INVENTARIO GENERAL DE INSULTOS

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Pancracio Celdrán

Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid

Licenciadoen Lengua y Literatura Hispánica 

© Pancracio Celdrán

© Ediciones del Prado, de la presente edición, noviembre 1995

I.S.B.N.: 84-7838-730-7

D.L.: M-39543-1995

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Q

Quedón, quedona.

Guasón y bromista pesado que a menudo se pasa de rosca. Se dice también de quien la toma con alguien -con quien "se queda"- y no lo deja tranquilo. Puede cursar con chulo o valentón. Es voz moderna, de uso suburbial, preferentemente empleado en ambientes juveniles. Se dice, en femenino, de la muchacha ligona, que fácilmente acepta las relaciones de cama; antónimo de "estrecha". 

Quejica.

Individuo molesto de carácter flojo, a quien cualquier pequeña cosa enfada o agobia, y que de todo se queja de manera afectada y melindrosa. Pejiguera que murmura y habla mal de cuanto le rodea. (Véase también "melindres" y "llorica”). Es de uso en ámbitos de la familia y la amistad. También: mierdecilla que sale llorón. 

Querida, querindanga, querindonga.

Mujer que tiene relaciones amorosas, o un apaño, con un hombre que la mantiene para satisfacer su lascivia; en cuanto a querindonga, es despectivo de "querida". Larra, escribe: "Se muere por las jorobas sólo porque tuvo un querido que llevaba una excrecencia bastante visible entre ambos omoplatos".

Son términos muy del gusto del siglo XIX, en que a la moza enamoradiza se le llamó "querendona", término que se aplicó también a la amante o manceba de alguien, vocablo muy utilizado antaño en Andalucía, Murcia y Canarias. Pudo experimentar un cruce con la voz "maturranga" = apaño, treta, marrullería, en contextos muy despectivos. 

Quidam.

Es voz latina: quidam = uno cualquiera, alguien. Se dice del sujeto despreciable, de poco valer, cuyo nombre no dice nada, por lo que se ignora u omite, ya que no se quiere citar; donnadie, un mierda. Bretón de los Herreros usa así el término: 

¿Hay mayor dicha

para ti que ser esposa,

no de un pobre, no de un quidam

como yo, sino de un mozo

que tiene un genio de almíbar

y es cosechero en Marchena...? 

Quitahipos.

Persona que por su aspecto o fiereza causa espanto; sujeto malencarado y astroso que produce miedo, prevención o sorpresa grandes. Cree Alcalá Venceslada, en su Vocabulario andaluz ser voz propia de su tierra, y aduce el siguiente ejemplo, que toma de la novelita Javier Miranda, de Juan Francisco Muñoz y Pabón, (finales del XIX): "El que quiera aturrullarse con portentos y maravillas, sorpresas y quitahipos, provéase de la historia...".

Es término gráfico, que describe el estado de ánimo de la persona que se encuentra ante lo inesperado, definiendo al sujeto que lo provoca mediante el efecto que produce. Prototipo de quitahipos fueron Picio, el Sargento de Utrera, y otros feos eminentes. Es voz que tuvo mucho uso en el siglo pasado; hoy se oye, aunque ha experimentado un cambio semántico hacia lo positivo, tildándose de quitahipos aquello que produce admiración grande. 

Quitolis.

Niñato vaina y un poco litri; aprendiz de calavera; niño pitongo de provincias, que quiere ser fino sin dejar de ser un trasto. Alcalá Venceslada incluye el término en su Vocabulario Andaluz, aunque es también de uso frecuente en Murcia y partes colindantes con Castilla la Nueva. Alcalá Venceslada da el siguiente uso de esta palabra, citando la novela de José López Pinillos, Las águilas, (principios de nuestro siglo): "¿No le dije? Un rayo se ha hecho este niño quitolis. ¡Er Señó nos mire con misericordia...!". La palabra tiene sin duda su origen en la expresión latina qui tollis peccata mundi = que quitas los pecados del mundo; perteneciente al lenguaje religioso de la misa católica, pero no vemos la relación de este origen con la aplicación del vocablo.

R

Rácano.

Vago, holgazán, tacaño. Persona que escurre el bulto, huyendo si puede de situaciones en las que pueda ser llamado a realizar algún esfuerzo. No recogen el término los diccionarios al uso, a pesar de su implantación en todos los niveles de la sociedad. 

Rahez, rafez.

Vil y despreciable; sujeto de ínfima condición y muy baja estofa; persona de ningún valor social; individuo soez. Es voz del término árabe rafiz = de bajo precio. Deriva del antiguo verbo rahezar: envilecerse, y como tal cuenta con uso muy antiguo en castellano. El rabino de Carrión, Sem Tob, en sus Proverbios morales, (mediados del siglo XIV) usa así el término: 

Sy mi razón es buena,

non sea despreçiada

porque la diz presona

rafez, que mucha espada

de fyno azero sano

sale de rrota vayna... 

El Marqués de Santillana recoge así esta palabra, muy en boga antaño, y hoy sólo de uso literario: 

No digo que te raheces

por tal vía,

que seas en compañía

de soheces. 

Raja(d)o.

Vulgarmente se dice de quien falta a su promesa o incumple tratos y propósitos firmemente expresados, desdiciéndose de aquello a lo que se había comprometido formalmente; cobarde, asustadizo y miedica, a quien es fácil amedrentar; caga(d)o que ante cualquier contingencia o atisbo de peligro se echa atrás, dejando en la estacada a quienes iban con él. 

Ramera.

Mujer que negocia con su cuerpo, viviendo de acceder a la lascivia del varón por interés; prostituta. Es voz antigua en castellano. Alonso de Palencia (finales del siglo XV), en su Universal Vocabulario, hace esta distinción entre dos tipos de meretrices: "...meretrix tiene esta diferencia de prostíbula: que meretrix, que es ramera, no es tan pública y gana más ocultamente. La prostíbula que es mundaria, está de día y de noche ante su botica presta a todos".

Era ya término que acarreaba pésima reputación sobre la mujer a la que se dirigía. Juan de Mariana, (segunda mitad del siglo XVI), fustiga los excesos del teatro, en su tiempo, diciendo: "¿Qué otra cosa contiene el teatro, y allí se refiere, sino caidas de doncellas, amores de rameras...?".

Y coetáneamente, Cervantes emplea la palabra en este contexto: "Acabó de confirmar D. Quijote que estaba en algún famoso castillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas, el pan candial, y las rameras damas...".

