INVENTARIO GENERAL DE INSULTOS

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Pancracio Celdrán

Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid

Licenciadoen Lengua y Literatura Hispánica 

© Pancracio Celdrán

© Ediciones del Prado, de la presente edición, noviembre 1995

I.S.B.N.: 84-7838-730-7

D.L.: M-39543-1995

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D

Desastre.

Calamidad; individuo infausto, que trae consigo desgracias e infortunio; gafe de la peor especie que acarrea sobre quienes se relacionan con él sucesos infelices y lamentables. Es de etimología latina, de las voces dis- + astrum = sin estrella, nacido bajo un mal signo. (Véase "astroso"). También se dice de quien va hecho un fantoche, desaliñado y andrajoso, sucio y malparado; persona rota y desaseada, desastrado*. 

Descarado.

Sujeto que habla u obra con desvergüenza y frescura, sin pudor ni respeto, y de manera muy descortés. En el Tesoro de la Lengua, (1611) Covarrubias emplea el término en el sentido que hemos apuntado: El atrevido que sin empacho y a la cara habla mal de alguien. El poco conocido, pero gran escritor de mediados del siglo XVII, fray Damián Cornejo, escribe: "Púsose como una víbora, y a muy altas voces empezó a maltratarla llamándole embusterilla descarada".

Hoy se tiende a emplear la perífrasis "tener descaro, mostrar descaro", y cuando se usa el adjetivo se hace apeando la "d" propia del participio: "descara(d)o". 

Descerebrado.

Que carece de cerebro o ha perdido el juicio; individuo precipitado y loco; tonto. Es acepción moderna, ya que hasta finales del siglo XIX se entendía por tal la persona a quien se le había descalabrado la cabeza de un golpe o una pedrada. 

Desgraciado.

Que carece de gracia física. Persona desagradable. Se dice también del individuo vil, capaz de cualquier fechoría, que llevado de su inconsciencia suele meterse en líos y problemas incomprensibles y complejos. También se emplea para calificar a quien nunca tiene suerte, e invariablemente tiene mal suceso en todo lo que emprende. Una copla del siglo pasado dice así: 

Pensando en ti me dormí,

hermoso cielo estrellado;

desperté y me hallé sin ti...

¡Qué sueño tan desgraciado! 

Deslenguado.

Desvergonzado y mal hablado; también se dice a los tales "lenguas de hacha, lenguas de víbora, malas lenguas", por lo cortante y áspero de su vocabulario e intención. Fray Luis de León, en pleno siglo XVI, emplea así el término: "...Cual es la subida arenosa para los pies ancianos, tal es para el modesto la mujer deslenguada".

En su tiempo, la definición de este tipo de "fresco" era la que da Covarrubias en su Tesoro: "El que tiene mala lengua y de todos habla mal". Hoy tildamos de deslenguado a quien es procaz y de lengua excesivamente libre, más desenvuelta de lo que conviene al trato y costumbres. 

Déspota.

Persona que trata a los demás con dureza, abusando de su poder, de manera tiránica, particularmente a subordinados y miembros de su entorno más próximo. Procedente del griego despotes = amo, dueño, señor, es término que empieza a utilizarse en España hacia mediados del siglo XVI, en obras del historiador Gonzalo de Illescas, aunque bajo la forma "déspoto": "Esta liga y confederación dio causa de gran temor a muchos de los vasallos de Andrónico, y entre otros al rey o déspoto de Rusia".

Con el sentido peyorativo actual su uso es tardío, la primera mitad del siglo XIX, en que la Academia incorpora esa acepción. El poeta Quintana, lo emplea así: 

Al furor de vuestros brazos

caiga rota en pedazos

la soberbia del déspota insolente

que a todos amenaza. 

Desvergonzado.

Que ha perdido la vergüenza. Se diferencia del "sinvergüenza" en que éste no la ha tenido nunca, y el desvergonzado, sí. Es voz de más antiguo uso que aquélla. Covarrubias (1611), escribe: 

Ay algunos desvergonçados que con mucha libertad piden lo que se les antoja a los hombres honrados y vergonçosos, los quales muchas vezes no osan negar lo que estos tales les piden; y es lo mesmo que salir a saltear un camino, porque aunque lo pidan prestado no tienen ánimo de bolverlo. (...) quien vergüença no tiene, toda la villa es suya. 

Es voz de censura y vituperio que se dirige sobre todo a la juventud, al menos antaño. Cervantes, en el Quijote, echa a menudo mano del término: "Andad (...) churrillera, desvergonzada y embaidora..:". En su libro Filosofía cortesana moralizada, Alonso de Barros escribe, mediado el siglo XVI, a modo de sentencia: "No hay mozo desvergonzado que en el hablar mucho dude". Y un siglo después, el malagueño F. de Leiva Ramírez de Arellano, utiliza el término en el sentido actual: 

Muy largo y mal predicó

cierto religioso un día,

y a una mujer que le oía

mal de corazón le dió (...)

"Pues ¿de qué, (con impaciencia

dijo el padre) aquí le dió?"

y el bellaco respondió:

"De oír a su reverencia".

"Pues ¿cómo el desvergonzado,

(dijo el padre enfurecido)

sabe que es de haberme oido,

aqueste mal que le ha dado?"

A lo cual el hombre así

le respondió en un momento:

"Yo lo sé porque ya siento

que me quiere dar a mí". 

Dompedro.

Orinal o bacín para debajo de la cama, donde se hacían los excrementos mayores. Por extensión, pobre diablo; donnadie. 

Dompereciendo.

Pobre diablo, zascandil que hace ostentación de grandes riquezas siendo un pobretón. (Véase también "don", como insulto). 

Don, doña.

Es fórmula del tratamiento cuyo uso antifrástico, o empleo en sentido irónico refuerza el insulto. Con retintín empezó a darse este tratamiento de respeto a quien a todas luces no lo merecía, con la intención de hacer mofa. Este uso se documenta en la literatura medieval. Gonzalo de Berceo en la Vida de Santo Domingo de Silos, o en los Milagros de Nuestra Señora trata de "don" tanto a un fraile como al diablo para zaherirlo y hacerle burla: 

Dijo y Santiago: don traidor palabrero,

non vos puet vuestra parla valer un mal dinero. 

Y en El Conde Lucanor, Don Juan Manuel pone en boca de un moro recien casado las siguientes palabras dirigidas a su caballo: "¿Cómo, don Caballo, cuidades que porque non he otro caballo, que por eso vos dejaré, si non ficiéredes lo que vos mandase?".

El mismo uso se hace del "doña" en las Coplas del huevo, de Rodrigo de Reinosa (siglo XV): 

Para esta doña bellaca,

doña puta reputada,

mala hembra, almatraca,

mal hecha como patraca... 

En el paso de Lope de Rueda Los engaños, un personaje le dice a otro: "Aguardad, don asno"; y en el El rufián cobarde, se lee: "Dejémonos de gracias, don bruto, andrajo de paramento; y vos, don ladrón, tomad vuestra espada...".

