevantes, nos queda lo siguiente: Leonardo no dejó ninguna prueba de actividad sexual de ninguna clase; guardó anotaciones de pequeños gestos, algunos de los cuales se referían a sus alumnos; también era muy curioso sobre las cosas. Esto es todo».

¿Qué hay de la aplicación de los análisis de Freud a las creaciones artísticas de Leonardo?. Es crucial para la hipótesis de Freud que la famosa sonrisa de «Mona Lisa» apareciera primero en ese cuadro particular, y fuera observada sólo en este y en otros trabajos posteriores. Esto se debe a que fue la mujer reproducida en la pintura, la que despertó en Leonardo el «viejo recuerdo» de la sonrisa de su madre que había permanecido durante largo tiempo «durmiendo en su mente», según Freud. Pero, como observa Stannard en un fascinante debate sobre la evidencia histórica, hay una prueba fáctica que convierte el caso de Freud en simplemente erróneo. Es el hecho de que existe un dibujo preliminar del cuadro «Anna Metterza» que antecede a «Mona Lisa» en varios años. Y en ese dibujo las caras de Anna y de la Virgen María poseen exactamente las mismas sonrisas que el cuadro posterior, el mismo cuadro que Freud incorrectamente asumió que seguía la inspiración inducida por «Mona Lisa». «En pocas palabras, la simple cronología basta para hacer ver que la tesis de Freud es incorrecta».

 

El libro de Freud sobre Leonardo da Vinci ejemplifica de una manera curiosa los cuatro grandes conjuntos de problemas de la psico-historia. Como dice Stannard, son problemas de hecho, problemas de lógica, problemas de teoría y problemas de cultura. Ilustra su crítica de estos problemas con una referencia a un cierto número de escritos publicados por los seguidores de Freud; algunos de ellos serán citados a continuación.

Problemas de hecho, naturalmente, constituyen un conjunto claramente obvio, que se relaciona con lo que muchos consideran el trabajo principal del historiador, es decir, descubrir exactamente lo que sucedió en el pasado. Los psicoanalistas, en el asunto de la «psico-historia» tienen tendencia a inventar y, por la interpretación, sugerir lo que debió haber sucedido, y luego continuar como si lo que ellos han construido hubiera sucedido realmente. La reconstrucción freudiana de la infancia de Leonardo es un ejemplo preclaro de esto; su reconstrucción se basa, como hemos visto, en interpretaciones erróneas de hechos no existentes, y sus sugerencias, tales como la ausencia de influencia paterna en Leonardo, han sido descalificadas por la investigación moderna. Como ejemplo suplementario, consideremos el trabajo de Erik Erikson, que es generalmente considerado como la luminaria entre los psico­historiadores. En su libro sobre «El Joven Lutero», Erikson escoge un acontecimiento clave en la vida de un sujeto, de manera parecida a como Freud se concentró en la supuesta Fantasía del «buitre». En la historia de Erikson, Lutero estaba sentado en el coro del monasterio de Erfurt cuando oyó la lectura del evangelio que se refería al exorcismo de un endemoniado sordomudo. Cayó al suelo «y rugió con la voz de un toro: ¡No soy yo! ¡No soy yo!». Erikson interpreta esto como « la protesta pueril de alguien que ha sido insultado o caracterizado con adjetivos desagradables, en este caso, sordo, mudo, endemoniado».

Erikson afirma luego que sería «interesante saber si en ese momento Martín rugió en latín o en alemán. Tal como comenta secamente Stennard:

Sería, de hecho, más interesante saber si rugió realmente. Es probable, considerando la calidad de la evidencia, que no rugió. La evidencia para el «incidente del ataque en el coro» es un trocito de murmuración filtrada a través de varios niveles de rumores y promocionada enteramente por enemigos declarados de Lutero. Que Erikson airee el incidente y lo utilice como un acontecimiento clave en el primer capítulo analítico de su libro es, como observa un teólogo, como citar seriamente y debatir extensamente un informe sobre Freud cuya única fuente fuera un relato de antisemitas nazis, publicado por uno de ellos al oír un testimonio de cuarta mano.

La descripción psicoanalítica que hace Erikson del desarrollo de la infancia de Lutero requiere que el joven Martín tenga un padre ruin y tiránico, con objeto de que la áspera imagen que el joven tenía del «padre de los cielos» pudiera ser considerada como una proyección de su padre terrenal. Ahora bien: no se conoce prácticamente ningún hecho de la infancia de Lutero, de manera que el esquema de Erikson debe ser fabricado prácticamente a partir de la nada, haciendo interacciones abusivas de dos relatos que pretenden que una vez le pegó su madre y otra su padre. El primero de tales relatos indica, no obstante, que la madre tenía buenas intenciones, y el segundo que posteriormente el padre hizo grandes esfuerzos para recuperar el afecto del muchacho. Pero, ciertamente, incluso esas referencias son muy dudosas, toda vez que fueron recogidas por sus alumnos cuando él tenía cincuenta años, aparecen en diferentes versiones, y nunca fueron revisadas por el propio Lutero. Además, como observa Stannard:

Esta evidencia inconsistente y anecdótica es muy poca cosa si se la compara con el abundante material indicativo de que en el hogar del joven Lutero imperaba el amor y el respeto. Es esta clase de exageraciones ante una evidencia patentemente contradictoria lo que ha llevado incluso a las más abiertas y tolerantes autoridades en Lutero... a referirse a las «violentas distorsiones» de Erikson, a su «cúmulo de exageraciones y especulaciones sin fundamento». En ambos casos, sus críticos no eran en absoluto, enemigos de la idea de la psico-historia, pero insistían, simplemente, en que «una pirámide de conjeturas» era una base insuficiente para un esfuerzo de esa índole, porque como (uno de ellos) dijo, basta, simplemente, con ceñirse a los hechos.

Este es el problema con la contribución de Freud en todos los campos; los hechos nunca son presentados como hechos, sino que están siempre imbricados con especulaciones, interpretaciones, sugerencias y otras clases de materiales no-fácticos.

 

La manera de proceder de Freud y sus seguidores es compendiada por Stannard como problemas de lógica. Como él hace ver, cometen el elemental error que se conoce en lógica como post hoc ergo propter hoc, es decir, la noción de que como B sigue a A, B debe haber sido causado por A. (Se recordará que idéntico error lógico surgió también en nuestra crítica sobre los esfuerzos curativos de Freud). Los escritos históricos, en general, no se libran de esta falsa suposición, pero Freud lo ha elevado a un forma de arte mayor. Ya no es necesario en los escritos psicoanalíticos que el Acontecimiento A haya existido en absoluto; si se encuentra que B existe, puede presumirse con certeza que A ha debido suceder, toda vez que el psicoanálisis afirma que B es una consecuencia de A. En otras palabras, la teoría freudiana no considerada como un Absoluto, y una guía segura incluso para argumentos retrospectivos yendo desde las consecuencias ante los antecedentes, donde nada se sabe sobre estos antecedentes. Los escritos sobre Leonardo da Vinci y Martín Lutero ilustran ambos este punto extensamente.

Este problema de lógica conduce inexorablemente a problemas de teoría. Como observa Stennard:

Este problema implica el método que usa el psicohistoriador para inventar los hechos de la infancia de un sujeto antes de mostrar que estos hechos sean la causa de la conducta adulta. Uno puede leer montones de escritos psicohistóricos sin nunca encontrar evidencia de que el autor no hizo más que tomar la teoría psicoanalítica como un dato científico innegable. Si la teoría psicoanalítica es tal clave, entonces por lo menos algunas de las debilidades inherentes a los problemas de hechos y de lógica debieran disiparse. Pero no es así.

Apenas necesitamos documentar este punto; todo este libro es un intento de demostrar que la teoría psicoanalítica es, en gran parte, si no en su totalidad, enteramente errónea, y no puede, pues, ser usada como clave para comprender la acción. Así, la psico-historia invierte el procedimiento corriente de la ciencia; interpreta los hechos en términos de una teoría antes de demostrar la aplicabilidad o lo que hay de verdad en esa teoría, e incluso descartando la aplastante evidencia de que tal verdad falta casi por completo. Se nos dice que un acontecimiento ha debido suceder porque el psicoanálisis lo dice, pero sin demostración de que efectivamente sucedió. Tal confianza en la teoría es completamente inaceptable, no sólo en Naturivissenschaft, sino incluso en Geisteswissenschaft.

El último grupo de problemas afrontados por la psicohistoria lo constituyen los problemas de cultura. Freud generalmente razona, e igual hacen sus seguidores, a partir de su propia percepción de los significados de las acciones que, de hecho, pueden haber tenido significados muy diferentes en diferentes épocas y en diferentes culturas. Ya he mencionado el hecho de que Freud considera el hábito de Leonardo de comprar y liberar pájaros enjaulados como evidencia de su dulzura. Parece ignorar el hecho de que tal era una práctica popular que se suponía traía buena suerte. Leonardo, en efecto, tenía un carácter dulce y bondadoso, pero esta particular conducta podría ser mucho más fácilmente explicada en otros términos por cualquiera que estuviera suficientemente impuesto de la cultura popular de su tiempo.

Un interesante ejemplo de esta tendencia es facilitado por Stannard, que lo recoge del libro de Fawn Brodie, «Thomas Jefferson: Una historia íntima». Brodie está muy intrigada por la relación de Jefferson con Sally Hemings, una joven esclava mulata, y propone ciertas razones psicoanalíticas para tal relación. Como evidencia de la preocupación de Jefferson por la «mujer prohibida», y la im­ortancia de ésta para sus «necesidades internas», cita el hecho de que las descripciones del paisaje en el diario de sus viajes a través de Holanda incluyen ocho referencias al color de la tierra como «mulato». Brodie no parece saber que la palabra «mulato» era comúnmente usada por los americanos del siglo XVIII para describir el color del suelo. Hogaño el término parece raro con referencia al color, y tendemos a darle una interpretación completamente diferente de la que se le hubiera dado hace doscientos años. Se supone que los historiadores conocen tales hechos, pero los «psico-historiadores», ignorantes sobre el tiempo y la cultura de que escriben, pueden interpretar equivocadamente los hechos que ellos desentierran.

Stannard concluye su examen afirmando:

Las críticas tradicionales referentes a la vulgaridad, el reduccionismo, la trivialización y otras, continúan siendo observaciones válidas para la empresa psico-histórica. Pero la razón más importante y fundamental para la repudiación de esta empresa es, ahora, muy clara: la psico-historia no funciona y no puede funcionar. Ha llegado la hora de enfrentarse al hecho de que, detrás de todas sus posturas retóricas, la visión psicoanalítica de la historia es, irremediablemente, de una perversidad lógica, de debilidad científica y de ingenuidad cultural. En pocas palabras, ha llegado la hora de abandonarla.

 

Los lectores que no estén convencidos de la solidez de las conclusiones de Stennard están invitados a estudiar su libro, que contiene todos los detalles que inevitablemente han sido omitidos aquí.

Lo que ha sido dicho sobre la «psico-historia» freudiana puede igualmente decirse, y en términos aún más enérgicos, sobre la contribución de Freud a la antropología. La teoría de Freud en este campo, que está bosquejada en «Totem y Tabú», es demasiado conocida para precisar una amplia presentación. Según el retrato hecho por Freud, el hombre empezó su carrera cultural bajo la forma de una organización social en la cual un solo patriarca gobernaba a toda la tribu de una manera dictatorial, ejerciendo un dominio sexual exclusivo sobre sus hermanas e hijas. Conforme el patriarca se fue haciendo más débil y sus hijos más fuertes, esos jóvenes sexualmente excluidos, organizaron el asesinato de su padre, le mataron, y se lo comieron. Sin embargo, los hermanos quedaron entonces turbados por su culpabilidad, y reprimieron su deseo de tener relaciones sexuales con sus madres, hermanas e hijas. Al mismo tiempo, trataron de expiar el asesinato y la orgía canibalística creando el mito del Totem, el símbolo animal de su padre, que desde entonces fue considerado tabú como alimento, excepto en ocasiones rituales. En este sentido, el parricidio inicial, ayudado por huellas de memoria hereditaria en el « inconsciente racial» dio origen al complejo de Edipo, tabú incestuoso del núcleo familiar, a la exogemia de grupo, al totemismo y a muchos otros rasgos de la civilización primitiva.

