ADOLESCENCIA, DROGADICCIÓN Y SU TRATAMIENTO

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Kalina, Eduardo.

Adolescencia y Drogadicción.

Editorial Nueva Visión, B.A., 1987. pp. 9-29. Cap. 1 

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I.    CONCEPTO DE DROGADICCIÓN.

El tema de la drogadicción abarca un campo de amplio y con numerosas variables; razón por la cual requiere un enfoque interdisciplinario tanto para su estudio como para organizar el “combate” en contra del mismo.

Considero como un concepto clave la postulación de que la drogadicción debe ser estudiada dentro de un marco psicosocial. Si no hay droga no hay drogadicción. En otras palabras, si se dan las condiciones sociales de total invitación a la posibilidad de obtención de de drogas por parte de la población, esta no sufrirá la enfermedad.

El otro concepto que me parece importante destacar es el de la disposición del individuo a usar drogas. Este fenómeno es inherente a la condición de fragilidad y finitud del ser humano.

Me gustaría ampliar este último concepto. Drogadicción  no es un diagnóstico que se corresponde en forma lineal con una estructura de personalidad definida. Es cierto que entre las personas que hoy usan drogas, en especial los jóvenes, hay un porcentaje muy significativo de trastornos narcisistas de la personalidad, en especial los denominados borderline o fronterizos, pero ésta no es una conducta sine qua non. También pueden existir trastornos neuróticos, psicóticos, depresiones graves, psicopatías, etc. Por otra parte, hay personas que padecen algunos de estos cuadros y que jamás usan drogas.

En primer término, las personas con diferentes patologías podrán usar drogas si existe la posibilidad de tener acceso a su suministro. Donde esta alternativa no existe la persona podrá desarrollar otras conductas adictivas, como pueden ser el juego, el trabajo, la comida la adquisición de objetos, etc., pero una drogadicción o fármaco-dependencia. 

También vemos estas conductas adictivas en el tipo de relaciones interpersonales que pueden desarrollar un sujeto. Podemos así observar personas que mantienen relaciones humanas basadas en una verdadera necesidad de “llenarse” del otro, de “poseerlo”, y no de relacionarse con el otro como otro, como es la característica esencial de las relaciones humanas maduras. En otros términos, con la capacidad de reconocer la “otredad del otro”. Se produce así un vínculo simbiótico, o sea adictivo, a una sola persona o a un grupo, que puede llegar a ser funcionalmente positivo o no, dependiendo de muchas variables, pero donde nunca el otro es un otro. Se produce así un vínculo simbiótico, o sea adictivo, a una sola persona o a un grupo, que puede llegara ser funcionalmente positivo, o no, dependiendo de muchas variables, pero donde nunca el otro es un otro. En esta modalidad relacional el destino de cada uno puede llegar a depender tanto del otro como un bebé de su mamá, y su falta podrá desencadenar un verdadero síndrome de abstinencia, o presentar otras reacciones extremas, como por ejemplo crisis psicóticas, intentos de suicidio y/o reacciones criminosas como ocurrió con el caso del Pastor Jim Jones y su grupo de fanáticos hace años en Guyana. Inclusive en las relaciones adictivas acontecen con facilidad otros fenómenos psicosociales, como las reacciones asfixiantes equivalentes a sobredosis de drogas que pueden provocar cuadros claustro-agorafóbicos, o depresiones invalidantes, para uno o ambos componentes, o francas folies à  deux, tipo Don Quijote y Sancho Panza, o folies à familia o folies à groupes.

 

II.  EL USO DE DROGAS Y EL SER HUMANO

La droga es una necesidad que se registra como una constante a lo largo de la historia de la humanidad, y cuyo fundamento está basado en la incapacidad que los seres humanos tenemos para aceptar la condición de finitud inherente al fenómeno de la vida. Quisiera extenderme en este último punto, El hombre es el único animal que no acepta su destino biológico que es nacer, crecer, reproducirse y morir. Todos los demás desarrollan esta secuencia aceptándola como un mandato biológico natural.