En El Corbacho, del Arcipreste de Talavera (siglo XV), Fortuna llama a Pobreza "doña villana"; y Pobreza trata a Fortuna de "doña loca engrasada", y tras una pelea, en la que vence Pobreza, ésta añade: "Doña traidora, no es todo delicados manjares tragar... doña falsa mala, no es todo en cama delicada folgar...".

Se llegó a tal grado de abuso del "don" que en el Tratado de Nobleza del religioso P. Guardiola, (siglo XVII) se constata esta práctica en chulos de mancebía y fulanas de burdel. En el Quijote, el Barbero llama a Sancho "don Ladrón"; Don Quijote se dirige al leonero llamándole "don Bellaco". Es uso propio de las novelas de caballerías. El Renacimiento había puesto en el ánimo de la gente un deseo de superación que a menudo se quedaba en estos usos esperpénticos. Quien podía se compraba la merced de poder llevar "don". En 1644 costaba este privilegio doscientos reales, y el doble si se quería que el hijo lo heredase. No sorprende que Quevedo, en La visita de los chistes, escriba: "...en todos los oficios, artes y estados se ha introducido el don en hidalgos y en villanos. Yo he visto sastres y albañiles con don".

  Se llegó a tal extremo en el uso de los tratamientos que se devaluaron. Desde Berceo al siglo XX se ha dado el título a lavanderas y dioses; a reyes y santos; a los meses del año y a las fiestas; a alimentos y monedas; a moros y judíos. A una monja vieja que atendía el torno en un convento de Madrid, llamaba un familiar mío "sor doña Consuelo del Santísimo Coñazo". Tal ha sido la profusión y abuso que lo que nació para distinguir acabó siendo insultante. 

Dondiego.

Cualquiera; donnadie. Pudo haberse dicho por el nombre de la planta de jardín que abre sus flores al anochecer y las cierra al salir el sol. El dondiego, presume y fanfarronea cuando nadie puede comprobar la verdad de sus fantasmadas, y guarda silencio cuando alguien en la concurrencia puede descubrirlo. 

Donillero.

Fullero; tramposo en el juego. Procede del diminutivo de "don": regalo, dádiva, donillo. Vicente Espinel, en su Vida del escudero Marcos de Obregón (primer tercio del siglo XVII) utiliza así el término: "Eran de un género de fulleros, que entre ellos llaman donilleros". Para embaucar a las víctimas las agasajaban primero, ganaban su confianza, y una vez en casa, bien bebidos y entretenidos todos, los desplumaban haciéndoles mil trampas. Llamar a alguien así fue insulto grave en su momento, ya que equivalía a tramposo, bellaco y ladrón. Ante ofensa de ese pelaje se sacaba raudo las espadas. Hoy es voz desusada. Su equivalente sería "trilero", pero éstos no utilizan naipes, sino el trampantojo de los cubiletes. 

Donnadie.

"Mal se aviene el don con el Turuleque" era expresión que solía añadirse al calificativo humillante de donnadie, por no decir bien en gente de poca calidad el uso de títulos, o presumir de dignidades, pues mal se lleva el "don" sin el "din". (Véase también la voz "don").

Dundo.

Tonto; sonado; tontonazo. Es voz muy extendida en Colombia y América central. Su uso en España lo fue como sinónimo de tullido y loco: "dondo".

 

E

Echacantos.

Sujeto vil y despreciable; persona miserable y ruín; donnadie con ribetes de loco. Quevedo la hace sinónimo de "tirapiedras": persona que no pinta nada en la vida, a quien hoy llamaríamos "mierdecilla". 

Echacuervos.

Alcahuete, tercero, rufián de mancebía o chulo de putas; sujeto embustero y despreciable; también se llamó de esta manera despectiva a los bulderos o cuestores que predicaban y vendían las bulas de la Cruzada, pero las falsas, no las verdaderas. Se llamó también así al charlatán y embaucador que andaba como buhonero de lugar en aldea vendiendo productos pretendidamente maravillosos, prometiendo curaciones rápidas y prodigiosas; así mismo trataba de convencer a los campesinos de que con sus fórmulas los cuervos no volverían nunca a sus campos. Gil Vicente había utilizado el término, y también Sebastián de Horozco, (primer tercio siglo XVI), lo emplea con la acepción de buldero; mientras Juan de Torres, en el XVII, lo usa en su primera acepción de charlatán enredador: "Es oficio de echacuervos, vagabundos y gente que por un pedazo de pan mienten muy largo".

Antes, Lucas Fernández, en su Egloga o Farsa del Nascimiento, (principios del siglo XVI), había utilizado el término en el siguiente contexto: 

¿Andáys a torreznear?

¿o quiçá a gallafear

por aquestos despoblados?

(...) ¿Sóys echacuerbo, o buldero

de cruzada...? 

Cervantes pone en boca de Don Quijote las siguientes palabras: "¿... pensarán que soy yo algún echacuervos, o algún caballero de mohatra...?".

Es voz olvidada, usada en los años 1950 en algunos ámbitos rurales castellanos como sinónimo de espantapájaros. 

Elemento.

Sujeto de cortos alcances, algo tonto y necio, babieca; también se usa para aludir a alguien cuyo nombre se omite por carecer de importancia, en cuyo caso funciona significativamente como las voces "fulano, individuo". Pudo haberse dicho de la acepción de la voz "elemento" como sinónimo de cuerpo simple, en el lenguaje de la Física, aunque tal vez sea hilar demasiado fino equiparar simplicidad material con simpleza espiritual del necio. Parece que empezó a utilizarse en la América de habla hispana. (Véase también "quidam"). 

Embrollón.

Liante, embrollador; que a propósito confunde y hace que otros se confundan; persona que todo lo enreda para salirse al final con la suya. Cree Corominas que es galicismo, derivado de brouiller = mezclar, aunque también puede ser voz derivada del vocablo latino brollium = bosque, por lo intrincado de éste. Es término de uso frecuente a finales del siglo XVI. Lo documenta César Oudin en su Tesoro de las dos lenguas francesa y española, (primeros años del siglo XVII). Hartzenbusch recoge así el término, en el XIX: 

Llevaban a enterrar dos granaderos

al soldado andaluz Fermín Trigueros,

embrollón sin igual, que de un balazo

cayó sin menear ni pie ni brazo. 

Enano.

Se dice de aquello que es excesivamente pequeño en su especie. Por extensión, persona de aspecto ridículo y deforme. Desde la Antigüedad han formado parte del séquito de los poderosos, jugando papel importante en las novelas de caballerías. Así, en el Amadís de Grecia, se lee: "Venían con la doncella dos enanos tan feos que ponían espanto...". Era señal de ostentación propia de las casas nobles tener no sólo albardanes o bufones, sino también enanos, mientras más deformes y pequeños, mejor. El Padre Eusebio Nieremberg, en su Curiosa Filosofía, (primera mitad del XVII) escribe al respecto del famoso enano Bonamí, que él vió en la Corte: 

Así se llamaba un hombrecillo que por la prodigiosidad de su pequeñez fue traído a la Majestad de Felipe III para grandeza de su palacio. Para los que no le vieron se exagera su pequeñez y delicadeza con lo que le pasó a un caballero de esta corte, que en un tapiz le dejó colgado con un alfiler. 