Freud usó este anacrónico marco en un intento de abarcar el problema de la diversidad de culturas. Igual que hizo con su teoría del desarrollo de la infancia con sus series de etapas, estableció la ecuación de personalidad salvaje con personalidad infantil, siendo cada individuo moderno como una recapitulación de la evolución de la cultura, por el paso a través de varias etapas de progreso hacia la madurez. Ciertas culturas, como algunos individuos, sufren un paro en su desarrollo en diversos puntos por falta de «civilización» (madurez). Este es un cuadro sobrecogedor, pero completamente ayuno de evidencia, de semejanza con hechos históricos, de lógica, o de metodología aceptable. Boas, tal vez el más prominente antropólogo de su tiempo, dijo lo siguiente sobre las especulaciones de Freud:

Así pues, mientras debemos agradecer la aplicación de todo progreso en el método de la investigación psicológica, no podemos aceptar como progreso en el método etnológico la enajenación de un nuevo método unilateral de investigación psicológica del individuo a través de fenómenos sociales el origen de los cuales puede demostrarse que está históricamente determinado y está sujeto a influencias que no son en absoluto comparables con las que controlan la psicología del individuo.

A esta crítica siguió el importante trabajo empírico de Malinowski, que apareció para refutar la universalidad del complejo de Edipo. Como demostró, los isleños de Trobriand vivían en una cultura en la cual era el hermano de la madre, no el padre del niño, la figura de la autoridad. Esto significaba que la disciplina represiva no se originaba en el hombre que monopolizaba sexualmente a la madre del niño, privando así a la relación padre-hijo de los rasgos ambivalentes de amor-odio que Freud había (según él) observado en sus pacientes europeos.

Otro clavo en el ataúd de las teorías de Freud en cuanto se relacionan con la antropología debía ser el trabajo de Margaret Mead, que desarrolló sus estudios sobre el terreno en Samoa. Boas le encargó la tarea de destruir la noción de una naturaleza humana, estrechamente fijada, racial o panhumana hereditaria. Para seguir este mandato ella acentuó en sus escritos que entre los samoanos la adolescencia no es una época de tensión, que el niño no es necesariamente más imaginativo que los adultos, que las mujeres no son necesariamente más pasivas que los hombres, etc. Desgraciadamente, su trabajo era de tan baja calidad y tan contrario a los hechos, que Derck Freeman pudo recientemente demostrar en su libro «Margaret Mead y Samoa» que en prácticamente cada detalle su relato contradice el de todos los demás antropólogos que han estudiado la cultura samoana.

 

Por raro que parezca, muchos lectores han creído que el cuadro idealista que Mead pinta de Samoa como un paraíso tropical en el cual chicos y chicas crecen en una atmósfera sin tensión, sin problemas sexuales y con idílicas relaciones amorosas llevadas a cabo sin ningún pensamiento serio sobre las consecuencias, como una sociedad en la cual hay cooperación pero no competencia, no hay delincuencia, y, por encima de todo, un bello sentido de felicitad y satisfacción, es algo parecido a un ideal mundo freudiano en el cual no hay inhibiciones y en el que los complejos neuróticos han dejado de existir. Mucha gente, en verdad, ha tomado la Samoa de Margaret Mead como una especie de Utopía sexual hacia la cual hay que tender, en la esperanza de establecer algo parecido en el mundo occidental. La realidad, como quedó firmemente demostrado por Freeman, es lo contrario: los samoanos poseen el más elevado promedio de violaciones de cualquier cultura conocida, los hombres son hostiles y belicosos, guardan celosamente la virginidad de sus mujeres y son ferozmente competitivos y agresivos. De todas las críticas sobre la antropología de Freud, las que se basan en los «hallazgos» de Margaret Mead pueden ser, con toda seguridad, descartados como irrelevantes.

En general, las objeciones de Boas y sus colegas a las nociones freudianas están bien fundadas: simplemente no hay base alguna para la evidencia que Freud coloca en el centro de su antropología. Los freudianos, naturalmente, contraatacan y utilizan, como siempre, no un argumento racional, sino un argumentum ad hominem. Un ejemplo típico es lo que tuvo que decir Géza Rodhem sobre las críticas formuladas por la escuela de Boas, que insistía en la importancia fundamental, para la antropología, de la diversidad de los diferentes grupos humanos:

Pero el punto sobre el que deseamos insistir ahora es que esta impresión de completa diversidad de varios grupos humanos es creada, en gran parte, por el complejo de Edipo, es decir, el complejo de Edipo de los antropólogos, o psiquiatras, o psicólogos. No sabe qué hacer con su propio complejo de Edipo... por consiguiente scotomiza una clara evidencia para el complejo de Edipo, aún cuando su formación debiera permitirle verlo... Esta represión del complejo de Edipo es complementada por otra tendencia preconsciente, la del nacionalismo. La idea de que todas las naciones son completamente diferentes la una de la otra y de que el objeto de la antropología es simplemente descubrir cuán diferentes son, es una manifestación tenuemente velada de nacionalismo, la contrafigura democrática de la doctrina racial nazi o de la doctrina de clases comunista. Ahora, por supuesto, me doy perfectamente cuenta del hecho de que todos los que abogan por el estudio de las diferencias son gentes bienintencionadas y que conscientemente están en favor de la hermandad de la Humanidad. El slogan de la «relatividad cultural» se supone que significa justamente esto. Pero yo soy un psicoanalista. Yo sé que todas las actitudes humanas proceden de una formación de compromiso de dos tendencias opuestas y conozco el significado de la formación de reacción: «Tú eres completamente diferente, pero yo te perdono», a esto es a lo que se llega. La antropología se halla en peligro de ser llevada a un callejón sin salida al ser sometida por una de las más antiguas tendencias de la Humanidad, la del grupo interior contra el grupo exterior.

En otras palabras, cuando tú no estás de acuerdo conmigo, tú te equivocas porque lo que tú dices es un producto de un complejo de Edipo reprimido, por consiguiente no tengo que responder a tus objeciones fácticas. Esto, debe decirse, no es una buena actitud para la promoción del acuerdo científico.

El análisis psico-cultural hecho por los freudianos usa esencialmente los mismos métodos de análisis que la «psico-historia», y está sujeto, esencialmente, a las mismas críticas. Daré dos ejemplos de esta tendencia a interpretar supuestos hechos basados en causas hipotéticas que en los hechos reales son irrelevantes o no existentes. El primero de ellos es «El Caso del Esfínter Japonés». La noción freudiana de que la personalidad adulta está estrechamente relacionada con las instituciones de educación de los niños fue utilizada durante la guerra para establecer una relación entre las costumbres del retrete y la supuesta personalidad compulsiva de los japoneses, tal como aparecen en su carácter nacional y en sus instituciones culturales. Geoffrey Gorer, un psicoanalista británico, propuso una hipótesis sobre las costumbres del retrete para explicar el «contraste entre la gentileza de la vida japonesa en el Japón, que encantó a casi todos sus visitantes, y la tremenda brutalidad y sadismo de los japoneses en la guerra». La hipótesis de Gorer asociaba esta brutalidad con «costumbres de severa limpieza en la infancia», que creaban una rabia reprimida en los niños japoneses porque estaban obligados a controlar sus esfínteres antes de haber adquirido el adecuado desarrollo muscular e intelectual. Una sugerencia parecida se hace en el libro de Ruth Benedict «El Crisantemo y la Espada», que contiene una afirmación similar sobre lo estricto de las costumbres del retrete en los japoneses, y el ejemplo es considerado como una de las facetas de la preocupación de los japoneses por el orden y la limpieza (un aspecto importante del carácter anal de Freud).

 

Por atrayentes que estas especulaciones puedan parecer, fueron hechas sin la ventaja de la investigación sobre el terreno, o sin un conocimiento íntimo de las costumbres de retrete impuestas por las madres japonesas. Cuando tal investigación fue llevada a cabo después de la guerra, pronto se apreció que se había cometido un serio error con respecto a la naturaleza de las costumbres de retrete japonesas; los niños japoneses no estaban sujetos a ninguna clase de severas amenazas o castigos a este respecto, sino que eran tratados de manera muy parecida a los niños europeos o americanos. Además, la rapidez con que los japoneses se adaptaron a su derrota, aceptaron la influencia americana, cambiaron muchos de sus modelos básicos de conducta y tomaron la dirección del movimiento en pro de la paz en Oriente, difícilmente puede confirmar el retrato de tiempos de guerra que enfatizaba su frustración y su brutalidad.

Ahora debemos ocuparnos del «Caso de los Pañales Rusos». Esta hipótesis fue formulada por Gorer y Rickrnan en su estudio del carácter nacional ruso, decía, esencialmente, que el carácter nacional ruso se podía comprender mejor en relación con la manera, prolongada y severamente restrictiva en que los niños rusos eran (supuestamente) enfajados. Gorer sostiene que el enfajado se asociaba con la clase de personalidad maníaco-depresiva correspondiente a la alternativa coacción y libertad experimentadas por el niño ruso, produciendo un cerrado sentimiento de rabia cuando estaba enfajado, contrastando con el alivio ante la súbita libertad cuando se le quitaban los tensos pañales. Se supone que esta rabia se dirige hacia un objeto difuso porque el niño es tratado de una manera muy impersonal y le es difícil relacionar el tratamiento con un atormentador determinado. Entonces la rabia da paso a la culpabilidad, pero de nuevo, en este caso, la emoción es ampliamente distribuida y no puede ser relacionada con una persona en particular.

Edificando sobre esta notable hipótesis, Gorer trató de demostrar que fenómenos tales como la revolución bolchevique, los procesos de las purgas de Stalin, las confesiones de culpabilidad en esos procesos, y muchos otros acontecimientos de la reciente historia soviética están en cierto modo «relacionados» con la rabia generalizada y los sentimientos de culpabilidad asociados con el enfajado. Una de sus divagaciones más divertidas fue sugerir que la expresividad de los ojos de los rusos procedía del hecho de que las restricciones en las otras partes del cuerpo de los niños rusos forzaban a los bebés a depender de su vista para sus principales contactos con el mundo. Marvin Harris, en su libro «El Nacimiento de la Teoría Antropológica» hizo un espléndido comentario sobre estas teorías:

Desgraciadamente, Gorer no disponía de una evidencia sólida referente a la extensión del enfajado de pañales. Ciertamente, los intelectuales que confesaron su culpabilidad en los procesos de las purgas de Stalin llevaban probablemente pañales. El ambiente de opresión y de miedo del período de Stalin puede encontrarse asociado con dictaduras desde Ghana hasta Guatemala, y la supuesta compatibilidad entre el carácter nacional ruso y el despotismo del período de Stalin es refutada por el simple hecho de la revolución rusa. Atribuir la revuelta contra el despotismo zarista a la rabia inducida por el enfajado de los pañales es perder de vista por completo la reciente historia europea. La tiranía de Stalin se fundó sobre los cadáveres de su enemigos. Sólo llenando los campos de concentración con millones de no-conformistas y suprimiendo despiadadamente todos los vestigios de oposición política consiguió Stalin imponer su voluntad a sus compatriotas. La noción de que las masas rusas estaban, en cierto modo, psicológicamente colmadas por el terror del período de Stalin no tiene absolutamente ninguna base en los hechos.