Llegado a este punto, conviene hacer una disociación absolutamente artificial y considerar al ser humano como un cuerpo y una mente.

Nuestro cuerpo es igual al de cualquier animal; nos guste o no, nace, crece, se reproduce (o no) y muere. Tiene que cumplir el destino biológico. Nuestra mente, en cambio, siempre ha querido escapar de este determinismo biológico, y sólo mentalmente podemos intentar trascender los límites que nos corresponden. Estamos aquí, físicamente en estas jornadas de Santiago, pero con la mente podemos irnos a cualquier otra parte, por ejemplo a otro país, a otra ciudad, al espacio, etc. Nuestra fantasía nos permite hacer cualquier cos que deseemos, siempre que esta realización sea en el nivel mental.

En cambio, en el nivel corporal, físico, la finitud y la muerte como final inevitablemente de nuestra existencia es un hecho capital que nos duele inmensamente y nos cuesta aceptar, y cuando más débil es una persona más dificultad tiene para tolerar el conocimiento de la realidad de lo que es la vida.

Me refiero a la fragilidad de las personas, en el sentido de aquellas  que han sufrido grandes frustraciones que han lesionado su Yo, debilitado y distorsionado sus posibilidades de un normal funcionamiento. Estas personas tienen más problemas para aceptar sus limitaciones, su finitud, y así, cuando tienen que enfrentarse a situaciones que experimentan como terribles, horrorosas, un recurso defensivo clásico al que apelan es el de refugiarse en su interior; Y si esta interioridad está muy dañada, lesionada, carente de objetos buenos  internalizados, producto de relaciones parentofiliales amorosas, que ayuden a encontrar sentido a la vida, es decir que es desilusionante, su sensibilidad a la oferta externa de substancias mágicas que les brinden ilusiones aumenta peligrosamente.

Por supuesto que en esta descripción hemos reducido el proceso dinámico, por razones didácticas, exclusivamente a un tipo de reacción defensiva, ya que diferentes reacciones psicológicas son utilizadas por el psiquismo ante las frustraciones, y “la solución ilusoria-drogas”, si se dan ciertas y determinadas variables sobre las que ya hablaremos, aparece en el “repertorio” de respuestas posibles, cada vez con mayor frecuencia en el mundo actual. La sociedad deshumanizada en que vivimos estimula al hombre a maquinizarse (robotizarse), y los combustibles especiales, léase drogas, se ofrecen como el vehículo ideal para esta transformación.

En cambio, la vida con esperanzas tiene sus bases fundantes en una buena infancia, en haber sido reconocido como un otro con vida y derechos propios desde el comienzo de la vida. Luego retomaré este punto.

El hombre siempre ha intentado escapar a su destino, trascender, y para ello recurre a su fantasía, a su capacidad de invención par encontrar algo que le dé mayor signifado que “el fatalmente asignado por el determinismo biológico”. Este algo puede ser entonces una religión, una filosofía, o también una conducta adictiva o una franca drogadicción: “los paraísos artificiales”.

 

III.    FACTORES QUE INFLUYEN EN EL DESARROLLO DE UNA DROGADICCIÓN

¿Cuál es el origen de la drogadicción? Deberán perdonarme que pueda llegar a simplificaciones demasiado grandes, como en este caso, pues en una primera aproximación mi respuesta es: la falta de amor, el abandono y las consecuencias psicológicas correspondientes. Luego veremos otros factores que influyen y los analizaremos con mayor detalle.

Volviendo a la falta de amor, el hombre, al nacer y durante una cantidad de tiempo importante, necesita dedicación, atención y cuidados amorosos para poder desarrollarse e integrarse adecuadamente. Cuando esta condición falla, vemos entonces aparecer con gran frecuencia los trastornos de la personalidad y también las adicciones. Esto nos lleva a analizar con detenimiento algunos elementos que considero importantes para explicar el desarrollo de una adicción.

a) Factores constitucionales. Estudiosos de la Psicología infantil, como Melanie Klein y otros, consideran que hay niños que nacen con características de origen constitucional diferentes. Estas postulaciones surgen de la investigación psicológica, independientemente de los hallazgos que nos brinda la ciencia que estudia la genética.