En su obra El Pasajero, Suárez de Figueroa, (primer tercio del XVII), describe así al mencionado Bonamí: "...átomo de criatura, vislumbre de niño, príncipe de enanos, pensamiento visible, burla del sexo viril, melindrillo de naturaleza".

Antonio de Solís, en una relación de individuos cómicos y bufonescos de la Corte de mediados del siglo XVII, dice: "En cuyo número se contaban los monstruos, los enanos, los corcovados, y otros errores de la naturaleza".

Covarrubias, abundando en el aspecto monstruoso del enano en su Tesoro de la Lengua (1611): 

Porque naturaleza quiso hazer en ellos un juguete de burlas, como en los demás monstruos, en el espinazo les dio un ñudo, torcióles un arco las piernas y los braços y de todo el cuerpo hizo una reversada abreviatura, reservando tan solamente el celebro, formando la cabeça en su devida proporción. (...) En fin, tienen dicha con los príncipes estos monstruos, como todos los demás que crían por curiosidad y para su recreación, siendo en realidad de verdad cosa asquerosa y abominable a qualquiera hombre de entendimiento. 

A modo de ofensa se dice enano a las personas regordetas y retacas, por mofa; sobre todo cuando se muestran ariscas, resueltas y bravuconas o amenazadoras sin reparar en su menguada anatomía. Al calificativo se une la coletilla de "enano de la venta". Se alude de esa manera a cierto individuo que existió en un mesón sevillano, donde cada vez que se armaba gresca, o que alguien pretendía irse sin pagar, se abría un ventanuco en la parte alta del salón, por donde asomaba una cabezota descomunal, de atronadora voz, que decía: "...si bajo...", con lo que era bastante para que todo se arreglara, por miedo a que bajara el temible personaje. En cierta ocasión, un valentón de taberna amenazó al personaje en cuestión, quien al hacer acto de presencia provocó la hilaridad de todos por ser un enano. Era el enano de la venta, curioso individuo del que se hace eco José Mª de Cossío en Los Toros, en cuyo tomo primero incluye el retrato del Enano de la Venta, que protagonizó actuaciones taurinas en el Madrid de Fernando VII, rey que le brindó su aprecio. Era picador, a pesar de su diminuta estatura, aunque sobresalió en un número bufo consistente en situar en medio del ruedo una gran tinaja, donde se metía cuando el toro embestía hacia él, y de la que salía para hacer sus piruetas y gracias cuando el toro se encontraba a prudencial distancia. Hoy, llamar a alguien "enano de la venta" es tanto como llamarle bravucón estúpido, ya que es incapaz de substanciar sus amenazas. 

Energúmeno.

Es término procedente de la voz griega energoumenos: "persona influida por un mal espíritu". Por extensión llamamos así a quien sin ton ni son monta en cólera mostrándose en extremo irritado y furioso, alborotándose por motivos nimios, poniéndose fuera de sí ante pequeñas contrariedades. Para Covarrubias vale tanto como "endemoniado o poseso"; en su Tesoro de la Lengua escribe (1611): 

...nunca está quedo con el desasosiego que tiene y alteración de la cólera adusta que le turba la razón. Y llamamos a los endemoniados energúmenos por la inquietud en que les pone el enemigo, que rompen los vestidos y se despedaçan las carnes y se precipitan (...) por la eficacia y poder que el demonio tiene sobre ellos...

El Padre Isla, en su Fray Gerundio de Campazas, utiliza así el término, (primera mitad siglo XVIII): "Era tal el calor y vehemencia con que hablaban, que no parecían sino dos energúmenos".

Su uso más común, aplicado a las personas, es el de individuo ingobernable, que no acepta razones, y prefiere resolver las cosas por la fuerza bruta, o imponiéndose con malos modos. Funciona más como substantivo que como adjetivo. 

Engendro.

Aborto, feto, espantajo. Tiene connotaciones físicas y morales: monstruo, deforme, criatura mal formada. Muchacho perverso, en cuyo caso se hacía preceder el calificativo del adverbio "mal". Antaño iba acompañado de la coletilla "del diablo", en cuyo caso el así llamado se convertía en carne de Tribunal del Santo Oficio, o Inquisición. Lope de Vega usa así del término:

No soy, decía el niño,

sino engendro de Marte furibundo,

de polvo y sangre y de furor teñido. 

Entrometido, entremetido.

Persona bulliciosa que llevada de su curiosidad mete sus narices en asuntos ajenos ocasionando a menudo, con su conducta, malentendidos, enfados y peleas. Zascandil que se compromete a realizar cosas que no es previsible que pueda llevar a cabo, y que se inmiscuye en aquello donde no le llaman. Fernández de Moratín, a principios del siglo XIX, emplea así el término, arropado entre un aluvión de insultos: 

No hay picarón tramposo,

venal, entremetido, disoluto,

infame delator, amigo falso,

que ya no ejerza autoridad censoria

en la Puerta del Sol... 

Coetáneamente, Fernandez Navarrete, en su Colección de viajes y descubrimientos, utiliza así el vocablo: "Dijo que no era justo que los entremetidos pretendientes quitasen con ambiciosa solicitud los premios a los que con antiguos servicios y canas los tenían merecidos".

Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), asegura que "entremeterse es ingerirse uno y meterse donde no le llaman; y de aquí se dixo entremetido al bullicioso". 

Esaborío, desabrido.

Desabrido, sin sabor, soso o insulso. Se decía antaño de la fruta o manjar que carece de gusto; malasombra, sin gracia; persona patosa, desangelada, con su poquito de mala leche, de trato áspero y desapacible. Es voz que Alcalá Venceslada, en su Vocabulario, da como típicamente andaluza, aunque su empleo por autores de toda España es abundante en los siglos de oro. Gracián Dantisco, en su Galateo Español, especie de manual de buenas costumbres escrito en 1582, abre un capítulo con el texto siguiente: "De los que con hechos y obras son desabridos". Al final del mismo siglo, el padre J. de Mariana, emplea así el término: "Los grandes y ricos hombres del reino andaban alterados y desabridos por las ásperas costumbres y demasiada severidad del rey...".

Bretón de los Herreros, (segunda mitad del XIX), se acerca más al uso actual, aunque sin usar el término con la aféresis, y sin prescindir de la "d" intervocálica propia de los participios pasivos: 

-¿No dices nada, Tomás?

¡Qué desabrido estás hoy! 

En El Café de Chinitas, J. Carlos de Luna usa el término en ambientes realistas propios del costumbrismo del primer tercio del siglo XX, consolidando su empleo en el habla familiar y popular: 

...Porque yo era... ¡un aburrío!,

¡un payo desangelao!,

¡un cateto esaborío!,

...desgarbao. 

Escalentada.

