DESIGUALDAD

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Cátedra Sociologia General (Rubinich)

Carrera de Sociología (UBA) 

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Indice

 

1. TILLY, C.  La desigualdad persistente, Buenos Aires, Manantial, 2000 [1998], pág. 252-254.

2. DURKHEIM, E. Sociología y filosofía, Estudios Durkheimnianos I, Miño y Dávila, Madrid,  2000, Cap. “Juicios de valor y juicios de realidad”,  pág. 113-117 [originalmente publicado en Revue de Métaphysique et de Morale, junio, 1911].

3. Marx, Kart, Fragmentos sobre el concepto de clases sociales en K. Marx

4.GIDDENS, A. La estructura de las clases en las sociedades avanzadas, Alianza, Madrid, 1979 [1973], Cap. “El futuro de la sociedad clasista”, Pág. 333-336.

5.Bourdieu Pierre, ¿Qué es lo que hace a una clase social? Acerca de la existencia teórica y práctica de los grupos; extraído de Revista Paraguaya de Sociología, Año 31, N 89, enero-abril de 1994, Pag. 7-21. [Texto de una conferencia pronunciada en abril de 1987 en la Universidad de Chicago, publicada como What makes a social class?: on the theoretical and practical existence of groups, Berkley Journal of Sociology, 32:1-17, 1987]. Traducción al español de Rubén Urbazagástegui Alvarado.

6.Bourdieu, Pierre, Clase social y clase de trayectorias La distinción. Criterio y bases sociales del gusto,  Taurus, Madrid, 2000 [1979], Cap: “El espacio social y sus transformaciones”, Pág. 108-117. Giddens, Anthony Género y estratificación Sociología, Alianza, Madrid, 2000, Pág. 340-344.

 7.Beck, Ulrico Clases sociales y  sociedad del riesgo La sociedad del riesgo, Paidós, Barcelona, 1998 [1986] Cap. 3 “Más allá de las clases y de las capas”, Pág. 123-125.

 

1. Desigualdades futuras *

Charles Tilly

¿Qué futuros podríamos  imaginar entonces para la desigualdad en el mundo en general y dentro de los países capitalistas ricos en particular? Los análisis de este libro no conducen  a firmes predicciones unitarias, precisamente porque tratan la desigualdad como un producto histórico profundamente sujeta al accionar humano. Para disciplinar nuestro pensamiento, no obstante, podríamos esbozar las siguientes posibilidades:

Más de lo mismo: las tendencias presentes de la desigualdad se perpetúan, con creciente preponderancia de las diferencias categoriales en el acceso al capital en un mundo dividido por éste; las instituciones educativas ejercen cada vez más influencia en la distribución de las personas en categorías y, por lo tanto, en la recepción de retribuciones diferenciales; la raza y la etnicidad ganan o pierden significación principalmente cuando se entrelazan con la clase y el poder político, el género pasa a ser menos crítico como base de la desigualdad material; y la intervención gubernamental (ya sea promovida por la movilización política popular o de otro tipo) sigue teniendo notable influencia en la institucionalización o atenuación de las diferencias categoriales. En este escenario, la explotación, el acaparamiento de oportunidades, la emulación y la adaptación simplemente siguen sus trayectorias actuales en todo el mundo.

Balcanización: los cambios tecnológicos y organizacionales reducen la factibilidad y el atractivo de la explotación – en especial la subordinación de los esfuerzos de personas excluidas -, a la vez que expanden el campo de acción del acaparamiento de oportunidades. Como resultado, el mundo se segmenta cada vez más en agrupamientos parcialmente aislados de productores-consumidores cuyos intercambios los igualan en cierta medida, pero que se tornan vulnerables a la invasión y el ataque de miembros de otros grupos que combinan extensas redes internas generadoras de solidaridad, pobres bases de recursos y pocas oportunidades actuales de acaparar. Surgen pequeños campos segregados de acaparadores.

Igualación material: la intervención de la autoridad (democráticamente sancionada o de otra forma) inhibe la asociación de las categorías internas y externas dentro de organizaciones distribuidoras de retribuciones, redistribuye una parte del excedente por éstas suficiente para garantizar a todos los individuos un paquete socialmente aceptable de ingresos y servicios, verifica que instituciones de clasificación como las escuelas resistan el establecimiento de categorías externas y modera los efectos de rendimiento de experiencias previas categorialmente organizadas de generación en generación y debilita en general los vínculos entre la explotación, el acaparamiento de oportunidades y los pares categoriales ampliamente prevalecientes.

Nuevas categorías: como sucedió con frecuencia en la historia, se forman nuevos pares categoriales o los existentes cobran preponderancia, gracias a una acción acumulativa y/o la movilización política. Las etnias se convierten en naciones reconocidas que cuentan con sus propios Estados, los movimientos sociales constituyen o establecen nuevos miembros participantes de la estructura y organización política, la línea entre ciudadanos y no ciudadanos se transforma en el fundamento de una discriminación creciente, algunas coaliciones revolucionarias toman el control de Estados existentes, ciertos profetas reúnen muchos seguidores y construyen poderosas organizaciones religiosas, etcétera, a través de un amplio espectro de transformaciones posibles. Mucho depende de si estos tipos de movilizaciones trastocan, capturan o coinciden con un control previamente existente de recursos generadores de excedentes –esto es, si tiene un serio impacto sobre los patrones vigentes de explotación, acaparamiento de oportunidades, emulación y adaptación.

Si bien admito una fuerte preferencia personal por el tercer escenario (el de la igualación material) sobre el primero, el segundo y el cuarto, el sentido de este pequeño ejercicio es preponderar el carácter deseable de uno y otro futuro ni calcular sus probabilidades relativas. Se trata, en cambio, de afirmar que en el futuro, como en el pasado, los mismos tipos de mecanismos causales seguirán generando formas y grados de desigualdad. La gente seguirá inventando, adoptando o conectando cadenas, jerarquías, tríadas, organizaciones y pares categoriales mientras resuelve problemas cotidianos. La elaboración de libretos y la acumulación de conocimiento local continuarán caracterizando la interacción social, igual o desigual. Los cambios en la organización categorial de la explotación, el acaparamiento de oportunidades, la emulación y la adaptación seguirán produciendo grandes diferencias de bienestar, poder y oportunidad. Leyes económicas inmutables no echarán los cimientos de desigualdades materiales inevitables, porque los procesos económicos resultan de un accionar acumulado y discrecional y porque los procesos económicos generadores de desigualdad operan dentro de rigurosos límites fijados por las instituciones políticas y las políticas públicas. 

Supongamos que decidimos empujar suavemente nuestro mundo hacia uno de los cuatro escenarios (o apartarlo de él). Supongamos que adoptamos el punto de vista de este libro sobre la desigualdad persistente como un resultado de la explotación, el acaparamiento de oportunidades, la emulación y la adaptación categorialmente organizados.  Si es correcta, esa perspectiva tiene tres fuertes implicaciones para la intervención:

·        Primero, los cambios en las actitudes tendrán débiles efectos indirectos sobre los patrones existentes de desigualdad. La educación en la tolerancia y la comprensión puede facilitar este camino, pero no atacará las causas fundamentales de la discriminación.

·        Segundo, la modificación de las diferencias categoriales de capital humano gracias a la educación, la capacitación en los puestos de trabajo o la transformación de los ambientes sociales afectará la desigualdad categorial, pero lo hará sobre todo a través de su impacto sobre la organización de oportunidades más que por su mejoramiento de las capacidades individuales.

·        Por último, la reoganización de los lugares de trabajo y otros sitios de retribuciones diferenciales con respecto a la ubicación y el carácter de los límites categoriales puede producir cambios rápidos y de largo alcance en la desigualdad categorial. La ruptura de las conexiones entre categorías internas y categorías externas ampliamente adoptadas, la disminución de los diferenciales retributivos transfronterizos o la facilitación de la movilidad a través de los límites deberían producir significativas reducciones de la desigualdad social.

 

2. Efervescencia social, creación e innovación **

Émile Durkheim

Cuando las conciencias individuales, en vez de permanecer separadas unas de otras, entran estrechamente en relación, actúan unas sobre otras y se desprende de su síntesis una vida psíquica de un género nuevo. Ella se distingue en primer lugar de la que lleva el individuo solitario, por su particular intensidad. Los sentimientos que nacen y se desarrollan en el seno de los grupos tienen una energía a la cual no llegan los sentimientos puramente individuales. El hombre que los experimenta tiene la impresión de que está dominado por fuerzas que no reconoce como suyas, que lo conducen, de las cuales no es dueño, y todo el medio en el que está unido le parece surcado por fuerzas del mismo género. Se siente como transportado a un mundo diferente de aquel en que transcurre su existencia privada. Allí la vida no solamente es intensa; es cualitativamente diferente. Arrastrado por la colectividad, el individuo se desinteresa de sí mismo, se olvida, se consagra enteramente a los fines comunes. El polo de su conducta cambia de lugar y sale fuera de él. Al mismo tiempo, las fuerzas que así se provocan, precisamente porque son téoricas, no se dejan fácilmente canalizar, acompasar, ajustar a fines estrechamente determinados; experimentan la necesidad de expandirse por el hecho de expandirse,  por juego, sin objeto, aquí en formA de violencias estúpidamente destructoras, allí, de locuras heroicas. Es ésta una actividad de lujo, en un sentido, porque es una actividad muy rica. Por todas esas razones, se opone a la vida que llevamos cotidianamente, como lo superior se opone a lo inferior, y lo ideal a la realidad.

                        En efecto, en los momentos de efervescencia de este género, se han constituido en todo tiempo los grandes ideales en los cuales descansan las civilizaciones. Los períodos creadores e innovadores son precisamente aquellos en que, bajo la influencia de circunstancias diversas, los hombres son movidos a acercarse más íntimamente, en que las reuniones, las asambleas son más frecuentes, las relaciones más seguidas, los cambios de ideas más activos: es la gran crisis cristiana, es el movimiento de entusiasmo  colectivo que, en los siglos XII y XIII, arrastra hacia París la población estudiosa de Europa, y da nacimiento a la escolástica; es la Reforma y el Renacimiento, es la época revolucionaria, son las grandes agitaciones socialistas del siglo XIX. En estos momentos, esa vida más elevada es vivida con tal intensidad y de una manera tan exclusiva que casi ocupa todo el lugar de las conciencias, que desplaza más o menos completamente las preocupaciones egoístas y vulgares. Las ideas tienden entonces a no formar más que una sola cosa con lo real; por eso los hombres tienen la impresión de que están muy próximos los tiempos en que el ideal llegará a ser la realidad misma y en que el reino de Dios se realizará en esta tierra. Pero la ilusión nunca es durable porque esta misma exaltación no puede durar: es demasiado agotadora. Una vez pasado el momento crítico, la trama social se relaja, el intercambio intelectual y sentimental disminuye, los individuos retornan a su nivel ordinario. Entonces, todo lo que se ha dicho, hecho, pensado y sentido durante el período de tormenta fecunda no sobrevive ya sino en forma de recuerdo, de recuerdo prestigioso, sin duda, lo mismo que la realidad que evoca, pero con la cual ha dejado de confundirse. No es ya más que una ida, un conjunto de ideas. Esta vez la oposición está resuelta. Por un lado, se encuentra lo que es dado en las sensaciones y las percepciones, y por otro, lo que es pensado en forma de ideales. Ciertamente, estos ideales se perderían pronto, si no fuesen periódicamente revivificados. Para esto sirven las fiestas, las ceremonias públicas, religiosas y laicas, las predicaciones de toda clase, las de la Iglesia o las de las escuelas, las representaciones dramáticas, las manifestaciones artísticas, en una palabra, todo lo que puede aproximar a los hombres y hacerlos comulgar en una misma vida intelectual y  moral. Son como renacimientos parciales y debilitados de la efervescencia de las épocas creadoras. Pero todos estos medios no tienen más que  una acción fugaz o limitada. Durante un tiempo, el ideal recobra la frescura y la vida de la actualidad se acerca de nuevo a lo real, pero no tarda en diferenciarse de él nuevamente.