Yo estoy completamente de acuerdo con esto. Por ejemplo hay niños que nacen con una menor capacidad para tolerar la ansiedad, que son más impulsivos y que tienen características diferentes a otros niños. Aun cuando hoy día sabemos poco sobre el tema, estamos investigando las bases neuroquímicas de la conducta, y así es posible saber, por ejemplo, que el feto responde con alteraciones del ritmo cardíaco, succión del dedo y movimientos a situaciones de estrés de la madre, tal vez a través  de un mensaje predominante noradrenérgico.

Podemos suponer entonces que a través de mensajes que podríamos calificar de “neuroquímicos” se va plasmando una pauta de respuestas conductuales en germen, que después del nacimiento se expresaran en diferencias de respuestas psicológicas entre un niño y otro frente a la ansiedad, el miedo, la frustración, la rabia, etc.

Tampoco podemos olvidar que la ingesta de ciertas sustancias por la madre, como alcohol, psicofármacos, tabaco y otros, también van a ejercer su efecto sobre la evolución y estructuración biopsicológica del feto-futuro-hombre.

b) Relaciones objetales tempranas: constancia objetal. Si al nacer un niño su madre está bien sustentada, por su pareja y por condiciones ambientales adecuadas, es más posible que pueda ser atendido por ella como otro. En est fase y durante los primeros años el niño necesita dedicación, amor y cuidados que le permitirán desarrollarse e ir fortaleciendo su Yo. En la medida en que han recibido mejorar calidad de amor, respeto por el mismo y un buen concepto de limitantes entre uno y otro, ya desarrollado dentro de él la génesis de una conducta madura. Desde mi punto de vista, así se genera la capacidad de vivir en democracia. Todo esto se logrará si las primeras relaciones del niño con su madre son adecuadas y si el objeto primario, la madre, permanece constante y disponible, por lo menos durante los primeros meses de vida. Lo que llamo microabandono o macroabandono, es decir, el alejamiento de la madre o la incapacidad de dar todo este sustento al niño, va a provocar alteraciones de las relaciones objetales tempranas y, por lo tanto, dificultará el logro del desarrollo de un Yo maduro posteriormente, lo que predispondrá a la aparición de una adicción, si se cumplen además otras circunstancias, porque este factor recién expuesto no es específico como base predisponente.

c) Depresión materna. Existe un micro o macroabandono del cuidado del niño en los casos de depresión materna. Normalmente, frente al nacimiento de un hijo las madres tienen reacciones depresivas. El parto y el período de postparto es una etapa de cambios muy importantes para la mujer. Se pierde una situación de vida y se pasa otra. Hay madres que presentan depresiones muy serias, y la persona depresiva  es alguien siempre hambrienta de estima. Es una persona que regula su autoestima y la mantiene a través de  la estima que obtiene de los otros. En esta situación, entonces la madre atenderá posesivamente a su hijo, no porque este la necesita, sino principalmente porque ella lo necesita a él, o si no directamente lo abandona. Este es un proceso que se desarrolla y se extiende en el tiempo, y a través del cual esta mamá permanentemente usa al niño para ella misma, venciendo los límites del niño para acomodarlo a sus necesidades. Este tipo de relación en forma enmascarada es también abandonante, aunque parezca lo contrario. Se produce, en definitiva, una simbiosis que no se va a resolver en la forma normal, a través de los procesos de separación-individuación descritos por Margaret Mahler. Aquí vemos un ejemplo contrario a aquellos consejos del poeta árabe Khalil Gibran cuando dice estas sabias palabras: “…los hijos son hijos de la vida…”

Siempre me resultaron insuficientes las explicaciones realizadas en un código verbal para describir procesos de interacción humana tan complejos, pero espero que ustedes puedan aceptar estos limitados ejemplos, como intentos didácticos de transmisión de información. Me quiero referir a que esta evolución patogenética de una drogadicción es más compleja que las breves vicisitudes de abandono recién mencionadas. Las técnicas de acción para llegar al otro, en vez de las verbalizaciones, las invasiones del territorio del otro y su manipulación permanente, los modelos tóxicos, los dobles mensajes inductores, las mentiras, etc. Van configurando un cuadro muy particular que iré describiendo poco a poco.