Ramera, furcia; piltraca o piltrafa; puta de ínfima reputación, que goza de su trabajo; mujer calentona o calentorra que en seguida se pone cachonda contagiando la cachondez a su pareja. Es voz de germanía, participio pasivo de "escalentar": inflamar o enardecer las pasiones. Utiliza el término, en su Segunda parte del Lazarillo de Tormes, Juan de Luna, (1620): "Afeáronme el caso, diciendo que era un hombre que no tenía (...) sesos en la cabeza, pues quería juntarme con una ramera, piltrafa, escalentada...". 

Escoria.

Cosa vil, desechable, de ningún valor o estimación. El historiador del siglo XVIII, Martín Fernández de Navarrete, en su Colección de Descubrimientos y Viajes, emplea así el término: "Son los muchachos expósitos y desamparados hijos de la escoria y hez de la república".

Antes que él, Cervantes había empleado la palabra con idéntico sentido, en los siguientes versos: 

Todos con instrumentos en las manos

de estilos y librillos de memoria,

por bizarría y por ingenio ufanos,

codiciosos de hallarse en la victoria

que ya tenían por segura y cierta,

de las heces del mundo y de la escoria. 

Hoy como ayer, equiparar a alguien con ella es tanto como compararle con la basura, valor que ya tiene el término en el Tesoro de la Lengua, de Covarrubias (1611), para quien "escoria es toda cosa vil y desechada", de acuerdo con la etimología del término: de la voz griega skor, latín scoria = excremento. Con ese valor es voz utilizada por Gonzalo de Berceo en el siglo XIII. 

Estafermo.

Se tilda de estafermo, en sentido figurado, a la persona que permanece parada, embobada y carente de acción. Se diferencia del pasmarote en que a éste le dura menos el estado de enajenación pasajera, que a aquél. Su embobamiento, estupefacción o arrobo es más duradero. Covarrubias, en su delicioso Tesoro de la Lengua, (1611) escribe: 

Es una figura de un hombre armado, que tiene embraçado un escudo en la mano izquierda y en la derecha una correa con unas bolas pendientes o unas bexigas hinchadas; está espetado en un mástil de manera que se anda y buelve a la redonda. Pónenle en medio de una carrera, y vienen a encontrarle con la lanza en el ristre, y dándole en el escudo le hazen bolver, y sacude al que passa un golpe con lo que tiene en la mano derecha, con que da que reyr a los que miran. Algunas veces suele ser un hombre que se alquila para aquello. El juego se inventó en Italia, y assí es su nombre italiano, estafermo, que vale "está firme y derecho". 

Esta forma de diversión desapareció ya en tiempos de Jovellanos, quien se queja así del olvido: "... las capitales van perdiendo hasta la memoria de sus antiguos manejos, parejas, juegos de cañas, de sortija, de estafermo...".

Su etimología va implícita en el nombre, formado por las voces italianas: stá fermo= está firme. 

Estólido.

Individuo falto de razón y discurso; mentecato, estúpido, sujeto sumamente necio. Es voz surgida hacia el primer tercio del siglo XVII, en que la utiliza Fray Hortensio Paravicino: "Y dice de él Plinio, que es tan bronco y de tan bruta simplicidad, tan estólido... que en la misma red a que le redujo la caza se echa a dormir".

Dos siglos más tarde, el estólido sigue siendo igual de estúpido. Bretón de los Herreros lo trata así en su teatro: 

-¡Qué estúpido es ese joven,

qué mentecato, qué necio,

y qué estólido y qué torpe...! 

Estrafalario.

Sujeto de aspecto desaliñado y extravagante, tanto en el porte y atuendo como en el discurso y en la conducta. También, hombre miserable, capaz de alguna vileza. El Diccionario de Autoridades recoge el término, en el primer cuarto del siglo XVIII, y remite, como fuente en cuanto a su uso escrito, al dramaturgo Antonio de Zamora, quien en 1700 hace este uso del vocablo: 

Pero espera, que él, si no

miente el traje estrafalario

de clerizonte bolonio,

viene por la calle abajo... 

Es voz de origen italiano, del verbo strafare = exagerar, contrahacer; aunque no faltan eruditos que creen lo contrario: ser palabra de origen castellano, teniendo en cuenta la cronología de su uso en ambos idiomas. En cualquier caso, fue término de uso popular en Italia, y muy extendido en España a partir de la segunda mitad del XVIII, llegando al XX como término de uso en zarzuelas, comedias ligeras y desenfadadas, canciones, y vodeviles. En el cuplé de El mozo crúo, (1903) se escucha lo siguiente, en clave política: 

Cuando Dios creó al cangrejo

dijo: Por estrafalario

tú serás siempre la pauta

del partido reaccionario.

Siempre pa'atrás... 

Hoy, como calificativo peyorativo roza el insulto, sin llegar a la ofensa; es término de naturaleza descriptiva, que ha perdido las connotaciones morales o espirituales que tuvo antaño, de "hombre miserable capaz de ruindades". 

Estulto.

Variante culta de "necio, tonto". Es voz derivada del latín stultus, con el valor semántico de persona incapaz de razonamiento; es término de uso relativamente reciente (segunda mitad del siglo XViI). Se utilizó, sin embargo, un verbo "estultar" a mediados del siglo XIII, con el significado de "insultar, maltratar", valor que conserva todavía en hablas alejadas de la evolución natural de la lengua, como el judeo-español, o ladino, hablado en Turquía, Jerusalén, Túnez, y otros puntos del Mediterráneo donde la diáspora sefardí llevó a los judíos de habla hispana a finales del siglo XV. Con el significado citado, el de motejar a alguien de necio, he comprobado su existencia en barrios sefarditas de Jerusalén. 

Estúpido.

Persona notablemente torpe para comprender. Se dice del sujeto de difícil entendimiento, incapaz de alcanzar aun las cosas más sencillas. Es voz derivada del latín stupidus = aturdido, voz latina que deriva a su vez de stupere = estar atónito y pasmado. No es palabra de uso anterior a finales del siglo XVII, generalizándose su empleo a partir del XIX, seguramente por influencia francesa, lengua en la que tuvo amplia presencia en el XVI. Leandro Fernández de Moratín, al hablar del teatro anterior a su época, dice con notoria injusticia: "El teatro, tiranizado entonces por estúpidos copleros (...) sólo se alimentaba de disparates". Y el poeta Quintana, escribe: "Por ignorantes y atrasados que estemos, no somos ciertamente estúpidos.. ". Es decir, que la estupidez es condición más negativa que la ignorancia y el atraso, pues éstas no afectan a la capacidad de pensar, sino sólo a la instrucción y el acopio de conocimiento. Por lo general no se emplea adecuadamente el término, toda vez que la nota principal de su personalidad es el asombro, la estupefacción, el estupor o pasmo momentáneo que deja a estos sujetos con la boca abierta. El estúpido es un pasmón, un tolondro que obra dando palos de ciego, llevado del asombro y deslumbramiento que algo desde el exterior le provoca; un auténtico caso de papanatismo. El uso actual, desvinculado de la etimología, lo equipara con el chulo avasallador e ineducado que no respeta normas, o con el individuo que tiene de sí mismo una idea exagerada e intenta imponerla a los demás. Y es que entre la inmensa gama de especímenes que pululan por el patio social no resulta sencillo decidirse por un calificativo solo, a la hora de definir a este o aquel mastuerzo, o al perillán de turno.

