LA VIDA DE MAHOMA

archivo del portal de recursos para estudiantes
robertexto.com

enlace de origen
C. Virgil Gheorghiu 

IMPRIMIR 

LX

LA PARTIDA DE LOS ORFEBRES DE MEDINA

Mientras La Meca prepara su gran campaña contra Mahoma, los antimusulmanes de Medina luchan con las armas de que disponen: la poesía. «No se debe olvidar que en aquella época, en Arabia, la sátira y el panfleto eran armas mortales. Para un hombre como Mahoma, cuyo éxito dependía en buena parte de la estima de sus compatriotas, una sátira violenta podía ser más perjudicial que una batalla perdida». Kab-ibn-al-Ashraf, que ha permanecido durante meses en La Meca, incitando a los coraichitas a tomar las armas contra Mahoma y contra el Islam, vuelve pronto a Medina. Sigue escribiendo, declamando y haciendo declamar en todos los lugares públicos, por cantores y recitadores, las sátiras, las terribles hijas árabes, que él mismo escribe contra Mahoma y contra la nueva religión. Una amiga de Kab, la poetisa Asma-bint-Marwan, conquista al público de Medina zahiriendo vjolentamente a Mahoma. sus profecías, Alah, el ángel Gabriel y el Islam. El tercer propagandista antimusulmán se llama Abu-Atak. Aunque ya de edad, se le encuentra en todos los lugares en que se vitupera al Islam.

Mahoma sufre mucho por esa campaña. Los fieles ven el dolor del profeta, pero éste posee la virtud capital del árabe: la paciencia. Dice el Corán: Quienes se hacen de la paciencia una ley serán los únicos en salvarse.

Pero los discípulos no soportan con la misma paciencia el ver ridiculizado y ultrajado cada día, en público, a su profeta, a su Dios ya su fe. Una noche, un ciego musulmán penetra en la casa de Asma-bint-Marwan, la panfiktista, y la apuñala. El ciego, ha clavado el puñal en el corazón de la poetisa. Tal proeza parece superar las posibilidades de un ciego; pero se trata de un pariente próximo de Asma. y conoce bien cada lugar. No necesita ojos. Durante años enteros ha vivido en la intimidad de la mujer de mortales estrofas.

Al día siguiente, el asesino se dirige a la mezquita. Mahoma ha sido advertido del crimen, pero jgnora quién es el asesino.

Pregunta al ciego: «¿Eres tú quien mató a Asma?»

«Sí», contesta el asesino; y añade: «¿Pesa algo contra mí por eso? Dos chivos no se comearán por una cosa así».

Mahoma se encoleriza. Detesta el crimen. Para castigarlo, se necesita una protesia de la tribu a que pertenece la víctima. Ahora bien, el asesino es uno de sus parientes. Por lo tanto, la tribu no puede reclamar castigo alguno: se trata de un asunto interno del clan. Y nadie de fuera del clan tiene derecho a mezclarse en ello. Ni siquiera el profeta. La constjtución de Medina deja a cada tribu su legislación y sus libertades anteriores: De acuerdo con esas leyes, no se considera como tal un asesinato si la víctima y el asesino son miembros del mismo clan: todo se reduce a un asunto de familia.

El segundo asesinato es el de Kab. Es su hermano de leche quien le da muerte. Tampoco en ese caso puede reclamarse la diya, el precio de la sangre. También ahora se trata de un asunto de familia. Y cada familia constituye un estado independiente. Autónomo. Prohibido a todos los de fuera. Lo mismo se repite con el tercer propagandista antimusulmán, Abu-Afak. También él es asesinado por un miembro de su propio clan.

De todas maneras, prosigue la campaña contra Mahoma, después de la muerte violenta de los tres enemigos del Islam.

La sede de la propaganda anrimusulmana se encuentra en las tribus judías de Medina. Mahoma acude a los judíos y les invita a hacer las paces. A vivir en armonía. A respetar los compromisos adoptados. Los judíos de Medina han firmado un pacto secreto de alianza con La Meca contra el Islam. Es un acto contrario a la constitución de la ciudad. «Está formalmente prohibido a las tribus de Medina ayudar a los coraichitas.»

Es, ante todo, una cuestión de lógica y de buen sentido, el no ayudar a los enemigos de la propia patria; además, se trata de un acto prohibido a los ciudadanos de Medina por el artículo 45 de la constitución: «Ni los coraichitas, ni quien les dé ayuda alguna, podrán ser puestos bajo protección».