Manuel José Quintana, (mediados del siglo XIX), escribe: "Si tienen por voto nacional los gritos de la canalla (...) que al son de los panderos y sonajas de las ramerillas pagadas para ello salían a recibir al rey pidiéndole cadenas...".

En cuanto a su etimología, pudo haberse dicho del latín ramus = miembro viril, o pene. Sin embargo, Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) da esta explicación: "...sobre unas estacas armaban sus choçuelas y las cubrían con ramas, de donde se dixeron rameras". Parecida interpretación, aunque en otro sentido, da Corominas en su Diccionario Critico Etimológico, quien cree que se diría "ramera" por el hecho de poner éstas profesionales del amor una rama en la puerta de la taberna donde a escondidas ejercían el viejo oficio. 

Ramplón.

Zafio, tosco, inculto; persona vulgar y grosera. Antonio Flores, mediado el siglo XIX, dice lo siguiente de cierto personaje arribista: "Lo cierto es que antes de entrar en palacio era un peluquero ramplón". Pero el término era ya empleado en el siglo XVI, en 1591 lo registra R. Percivale en su A Dictionary in Spanish and English, muestra de que era término en uso con la acepción, entre otras, de zapatón tosco, siendo aplicado en sentido figurado, también a quien los calzaba, por lo general gente rústica y zafia de poco valer. 

Randa.

Pícaro; ladrón; granuja; persona de bajos pensamientos e innoble proceder; sujeto astuto y desaprensivo. Puede ser voz procedente del caló, donde significa "maleante". 

Rapaz.

Individuo muy aficionado a hacerse con lo de los demás, cosa que procura dando a sus acciones visos legales. Persona insaciable y envidiosa. El anónimo autor del Libro de Apolonio, (primera mitad del siglo XIII), utiliza así el término: 

Fueron al traydor, echaron le el lazo,

matáronlo a piedras commo a mal rapaço.

Quando el rey ouieron de tal guisa vengado,

que fue el malastrugo todo desmenuzado,

echáronlo a canes commo descomulgado... 

Rareras.

Tipo raro y peculiar, indeciso sexual, de quien no se sabe nada en claro. Se dice también del maricón que lo lleva en secreto. Tipo sospechoso del que conviene guardarse. Como en los casos de "soseras, voceras, tocineras, mojarreras, golferas guarreras" el sufijo en "-eras" incorpora matices peyorativos al significado principal, haciendo del "tío raro" de siempre un individuo ambiguo de conducta imprevisible, de quien no resulta fácil saber por dónde nos va a salir. 

Rastracueros.

Antiguamente se dijo del individuo que se arrastraba desnudo, en cueros, sumido en la mayor miseria; persona despreciable, de infima calidad y ningún interés social. Es curioso el cambio semántico radical experimentado por esta voz con la sola adición del prefijo "a-". (Véase arrastracueros).

Rastrapaja, rastrapajo.

Palurdo que se arrastra. Persona miserable, que a la pobreza material une la espiritual. También se le llamó "rastrapies", por el andar cansino y vacilante de quien no tiene rumbo en la vida. Es el arrastraculos y rastracueros que anda un tanto sonado buscando el modo de llenar el vientre todos los días. Aparece en los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, (primera mitad del siglo XIII) como término muy despectivo: 

Finó el restrapaia de tierra bien cargado,

en soga de diablos fue luego cativado,

rastrábandlo por tierrillas de coçes bien sovado... 

Rastrero.

Bajo, vil y despreciable. Se dice de personas o cosas, con carácter altamente despectivo. Es ofensa e insulto grande en todas las épocas. Fray Luis de Granada usa mucho el término a mediados del siglo XVI, así como los escritores moralistas de los siglos de oro: "Pues que (no) se sigue de aquí sino que viendo el hombre esta nueva nobleza y dignidad no se atreve a cosas viles y rastreras".

Cursa con "arrastrado", que a miseria material une degeneración y depravación moral. La cupletista Amalia de Isaura cantaba en los primeros lustros del siglo, en clave de humor, el cuplé No hay quien me mate: 

Y aunque el tal Facundo yo lo considero

por este motivo como hombre rastrero,

sin su amor la vida yo no la resisto,

y pa el viaje eterno he tomao el "mixto". 

El término, sin perder la solemnidad y rigidez de siglos pasados, pasó a significar sujeto golfo y encanallado, capaz de gastarle a alguien serias pasadas.

Ratero, rata.

Ladronzuelo de poca monta; sujeto que roba a pequeña escala, hurtando cosas de escaso valor. En La Picara Justina (1605), su autor López de Ubeda escribe: "...fue el caso que por decir otra gracia le sucedió otra desgracia en que cierto Roldanillo ratero se deslizó un punto de dedos...". 

Rechiquirrititillo.

Parece que se trata de la voz despectiva o insulto más diminutivo que pueda decirse en castellano. Así llamamos al archidiminuto y proto-enano, decano de las menudencias liliputienses. Se dice con desprecio y lástima de alguien a quien se considera tan minúsculo en cualquier aspecto moral o social que casi nos parece eso: absolutamente nada. Claro que ese diminutivo podría todavía elevarse a superiores potencias, mediante el uso de nuevos afijos, como archi-, requete-, etc. Recuérdese que el castellano es la lengua más maleable, en este sentido, que existe. Tenga in mente el lector que aunque el insulto es siempre una calumnia en miniatura, con este término se llega ya a extremos singulares. 

Reinona.

Maricón bocazas, de influencia social notable, y pujanza económica. Se utiliza entre la llamada "jet set" y "gente guapa", turba de advenedizos políticos, sociales y económicos surgida de las filas del arribismo e izquierdismo postizo. 

Rémora.

Se dice de alguien que se ha convertido en un obstáculo o estorbo grande; lastre o peso muerto; parásito. Viene de la antigua creencia que asegura tener el pez así llamado en su cabeza un disco oval que adherido al casco de una embarcación puede retardar su avance, hasta llegar a detener el objeto flotante sobre el que actúa. Covarrubias da en su Tesoro de la Lengua (1611) considerable atención a este término: "Es un pez pequeño (...) que si se opone al curso de la galera o de otro vagel le detiene, sin que sea bastante remos ni viento a moverle. (...) Para señalar la causa (...) no hallan razón natural".

Tirso de Molina se hace eco de la creencia, y aplica el término referido al oro, que convierte a las personas en rémoras de sus obligaciones y deberes. Y, en general, todo el teatro del siglo XVII utiliza el vocablo, hablando de criados, escuderos, sirvientes, amas... rémoras de sus señores. También poetas como Luis de Góngora y otros. El término sigue en vigor, calificando tanto a personas como a situaciones y cosas. 

