LA TERMINOOGÍA CIENTÍFICA

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Feo. Xavier Santos Heredero Isabel Delgado Solis 

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   La terminología científica es el conjunto de términos empleados por los profesionales de la ciencia cuando hablan o escriben sobre su trabajo. Cada rama de la ciencia tiene su propio vocabulario, por lo que se puede hablar con precisión de Terminología de las ciencias de la salud. Esta se refiere al conjunto de vocablos y expresiones propias de médicos, enfermeros, farmacéuticos, psicólogos, etc. Para hacerse una idea de la importancia de los términos específicos de las ciencias de la salud basta señalar que un diccionario médico medio contiene alrededor de 75.000 vocablos.

 En cada país el lenguaje sanitario utiliza la ortografía, fonética y sintaxis propia de su idioma, pero el vocabulario tiene unas raíces internacionales comunes. La existencia de los términos sanitarios es necesaria para referirse fenómenos o elementos propios de las ciencias de la salud, que serían prácticamente imposibles de expresar con palabras pertenecientes al lenguaje común. Por ejemplo, si no existiera el lenguaje científico, la hipertensión arterial se tendría que describir como «elevación de la tensión a que la sangre somete a las paredes de los vasos que la transportan desde el corazón al resto del organismo, por encima de los valores considerados como normales».

 Desde un punto de vista lingüístico, los términos científicos se caracterizan de las palabras comunes por su precisión y por su neutralidad emocional. Los términos científicos son precisos pues su significado es claro y no da lugar a confusión. La neutralidad emocional se refiere a que los vocablos científicos deben estar desprovistos de cargas peyorativas o positivas.

 
 HISTORIA DE LA TERMINOLOGÍA SANITARIA

 Los términos específicos empleados tanto en Enfermería como en Medicina proceden en su mayor parte del griego y latín, aunque últimamente se incorporan continuamente palabras de origen inglés. La mayor parte de los términos de origen griego proceden de la llamada «Colección Hipocrática». Esta es un conjunto de setenta libros procedentes de diversas escuelas médicas griegas de los siglos v y iv (a.C.), aunque se atribuyen tradicionalmente a Hipócrates. En esa colección aparecen múltiples términos que se utilizan en el lenguaje sanitario común, como disuria, pólipo, nefritis, espasmo, trombo, etc. En el Imperio Romano, la máxima autoridad médica fue Galeno, cuyas enseñanzas fueron consideradas casi dogmáticas hasta bien entrada la Edad Moderna. Los términos aneurisma, sístole, diástole son aportaciones de Galeno que se conservan en actualidad.

 Durante la Edad Media el máximo desarrollo de las ciencias médicas se realizó en el mundo árabe. Sus autores tradujeron al árabe gran parte del conocimiento científico griego y romano. Asimismo, en la propia Edad Media algunos autores tradujeron al latín vulgar traducciones árabes de textos griegos, es decir, se hicieron traducciones de traducciones. Aún se conservan términos de origen árabe como alcohol, álcali, jarabe, etc.

 La llegada del Renacimiento, en el siglo xv, supuso una gran revisión del saber intentando acercarse a las fuentes originales, fundamentalmente griegas y traduciendo sus textos a un latín culto. Esta terminología latina culta es la base de la mayor parte del vocabulario actual de las ciencias de la salud. No fue hasta el siglo xix cuando se incorporaron al lenguaje científico términos procedentes de las lenguas vulgares. Pero, de todas formas, el vocabulario grecolatino se mantiene como terminología internacional, sobre todo en Anatomía (Nómina Anatómica Internacional). Por otra parte, muchas de las palabras de nuevo cuño se han construido a partir de raíces griegas o latinas (neurona, sinapsis, neuroglia, etc.). 

 En la actualidad se incorporan al lenguaje sanitario términos de origen inglés, dado que es la medicina anglosajona la hegemónica en el ámbito internacional. Algunos de los nuevos términos científicos (neologismos) se incorporan sin cambios a las diferentes lenguas nacionales, generalmente porque su difusión es muy amplia y los posibles términos equivalentes del idioma propio son menos descriptivos o más complicados (by-pass, stent, etc.). Otras veces el idioma nacional ha adaptado a su ortografía el término inglés (estrés, escáner, estándar). Por fin, en otras ocasiones se emplean términos ingleses directamente, sin hacer el pequeño esfuerzo de buscar un sinónimo en español (chance -oportunidad—, screening -rastreo—, ...).