El banu-Qainuqa recibe información de que La Meca enviará dentro de poco tiempo un ejército de algunos miles de hombres contra Mahoma; de esa manera desaparecerá el Islam.

Se trata de cuestión de semanas. Seguros de la inevitable caída del enemigo, los judíos contestan a Mahoma con arrogancia y en tono provocativo. Ni siquiera le llaman por su nombre, Mahoma.

Dirigense a él con la fórmula Abu-Qasim, que es un apodo, una kunya, y que significa «padre de Qasim»; porque Mahoma ha tenido un hjjo, muerto en la niñez y llamado Qasim.

«Oh Abu-Qasim, dice el jefe de la trjbu Qainuqa, tú no has conocido como adversario más que a tu propio pueblo. No te hagas, por lo tanto, ilusiones por la victoria alcanzada sobre un pueblo que no sabe llevar las armas. Por casualidad, le has infligido una derrota en Badr. Pero por Dios, si nosotros, los judíos te combatimos, verás lo que son hombres animosos, valientes y poseedores del arte militar».

Mahoma insiste para obtener al menos un compromiso con los judíos de Medina: que ellos no le ataquen por la espalda en el momento en que el ejército de La Meca se lance al asalto.

Los judíos, que esperan la llegada de las tropas coraichitas y han prometido su ayuda a los paganos de La Meca, no quieren, ni siquiera oír hablar de semejante compromiso.

Los musulmanes soportan las ofensas, la arrogancia y las provocaciones, a fin de no hallarse entre dos enemigos en el conflicto que se ha hecho inevitable. Los poetas judíos de Medina cantan ya la muerte de Mahoma y la desaparición del Islam. La situación es explosiva en las comumdades. Mientras Mahoma espera todavía llegar a un acuerdo con los judíos, estalla un incidente. Una joven árabe penetra en el barrio judío de la tribu

Qainuqa. Un grupo de jóvenes la acosa, le dirigen cumplidos bastante soeces y por último, para poder admirarla a su gusto, intentan arrancarle el velo. La joven se defiende. Los muchachos insisten. Durante ese tiempo, un orfebre sale de su tienda y fija al muro, con un clavo, el vestido de la joven. Cuando ella trata de escapar y huir de sus asaltantes, su vestido queda enganchado en el clavo y la muchacha aparece desnuda. Un musulmán que pasa por allí en ese instante toma su defensa y golpea al orfebre. Los muchachos, que han rodeado a la joven se precipitan sobre el musulmán y lo matan. De acuerdo con la costumbre, los musulmanes exigen el precio de la sangre por su camarada asesinado. La tribu Qainuqa se niega a pagar reparaciones por el crimen. Así se inician las hostilidades entre musulmanes y orfebres. No solamente los orfebres, unos setecientos, persisten en su negativa a pagar el precio de la sangre, sino que se fortalecen en su barrio, en losatam, y esperan la llegada del ejército coraichita. Los musulmanes ocupan el barrio forrificado. Ni de una parte ni de la otra hay heridos o muertos. Los banu-Qainuqa lamentan que la guerra contra Mahoma haya estallado unos días antes de lo debido; pero deciden resistir y esperar la llegada de Abu-Suffian con todo el ejército de La Meca, para librar batalla.

Sólo que el ejército de La Meca se retrasa. Dos semanas después, los banu-Qainuqa saben que los coraichitas ni siquiera han salido de La Meca. Entonces se rinden. Mahoma les confisca las armas, les invita a abrazar el Islam o irse. Mahoma no quiere derramamiento de sangre, ni expoliaciones. Fuera de las armas, no arrebata nada a los vencidos. Los banu-Qainuqa declaran al profeta que han decidido irse. Mahoma les responde que tienen derecho a llevarse cuanto poseen, excepto la tierra.

«Quien de vosotros posea algo no transportable, que lo venda. . . La tierra, sabedlo, la tierra no os pertenece. La tierra pertenece a Dios».

La tribu Qainuqa se lo lleva todo, excepto la tierra de Medina. Todo: hasta las puertas y los tejados de las casas. Están en su derecho. y los vencedores no se oponen a él.

Los banu-Qainuqa se dirigen a Wadil-Qura, de donde una parte sigue hacia La Meca, para reforzar el ejército coraichita y volver a Medina. Los otros continúan hacia Adhriat.