Renacuajo.

Se llama así al hombre pequeño, mal tallado y enfadoso; hombrecillo despreciable no ya por su escasa alzada, sino por su mal genio y peor intención. Se utilizaba como insulto a finales del siglo XIV, aunque se generalizó a finales del siglo XVI, utilizándose para tildar de tal, como en el caso de "mocoso", a adolescentes y muchachos que afectan actitudes de adulto, así como a gente de nula relevancia social. En los Disparates muy graciosos que figuran a modo de apéndice al final del Cancionero de obras de burlas, (siglo XV) se hace este uso del término: 

...y topé una procesión

de infinitos renacuajos,

vi quejarse los atajos

porque apriesa los pisaban,

y vi ciertos que cantaban

aquesta glosa siguiente... 

Repipi.

Se dice de quien es afectado en sus modales y pedante en el hablar; persona que se conduce de manera manifiestamente ridícula, sin apercibirse de ello. En general, se predica del niño o adolescente redicho y en extremo circunspecto, que traiciona con su conducta pretendidamente adulta sus pocos años. También se emplea el término "pitiminí", sobre todo cuando se trata de la versión femenina del repipi, aludiéndose así a la delicadeza y escaso tamaño de las rosas que produce ese arbusto de tallos trepadores. Puede ser voz introducida en el siglo XIX, reduplicación del término italiano familiar pipi = bambino, o de la voz dialectal, de esa misma lengua, pippione: necio, estúpido engreído. Es posible, sin embargo, que se trate de abreviación de "pipiolo": principiante*, novato*, inexperto*. 

Retro(grado).

Carca, carroza o carcamal de naturaleza política o de cualquier otra condición intelectual, que profesa ideas o doctrinas desacreditadas o abolidas por antiguas. Es el antónimo natural de "progre(sista)". Etimológicamente significa "el que va o mira hacia atrás". Larra, (primer tercio del XIX) hace el siguiente uso del término: "La oposición (...) era de hombres retrógrados que abogaban por el progreso...".

Décadas más tarde, Bretón, en una de sus comedias, retrata así a un sujeto chapado a la antigua: 

¡Siempre con esas hipérboles

me has de venir...!

¿Quién tus ideas retrógradas

puede sufrir...? 

Rezonglón,rezongón.

Persona que rezonga, gruñe o muestra enfado y repugnancia cuando se le manda hacer alguna cosa. También llamados rezongadores, tuvieron pésima fama antaño, y se les zahería desde la escena. Francisco de Rojas, en La Celestina, (1499) los ve así: "...no hay, cierto, tan mal servidor hombre como yo, manteniendo mozos adevinos rezongadores...".

Covarrubias lo retrata así, en su delicioso Tesoro de la Lengua (1611): "Gruñir el mozo quando le mandan alguna cosa, y a éste le llaman reçongón, porque haze con la boca y narizes cierto sonido, de donde se le puso el nombre por la figura onomathopeia".

(Véase también "zorronglón"). 

Ribaldo.

Sujeto ruin y apicarado, violento y de vida licenciosa y poco clara; también se dice del hombre vil, chulo o matón de mancebía que vive de las mujeres. Es voz antigua en castellano. En cuanto a su etimología, deriva del francés antiguo ribaud, ribalt = libertino, bribón, vagabundo, que a su vez deriva de la voz procedente del germano o alemán antiguo, riben con el valor semántico de copular, de donde derivó a su vez el término ramera según algunos. El escudero del Libro del Caballero Zifar (principios del siglo XIV), se llamaba así, y había sido antes un bellaco parlanchín criado de un pescador; el término se documenta en esta primera novela de caballerías, en el siguiente contexto: "¡Ve tu vía, ribaldo loco! -dixo el hermitaño- ¿Cuidas fallar en todos los otros omes lo que fallas en mí, que te sufro en paçiençia quanto quieres dezir?".

Poco antes lo había utilizado el autor de la Gran conquista de Ultramar, c. el año 1300. A mediados de aquel siglo, Juan Ruiz, en su Libro de Buen Amor, da al término valor semántico de ignorante y bribón: 

Entiende bien mios dichos, repiensa la sentencia,

no m'contesca contigo como al dotor de Grecia

con el ribald romano e su poca sabencia

quando demandó Roma a Grecia la ciencia. 

Pero el término, que se documenta todavía en el siglo XVI con el valor semántico de "pícaro, pobre mezquino", sonaba ya anticuado, siendo desde entonces raro su uso, sobre todo a partir del siglo XVIII. 

Ridículo.

Que mueve a risa por su extravagancia o excentricidad; sujeto insensato, inconsciente, incapaz de apercibirse de que sus acciones, palabras o conducta chocan con la norma. A menudo cursa con "payaso y espantajo". Es voz culta, descendiente del término latino ridere = reír, de donde ridiculus = que mueve a risa. Lo recoge Cristóbal de las Casas, en su Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana, (último tercio del siglo XVI), utilizándolo asimismo Cervantes, en el Quijote, con el sentido moderno de "cosa digna de risa". Alonso de Salas Barbadillo, autor de la novela picaresca La hija de la Celestina, (1605) escribe: "...siendo vuessa merced severo en el nombre y ridículo en las acciones, se hace más ridículo para con aquellos que le ven obrar contra la esperanza que de su nombre se tenía". 

Robaperas.

Granuja de poca entidad; se dice también de la persona de importancia social irrelevante. Voz sinónima de tirillas, mierdecilla, sonajas, donnadie, términos todos ellos de implantación moderna y uso suburbial. Más que ofensivos, son vocablos despreciativos, con intención humillante. 

Rocín.

Hombre tosco, ignorante y mal educado, que no ha asimilado bien lo que le han pretendido enseñar. En ese sentido emplea el término el dramaturgo Agustín Moreto, (primera mitad del siglo XVII): 

¡Hay tal desesperación!

Ese hombre es un rocín...! 

Es tanto como llamarle a alguien "asno, burro". Se dijo antaño de quien por falta de inteligencia o valía no consigue lo que se propone..., como el potro, que por no tener edad para ello, o haber sido muy maltratado, no llega a merecer el nombre de caballo. 

Rogelio.

Rojillo no excesivamente izquierdoso, sino sólo lo justo. Tiene carga semántica ligeramente despectiva. Es intercambiable con "rojeras". En el argot político de la calle, se opone a "retro, carca, facha", etc., siendo su antónimo. La voz que ha hecho fortuna en ámbitos populares y de la amistad, se formó a partir de "rojo", color que morfológicamente evoca; no falta quien asegura haber surgido para asimilarlo al antropónimo o nombre de persona, en este caso cierto portero de una casa importante en la calle de Almagro, de Madrid, todavía en ejercicio, según me cuenta un comunicante amigo. 