 

 LOS EPONIMOS

 Los epónimos son términos cuyo significado se asocia al nombre propio de alguna persona. En general, se trata de nombres de científicos que descubrieron una enfermedad, instrumento médico o técnica diagnóstica o terapéutica.

 Glomérulo de Malpighi: apelotonamiento de capilares arteriales en el extremo de cada túbulo renal (Marcello Malpighi, 1628-1694).

 Ligamento de Gimbernat: expansión fibrosa de la aponeurosis del oblicuo mayor que forma la parte interna del anillo crural (Antonio de Gimbernat, 1734-1816).

 Ley de Bell y Magendie: las raices anteriores de los nervios raquídeos son motoras y las posteriores sensitivas (Charles Bell, 1774-1842; Francois Magendie, 1783-1855).

 Reflejo de Pavlov: reflejo condicionado (Ivan Petrovich Pavlov, 1849-1936).

 Respiración de Kussmaul: forma de disnea que aparece a veces en el coma diabético (Adolf Kussmaul, 1822-1902).

 Reacción de Wasserman: prueba de diagnóstico de laboratorio de la sífilis (August Paul Wasserman, 1866-1925).

 Operación de Billroth: resección de la porción pilórica del estómago, seguida de anastomosis gastroduodenal (Theodor Billroth, 1829-1894). , ....... , , , ,

 Sierra de Gigli: alambre con dientes de sierra utilizado en cirugía craneal (Leonardo Gigli, 1863-1908).

 A veces el nombre de los científicos forma parte de un vocablo en forma de raíz o se convierte en un adjetivo.

 Pasteurización, Pasteurella, pasteurelosis (Louis Pasteur, 1922-1895).

 Roentgenología, roentgenograma (Wilhelm Konrad Roentgen, 1845-1923).

 Facies hipocrática: aspecto típico de la cara de los agonizantes.

 También existen epónimos médicos que no corresponden a figuras científicas sino a personalidades históricas, mitológicas o literarias.

 Narcisismo (de Narciso, joven enamorado de sí mismo, figura de la mitología griega).

 Hermafrodita (de los dioses griegos Kermes y Afrodita)

 Venéreo (de Venus, diosa romana del amor).

 Higiene (de Higea, diosa griega de la salud, hija de Asclepio).

 Complejo de Edipo (de Edipo, rey legendario de Tebas, que mató a su padre y se casó con su madre).

 Síndrome de Pickwick: complicación de la obesidad consistente en hipoventilación, somnolencia y retención de anhídrido carbónico (de Samuel Pickwick, personaje central de The Posthumous Papers ofthe Pickwick Club, del novelista Charles Dickens).

 Atlas: primera vértebra cervical que soporta la cabeza (del nombre del titán mitológico que mantenía el mundo sobre sus hombros; término introducido por Andrés Vesalio en el siglo xvi).

 El empleo de epónimos puede plantear algunos problemas. Por ejemplo, no siempre existe unanimidad acerca del descubridor de una enfermedad o el inventor de una técnica. Así, el bocio exoftálmico, es conocido como enfermedad de Graves (inglés), enfermedad de Basedow (alemán), enfermedad de Parry (inglés) o enfermedad de Flajani (italiano), según el origen del autor del escrito. Otras veces, el problema se soluciona de forma salomónica, como por ejemplo, el linfogranuloma benigno de Besnier-Boeck-Schumann, que es como se conoce también la sarcoidosis.

 Por otra parte, algunos epónimos tienen varios significados, lo que puede provocar confusión. Por ejemplo, Joseph Francois Félix Babinski (médico parisino, 1857-1932) fue por sí solo capaz de generar cinco epónimos -.fenómeno de Babinski, ley de Babinski, reflejo de Babinski, signo de Babinski y síndrome de Babinski, que no tienen el mismo significado clínico. De este modo, si en un escrito se menciona que un paciente tiene un Babinski positivo habrá que explicar si nos referimos al reflejo, signo o síndrome.

 Lo que es indudable es que el empleo de epónimos resta fuerza descriptiva, sobre todo cuando el escrito o la presentación oral está dirigida a un público no especialista. No es lo mismo referirse a un cuadro morboso como epilepsia parcial continua crónica progresiva de la infancia, que como síndrome de Kojewnikow.

 Por fin, el abuso de la utilización de epónimos puede hacer ininteligible un texto e incluso resultar ridículo. La siguiente descripción clínica publicada por R. Martínez en una carta al director del New En-gland Journal of Medicine (325:68, 1991) es un claro ejemplo de ello.