Con la marcha de los banu-Qainuqa, uno de los enemigos de los musulmanes en el interior ha quedado eliminado. Pero sólo uno. Hay todavía muchos, lo mismo en el interior que en el exterior. El más importante sigue siendo La Meca. El ejército coraichita no tardará en llegar. El ataque es inminente. Pero he aquí que La Meca, incluso antes de entablar combate, acaba de perder a uno de sus aliados: el clan de los orfebres de Medina.

Simplemente, por una falta de sincronización. Con esos 700 aliados emboscados en la retaguardia enemiga, La Meca hubiera logrado una fácil victoria contra el Islam. Ahora es demasiado tarde. Llegados ante Medina, los de La Meca no encontrarán y a a sus aliados, los orfebres. Porque éstos han dicho adiós a la ciudad.

 

LXI

OHOD: LAS DERROTAS SON TAMBIÉN OBRA DE DIOS

El 11 de marzo del año 625, La Meca envía un ejército poderoso contra Mahoma. Los efectivos de ese ejército llegan a 3.000 hombres, 700 de los cuales llevan armadura. No se trata de las armaduras metálicas de los guerreros del Norte; equipados de ese modo, los soldados del desierto morirían achicharrados, como sobre una parrilla. Los 700 coraichitas llevan cota de malla, muy eficaz contra las armas de su tiempo.

La Meca dispone de 200 jinetes. A la cabeza del ejército va Abu-Suffian, secundado por Sufwan-ben-Umaiyah, el hombre que un año antes enviara a Umair para asesinar al profeta.

El segundo capitán, comandante de la caballeria pagana, es Ja1id-ben-al-Walid. Será más tarde el gran conquistador del Islam y se le llamará «Jalid; la espada de Dios». Ahora, conduce la caballeria de La Meca contra el Islam. A su lado se halla Ikrimah, hijo de Abu-Jahl, que ha heredado el odio de sus padres contra Mahoma. El pendón de La Meca es llevado por la tribu Abd-ad-Dar.

Mahoma tiene jnformaciones precisas acerca de las fuerzas del enemigo y del momento en que parte de La Meca. La noticia de la invasión llega al profeta un día en que se halla en la mezquita de Quba. Es el prjmer edificio religioso que Mahoma ha hecho edificar. Se llama la mezquita de las dos qiblas, o de las dos direcciones de oración: una hacia Jerusalén; la otra, hacia La Meca. Cada semana, Mahoma acude allí para hablar a los fieles. Desde hace tiempo se han tomado las medidas necesarias ante un choque con el enemigo.

El jueves 21 de marzo del año 625, la vanguardia de las tropas mandadas por Abu-Suffian penetra en el oasis y acampa al norte de Medina, en Ohod, después de haber rodeado la ciudad.

Los coraichitas dejan sus caballos y camellos para que pazcan libremente en los campos de cereales y en los huertos y jardines del oasis. Eso; es señal de provocación.

El grueso del ejércjto pagano llega siguiendo el lecho del río Wadi-Aqiq, y acampa también al norte de la ciudad, en Ohod.

Mahoma convoca a los jefes del clan de Medina y discute con ellos durante toda la tarde del jueves 21 de marzo; la discusión sigue aquella noche ya la mañana del día siguiente, viernes.

La guardia musulmana toma posiciones ante el enemjgo. La discusión acerca de la conducta que conviene adoptar es difícil sobre todo a causa de Abdallah-ben-Ubaiy, jefe de los neutrales (los munafiqun, los hipócritas, los topos, que se ocultan cuando hay peligro y aguardan el desarrollo de los acontecimientos para pronunciarse a favor del partido victorioso). Pero Mahoma quiere saber con precisión si habrá gentes que le ataquen por la espalda, en su propia ciudad. Desde luego, si la suerte no le es favorable, los munafiqun y todas las tribus judías de Medina le atacarán por la espalda; sin contar con un grupo conducido por Abu-Amir. Al comienzo de las operaciones, los neutrales y los judíos se abstienen de manifestarse. Sólo Abu-Amir declara abiertamente su hostilidad.

Mahoma pasa al segundo capítulo. ¿Qué táctica adoptar durante el combate? Abdallah Ubaiy propone que el ejército de Medina se atrinchere en los sitios fortificados, en las pocas docenas de atam, o castillos fortalezas, para resistir al ataque. Explica: «Nunca hemos salido de nuestra ciudad y nadie ha tratado de entrar en ella sin ser capturado».