Así, si el hombre concibe ideales, si ni siquiera puede prescindir de concebirlos y de apegarse a ellos es porque es un ser social. La sociedad es la que lo impulsa o obliga a elevarse así por encima de sí mismo, y es ella también la que le proporciona los medio para hacerlo. Sólo porque la sociedad tiene conciencia de sí, sustrae al individuo de sí mismo y lo arrastra a un círculo de vida superior. La sociedad no puede constituirse sin crear ideales. Estos ideales son simplemente las ideas en las que viene a pintarse y a resumirse la vida social, tal como es en los puntos culminantes de su desarrollo. Se disminuye a la sociedad cuado no se ve en ella sino un cuerpo organizado para ciertas funciones vitales. En este cuerpo vive un alma: es el conjunto de los ideales colectivos. Pero estos ideales no son abstractos, frías representaciones intelectuales, desprovistas de toda eficacia. Son esencialmente motores, pues detrás de ellos hay fuerzas reales y activas: las fuerzas colectivas, fuerzas naturales. Por consiguiente, a pesar de ser morales, son comparables a las que actúan en el resto del universo. El ideal mismo es la fuerza de este género; su ciencia puede entonces ser construida. He ahí cómo es posible que el ideal pueda incorporarse a la realidad: es que viene de ella a la vez que la sobrepasa. Los elementos de que está hecho son tomados de la realidad, pero están combinados de una manera nueva. La novedad de la combinación es la que constituye la novedad del resultado. Abandonado a sí mismo, jamás el individuo podría haber sacado de sí los materiales necesarios para tal construcción. Entregado a sus solas fuerzas, ¿cómo podría haber tenido la idea y el poder de sobrepasarse a sí mismo? Su experiencia personal puede permitirle distinguir fines por venir y deseables, y otros que ya están realizados. Pero el ideal no es solamente algo que falta y que se desea, no es un simple futuro al cual se aspira. Es algo que tiene su propia manera de ser; tiene su realidad. Se lo concible encumbrado, impersonal, por encima de las voluntades particulares que mueve. Si fuera el producto de la razón individual, ¿de dónde podría venirle esta impersonalidad? ¿Se podría invocar la impersonalidad de la razón humana? Pero esto es postergar el problema; no es resolverlo. Pues esta impersonalidad no es más que un hecho, apenas diferentes del primero, y del cual hay que dar una explicación. Si las razones concuerdan en este punto, no es porque ellas tienen un mismo  origen, porque participan de una razón común?

Así, para explicar los juicios de valor, no es necesario reducirlos a juicios de realidad haciendo desvanecer la noción de valor, ni relacionarlos con alguna facultad por la cual el hombre entraría en relación con un mundo trascendente. El valor proviene de la relación de las cosas con los diferentes aspectos del ideal. Pero el ideal no es una fuga hacia un más allá misterioso; se encuentra en la naturaleza y es de la naturaleza. El pensamiento ilustrado tiene acción tanto sobre él como sobre el resto del universo físico o moral. Ciertamente, no es que jamás pueda agotarlo, como tampoco agota ninguna realidad; pero puede aplicarse a ello con la esperanza de apoderarse progresivamente de él, sin que se pueda asignar de antemano límite alguno a sus progresos indefinidos. Desde este punto de vista, estamos en mejores condiciones de comprender cómo el valor de las cosas puede ser independiente de su naturaleza. Los ideales colectivos no pueden constituirse y tener conciencia de sí mismos sino a condición de fijarse en cosas que puedan ser vistas por todos, comprendidas por todos, representadas en todos los espíritus: dibujos figurados, emblemas de todas clases, fórmulas escritas o habladas, seres animados o inanimados. Y sin duda sucede que, por algunas de sus propiedades, estos objetos tienen una especie de afinidad para con lo ideal y lo atraen hacia ellos naturalmente. Entonces es cuando los caracteres intrínsecos de la cosa pueden parecer –erróneamente, por lo demás- la causa generadora del valor. Pero el ideal puede también incorporarse a una cosa cualquiera: se coloca donde quiere. Toda clase de circunstancias contingentes puede determinar la manera en que se fija. Entonces, esta cosa, por vulgar que sea, está fuera de parangón. He ahí como un pedazo de tela puede aureolarse de santidad, cómo un delgado pedazo de papel puede llegar a ser una cosa muy preciada. Dos seres pueden ser muy difernetes por muchos aspectos: si encarnan un ideal, aparecen como equivalentes; es que el ideal que simbolizan aparece entonces como lo que hay de más esencial en ellos y relega a un segundo término todos los aspectos por los cuales divergen el uno del otro. Así es como el pensamiento colectivo metamorfosea todo lo que toca. Mezcla los reinos, confunde los contrarios, nivela las diferencias, derriba lo que se podría considerar como la jeraquía de los seres, diferencias los semejantes, en una palabra, sustituye el mundo que nos revelan los sentidos por un mundo enteramente diferente que no es sino la sombra proyectada por los ideales que constituye. (...)

 

3. Fragmentos sobre el concepto de clases sociales en K. Marx

Lucha de clases

Karl Marx y Frederik Engels

La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días [1] es la historia de las luchas de clases.

Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores siervos, maestros y oficiales en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes.

En las primeras épocas de la Historia encontramos casi por todas partes una estructuración completa de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la Roma antigua hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales de los gremios y siervos de la gleba, y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones particulares.

La moderna sociedad burguesa, que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido los antagonismos de clase. No ha hecho más que establecer, en lugar de las viejas, nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas formas de lucha. (...)

Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por haber simplificado los antagonismos de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, antagónicas: la burguesía y el proletariado.

De los siervos de la Edad Media surgieron los ciudadanos libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano brotaron los primeros elementos de la burguesía.

El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso, un nuevo campo de actividad. El mercader de China y de las Indias orientales, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercancías en general dieron al comercio, a la navegación y a la industria un empuje hasta entonces desconocido, y aceleraron con ello el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.

La antigua organización feudal o gremial de producción ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Ocupó su puesto la manufactura. La clase media industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones fue suplantada por la división del trabajo dentro del mismo taller.

Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El invento del vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar de la clase media industrial vinieron a ocuparlo los magnates de la industria –jefes de verdaderos ejércitos industriales-, los burgueses modernos. (...)

La burguesía moderna, como podemos ver, es por sí misma  producto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de transformaciones radicales en el modo de producción y de cambio. (...)

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía. Pero la burguesía no solo ha forjado las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.

 

En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarrollándose también el proletariado, la clase obrera moderna, que no vive sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentra únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. (...)

Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etcétera.

Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, son absorbidos por el proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque sus aptitudes profesionales quedan sepultadas ante los nuevos métodos de producción. Así pues, el proletariado se recluta entre todas las clases sociales.

El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento.

Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros de una misma fábrica; más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués aislado que los explota directamente. No se limitan a dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida del trabajador medieval.

En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y desunida por la concurrencia. Si los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad, sino fruto de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos debe —y por ahora aún puede— poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los vestigios de la monarquía absoluta, los grandes señores de la tierra, los burgueses no industriales y los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos de la burguesía; cada triunfo así alcanzado es una triunfo de la burguesía.

Sin embargo, el desarrollo de la industria, no sólo nutre las filas del proletariado, sino que los concentra en masas considerables; su fuerza crece y adquieren mayor conciencia de la misma. Los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones individuales entre el obrero y el burgués adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios, en previsión de estos choques circunstanciales. De tanto en tanto la lucha estalla en sublevación.

A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo transitorio. El verdadero objetivo de sus luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros. (...)

Finalmente, en los períodos en que la lucha de clases, está, a punto de decidirse, el proceso de desintegración de la clase gobernante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan patente que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la causa revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado teóricamente hasta la comprensión del conjunto del movimiento histórico.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van pereciendo y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es el producto más peculiar.

La condición esencial de la existencia y del predominio de la clase burguesa es la concentración de la riqueza en manos de particulares, la formación y el incremento constante del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, reemplaza el aislamiento del los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo  de la gran industria remueve bajo los pies de la burguesía los fundamentos sobre los que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios enterradores. Su muerte y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables. (...)

Extraído de MARX, K y ENGELS, F. El manifiesto comunista, Edicomunicación, Barcelona, 1998 Pág. 96-98; 104; 106-109; 112. (original redactado en 1848).

 

Identidad de intereses y formación de una clase

Karl Marx

(...)Y sin embargo, el Poder del Estado no flota en el aire. Bonaparte representa a una clase, que es, además, la clase más numerosa de la sociedad francesa: los campesinos parcelarios.

       Así como los Borbones eran la dinastía de los grandes terratenientes y los Orleáns la dinastía del dinero, los Bonapartes son la dinastía de los campesinos, es decir, de la masa del pueblo francés. El elegido de los campesinos no es el Bonaparte que se somete al parlamento burgués, sino el Bonaparte que lo dispersa. Durante tres años consiguieron las ciudades falsificar el sentido de la elección del 10 de diciembre y estafar a los campesinos la restauración del imperio. La elección del 10 de diciembre de 1848 no se consumó hasta el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851.

Los campesinos parcelarios forman una masa inmensa, cuyos individuos viven en idéntica situación, pero sin que entre ellos existan muchas relaciones. Su modo de producción los aísla a unos de otros, en vez de establecer relaciones mutuas entre ellos. Este aislamiento es fomentado por los malos medios de comunicación de Francia y por la pobreza de los campesinos. Su campo de producción, la parcela, no admite en su cultivo división alguna del trabajo ni aplicación ninguna de la ciencia; no admite, por tanto, multiplicidad de desarrollo, ni diversidad de talentos, ni riqueza de relaciones sociales. Cada familia campesina se basta, sobre poco más o menos, a sí misma, produciendo directamente ella misma la mayor parte de lo que consume y obteniendo así sus materiales de existencia más bien en intercambio con la naturaleza que en contacto con la sociedad. La parcela, el campesino y su familia; y al lado otra parcela, otro campesino y otra familia. Unas cuantas unidades de estas forman una aldea y unas cuantas aldeas un departamento. Así se forma la gran masa de la nación francesa, por la simple suma de unidades del mismo nombre, al modo como, por ejemplo, las patatas de un saco forman un saco de patatas. En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vida, sus intereses y su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil, aquéllas forman una clase. Por cuanto existe entre los campesinos parcelarios una articulación puramente local y la identidad de sus intereses no engendra entre ellos ninguna comunidad, ninguna unión nacional y ninguna organización política, no forman una clase. Son, por tanto, incapaces de hacer valer su interés de clase en su propio nombre, ya sea por medio de un parlamento o por medio de una convención. No pueden representarse, sino que tienen que ser representados. Su representante tiene que aparecer al mismo tiempo como su señor, como una autoridad por encima de ellos, como un poder ilimitado de gobierno que los proteja de las demás clases y les envíe desde lo alto la lluvia y el sol. Por consiguiente, la influencia política de los campesinos parcelarios encuentra su última expresión en el hecho de que el Poder Ejecutivo someta bajo su mando a la sociedad (...) 

Extraído de MARX, K. El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Prometeo, Buenos Aires, 2003, Pág. 115 y 116. (original redactado en 1852).

 

“Los dos grandes grupos de intereses en los que la burguesía se divide”  

Karl Marx

Antes de proseguir con la historia parlamentaria, son indispensables algunas observaciones, para evitar los errores corrientes acerca del carácter total de la época que tenemos delante. Según la manera de ver de los demócratas, durante el período de la Asamblea Nacional Legislativa el problema es el mismo que el del período de la Constituyente: la simple lucha entre republicanos y monárquicos. En cuanto al movimiento mismo lo encierran en un tópico: "reacción", la noche, en la que todos los gatos son pardos y que les permite salmodiar todos sus habituales lugares comunes, dignos de su papel de sereno. Y, ciertamente, a primera vista el partido del orden parece un ovillo de diversas fracciones monárquicas, que no sólo intrigan unas contra otras para elevar cada cual al trono a su propio pretendiente y eliminar al del bando contrario, sino que, además, se unen todas en el odio común y en los ataques comunes contra la "república". Por su parte, la Montaña aparece como la representante de la "república" frente a esta conspiración monárquica. El partido del orden aparece constantemente ocupado en una "reacción" que, ni más ni menos que en Prusia, va contra la prensa, contra la asociación, etc., y se traduce, al igual que en Prusia, en brutales injerencias policíacas de la burocracia, de la gendarmería y de los tribunales. A su vez, la "Montaña" está constantemente ocupada con no menos celo en repeler estos ataques, defendiendo así los "eternos derechos humanos", como todo partido sedicente popular lo viene haciendo más o menos desde hace siglo y medio. Sin embargo, examinando más de cerca la situación y los partidos se esfuma esta apariencia superficial, que vela la lucha de clases y la peculiar fisonomía de este período.