Rojo.

Los términos de valor político suelen conocer valoraciones diversas, en cuanto a la negatividad de su carga semántica, dependientemente de vaivenes y modas. Así, "rojo" ha sido término ofensivo y peligroso para quien lo recibía, en época no muy lejana; y también voz meliorativa que dignificaba a su merecedor, en época igualmente próxima. Más que insulto es improperio o injuria, dicha para perder a aquél a quien se dirige, echándole en cara una condición políticamente peligrosa antaño; o para encomiarle, según fuere el caso, recordándole su vinculación o adscripción a una causa. Es el caso de "rojo, rogelio, rojeras, fascista, sociata, facha, carca, anarco, nazi, etc”. En contextos políticos se dice o predica del radical revolucionario de izquierdas; y en lo social, del individuo exaltado, apasionado, un tanto visionario, que cree que el cambio de la sociedad, y hasta el rumbo de la Historia, dependen de él. 

Rostro.

Caradura, aprovechado; sujeto atrevido, que bordea la temeridad con tal de vivir de mogollón, a costa de los demás. Tener rostro es tanto como echarle cara a las cosas, y carecer de miramiento alguno, o vergüenza. (Véase también "cara, caradura"). 

Rudo.

Tosco; necio y de inteligencia torpe; descortés y grosero. Es término y concepto tomado de la voz latina rudis, cosa burda, no elaborada ni trabajada. El uso más antiguo conocido del término lo muestra el Arcipreste de Hita, en su Libro de Buen Amor, donde escribe: 

El amor faz sotil al omne que es rudo;

fazle fablar fermoso al que antes es mudo,

al omne que es covarde fazlo muy atrevudo,

al perezoso faz ser presto e agudo.  

Rufián.

Hombre sin honor, despreciable y perverso; chulo de mancebía, alcahuete de prostíbulo, que vive de comerciar con las mujeres. Pocos insultos hay tan ofensivos, y pocos individuos con peor catadura moral y humana que éstos, en la tradición literaria española. No hay mejor modo de saber lo que es un rufián que asomarse a la novela cervantina Rinconete y Cortadillo, o a su comedia El Rufián Dichoso. Allí se ve que no se trata únicamente de un alcahuete y ladrón, de un encubridor de rateros, sino también de un matón y espadachín de oficio, especie de asesino de alquiler. Tirso de Molina los saca a escena con valoraciones como la que sigue: 

¡Mal haya quien bien os quiere,

rufianes de Belcebú...! 

Corominas, que atestigua la antigüedad del vocablo remontándola al siglo XIV, cree que pudo decirse del término latino rufus = pelirrojo, seguramente por la prevención moral que ha existido siempre contra los hombres de ese color de pelo, y por la costumbre de las rameras romanas de utilizar pelucas de esa color. Pero tal vez sea remontarse muy atrás, o hilar demasiado fino; sobre todo si se atiende al término germánico ruffer, con el significado de "alcahuete", una de las ocupaciones principales de estos individuos. Cervantes hace hablar así a un criado: "...fue su postre dar soplo a mi amo de un rufián forastero, que nuevo y flamante había llegado a la ciudad".

Cervantes, amable y generoso, quita hierro a las cosas. Ve rufianes por todas partes, con lo que el personaje pierde en fiereza. Medio siglo antes, Lope de Rueda, tiene el siguiente pasaje en el paso El rufián cobarde: "¡Ah putilla, putilla, azotada tres veces por la feria de Medina del Campo, llevando la delantera de su amigo o rufián, por mejor decir...!".

Ruin, roín.

Bajo, vil y despreciable; persona de malas costumbres; individuo mezquino y avariento; hombre de mal trato, o cosa no buena. El Marqués de Santillana, (mediados del siglo XV) decía que era la mejor cuña para su propia madera, ya que "a ruín, ruín y medio". G. Correas, en su Vocabulario, sentencia: "Cuando al ruin hacen señor, no hay cuchillo de mayor dolor"; y el autor del Lazarillo de Tormes dice que Lázaro estaba... "escapando de los amos ruines que había tenido, y buscando mejoría". Juan de Valdés, en el Diálogo de la Lengua, asevera: "Al ruin, dadle un palmo y tomaráse quatro". Su forma antigua debió ser "ruino", del vocablo latino ruina = desmoronamiento, derrumbe, en sentido figurado, trasladando la carga semántica al campo moral. La frase "cosa ruina", con el significado de mezquina y mala, se emplea a finales del XV en castellano y en lengua valenciana; en ese sentido usa el término Juan del Encina, en su Cancionero: 

Trobe y cante quien cantare,

que yo te prometo, Gil,

so pena de ruyn y vil... 

Es voz ofensiva empleada desde la Edad Media, variando poco su significado y uso. El toledano Cristóbal de Fonseca, escribe entre los siglos XVI y XVII: "Supiéronlo los fariseos y salieron con dos calumnias: una, que andaba en compañía de gente ruin; otra, que eran glotones, y no ayunaban...".

En el uso actual, sobre todo en Asturias y Galicia, "ruin" se aplica más a cosas materiales que morales. Se puede ser ruín de cuerpo, tlaco y desmedrado, de escaso tamaño o mala salud, y al mismo tiempo grande de espíritu, de gran bondad y calidad humana.

 

S

Sabandija.

Se dice en sentido figurado, teniendo in mente al reptil pequeño, o al insecto repugnante y molesto. Persona despreciable y dañina. Es término documentado a finales de la Edad Media. El poeta del Cancionero, Francisco de Baena, pone en boca de cierta dama la siguiente poesía satírica declarando a su galán por qué lo rechaza: 

Ca me han fecho entender

que sóis mala savandija,

e que tenéis una agrija

do la non queréys tener. 

Durante las primeras décadas del siglo XVI el término gozó de popularidad, siendo insulto liviano. Sebastián de Horozco, en su Representación de la historia de Ruth, lo pone en boca de cierto bobo: 

¡Oh, qué gentil sabandija

(...) otro moço es menester ... 

Referido a los muchachos, se dice del que es inquieto, sumamente travieso y activo, que no descansa ni deja reposar a los demás, lagartija o zarandillo incansable cuya actividad no reporta beneficio ni utilidad. 

Sacamuelas.