La teoría de Gorer está formulada en términos que implican un nexo causal directo: el enfajado de pañales produce el carácter ruso. Gorer, empero, produjo una contradicción que es típica en gran parte del pensamiento psicoanalítico en el campo antropológico. Dice:

El tema de este estudio es que la situación subrayada en los precedentes párrafos es uno de los mayores determinantes en el desarrollo del carácter de los rusos adultos. No es el tema de este estudio que la manera rusa de poner los pañales a sus niños produce el carácter ruso, y no se desea implicar que el carácter ruso sería cambiado o modificado si otra técnica de crianza de los niños fuera adoptada.

Como hace observar Marvin Harris: «Una lectura cuidadosa de esta negativa no demuestra su inteligibilidad. Se dice que el enfajado es uno de los principales determinantes del carácter ruso en un sentido, pero en el siguiente párrafo se dice que no es ninguna clase de determinante. Gorer sostiene que la hipótesis del enfajado tiene un gran valor heurístico, y la compara con un «hilo que conduce a través del laberinto de las aparentes contradicciones de la conducta adulta rusa». No es fácil comprender la naturaleza epistemológica de ese «hilo»; si no hay enlace causal, ¡entonces no hay hilo!. Cualquier hipótesis debe involucrar una correlación de algún grado de cantidad o calidad, es decir, algún nexo causal. Suprimamos esto, y no quedará nada.

 

Margaret Mead tomó la defensa de Gorer y la interpretó como si él hubiera afirmado algo así: «A partir de un análisis de la manera en que los rusos ponen los pañales a sus niños, es posible construir un modelo de formación del carácter ruso, que nos permita relacionar lo que sabemos sobre la naturaleza humana y lo que sabemos sobre la cultura rusa, de manera que la conducta rusa se hace más comprensible». No nos explica cómo, si no hay relación causal, la hipótesis hace más comprensible la conducta rusa. Mead presenta así la hipótesis de Gorer: «Es la combinación de una versión raramente restringente de una práctica corriente, la edad del niño que es de tal manera restringido, y una insistencia de los adultos en la necesidad de proteger al niño contra sí mismo -la duración y el tipo de enfajado- que se supone que tienen efectos distintivos en la formación del carácter ruso». Como comenta Harris: «Con esta aseveración, toda la argumentación vuelve a su forma inicial, y la falta de evidencia sobre los «efectos» supuestos nos llena, una vez más, de sorpresa».

Esta curiosa combinación de pretensiones de causalidad y negación de causalidad es típica en la actitud general de Freud. Como ha hecho observar Cioffi: «Síntomas, errores, etc. no son simplemente causados sino que «anuncian», «proclaman», «expresan», «realizan», «completan», «gratifican», «representan», «inician» o «aluden a este o aquél impulso reprimido, pensamiento, etc.». Y continúa diciendo:

Los efectos acumulativos de esto, en contextos en los que en otros casos sería natural exigir una elucidación conductista o una evidencia inductiva, son que la exigencia es suspendida debido a nuestra convicción de que es actividad intencional o expresiva que está siendo explicada; mientras que en contextos en que normalmente esperamos un cándido y considerado rechace del agente suficiente para falsear o descartar la atribución de expresión o intención, esta esperanza es disipada por la charla de Freud sobre «procesos», «mecanismos» y «leyes del inconsciente».

Todo esto, como aclara Cioffi, es debido a que Freud y sus seguidores se sienten obligados a dar una explicación causal, pero también tienen miedo de hacer cualquier afirmación definitiva que pudiera ser refutada por una apelación a la inconsistencia de hechos. Esta ambivalencia es documentada muchas veces en este libro, y aparece en toda la obra de Freud y de sus seguidores. El capítulo de Cioffi debiera ser ampliamente consultado por ser el que mejor explica esta tendencia general que hace que el psicoanálisis sea más una pseudo-ciencia que una ciencia: Gorer, Mead y otros arriba citados no hacen más que seguir el ejemplo dado por el mismo Freud.

Al discutir la aplicación de las teorías de Freud a la historia y a la antropología, y en particular su teoría de los orígenes de «Totem y Tabú», es imposible negligir la influencia de la propia historia de Freud y de su personalidad en sus teorías. Yo he hecho observar previamente la imposibilidad de comprender las teorías freudianas, excepto como una presentación de sus propios sentimientos y complejos; esta opinión, de hecho, encuentra respaldo en los escritos de bien conocidos psicoanalistas. Así, Robin Ostow sostiene que «Totem y Tabú» debe ser «leído como una alegoría sobre Freud, sus discípulos, y el movimiento psicoanalítico». He aquí lo que dice Ostow;

Las características personales del padre primitivo representan muchos de los propios rasgos de Freud. Muchos de los puntos básicos del drama primitivo son observables tanto en la evolución del movimiento psicoanalítico como en los temores y fantasías de Freud sobre su futuro personal y el de sus teorías y organización. Adler y Stekel eran dos de los hijos mayores que Freud exilió de la horda... La fantasía de Freud sobre ser desmembrado e incorporado por esos creativos y agresivos jóvenes parece contener un cierto temor y una cierta cantidad de placer masoquista. El ve su última reemergencia, con un control personal sin precedentes sobre un grupo de hijos espirituales, ahora cooperativos, afectuosos y arrepentidos, pero sin individualizaciones... Freud se imaginaba a sí mismo como el totem de las posteriores generaciones de psicoanalistas; se llamarían freudianos, le reverenciarían y funcionarían en una organización ordenada.

 

E. Wallace, que ha estudiado muy detalladamente la dependencia de las teorías freudianas en la propia historia personal de Freud, añade unos cuantos puntos más. Insiste que entre los factores causales para escribir «Totem y Tabú» estaban el conflicto del padre de Freud y, también, sus problemas con Jung, que se rebelaba contra la preeminencia de Freud. El mismo Freud admitió que su vida intrapsíquica se caracterizaba por la ambivalencia hacia su padre, un conflicto que se acusó claramente en varios síntomas. Wallace continúa así:

Podemos ver de varias maneras la relación entre el propio padre de Freud y la hipótesis del parricidio. Por una parte, por elevar su dinámica personal (el conflicto del padre) al nivel de un universal filogenético. Freud pudo distanciarse de su rabia patricida (que había sido reactivada por el rebelde Jung). Por otra parte, al calificarlo de hecho primitivo de la historia del mundo, expresaba la importancia del mismo en su propia vida psíquica. La caracterización del parricidio primitivo como una herencia irrevocable del conocimiento parcial de Freud sobre su propia dinámica... la fatal inevitabilidad de que debía revalidar el conflicto de su padre y sufrir la culpabilidad. Además esta hipótesis debe haber sido una manera de retirar una atribución previa de culpabilidad a los padres (cuando revivía sus fantasías histéricas), es decir, eran los hijos, no los padres, quienes habían cometido el crimen. En todo caso, el elemento de formación de compromiso es bastante claro, pues describiendo al padre primitivo como un brutal tirano, Freud podía, en un sentido, justificar los sentimientos asesinos de los hijos.

Es interesante ver a la psico-historia volverse contra su propio creador y los métodos del psicoanálisis utilizados para disecar la obra del mismo Freud. El hecho de que esto haya sido llevado a cabo por los mismos seguidores de Freud ilustra el punto de que la obra de Freud y su historia y personalidad evolutivas son, en muchos aspectos, inseparables. El sedicente análisis científico del hombre que Freud creía haber llevado a cabo es poco más que un gigantesco ensayo autobiográfico; el milagro consiste en que tanta gente lo haya tomado seriamente como una contribución a la ciencia. ¿Podemos depositar algo de fe en la aplicación a su propio creador en lo que consideramos es un método equivocado?. Debemos dejar que el lector se forme su propia impresión, preferiblemente después de haber leído la muy extensa obra de Wallace, que se especializó en este tema y argumente sobre el mismo de forma impresionante. Desde el punto de vista científico, todo ello debe ser irrelevante. Fuere lo que fuere lo que hizo que Freud propugnara una teoría particular, tal teoría debe ser juzgada basándose en la lógica, en la consistencia y en el respaldo fáctico. Este respaldo no ha aparecido en los temas de la historia y la antropología, ni tampoco en otros temas que hemos examinado, y tal es la causa sustancial de los cargos contra Freud... y no que él fuera impulsado a formular sus teorías por su propia historia evolutiva y los acontecimientos de su vida posterior.

Terminaré este capítulo citando a Marvin Harris, que tiene que decir lo que sigue sobre la relación entre psicoanálisis y antropología:

El encuentro de la antropología con el psicoanálisis ha producido una rica cosecha de ingeniosas hipótesis funcionales en las cuales los mecanismos psicológicos pueden ser considerados como intermediarios de la conexión entre partes dispares de la cultura. El psicoanálisis, no obstante, tiene poco que ofrecer a la antropología cultural mediante la metodología científica. A este respecto, el encuentro de las dos disciplinas tendió a reforzar las tendencias inherentes hacia las generalizaciones incontroladas, especulativas e histriónicas cada una de las cuales en su propia esfera había cultivado como parte de su licencia profesional. El antropólogo llevando a cabo un análisis psicocultural se parecía al psicoanalista cuya tentativa de identificar la estructura básica personal de su paciente continúa siendo ampliamente interpretativa e inmune a procedimientos normales de comprobación. En un sentido lo que las grandes figuras del movimiento de las fases formativas de la cultura y la personalidad nos pedían era que las creyéramos como nos creemos a un analista, no por la verdad demostrada de cualquier tema particular, sino por la evidencia acumulada de coherencia en un modelo credible. Aunque tal fe es esencial para la terapia psicoanalítica en la cual importa muy poco que acontecimientos de la infancia de una especie particular tuvieran o no tuvieran lugar, siempre y cuando el analista y el paciente estuvieran convencidos de que realmente sucedieron, la separación del mito y de los acontecimientos concretos es el objetivo más alto de las disciplinas que se ocupan de la historia humana.

Si esto es verdad, ¿por qué tantos historiadores y antropólogos se precipitaron a interpretar su material según los esquemas freudianos?, La respuesta, probablemente, radica en el vicio deseo humano de obtener algo a cambio de nada Empezamos por no saber nada de nada sobre la infancia de Leonardo da Vinci, o sobre los factores que incitaron a Lutero a comportarse como lo hizo, Con el uso de interpretaciones freudianas de sueños, fantasías o conductas conocidas de una u otra clase, se sugiere que podemos trascender las limitaciones de nuestro material fáctico, y llegar a conclusiones que nos dejan estupefactos en su generalidad. En biología hemos aprendido a construir todo un esqueleto de algún difunto dinosaurio a partir de unos cuantos huesecillos y fragmentos de dientes: el psicoanálisis acaricia la esperanza de que podamos hacer lo mismo en historia y en antropología... dadnos sólo unos cuantos fragmentos aislados de sueños, conductas o Fehlleistungen, y a partir de esos pocos indicios podemos reconstruir toda una cultura, un acontecimiento de la infancia de una persona, o las causas de un carácter nacional.

Más que eso: si no disponemos de hechos en absoluto, entonces podemos «hacerlos» nosotros mismos, utilizando las sedicentes «leyes científicas» del psicoanálisis para deducir lo que los hechos han debido ser. No necesitamos saber nada sobre los hábitos de los japoneses en el retrete; si Freud nos dice que el riguroso sistema japonés del uso del retrete produce la clase de carácter exhibido por los japoneses durante la guerra, entonces podemos confiadamente afirmar que tal es la clase de disciplina que ellos han debido tener. Es triste que luego nos digan que la disciplina del retrete de los japoneses no era en nada, parecida a la que presuponían los freudianos, pero esto, al parecer, tuvo muy poco efecto en sus ardores interpretativos. Como ya citamos anteriormente, T. H. Huxley dijo que la gran tragedia de la ciencia era el asesinato de una bella teoría por un hecho feo. Las teorías freudianas pueden no ser bellas, pero han demostrado ser invulnerables ante cualquier cantidad de evidencia fáctica demostrando su absurdidez. Los psicoanalistas, desgraciadamente, parecen incapaces de comprender la insistencia sobre la evidencia fáctica que es tan característica en los hombres de ciencia; ellos prefieren flotar sobre nubes de interpretaciones nebulosamente basadas en fantasías imaginarías. ¡No se construye una ciencia de esta manera!.