Legitimistas y orleanistas formaban, como queda dicho, las dos grandes fracciones del partido del orden. ¿Qué es lo que hacía que estas fracciones se aferrasen a sus pretendientes y las mantenía mutuamente separadas? ¿No era acaso más que las flores de lis y el tricolor de la dinastía de Borbón y la de Orleáns, distintos matices de monarquismo, era acaso, en general, la profesión de fe monárquica? Bajo los Borbones había gobernado la gran propiedad territorial, con sus curas y sus lacayos; bajo los Orleáns, la alta finanza, la gran industria, el gran comercio, es decir, el capital, con todo su séquito de abogados, profesores y retóricos. La monarquía legítima no era más que la expresión política de la dominación heredada de los señores de la tierra, del mismo modo que la monarquía de Julio no era más que la expresión política de la dominación usurpada de los advenedizos burgueses. Lo que, por tanto, separaba a estas fracciones no era eso que llaman principios, eran sus condiciones materiales de vida, dos especies distintas de propiedad; era el viejo antagonismo entre la ciudad y el campo, la rivalidad entre el capital y la propiedad del suelo. Que, al mismo tiempo, había viejos recuerdos, enemistades personales, temores y esperanzas, prejuicios e ilusiones, simpatías y antipatías, convicciones, artículos de fe y principios que los mantenían unidos a una u otra dinastía, ¿quién lo niega? Sobre las diversas formas de propiedad, sobre las condiciones sociales de existencia, se levanta toda una superestructura de sentimientos, ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida diversos y plasmados de un modo peculiar. La clase entera los crea y los plasma derivándolos de sus bases materiales y de las relaciones sociales correspondientes. El individuo suelto, a quien se los imbuye la tradición y la educación, podrá creer que son los verdaderos móviles y el punto de partida de su conducta. Aunque los orleanistas y los legitimistas, aunque cada fracción se esfuerce por convencerse a sí misma y por convencer a la otra de que lo que las separa es la lealtad a sus dos dinastías, los hechos demostraron más tarde que eran más bien sus intereses divididos lo que impedía que las dos dinastías se uniesen. Y así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas hay que distinguir todavía más entre las frases y las figuraciones de los partidos y su organismo real y sus intereses reales, entre lo que se imaginan ser y lo que en realidad son. Orleanistas y legitimistas se encontraron en la república los unos junto a los otros y con idénticas pretensiones. Si cada parte quería imponer frente a la otra la restauración de su propia dinastía, esto sólo significaba una cosa: que cada uno de los dos grandes intereses en que se divide la burguesía —la propiedad del suelo y el capital- aspiraba a restaurar su propia supremacía y la subordinación del otro. Hablamos de dos intereses de la burguesía, pues la gran propiedad del suelo, pese a su coquetería feudal y a su orgullo de casta, estaba completamente aburguesada por el desarrollo de la sociedad moderna. También los tories [2] en Inglaterra se hicieron durante mucho tiempo la ilusión de creer que se entusiasmaban con la monarquía, la Iglesia y las bellezas de la vieja Constitución inglesa, hasta que llegó el día del peligro y les arrancó la confesión de que sólo se entusiasmaban con la renta del suelo (...)

Extraído de MARX, K. El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Prometeo, Buenos Aires, 2003, Pág. 44- 46. (original redactado en 1852).

 

Las Clases

Los propietarios de simple fuerza de trabajo, los propietarios de capital y los propietarios de tierras, cuyas respectivas fuentes de ingresos son el salario, la ganancia y la renta del suelo, es decir, los obreros asalariados, los capitalistas y los terratenientes, forman las tres grandes clases de la sociedad moderna, basada en el régimen capitalista de producción.

Es en Inglaterra, indiscutiblemente, donde más desarrollada se halla y en forma más clásica la sociedad moderna, en su estructuración económica. Sin embargo, ni aquí se presenta en toda su pureza esta división de la sociedad en clases. También en la sociedad inglesa existen fases intermedias y de transición que oscurecen en todas partes (aunque en el campo incomparablemente menos que en las ciudades) las líneas divisorias. Esto, sin embargo, es indiferente para nuestra investigación. Ya hemos visto que es tendencia constante y ley de desarrollo del régimen capitalista de producción el establecer un divorcio cada vez más profundo entre los medios de producción y el trabajo y el ir concentrando los medios de producción desperdigados en grupos cada vez mayores; es decir, el convertir el trabajo en trabajo asalariado y los medios de producción en capital. Y a esta tendencia corresponde, de otra parte, el divorcio de la propiedad territorial para formar una potencia aparte frente al capital y al trabajo, [3] o sea, la transformación de toda la propiedad del suelo para adoptar la forma de la propiedad territorial que corresponde al régimen capitalista de producción.

El problema que inmediatamente se plantea es éste: ¿qué es una clase? La contestación a esta pregunta se desprende en seguida de la que demos a esta otra: ¿qué es lo que convierte a los obreros asalariados, a los capitalistas y a los terratenientes en factores de las tres grandes clases sociales?

Es, a primera vista, la identidad de sus rentas y fuentes de renta. Trátase de tres grandes grupos sociales cuyos componentes, los individuos que los forman, viven respectivamente de un salario, de la ganancia o de la renta del suelo, es decir, de la explotación de su fuerza de trabajo, de su capital o de su propiedad territorial.

Es cierto que desde este punto de vista también los médicos y los funcionarios, por ejemplo, formarían dos clases, pues pertenecen a dos grupos sociales distintos, cuyos componentes viven de rentas procedentes de la misma fuente en cada uno de ellos. Y lo mismo podría decirse del infinito desperdigamiento de intereses y posiciones en que la división del trabajo social separa tanto a los obreros como a los capitalistas y a los terratenientes, a estos últimos, por ejemplo, en propietarios, de viñedos, propietarios de tierras de labor, propietarios de bosques, propietarios de minas, de pesquerías, etc.

(Al llegar aquí se interrumpe el manuscrito F.E.)

Extraído de MARX, K. El Capital, Tomo III, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, Cap. LII Pág. 817-818 (original redactado en 1864-1865)

 

Clase e individuo

K. Marx

En la Edad Media, los vecinos de cada ciudad veíanse obligados a agruparse en contra de la nobleza rural, para defender su pellejo; la expansión del comercio y el desarrollo de las comunicaciones empujaron a cada ciudad a conocer a otras, que habían hecho valer los mismos intereses, en lucha contra la misma antítesis. De las muchas vecindades locales de las diferentes ciudades fue surgiendo así, paulatinamente, la clase burguesa. Las condiciones de vida de los diferentes burgueses o vecinos de los burgos o ciudades, empujadas por la reacción contra las relaciones existentes o por el tipo de trabajo que ello imponía, convertíanse al mismo tiempo en condiciones comunes a todos ellos e independientes de cada individuo. Los vecinos de las ciudades habían ido creando estas condiciones al separarse de las agrupaciones feudales, a la vez que fueron creados por aquéllas, por cuanto se hallaban condicionadas por su oposición al feudalismo, con el que se habían encontrado. Al entrar en contacto unas ciudades con otras, estas condiciones comunes se desarrollaron hasta convertirse en condiciones de clase. Idénticas condiciones, idénticas antítesis e idénticos intereses tenían necesariamente que provocar en todas partes, muy a grandes rasgos, idénticas costumbres. La burguesía misma comienza a desarrollarse poco a poco con sus condiciones, se escinde luego, bajo la acción de la división del trabajo, en diferentes fracciones y, por último, absorbe todas las clases poseedoras con que se había encontrado al nacer [4] (al paso que hace que la mayoría de la clase desposeída con que se encuentra y una parte de la clase poseedora anterior se desarrollen para formar una nueva clase, el proletariado), en la medida en que toda la propiedad anterior se convierte en capital industrial o comercial. Los diferentes individuos sólo forman una clase en cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase, pues por lo demás ellos mismos se enfrentan unos con otros, hostilmente, en el plano de la competencia. Y, de otra parte, la clase se sustantiva, a su vez, frente a los individuos que la forman, de tal modo que éstos de encuentran ya con sus condiciones de vida predestinadas, por así decirlo; se encuentran con que la clase les asigna su posición en la vida y, con ello, la trayectoria de su desarrollo personal; se ven absorbidos por ella. Es el mismo fenómeno que el de la absorción de los diferentes individuos por la división del trabajo, y para eliminarlo no hay otro camino que la abolición de la propiedad privada y del trabajo mismo. Ya hemos indicado varias veces cómo esta absorción de los individuos por la clase se desarrolla hasta convertirse, al mismo tiempo, en una absorción por diversas ideas, etc. (...)

Extraído de MARX, K. La ideología alemana, Pueblos Unidos/Cartago, Buenos Aires, 1985, pág. 60-61.

 

Clase y estamento

Karl Marx

Si consideramos filosóficamente este desarrollo de los individuos en las condiciones comunes de existencia de los estamentos y las clases que se suceden históricamente y con arreglo a las ideas generales que de este modo se les han impuesto, llegamos fácilmente a imaginarnos que en estos individuos se ha desarrollado la especie o el hombre o que ellos han desarrollado al hombre; un modo de imaginarse éste que se da de bofetadas con la historia [5]. Luego, podemos concebir estos diferentes estamentos y clases como especificaciones del concepto general, como variedades de la especie, como fases de desarrollo del hombre.

Esta absorción de los individuos por determinadas clases no podrá superarse, en efecto, hasta que se forme una clase que no tenga ya que por qué oponer ningún interés  especial de clase a la clase dominante.

Los individuos han partido siempre de sí mismos, aunque naturalmente, dentro de sus condiciones y relaciones históricas dadas, y no del individuo “puro”, en el sentido de los ideólogos. Pero, en el curso del desarrollo histórico, y precisamente por medio de la substantivación de las relaciones sociales que es inevitable dentro de la división del trabajo, se revela una diferencia entre la vida de cada individuo, en cuanto se trata de su vida personal, y esa misma vida supeditada a una determinada rama del trabajo y a las correspondientes condiciones (lo que no debe entenderse en el sentido de que, por ejemplo, el rentista, el capitalista, etc., dejen de ser personas, sino en el de que su personalidad se halla condicionada y determinada por relaciones de clase muy concretas, y la diferencia sólo se pone de manifiesto en contraposición con otra clase y, con respecto a ésta, solamente cuando se presenta la bancarrota). En el estamento (y más todavía en la tribu) esto aparece aún velado; y así, por ejemplo, un noble sigue siendo un noble  y un villano un villano, independientemente de sus otras relaciones, por ser aquélla una cualidad inseparable de su personalidad. La diferencia del individuo personal con respecto al individuo de clase, el carácter fortuito de las condiciones de vida para el in(dividuo), sólo se manifiestan con la aparición de la clase, que es a su vez, un producto de la burguesía. La competencia y la lucha (de unos) individuos con otros es la que engendra y desarrolla este carácter fortuito en cuanto tal. En la imaginación, los individuos, bajo el poder de la burguesía, son, por tanto, más libres que antes, porque sus condiciones de vida son, para ellos, algo puramente fortuito; pero, en la realidad, son, naturalmente, menos libres, ya que se hallan más supeditados a un poder material.

La diferencia de estamento se manifiesta, concretamente, en la antítesis de burguesía y proletariado. Al aparecer el estamento de los vecinos de las ciudades, las corporaciones, propiedad mobiliaria y el trabajo artesanal, que había existido ya de un modo latente antes de su separación de la asociación feudal, apareció como algo positivo, que se hacía valer frente a la propiedad inmueble feudal, y esto explica por qué volvió a revestir en su modo, primeramente, la forma feudal. Es cierto que los siervos de la gleba fugitivos consideraban a su servidumbre anterior como algo fortuito en su personalidad. Pero, con ello no hacían sino lo mismo que hace toda clase que se libera de una traba, aparte de que ellos, al obrar de este modo, no se salían de los marcos del régimen de los estamentos, sino que formaban un estamento nuevo y retenían en su nueva situación su modo de trabajo anterior, y hasta lo desarrollaban, al liberarlo de trabas que ya no correspondían al desarrollo que había alcanzado *.*.*.

Tratándose de los proletarios, por el contrario, su propia condición de vida, el trabajo, y con ella todas las condiciones de existencia actual, se convirtieron para ellos en algo fortuito, sobre lo que cada proletario de por sí no tenía el menor control y sobre lo que no podía darles tampoco el control de ninguna organización social, y la contradicción entre la personalidad del proletario individual y su condición de vida, tal como le viene impuesta, es decir, el trabajo, se revela ante él mismo, sobre todo porque se ve sacrificado ya desde su infancia y porque no tiene la menor posibilidad de llegar a obtener, dentro de su clase, las condiciones que le coloquen en la otra.

Así, pues, mientras que los siervos fugitivos sólo querían desarrollar libremente y hacer valer sus condiciones de vida ya existentes, razón por la cual sólo llegaron, en fin de cuentas, al trabajo libre, los proletarios, para hacerse valer personalmente, necesitan acabar con sus propia condición de existencia anterior, que es al mismo tiempo la de toda la anterior sociedad, con el trabajo. Se hallan también, por tanto, en contraposición directa con la forma que los individuos han venido considerado, hasta ahora, como sinónimo de la sociedad en su conjunto, con el Estado, y necesitan derrocar al Estado, para imponer su personalidad.

Extraído de MARX, K. La ideología alemana, Pueblos Unidos/Cartago, Buenos Aires, 1985, pág. 88-90.

 

4. Las clases y el conflicto de clases ****

Anthony Giddens

Desde los comienzos, en las postrimerías del siglo xviii, de las grandes series de transformaciones sociales comprendidas en las dos formas de “revolución” que caracterizan a la época moderna —la “revolución política” y la “revolución industrial”— los hombres han vislumbrado la llegada de una nueva era en la que los grandes conflictos y divisiones de la sociedad humana serían finalmente eliminados. Semejante concepción aparece en las obras de Saint-Simón y Comte; de forma más influyente en las de Marx; y en los escritos de una serie de figuras menores del pensamiento del siglo XIX. Los desastres de las dos guerras mundiales han ayudado a los pensadores del siglo XX a tener menos confianza en el porvenir qué los de la época anterior. Pero las interpretaciones de las tendencias de desarrollo de las sociedades avanzadas continúan planteando esas posibilidades, con una intensidad mucho menor, y en forma de análisis sociológicos más que de milenarismo revolucionario. Las concepciones del “crepúsculo de las ideologías”, y la mayoría de las versiones de teoría tecnocrática, expresan la opinión de que, en la sociedad contemporánea, los conflictos sociales profundamente arraigados del pasado han sido superados en favor de un general “consenso en los objetivos”. Más específicamente, por supuesto, se sostiene que la lucha de clases que marcó la historia europea del siglo XIX, y que Marx convirtió en pieza central de su esquema teórico y de su proyecto práctico para la reorganización revolucionaria del capitalismo, ha desaparecido en la actualidad. A este respecto, algunos de los que han intentado formular una “teoría crítica” de la sociedad contemporánea, procurando preservar la visión de una imagen radicalmente nueva del hombre industrial, han compartido los supuestos de los autores que proclamaron el “crepúsculo de las ideologías”. A la vista de esta tendencia crónica en el pensamiento social a prever el declive incipiente, o la desaparición, de los conflictos fundamentales que han enfrentado a los hombres en el pasado, debemos insistir en la ubicuidad del conflicto en la vida social. El conflicto es un hecho irremediable de la condición humana, la fuente ineludible de mucho de lo que es creador, así como destructivo, en la sociedad humana. Afirmar esto, evidentemente, no equivale a decir que el carácter y las causas de las conflictos actuales no puedan haber cambiado significativamente con respecto a los que impulsaban a los hombres en épocas pasadas.