 

F

Facineroso.

Sujeto malvado, lleno de delitos, desbocado, disoluto; delincuente que anda fuera de control, al que la Justicia se muestra incapaz de echar el guante. Es término derivado culto de la voz latina facinus = hazaña criminal, y voz ofensiva en castellano desde finales del siglo XV. Lope de Vega, en su Corona trágica, hace este uso del vocablo: 

El pecho del traidor facineroso

resplandeciente peto guarnecía:

que así se suele armar la cobardía. 

Coetáneamente, Covarrubias, (1611) bajo la voz "facinoroso", dice lo siguiente en su Tesoro de la Lengua: 

Facinoroso. Hombre que en la república ha cometido grandes delitos y tiene inclinación a continuarlos. Estos, o son hombres tan poderosos que nadie les osa ir a la mano, o son favorecidos de los tales, y debaxo de su sombra matan y roban y nadie se osa quexar dellos; ni la justicia procede de oficio, porque no siendo el delito público y que lo asgan con el hurto en las manos, no ay quien ose testificar contra él... 

Facha.

Acepción corriente del término hasta tiempos recientes ha sido la de mamarracho, adefesio, persona desastrada, que va hecha una pena en lo que al vestido e imagen se refiere. Hoy se ha cargado de tintes y matices políticos negativos, cursando con "conservador", "ultraderecha", "fascista"; el término suele ir acompañado de "carca". Es antónimo de "rojo". (Véanse también "fachendón y carca"). 

Fachendón, fachenda, fachendoso.

Individuo vanidoso, muy pagado de sí mismo, jactancioso y un tanto bravucón. Corominas cree ser voz procedente del término italiano faccia = cara, de ahí que esté relacionado con el "cara"*; pero también podría proceder del italiano sfaccendato = uomo miserabile: persona miserable y de aspecto desaliñado, sucio y estrafalario, término utilizado en el primer tercio del siglo XVIII, en italiano, por Nicolás Capasso. Usa el vocablo Ramón de la Cruz en sus sainetes, en tono festivo: 

¿A qué viene esa fachenda,

si eres como un caracol,

y sales a cenar fuera

de casa...? 

Bretón de los Herreros, en su teatro, da al término un matiz nuevo: el de sujeto superficial, que todo es apariencia y pose, sin substancia: 

Leer mi adorada prenda

tanto concepto importuno,

y enviar a ese fachenda

noramala, todo es uno. 

Fanfarrón.

Valentón amigo de bravatas y baladronadas; matón y fantasmón que se las da de valiente no siéndolo tanto, preciándose de lo que no es. El uso de esta palabra ha sido siempre más o menos el mismo. Cervantes, en el siglo XVII, Félix María de Samaniego, en el XVIIl, y Bretón, en el XIX, los tres abordan al personaje de parecida manera: 

Aquí, un caballero cristiano, valiente y comedido; acullá, un desaforado bárbaro fanfarrón... (Cervantes). 

Así son los cobardes fanfarrones, que se hacen en los puestos ventajosos más valentones cuanto más medrosos... (Samaniego). 

Desprecio a los fanfarrones que escupen por el colmillo, y les doy de bofetadas sin necesitar padrino. (Bretón de los Herreros). 

Covarrubias (1611) lo retrata de esta moderna manera: El que está echando bravatas y se precia de valiente, hablando con arrogancia y jactancia, siendo un lebrón y gallina. Es término castellano de creación o generación expresiva, que aparece a principios del siglo XVI, y que ha contribuido a formar vocablos similares en otras lenguas: el italiano fánfano (enredador y parlanchín), el francés fanfare (música rimbombante, fanfarria). Su uso está muy extendido en todos los niveles de la sociedad, aunque está perdiendo terreno ante la aparición de gran cantidad de voces nuevas que ocupan su campo semántico, su territorio significativo, como "fantasmón", "macarra", "mojarrón". 

Fantasma, fantasmón.

Fanfarrón, bravucón y presuntuoso. Persona llena de vanidad y jactancia. Farfolla, que sólo tiene apariencia. Nicolás Fernández de Moratín emplea así el término, a mediados del siglo XVIII: 

Pues a mí aun el ir contigo

me da temor y vergüenza,

porque todos son fantasmas,

postes, visajes y muecas. 

También se dijo de quien llevado de su fantasía y capacidad fabuladora anda siempre forjandose quimeras en aras de su poderosa imaginación. A finales del siglo XVI el término tenía valor semántico diferente, en lo que a materia insultante se refiere. El autor del Tesoro de la Lengua recoge ese empleo ( 1611 ): "Del hombre seco, alto y que no habla dezimos que es una fantasma". 

Fantoche.

 Persona sin criterio. Del italiano fantoccio: muñeco. A principios de siglo, hacia 1915, fecha de introducción del término en castellano, su valor semántico era el de títere, y por extensión: sujeto aniñado de figura ridícula. Su acepción en los años 1980, de individuo informal y vanidoso, ha sufrido en nuestro tiempo un salto significativo: pelele, mamarracho, donnadie, farolón. 

Faramalla.

Se dice, por extensión, de la persona que gusta de la charla artificiosa, chirle e insubstancial, de la que usa con el propósito de alucinar, engañar o seducir. Vale tanto como farfolla, faramallón o faramallero. Sujeto frívolo, de más ruido que nueces, que siempre anda ocupado en engaños y falsías. Es voz de probable etimología latina, del término "fari" = hablar. 

Faramallero.

Trapacero que con astucias y falsedades procura engañar a los demás en cualquier asunto de compra, venta o cambio. Sujeto que con su verborrea atropellada trata de encandilar o entretener a quien pretende embaucar. (Véase también "faramallón, faramalla"). 

Faramallón.

Trapacero y holgazán, que habla por los codos a fin de engañar al lucero del alba. Enredador que anda siempre con faramallas. En cuanto a su etimología, es término que procede del antiguo farmalio = engaño, voz que a su vez proviene de la metátesis del término bajo-latino de uso exclusivo en España: malfarium, resultante del cruce entre nefarium y maleficium. Es una de las voces más antiguas todavía en uso, ya que se documenta en el Cronicón Albeldense (883). También tiene el significado adicional de sujeto que usa de charlas atropelladas, insubstanciales y anodinas para engañar y hacer daño. 

Farfante, farfantón.

Hombre parlanchín, amigo de vanagloriarse mucho, y de contar pendencias y valentías de las que él se dice protagonista y héroe. Para Covarrubias, a principios de siglo XVII, es un "burlador, engañador, parlero y palabrero". El significado primitivo de farfante, al menos hasta finales del siglo XVI, fue el de "bribón, persona que comete crímenes", significado que todavía conserva el término catalán farfant. Se documenta en castellano en 1605, en La picara Justina, de Francisco López de Ubeda, en que su cruce con la voz "fanfarrón" introdujo el cambio semántico a que nos referimos al principio. En cuanto a su etimología, deriva del occitánico forfant, participio activo de forfar = cometer un crimen. En cuanto a farfantón, es derivado de farfante, término al que substituyó en el uso popular a principios del siglo XVIII. 