Charlatán y enredador. Se dice en sentido figurado de la persona que en cualquier materia o razón quiere alzarse con el triunfo, independientemente de la veracidad o justicia del asunto; individuo que miente con desfachatez y a las claras, con evidente descaro, con tal de llevar a cabo su plan. Se dijo por la costumbre antigua de los dentistas o sacamuelas, que prometían en plazas y mercados sacar muelas o extraer dientes sin provocar en el paciente dolor alguno, para convencerles de lo cual tenían que hablar por los codos. En el teatro de los siglos de oro es personaje del que se echa mano, a menudo despectivamente. Agustín Moreto lo emplea así: 

Yerra un doctor la cura a unas viruelas

que las puede curar un sacamuelas... 

Y Tirso de Molina, en el mismo siglo XVII: 

Muertes en rosario, al cuello:

parecerán sacamuelas. 

Hoy se emplea como término despectivo con el que se califica a los malos dentistas, en el mismo sentido que hablamos de "matasanos" cuando nos referimos a los medicastros. 

Sacapelotas.

El Diccionario de Autoridades (primer tercio del siglo XVIII) recoge el término con el valor semántico de persona ordinaria, sujeto de baja condición, nulidad social, individuo despreciable. También se le llamó sacabuches y sacatrapos. Se alude, con él al individuo que antiguamente asistía al escopetero o arcabucero, como ayudante de soldado; y también al instrumento para sacar balas, o el utilizado para limpiar el cañón. 

Salido.

Persona rijosa, de irremediable lascivia, que se mantiene en estado de cachondez durante largos espacios de tiempo, no siendo capaz de adormecer o aplacar su lujuria. Quevedo, en su Vida del Buscón (1626) hace sujeto del calificativo a una criada de mesón: "Determinéme de ir a una posada, donde hallé una moza rubia y blanca, miradora, alegre, a veces entremetida, y a veces entresacada y salida". 

Saltabardales.

Marimacho; mujerona inquieta y liosa. Es voz gruesa dirigida a mujeres, ya en los primeros lustros del siglo XVII. Se trata de vocablo compuesto, siendo el segundo término sinónimo de valla de espinos, tapial o muro. Existió antaño la frase "ir como saltabardales por el ejido", es decir: andar una mujer hecha un hombretón, o ir sin rumbo y de escapada, como puta por rastrojo. 

Saltimbanqui, saltabanco.

Charlatán, socarrero, bufón; hombre bullicioso e informal; persona de poco fiar. Jovellanos (finales del siglo XVIII) usa así el término: "Castilla estaba ya llena de trovadores,... de mimos y saltimbanquis, y otros bichos de semejante ralea".

Era palabra muy del gusto de autores teatrales y novelistas del género pícaro; se sabe que sus gracias y bufonadas en escena levantaban carcajadas en el público. El saltaembanco era criatura dramática que por su propia naturaleza caía bien. No obstante, una cosa era el teatro y otra la vida real. Mateo Alemán, que retrata esa vida en su Guzmán de Alfarache, (1599) da este consejo por boca de su protagonista: "... ni haga pacto ni alianza con ciegos rezadores, saltaembancos, músicos ni poetas".

Lope de Vega, en El amante agradecido, usa también el término, aunque con el significado de charlatán ambulante metido a boticario, valor que en su tiempo tenía, ya que llamaban entonces así a quien blasonando de químico, puesto sobre un banco o mesa en la calle o bajo algún chamizo o toldo, vendía hierbas y quintaesencias, remedios contra cualquier dolor: 

Aquesta es una receta

que un saltambanco me dio

en Sicilia... 

De ahí vino el nombre, porque subían y bajaban rápidamente del banco sobre el que se dirigían al público, saltando con agilidad, visitando las más alejadas villas y pueblos. Mateo Vázquez de Leca, (segunda mitad del siglo XVI) en El filósofo de aldea, escribe, recordando estampas de su niñez: "...Aquellos chocarreros, bufones y salta-in-banqui, como dice el italiano...". Y en una loa anónima de muy poco después, un pícaro vagabundo cuenta sus andanzas por Italia, donde fue charlatán callejero, intercalando a menudo la lengua de aquel país que entonces era poderoso imán para los españoles, en sus versos, seguro de ser entendido por todos: 

...¿No fui saltimbanqui

entrando por Pontinello?

Y dirigiéndose al público, remedándose a sí mismo, continuaba: 

Sentite un poco de gracia,

signiori, quatro parole

che li voglio far intendere

de la bellisime cose... 

Y engañaba a la gente, absorta con su río de palabras, su oratoria simpática, su presencia histriónica. 

Sandio.

Su uso en castellano se remonta al siglo XII. La empleó Gonzalo de Berceo en su obra Milagros de Nuestra Señora, donde escribe "sandío", con acento que deshacía el diptongo: 

Respondió el cristiano, díssoli al judío:

entiendo que me tienes por loco e sandío,

que non traio consejo, e ando en radío... 

Como el sandeu portugués, el sandio es un idiota o un loco. Cree Corominas que pudo haber originado en el sintagma latino Sancte Deus, vocativo piadoso que provoca la presencia del pobre infeliz mentecato. Pero parece explicación un tanto traída por los pelos, por lo que cabe pensar en otro sintagma latino: sine Deus, pues el sandio es tan idiota que parece haber sido dejado de la mano de Dios. Fue palabra popular en la Edad Media, de uso tan extendido entonces como hoy lo está la voz "imbécil". Juan Rodríguez del Padrón, en su novelita sentimental Siervo libre de amor, utiliza el término (primer tercio del siglo XV) con el valor semántico de "necio, simplón": 

 Avnque me vedes así,

catyvo, libre naçí (...).

Y después, como sandío,

perdí mi libre aluedrío,

que non so señor de mí... 

En tiempos de Cervantes parece que era término ya en desuso, por lo que dice Covarrubias en su Tesoro de la Lengua, (1611): "Sandio vale tanto como loco y hombre fuera de su juyzio; vocablo español antiguo desusado. Ensandecer vale enloquecer...". 

Sanguijuela.

Sujeto que con mentiras y habilidad va sacando a otro lo que tiene, quitándole poco a poco bienes y dinero. Tiene puntos de contacto con el chupóptero. El maestro Gonzalo Correas, (primera mitad del siglo XVII), escribe: "Chupar la sangre como sanguijuela (se dice) de los que chupan y usurpan la hacienda a otros poco a poco".

Se emplea teniendo in mente, el sentido figurado de su primera acepción: "gusano anélido que se alimenta de la sangre que chupa a otros animales a los que se adhiere". Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache (1599), se refiere así al tahúr: "Al jugador desengañó el tablajero, que como sanguijuela, de unos y otros, poco a poco, chupa la sangre".