 

CAPITULO OCTAVO

DESCANSE EN PAZ: UNA EVALUACIÓN

La verdad sale más fácilmente

de un error que de la confusión

Francis Bacon

Tratemos de fijar la Posición de Freud en el mundo de la ciencia. Freud era muy ambiguo en sus juicios sobre sí mismo. Por una parte, él se situaba junto a Copérnico y a Darwin; corno éstos habían humillado a la Humanidad de­mostrando la insignificancia de la Tierra en el esquema celestial, y la relación entre el hombre y otros animales tam­bién él pretendía haber mostrado el supremo poder del in­consciente en el gobierno de nuestras actividades diarias. Por otra parte, su percepción le llevó a afirmar que él no era un hombre de ciencia, sino más bien un conquistador... aun­que tampoco especificó qué era lo que él había conquistado.

Esta contradicción aparece en gran parte de lo que escribió; por una parte, el deseo de ser un hombre de ciencia en el co­mún sentido aceptado para las ciencias naturales, y por otra, el darse cuenta de que lo que él hacía era de una clase esencialmente diferente. Este conflicto, no es exclusivo de Freud, ni está confinado en el psicoanálisis; es esencialmen­te la diferencia entre la psicología como Naturwissenschaft (ciencia natural) y psicología como Geisteswissenschalts (hermenéutica).

La Hermenéutica es la disciplina que se ocupa de la interpretación y el significado. Compara el análisis de acciones y experiencias con el estudio interpretativo de un texto. El arte de la Hermenéutica consiste en extraer el significado de un texto particular conociendo las implicaciones de los símbolos usados, así como su significación en relación con cada uno y el contexto en que aparecen. Para el profesional, acciones y experiencias son consideradas como significados codificados, no como hechos objetivos; toman su significado de los símbolos que llevan consigo. Tal acceso, que acentúa el significado es el que se opone exactamente al acceso de la ciencia natural que acentúa el estudio de la conducta; de ahí la eterna lucha en psicología entre los conductistas y un amplio campo de oponentes, que incluye a los psicoanalistas, muchos psicólogos cognitivos, introspeccionistas, psicólogos ideográficos, etc. Las discusiones filosóficas entre estos dos grupos son verdaderamente importantes en la lucha por el alma de la psicología, y muchos autores han experimentado auténticas angustias sobre la elección adecuada, o han tratado, incluso, de tener lo mejor de ambos mundos adoptando a ambos bandos indiscriminadamente. Freud fue uno de los que se preocuparon por la ciencia natural de la investigación conductista, pero cuya contribución principal se halla claramente en el campo hermenéutico. Howard H. Kendler, en su libro «Psicología: Una Ciencia en Conflicto» da un excelente sumario de los argumentos de ambos bandos, y las posibilidades de reconciliarlos; pero esto es una consecuencia probablemente demasiado compleja y tal vez recóndita para ser tratada en este libro.

Richard Stevens, en su libro «Freud y el Psicoanálisis», asevera firmemente que Freud sólo puede ser comprendido en términos de la Hermenéutica:

¿Qué hay en la vida mental que hace que el sujeta sea tan difícil de tratar?. Me gustaría proponer que los problemas surgen porque su esencia es el significado... Al referirme a las acciones de la vida mental como significado, me refiero al hecho de que la conducta de nuestras vidas y relaciones está ordenada por conceptos. La manera en que conceptualizamos y sentimos sobre nosotros mismos, sobre otra gente o sobre una situación será fundamental para nuestra manera de conducirnos. En la vida diaria, damos esto por supuesto.

Esto, naturalmente, es cierto, pero no significa que queramos necesariamente abandonar la interpretación de una ciencia natural de la conducta, y adoptar otra más basada en el sentido común. Las tribus primitivas interpretan muchos hechos objetivos en términos de significados e intenciones: si una persona cae enferma, ello se debe a la intención de un enemigo, o de un hechicero, o de alguna clase de magia. Está claro que esta no es la manera de desarrollar una sólida ciencia de la medicina.

Stevens continúa debatiendo la naturaleza y el potencial de la psicoterapia:

Estamos probando y modificando continuamente nuestras interpretaciones, ya cambiando explícitamente opiniones con otros, ya observando implícitamente sus ejemplos sobre las maneras de interpretar los hechos. Una manera de ver una sesión de psicoterapia es como una negociación de este tipo. Puede no involucrar una persuasión directa, pero el paciente será probablemente animado a revisar la manera en que se construye a sí mismo y sus relaciones. Así, la psicoterapia es totalmente distinta de la medicina física. Su esencia es una manipulación del significado, no del funcionamiento del cuerpo...

Cuando se considera como un método hermenéutico, la debilidad del psicoanálisis como ciencia experimental se convierte en su verdadera fuerza. Consideremos la idea de la sobre-determinación. Al debatirse la condensación que ocurre en los sueños, se observó que muy diferentes ramales de significados pueden subyacer en una sola imagen o acontecimiento recordado. La interpretación psicoanalítica se propone descifrarlos. Además, los conceptos que nos proporciona la teoría nos ayudan a visualizar los significados desde diferentes perspectivas y niveles... Aunque esto imposibilite someter toda interpretación a un test preciso, ofrece un gran potencial para unificar los retratos detallados de los diferentes significados que pueden estar implicados.

Lo que se sugiere aquí es algo a menudo pretendido por el psicoanálisis, concretamente que nos proporciona numerosas « percepciones » que el conductismo y otras ciencias naturales son incapaces de tener. Esto nos plantea inevitablemente una dificultad. ¿Qué pasa si esas sedicentes «percepciones» no son nada más que vanas interpretaciones de sueños, errores, lapsus, etc., y son de hecho erróneas conduciéndonos en una dirección equivocada?. ¿Cómo podemos decir si Freud tenía razón o no la tenía?. Las alternativas a Freud pueden no ser, después de todo, el conductismo, sino las teorías de otros psicólogos hermenéuticos: ¿cómo debemos escoger entre Freud y Jung, Freud y Adler, Freud y Stekel, y demás?. No hay ninguna duda de que Freud y los otros psicoanalistas mencionados interpretarían un determinado sueño de muy diferentes maneras; ¿cómo debemos saber cuál de esas interpretaciones es «correcta»?. Así, incluso si aceptamos el acceso hermenéutico, continuamos necesitando criterios para decidir sobre la veracidad o la falsedad de unas interpretaciones dadas, y Freud no nos suministra ninguno de los criterios necesarios para cumplir con esta función.

 

P. Rieff, en su libro «Freud: La Mente del Moralista», tiene un interesante párrafo sobre el modo en que los psicoanalistas utilizan el término «ciencia» en un sentido que es muy diferente al que le dan los científicos. Reconoce que el psicoanálisis no se ajusta a los rigurosos patrones de la teoría científica, pero expresa su preocupación:

Que esta etiqueta de anti-científico sea usada para condenar a Freud, o, peor aún, para alabarle condescendientemente por esas raras cualidades suyas que no fomentamos entre nosotros mismos: su amplia variedad y sutileza, su insuperada brillantez como exégeta del lenguaje universal del dolor y el sufrimiento, su deseo de formular juicios y extraer pruebas tanto de su propia vida como de los datos clínicos. Sus motivos científicos concuerden con las implicaciones éticas de su pensamiento, cuyas frases hechas descienden de las conversaciones de las clases educadas hasta la conciencia popular de la época. Sería una impertinencia, a la cual ninguna noción aceptada de la distinción entre la ciencia y la ética debería llevarnos... juzgar auténtica una de las facetas de Freud y descartar la otra. Para los humanistas en la ciencia, y para los científicos de lo humano, Freud debería ser el modelo por una preocupación por lo que es distintamente humano y al mismo tiempo verdaderamente científico.

Stevens compendia el debate diciendo:

Si vuestro criterio crítico para la ciencia es la generación de proporciones que son falsificables, entonces está claro que el psicoanálisis no es una ciencia. Pero si vosotros entendéis por «ciencia» la formulación sistemática de conceptos e hipótesis basadas en cuidadosas y detalladas observaciones, entonces yo creo que la respuesta debe ser que lo es. Es discutible, también, si hay algún otro acceso susceptible de ofrecer mejor potencial para la predicción de las acciones de la gente que esquemas de la vida real. Pues Freud, aun a contrapelo, lleva a cabo la incómoda aunque importante tarea de confrontar la cara de Jano de los seres humanos tal como son, tanto como seres existenciales como seres biológicos.

Esto nos hace volver al problema de Freud, el hombre, el creador de su teoría, y su aplicación de sus propios problemas y sufrimientos neuróticos a la manera en que todos los hombres se conducen. No hay ninguna razón para suponer que las «percepciones» de Freud dentro de sus propios sufrimientos tengan nada que ver, en manera alguna, con la conducta de los otros seres humanos, como tampoco hay ninguna razón para asumir que sus «percepciones» sean, de hecho, adecuadas. Se precisaría evidencia para demostrar esto, y evidencia es precisamente lo que falta. Ciertamente, como hemos visto, se ha demostrado que Freud se equivocaba en tantos contextos diferentes, que no es difícil comprender por qué deberíamos, sin ninguna prueba, creer en todas esas sedicentes «percepciones» Muchas de tales percepciones han sido, en cualquier caso tomadas prestadas de otros, yendo desde Platón hasta Schopenhauer, y desde Kierkegaard hasta Nietzsche y conceder crédito por ellas a Freud es tan falso como asumir que son ciertas. Se requiere una aproximación histórica para asignar prioridades, y también una consideración desde el punto de vista de la ciencia natural para descubrir su validez en términos de veracidad. Esto se da por descontado por los apólogos de Freud, pero esto es precisamente lo que hay que demostrar. En el debate entre el conductismo y el psicoanálisis, el conductismo ha tenido siempre una mala prensa por dos razones.

En primer lugar, no es Freud sino Páulov quien debe ser considerado, junto a Copérnico y Darwin, como el gran destronador de la Humanidad, haciéndola bajar de su pedestal; fue él quien mostró que muchos de nuestros actos no son del Homo sapiens, sino que son resultados de condicionamientos primitivos mediados por el sistema límbico y otras partes subcorticales del cerebro. Así halló la hostilidad que erróneamente asumió Freud, como ya hemos visto, que era obra suya. Explicar condiciones neuróticas en términos de condicionamiento pauloviano les parece a muchas personas degradante, mecánico y deshumanizado; prefieren, con mucho, las interpretaciones, aparentemente más humanas, de significados sutiles, que sazonan toda la obra de Freud.

En segundo lugar, cualquiera puede comprender creer que comprende, ¡algo muy diferente!) los escritos teorías de Freud. Después de leer algunos de sus libros muchas personas se creen completamente capaces de interpretar sueños, de juzgar actos de los demás, y de explicarlos en términos de conceptos psicoanalíticos. En cambio para comprender a Páulov, y mantenerse al día sobre el trabajo experimental en gran escala que se ha hecho sobre su teoría, se requieren varios años de estudio, la lectura de innumerables libros y artículos, y una constante puesta al día del conocimiento así adquirido, una serie de requisitos que, en la naturaleza de las cosas, la mayoría de la gente es incapaz de llevar a cabo. Pocos psiquiatras -suponiendo que haya alguno- están algo más que remotamente familiarizados con los rasgos esenciales con la teoría del condicionamiento y, del aprendizaje; los maestros, asistentes sociales, agentes probatorios de presos en libertad condicional, y otros que deben tratar con seres humanos pueden, generalmente, repetir unos cuantos términos freudianos, e imaginar que son capaces de « psicoanalizar» a sus protegidos, pero normalmente no saben nada del condicionamiento pauloviano, la teoría del aprendizaje, o la riqueza de los datos fácticos a la disposición de los conductistas.