Farfolla, farfulla.

Voz onomatopéyica que imita la dificultad de algunos hablantes que balbucean y se atropellan al hablar. Por extensión, se dice de quien quiere enredar a su interlocutor, engañarlo o liarlo. Es lo mismo que farfullero. El comediógrafo riojano del siglo pasado, Bretón, utiliza así el término: "Señor, todo esto es farfulla, compendiada greguería..." Es decir: ganas de enredar y de marear la perdiz, artes éstas en las que estos pájaros son duchos. 

Farfullero.

Enredador, mentiroso y trapaza. Puede derivar del portugués farfalhar = hablar neciamente. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) dice que "farfullar" es "...hablar muy apriesa y atropelladamente...". Tirso de Molina gustaba de emplear este calificativo en sus comedias: 

...¿Ansí os obriga

el amor que en vos he puesto?

Pues para esta, farfullero,

que yo me sepa vengar. 

Amén de lo expuesto en cuanto a su etimología, es término que puede incluirse entre las voces que toman su sentido en la aliteración, l...l, b...b, t...t, f...f, siendo pues palabras de creación onomatopéyica. Así, tanto el farfolla como el farfulla, son intentos de imitación de la actitud balbuciente de quien tiene dificultad real o fingida al hablar. El farfolla, farfulla o farfullero pone tanto interés en enredar que termina por enredarse él mismo. 

Fargallón.

Sucio y de aspecto sumamente desaliñado y dejado; persona que se abandona. También se dice de quien hace las cosas tan atropelladamente que terminan en chapuza. Es término resultante de la alteración de "farfallón", a principios del siglo XIX. (Véase también "zarramplín). 

Fariseo.

Hipócrita, falso y de mala intención. Persona que cumple con las apariencias, pero que no obra de corazón. El porqué de la equiparación con el hipócrita y falso, de este individuo histórico, perteneciente a una corriente religiosa integrista de tiempos de Jesucristo, lo explica con claridad Covarrubias, (1611) en su Tesoro de la Lengua: 

Es nombre hebreo que quiere decir hombre dividido (...) traían cosidos en los hábitos de su religión muchas tiras de pergaminos en que estavan escritos los seiscientos y treze preceptos de la ley, y se llamavan philacteria, que quiere dezir custodia amoris, guarda de amor. Pensavan que la guarda de la ley de Dios estava en dilatar y ensanchar los pergaminos, sin cumplir por obra lo que mandava la ley. Eran hipócritas y cumplían con los ojos de los miradores. 

Farol, farolero, farolazo, farolón.

Entre las acepciones recogidas por el DRAE para el término "farol", están las dos siguientes: "Hecho o dicho jactancioso que carece de fundamento"; y "...jugada o envite falso hecho para deslumbrar o desorientar", y que no está apoyado por la realidad de las cartas que se tienen en la mano. El sujeto de esta conducta es el farolero: hombre vano, ostentoso, amigo de llamar la atención sobre sí. Relumbrón, fantasma, un tanto bocazas y otro tanto fachendón. Son voces de empleo insultante relativamente reciente; mediados del siglo XIX, fecha en que los incorpora al diccionario oficial de la Real Academia. 

Farotón.

Persona descarada y falta de buen juicio; sujeto desvergonzado, que carece de criterio. Era término todavía en uso, y muy popular, a mediados del siglo pasado, ya que aparece a menudo en comedias y zarzuelas. Recuerdo de tiempos de juventud, hacia los años sesenta, la siguiente escena cómico burlesca de revista musical: "...aquella es la farotona de marras; voyme huyendo de sus garras..: ", y el personaje hace mutis por el foro, aterrorizado ante el personaje que se le acercaba, mientras la gente rie porque está en el secreto. 

Farsante.

Individuo que con vanas apariencias quiere pasar por lo que no es, o finge lo que no siente; sujeto simulador y mendaz, que por medio de embustes y enredos quiere salir airoso de alguna situación. Aconseja Cervantes, en el Quijote, por boca de su escudero: "Quítesele a vuesa merced eso de la imaginación, replicó Sancho, y tome mi consejo, que es que nunca se tome con farsantes, que es gente favorecida".

Es voz usada en sentido figurado, teniendo in mente la acepción principal del término farsa, representación, y de allí: farsante. En ese sentido emplea el término, mediado el siglo XIX, el comediógrafo riojano Bretón: 

 ...no es fácil

sin imitarlos quitar

la máscara a los farsantes... 

Fatuo, fato.

Necio, tonto; individuo ridículamente engreído y poseído. Estúpido que tiene de sí mismo una idea exagerada, y pasa la vida mirándose el ombligo. Sujeto vacío y vano, que presume y hace gala de conocimientos, virtudes o riquezas sin que para ello haya fundamento alguno. Entre las definiciones ingeniosas que hemos podido escuchar, al respecto de estos insensatos, está la siguiente: "Es fatuo aquel a quien los necios suponen un hombre de talento". En cuanto a su etimología, es voz latina, de fatuus = falto de entendimiento o razón, soso o insípido, extravagante e insensato. En el siglo XVI se aseguraba que la mayoría de los fatuos son ridículos, pero que existía una pequeña cantidad de ellos que era sumamente peligrosa. El fraile madrileño Hortensio Paravicino, predicador de Felipe III y Felipe IV, escribe hacia 1630, siendo ésta la primera documentación escrita del término: "Las cinco eran locas, las cinco, y aún más suena la voz fatuas, más dice aún que necias, mentecatas que acá llamamos".

Y en el siglo XIX, Bretón de los Herreros, con la gracia y soltura que caracteriza a este dramaturgo riojano, hace el siguiente uso del término: 

Y esa prima del demonio,

esa fatua presumida...,

¡qué ufana está, qué engreída

con su feliz matrimonio...! 

La forma "fato" es la corriente en Asturias, Aragón y Logroño. 

Felón.

Traidor alevoso, pérfido y desleal; antiguamente: follón, cobarde y vil. Uno de los improperios más graves a lo largo de la Edad Media y Renacimiento; en el siglo XVII ya sonaba anticuado, por ser voz muy antigua en castellano. El autor del Libro de Alexandre, supuestamente Juan L. Segura de Astorga, (mediados siglo XIII) la emplea en la relación que dice haber existido en el sepulcro de Darío el Persa, alusiva al carácter, condición y valía de distintos pueblos del mundo: 

Los pueblos de Espanna mucho son ligeros,

pareçen los françeses, valientes cavalleros (...)

engleses son fremosos, de falsos coraçones,

lombardos cobdiçiosos, alemanes fellones. 

Bajo el término "follón" (véase follón, follonero) utilizan este grave insulto e injuria los autores de los libros de caballerías; Cervantes hace el siguiente uso en su inmortal novela: "Te juro...que si pudiera subir o apearme, que yo te hiciera vengado de manera que aquellos follones y malandrines se acordaran de la burla para siempre". 

Fementido.