La opinión de que el conflicto de clases, que caracterizó al siglo XIX, no es ya un rasgo importante de la sociedad capitalista, se basa en un conjunto comúnmente aceptado de observaciones empíricas, y en una interpretación de la evolución del capitalismo a lo largo de los últimos ciento cincuenta años. Entre las observaciones empíricas, cuatro son particularmente pertinentes: 1) los enfrentamientos violentos entre obreros y patronos, relativamente comunes en el siglo XIX han disminuido en favor de formas rutinarias de huelgas y de negociaciones colectivas; 2) la postura revolucionaria adoptada por el movimiento obrero en los albores de su historia, en varios países europeos, se ha transformado en la social-democracia reformista; 3) el volumen de la clase obrera ha decrecido, y continúa decreciendo, en relación con la clase media; 4) la afiliación sindical no se ha incrementado en las dos o tres últimas décadas. De estas cuatro proposiciones sólo la última puede ser cuestionada sobre una base estrictamente empírica, aunque, como he mencionado previamente, pueden hacerse ciertas reservas concernientes a la tercera proposición aquí reseñada. La estabilización de la afiliación sindical, una cuestión a la que algunos autores han dado mucha importancia [6], es un fenómeno que parece reducirse a los Estados Unidos; en las sociedades europeas, y en el Japón, los índices de afiliación sindical han tendido a aumentar.

Sea como fuere, el problema que quiero realmente tratar es la interpretación teórica de tales observaciones. Este es un lugar adecuado para ofrecer un resumen de las afirmaciones fundamentales que he propuesto en este libro. Ya he señalado la inconsistencia inherente a las ideas de aquellos autores que arguyen que, aunque la interpretación marxiana del capitalismo fue bastante válida para el siglo XIX, ha sido desmentida por los procesos posteriores de cambio social. Tras esta inconsistencia, bastante común por otra parte, se encuentra una concepción del desarrollo de la sociedad capitalista en el siglo pasado que es compartida casi universalmente. Se trata de una visión general desarrollada originalmente, o latente, en la economía política clásica, y clarificada por Marx. Los teoremas implícitos pueden ser fácilmente enunciados. Son: que el componente esencial del “capitalismo” es la competencia desenfrenada de una multiplicidad de productores; que cualquier movimiento hacia la disminución en el número de productores competitivos, respecto al capital, o hacia la organización colectiva de los trabajadores, respecto al trabajo, sirve para amenazar la hegemonía del sistema capitalista; y por consiguiente que el declive del capitalismo puede reconocerse por el grado en que se produzcan estas dos últimas clases de procesos. A éstos podemos añadir la noción de que el funcionamiento del capitalismo, como orden social y económico, se ve inhibido por la intervención estatal en la vida económica.

Si se aceptan estos principios, entonces se deduce que la última mitad del siglo XIX muestra ya que el capitalismo está en su ocaso. (...)

La perspectiva que he desarrollado es claramente diferente de ésta, en cierto modo casi totalmente opuesta. Lo que es juzgado típicamente como la cima del desarrollo capitalista es más útil considerarlo como la fase temprana del surgimiento de la sociedad capitalista. Es importante subrayar el término en este momento, aunque he usado los términos “capitalismo” y “sociedad capitalista” casi indiferentemente en los capítulos anteriores. La aparición de la sociedad capitalista presupone no solamente una serie de transformaciones económicas que comprenden la formación del capital industrial y financiero y la producción para le mercado, sino también profundos cambios sociales y políticos que crean una forma específica de mediación institucional del poder.

 

5. ¿Qué es lo que hace a una clase social? Acerca de la existencia teórica y práctica de los grupos *****

PierreBourdieu

Es fácil y tentador ironizar el tópico de este simposium y revelar las presuposiciones que esconde bajo su aparente neutralidad. Pero si ustedes me permiten solamente una crítica al modo en que se formula la cuestión de las clases sociales, es el que falsamente lo lleva a uno a creer que este problema puede ser reducido a una simple cuestión de elección y ser resuelto por simples argumentos del sentido común.

De hecho, detrás de la alternativa propuesta -¿es la clase una construcción analítica o una categoría folclórica?- se esconde uno de los más difíciles problemas de todos los problemas teóricos, concretamente, el problema del conocimiento, pero asume una forma muy especial cuando el objeto de ese conocimiento es hecho de los sujetos y por los sujetos de conocimiento.

Uno de los principales obstáculos para una sociología científica es el uso que hacemos de oposiciones comunes, pares de conceptos, o lo que Bachelard llama "pares epistemológicos": construidos por la realidad social, ellos son impensadamente usados para construir la realidad social. Una de esas antinomias fundamentales es la oposición entre objetivismo y subjetivismo, o, en la manera de hablar más reciente, entre estructuralismo y constructivismo, que pueden grosso modo ser caracterizados como sigue: desde el punto de vista objetivista, los agentes sociales pueden ser "tratados como cosas", de acuerdo al viejo precepto Durkheimiano, esto es, clasificados como objetos: el acceso a la clasificación objetiva presupone aquí una ruptura con las ingenuas clasificaciones subjetivas, que son vistas como "prenociones" o "ideologías". Desde el punto de vista subjetivista, como el representado por la fenomenología, etnometodología y la sociología constructivista, los agentes construyen la realidad social, lo que en sí misma es entendida como el producto de la agregación de esos actos individuales de construcción. Para este tipo de marginalismo sociológico, no hay necesidad de romper con la experiencia social primaria, ya que la tarea de la sociología es dar "una descripción de las descripciones".

De hecho esto es una falsa oposición. En realidad, los agentes son clasificados y clasificadores, pero ellos clasifican de acuerdo a (o dependiendo de) sus posiciones dentro de las clasificaciones. Para resumir lo que quiero decir con esto, puedo comentar brevemente sobre la noción de punto de vista: el punto de vista es una perspectiva, una visión subjetiva parcial (momento subjetivista); pero al mismo tiempo es una visión, una perspectiva tomada desde un punto, desde una determinada posición en un espacio social objetivo (momento objetivista). Permítanme desarrollar cada uno de esos momentos, el objetivista y el subjetivista, del modo como se aplican al análisis de las clases y demostrar cómo ellos pueden y deben ser integrados.

El momento objetivista: de las clases sociales al espacio social: la clase como una construcción teórica bien fundada

La primera cuestión, próxima a aquella asignada, es "¿Son las clases apenas una construcción científica o ellas existen en la realidad?" Esta pregunta es en sí misma un eufemismo para la más directa y la más directamente política pregunta: ¿"las clases existen o no existen?" ya que esta pregunta se yergue en la misma objetividad del mundo social y de la lucha social que ocurre en él. La cuestión de la existencia o de la no existencia de las clases es, al menos desde la emergencia del Marxismo y de los movimientos políticos que ha inspirado, uno de los mayores principios de división en la arena política. De este modo, uno tiene toda la razón para sospechar que cualquiera que sea la respuesta que esta pregunta reciba, estará basada en elecciones políticas, aun si las dos posibles posiciones sobre la existencia de clases corresponda a las dos probables posiciones sobre el modo de conocimiento, realista o constructivista, de las cuales la noción de clase es el producto.

 

Aquellos que sostienen la existencia de las clases tenderán a tomar una posición realista y, si están empíricamente inclinados, intentarán determinar empíricamente las propiedades y límites de las varias clases, a veces yendo tan lejos como contar, a las personas, a los miembros de esta o aquella clase. A esta visión del problema uno puede oponer -y esto ha sido hecho frecuentemente, particularmente por los sociólogos conservadores- la idea de que las clases no son nada más que construcciones de los científicos, sin ningún fundamento en la realidad, y que cualquier intento por demostrar la existencia de las clases a través de la medición empírica de indicadores objetivos de la posición económica y social, devendrá en contra del hecho de que es imposible encontrar, en el mundo real, recortes claros en las discontinuidades: los ingresos, como la mayoría de las propiedades adjudicadas a los individuos, muestran una distribución continua, de tal manera que cualquier categoría discreta que uno pueda construir sobre su base parece apenas un mero artefacto estadístico. Y, a la fórmula de Pareto, según la cual no es menos fácil trazar una línea entre el rico y el pobre que entre el joven y el viejo -en estos días uno puede añadir: entre hombres y mujeres. Esa fórmula siempre deliciará a aquellos -y ellos son muchos, aun entre los sociólogos- que quieren convencerse a sí mismos -y a los otros- de que las diferencias sociales no existen, o de que ellos están declinando (como en el caso del aburguesamiento de la clase trabajadora o la homogeneización de la sociedad), y a quienes argumentan, sobre esta base, de que no existe ningún principio dominante de diferenciación.

Aquellos que claman por descubrir las clases "ya hechas", ya constituidas en la realidad objetiva y aquellos que sostienen que las clases son nada más que puros artefactos teóricos (académicos o "populares"), obtenidos por un corte arbitrario en diferentes circunstancias, un continuo indiferenciado del mundo social, tienen eso en común, que ellos aceptan una filosofía substancialista, en el sentido del término dado por Cassirer, que no reconocen otra realidad que aquella que es dada directamente mediante la intuición de la experiencia cotidiana. De hecho, es posible negar la existencia de las clases como un conjunto homogéneo de individuos económica y socialmente diferenciados, objetivamente constituidos en grupos, y sostener al mismo tiempo la existencia de un espacio de diferencias basadas en un principio de diferenciación económica y social. Para hacer eso, uno solamente necesita tomar el modo de pensamiento relacional o estructural característico de las matemáticas y la física modernas, que identifica lo real no con substancias sino con relaciones. Desde este punto de vista, la "realidad social" hablada por la sociología objetivista (aquella de Marx pero también aquella de Durkheim) consiste de un conjunto de relaciones invisibles, precisamente aquellas que constituyen un espacio de posiciones externas uno al otro y definidos por su distancia relativa entre uno y otro. Para este realismo de la relación, lo real es lo relacional; la realidad no es otra cosa que la estructura como un conjunto de relacionamientos constantes que frecuentemente son invisibles, porque son obscurecidos por las realidades del sentido de la experiencia cotidiana, y en particular por los individuos, en los cuales termina el realismo substancialista. Es este mismo substancialismo el que justifica la afirmación y la negación de las clases. Desde un punto de vista científico, lo que existe no son "clases sociales" como es entendido por el modo de pensamiento realista, substancialista y empiricista adoptado por los oponentes y proponentes de la existencia de las clases, sino como un espacio social en el verdadero sentido de la palabra, si nosotros admitimos, con Strawson, que la propiedad fundamental de un espacio es la externalidad recíproca de los objetos que encierra.

La tarea de la ciencia, es entonces, construir el espacio que nos permita explicar y predecir las mayores cantidades posibles de diferencias observadas entre los individuos, o, lo que es lo mismo, determinar los principios de diferenciación principales, necesarios o suficientes, para explicar o predecir la totalidad de las características observadas en un determinado grupo de individuos.

 

El mundo social puede ser concebido como un espacio multidimensional que puede ser construido empíricamente a través del descubrimiento de los principales factores de diferenciación que cuentan por las diferencias observadas en un universo social determinado, o, en otras palabras, por el descubrimiento de los poderes o formas de capital que son o pueden convertirse en eficientes, como ases en un juego de cartas, en este universo particular, esto es, en la lucha (o competencia) por la apropiación de bienes escasos del cual este universo es el sitio. De aquí se concluye que la estructura de este espacio es determinado por la distribución de las varias formas de capital, esto es, por la distribución de las propiedades que están activas al interior del universo en estudio -aquellas propiedades capaces de conferir fuerza, poder, y consecuentemente beneficios a sus poseedores.