Desde 1513 lo corriente era llamar a este gusano "sanguijuela", aunque Covarrubias utiliza la forma antigua en su Tesoro de la Lengua (1611), "sanguisuela", según él procedente del italiano sanguisuca, "porque chupa la sangre, y no suelta hasta que llena el pellejuelo y revienta". Los judíos que dejaron España con anterioridad al siglo XVI, todavía utilizan formas antiguas del término, como hemos podido comprobar en el barrio sefardita de Jerusalén. Fue término muy del gusto de los siglos áureos y sucesivos. Bretón, en su teatro del siglo pasado, critica así a la burocracia: 

¡Qué de empleados...!

No hay quien los sume;

son sanguijuelas que nos destruyen.

 

El uso de "sanguijuela" como voz insultante ha llegado con todo su vigor y fuerza hasta nuestros días, en que se usa en diferentes contextos. 

Sansirolé, sancirolé, sansirolí.

Es tanto como decir "soso y simplón". Se trata de palabra de creación reciente (en 1900), y empleada originariamente en la zona de Salamanca. Según Corominas, (Diccionario Critico...), puede tratarse de una deformación de la expresión peyorativa San Ciruelo -San Necio- por parte de la lengua hablada por los gitanos, el caló, que suele desplazar a la última silaba el acento de las palabras sobre las que incide, convirtiéndolas en agudas; en cuanto a lo peculiar de la terminación, el caló alterna los finales en -ó, é, í, (parné, parnó). Como es sabido, "ciruelo" es forma de llamar al hombre necio. Decir "San Ciruelo", San Sirolé, es tanto como invocar a santos inexistentes, que no podrían ayudarnos, convirtiendo tal conducta en una insensatez propia del tonto. El día de San Ciruelo es como el año sin viernes: una imposibilidad. Amén de lo dicho, en la tradición del teatro renacentista español, para tildar de tonto a un pastor se le llamaba San Ciruelo. Ello, unido al hecho de que para los gitanos no haya mayor tonto ni víctima tan fácil como el pastor, explica la oportunidad del término; lo que sorprende es su tardía aparición.

Sátiro.

Hombre lascivo en extremo, para quien el goce sexual y la concupiscencia han llegado a convertirse en obsesión; salido, que se encuentra en estado de permanente cachondez o deseo; sujeto que padece de itifalia o erección constante del pene. También se dice de la persona ruín, mordaz y atenta a zaherir y motejar. Se toma en sentido comparativo -como en el fondo funcionan gran parte de los insultos-, teniéndose in mente a los personajillos de la mitología clásica, monstruos semidivinos, medio hombres y medio cabras, cuya actividad sexual era exacerbada; de ellos se dio nombre a la enfermedad o desorden fisiológico llamado satiriasis, que es un estado de exaltación morbosa de las funciones genitales del varón. 

Sietemachos.

Matasiete en pequeño; persona ridícula que se mete en refriegas de las que no puede salir bien parado. También se dice de las personas de muy escasa estatura que con todo parecen atreverse, sin reparar en sus escasas fuerzas y reducida anatomía. 

Simio.

Mono; que en todo imita y remeda a otros, resultando grotesco y ridículo en su intento. 

Simple, simplón, simplicísimo.

Persona de escaso discurso, algo boba; mentecato, incauto. Del latín vulgar simplus = simple, ingenuo. Es término castellano antiguo, que utiliza ya Gonzalo de Berceo (principios del XIII). En su acepción de "mentecato" se documenta en la primera mitad del siglo XVI. Lucas Gracián Dantisco, en su Galateo Español (1582), escribe: "...el lisonjero muestra claro que el que se paga de sus lisonjas sea vano y arrogante, simple y de poco ingenio, pues se deja conquistar y vencer de cosa tan liviana".

Covarrubias, (Tesoro de la Lengua, 1611) emplea así el término: "... simple algunas veces significa el mentecato, porque es como el niño, o la tabla rasa, do no ay ninguna pintura, por tener lesa la fantasía y los demás sentidos, y no discurrir en cosas con razón ni entendimiento".

Para el dramaturgo Agustín Moreto, (siglo XVII), simple es sinónimo de mentecato: "Anda, vete, mentecato, que eres un simple"; décadas antes Tirso de Molina escribía: 

¿Tan mal gusto tengo yo,

que permito competencias

de una villana, vos noble?

¿De una simple, vos discreta? 

La aparición del simple en escena fue celebrada por el público de los siglos de oro. En cuanto al superlativo "simplón", incorpora el matiz de incauto, manso y apacible al significado general de mentecato. Los simplones son unos benditos, aunque los ha habido que han salido listos, como el llamado "simplón de Córdoba", que preguntado por qué no había ido a misa contestó: 

No puedo ir a misa

porque estoy cojo;

si voy a la taberna

es poquito a poco. 

A éste, como al tonto del dicho, no era aconsejable meterle el dedo en la boca. 

Sinvergonzón.

Persona que descaradamente carece de vergüenza, haciendo gala de esa condición. La forma del aumentativo, en contra de lo habitual en estos casos, quita aquí hierro a la carga peyorativa del término, disminuyendo la gravedad del insulto, y haciéndolo más cercano y familiar. (Véase también "sinvergüenza"). 

Sinvergüenza.

Bribón; pícaro desvergonzado que no se recata de cometer villanías y caer en bajezas; persona que carece de rubor. Es voz latina del latín verecundia = vergüenza, que compitió a lo largo de toda la Edad Media con otra forma más popular del mismo término: "vergoña" (todavía viva en hablas dialectales asturianas y en las lenguas catalana y valenciana). En cuanto al compuesto "sin-vergüenza", es voz relativamente reciente, admitida por el diccionario oficial en el siglo XX, aunque de uso anterior, como hemos visto. Es sinónimo de desvergonzado, que Covarrubias define como "el mal criado y atrevido", término de antiguo uso, que se documenta en el Libro de Alexandre, (primera mitad del siglo XIII). De hecho, poca falta hacía crear el término "sinvergüenza", sobre todo cuando además existía desde el siglo XVI la frase con valor adjetivo "poca vergüenza", documentada en el Guzmán de Alfarache, (1599) de Mateo Alemán. Bretón de los Herreros, a mediados del siglo pasado, utiliza así el término: 

En tanto que halaga la fortuna

a un gandul sinvergüenza, torpe, idiota,

gime el talento, y el honor ayuna. 

Versos que se avienen con el antiguo refrán que asevera: "Quien tiene vergüenza, ni come ni almuerza". 

Snob,esnob.