Falso y traidor, cuya palabra y testimonio carecen de valor a la hora de dar fé de algo, jurar o prometer, ya que acostumbra a incumplirla. El dramaturgo mejicano del siglo XVII, Juan Ruiz de Alarcón da justo uso al término: 

De no verla más os doy

palabra como quien soy,

o quedar por fementido. 

Antaño fue insulto y ofensa grave; hoy está en desuso, aunque me dicen Que tiene cierto vigor en la América de habla hispana. 

Feto.

En sentido figurado, persona muy fea y malformada; aborto. Es insulto de uso moderno, fuerte y grosero, sobre todo dirigido a una mujer. (Véase también "aborto"). 

Figurón.

Persona presuntuosa y vana que presume de noble, rico o influyente, no siéndolo tanto; sujeto que pretende hacerse pasar por alguien mejor de lo que es; fantasmón; hombre fantástico y fantasioso que aparenta más de lo que es. Es término de uso corriente en el siglo XVII; Quevedo lo utiliza a menudo. En el XIX, Bretón de los Herreros sitúa al personaje en su perspectiva actual correcta: 

-El galán

no era un elegante joven

como yo me figuraba,

sino un figurón disforme... 

Filibustero.

En sentido figurado, enredador, embrollón, zaragutero; persona que hace las cosas torpemente; chapucero. Nombre de ciertos piratas, generalmente ingleses y holandeses, que en el siglo XVII infestaron el Mar de las Antillas; aventureros apátridas que sin patente, razón ni derecho alguno se meten en los bienes de otro para apropiárselos. Es de etimología complicada, del inglés antiguo filibutor = filibuster, lengua a la que llegó procedente del término neerlandés vrijbuiter = corsario, palabra a su vez compuesta de vrij = libre, y buiten = saquear. El término hizo fortuna en castellano porque se confundió con el preexistente de "farabustear", voz castellana que equivalía a "robar con maña". Sin embargo, es término de muy tardío uso en nuestra lengua, ya que al parecer no aparece antes del siglo XIX, en que lo cita Esteban Pichardo en su Diccionario de voces y frases cubanas (1836).

Independientemente de lo expuesto, sorprende que nadie haya intentado vincular el término al vocablo "filibote": embarcación pequeña parecida a la urca, que se empleaba en castellano a finales del siglo XVII. 

Fino.

Astuto, sagaz, que espera la mejor ocasión para cometer alguna trastada. Se dice en sentido antifrástico, es decir, con retintín. Unido a otros calificativos insultantes cobra valor reduplicativo, aumentando la capacidad significativa del término al que se antepone o pospone: "Es, como maricón, maricón fino, muy redomado también ejerciendo de fino ladrón", escribe a mediados del XIX Adelardo López de Ayala. 

Finolis.

En lenguaje familiar y de la calle, llamamos así a quien se pasa de fino. Por lo general se dice de la persona que procede con afectación en el trato, y cuyos ademanes son exageradamente corteses, civilizados y refinados. Procede de jergas de rufianes, hablas suburbiales y lenguas de germanía, de donde a través de voces del caló, como fingulé o cagarrope, se predica de quienes se comportan y conducen como los payos. 

Foca.

En sentido figurado, persona un tanto retaca -generalmente una mujer-, de extremidades cortas, caderas abultadas, carente de cintura y aspecto sólido y macizo. Es voz muy ofensiva dirigida a mujer joven, sobre todo si ésta reúne las condiciones para merecer el calificativo. Como insulto, es de uso reciente, y carece de antecedentes literarios dignos de mención, aunque en la Andalucía de finales del siglo pasado se utilizaba la voz "nutria": "mujer muy obesa y torpe", en los mismos contextos en los que hoy usamos la voz "foca". También se utiliza el sinónimo de buey marino, más descriptivo, pero menos impactante y sonoro. Recuerde el lector que el insulto, si breve, dos veces insulto. 

Fodidencul.

Porculizado, sodomizado. Se dice de quien ha sido penetrado analmente con consentimiento propio, o sin él. Es voz latina, procedente del sintagma fututus in culum: sodomita paciente, literalmente "jodido en el culo". En corto, se trata del "jodido", que es en definitiva el significado último de esta palabra altamente insultante, hoy en desuso. En ese sentido emplea el término el Fuero de Madrid, del año 1202, donde se lee, a modo de prohibición: 

Toto homine qui a uezino uel a filio de uezino dixierit alguno de (los) nomines uedados (como) fudid in culo, aut filio de fudid in culo (...) pectet (peche o pague de multa) medio morabetino. 

En las Coplas del Conde de Paredes a Juan Poeta cuando le cautivaron moros de Fez, en el Cancionero de obras de burlas, se encuentra la palabra en cuestión, por otra parte ampliamente documentada como insulto a lo largo de la Edad Media: 

¡Ved en qué paro ell" ardid,

fidencul y qué escudero! E

ntrastes por adalid

sallistes por çapatero. 

Fodolí.

Entremetido y hablador, que se mete donde nadie lo llama, y da consejos sin que se los pidan, tratando de influir en los demás, interviniendo en sus asuntos y metiéndose en sus vidas. Es término procedente de la voz árabe fudul: chismorreo. Se emplea desde mediados del siglo XVI, documentándose en obras del intérprete de Felipe II, Alonso del Castillo. Pudo haberse utilizado antes que en la lengua castellana, en la valenciana: fodeli, individuo meticón, que se mete en camisas de once varas. Véase el Breve Diccionario valenciano Castellano, de Carlos Ros, (primer tercio siglo XVIII), o el del archivero de la ciudad de Valencia, del siglo XVII, M.J. Sanelo que entre las voces que recoge, muchas eran ya muy anticuadas o en desuso en su tiempo. 

Follón.

Sujeto vil y traicionero (véase "felón"). También, hombre vano arrogante, indolente, cobarde y de ruín proceder; alborotador y amigo de altercados y broncas. Don Quijote tacha de tal al posadero, que él toma por alcaide del castillo, porque no le dio buen trato: "...era un follón y mal nacido caballero, pues de tal manera consentía que se tratasen (a) los andantes caballeros".

Covarrubias dice en su Tesoro de la Lengua (1611) con la gracia que le caracteriza: "Follón es el holgazán que está papando vientos como el fuelle floxo, que cada cuarto se le cae por su parte".

De la etimología que da Covarrubias deriva el error de creer que proceda de la voz latina follis = fuelle, y por extensión del sentido: "individuo vanaglorioso, jactancioso y ufano, que se hincha como ese instrumento..., pero de aire". Aparece con ese significado en el cantar de Mío Cid, donde el caballero burgalés, refiriéndose al conde de Barcelona, afirma: 

El Conde es muy follón, e dixo una vanidat:

"Grandes tuertos me tiene Mío Çid el de Bivar..." 

Hoy se usa también con el significado de "fanfarrón, alborotador y follonero", persona amiga de armar jaleo y fomentar peleas en lugares públicos. 

Fresco.