Abu-Bakr y los compañeros del profeta, las personas de edad, son del mismo parecer: hay que fortificarse en los castillos y resistir el ataque que procede del exterior. El combate debe ser librado en el interior de la ciudad. Porque, a diferencia de La Meca, Medina tiene fortificaciones. Es normal, por lo tanto, que sean utilizadas. Para eso precisamente han sido construidas en otro tiempo.

Mahoma desconfía. Lógicamente, quienes sostienen ese plan tiene razón. Mas parece sospechoso que Abdallah-ben-Ubaiy, que nunca ha adoptado una actitud clara, se pronuncie ahora con tanta pasión por el plan de atrincherarse en las fortificaciones.

 

Cuando ese hombre recomienda una línea de conducta, puede sospecharse que oculta algo. Mahoma sospecha que Ubaiy y los enemigos del Islam proponen ese plan para preparar el ataque a traición, que han debido disponer en algún lugar secreto.

Por otra parte, existe un plan que cuenta con las preferencias de los jóvenes musulmanes. Estos piden que el combate se entable a campo abierto, fuera de la ciudad, según la táctica habitual de los árabes. A su modo de ver, no enfrentarse con el enemigo a campo raso es una actitud humillante, sobre todo tras la destrucción de las cosechas al norte de la ciudad. Los jóvenes no tienen más que una preocupación: no ser tildados de cobardes por el enemigo. Quieren gestos valerosos. «Sacan la espada y deliran como camellos machos», dice el cronista, al hablar de ellos.

Mahoma reflexiona mucho. Con general sorpresa, adopta el plan de los jóvenes. El profeta no da explicación alguna a nadie.

No está entre sus costumbres el explicar por qué obra de una determinada manera en vez de otra. Mahoma escucha durante horas la exposición de todas las opiniones; después de eso, toma una decisión, de la que nunca se vuelve atrás. A partir del instante en que ha optado por una solución, exige una sumisión total y se niega a dar explicaciones. Inmediatamente toma la decisión de trabar combate en el exterior de la ciudad; y hecho esto, Mahoma se levanta y pide a Abu-Bakr que le ayude a ponerse su cota de malla. Ciñe una espada en la que están escritas estas palabras: «La cobardía a nadie salva de su destino».

Abdallah-ben-Ubaiy y los partidarios del combate en el interior de las fortificaciones insisten por última vez ante Mahoma para que no presenten batalla en terreno abierto, fuera de la ciudad, porque la derrota será inevitable.

«No, replica Mahoma; no es conveniente que un profeta vuelva a envainar la espada una vez que la ha sacado, ni que vuelva la espalda cundo ya ha dado los primeros pasos, hasta que Dios decida entre él y el enemigo».

Acto seguido, Mahoma inspecciona el ejército musulmán. Está compuesto de mil hombres. La Meca cuenta con 3.000. Por lo tanto, habrá que batirse a uno contra tres. No llegan a 300 las cotas de malla de los musulmanes. La Meca tiene 700 soldados con armadura. Además, La Meca tiene 200 caballos y los musulmanes solamente dos. Porque son demasiado pobres para tener más. Mientras inspecciona las tropas, Mahoma recibe la advertencia de que parte de los judíos ha decidido, por una bravata pasarse al enemigo ffimediatamente después del comienzo de las hostilidades. Esa defección de buena parte del ejército de Medina producirá un terrible efecto sobre los musulmanes.

Automáticamente seguirá la derrota del Islam. Mahoma comprueba  la información, que es exacta. Pero finge ignorarla. Hasta nueva orden, no cambia de actitud para con las tribus que han decidido traicionarle durante la batalla. Pero, a fin de desarticular su plan, el profeta decide que ni un solo judío tome parte en el combate. Y se explica así: «Se trata de una guerra religiosa. De acuerdo con la constitución y con nuestros pactos de alianza, nuestros amigos los judíos no están obligados a ayudarnos con las armas cuando luchamos por nuestra religión».

Sería ilógico, efectivamente, que los judíós combatieran por la religión de otros. Además, añade Mahoma, es un sábado y las leyes judías prohiben la lucha en ese día.

Los judíos se retiran. Ubaiy hace lo mismo. Ahora, los musulmanes no tienen más que 700 hombres aptos para el combate. Con dos caballos. Y se enfrentan con 3.000 hombres con 200 caballos.