 «Un hombre de 47 años, previamente sano fue trasladado a urgencias en insuficiencia cardiaca grado 4 de Killip y Kimball. La auscultación demostró un soplo de insuficiencia aórtica a nivel del ángulo de Louis. El diagnóstico fue confirmado por la presencia de pulso de Corrigan y el signo de Duroziez. Asimismo presentaba respiración de Cheyne-Stokes. La exploración neurológica reveló una coma grado 6 en la escala de Glasgow. Los signos de Babinski eran negativos. Se apreció una deformidad en la muñeca derecha indicativa de una fractura de Colles. Se cateterizó una vía central con la técnica de Seldinger y se introdujo un catéter de Swan-Ganz. Se decidió intubar al paciente con tubo endotraqueal de Murphy del número 8 utilizando una hoja de Macintosh del número 4.»

 
 ABREVIATURAS, SIGLAS Y ACRONIMOS

 La abreviatura acontece por la pérdida de algunas letras del término original; por este motivo se acompaña de un punto abreviativo (admon., etc., Dr., avda., Sita.). Por el contrario, la sigla surge al juntar las iniciales en mayúscula del término abreviado OTAN, PSOE, UNESCO, RTU, ACVA). Hablamos de acrónimo cuando la abreviatura o sigla se acaba convirtiendo en un nombre común y, por tanto, funciona como tal desde un punto de vista gramatical; es decir, ha tenido lugar una lexicalización.

 En lo que afecta a las ciencias médicas conviene distinguir entre las siglas y abreviaturas de carácter internacional de aquellas otras que tienen una difusión limitada o incluso personal.

 Las primeras son la base de los acrónimos médicos comúnmente aceptados, los cuales no son más que términos acuñados con letras o sílabas iniciales de varias palabras.

 Aldehido (de alcohol dehydrogenatus) es un acrónimo de uso universal desde hace mucho tiempo, por su parte, TAC (tomografía axial computarizada) y SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), lo son recientes, pero de amplia difusión.

 La gran variedad y diversa evolución de las siglas plantea a la hora de ser escritas una serie de peculiaridades que pueden resolverse de la siguiente forma:

 a) Las palabras creadas para designar objetos, aparatos, agentes patógenos, cuadros morbosos, etc., como láser (light amplification by simulated emision of radiation), arbovirus (de la sigla inglesa artnropode-borne y virus), se escriben con minúscula.

 b) Las formaciones lexicalizadas de uso corriente como Insalud o Nasa pueden escribirse con minúsculas, excepto la letra inicial que irá, en algunos casos, en mayúscula. En otros pueden ir todas las letras en minúscula (sida).

 c) Las siglas se pueden escribir con o sin puntos entre las letras que las forman; ello dependerá de la permanencia en el idioma o de lo conocido que sea su significado. T.A.C. y S.I.D.A. (con puntos) han evolucionado a TAC y SIDA (sin puntos), e incluso a sida (con minúsculas). La inclusión de puntos simplemente indica que el término es una formación siglar y orienta acerca de su significado. Pueden, pues, escribirse con puntos (O.M.S.) o sin ellos OMS. 

 d) Desde el punto de vista estilístico, las siglas deben ir siempre precedidas por el artículo del sustantivo principal: la OMS, el SIDA (o el sida).

 e) En lo relativo al género de las siglas, adoptan el del sustantivo principal de su enunciado.

 f)   En general, las siglas carecen de plural. Por ello, lo habitual es escribir el artículo en plural seguido de la sigla en singular —las RMN, las RTU—. No son correctos los anglicismos del tipo «las TACs», «las RTUs».

 g) En lo referente al uso de las abreviaturas hay una «regla de oro»: deben tomarse las precauciones oportunas para que el lector entienda su significado en todo momento. Por conocida que sea una sigla o abreviatura, esta debe desarrollarse la primera vez que aparece en el texto. Habitualmente, esto se hace colocando tras la sigla, entre paréntesis, su significado [FCN (Factor de Crecimiento Nervioso), DMID (Diabetes mellitus insulino-dependiente)].