En un universo social como la sociedad francesa, y sin duda en la sociedad americana de hoy, estos poderes fundamentales son, de acuerdo a mis investigaciones empíricas, en primer lugar el capital económico, en sus varios tipos; en segundo lugar el capital cultural o mejor, el capital informacional, de nuevo en sus diferentes formas; y en tercer lugar, dos formas de capital que están fuertemente correlacionadas, el capital social, que consiste de recursos basados en conexiones y pertenencia a grupos, y el capital simbólico, que es la forma que toman las diferentes formas de capital una vez que son percibidos y reconocidos como legítimos. De esta forma los agentes están distribuidos en todo el espacio social, en una primera dimensión de acuerdo al volumen global del capital que poseen, en una segunda dimensión, de acuerdo a la composición de sus capitales, esto es, de acuerdo al peso relativo de su capital total en las varias formas de capital, especialmente los capitales económico y cultural; y en una tercera dimensión, de acuerdo a la evolución en el tiempo del volumen y composición de sus capitales, esto es, de acuerdo a sus trayectorias en el espacio social. Los agentes o conjunto de agentes son asignados a una posición, a una localización o a una clase precisa de posiciones vecinas, i.e. a una área particular en ese espacio; ellos son así definidos por sus posiciones relativas en términos de un sistema multidimensional de coordenadas cuyos valores corresponden a los valores de las diferentes variables pertinentes (la ocupación es generalmente un buen indicador económico de la posición en el espacio social y, en adición, proporciona valiosa información sobre los efectos ocupacionales, i.e. efectos de la naturaleza del trabajo, del ambiente ocupacional con sus especificidades culturales y organizacionales, etc.).

Pero es aquí donde las cosas se complican: en efecto, es casi similarmente que el producto del modo de pensamiento relacional (como en el diagrama tridimensional en el análisis factorial) será interpretado de un modo realista y "substancialista": Las "clases" como clases lógicas -construcciones analíticas obtenidas por la división teórica de un espacio teórico- son entonces vistas como reales, grupos objetivamente constituidos. Irónicamente, cuanto más precisa la construcción teórica de las clases teóricas, mayor la posibilidad de ser vistos como grupos reales. En realidad, esas clases están basadas en los principios de diferenciación que realmente son los más efectivos en la realidad, i.e. los más capaces de proporcionar explicaciones más globales del mayor número de diferencias observadas entre los agentes. La construcción del espacio es la base de una división en clases que son solamente construcciones analíticas, pero construcciones bien fundamentadas en la realidad (cum fundamento in re). Con el conjunto de principios comunes que miden la distancia relativa entre individuos, nosotros adquirimos los medios de reagrupar individuos en clases de tal modo que los agentes de la misma clase sean lo más similares posible en el mayor número posible de respectos (y sobre todo como el número de clases así definidos es grande y el área que ellos ocupan en el espacio social es pequeño), y de tal modo que las clases sean lo más distintas posibles uno respecto del otro o, en otras palabras, nosotros aseguramos la posibilidad de obtener la mayor separación posible entre clases de la mayor homogeneidad posible.

 

Paradójicamente, los medios usados para construir y para exhibir el espacio social tienden a obscurecerlo a la vista; las poblaciones que son necesarias construir para objetivar las posiciones que ellos ocupan esconden esas mismas posiciones. Esto es más verdadero cuando el espacio es construido de manera que cuanto más cercano los agentes individuales, mayor su número probable de propiedades comunes, y contrariamente, cuanto más alejados están uno del otro, tanto menos propiedades en común tendrán ellos. Para ser más precisos, los agentes que ocupan posiciones vecinas en este espacio son colocados en condiciones similares y por eso están sujetos a similares factores de condicionamiento: consecuentemente ellos tienen mayores posibilidades de tener posiciones e intereses similares, y así de producir prácticas y representaciones de tipo similar. Aquellos que ocupan las mismas posiciones tienen mayores posibilidades de tener los mismos habitus, al menos de acuerdo con las trayectorias que los han llevado a esas posiciones.

Las disposiciones adquiridas en la posición ocupada implican un ajustamiento a esa posición, lo que Erving Goffman llama el "Sentido del lugar de sí mismo". Es este sentido del lugar de sí mismo que, en una situación de interacción, coloca a aquellos a quienes nosotros llamamos en francés les gens humbles, literalmente, "gente modesta" -en español quizás "gente común"- a permanecer "modestamente" en sus lugares, y el que coloca a los otros a "mantener su distancia", o a "mantener su situación en la vida". De pasada debería ser dicho que esas estrategias pueden ser totalmente inconscientes y tomar la forma de lo que nosotros comúnmente llamamos timidez o arrogancia. De hecho, esas distancias sociales están inscritas en el cuerpo. En consecuencia, esas distancias objetivas tienden a reproducirse ellas mismas en la experiencia subjetiva de la distancia; la lejanía en el espacio está asociada a una forma de aversión o falta de entendimiento, mientras que la proximidad es vivida más o menos como una forma inconsciente de complicidad. Este sentido del lugar de sí mismo es al mismo tiempo un sentido del lugar de los otros, y, conjuntamente con las afinidades del habitus experimentado en la forma de atracción o repulsión personal, etc., está en las raíces de todos los procesos de cooptación, amistad, enamoramiento, asociación, etc., y a través de ese medio proporciona los principios de todas las alianzas y conexiones durables, incluyendo las relaciones legalmente sancionadas.

De esta manera, a pesar de que la clase lógica, como una construcción analítica fundamentada en la realidad, no es otra cosa que el conjunto de ocupantes de la misma posición en el espacio, esos agentes están de tal forma afectados en su ser social, por los efectos de la condición y de los condicionamientos correspondientes a su posición; están definidos intrínsecamente (esto es, por una cierta clase de condiciones materiales de existencia, de experiencia primaria del mundo social, etc.) y relacionalmente (esto es, de acuerdo a su relación con otras posiciones, como estando encima o debajo de ellos, o entre ellos como en el caso de aquellas posiciones que están "en el medio", intermediarias, neutras, ni dominantes ni dominadas).

 

El efecto de homogeneización de las condiciones homogéneas está en la base de aquellas disposiciones que favorecen el desarrollo de relacionamientos, formal o informal, (como la homogamia), que tienden a aumentar esta misma homogeneidad. En términos simples, las clases construidas teóricamente agrupan agentes que estando sujetos a condicionamientos similares, tienden a correlacionarse unos con los otros y, como resultado, están inclinados a agruparse prácticamente, a juntarse como un grupo práctico, y de esa manera a reforzar sus puntos de semejanza.

Para resumir hasta aquí: las clases construidas pueden ser caracterizadas de cierta manera como un conjunto de agentes que, por el hecho de ocupar posiciones similares en el espacio social (eso es, en la distribución de poderes), están sujetos a condiciones de existencia y factores condicionantes similares, y, como resultado, están dotados de disposiciones similares que los dirigen a desarrollar prácticas similares. En este respecto, tales clases alcanzan todos los requisitos de una taxonomía científica, al menos predictiva y descriptiva, que nos permite obtener la mayor cantidad de información con un mínimo costo: las categorías obtenidas a través del recorte de conjuntos caracterizados por la semejanza de sus condiciones ocupacionales en un espacio tridimensional tienen una capacidad predictiva muy alta con un costo cognitivo relativamente pequeño (esto es, se necesita relativamente poca información para determinar la posición en ese espacio: uno necesita tres coordinadas, volumen global del capital, composición del capital y trayectoria social). Este uso de la noción de clase es inseparable de la ambición de describir y clasificar agentes y sus condiciones de existencia de tal manera que el recorte del espacio social en clases pueda explicar las variaciones en las prácticas. Este proyecto es expresado de una forma particularmente lúcida por Maurice Halbwachs, cuyo libro, publicado en 1955 bajo el título de Outline of a Psychology of Social Classes, apareció primero en 1938, toda una década antes que el influyente volumen de Richard Centers sobre The Psychology of Social Classes en este país, bajo el título revelador de Motivos dominantes que orientan las actividades individuales en la vida social. Mediante el agrupamiento conjunto de un grupo de agentes caracterizados por la "misma condición colectiva permanente", como Halbwachs lo colocó, nuestro objetivo es explicar y predecir las prácticas de las varias categorías constituidas de esa manera.

Pero uno puede ir aún más lejos y -desde esta misma concepción objetivista del mundo social- postular, como lo hizo Marx, que las clases teóricas son clases reales, grupos de individuos reales movidos por la conciencia de la identidad de sus condiciones e intereses, una conciencia que simultáneamente los junta y los opone a otras clases. De hecho, la tradición Marxista comete la misma falacia teoricista con que el propio Marx acusó a Hegel: debido a la homogeneización de las clases construidas, que como tal sólo existen en el papel, las clases reales constituidas en la forma de grupos movilizados poseyendo autoconciencia y relación absolutas, la tradición Marxista confunde las cosas de la lógica con la lógica de las cosas. La ilusión que nos lleva a creer que las clases teóricas son automáticamente clases reales -grupos hechos de individuos unidos por la conciencia y el conocimiento de su condición de comunalidad y aptas para movilizarse a la procura de sus objetivos comunes- tratará de establecerse en uno de los muchos modos. Por un lado, uno puede invocar el efecto mecánico de la identidad de condiciones que, presumiblemente, debe inevitablemente afirmarse con el tiempo. O, siguiendo una lógica completamente diferente, uno puede invocar el efecto de un "despertar de la conciencia" (prise de conscience) concebida como la realización de la verdad objetiva; o cualquier combinación de los dos. O mejor todavía esta ilusión buscará encontrar base en una reconciliación, revelada bajo la lúcida guía del Partido (con P mayúscula), de la visión popular y la visión académica, de modo que al final la construcción analítica es transformada en una categoría folclórica.

 

La ilusión teórica que garantiza la realidad contra las abstracciones, esconde una serie de problemas mayores, aquellos que la construcción real de clases teóricas bien fundamentadas nos permite aprehender cuando es epistemológicamente controlada: una clase teórica, o una "clase en el papel", puede ser considerada como una clase real probable, o como la probabilidad de que una clase real, aquellos cuyos constituyentes están inclinados a ser colocados lo más próximos posible y movilizables (pero no realmente movilizarse) sobre la base de sus semejanzas (de intereses y disposiciones). Similarmente el espacio social puede ser construido como una estructura de diseños de posibles individuos, juntos o separados; una estructura de afinidades y aversiones entre ellos. De cualquier forma, contrario a lo que la teoría marxista supone, el movimiento de la probabilidad a la realidad, de la clase teórica a la clase práctica, nunca está dada: aunque ellos son sustentados por el "sentido del lugar de sí mismo" y por la afinidad del habitus, los principios de visión y división del mundo social que trabajan en la construcción de las clases teóricas tienen que competir, en la realidad, con otros principios, étnicos, raciales o nacionales; más concretamente todavía, con principios impuestos por la experiencia cotidiana de divisiones y rivalidades ocupacionales, comunales, y locales. Las perspectivas tomadas en la construcción de las clases teóricas pueden muy bien ser las más "realistas", en eso descansa el principio subyacente de las prácticas reales; aún más, no se impone sobre los agentes de una manera autoevidente. La representación individual o colectiva que los agentes pueden adquirir del mundo social y del lugar que ocupan en él, pueden ser muy bien construidos de acuerdo a categorías completamente diferentes, aunque en sus prácticas diarias, esos agentes siguen las leyes inmanentes a ese universo a través de la mediación de su sentido del lugar.

En resumen, asumiendo que las acciones y las interacciones de alguna manera podrían ser deducidas de la estructura, uno se confronta con la cuestión del movimiento del grupo teórico al grupo práctico, esto es, por decir así, la cuestión de la política y del trabajo político necesario para imponer un principio de visión y división del mundo social, aun cuando este principio esté bien fundado en la realidad. Manteniendo una aguda distinción entre la lógica de las cosas y las cosas de la lógica, aun aquellos que estén mejor ajustados a la lógica de las cosas (como sucede con las bien fundamentadas clases teóricas), podemos establecer al menos varias proposiciones: Primeramente, que las clases realizadas y movilizadas por y para la lucha de clases, "clases-en-lucha", como Marx lo sostiene, no existen; segundo, que las clases pueden acceder a una forma definida de existencia solamente a través de un costoso trabajo específico, del cual específicamente la producción teórica de una representación de las divisiones es un elemento decisivo; y tercero, esta labor política tiene más posibilidades de suceso cuando está armada de una teoría bien fundamentada en la realidad, ya que el efecto que esta teoría puede ejercer es más poderoso cuando lo que lo hace a uno ver y creer está más presente, en un estado potencial, en la misma realidad. En otras palabras, una adecuada teoría de las clases teóricas (y de sus límites) lo lleva a uno a afirmar que el trabajo político dirigido a la producción de clases en la forma de instituciones objetivas, al menos expresado y constituido por órganos permanentes de representación permanente, por símbolos, acrónimos, y constituyentes, tienen su propia lógica específica, la lógica de toda producción simbólica. Y que este trabajo político de hacer-las-clases tiende a ser más efectivo cuando los agentes, cuya unidad se intenta manifestar, están lo más próximos posibles el uno del otro en el espacio social y por eso pertenecen a la misma clase teórica.