 

Sé por experiencia que las discusiones abstractas son, por lo general, completamente insuficientes para convencer a los dudosos. Observemos unos cuantos ejemplos simples para ilustrar la diferencia entre el acceso freudiano y el conductista. El primer ejemplo que he escogido es la conducta de los «golpeadores de cabezas», es decir, niños que sin razón aparente golpean con sus cabezas contra paredes, mesas, sillas, etc., y que en tal proceso pueden llegar a quedarse ciegos (por desprendimiento de retina) e incluso matarse. ¿Cómo proponen los psicoanalistas tratar ese serio desorden?. Ellos afirman que el niño actúa de esta manera para atraer la atención, y para conseguir que su madre les muestre afecto. Lo que se recomienda, en tal caso, es que cuando el niño empieza a golpearse la cabeza, la madre debe cogerle en brazos, besarle y acariciarle y, mostrarle mucho afecto. Todo esto es muy humano, y la interpretación puede ser correcta o no, pero por desgracia tiene efectos contrarios a los buscados. La anormal conducta del niño es reforzada porque es recompensado por ella, y por consiguiente aumenta la cadencia de sus cabezazos, con objeto de obtener más y más atención de su madre.

El conductista, por otra parte, no se preocupa de los significados; aplica simplemente una regla universal, concretamente la del condicionamiento, a la situación. Dice a la madre que cuando el niño empiece a darse de cabezazos, le levante del suelo, le deposite en una habitación vacía y cierre la puerta. Después de diez minutos, ella debe abrir la puerta y llevar al niño donde estaba antes, sin mostrar ninguna emoción ni reñirle, y tan tranquilamente como sea posible. La ley del efecto penetra pronto en la mente del niño, y los efectos negativos de golpearse la cabeza, una vez se da cuenta de ellos, asegurarán que abandone esa conducta anormal. El tratamiento de los psicoanalistas puede parecer más humano, pero, de hecho, lo que logra es lo contrario de lo que se pretende, mientras que el método de los conductistas puede parecer completamente mecanicista pero, de hecho, obtiene resultados. Si usted tuviera un hijo de cinco años, y estuviera en peligro de quedarse ciego e incluso de matarse al golpearse la cabeza, ¿qué tratamiento preferiría usted?. Formular la pregunta es conocer la respuesta.

Abordemos un problema algo más complejo, el de la enuresis (hacerse las necesidades en la cama). Se sabe que muchos niños se ensucian en su cama durante la noche, incluso a una edad en que la gran mayoría ha dejado de hacerlo. ¿Por qué esto es así, y qué podemos hacer para impedirlo?. Veamos, primero, qué dice el psicoanálisis. Los psicoanalistas consideran la enuresis con mucha desconfianza; como uno de ellos ha dicho «la enuresis es considerada en psicoanálisis como un síntoma de un desorden subyacente». Según tal punto de vista, el facultativo concede una fundamental importancia causal a los modelos profundos de las relaciones entre el niño y sus padres, las cuales son «moldeadas desde el nacimiento debido al inter-juego complejo de fuerzas inconscientes de ambas partes». Algunas de las teorías específicas adoptadas por los analistas toman la forma de especulaciones altamente especulativas basadas en simbolismo psicoanalítico. Para un analista, por ejemplo, la enuresis «representaba un enfriamiento del pene, el fuego (calor) del cual era condenado por el super-ego». Para otro, la enuresis era un intento de escapar de una situación masoquista y expulsar al exterior las tendencias destructivas: la orina es considerada como un fluido corrosivo y el pene como un arma peligrosa. Aún otro terapeuta sugirió que generalmente la enuresis expresaba una exigencia de amor, y sería como una forma de «llorar a través de la vejiga».

Hay muchas interpretaciones diferentes, pero pueden ser convenientemente agrupadas bajo tres títulos diferentes. Algunos psicoanalistas creen que la enuresis es una forma sustitutiva de la gratificación directa de ansiedades y temores profundamente arraigados, y un tercer grupo la interpreta como una forma disfrazada de hostilidad hacia los padres o sustitutos de los padres que la víctima no se atreve a expresar abiertamente. Todas estas teorías insisten en la primacía de algún «complejo» psicológico, y la naturaleza secundaria del «síntoma»; lo importante es lo primero, no lo segundo. Por consiguiente, se planea un largo tratamiento, implicando un examen exhaustivo del inconsciente del paciente mediante la interpretación de los sueños, la asociación de palabras, y otros métodos complejos, y tomando en consideración muchos aspectos de la personalidad del niño que no tienen, aparentemente, nada que ver con el simple acto de ensuciarse en la cama. Pero no hay en absoluto evidencia alguna de que este método funcione mejor que ningún tratamiento (la mayor parte de los niños enuréticos mejoran, en cualquier caso, después de unos cuantos meses, o años), o que un tratamiento placebo. Así, también en este caso tropezamos con la imposibilidad para el psicoanálisis de proporcionar evidencia alguna que respalde sus numerosas suposiciones.

 

¿Qué proponen los conductistas como causa, y como tratamiento?. Ellos consideran la enuresis, en la mayoría de casos, simplemente como una incapacidad de adquirir un hábito, y creen que esa «deficiencia de hábito» se debe a alguna clase de educación defectuosa. La educación corriente para la continencia enseña al niño a responder al estímulo de la vejiga despertándose. Así el niño aprende a sustituir el ir al retrete (o utilizar el orinal) en vez de ensuciarse en la cama; cuando fracasa este aprendizaje, el resultado es la enuresis. Profundas investigaciones han demostrado que, aunque a veces hay algo que no funciona físicamente bien en el sistema urinario, en nueve casos de cada diez, el ensuciarse en la cama es una condición de hábito. Si esta proposición es correcta, entonces el método de tratamiento sería muy simple; consistiría en inculcar el hábito mediante un sencillo proceso de condicionamiento pauloviano. Utilizamos una manta interpolada entre dos placas metálicas porosas; esas placas están conectadas en serie con una batería y un timbre. La manta seca actúa como un aislante; en cuanto el niño empieza a orinarse y la manta se humedece la orina salina actúa como un electrolito y se establece una conexión entre ambas placas metálicas. Esto cierra el circuito y el timbre suena y despierta al niño, originándole un reflejo que inhibe el acto de orinar. Este método es ahora muy ampliamente usado en el tratamiento y educación de los niños en todo en mundo; es completamente seguro, funciona bien y rápidamente, y ha sido bien aceptado tanto por los padres como por los niños. Además, pueden sacarse muchas deducciones de la teoría general de aprendizaje sobre la manera específica en que funciona, y los experimentos han demostrado que esas deducciones están, de hecho comprobadas por el experimento. El método del timbre y la manta ha reeemplazado en la actualidad a la terapéutica freudiana de modo casi universal, porque es mucho más sencillo, y funciona mucho mejor y más rápidamente. ¿Por qué, pues, debiéramos aferrarnos a métodos de interpretación que no tiene respaldo empírico y no curan, en vez de seguir un método que tiene un buen respaldo experimental y cura más rápida y más frecuentemente?.

Los freudianos, como era inevitable, solían argumentar que este tipo de tratamiento «sintomático» no hace nada por reducir la ansiedad que es fundamental para la condición de la enuresis y que es tal ansiedad la que debería ser tratada. Los hechos, no obstante, parecen ser, exactamente, contrarios. Es la enuresis la que produce la ansiedad ya que el niño se encuentra en la poco envidiable situación de ser objeto de las burlas de sus compañeros y ser reñido, y a veces pegado, por sus padres. Una vez que el método del timbre y la manta elimina la enuresis, la ansiedad casi siempre desaparece, y el niño recobra su ecuanimidad.

Podrían citarse muchos otros ejemplos, tales como el lavado de manos obsesivo-compulsivo descrito en un capítulo precedente. Tal vez no nos guste el hecho de que descendemos, a través de la evolución, de ancestros parecidos a los animales, y tal vez no nos guste el hecho de que, igual que ellos, nos vemos constreñidos en nuestra conducta por mecanismos corporales que nos parecen primitivos y despreciables. Pero gustos y aversiones no crean hechos; es tarea del hombre de ciencia ocuparse de los hechos, más que de los gustos y aversiones de los seres humanos. La manera adecuada de juzgar las teorías, ya sean conductistas o hermenéuticas, consiste en fijarse en las consecuencias, y éstas, por lo general, apuntan a la idoneidad de las teorías conductistas y a la inadecuación y los errores de la hermenéutica, particularmente en su tipo freudiano.

Lo que es erróneo en la hermenéutica en general, y en el psicoanálisis en particular, es que sustituye a una pseudociencia por una ciencia genuina. Como afirmó Cioffi:

Es característico de una pseudo-ciencia que las hipótesis que la componen están en una relación asimétrica con las esperanzas que generan, permitiendo que esas hipótesis las guíen y sean corroboradas cuando resultan, pero no, en cambio, desacreditadas cuando fallan. Una manera de llevar esto a cabo consiste en arreglarse para que esas hipótesis sean tomadas en un sentido estrecho y determinado antes de producirse el hecho, pero luego, en un sentido más amplio e indeterminado después de haberse producido. Así, tales hipótesis viven una doble vida: una sometida y restringida en la proximidad de observaciones contradictorias, y otra menos inhibida y más exuberante cuando están alejadas de éstas. Este rasgo no parecerá evidente ante una simple inspección. Si deseamos determinar si el papel desempeñado por estas aserciones es genuinamente empírico es necesario descubrir qué están dispuestos a llamar evidencia contraprobatoria sus proponentes, no lo que nosotros queremos llamar tal.

Incluso desde un punto de vista hermenéutico, pues, Freud y el psicoanálisis deber ser considerados un fracaso. No nos queda más que una interpretación imaginaria de pseudo-acontecimientos, fracasos terapéuticos, teorías ilógicas e inconsistentes, plagios disimulados de los predecesores, «percepciones» erróneas de valor no demostrado y un grupo dictatorial e intolerante de seguidores que no insisten en la verdad, sino en la propaganda. Este legado ha tenido consecuencias extremadamente malas para la psiquiatría y la psicología, entre las que podemos singularizar las siguientes:

 

La primera y probablemente más lamentable consecuencia ha sido el efecto sobre los pacientes. Sus esperanzas de mejoría y curación han sido frustradas una y otra vez, y en algunos casos todavía han visto como su caso empeoraba gracias a los psicoanalistas. Su sacrificio en tiempo, dinero y mucha energía no ha servido para nada y la decepción que ha resultado de ello ha representado, frecuentemente, un golpe severo para su amor propio y su felicidad. Cuando hablamos del psicoanálisis, debiéramos tener siempre presente el destino de los pacientes; las pretensiones científicas del psicoanálisis son una cosa, pero sus efectos terapéuticos son otra, mucho más importante desde el punto de vista humano. El psicoanálisis es una disciplina cuyo objetivo es curar a los pacientes; su imposibilidad de conseguirlo y su desgana en admitir su fracaso nunca debieran ser olvidadas.

La segunda consecuencia de las enseñanzas de Freud ha sido el fracaso de la psicología y la psiquiatría en desarrollarse hacia estudios adecuadamente científicos sobre la conducta normal y la anormal. Es probablemente cierto decir que Freud ha hecho retrasar el estudio de estas disciplinas en cincuenta años o más. Ha conseguido retardar la investigación científica de los primeros tiempos, conduciéndola a lo largo de unos esquemas que han demostrado ser ineficaces o incluso regresivos. Ha elevado la ausencia de pruebas, devaluando. su necesidad, al nivel de una religión que han abrazado demasiados psiquiatras y psicólogos clínicos en detrimento de su disciplina. Hay grandes dificultades en el estudio científico de la conducta; Freud las ha multiplicado al actuar como un pionero de los que no desean seguir el riguroso entrenamiento necesario para convertirse en un practicante de la moderna psicología, necesaria para cualquier investigador que quiera contribuir genuinamente al progreso de su ciencia. Esto, también, es difícil de perdonar, y las futuras generaciones tendrán que compensar el daño hecho por él y sus seguidores en este terreno.