d) Relación con la figura paterna. La figura paterna es un factor clave para la aparición o no de una drogadicción. Aunque su papel en los primeros momentos de la vida no es tan capital como el de la madre, al dar estabilidad al hogar y vínculo entre la madre y el hijo, va generando las condiciones más adecuadas para que el buen desarrollo del niño sé efectúe adecuadamente. En la historia de la evolución de un futuro drogadicto, la figura paterna no es capaz de sostener las dificultades de su esposa y por otro lado no reacciona frente a la simbiosis madre-hijo para evitar así hacerse cargo de las necesidades y exigencias de su esposa y/o del hijo.

Lo que constituía una díada de explotación (madre-hijo) se han transformado en una tríada de explotación, al utilizarse al hijo para que la pareja subsista. Es como si el marido dijera: “Mujer, ahí tienes un hijo para entretenerte, así que no me fastidies, y yo haré la vista gorda de toda la explotación que hagas de él.”

A través de este “pacto perverso” se instala el modelo que denomino “hacer la vista gorda”, algo así como la tendencia a ser un explotador-explotado. En otras palabras, incorporará una ideología de vida donde una parte de su Yo hará “la vista gorda” a las actuaciones de la otra, en especial en todo lo que respecta a las actuaciones adictivas. Les recuerdo mi frase preferida: “Nadie es original en su patología”.

Su posición de padre ausente, o presente-ausente, de poseer pene pero no falo, en términos lacanianos, no significa que no pertenezca a este conjunto simbiótico, que recién calificamos como explotadores. Ya veremos en los procesos de los tratamientos cómo se niega o sabotea sistemáticamente cualquier decisión del equipo terapéutico de producir un corte en el “cordón umbilical psicológico” (que a veces caricaturescamente denominamos “cable coaxil umbilical”) que existe entre el adicto y su madre, porque su estabilidad también está sustentada por el mismo juego.

En este momento suelen plantear un ya clásico dilema, para nuestra experiencia, en términos de que él, el padre, tiene que tomar una decisión  “ entre él (puede ser ella) o yo”, o “entre él (puede ser ella) o su madre”. Estos son los momentos claves del proceso terapéutico, pues si no logramos modificar el destino trágico de esta encrucijada, se pone en acción lo que he denominado “el pacto criminoso”.

e) Invasión de los límites del otro. En el tipo de relaciones descritas más arriba, nadie es otro como otro, sino que está al servicio del otro. Hay una permanente invasión de los límites y se establecen relaciones de tipo narcisista caracterizados por la manipulación.

Hay además un permanente uso de la negación, por lo que no se perciben, o más bien se niegan, los conflictos que existen en la familia, pues “se piensan unos a otros”, y no conocen el valor del preguntarle al otro qué le pasa. Este concepto es de gran valor en los procesos terapéuticos (tanto individuales, grupales y familiares) para trabajar permanentemente sobre esta forma de relacionarse.

 

IV.    IMPORTANCIA DEL CUERPO Y NEGACIÓN DEL MISMO EN EL ADICTO. NEGACIÓN DE LA FINITUD.

Me gustaría ahora retomar una idea planteada al comienzo y que tiene que ver con el vínculo que tiene el adicto con su cuerpo. Esta relación me parece muy importante, y creo que es necesaria recordarla constantemente. Decíamos que el cuerpo marca nuestro destino, nuestra condición biológica. El adicto niega esta circunstancia, hace “la vista gorda”. Siente odio hacia su cuerpo, ya que este por su finitud le impide vivir la ilusión de grandiosidad que busca. Ahora bien, el adicto vive una paradoja trágica. Como todo ser humano necesita y busca un límite para poder integrarse al resto de la humanidad, pero cuando lo encuentra se desespera, porque este límite le marca su finitud. En consecuencia, intenta sobrepasarlo, atacándolo y buscando una grandiosidad que no puede ser satisfecha, y al encontrar un nuevo límite ante la intolerancia de su cuerpo al tóxico, reaparece nuevamente la condición de finitud. Así, esto se repite una y otra vez, hasta llegar a la sobredosis, que representa la posibilidad de marcar un límite que detenga el ciclo, pero que no resulta suficientemente eficiente, hasta que se llega el límite máximo que es la muerte.