 

 ESCRITURA DE NÚMEROS Números Cardinales

 Normas para escribir correctamente los números cardinales:

 a) Es norma de uso habitual el escribir con palabra los diez primeros cardinales (uno, dos, tres ... diez). A partir del diez se suelen emplear números (quince, oncemil, ...)

 b) No se debe comenzar un párrafo con un numeral escrito con cifras. Cuando el número inicie un párrafo, deberá expresarse con todas sus letras y, si lleva una unidad, esta también se escribirá con todas las letras («Quinientos miligramos de ampicilina ...»). A este respecto hay que mencionar que generalmente se puede evitar comenzar un párrafo con un número. Esto suele ser indicio de una mala traducción literal del inglés o el empleo de la sintaxis de este idioma cuando se escribe en español. Así, en inglés es correcto iniciar un párrafo del siguiente modo: «500 mg of ampyciline is the usual dose in the treatment....» En cambio, en español se debería escribir: «La dosis normal para el tratamiento es de 500 mg de ampicilina».

 c) Como sustantivo lo correcto es ciento y como adjetivo lo es cien.

 d) El billion, de los estadounidenses, equivale a mil millones y no a un millón de millones, que es el billón europeo. Así, 50 billions se traduce como 50 mil millones y no como 50 billones.

 e) En español, la coma del millar anglosajona se corresponde con el punto. Así, 44,000 en inglés es 44.000 en español.

 f)   Los decimales en inglés se separan con un punto, mientras que en español se hace con la coma: 2.35 en inglés es 2,35 en español. Cuando se hace una exposición oral se dice «dos con treintaycinco o dos coma treintaycinco». En inglés es habitual, cuando la unidad es cero, expresarlo de la siguiente manera: .27. En español siempre se debe poner el cero precediendo a la coma: 0,27

 g) Los números de los años no llevan el punto del millar, se escribe año 2003. Hay que recordar, ahora que tenemos reciente el cambio de milenio que se escribe «de 2003», no «del 2003».

 h) No es correcto, por inducir a equivocaciones, escribir frases como «en un rango de 15 a 20.000 Unidades» cuando lo que se intenta decir es de «en un rango de 15.000 a 20.000 Unidades». 

 i)   La conjunción disyuntiva o se escribe con acento cuando, por ir entre cifras, puede confundirse con el cero: 5 ó 6. 
 

 Números ordinales

 a) Los números que expresan el orden o lugar que ocupa un elemento dentro de un conjunto tienen la siguiente forma de expresión escrita y oral: 


1.° Primero o primer.

2.° Segundo.

3.° Tercero o tercer.

4.° Cuarto.

5.° Quinto.

6.° Sexto.

7.° Séptimo.

8.° Octavo.

9.° Noveno o nono.

10.° Décimo.

11.° Undécimo.

12.° Duodécimo.

13.° Decimotercero.

14.° Decimocuarto.

15.° Decimoquinto.

16.° Decimosexto.

17.° Decimoséptimo.

18.° Decimoctavo.

19.° Decimonoveno o decimonono.

20.° Vigésimo. 

21 º           Vigésimo primero.

30   º          Trigésimo.

40 º            Cuadragésimo.

50º              Quincuagésimo.

60º             Sexagésimo.

70 º           Septuagésimo.

80º            Octogésimo.

90º             Nonagésimo.

100º             Centesimo.

101º          Centesimo primero.

200º            Ducentésimo.

300º           Tricentésimo.

400º           Cuadrigentésimo.

500º             Quingentésimo.

600º            Sexcentésimo.

700º            Septingentésimo.

800            Octingentésimo.

900º            Noningentésimo.

1.000 º          Milésimo.

2.000º          Dosmilésimo.

 

 c) La partícula avo indica partes en que se divide una unidad, no es describe orden o posición.

 d) A partir del 10.° los ordinales se pueden expresar como cardinales. Así, es tan correcto decir la «vigésimo quinta Olimpiada» como «la veinticinco Olimpiada».

 

 Porcentajes

 a) El porcentaje se puede escribir con todas sus letras (cinco por ciento) o con el símbolo % sin dejar espacio tras la cifra correspondiente (5%).

 b) Al expresar un intervalo de porcentajes se debe colocar el símbolo % tras cada uno de los límites del intervalo: el tratamiento indicado es eficaz entre el 25% y 30% de los casos dependiendo de los diferentes autores».

 

 Fecha y hora

 a) Los nombres de los días de la semana, de los meses del año y de las estaciones se escriben con minúscula inicial: miércoles, marzo, verano.

 b) Los años se escriben sin el punto de millar.

 c) A diferencia del inglés, en que el orden de la fecha es mes-día-año, en español es día-mes año: tres de diciembre de 2001,3.12.0,3-12-01.03112101,...

 d) El sistema ISO (International Standards Organization) designa la fecha del modo indicado más arriba pero siempre con dos dígitos en cada componente: 03.05.01.

 e) Lo habitual y más recomendable es utilizar el sistema de 24 horas para indicar la hora: 16:30 horas. También se puede expresar en doce horas pero indicando a continuación si es a.m. (ante meridiem) o p.m. (post meridiem): 10:15 a.m., 11:10p.m.