La tercera consecuencia que debe ser cargada en la cuenta de Freud es el daño que sus teorías han causado a la sociedad. En su libro sobre «La Ética Freudiana», Richard La Piere ha mostrado cómo las enseñanzas de Freud han minado los valores sobre los que se basa la civilización Occidental, mientras que, aun admitiendo que una parte de ello se haya debido a una mala interpretación de las enseñanzas freudianas, no es menos cierto que su influencia, en conjunto, ha sido maligna. W. H. Auden, en su famoso poema «En Memoria de Sigmund Freud», escribió:

«Si a veces se equivocaba, y, a veces, era absurdo, para nosotros ya no es una persona, sino sólo un clima de opinión ... ».

Esta es una observación muy fina, digna del poeta, pero debe suscitarse la cuestión de si ese clima de opinión, es decir, un clima de permisividad, promiscuidad sexual, decadencia de valores pasados de moda, etc. es un clima en el que quisiéramos vivir. Incluso el egregio Dr. Spock, autor del famoso libro sobre los bebés, se retractó de su entusiástica defensa previa de las enseñanzas freudianas, y reconoció el daño que habían hecho; ya es hora de que reconsideremos esta enseñanza no sólo en términos de su falta de validez científica, sino también en términos de su nihilismo ético.

La gran influencia de las nociones freudianas en nuestra vida en general puede, difícilmente, ser puesta en duda, y será reconocida por la mayoría de la gente. Las costumbres sexuales, la crianza de los niños, la subjetividad de las reglas éticas, y muchos otros dogmas freudianos, se han filtrado, ciertamente, hacia el hombre de la calle, por lo general, no a través de ninguna lectura de las obras de Freud, sino a través de la muy grande influencia que él ha tenido en el establishment literario y en los medios de comunicación de masas, periodistas, guionistas de televisión y reporteros, productores cinematográficos y otros que actúan como intermediarios entre la docencia académica, por una parte, y el público en general, por otra. La crítica literaria ha sido fuertemente influida por las nociones freudianas y también lo han sido la crítica histórica y la antropología, y todo esto, inevitablemente, ha impactado en la sociedad en conjunto. La veracidad de las ideas freudianas es considerada indiscutible en esos contextos, y no se suscita duda alguna sobre la misma. Así se ha desarrollado una gran inercia que incluso los críticos más conspicuos notan que es muy difícil de vencer; críticos literarios, historiadores, maestros, asistentes sociales y otros que se ocupan, de una manera o de otra, de la conducta no pueden molestarse al leer argumentos complejos y estudios experimentales, especialmente cuando éstos amenazan con minar su fe en la psicología «dinámica».

 

Hay otras razones por las cuales el psicoanálisis ha tenido tanto éxito en ganar el acceso a y la aprobación del gran público intelectual (e incluso del no-intelectual) compa­rado con la psicología experimental. En primer lugar, los psicólogos experimentales, como otros hombres de ciencia, utilizan un argot, basado en paradigmas experimentales y en tratamientos matemáticos y estadísticos que son ininteli­gibles para quien no posea una formación especial. El argot freudiano, por otra parte, es muy inteligible para cualquiera que sepa leer inglés (¡o alemán!). Términos como «repre­sión» son fácilmente comprensibles (o, por lo menos, pare­cen serlo); términos como «inhibición condicionada», «ley de Hicks», o el «cerebro triuno», por otra parte, no son cla­ramente inteligibles sin una larga explicación.

Pero, más allá de esto, el psicoanálisis se ocupa de asuntos importantes y «relevantes», como motivación y emoción, amor y odio, enfermedad mental y conflicto cultural, el significado de la vida y las verdaderas razones de nuestra conducta cotidiana; proporciona una especie de explicación (aunque errónea) para nuestras vidas, nuestros éxitos y fracasos, nuestros triunfos y desastres, nuestras neurosis y nuestras curaciones. La psicología experimental, en cambio, parece ocuparse de problemas esotéricos, sin importancia y fundamentalmente irrelevantes, que sólo tienen interés para los mismos psicólogos experimentales. Este cuadro está suficientemente cerca de la verdad para convencer a muchas personas altamente inteligentes y a gente notable (¡incluyendo a muchos psicólogos!) de que nuestra elección se plantea entre una disciplina humanamente importante, aun cuando sus fundamentos no sean científicos, y una disciplina básicamente irrelevante para nuestros intereses más profundos, aun cuando pueda ser rigurosa y auténticamente científica en su metodología.

Muchos experimentalistas no sólo aceptan este veredicto sino que lo toman a gloria. Igual que el famoso matemático inglés G. H. Hardy, disfrutan con el trabajo experimental precisamente porque no tiene implicaciones prácticas. Sus problemas son auto-generados, según ellos creen y están muy lejos de «la esfera de nuestros sufrimientos». Este escapismo es difícil de comprender y casi ciertamente es erróneo; incluso las matemáticas de Hardy demostraron ser útiles e instrumentales en aplicaciones tan prácticas como la construcción de la bomba atómica. De modo parecido, el trabajo aparentemente esotérico sobre el condicionamiento en los perros ha demostrado ser fundamental en enseñarnos cómo se originan las neurosis y cómo pueden ser tratadas. Páulov, ciertamente, no dudó nunca sobre la aplicación práctica de sus leyes, y ¡cuánta razón tenía!. Pero la impresión sobre la irrelevancia práctica de la psicología experimental aún perdura, y desgraciadamente hay mucho de cierto en esa creencia; muchos experimentalistas se concentran en pequeños problemas sin significación científica real, prefiriendo la elegancia metodológica a la importancia científica. Pero aunque muy extendida, tal actitud está lejos de ser universal, y hay ya bastante evidencia sobre la amplia relevancia de los hallazgos experimentales con respecto a los problemas cotidianos, para convencer al más encarnizado escéptico. Este libro se escribió, en parte, para insistir precisamente en este punto; podemos combinar relevancia y rigor, importancia humana e integridad del experimentalismo científico. No queda más que convencer al mundo de esta importante verdad. La mayor parte de nuestros problemas son psicológicos por naturaleza, desde la guerra hasta la lucha política, desde el desorden mental hasta la falta de armonía marital, desde las huelgas hasta el racismo; ¡ya va siendo hora de recurrir a la ayuda de la ciencia para tratar de resolver estos problemas!.

La influencia de Marx ha sido bastante parecida a la de Freud, no sólo porque también él basaba todo su caso en « interpretaciones », y prescindía de la evidencia directa, sino también porque muy pocas de las personas que hoy pretenden compartir sus ideas ni siquiera se preocuparon nunca de leer sus contribuciones originales, ni de examinar las críticas, por poderosas que fueren, de tales ideas. Ciertamente los marxistas de hoy en día a menudo sustentan puntos de vista exactamente opuestos a los de Marx y Lenin, como por ejemplo en la cuestión de la herencia de que la «igualdad», como ideal esencial para el socialismo, significaba igualdad social, no biológica, y enfatizaron su creencia de que esta última era absolutamente imposible de alcanzar. En sus escritos resalta claramente que sostenían la opinión de que la inteligencia y otras capacidades tenían unos fundamentos claramente genéticos, pero algunos de sus seguidores, hogaño, ¡pretenden exactamente lo contrario!. Algo parecido puede decirse sobre Freud, sus seguidores, también, han creado un «clima de opinión», que se desvía ostensiblemente de lo que él mismo hubiera aprobado. No obstante, hay un linaje muy fácil de seguir, y Freud no puede ser completamente absuelto de culpa.

Si el psicoanálisis tiene tan poco valor, y tiene tan horribles consecuencias, ¿por qué ha llegado a ser tan influyente?. Esta es una pregunta interesante e importante, y es de esperar que futuros sociólogos y psicólogos tratarán de descubrir cómo fue posible que un hombre pudiera infligir sus propios desórdenes neuróticos a varias generaciones y persuadir al mundo de la importancia de sus teorías, las cuales no sólo adolecían de falta de pruebas o de evidencia, sino que en muchos casos eran desmentidas por sus propios ejemplos. Debiera decirse, empero, que el mensaje de Freud nunca fue universalmente aceptado por hombres de ciencia y académicos. Fue aceptado, entusiásticamente, y ampliamente popularizado, por dos grupos de gentes (aparte de los psicoanalistas declarados, naturalmente).

 

El primero de tales grupos consiste en personas tales como profesores, asistentes sociales y agentes de libertad vigilada, que deben ocuparse de problemas humanos de una u otra índole. Tales personas se enfrentan a tareas muy difíciles, y por consiguiente sienten que necesitan cualquier ayuda que puedan conseguir en términos de teorías psicológicas. El psicoanálisis parecía proporcionarles tal ayuda, y naturalmente lo acogieron con entusiasmo. Como ya hemos hecho observar previamente, les dio la ilusión del poder, y una especie de pericia a la que podían aludir como justificación de sus actividades. Es una desgracia que esto fuera una pseudo-pericia, pero debido al prestigio que ofrecía, las personas de este grupo se aferraron a ella, desde entonces, con feroz determinación. Es difícil evaluar el daño que han hecho en nombre de Freud, y es lamentable que sus enseñanzas hayan excluido virtualmente de su alcance otros aspectos más científicos que la psicología. En todo caso, gente como esa constituye un poderoso sostén para el sistema freudiano.

El segundo -y por cierto, muy diferente- grupo de partidarios de Freud está formado por miembros del establishment literario. Para ellos, Freud y sus enseñanzas constituían un más que bienvenido juego de acciones e ideas que podía ser elaborado en producciones literarias, ya fueran poemas, obras teatrales o novelas. Tomó el lugar ocupado antes por la mitología griega, o sea un conjunto de creencias, personalidades y aventuras ampliamente conocido por la gente culta, a la cual se podían referir, y podían, también, ser incorporados a obras literarias. En vez de Zeus, Atenea, Aquiles y demás, ahora tenemos el censor, el super-ego, Zánatos y otras figuras mitológicas. Para el escritor de segunda categoría, Freud significaba la salvación: he aquí una rica mina que podía ser explotada sin fin, y en consecuencia el establishment literario se convirtió en un firme abogado de las ideas psicoanalíticas.

¿Cuál es la situación ahora?. El freudianismo tuvo su apogeo en los años 1940 y 1950, y tal vez incluso duró hasta los años sesenta, pero entonces las críticas empezaron a arreciar, y gradualmente el psicoanálisis fue perdiendo su atractivo. Esto es verdaderamente cierto en las instituciones académicas; los departamentos modernos de psiquiatría en los Estado Unidos, el Reino Unido y en todas partes, se concentran hogaño en el aspecto biológico del desorden mental, particularmente en los métodos farmacológicos de tratamiento, o si no, dirigen su atención hacia los métodos conductistas, y los incorporan a sus enseñanzas y a su práctica. En la investigación psicológica, también, el psicoanálisis ha ido cediendo terreno ante la terapia conductista en los últimos veinte años. Inevitablemente, llevará mucho tiempo que los psicoanalistas, que ocupan todos los lugares de poder y prestigio en la psiquiatría americana, y también muchos, aunque no todos, en la psiquiatría británica, se hayan retirado, y hombres más jóvenes, con ideas nuevas, ocupen su lugar. El famoso físico Max Planck dijo una vez que incluso en la física, las nuevas teorías no quedan establecidas porque los hombres han sido convencidos por la discusión racional y el experimento, sino porque la vieja generación muere, y los hombres más jóvenes se forman con la nueva tradición. Esto, sin duda, se aplicará también en la psicología y en la psiquiatría.