Esta negación del cuerpo y su finitud se complementa con el sentimiento que tiene el adicto a tener un Yo demasiado frágil, que ha sido invadido y explotado desde pequeño sin respeto a sus límites. Cuando encara su vida no tiene fuerzas para enfrentar los límites de la realidad externa, y entonces recurre a las drogas que operan como una fuerza extra que le ofrece la ilusión de poder vivir una existencia con una menor vulnerabilidad que la que realmente tiene.

 

V.  CONSTELACIÓN Y PERSONALIDAD PREADICTIVA.

Decíamos que no hay trastorno de personalidad o condición psicológica específica en la base de las adicciones. Pero lo que quiero plantear aquí es la existencia de algunas características que pueden configurar lo que llamo una “constelación preadictiva”.

“Nadie es original en su patología.” En el adicto hay que buscar los modelos familiares que complementan los factores predisponentes al desarrollo de esta enfermedad.

Estas familias, como lo plantea Gerald Davidson, director del Elan, un centro de tratamiento para adictos, en los Estados Unidos, son “psicotóxicas”.

A través de mensajes verbales y no verbales la familia se encarga de mostrar al niño una serie de conductas adictivas que tienen que ver con el uso abusivo de medicamentos, en especial psicofármacos, tabaco, café, alcohol, trabajo, comida, etc. Con estas conductas está dando un mensaje de cómo enfrentar las vicisitudes de la vida, en este caso, “psicotóxicamente”, lo que unido a las otras condiciones expuestas va a generar la adicción futura. Muchas veces estos “mensajes familiares” tienen la modalidad de dobles mensajes típicos, que expresados en una frase podrían traducirse en términos de: “Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”. Los padres abusan, pero enseñan que esto no se debe hacer. Esta modalidad es inductora por excelencia de las conductas adictivas de los hijos.

Ahora bien, mucha gente, adultos y adolescentes, usan o experimentan alguna vez con drogas, sin embargo no se convierten en adictos. Los que se transforman en drogadictos serán los que tiene una “constelación preadictiva”, posición que difundo y sostengo permanentemente en todos los eventos científicos sobre el tema.

El uso indiscriminado de medicamentos, no sólo psicofármacos, sino antibióticos, analgésicos y otros, el uso del tabaco en forma compulsiva frente a cualquier ansiedad, el uso de alcohol o de comidas frente a la ansiedad, o el comprar, trabajar o hacer cosas en forma impulsiva para calmar la angustia van construyendo, en el hijo, un modelo donde el pensar, esperar y controlar los impulsos no existe; en cambio, la acción tóxica (consumo de drogas) sustituyen el pensar. Así se genera una personalidad preadictiva que al juntarse con la droga pasa a la categoría de adicta.

En estos conceptos se fundamentan nuestras técnicas terapéuticas, pues debemos ayudar a los jóvenes a hacer una reeducación o a educar, a saber esperar, a escuchar al otro, en especial cuando requerimos su opinión, o cuando corresponde tenerla en cuenta, etc.

En otras palabras, en estos grupos familiares o equivalentes no se aprende el control de impulsos porque no existe nadie que lo enseñe. No hay modelos coherentes de reflexión, de espera. El adicto está siempre pidiendo, es decir buscando la gratificación inmediata, pues no aprendió a mediatizar el impulso con el pensamiento. Es un ser crónicamente “hambriento”.

Por estas características es que ya a principios de siglo Freíd planteó la importancia de fijaciones orales en la dinámica de la adicción, y en esta fijación se fundamentó la clásica descripción de la existencia, en la personalidad del adicto, de un Yo débil, incapaz de tolerar las frustraciones.