 

 Escritura de fórmulas matemáticas

 a) La suma y resta de números se indica mediante los correspondientes signos «más» (+) o «menos» (—), separados por un espacio de los correspondientes sumandos: 3 + 7,25-18.

 b) La multiplicación se puede expresar de dos formas: con el signo «por» (x) separado por un espacio de los números o con un punto (•) sin dejar espacios. Lo habitual es emplear el «por» para operaciones entre números (25 x 34) y el punto para aquellas entre letras (m-h).

 c) La división puede indicarse mediante los dos puntos (:) o una barra oblicua (/). En el primer caso se dejará un espacio entre dividendo y divisor (25 : 4) y en el segundo no (25/4). 

 d) En caso de fórmulas complejas los términos se incluyen entre paréntesis, corchetes o llaves siguiendo este orden de prioridad ({[()]}).

 e) Nunca debe emplearse más de una barra divisora (/) en el símbolo de una unidad a no ser que se coloque el correspondiente paréntesis: para expresar la cantidad de líquidos a administrar a un paciente quemado se utiliza el término mililitros por kilos de peso y por el porcentaje de superficie corporal quemada. La expresión correcta en este caso será: (ml/kg)/%SCQ y nunca ml/kg/%SCQ.

 

 NORMAS PARA LA TRADUCCIÓN DE TEXTOS Y PALABRAS EXTRANJERAS

 Actualmente el inglés es el idioma habitual de comunicación de la comunidad científica. Ello implica que, por una parte, la mayor parte de los neologismos que se aportan al lenguaje científico procedan del inglés, igual que anteriormente lo eran del griego o latín. Por otra parte, el inglés está lleno de peculiaridades y de formas idiomáticas que no se pueden traducir directamente. Esto supone que si se quiere traducir del inglés hay que modificar totalmente el texto en cuanto a ortografía, sintaxis y significado de los vocablos.

 Aunque no sea fácil conviene establecer una serie de pautas generales para la correcta traducción de los textos en inglés:

 a) En general, la traducción «literal» suele ser bastante incorrecta, tanto en la sintaxis como en el significado de las palabras. A este último respecto, algunos vocablos ingleses tienen una traducción «literal» errónea:

 Bloodpressure: tensión arterial (no «presión arterial»).

 Casualty: baja en un accidente o combate) (no «casualidad»).

 Condition: enfermedad, cuadro clínico, etc. (no «condición»). Dislocation: luxación (no»dislocación>>). Disorder: enfermedad, trastorno (no«desorden>>).

 Disturbance: trastorno (no«disturbio>>).

 Drug: fármaco o droga, teniéndose presente que no son sinónimos en español.

 Fatigue: cansancio (no «fatiga»).

 Insane: loco o enfermo mental (no «insano»).

 Lobar: lobular (no «lobar»).

 Matron: supervisora (no «matrona»).

 Process: apófisis (no «proceso»). 

 b) Generalmente, en español la expresión de un concepto necesita el empleo de más palabras que en inglés. Un texto traducido del inglés ocupa en español entre un 10% y un 20% más de espacio que el artículo original.

 c) Las unidades de medida deben expresarse en el Sistema Internacional (SI). Los grados Fahrenheit se pasarán a grados Celsius.

 d) La escritura de números en español debe seguir las reglas de nuestro idioma ya referidas anteriormente.

 e) Los nombres de lugares geográficos que tengan una forma española deben traducirse: Londres (no London), Nueva York (no New York).

 f)   En el caso de nombres comunes se deberá averiguar si existe una palabra española o si el término inglés ha sido españolizado y reconocido como tal por la Real Academia. Así, chance se debe traducir por oportunidad, stress por estrés y scan-ner por escáner.

 g) En caso de que no exista traducción de un determinado término, este se escribirá en cursiva.

 
 LAS NOMENCLATURAS NORMALIZADAS

 El lenguaje médico no se ajusta a un criterio lógico uniforme. Ello se debe principalmente al cambio de significado de los términos a lo largo del tiempo, así como a los problemas planteados por los epónimos, por la proliferación de abreviaturas y por los diferentes fenómenos semánticos. La ausencia de criterio uniforme afecta a la claridad y precisión de la información que se transmite, tanto por escrito como oralmente. También condiciona la eficacia de los sistemas de recuperación de la información y documentación médicas.