Lo que no puede ser puesto en duda, creo yo, es que el psicoanálisis se halla en plena cuesta abajo, que ha perdido toda credibilidad académica, y que, como método de tratamiento, cada vez es menos utilizado. Todas las ciencias deben pasar por una ordalía por charlatanismo. La astronomía tuvo que separarse de la astrología; la química debió salir del lodazal de la alquimia. Las ciencias del cerebro debieron desembarazarse de los dogmas de la frenología (la creencia en que se podía leer el carácter de un hombre observando la forma de su cabeza). La Psicología y la Psiquiatría, también, deberán abandonar la pseudo-ciencia del psicoanálisis; sus adherentes deben volver la espalda a Freud y a sus enseñanzas, y llevar a cabo la ardua tarea de transformar su disciplina en una ciencia genuina Está claro que esto no es un trabajo fácil, pero es necesario, y no es verosímil que unos ligeros retoques hayan de tener un valor duradero.

¿Qué podemos, pues, para concluir, decir de Freud y su lugar en la historia?. El fue, sin duda, un genio, no de la ciencia, sino de la propaganda, no de la prueba rigurosa, sino de la persuasión, no del esquema de experimentos, sino del arte literario. Su lugar no se halla, como él pretendía, junto a Copérnico y Darwin, sino junto a Hans Christian Andersen y los Hermanos Grimm, autores de cuentos de hadas. Este puede ser un juicio riguroso, pero pienso que el futuro lo respaldará. En esto estoy de acuerdo con Sir Peter Medawar, ganador del Premio Nobel de Medicina, que dijo:

Hay algo de verdad en el psicoanálisis, como lo hubo en el mesmerismo y en la frenología (es decir, el concepto de la localización de funciones en el cerebro). Pero, considerado en su conjunto, el psicoanálisis no resulta. Es un producto acabado, como lo fueron un dinosaurio o un Zeppelin; no se puede, ni se podrá jamás erigir una teoría mejor sobre sus ruinas, que permanecerán para siempre como uno de los paisajes más tristes y extraños de la historia del pensamiento del siglo XX.

En un símil más práctico, podríamos tal vez citar a Francis Bacon, a pesar de que viviera muchos años antes que Freud:

Esa señora tenía la cara y el aspecto de una doncella, pero sobre sus caderas se abalanzaban aullantes podencos. Así, también, estas doctrinas presentan en primer lugar una faz encantadora, pero el atolondrado galanteador que tratara de llegar a las partes generativas en la esperanza de una descendencia, sólo se encontraría con chillonas disputas y discusiones.

El psicoanálisis es, en el mejor de los casos, una cristalización prematura de ortodoxias espúreas; en el peor, una doctrina pseudo-científica que ha causado un daño indecible tanto a la psicología como a la psiquiatría, y que ha sido igualmente dañina para las esperanzas y aspiraciones de incontables pacientes que confiaron en sus cantos de sirena. Ha llegado la hora de tratarlo como una curiosidad histórica, y de volver a la gran tarea de construir una psicología verdaderamente científica.

 

EN AGRADECIMIENTO 

Por su permiso de reproducir extractos de material protegido por la propiedad literaria, agradecido reconocimiento se hace a los siguientes autores:

W. H. Auden: « Poemas Recopilados »: The Estate of W. H. Auden and Curtis Brown Ltd.

C. P. Blacker: «Eugenesia: Galton y Después»: Duckworth & Co. Ltd.

F. Boas: «Los métodos de la Etnología» en «Raza, Lengua y Cultura»; MacMillan and Co. Ltd.

F. Cioffi: «Freud y la idea de la Pseudo-Ciencia»: R. Borger y F. Cioffi. « Explicaciones en las Ciencias Conductistas»: Cambridge University Press.

I. Bry y A. H. Rifkin: «Freud y la Historia de las Ideas»: Fuentes Primitivas, «1906-1910 en Jules Masserman (ed): «La Ciencia en el Psicoanálisis», vol. V; Grune and Stratton, Inc.

S. Freud: « Autobiografía », «La Interpretación de los Sueños», «La Psicopatología de la Vida Cotidiana», «El Caso del Hombre Lobo», «El Caso del Pequeño Hans», «Tres Ensayos sobre la Sexualidad», «Estudio sobre Leonardo da Vinci»: Sigmund Freud Copyrights Ltd.

V. A. Fromkin: «Errores de Realización Linguística»; Academic Press Ltd.

H. B. Gibson: «Dormir, Soñar y Salud Mental» Methuen & Co. Ltd.

E. Jones: « Vida y Obra de Sigmund Freud»: The Freud Estate and The Hogarth Press.

R. M. Jones: «La Nueva Psicología del Sueño»: Grune and Stratton Inc

P. Kline: «Hecho y Fantasía en la Teoría Freudiana» 2ª edición: Methuen & Co. Ltd

S. J. Rachman y R. J. Hodgson: «Obsesiones y Compulsiones»: Prentice Hall.

S. J. Rachman y T. Wilson: «Los Efectos de la Terapia Psicológica»: Pergamos Press Ltd.

G. Roheim: «Psicoanálisis y Antropología»: International Universities Press, Ltd.

M. I. Smith, G. V. Glass, T. I. Miller: «Los Beneficios de la Psicoterapia»: John Hopkins University Press, 1980.

R. Stevens: «Freud y el Psicoanálisis; Exposición y Evaluación»: St. Martin's Press, Inc.

D. E. Stannard: «Historia Encogida»: Oxford Univer­sity Press.

E. M. Thornton: «Freud y la Cocaína»: Muller, Blond & White Ltd.

S. Timparano: «El Lapsus Freudiano»: Verso/NIB Ltd.

C. W. Valentine: «La Psicología de la Primera Infancia»: Methuen & Co. Ltd.

E. R. Wallace: «Freud y la Antropología; Historia y Evaluación»: International Universities Press, Inc.

I. L. Whyte: «El Inconsciente antes de Freud»: David Higham Associates, Ltd.

J. Wolpe y S. Rachman: «Evidencia Psicoanalítica: Una Crítica Basada en "El Caso del Pequeño Hans", de Freud», «Revista de Enfermedades Nerviosas y Mentales». 1960: Williams and Wilkins Ltd.

 

BIBLIOGRAFÍA

En el curso de una vida larga y activa debo haber leído varios centenares de libros sobre Freud y la teoría psicoanalítica, así como miles de artículos. Como este libro ha sido escrito para el lector en general, y no para el especialista, no he documentado cada observación, crítica o comentario, pero puede ser útil citar los libros a los cuales los lectores interesados pueden referirse como fuentes secundarias, para discusión más amplia de las teorías implicadas y, en general, para obtener más detalles técnicos. Los cito a continuación, según el capítulo para el cual pueden ser más relevantes, aun cuando haya bastantes repeticiones.

Es obvio que el lector debiera estar un poco familiarizado con la teoría freudiana y preferentemente haber leído alguno de los libros principales publicados por Freud. Las obras principales a que me refiero en este libro son: «Un Estudio Autobiográfico » (Londres, Hogarth, 1946); « El Caso de la Historia de Schreber» (Londres, Hogarth, 1958); «Tres Ensayos sobre la Teoría de la Sexualidad» (Londres, Hogarth, 1949); «Leonardo da Vinci» (Edición Standard de la Obras Psicológicas Completas, Vol. II); «La Interpretación de los Sueños» (Londres, Allen & Unwin, 1914); «Totem y Tabú» (Londres, Routledge, 1919); «El Análisis de una Fobia de un Niño de Cinco Años» (Documentos Escogidos, Vol. III, Londres: Hogarth Press, 1950); en la edición de Muriel Gardiner, «El Hombre Lobo: Con el caso del Hombre Lobo por Sigmund Freud» (Nueva York, Basic Books, 1971).

Los lectores no familiarizados con la obra freudiana encontrarán el mejor y más comprensible compendio en un libro de R. Dalbiez, titulado «Método Psicoanalítico y Doctrina de Freud» (Londres: Longmans, Green & Co. 1941). El autor es un partidario de Freud, pero no «acrítico» y los ejemplos de casos históricos, interpretaciones de sueños, etc., que da están particularmente bien seleccionados.

Para una discusión elevada de la obra de Freud desde el punto de vista de la filosofía de la ciencia «Los Fundamentos del Psicoanálisis», de Adolf Gruenbaum (Berkeley: University of California Press, 1984) debiera ser consultado. Es el trabajo definitivo sobre el tema, informado e informativo, impresionante por su rigor lógico y su precisión argumental, y plenamente admirable por su completo dominio tanto de la literatura psicoanalítica como de la filosófica.

Los lectores que creen que sólo los que han sido psicoanalizados tienen derecho a criticar pueden consultar con provecho un libro de J. V. Rillaer, un eminente psicoanalista belga de gran reputación, que perdió sus ilusiones y escribió un libro extremadamente iluminador, criticando acerbamente las teorías y prácticas de sus colegas, «Las Ilusiones del Psicoanálisis» (Bruselas, Mardaga, 1980). Este libro es un clásico, pero desgraciadamente sólo disponible en francés. Para una crítica más amplia por un psiquiatra americano, está la obra de B. Zilbergeld «El Encogimiento de América: Mitos del Cambio Psicológico» (Boston: Little, Brown & Co., 1983), que está basado en una experiencia psiquiátrica a largo plazo y escrito sin tapujos.

Desde el punto de vista de la medicina general hay un libro escrito por E. R. Pinckney y C. Pinckney, «La Falacia de Freud y el Psicoanálisis» (Englewood Cliffs: Prentice Hall, 1965); propina un saludable contragolpe a los que creen que todas las enfermedades son psicosomáticas. Otra crítica general del psicoanálisis, basada en una experiencia de muchos años, es un libro de R. M. Jurjevich, « El Fraude del Freudianismo» (Filadelfia, Dorrance, 1974), que debe ser leído inmediatamente después de un libro editado por S. Rachman, «Ensayos Críticos sobre el Psicoanálisis» (Londres: Pergamon Press, 1963).

Una perspectiva ligeramente diferente es ofrecida por dos libros escritos uno desde el punto de vista francés y otro desde el alemán: P. Debray-Ritzen, «La Escolástica Freudiana» (París: Fayard, 1972) y H. F. Kaplan: «¿Es Inútil el Psicoanálisis?» (Viena: Hans Huber, 1982). Cubren un ámbito general muy amplio, y son relevantes en cuanto al Prólogo de este libro, pero en algunas de sus partes, por supuesto, pueden aplicarse a diferentes capítulos igualmente.

CAPITULO 1: FREUD, EL HOMBRE

Podemos empezar citando algunas biografías que han llegado a ser muy conocidas. La más famosa es la de Ernest Jones, «Vida y Obra de Sigmund Freud» (Londres: Hogarth Press, Vol I 1953, Vol. II 1955, Vol. III 1957); esto es más una mitología que una historia, emitiendo, como lo hace, todos los rasgos desfavorables para Freud y alternando el retrato del mismo al suprimir datos y material que podrían ser perjudiciales a su imagen. Algo muy parecido puede decirse de «Freud: Vivir y Morir» (Londres, Hogarth Press, 1972) de M. Schur. El libro «Freud und sein Vater» (Freud y su padre, en alemán) publicado por H. L. Beck, Munich, 1979 se ocupa de las relaciones de Freud con su familia.

A los lectores más interesados por la verdad que por la mitología se les recomienda «Freud y la Cocaína: La Falacia Freudiana», de E. N. Thornton, (Londres: Blond & Bridge, 1983); Thorntorn es de profesión un historiador de la medicina, y no le debe nada a la obra de Freud... ¡y se nota!. También crítico pero extremadamente ceñido a los hechos es el relato de F. J. Sulloway, «Freud, Biólogo de la Mente», (Londres, Burnett, 1979); este es un libro excelente que desvela muchos de los mitos que se han acumulado alrededor de Freud. Lo mismo puede decirse del libro de H. F. Ellenberger «El Descubrimiento del Inconsciente: La Historia v Evolución de la Psiquiatría Dinámica», (Londres, Allen Lane, 1970). Ellenberger ha hecho un trabajo ímprobo para demostrar la dependencia de Freud de escritores anteriores, particularmente Pierre Janet, y su libro se ha convertido en un clásico. En menor medida, puede decirse lo mismo del libro de L. L. Whyte «El Inconsciente antes de Freud» (Londres: Tavistock Publications, 1962) que subraya los dos mil años de historia de los predecesores de Freud y muestra con gran detalle cómo establecieron la importancia del inconsciente y delimitaron sus contornos.