En cambio, desde un punto de vista interaccional, esta postulación está basada en la introyección de estos modelos familiares, es decir que es una descripción relacional.

Algo más: estos grupos familiares o equivalentes, “psicotóxicos”, pueden ofrecer, haciendo un artificio por razones didácticas, modelos simbióticos o cismáticos. En ambos predomina la rigidez en los roles, separados en el cismático y mantenidos juntos por “encolamiento” en los simbióticos como fundamento para la subsistencia del vínculo parental. Estos conceptos nos explican la falta de repertorio de recursos psicológicos que en un futuro presentarán los adictos para enfrentar las dificultades de la vida.

Dentro de la constelación y personalidad preadictiva debemos reiterar aquellos factores de índole sociocultural que inducen  el desarrollo de las adicciones.

En muchos países latinoamericanos como Argentina, Chile, Brasil, Venezuela, México, y en casi todos los países desarrollados o en proceso acelerado de desarrollo, existen modelos altamente adictivos como por ejemplo nuestra cultura alcohólica y tabáquica. Hay una especie de complicidad de toda la sociedad que favorece el desarrollo de un ambiente intensamente alcoholizado, que a su vez favorecerá la adicción. Es frecuente observar en muchos países conductas como el beber alcohol reiteradamente en dosis pequeñas a lo largo del día, como ocurre en España o Venezuela, lo que significa además de otros males, un ejemplo negativo para las generaciones más jóvenes. Yo planteo la pregunta: ¿Cómo vamos a dar clases a los niños sobre estos temas si no los acompañamos con otro tipo de ejemplos?, con el agravante de que estos modelos están potenciados por la idealización de estas conductas a través de las poesías, las canciones, propagandas, películas, videos, etc. El que hoy se usen otros productos como son los inhalantes por los grupos de clases bajas, en especial los niños y jóvenes más expuestos al abandono, no es más que un cambio en la sustancia adictiva, pero continuando siempre dentro del mismo modelo.

Una campaña de prevención primaria contra las drogas debería partir primeramente por la prevención del alcoholismo, el  tabaquismo y las adicciones recetadas.

 

VI.    ADOLESCENCIA Y DROGADICCIÓN

Evidentemente la adolescencia es la etapa más susceptible para desarrollar una drogadicción, pues es el período de resolución del proceso simbiótico. Por tal razón, Masterson la llamó “la segunda etapa de separación-individuación”, siguiendo la nomenclatura de M. Mahler. Es la etapa de la separación del grupo familiar, del duelo por la exogamia y del enfrentamiento con el mundo externo. Si el adolescente tiene un Yo débil, producto de todos los factores expuestos anteriormente, entonces va a necesitar una fuerza extra para cumplir con este desafío, y si tanto la familia como la sociedad le muestran que las “drogas” son el equivalente de “la espinaca para popeye”, es decir, el “combustible” adecuado para enfrentar las exigencias de la vida, él podrá poner en marcha la “experiencia tóxica”. En la sociedad actual los factores inductores son numerosos y reiterados a lo largo de las 24 horas de cada día, y cuando encuentran terreno propicio fructifican con gran facilidad. Una de las patologías más susceptibles de ser vulnerable es la de los trastornos de la personalidad; en especial los casos de personalidad borderline o fronteriza, porque son seres deficitarios en su personificación. En psicopatología se les considera como detenciones en el proceso de desarrollo.

En síntesiss, si nos colocamos ante las realidades que debe enfrentar el adolescente de esta época, y si le sumamos la ya de por sí estresante tarea de asimilar los cambios propios de de su crecimiento, tanto corporales como psicosociales, se hace aún más claro comprender por que los consideramos una población de alto riesgo.

 

VII.     TRATAMIENTO

Existen diferentes programas de tratamiento para pacientes adictos, pero ninguno tiene una validez universal.

Cada institución debe diseñar sus propios modelos de abordaje, y en consecuencia trataré de desarrollar el programa que diseñé para nuestro contexto de trabajo en la actualidad, en la Clínica Psiquiátrica Guadalupe de Buenos Aires.