Novelero, fantasioso, que valora de modo desmesurado cuanto viene de fuera, obnubilándose ante lo advenedizo y foráneo, y restando valor a lo propio. El snob es un esclavo de la moda, por lo que su tontuna es semoviente. Padece de una afectación aguda causada por su admiración enfermiza de las novedades, a las que se ve incapaz de resistirse. En cuanto a su etimología, Salvador de Madariaga, (ABC, 11-I-1970) El castellano en peligro, asegura ser de origen latino vía lengua inglesa. La palabra originó en la universidad inglesa de Oxford, la mayoría de cuyos alumnos procedía de la clase nobiliaria. Los estudiantes hijos de aristócratas rellenaban dos columnas en el registro de la facultad donde se matriculaban, poniendo en una de ellas su nombre, y en la otra el título nobiliario de sus padres. El registar, u oficial mayor encargado de hacer la inscripción, ponía en la columna de los alumnos sin título las siglas S. NOB., abreviatura del sintagma latino sine nobilitate, es decir: sin nobleza, plebeyo. De allí derivó snob, ya que los alumnos sin título se comportaban como si pertenecieran a la clase noble, adoptando sus maneras y gustos, y tratando de pasar por tales. Evidentemente, eran unos snobs, forma peculiar de hacer el ridículo social. 

Sobrero.

Cabrón; cornudo. Se dice en sentido figurado del hombre a quien su mujer engaña sin él saberlo; se tiene in mente la imagen del toro que en las corridas se tiene como reserva por si alguno de los de la partida sale deficiente, falto, escaso de cornamenta, o con ésta visiblemente afeitada. "Sobrero", que sobra..., sobre todo a su mujer, enredada con otro. Es voz utilizada en ámbitos encanallados, próximos al suburbio, aunque está muy extendido en recintos urbanos frecuentados por la juventud nocturna, donde se constata su uso. 

Socarra,socarrón.

Golfo, rufián; sujeto que con palabras de doble sentido, cáusticas y quemantes, se burla de otro en su cara. Es una de las acepciones posibles del término, y la que asume Cervantes en El rufián dichoso: 

Estas señoras del trato

precian más, en conclusión,

un socarra valentón

que un Medoro gallinato. 

En Rinconete y Cortadillo pone Cervantes en boca de una moza del partido: 

Por un sevillano rufo a lo valón

tengo socarrado todo el corazón. 

Es voz muy del gusto suyo. En La ilustre fregona le da este valor semántico: "Aunque conoció que antes lo había dicho de socarrón, que de inocente, con todo eso le agradeció su buen ánimo, y le entregó el dinero".

En todas sus novelas utiliza el término, que a principios del siglo XVII era de uso reciente, ya que se documenta por primera vez en la vida literaria hacia el último cuarto de la centuria precedente. Así, en el Coloquio de los perros, se lee: "...Socarrón tamborilero, salid del hospital, si no, por vida de mi santiguada que os haga salir más que de paso...".

Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, define así al sujeto: "El bellaco dissimulado que sólo pretende su interés, y quando habla con vos os está secretamente abrasando".

En el gerundio "abrasando" declara Covarrubias el origen de esta voz: de socarrar, pasar por el fuego alguna cosa de modo que por una parte esté quemada y por la otra casi cruda, aludiéndose así a lo cáustico de la lengua de estos murmuradores burlones y ruines. Como tal, el verbo "socarrar", de donde deriva el calificativo, es voz de uso antiguo en castellano. Gonzalo de Berceo lo emplea en su Vida de San Millán: 

Levantóse el ábrego, un viento escaldado (...)

por las Estremaduras fizo dannos mortales,

ençendiendo las villas, quemando los ravales,

socarraba los burgos e las villas cabdales... 

Es asimismo sinónimo de ramera, mujer de mala vida, daifa desvergonzada e impúdica, acepción con la que usa el término Lope de Vega en El Marqués de las Navas, donde referido a cierta dama se dice: 

Socarrón entendimiento

desenvuelto y despejado

tiene la tal mantellina,

y a ser mujer principal

pudiera ser çelestial,

y quedóse en çelestina. 

Sodomita.

Pederasta; maricón a quien gustan los niños; marica a quien le gusta dar y tomar. Es insulto grueso, que a vileza y degeneración une escándalo, degradando sin paliativos a quien lo recibe. Cervantes, en su novela Rinconete y Cortadillo, afirma: "¿(Pues) no es peor ser hereje, o renegado, o matar a su padre y madre o ser solomico? ¡Sodomita, querrá decir vuesa merced, respondió Rincón!."

Equivocación parecida en cuanto al término se da en una anécdota relatada por Juan de Arguijo, en sus Cuentos, (finales del siglo XVI): "Venía el cura de una aldea con un villano y, entre las injurias que le dijo fue una llamarle somético. Parecióle al labrador que se vengaba (...) con decir a voces: "¡Séanme testigos que me descubre la confesión". Entendiéndose la gracia en el hecho de que bajo confesión el villano se habría acusado a sí mismo de puto, o sodomita. Y Quevedo, a quien no hay palabra gruesa que le deje indiferente, escribe en Las zahurdas de Plutón: "Pregunté a un mulero que a puros cuernos tenía hecha espetera la frente, que dónde están los sodomitas, las viejas y los cornudos".

El término alude a la ciudad bíblica de Sodoma a orillas del Mar Muerto, arrasada por Dios por haber degenerado hacia la homosexualidad y la más desenfrenada lujuria, (Génesis, cap. XIX). Antonio de Nebrija, autor de la primera Gramática castellana, (1492) usa el término como sinónimo de puto, en su Vocabulario español-latino. Desde entonces ha sido insulto u ofensa grave, uso que sigue teniendo hoy, sin que lo culto del vocablo le hurte fiereza o quite hierro. Un sodomita es un maricón redomado, cuya querencia, para mayor deshonra del sujeto en cuestión, es hacia los niños. 

Soleche.

Estúpido, embobado. Seguramente voz tomada del caló solche, lengua de los gitanos, donde significa "soldado". Es de uso reciente en ámbitos hampescos y de la mala vida. Algunos quieren que derive de la frase "so leches, siendo "so" monosílabo restante del término "señor o seor". Equivaldría a llamarle a alguien "tío leches", en el sentido de "donnadie", y también con el valor despectivo de "malaleche, malasombra". 

Sonado.

Persona anormal, de capacidad mental disminuida; grillado, pirado, ido de la cabeza. Se dice de los boxeadores que tras una carrera profesional larga han recibido multitud de golpes en la cabeza, desbaratándoles el cerebro, que empieza a no regir bien. Se predica, asimismo, de quien no coordina ni logra gobernarse a sí mismo por el uso de estupefacientes limitadores de la actividad cerebral. Por extensión: zombi. 