Si ellos tienen una base ocupacional como en nuestras sociedades o una base genealógica como en las sociedades pre-capitalistas, los grupos no se encuentran ya hechos en la realidad. Y aun cuando se presentan a sí mismos con ese aire de eternidad que es la marca de la historia naturalizada, son siempre el producto de un complejo trabajo de construcción histórica, como Luc Boltanski ha mostrado en el caso de la categoría típicamente francesa de los "Cadres" (ingenieros y ejecutivos, o la clase gerencial). El título del famoso libro de E.P. Thompson: The Making of the English Working Class, podría ser tomado casi literalmente: la clase trabajadora como nosotros la percibimos hoy día a través de las palabras usadas para nombrarla, tales como "clase trabajadora", "proletariado", "trabajadores", "fuerza de trabajo", etc., y a través de las organizaciones que supuestamente los representan, con sus acrónimos, oficinas, consejos, banderas, y así por delante, esta clase es un artefacto histórico bien construido (en el mismo sentido en que Durkheim afirmó de la religión como una "ilusión bien fundamentada"). Lo mismo es verdad para un grupo como los ancianos, sus "ciudadanos sénior", que Patrick Champagne y Remi Lenoir han mostrado ser una genuina invención histórica nacida de la acción de grupos de intereses y sancionados por confirmación legal.

 

Pero es la familia en sí misma, en la forma nuclear en que nosotros la conocemos hoy día, la que puede mejor ser descrita como el producto de la acción, nuevamente sancionada por arreglos legales, de una serie de agentes e instituciones, tales como lobbies en el área de planificación y políticas de la familia.

De esta manera, a pesar de que nosotros estamos ahora muy lejos de la pregunta original, podemos tratar de reconsiderar los términos en los cuales fue formulada. Las clases sociales, o más precisamente, las clases a las cuales nos referimos tácitamente cuando hablamos de clases sociales, digamos, "la clase trabajadora", existe lo suficientemente como para hacernos cuestionar o cuando menos negar su existencia, aun en las esferas académicas más seguras, solamente porque como todo tipo de agentes históricos -comenzando por los científicos sociales como Marx- han tenido éxito en transformarlo en una "categoría folclórica" que bien podría haber permanecido como una "construcción analítica", esto es, en una de esas impecables ficciones sociales reales producidas y reproducidas por la magia de la creencia social.

El momento subjetivista. Campos de fuerzas y campo de luchas: el trabajo de hacer las clases

La existencia o no existencia de clases es uno de los mayores pilares en la lucha política. Esto es suficiente para recordarnos que, como cualquier grupo, los colectivos que tienen una base económica y social, sean grupos ocupacionales o "clases", son construcciones simbólicas dirigidas a la persecución de intereses individuales o colectivos (y, sobre todo, por la persecución de intereses específicos de sus voceros). El científico social trata con un objeto que es al mismo tiempo objeto y sujeto de luchas cognitivas -luchas no solamente entre académicos, sino también entre legos- y, entre ellos, están los varios profesionales de la representación del mundo social. El científico social puede así estar tentado a establecerse como referí, capaz de juzgar con suprema autoridad entre construcciones rivales, y excluye de su discurso teórico aquellas teorías populares, simples, sin darse cuenta que ellas son parte y parcela de la realidad y que, en cierto grado, son constitutivas de la realidad del mundo social.

 

Este teoricista epistemocentrista lo induce a uno a olvidar que los criterios usados en la construcción del espacio objetivo y de las clasificaciones bien fundamentadas que él hace posible, son también instrumentos -yo podría decir armas-y pilares (stakes) en la lucha por la clasificación que determina el hacer o deshacer las clasificaciones corrientemente en uso. Por ejemplo, el valor relativo de las diferentes especies de capital, económico y cultural, o entre los varios tipos de capital cultural, capital económico y cultural, o entre los varios tipos de capital cultural, capital económico-legal y capital científico, es continuamente cuestionado, reevaluado, a través de luchas cuyos objetivos son la inflación o deflación de los valores de un tipo de capital u otro. Considérese [por ejemplo], en el contexto americano, el valor relativo históricamente cambiante – al mismo tiempo económico, social y simbólico- de los títulos económicos, acciones y obligaciones, IRAs, y las credenciales educativas; y entre estos últimos, del MBA (Maestría en Administración de Negocios) versus el M.A. (Maestría en Artes) en Antropología o en Literatura comparada. Muchos criterios usados en el análisis científico como instrumentos de conocimiento, incluyendo los más neutrales y aquellos que parecen más "naturales" tales como edad y sexo, operan en la realidad práctica como esquemas clasificadores (piensen en el uso de pares tales como viejo/joven, paleo/neo, etc.). La representación que los agentes producen para alcanzar las exigencias de sus existencias diarias, y particularmente los nombres de grupos y todo el vocabulario disponible para nombrar y pensar lo social, deben su lógica específica, estrictamente práctica, al hecho de que ellos frecuentemente son polémicos e invariablemente orientados por consideraciones prácticas. Consecuentemente, las clasificaciones prácticas nunca son totalmente coherentes o lógicas en el sentido de la lógica; ellas necesariamente envuelven un grado de ajuste-desajuste, debido al hecho de que deben permanecer "prácticas" o convenientes. Debido a que una operación de clasificación depende de la función práctica que ejerce, puede estar basada en diferentes criterios, dependiendo de la situación, y puede producir taxonomías altamente variables. Por la misma razón, una clasificación puede operar en varios niveles de agregación. El nivel de agregación será más elevado cuando la clasificación es aplicada a una región más alejada en el espacio social, y por eso, menos conocida -de la misma manera que la percepción de los árboles por un individuo de la ciudad es menor (menos claro) que la percepción de un individuo rural. En suma, como los expertos (connoisseurs) que clasifican pinturas por referencia a una característica o miembro prototípico de la categoría en cuestión, en vez de escudriñar individualmente a todos los miembros de la categoría o considerar todos los criterios formales necesarios para determinar que un objeto realmente pertenece a esa categoría, los agentes sociales usan como su punto de referencia para el establecimiento de posiciones sociales las figuras típicas de una posición en el espacio social con el cual tienen familiaridad.

Uno puede y debe trascender la visión que podemos indiferentemente etiquetar como realista, objetivista o estructuralista por un lado, y la visión constructivista, subjetivista, espontaneísta, por el otro. Cualquier teoría del universo social debe incluir la representación que los agentes tienen del mundo social y, más precisamente, la contribución que hacen a la construcción de la visión de ese mundo, y en consecuencia, a la construcción real de ese mundo. Debe tomarse en consideración el trabajo simbólico de la fabricación de grupos, de hacer-los-grupos. Es a través de este trabajo de representación interminable (en el exacto sentido del término) que los agentes sociales tratan de imponer su visión del mundo o la visión de sus propias posiciones en ese mundo, y definir sus identidades sociales. Tal teoría debe tomar como verdad incontrovertible que la verdad del mundo social es objeto de luchas. Y, por la misma razón, debe reconocer que, dependiendo de su posición en el espacio social, esto es, en la distribución de las varias especies de capital, los agentes envueltos en esta lucha, están muy desigualmente armados en la lucha por imponer su verdad, y tienen objetivos muy diferentes y aun opuestos.

 

De esta forma, las "ideologías", "preconceptos", y teorías populares, que la ruptura objetivista había abandonado en primer lugar para construir el espacio objetivo de las posiciones sociales, deben ser devueltos al modelo de la realidad. Este modelo debe tomar en consideración el hecho de que, contrariamente a la ilusión teoricista, el sentido del mundo social no se establece de una manera unívoca y universal; está sujeto, en su propia objetividad, a una pluralidad de visiones. La existencia de una pluralidad de visiones y divisiones que son diferentes, o aun antagónicas, es debida, por el lado "objetivo", a la indeterminación relativa de la realidad que se ofrece a la percepción. Por el lado de los sujetos percibientes, es debida a la pluralidad de los principios de visión y división disponibles en cualquier momento determinado (religioso, étnico o principios de división nacionales, por ejemplo, aptos para competir con principios políticos basados en criterios económicos o ocupacionales). También fluyen de la diversidad de puntos de vista implícitos en la diversidad de posiciones, de puntos en el espacio desde los cuales son tomadas las varias visiones. De hecho, la "realidad" social no se presenta así misma ni como completamente determinada ni como completamente indeterminada. Desde un cierto ángulo, se presenta a sí misma fuertemente estructurada, esencialmente porque el espacio social se presenta en la forma de agentes e instituciones dotados de diferentes propiedades que tienen posibilidades muy desiguales de aparecer en combinaciones; de la misma manera que los animales con plumas tienen más probabilidades de tener alas que los animales con pelos, las personas que tienen un perfecto comando de su lenguaje tienen más posibilidades de ser encontrados en los conciertos y museos que aquellos que no la tienen. En otras palabras, el espacio de diferencias objetivas (en relación al capital económico y cultural) encuentra expresión en un espacio simbólico de distinciones visibles, de signos distintivos, que son de esa manera símbolos de distinción variantes. Para los agentes dotados con las categorías de percepción pertinentes, ie., con una intuición práctica de la homología entre el espacio de signos distintivos y el espacio de posiciones, las posiciones sociales son inmediatamente discernibles a través de sus manifestaciones visibles ("ça fait intellectuel", "eso parece intelectual"). Dicho esto, la especificidad de las estrategias simbólicas y en particular, estrategias que, como blefes (bluffs) o inversiones simbólicas (el Volkswagen Beetle intelectual), usa la maestría práctica de las correspondencias entre los dos espacios para producir todo tipo de mermelada semántica, consiste en introducir, en la objetividad de las prácticas percibidas o propiedades, una forma de obscuridad semántica que obstaculiza la descifración directa de los signos sociales. Todas esas estrategias encuentran fuerza adicional en el hecho de que aun las combinaciones de propiedades más constantes y más creíbles están solamente fundadas en conexiones estadísticas y están sujetas a variaciones con el tiempo.

Sin embargo, esto no es todo. En tanto que es verdad que los principios de diferenciación que objetivamente son los más poderosos, como los capitales económico y cultural, producen diferencias claramente definidas entre agentes situados en los espacios extremos de las distribuciones, evidentemente son menos efectivos en las zonas intermediarias del espacio en cuestión. Es en estas posiciones intermedias o posiciones medias del espacio social que la indeterminación y la nebulosidad de las relaciones entre prácticas y posiciones son mayores, y que el espacio dejado en abierto para las estrategias simbólicas diseñadas para obstaculizar esta posición es más grande. Es entendible, entonces, por qué esta región del universo social proporcionó a los interaccionistas simbólicos, especialmente a Goffman, con un campo desigualmente ajustado a la observación de las varias formas de presentación de sí mismo a través del cual los agentes se esfuerzan por construir sus identidades sociales. Y nosotros debemos agregar a eso las estrategias que tienen como objetivo la manipulación de los símbolos de posición social más confiables, aquellos que los sociólogos están afanados en usarlos como indicadores, tales como la ocupación y el origen social. Este es el caso, por ejemplo, en Francia, con los instructores (instituteurs), profesores de escuela primaria, quienes se denominan a sí mismos como docentes (enseignants), lo que puede significar ser profesor de escuela secundaria o aun profesor universitario; y con los obispos e intelectuales que tienden a subinformar sus orígenes sociales, mientras que otras categorías tienden a exagerar los suyos.

 

Siguiendo esa misma línea, nosotros deberíamos también mencionar todas esas estrategias diseñadas para manipular relaciones de pertenencia a grupos, ya sean éstos familiares, étnicos, religiosos, políticos, ocupacionales o sexuales, para mostrarlos o esconderlos de acuerdo a intereses y funciones prácticas definidas en cada caso por la referencia a la situación concreta en mano, jugando, de acuerdo a las necesidades del momento, con las posibilidades ofrecidas por la cualidad de ser miembros simultáneamente de una pluralidad de colectivos. (Tales estrategias tienen su equivalente, en sociedades relativamente indiferenciadas, en la manera en que los agentes juegan en y con afiliaciones genealógicas, familiares, ciánicas y tribales).

Esta manipulación simbólica de los grupos encuentra una forma paradigmática en las estrategias políticas: así, en virtud de sus posiciones objetivas situadas en el medio, entre los dos polos del espacio, situado en un estado

de equilibrio inestable y vacilando entre dos alianzas opuestas, los ocupantes de las posiciones intermediarias del campo social son objeto de clasificaciones completamente contradictorias de parte de quienes tratan, en la lucha política, de ganarlos para su lado. Los Cadres (Gerentes de alto nivel) franceses, por ejemplo, pueden ser clasificados entre las "clases enemigas" y tratados como meros "lacayos del capital", o por el contrario mezclados con las clases dominadas, como víctimas de la explotación).