Nosotros tratamos inclusive a aquellos que no se consideran a sí mismos como  enfermos, ya sea porque son menores y contamos con el aval de los padres, o por orden de los padres, o por orden de las autoridades judiciales cuando son mayores de edad.

Mi postura personal es que independientemente de su decisión voluntaria, el adicto debe ser tratado, pues él es un “esclavo”(como lo indica el estudio etimológico de esta palabra) que niega su esclavitud y además cree que es libre, pues desconoce y/o niega el libreto que contiene el argumento inductor de su actitud psicótica y suicida.

Toda adicción es una psicosis y una enfermedad suicida a corto o largo plazo. Antes de seguir en el tema del tratamiento, quiero aclarar que cuando digo que toda adicción es una forma de psicosis no me refiero a que el adicto pueda volverse psicótico o que un psicótico pueda volverse un adicto, lo cual si puede suceder en realidad, ni tampoco al riesgo de que haya una psicosis tóxica. Me refiero más bien a que estamos viendo una nueva patología del área del psicotismo, siguiendo la línea de ideas de José Bleger sobre “la parte psicótica de la personalidad”.

El adicto es un ser en el cual se ha puesto en actividad la parte psicótica de la personalidad. La drogadicción tiene un tipo de delirio que puede afectar a un área parcial o a la totalidad del self de una persona.

El adicto no responde a la prueba de la realidad ni a la de la experiencia, no tiene conciencia de enfermedad, o la tiene parcialmente o mejor dicho disociadamente, y vive de acuerdo con el delirio, que se convierte así en su propia “ideología de vida”, tal como ocurre en el psicótico en su sentido más clásico. Funciona egosintónicamente con su delirio drogadictivo, y por ello la internación por norma general debiera ser la primera medida a tomar para intentar su rehabilitación, pues necesitamos crearle un conflicto, una egodistonía, y para ello al intentarlo en una institución con un programa especialmente diseñado para el tratamiento de adictos, y al suprimirle el consumo de drogas, comenzamos estableciendo el NO, el límite tan ansiado como odiado, y favorecemos además la emergencia de los estados de abstinencia. Reiteramos, generamos conflictos para poder empezar a trabajar terapéuticamente.

Dentro del período de internación, lo fundamental es comenzar a enseñar al adicto a decir NO. Estos pacientes desconocen el NO. Nunca aprendieron a decir NO, ya que nadie en su familia pudo enseñarles esto.

El adicto debe aprender leyes, límites que implican decir NO. La familia también. Todos son transgresores.

En nuestra comunidad terapéutica tenemos tres leyes fundamentales: NO drogas, NO sexo y NO violencia.

Estas tres leyes están basadas en la necesidad de enseñarles a los pacientes a controlar los impulsos y la agresividad. En la medida en que ponemos un freno a la persona a mirar su interioridad, a pensar reflexivamente y a tomar en cuenta a los otros.

Usamos técnicas de terapia individual, familiar y grupal (grupos de convivencia, confrontación y reflexión), actividad física (gimnasia dirigida y terapias corporales), tetro, acompañamiento terapéutico por parte de un equipo especializado, grupos de recreación, etcétera.

Los grupos de convivencia son grupos terapéuticos, dirigidos con un enfoque inreccional y dinámico, y constituyen la actividad central de todas las mañanas.

En cambio los grupos de confrontación, que se realizan por las tardes, son el único lugar en el que se puede expresar la violencia, pero sólo en el nivel verbal y con la obligación de escuchar al otro y a los otros. Con esta metodología intentamos enseñar a los pacientes a hablar de sus conflictos en vez de actuarlos, y a aprender a hacerlo en el lugar y el momento adecuados. Además deben escuchar a los otros, y a los co-terapeutas, que son los encargados  de regular las re-introyecciones, pues las sesiones suelen ser muy intensas y requieren de terapeutas hábiles para evitar los acting-out, o sea las re-proyecciones hacia fuera, que suelen producirse  como intentos de evitar el proceso introyectivo que buscamos forzar, dada la circunstancia de que la mayor parte de los miembros del grupo son pacientes internados. También concurren algunos de los ya externados que participan de las actividades del “Hospital de día”.