Sonajas.

Donnadie; antiguamente: sacapelotas, persona sin importancia alguna; mierdecilla. Es voz de formación contemporánea, en la que posiblemente se tenga in mente el término "sonado", del que sería a su vez una derivación despectiva. Por otra parte, hay quien opina que es voz formada a partir del verbo "sonajar" = alejar, apartar, mantener lejos a alguien, que M. J. Llorens, en su Diccionario Gitano incluye entre las voces formadas por influjo del caló español. En esa acepción, el sonajas sería un pobre diablo cuya presencia siempre estorba o compromete, y que conviene mantener lejos. 

Sonso.

Aunque el término comparte la etimología de "zonzo" *, su significado es un tanto diferente. El "sonso" es sosote e insubstancial, como aquél, pero añade a esa particularidad el hecho de ser un ingenuo exagerado, rayano en la tontez. Se tilda de "sonso" al muchacho tan tímido que se muestra incapaz de dirigir palabra alguna a la muchacha que le gusta. También se aplica al adulto de ojos inexpresivos, taciturno y silencioso. A los peces que se dejan pescar con facilidad se les da el calificativo de "sonsos", en la América hispanohablante, porque aunque advierten el peligro son incapaces de reaccionar. De sonso se dijo "ser sonso como la mierda de pava", que no sabe a cosa alguna, ni huele a nada; es dicho generalmente de las mujeres desangeladas y pasmarotas, defectos al que se suma un hecho desfavorable: ser poco agraciadas. 

Soplapollas.

Es variante caritativa de "gilipollas", insulto cuya fiereza atenúa. Este compuesto estrambótico del verbo "soplar" y del substantivo "polla" = pene, admite distintas modalidades, todas ellas formadas a partir del ámbito sinonímico de las partes componentes de la palabra. Así se oyen las formas: "soplapijas, soplapitos, soplapijos, inflapollas, hinchapollas, soplapichas...", con una variante simpática e inesperada, de esas que salen por los cerros de Ubeda: soplagaitas, de matices graciosos por lo inesperado de la salida. En el fondo late un contenido erótico, aunque desvirtuado de los usos antiguos del verbo soplar = tener energía sexual, o potencia.

A pesar de lo dicho, cabe la posibilidad de que sólo se trate de un recreo verbal, de un juego de vocablos al amparo del patrón de todas estas voces, que es el gilipollas. 

Soplón.

Chivato; acusica y delator; sujeto que se va de la lengua por conveniencia suya, sin importarle el daño que pueda reportar con su conducta a un tercero. Es voz derivada del verbo "soplar", en su acepción de sugerir, acusar en secreto y cautelosamente, delatar. Lope de Vega, en su Entremés del letrado, pone en boca del rufián Perote (¡atención al nombre!) la siguiente explicación, al respecto de ciertas voces de la jerga hampesca: 

Garfio (llaman) al corchete; a las esposas, guardas;

a los presos antiguos, abutardas;

al alcalde, prior; torno al portero;

herrador de las piernas, al grillero;

a los tres ayudantes, monacillos;

abanico, al soplón; trampa, a los grillos... 

Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) registra así el término: "Soplar a la oreja es dar aviso secretamente de alguna cosa, de donde se dixeron soplones a los malsines".

El toledano Agustín Moreto emplea coetáneamente el término: 

...un alguacil y un soplón

me andan de noche buscando,

con intento de que yo

confiese culpas ajenas. 

Soseras.

Persona sin ángel, esaboría y sonsa. Se dice tanto de hombres como de mujeres, ya que es calificativo sin género. (Para el sufijo en -eras, y su valor despectivo véase "rareras"). 

Soso, sosaina.

Persona sin gracia, que crece de viveza en acciones y palabras. Es voz de etimología latina, del término insulsus = falto de sal. En el primer tercio del siglo pasado utiliza el vocablo José de Espronceda, referido a la vida aburrida y monótona: 

Yo no soy

para una vida tan sosa,

tan mecánica.

En Cuba se utiliza también "sosera".* 

Sueco (hacerse el).

Se dice del individuo que se hace el olvidadizo a la hora de satisfacer una deuda; persona que mira hacia otra parte cuando se le recuerda que debe pagar o hacer honor a alguna obligación adquirida. En el Diccionario geográfico popular, de Vergara Martín, se lee la siguiente estrofa alusiva al personaje: 

Dos súbditos pierde España

cuando se presta dinero:

el que lo da, se hace inglés;

y el que debe, se hace sueco. 

Aunque hay otras explicaciones, parece que con el sueco en cuestión se alude a los ciudadanos de ese país nórdico cuyos marineros, al llegar a puertos andaluces para cargar vino o aceite, adoptaban a finales del siglo pasado caras de circunstancias cuando se les dirigía la palabra, diciendo a todo que sí y que no, indistintamente, y sin saber a qué se oponían o a qué se negaban. No parece, pues, razonable que el sueco de que se habla esté relacionado con el mundo del teatro latino, cuyos actores cómicos se hacían los despistados o sorprendidos, calzaban el soccus, y ponían cara de circunstancia. Esta es tal vez explicación excesivamente traída por los pelos. 

Suripanta.

Vicetiple, corista, mujer de reputación dudosa y despreciable. Es voz inventada. Martínez Olmedilla, en su libro Los Teatros de Madrid, cuenta que Eusebio Blasco, libretista fecundo, fue el autor de la siguiente estrofa: 

Suri panta la suri panta,

macatruqui de somatén;

sun fáribun, sun fáriben,

maca trúpiten sangarinén. 

Era parte de los cantables de un coro en griego ficticio, con el que se entronizaba el género bufo en España, en 1866. Aquel año se estrenó en el Teatro Variedades de Madrid El joven Telémaco, con música del Maestro Rogel, y con F. Arderius como primer actor. Fue uno de los éxitos más apoteósicos de la escena en su tiempo, sobre todo porque salían por primera vez una serie de señoritas ligeras de ropa, cantando, gesticulando y enseñando una pierna. Tal fue la acogida y favor dispensados a la obra que el público se sabía de memoria aquello de las suripantas..., dando ese nombre a las doce coristas que con casco helénico en la cabeza, y coraza, cantaban en escena el extravagante verso. De esa época data el llamar a las mujeres de teatro, primero, y a las de vida airada después: suripantas. De la misma estrofa se extrajeron otros términos, como "macatruqui", para indicar onomatopéyicamente qué es lo que se suele hacer con las suripantas. 

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