En la realidad del mundo social, no hay ni límites claramente delimitados ni divisorias más absolutas, que las que hay en el mundo físico. Los límites entre las clases teóricas que la investigación científica nos permite construir sobre la base de una pluralidad de criterios son similares, para usar una metáfora de Rapoport, a los bordes de una nube o un bosque. Esos límites pueden así ser concebidos como líneas o como planos imaginarios, de tal modo que la densidad (de los árboles o del vapor del agua) es más alta en un lado y más baja en el otro, por encima de un cierto valor en un lado y por debajo del mismo valor en el otro. (De hecho, una imagen más apropiada sería aquella de una llama cuyos bordes están en constante movimiento, oscilando alrededor de una línea o superficie). Ahora, la construcción de grupos (movilizados o "movilizables"), esto es, la institucionalización de una organización permanente capaz de representarlos, tienden a inducir divisiones durables y reconocidas que, en el caso extremo, i.e. en el más alto grado de objetivación e institucionalización, podrían tomar la forma de fronteras legales. Los objetos en el mundo social siempre envuelven un cierto grado de indeterminancia y nebulosidad, y así presentan un grado definido de elasticidad semántica. Este elemento de incerteza, es el que proporciona la base para las diferentes percepciones y construcciones antagónicas que confrontan uno al otro y que pueden ser objetivizadas en la forma de instituciones durables. Uno de los mayores pilares en esa lucha es la definición de los límites entre grupos, esto es, la misma definición de los grupos que, a través de la afirmación y manifestación de ellos mismos como tales, pueden transformarse en fuerzas políticas capaces de imponer su propia visión de las divisiones, y así capaces de asegurar el triunfo de tales disposiciones e intereses, ya que están asociadas a sus posiciones en el espacio social. De esta manera, conjuntamente con la lucha individual de la vida diaria en la cual los agentes contribuyen continuamente a cambiar el mundo social esforzándose por imponer una representación de sí mismos a través de estrategias de presentación de sí propios, son propiamente las luchas políticas colectivas. En esas luchas cuyo objetivo último, es el poder de nominar, en sociedades modernas, es retenido por el Estado, i.e. el monopolio de la violencia simbólica legítima, los agentes -quienes en este caso son casi siempre especialistas, tales como políticos- luchan por imponer representaciones (e.g., demostraciones) que crean las propias cosas representadas, que los hace existir públicamente, oficialmente. Sus objetivos son transformar su propia visión del mundo social, y los principios de división en el cual están basados, en la visión oficial, en el nomos, el principio oficial de la visión y división.

 

Lo que está en juego en esta lucha simbólica es la imposición de la visión legítima del mundo social y sus divisiones, esto es por decir así, el poder simbólico como el poder de hacer-el-mundo, para usar las palabras de Nelson Goodman, el poder de imponer e inculcar los principios de construcción de la realidad, y particularmente para preservar o transformar los principios establecidos de unión y separación, de asociación y disociación ya operando en el mundo social tales como las clasificaciones corrientes en asuntos de género, edad, etnicidad, región o nación, esto es, esencialmente, poder sobre las palabras usadas para describir los grupos o las instituciones que los representan. Poder simbólico, cuya forma por excelencia es el poder de hacer los grupos y consagrarlos e instituirlos (en particular a través de los ritos de institución, el paradigma aquí es el matrimonio), que consiste en el poder de hacer existir algo en forma objetivada, público, estado formal que previamente existía solamente en estado implícito, como con la constelación que, de acuerdo a Goodman, comienza a existir solamente cuando es seleccionada y designada como tal. Cuando es aplicado a un colectivo social, aun a aquel que está potencialmente definido a la manera de la nube, el poder performativo de nombrarlo, que casi siempre está asociado al poder de representación, le da existencia de forma instituida, i.e., como un ente corporativo, que hasta entonces existió solamente como una colección en serie de individuos yuxtapuestos. Aquí uno necesitaría perseguir más totalmente las implicaciones del hecho que la lucha simbólica entre agentes es, en mayor parte, llevada a cabo a través de la mediación de profesionales de la representación quienes, actuando como voceros de los grupos a cuyos servicio colocan sus competencias específicas, se confrontan uno al otro dentro de un campo cerrado, relativamente autónomo, específicamente, el campo político.

Es aquí que nosotros encontraremos de nuevo, pero en una forma completamente trasfigurada, el problema del estatuto ontológico de la clase social y, de esa manera, de todos los grupos sociales. Siguiendo a Kantorovicz, podríamos citar la reflexión de los canonistas quienes se preguntaron, como nosotros lo hacemos aquí en relación a las clases, cuál era el estatus de lo que el latín medieval llamaba corporatio, entes constituidos, "entes corporativos”. En este caso, ellos concluyeron, como lo hizo Hobbes, quien a este respecto siguió la misma lógica, que el grupo representado no es otra cosa que lo que el grupo representa, o sea, el acto de su propia representación. He aquí la firma o el sello que autentica la firma, sigillum authenticum, del cual es derivada la palabra francesa sigle (acrónimo, logo); o más directamente, el representante, el individuo que representa al grupo en el verdadero sentido del término, quien lo concibe mentalmente y lo expresa verbalmente, lo nombra, quien actúa y habla en su nombre, quien le da una encarnación concreta, lo incorpora en su propia persona y a través de su persona; el individuo que, por hacer que el grupo sea visto, se hace ver en su lugar, y sobre todo, al hablar en su lugar, lo hace existir. (Todo esto puede ser visto cuando el líder, siendo el depositario de la creencia de todo el grupo, se transforma en objeto de culto como si el grupo se rindiese culto a sí mismo, el así llamado "culto a la personalidad"). En resumen, el significado, esto es, el grupo es identificado con el significante, el individuo, el portavoz o con la agencia, el local, el comité, o el consejo, que lo representa. Esto es lo que los mismos canonistas llamaron el misterio del "ministerio", el mysterium del ministerium. Este misterio puede ser resumido en dos ecuaciones: la primera, establece una equivalencia entre los mandantes y el mandado: la Iglesia es el Papa; Satus est magistratus; el puesto es el magistrado que lo posee, o de acuerdo a Luis XIV: "el Estado soy yo", "L'Etat c'est moi", o más todavía, el Secretario General es el Partido -que es la clase-, y así por delante. Entonces la segunda ecuación formula que la existencia confirmada del mandato implica la existencia del grupo de los mandantes. La "clase", o las "personas" (yo soy el pueblo, "je suis le peuple", dice Robespierre), o el género, o el grupo de edades -la generación-, o la Nación, o cualquier otra forma evasiva de colectivo social existe, sí y sólo sí existen uno (o varios) agente(s) que puedan defender con posibilidades razonables de ser tomados en serio (contrario al idiota que se toma a sí mismo por la Nación) que ellos son la "clase", el "pueblo", la "Nación", el "Estado", y así por delante.

 

De esta manera para dar una breve respuesta a la cuestión planteada, podemos decir que una "clase" existe -sea social, sexual, étnica, o cualquier otra-cuando existen agentes capaces de imponerlos -como autorizados a hablar y actuar oficialmente en su lugar y en su nombre- a aquellos que -reconociéndose en esas plenipotencialidades, por reconocerse como dotados con el poder total del hablar y actuar en su nombre- se reconocen como miembros de la clase, y al hacerlo así, confieren a él la única forma de existencia que un grupo puede poseer.

Pero para que este análisis sea completo, sería necesario mostrar que esta lógica de existencia por delegación, que envuelve una desapropiación obvia, se impone más brutalmente cuando los agentes singulares quienes están por pasar de un estado de existencia serial -collectio personarium plurium como lo colocaron los canonistas- a un estado de grupo unificado, capaz de hablar y actuar como uno, a través de un portavoz dotado con plena potentia agendi et loquendi, carece de cualquier medio individual de acción y expresión. De modo que de hecho, dependiendo de su posición en el espacio social, agentes diferentes no tienen iguales oportunidades de acceder a las diversas formas de existencia colectiva: unos están condenados a una forma de existencia disminuida, frecuentemente adquirida al costo de la desapropiación, permitido por los "movimientos" que supuestamente representan lo que llamamos en este caso clase (como en la expresión "La clase trabajadora inglesa"); los otros están igualmente para acceder a la total realización de la singularidad a través de la agregación selectiva de aquellos de igual privilegio permitidos por esos agrupamientos representados en forma ejemplar y paradigmática por el club de los selectos (tales como los círculos, las academias, los consejos de directores, o los consejos de supervisores).

En la lucha por hacer una visión del mundo universalmente conocido y reconocido, la balanza del poder depende del capital simbólico acumulado por aquellos que tienen como objetivo la imposición de las varias visiones en contienda, y en gran parte a que esas visiones estén ellas mismas enraizadas en la realidad. Por su vez esto levanta la cuestión de las condiciones bajo las cuales las visiones dominadas pueden ser constituidas y predominar. Primero, uno puede postular que una acción dirigida a la transformación del mundo social tiene todas las posibilidades de tener suceso cuando está fundamentada en la realidad. Ahora, respeto a esto, la visión de los dominados está doblemente distorcida: primero, porque las categorías de percepción que ellos usan les son impuestas por las estructuras objetivas del mundo y por eso tienden a favorecer una forma de aceptación dóxica de su orden determinado; segundo porque el dominante se esfuerza por imponer su propia visión y a desarrollar representaciones que ofrezcan una "teodicea de su privilegio". Pero el dominado tiene una superioridad (dominio) práctica, un conocimiento práctico del mundo social sobre el cual las nominaciones pueden ejercer un efecto teórico, un efecto de revelación: cuando está bien fundamentada en la realidad, la nominación implica un verdadero poder creativo. Como hemos visto con la metáfora de la constelación de Goffman, la revelación crea lo que ya existe colocándolo en un nivel diferente, he allí la maestría teórica. De este modo, el misterio del ministerio puede ejercer un verdadero efecto mágico dándole poder a la verdad: las palabras pueden hacer cosas y, participando en la simbolización objetivada de los grupos que designan, pueden hacerlos existir como grupos colectivos ya existentes, pero solamente en estado potencial.

 

Referencias

BOLTANSKI, Luc. 1982. Les cadres: la formation d'un groupe social. París, Editions de Minuit.

CHAMPAGNE, Patrick, 1979. "Jeunes agriculteurs et vieux paysans: crise de la succession et apparitíon du "tróisieme age". Actes de la recherche en sciences sociales, 26-27:83-107.

GOODMAN, Nelson, 1978. Waysofworlmaking. Indianapolís: Hackett Publishing.

HALBWACHS, Maurice, 1955y1964. Esquisse d'une psychologie des classes sociales. París, Librairie Mrcel Riviére.

LENOIR, Rémi, 1979. "L'lnvention du troisiéme age' et la constitution du champ des agents de gestión de la vieillesse". Actes de la recherche en sciences sociales, 26-27 :57-82.

THOMPSON, E.P. 1963. The making of the EnglishWorking Class. Harmonsworth: Penguin Press.

 

6. Clase social y clase de trayectorias ******

Pierre Bourdieu

 Los individuos no se desplazan al azar en el espacio social, por una parte  porque las fuerzas que confieren su estructura a este espacio se imponen a ellos (mediante, por ejemplo, los mecanismos objetivos de eliminación y de orientación), y por otra parte porque ellos oponen a las fuerzas del campo su propia inercia, es decir, sus propiedades, que pueden existir en estado incorporado -bajo la forma de disposiciones, o en estado objetivo, en los bienes, titulaciones, etc. A un volumen determinado de capital heredado corresponde un haz de trayectorias más o menos equiprobables que conducen a unas posiciones más o menos  equivalentes -es el campo de los posibles objetivamente ofrecido a un agente determinado-; y el paso de una trayectoria a otra depende a menudo de acontecimientos colectivos -guerras, crisis, etc.- o individuales -ocasiones, amistades, protecciones, etc.- que comúnmente son descritos como casualidades (afortunadas o desafortunadas) aunque ellas mismas dependen estadísticamente de la posición y de las disposiciones de aquellos a quienes afectan (por ejemplo, el sentido de las "relaciones” que permite a los poseedores de un fuerte capital social conservar o aumentar este capital), cuando  no están expresamente preparadas por  determinadas intervenciones institucionalizadas (clubes, reuniones familiares, asociaciones de antiguos de alumnos, asociaciones de profesionales, etc.) o "espontáneas" de los individuos o  de los grupos. De ello se desprende que la posición y la trayectoria individual no son estadísticamente independientes, no siendo igualmente probables todas las posiciones de llegada para todos los puntos de partida: esto implica que existe  una correlación muy fuerte entre las posiciones sociales y las disposiciones de los agentes que las ocupan o, lo que viene a ser lo mismo, las trayectorias que han llevado a ocuparlas, y que, en consecuencia, la trayectoria modal forma parte integrante del sistema de factores constitutivos de la clase (al ser las prácticas tanto más irreductibles al efecto de la posición sincrónicamente definida cuanto más dispersas son las trayectorias, como es el caso en la pequeña burguesía).

La homogeneidad de las disposiciones asociadas a una posición y su aparentemente milagroso ajuste a las exigencias inscritas en la misma son el producto, de una parte, de los mecanismos que orientan hacia las posiciones a unos individuos ajustados de antemano, sea porque se sienten hechos para unos puestos que a su vez son hechos para ellos -esto es la "vocación" como adhesión anticipada al destino objetivo que se impone mediante la referencia práctica a la trayectoria modal en la clase de origen-, sea porque se presentan como tales a los ocupantes de estos puestos -es la cooptación fundada en la inmediata armonía de las disposiciones y, por otra parte, de la dialéctica que se establece, a lo largo de toda una existencia, entre las disposiciones y las posiciones, entre las aspiraciones y las realizaciones. El envejecimiento social no es otra cosa que este lento trabajo de duelo o, se prefiere, de desinversión (socialmente asistida y alentada) que lleva  a los agentes a ajustar sus aspiraciones a sus oportunidades objetivas, conduciéndoles así a admitir su condición, a devenir lo que son, a contentarse con lo que tienen, aunque sea esforzándose en engañarse ellos mismos sobre lo que son y sobre lo que tienen, con la complicidad colectiva, para fabricar su propio duelo, de todos los posibles acompañantes, abandonados poco a poco en el camino, y de todas las esperanzas reconocidas como irrealizables a fuerza de haber permanecido irrealizadas.