La relación entre Freud y sus seguidores ha sido de gran interés para mucha gente y ha sido usada para ilustrar la tesis de que gran parte de la teoría se basa en la historia de su propia vida. Dos libros que pueden ser consultados ventajosamente a este respecto son «Freud y sus Seguidores» (Londres: Allen Lane, 1976) de P. Roazen, y «Freud y Jung: Conflictos de Interpretaciones » (Londres: Routledge & Kegan, Paul, 1982), de R. S. Steel. Ambos dan una excelente descripción de la rebelión y los conflictos, la conducta autoritaria de Freud, y la diáspora de la excomunión de tantos de sus seguidores.

CAPITULO II: EL PSICOANÁLISIS COMO MÉTODO DE TRATAMIENTO

Un libro de gran interés es «El Hombre Lobo: Sesenta Años Después », de K. Obholzer (Londres: Routledge & Kegal Paul, 1982), que relata el caso de uno de los más famosos pacientes de Freud que, según éste, había sido curado, pero que continuó sujeto a las mismas molestias y desórdenes durante los sesenta años que transcurrieron entre su «curación» y su muerte. Un buen debate sobre los casos verdaderamente tratados por Freud y sus falsas pretensiones de haber llevado a cabo curaciones lo da C. T. Eschenroeder en «Hier Irrte Freud» (Viena: Urban & Schwarzenberg, 1984).

Dos libros mencionados en el texto ilustran el hecho, denunciado por H. H. Strupp, S. W. Hadley y B. Gomes-Schwartz en «Psicoterapia para Bien o para Mal: El Problema de los Efectos Negativos» (Nueva York: Aronson, 1977), de que el psicoanálisis tiene, a menudo, un efecto muy dañino en la salud mental del paciente: S. Sutherland, en «Caída: Una Crisis Personal y un Dilema Médico» (Londres: Weidenfeld & Nicolson, 1976), y Catherine York, en «Si las Esperanzas Fueran Vanas» (Londres, Hutchinson, 1966). Estos libros deberían ser leídos por quien se interesara en lo que sucede realmente en un análisis freudiano ¡visto desde el punto de vista del paciente!.

CAPITULO III: EL TRATAMIENTO PSICOANALÍTICO Y SUS ALTERNATIVAS

Dos libros relevantes con la materia tratada en este capítulo deben ser leídos consecutivamente. El primero es el de S. Rachman y G. T. Wilson, «Los Efectos de la Terapia Psicológica» (Londres: Pergamon 1980); es un compendio notable de toda la evidencia relativa a los efectos del psicoanálisis y la psicoterapia, escrito desde un punto de vista crítico, y dando, con mucho detalle, los mejores relatos disponibles sobre los hechos. El segundo es de M. L. Smith, G. V. Glass y T. I. Miller: «Los Beneficios de la Psicoterapia» (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1980); también analiza los textos literarios y asegura haber demostrado la eficacia de la psicoterapia, pero por las razones que da en este libro sólo tiene éxito en conseguir demostrar exactamente lo contrario. Los lectores interesados en saber más sobre métodos alternativos de tratamiento, tales como la terapia conductista, pueden recurrir a una narración popular de H. J. Eysenck, «Tú y la Neurosis» (Londres: Temple Smith, 1977).

CAPITULO IV: FREUD Y EL DESARROLLO DEL NIÑO

La referencia principal en este capítulo es para un libro de C. W. Valentine, «La Psicología de la primera infancia» (Londres: Methuen, 1942). Hay también un capítulo de F. Cioffi, « Freud y la Idea de la Pseudo-Ciencia » que aparece en un libro editado por R. Borger y F. Cioffi, «Explicaciones y las Ciencias Conductistas» (Cambridge: Cambridge University Press, 1970). En este libro se encuentra también mucho material que puede ser usado en relación con los capítulos siguientes.

Para el caso del «Pequeño Hans», me he referido a una revisión crítica, detallada y luminosa, de J. Wolpe y S. Rachman. «Evidencia Psicoanalítica: una crítica basada en el caso freudiano del Pequeño Hans», en «Revista de Enfermedades Mentales y Nerviosas», 1960.

 CAPITULO V: LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS

Hay abundante material a escoger para este capítulo. Excelentes introducciones a la psicología del sueño pueden hallarse en los siguientes trabajos: H. B. Gibson, «Dormir, Soñar y Salud Mental» (en prensa); D. B. Cohen: «Dormir, Soñar: Orígenes, Naturaleza y Funciones », (Londres: Pergamon Press, 1979); A. M. Arkin, J. S. Antrobus y S. J. Ellman, editores de « La Mente en Sueños » (Hillsdale, N. J.: Lawrence Erlbaum, 1978). Otra buena información puede hallarse en el libro de D. Foulkes « Sueños de Niños: Estudios Longitudinales» (Nueva York, John Wiley, 1982); empieza como un freudiano convencido, pero sus propios estudios le desilusionan. Luego está el libro de M. Ullman y N. Zimmerman, «Trabajando con los Sueños» (Londres: Gutchinson, 1979) y también el de R. M. Jones «La Nueva Psicología del Sueño» (Londres: Penguin Books, 1970), un psicoanalista que también se volvió un crítico de la teoría de Freud. El más importante de todos, no obstante, es, probablemente, C. S. Hall, en su libro «El Significado de los Sueños» (Nueva York: Harper, 1953), que elaboró una teoría rival de la de Freud, mucho más sensible y fuertemente respaldada por un amplio cuerpo de evidencia.

Menciono en este libro la vieja tendencia a simbolizar las partes genitales del macho y la hembra con referencias a objetos alargados y redondos; un estudio detallado de este tema lo da J. N. Adams en «El Vocabulario Sexual Latino» (Londres: Duckworth, 1982), del cual he tomado los diversos ejemplos citados en este capítulo.

Con referencia a los llamados «lapsus freudianos» me he referido a dos libros. El primero es el de S. Timpanaro, «El Lapsus Freudiano: Psicoanálisis y Crítica Textual» (Londres: New Left Books, 1976); y el otro es editado por V. A. Fomkn, «Errores en Realización Lingüística: Lapsus de la Lengua, Oído, Pluma y Mano» (Londres: Academic Press, 1980). Ambos libros son excelentes y facilitan una interesante introducción a la teoría y al estudio experimental de tales lapsus desde el punto de vista de la lingüística y la psicología experimental.

CAPITULO VI: EL ESTUDIO EXPERIMENTAL DE LOS CONCEPTOS FREUDIANOS

Por lo que se refiere a este capítulo, dos libros pueden ser ventajosamente consultados. Uno, es el de P. Kline «Hecho y Fantasía en la Teoría Freudiana» (Londres: Methuen, 1972); es una relación muy detallada de todo el trabajo hecho por psicólogos experimentales interesados en la teoría freudiana y que trataron de comprobarla en los laboratorios. El autor no es «acrítico», pero a menudo omite considerar hipótesis alternativas; podemos aceptar su rechace de un sólido cuerpo de evidencia probatoria por no demostrar las teorías de Freud, pero en cambio hay que considerar sospechosas sus evaluaciones más positivas. Un libro que H. J. Eysenck y G. D. Wilson, « El Estudio Experimental de las Teorías Freudianas» (Londres: Methuen, 1973) examina los principales experimentos que según críticos competentes dan el mayor respaldo a las teorías freudianas y trata de demostrar que, de hecho, no prueban tal cosa. Debe dejarse a los lectores decidir por sí mismos entre Kline y Eysenck-Wilson. 

CAPITULO VII: PSICO-CHARLA Y PSEUDO-HISTORIA

El debate, en este capítulo, se ha basado ampliamente en la obra de D. E. Stannard «Encogimiento de la Historia» (Oxford: Oxford University Press, 1980), un examen detallado de las pretensiones de Freud y sus seguidores concerniente al estudio de la historia desde el punto de vista psicoanalítico... y es una exposición muy condenatoria.

En cuanto al aspecto antropológico del capítulo, los lectores pueden referirse a M. Harris, «El Ascenso de la Teoría Antropológica», (Nueva York: Crowell, 1968) y E. R. Wallace «Freud y la Antropología: Una Historia y Reevaluación» (Nueva York: International Universities Press, 1983). También se cita a «Margaret Mead y Samoa», de D. Freeman (Cambridge, Mass: Harvard University Press, 1983), que demuestra muy claramente cuán totalmente vacías de contenido pueden ser las teorías e interpretaciones antropológicas.

CAPITULO VIII: DESCANSE EN PAZ: UNA EVALUACION

Para este capítulo podemos recomendar un libro de N. Morris, «Un hombre poseído: La Historia del Caso de Sigmund Freud» (Los Ángeles: Regent House, 1974). Este libro también puede ser relevante para el capítulo I, analizando la personalidad de Freud de una manera relacionada con nuestra interpretación de su obra como extensión de su personalidad, y para el capítulo II en cuanto se refiere a los detalles de lo que parece un análisis desde el punto de vista de la víctima.

El libro de R. La Piere, «La Ética Freudiana» (Nueva York: Duell, Sloan & Perce, 196 1) se ocupa de las enseñanzas de Freud desde el punto de vista ético e insiste en el tremendo daño que ha hecho a la sociedad americana y, por extensión, a la europea.

«El Standing del Psicoanálisis» (Oxford: Oxford University Press, 1981) de B. A. Farrel y « Freud y el Psicoanálisis» (Milton Keynes: Open University Press, 1983) de R. Stevens debaten el crédito del psicoanálisis y se ocupan de muchos de los temas suscitados en este capítulo. Ambos han sido escritos por hombres que son contrarios al psicoanálisis, pero lo aceptan en direcciones que, como he hecho notar, lo reducen, en última instancia a un status no científico.

Hay, muchos más libros y gran cantidad de artículos que podrían y deberían ser leídos por quien deseara ser considerado competente para discutir los sujetos implicados. No obstante, se encontrarán referencias detalladas en los libros antes mencionados, y no serviría de mucho ir más allá de la lista que aquí se ofrece.

Pocos se habrían atrevido a un análisis tan objetivo de Freud, como el realizado por Hans J. Eysenck. Y dicho análisis en pocos casos habría tenido algún valor como no fuera en la pluma de un profesor de prestigio internacional que actualmente posee Eysenck. Sus extensos y documentados trabajos en el campo de la psicología, y sobre temas como la personalidad, la inteligencia y la educación, han hecho de él uno de los investigadores científicos más cotizados en el mundo editorial. Su visión de la obra de Freud acaba siendo definitiva. 

«Lo que hay de cierto en Freud no es nuevo, y lo que hay de nuevo en Freud no es cierto.

¿Qué podemos decir de Freud y su lugar en la historia?

Fue, sin duda, un genio; no de la ciencia, sino de la propaganda, no de la prueba rigurosa, sino de la persuasión, no de los esquemas y  experimentos sino del arte literario.

Su lugar no está, como él pretendía con Copérnico y Darwin, sino con Hans Christian Andersen y los hermanos Grimm, autores de cuentos...

Freud llegó, en el caso de Dora, a interpretaciones sobre los complejos de la paciente, que, en realidad, no eran más que manifestaciones de las manías (o complejos) del propio Freud

... Después de ochenta años de haberse publicado las teorías freudianas originales, no hay ninguna de ellas que pueda ser respaldada por una adecuada evidencia evidencia experimental, ni por estudios clínicos, investigaciones estadísticas ni métodos de observación.

 

Índice

 Tus compras en Argentina

 

 Tus compras en México

 

Tus compras en Brasil

VOLVER

SUBIR