He aquí una razón más para avalar nuestro criterio de que la internación constituye un recurso fundamental en una etapa del tratamientote los pacientes adictos, que independientemente de su estructura básica presentan en la mayoría de los casos un predominio de mecanismos paranoides (identificaciones proyectivas masivas) y de negación omnipotente.

Otra parte complementaria de nuestro tratamiento la constituyen la gimnasia (cinco veces semanales), las terapias corporales (dos clases semanales), el teatro (dos clases semanales) y el trabajo de los grupos recreacionales, a cargo de paraprofesionales especializados en el tema, que se llevan a cabo todas las noches después de la cena hasta la medianoche, para completar la tarea socializante o resocializante para aquellos que perdieron  su capacidad de relacionarse entre gente sin que intervengan el objeto del delirio en común: la droga. Además, de este ritmo nos facilita nuestra tarea de evitar los psicofármacos para inducir o mantener el sueño y ayuda a reubicarlos en el ciclo nictameral.

Existen también las reuniones grupales a cargo de ex-pacientes, que se realizan varias veces por semana, y que resultan estimulantes por el momento de nihilismo patético como es el que existe alrededor del tratamiento de personas drogadictas.

El cuerpo, como lo hemos dicho, es el más grande enemigo del adicto, y hay que hacerle tomar conciencia del mismo, ya que lo tiene disociado y negado. Los profesionales que se ocupan de estas  tareas son los encargados de indicar las técnicas a utilizar, informando luego al equipo de los resultados de sus experiencias, ya sea en la historia  clínica compartida, o en las reuniones de equipo.

Los coordinadores (por norma general son dos por grupo), profesores, acompañantes terapéuticos, médicos internos, enfermeros, encargados de la limpieza y directores, todos conformamos un equipo que sigue consignas prefijadas para el grupo y para cada paciente en particular, a través de varias reuniones semanales.

Al ser tanta gente la que lleva a cabo la labor terapéutica, se evita la simbiotización característica de la forma de relacionarse de este tipo de personalidades, y por lo contrario se favorece la desimbiotización, siguiendo la metodología que nos enseñó José Bleger, en cuya obra fundamentamos gran parte de nuestro trabajo clínico.

Damos medicación cuando es estrictamente necesario, según nuestros criterios, y preferentemente lo hacemos en dosis bajas; salvo el clonazepan, no utilizamos las benzodiazepinas por los riesgos adictivos que presentan.

Cuando el paciente ya está en condiciones de aceptar trabajar sinceramente sobre su problemática, a través de todo el trabajo con las técnicas enumeradas, tiene la posibilidad de ampliar su proceso de reeducación fuera de la institución y se lo autoriza a salir sin acompañantes y posteriormente incorporarse a hogares sustitutos. Durante las etapas iniciales sale solamente con acompañamiento, ya sea de su familia o de los acompañantes terapéuticos de la institución.

Finalmente, un intenso trabajo con la familia nos indicará el momento en que el adicto puede volver a ella.

El período de tratamiento internado toma como promedio dos a cuatro meses en dos etapas, y luego hacemos seguimientos grupales, familiares e individuales, que poco a poco vamos suprimiendo a medida que la evolución del pacientes así lo justifica.

Por regla general diremos que en la parte final sólo resta la psicoterapia individual de orientación dinámica, que cuando hay condiciones –me refiero a una adecuada capacidad Yoica en el paciente- poco a poco va tomando la forma de un proceso psicoanalítico.

En las primeras etapas tanto la psicoterapia individual como todas las otras terapias a las que me referí anteriormente deben estar centradas en llevarlo a tomar conciencia de su enfermedad, para así producir una disociación útil en el Yo del paciente y tener una parte del mismo con la cual trabajar. Recordemos que “hasta que no se demuestra lo contrario”, todo adicto que acude por sí mismo al tratamiento lo hace para “perfeccionarse” y no para “curarse” en los términos que para nosotros significa una verdadera curación.

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