El carácter  estadístico de la relación que se establece entre el capital de origen y el capital de llegada es lo que hace que no se puedan justificar por completo las prácticas con arreglo solamente a las propiedades que definen la posición en un momento dado del tiempo en el espacio social: decir que los miembros de una clase que disponen en origen de un cierto capital económico y cultural están destinados, con una probabilidad dada, a una trayectoria escolar y social que conduce a una posición dada es decir, en efecto, que una fracción de la clase (que  no puede ser determinada a priori en los límites del sistema explicativo considerado) está destinada a desviarse con respecto a la trayectoria más frecuente para la clase en su conjunto, tomando la trayectoria, superior o inferior, con más probabilidades para los miembros de alguna otra clase, y desclasándose así por arriba o por abajo[7]. El efecto de trayectoria que se manifiesta en este caso tiene todas las posibilidades de ser  mal entendido, como ocurre en todos los casos en que unos individuos que ocupan posiciones semejantes en un momento dado resultan separados por unas diferencias asociadas a la evolución, en el curso del tiempo, del volumen y de la estructura de su capital, es decir, por su trayectoria individual. La correlación entre una determinada práctica y el origen social (medido por la posición del padre cuyo valor real pudo haber sufrido una degradación oculta debida a la permanencia del valor nominal) es la resultante de dos efectos (del mismo sentido o no): por una parte el efecto de inculcación ejercido directamente por la familia o por las condiciones de existencia originales; por otra parte, el efecto de trayectoria social propiamente dicho[8], es decir, el efecto que ejerce sobre las disposiciones y sobre las opiniones la experiencia de la ascención social o de la decadencia, ya que la posición de origen no es otra cosa, en esta lógica, que el punto de partida de una trayectoria, el hito con respecto al cual se define la pendiente de la carrera social. Esta distinción se impone con evidencia en todos los casos en los que unos individuos originarios de la misma fracción o de la misma familia, y sometidos en consecuencia a las mismas inculcaciones morales, religiosas o políticas que pueden suponerse idénticas, se encuentran propensos a unas posturas divergentes  en materia de religión o política  a causa de las diferentes relaciones con el mundo social que deben a unas trayectorias individuales divergentes (...)

 

7. Clases sociales y  sociedad del riesgo

Ulrich  Beck

¿Qué sucede (esta es la cuestión que de este modo pasa al centro) cuando al hilo del desarrollo histórico se borra la identidad de las clases sociales y al mismo tiempo se agudizan las desigualdades sociales? ¿Cuando se extienden los riesgos del trabajo asalariado, pero no de acuerdo con el modelo de los grandes grupos de la “proletarización”, sino reducidos en trozos de vida (pasajeros y ya no pasajeros) de desempleo, infraocupación, pobreza? Es esto el final de las clases o el comienzo de una nueva formación de clases no tradicional? ¿Se puede seguir captando la situación de una estructura social desigual en el proceso de individualización mediante el modelo jerárquico de la desigualdad social? ¿Surgen o fomentan tal vez las individualizaciones nuevos tipos de formaciones de grupos (a través, por ejemplo, de los medios de comunicación de masas) que siguen un ritmo completamente distinto y tienen un alcance también completamente distinto? ¿En qué direcciones transcurre la búsqueda de nuevas identidades sociales, formas de vida y participación política que las individualizaciones ponen en marcha? Y ¿a qué conflictos y contradicciones están vinculadas éstas?

Aquí hay que distinguir tres variantes de desarrollo, las cuales no se excluyen en absoluto:

1-     El final de la sociedad tradicional de clases es el comienzo de la emancipación de las clases respecto de las limitaciones regionales y particulares. Comieza un nuevo capítulo de la historia de clases que aún tendría que ser escrito y descifrado. A la destradicionalización de las clases en el capitalismo del Estado de bienestar podría corresponderle una modernización de la formación de clases que recoja el nivel de individualización alcanzado y lo reúna social y políticamente de una manera nueva.

2-     Como consecuencia del desarrollo reseñado, la empresa y el puesto de trabajo pierden significado como lugar de la formación de conflictos y de identidades, y se forma un nuevo lugar de surgimiento de las vinculaciones y de los conflictos sociales: la disposición y configuración de las relaciones sociales privadas, de las formas de vida y de trabajo; en correspondencia, tiene lugar la acuñación de nuevas redes, identidades y movimientos sociales.

3- Se produce con cada vez más fuerza la separación de un sistema de ocupación total respecto de un sistema de infraocupación flexible, plural, individualizado. Las desigualdades que se van agudizando quedan en la zona gris. El punto central de la vida se traslada del puesto de trabajo y de la empresa a la configuración y a la prueba de nuevas formas y estilos de vida. Los contrastes entre hombres y mujeres que surgen con la quiebra de la forma familiar pasan a primer plano. (...)

Tampoco sobre este trasfondo ganan contenido real las categorías tradicionales de clases. La discusión sobre la clase obrera y el movimiento obrero en la segunda mitad del siglo XX está marcada por una falsa alternativa. Por una parte, se señala con argumentos continuamente renovados que la situación de los trabajadores ha mejorado considerablemente en el capitalismo (bienestar material, apertura de oportunidades de formación, organización sindical y política y derechos y seguridades sociales obtenidos de este modo). Por otra parte, se dice que pese a todas las mejoras siguen intacta la situación de clase, es decir, la relación del trabajo asalariado y las dependencias, enajenaciones y riesgos que contiene, las cuales incluso, se han extendido y agudizado (desempleo masivo, descualificación, etc). Allí, el objetivo de la argumentación es mostrar la disolución de la clase obrera; aquí, mostrar su continuidad, con las valoraciones políticas correspondientes a cada caso.

En ambos casos se malinterpreta el desarrollo que aquí se halla en el centro: que se disuelve la simbiosis histórica de estamento y clase, y en concreto de tal modo que (por una parte) desaparecen las subculturas estamentales y (por otra parte) al mismo tiempo se generalizan rasgos básicos del carácter de clase.  Con esta destradicionalización de las clases sociales en el Estado del bienestar resulta cada vez menos posible fijar el surgimiento de solidaridades de una manera específica de grupos y trabajadores en el modelo histórico del “trabajador proletario de producción”. Hablar de la “clase de los trabajadores”, de la “clase de los empleados”, etc. , pierde su evidencia en el mundo de la vida, con lo cual desaparecen la base y el punto de referencia para el intercambio infinito de los argumentos sobre si los proletarios se han “aburguesado” o si los empleados se han “proletarizado”. Al mismo tiempo, la dinámica del mercado laboral atrapa a círculos de población cada vez más amplios; el grupo de quienes quieren entrar en el mercado laboral (las mujeres) es cada vez más grande. Pese a todas las diferencias, crecen así también las comunidades, en especial las comunidades de los riesgos, más allá de las diferencia en sueldos y en educación.

Como consecuencia, por una parte se amplía considerablemente la clientela posible y real de los sindicatos; por otra parte, ésta es puesta en peligro de una nueva manera: en la imagen de la proletarización está pensada también la reunión de los afectados mediante la evidencia de la pauperización material y la experiencia de la enajenación. Por el contrario, los riesgos de los trabajadores asalariados no crean desde sí mismos comunidades. Para ser dominados, tales riesgos requieren medidas sociopolíticas y jurídicas que a su vez generan individualizaciones de pretensiones sociales, y tienen que ser hechos cognoscibles en su colectividad, y en concreto en contraposición a las formas individual-terapeúticas de tratamiento. De este modo las formas sindicales y políticas de interpretación acaban compitiendo con asesorías y compensaciones jurídicas, médicas y psicoterapéuticas individualizantes, las cuales (en ciertas circunstancias) son capaces de enfrentarse a las destrucciones y a los daños surgidos de una manera mucho más concreta y evidente para los afectados.

 

Notas

* Extraído de TILLY, C.  La desigualdad persistente, Buenos Aires, Manantial, 2000 [1998], pág. 252-254.

** Extraído de DURKHEIM, E. Sociología y filosofía, Estudios Durkheimnianos I, Miño y Dávila, Madrid,  2000, Cap. “Juicios de valor y juicios de realidad”,  pág. 113-117 [originalmente publicado en Revue de Métaphysique et de Morale, junio, 1911].

[1] O más exactamente, la historia escrita. En 1847. la historia de la organización social que precedió a toda la historia escrita, la prehistoria era casi totalmente desconocida. Posteriormente, Haxthausen ha descubierto en Rusia la propiedad colectiva de las tierras; Maurer ha demostrado que esta fue la base social de la que se derivaron históricamente todas las tribus alemanas y poco a poco se ha ido descubriendo que la comunidad campesina, con la posesión colectiva del suelo, es o ha sido la forma primitiva de la sociedad, desde las Indias hasta Irlanda. La organización interna de esa sociedad comunista primitiva ha sido puesta en claro, en lo que tiene de típico, con el culminante descubrimiento hecho por Morgan del verdadero carácter de la gens y su posición dentro de la tribu. Al disolverse estas comunidades primitivas comenzó a escindirse la sociedad en clases distintas y, finalmente, enfrentadas. (Nota de F. Engels, adicionada en 1890)

[2] Los tories pertenecían al partido político de los grandes aristócratas de la tierra y las finanzas en Inglaterra. Después de su fundación en el siglo XVII, el lorysmo defendía siempre políticas internas reaccionarias, manteniendo con firmeza el régimen conservador y corrompido del sistema estatal inglés, oponiéndose a las reformas democráticas en lo interior. A fines de la década del 50 y principios de la del 60 del siglo XIX, en base al antiguo torysmo se creó el partido conservador inglés.

[3] F. List observa acertadamente: "El régimen predominante de las grandes finanzas cultivadas por cuenta propia sólo demuestra la ausencia de civilización, de medios de comunicación, de industrias nacionales y de ciudades ricas. Por eso encontramos generalizado este régimen en Rusia, Polonia, Hungría, Mccklcmburgo. Antiguamente, era también predominante en Inglaterra; pero al aparecer el comercio y la industria las grandes fincas se desintegraron en explotaciones de tipo mediano y se impuso el régimen de arriendos" {Die Ackerverfassung, die Zwergwirtschaft nnd die Auswanderung, 1842, p. 10).

[4] Absorbe  primeramente las ramas de trabajo directamente pertenecientes al Estado, y luego todos los estamentos (más o menos) ideológicos. (Glosa marginal de Marx).

[5] La tesis que con tanta frecuencia nos encontramos en San Max y según la cual todo lo que cada uno es por medio del Estado, en el fondo se identifica con la que sostiene que el burgués es tan sólo un ejemplar de la  especie burguesa, tesis donde se presupone que la clase de la burguesía existió ya antes que los individuos que la integran (Nota de Marx y Engels).

*** No debe olvidarse que la misma necesidad de los siervos de existir y la imposibilidad de las grandes haciendas, que trajo consigo la distribución de los allotments (parcelas) entre los siervos, no tardaron en reducir las obligaciones de los siervos para con su señor feudal a un promedio de prestaciones en especie y en trabajo que hacía posible al siervo la acumulación de propiedad mobiliaria, facilitándole con ello la posibilidad de huir de las tierras de su señor y permitiéndole subsistir como vecino de una ciudad, lo que contribuyó, al mismo tiempo, a crear gradaciones entre los siervos, y así vemos que los siervos fugitivos son ya, a medias, vecinos de las ciudades. Ya fácil es comprender que los campesinos siervos conocedores de un oficio eran los que más posibilidades tenían de adquirir propiedades mobiliarias. (Nota de Mar y Engels).

**** Extraído de GIDDENS, A. La estructura de las clases en las sociedades avanzadas, Alianza, Madrid, 1979 [1973], Cap. “El futuro de la sociedad clasista”, Pág. 333-336.

[6] Cf. la discusión de Bell acerca de Irving Bernstein, «Union growth and structural cycles», en Walter Galenson y Seymour Martin Lipset, Labour and Trade Unionism (Nueva York, 1960), pp. 89-93.

***** Extraído de Revista Paraguaya de Sociología, Año 31, N 89, enero-abril de 1994, Pag. 7-21. [Texto de una conferencia pronunciada en abril de 1987 en la Universidad de Chicago, publicada como What makes a social class?: on the theoretical and practical existence of groups, Berkley Journal of Sociology, 32:1-17, 1987]. Traducción al español de Rubén Urbazagástegui Alvarado.

****** Extraído de BOURDIEU, P. La distinción. Criterio y bases sociales del gusto,  Taurus, Madrid, 2000 [1979], Cap: “El espacio social y sus transformaciones”, Pág. 108-110.

[7] La orientación de estas trayectorias “desviantes” no se deja en abosluto al azar: todo parece indicar, por ejemplo, que, en caso de decadencia, los individuos originarios de profesiones liberales van más bien hacia las nuevas fracciones de las clases medias, mientras que los hijos de profesores descienden más a menudo hacia la pequeña burguesía establecida. 

[8] Este efecto es a su vez un efecto de inculcación por el hecho de que la pendiente de la trayectoria  paterna contribuye a formar la experiencia imaginaria de la inserción dinámica en el universo social.

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