 Las nomenclaturas normalizadas intentan superar estas dificultades, que se presentan en todos los lenguajes científicos y técnicos. Nomenclatura designa el «conjunto de las voces técnicas y propias de una facultad», de acuerdo con la definición del diccionario de la Real Academia de la Lengua. Sin embargo, se utiliza a menudo en el sentido de Nomenclatura normalizada, es decir, de una lista o catálogo de términos aprobados por una comunidad científica concreta según unas normas que determinan su relación con los significados.

 La complejidad de las ciencias de la salud explica que sus profesionales utilicen una amplia serie de nomenclaturas normalizadas, en las que pueden distinguirse dos grandes apartados. El primero está integrado por las propias de las disciplinas científicas que sirven de fundamento a la medicina. El segundo, por las propiamente médicas, relativas a enfermedades y estados patológicos, así como a procedimientos diagnósticos, preventivos y terapéuticos.

 Entre las nomenclaturas científicas que se utilizan en medicina y enfermería las más importantes son la Nómina Anatómica y el Sistema Internacional de Unidades (SI). La Nómina Anatómica tiene una larga tradición ya que su primera edición se publicó en 1895. En la Nómina Anatómica todos los términos están redactados en latín, son únicos para cada estructura anatómica, cortos y sencillos en lo posible, e intentan no ser meras expresiones simbólicas, sino tener algún valor informativo o descriptivo. Los epónimos están excluidos.

 El lenguaje científico acepta universalmente el Sistema Internacional de Unidades (SI), constituido en 1960. Se fundamenta en siete «unidades de base» con nombres y símbolos normalizados: 

 

 Magnitud  

 Símbolo de la magnitud  

 Nombre de la unidad  

 Símbolo de la unidad  

 Longitud  

 L  

 metro  

 m  

 Masa-Peso  

 M-P  

 kilogramo  

 kg  

 Tiempo  

 T  

 segundo  

 s  

 Intensidad de corriente  

 I  

 amperio  

 A  

 Temperatura termodinámica  

 0  

 kelvin  

 K  

 Temperatura  

 t  

 grado Celsius  

 °C  

 Intensidad luminosa  

 J  

 candela  

 cd  

 Cantidad de materia  

 N  

 mol  

 mol  

 

 Por otra parte, incluye «unidades derivadas» llamadas así porque derivan de las básicas por una simple multiplicación (p. ej., hertz, unidad de frecuencia es igual a s~l; voltio, unidad de potencial eléctrico, equivale a m2 • kg • s~3 • A'1, etc.), así como prefijos destinados a formar nombres de múltiplos y submúltiplos decimales de las unidades (tera = 1012; giga = 109; mega = I06;kilo = 103, etc.). La Organización Mundial de la salud ha publicado el volumen Las unidades SI para las profesiones de la salud, en 1977.

 El primer intento de clasificación internacional de enfermedades fue promovido por el Instituto Estadístico Internacional, el cual elaboró una Clasificación Internacional de Causas de Muerte en 1891. Posteriormente, a esta clasificación se añadieron las enfermedades no mortales (1900). A partir de la sexta edición (1948), la clasificación ha estado a cargo de la Organización Mundial de la salud, titulándose Clasificación Internacional de Enfermedades (CIÉ).

 La CIÉ ofrece una clasificación de las enfermedades en diecisiete secciones (la I Enfermedades infecciosas y parasitarias, la II Neo-plasias, la III Enfermedades endocrinas, de la nutrición y del metabolismo, y trastornos inmunitarios, etc). De acuerdo con estas secciones, se expone una lista de categorías para clasificar diagnósticos, que se acompañan de un código de tres dígitos.

 En lo que respecta a los procedimientos, la Organización Mundial de la salud publicó en 1978 la International Classification of Procedures in Medicine. Con una estructura similar a la CIÉ, esta clasificación comprende nueve partes (la I Procedimientos de diagnóstico médico, la II Procedimientos de laboratorio, la III Radiología y otras aplicaciones de la física a la medicina, la IV Procedimientos preventivos, la V Procedimientos quirúrgicos, etc).

 Tanto la Clasificación Internacional de Enfermedades como la de Procedimientos son los pilares de la codificación, tan importante en la gestión sanitaria. 

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