Sujeto desenvuelto, que hace virtud de su claridad y franqueza en decir lo que piensa de alguien en su cara. Es sinónimo de caradura y descarado, entre otras acepciones primitivas del término. Es voz de etimología no latina: el germano frisk = vivo y atrevido. La etimología citada sería el uso más acorde con la acepción del término como voz ofensiva o insultante, pero no está claro el porqué del calificativo; pensamos que se dice como término afín a "frío", que actúa con frialdad a la hora de cantarle a alguien las cuarenta o decirle las verdades; en la dirección expuesta estaría la siguiente acepción dada al término por el Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano, a finales del siglo pasado: 

Impávido, sereno y que no se inmuta ni altera en los peligros o contradicciones. Funciona semánticamente en contraposición a "caliente", es decir: movido por el calor del momento, estando los ánimos encrespados y las espadas en alto. El individuo merecedor de este calificativo se salta las normas de convención social o de conducta aceptada a la hora de la crítica. También pudo haberse dicho por el tipo de caras surgidas a mediados del siglo XVI de los pinceles de los artistas italianos que pintaban al fresco, rostros expresivos y claros, que parecían salirse del lienzo. 

Frívolo.

Persona voluble, veleidosa, un tanto ligera de cascos, que se comporta de manera informal y poco seria, no dando a las cosas la importancia que tienen. En el siglo XVI, se decía de aquello que por ser fútil carece de "calor y substancia". Juan Rufo, en sus Seiscientas Apotegmas, libro de curiosidades de su tiempo (siglo XVI), usa así el término: 

Representóse una comedia mal compuesta y peor estudiada, y como al fin della se entremetiese un paso de un vizcaino, natural de Bilbao, frívolo como todo lo demás, dijo: "No pudiera esta comedia tener tanto yerro sin alguna correspondencia en Bilbao". 

Quintana, en la primera mitad del siglo, escribe: "El Laberinto, lejos de ser una colección de coplas frívolas o insignificantes, donde a lo más que hay que atender es al artificio del estilo y de los versos...".

Es voz de etimología latina del término frivolus = insignificante, que empezó a emplearse en castellano afinales del siglo XV. Lo recoge Alonso de Palencia en su Universal Vocabulario: "Foriuolum: Fríuolo. Cosa vil que apenas importa un óbolo o meaia (...). Palabras frívolas (se dicen) las que no mereçen auer fé". Y más adelante, tratando del término "leve", escribe: "...quiere dezir ligero o sotil; de ningund valor e fríuolo; de poco momento". El término evolucionó hacia la esfera de lo moral a partir del siglo pasado, calificándose con él conductas licenciosas, vidas sensuales, gustos lascivos, que rozan el vicio, aunque sin caer de lleno en la disipación. El frívolo es un diletante, un aficionado, un seguidor a distancia de la vida depravada y perdida. En la Duquesa frívola, cuplé que cantaba en 1920 Elvira de Amaya, con letra de Alvaro Retana y música de Luis Barta, se describe el valor semántico del término: 

Duquesa que vas por la vida

pensando tan sólo en reir,

contemplando tu loca alegría

se siente un deseo tenaz de vivir.

En nuestro galante siglo (...)

triunfa como nunca la frivolidad.

Danzas y canciones son grato perfume

que nos dan al mundo la felicidad. 

Fulano.

Voz con que se evita pronunciar el nombre de una persona, o se alude al individuo cuyo nombre no conviene o no se quiere expresar con la intención de humillarlo. Cervantes tiene por cosa humillante y deshonrosa el ser tildado de tal, tanto en el habla como en la escritura: "No es bien que quede asentado debajo de signo de escribano, ni en el libro de las entradas "fulano, hijo de fulano, vecino de tal parte...".

Ya en el siglo XIX, Hartzenbusch documenta así su uso: 

¿No es acción villana

proponerle a un hombre honrado

que falte a lo que ha tratado

porque yo quiero a fulana...? 

Puede ser ofensivo o humillante, sobre todo cuando el individuo está presente, tratarle de fulano, con lo que indicamos poco aprecio, cuando no claro desprecio. El término es muy ofensivo en su forma femenina, siendo entonces sinónimo de ramera, mujer rastrera y vil. Esta alteración semántica ya estaba implícita en la voz árabe de la que deriva el adjetivo castellano: fulán = "cualquier cosa o persona"; en ese sentido de "cualquiera" se formó muy tardíamente, la voz que tratamos. 

Fulastre.

Fullero, mentiroso; sujeto que no pone atención en lo que hace, chapucero; desgraciado y un tanto gafe. Benito Pérez Galdós, a finales del siglo pasado da al término el valor de" cosa desafortunada o aciaga: "año fulastre", escribe el gran novelista, en el sentido de "año perdido tontamente".

 

Fullero.

Fulero, que hace trampas; embustero y falaz. Se usa a mediados del siglo XVI con el mismo valor que hoy. Cristóbal de las Casas, en su Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana lo incluye como equivalente al término italiano furo: ladrón, y en compañía del jugador de manos y el rufián. Y Cervantes, el El coloquio de los perros, sitúa al fullero en compañía de vagabundos. Coetáneamente a los autores citados, Covarrubias, lo describe así de gráficamente: 

El jugador de naypes o dados que con mal término y conocida ventaja gana a los que con él juegan, conoziendo las cartas, haziendo pandillas, jugando con naypes y dados falsos, andando de compañía con otros que se entienden, para ser, como dizen: tres al moyno. 

F. de Quevedo recurre al término muy a menudo en sus obras: "Yo tenía ya mis principios de fullero, y llevaba dados cargados, con nueva pasta de mayor y menor...".

Parece aceptable la etimología que algunos dan: de la voz latina follis = embustero. Hoy se sigue utilizando el término, al que le han surgido algunas variantes de creación expresiva en medios marginales, como "fulastre", que es individuo jactancioso y falso, mentiroso y bocazas.

Fuñique.

Persona de poca habilidad y maña, un tanto manazas, pijotera y chinche. Es término relativamente reciente, utilizado a finales del siglo XIX con el significado descrito de pejiguera, sujeto aburrido, latoso y pesado. Deriva del verbo fuñicar = echar las cosas a perder, hacer algo con torpeza o ñoñería. 

Furcia.

Ramera de muy baja condición; buscona contactable en bares de alterne. Parafraseando a Ricardo de la Vega, autor del libreto de La verbena de la Paloma, estrenada en el teatro Apolo de Madrid, con música del maestro Bretón en 1894, un curioso articulista de La hoja de parra, C. Miranda, documenta así el término, a principios de nuestro siglo: 

Hoy las socias adelantan

que es una barbaridad...,

hay furcias de pelo en pecho,

mujeres de armas tomar,

gachís que rompen cabezas

y superhembras que dan

mulé al hombre que las quiere

seducir o abandonar. 

En cuanto a la etimología del término, no podríamos dar otra explicación que la leída al vuelo en cierto diccionario de anglicismos, donde se aventuraba la siguiente hipótesis: " de to fur = adornar con pieles, influido por to make the fur = crear desorden en la calle." Pero parece una explicación para salir del paso, lanzada por el simple capricho de no permanecer callado. 

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