Mahoma impone a sus hombres la misma táctica que en Badr: discipina y ataque en grupo. Nunca el ataque individual. Dispone los arqueros musulmanes de manera que puedan dividir en dos a la caballería enemiga, lo que le impedirá atacar de frente. La caballería de Jalid debe ser forzada a la inmovilidad por los arqueros. Si esa maniobra tiene éxito, y debe tenerlo si  las órdenes son ejecutadas al pie de la letra, los musulmanes obtendrán pronto la victoria. Mahoma explica a sus soldados que sólo por la disciplina podrán dominar a un ejército tres veces más numeroso y mejor equipado. Dice a los arqueros que la suerte de la jornada depende de la disciplina con que guarden sus posiciones. El profeta ordena:

«No abandonéis vuestros puestos, aunque veáis que los buitres están comiendo vuestros cadáveres».

 

Ahora, los ejércitos enemigos están frente a frente. Jalid manda un ala del de La Meca; la otra está encomendada a Ikrimh, el hijo de Abu-Jahl. Entre ambos ejércitos beligerantes hay un terreno salino. Para encontrarse, los combatientes deben atravesar el cauce seco del río, el wadi.

En el bando de La Meca son las mujeres quienes arman el mayor alboroto. Van conducidas por Hint, la esposa de Abu-Suffian. A su paso por Abwa, donde está enterrada Amina, la madre del profeta, Hint y las mujeres coraichitas que la acompañan han profanado el sepulcro. Aquél es un acto de odio excepcional, al que los árabes no se entregan más que en momentos extremadamente graves.

En el ejército coraichita, hay numerosos esclavos que acompañan a los guerreros. Hint ha prometido la libertad a cualquier esclavo de La Meca que mate a Harnzah o a otro jefe de los musulmanes. Y son muchos los que han acudido para tratar de recobrar así su libertad. Pero gran parte de los soldados son negros de la tribu de Ahabich, que no vienen para luchar por su libertad, sino por un salario, como mercenarios.

Todas las mujeres de lo más selecto de La Meca están presentes en el campo de batalla de Ohod, porque es una vieja costumbre árabe que las mujeres acompañen a los hombres en la guerra. Tal presencia estimula, inflama a los combatientes. Es indispensable para el mantenimiento de la moral en un ejército árabe. Nada ni nadie puede remplazarlas. «Nuestras mujeres nos miran siempre mientras luchamos», dice el poeta, «son las antorchas que iluminan nuestra sangre».

En los momentos difíciles de la batalla, las mujeres sueltan sus cabellos, desgarran sus vestidos y con el torso desnudo y los senos descubiertos, se lanzan adelante, pidiendo a los soldados que las sigan y prometiéndoles su amor cuando hayan vencido. Nadie resiste a semejante llamamiento. Gracias a las mujeres, muchos combates que parecían perdidos se han trocado en victorias.

Ahora, en el comienzo de la batalla, los musulmanes llevan ventaja. Los coraichitas han retrocedido desde los primeros encuentros. Por otra parte, las señales que anuncian la victoria comienzan a aparecer del lado del Islam. Al amanecer, cuando la columna de los creyentes se pone en marcha, precedida de los dos únicos caballos que poseen, uno de éstos, con un movimiento de la cola ha hecho saltar de su vaina la espada de un jinete.

Para el comienzo de una batalla no puede haber mejor augurio. Es la señal de una victoria cierta. y como para no desmentirla, los coraichitas siguen retrocediendo.

En el instante en que el ejército de La Meca comienza a retirarse en desbandada, los arqueros musulmanes, a los que Mahoma ha ordenado no moverse «aunque vieran a los buitres devorar sus cadáveres», abandonan sus posiciones y comienzan el pillaje en el campo enemigo. Creen tal vez que ya no necesitan de la disciplina. Ni mantener sus posiciones. Imaginan que desde el momento en que el enemigo huye, la batalla está ganada. Pero las mujeres de La Meca se interponen y, con invectivas, juramentos, gritos de ánimo, promesas. y lágrimas, consiguen frenar la retirada. «Yo las he visto, dice un testigo, levantar sus piernas y mostrar a los soldados sus brazaletes».

Gracias a las mujeres, el ejército coraichita vuelve a recuperarse. La batalla se hace de nuevo ardiente. Nueve miembros del clan Abd-al-Dar caen muertos uno tras otro, defendiendo el pendón de La Meca. Tras la muerte del noveno, cae la enseña de la ciudad. Una mujer, llamada Amrah, la levanta de nuevo y la lleva en alto. Precede a todos los soldados. El poeta musulmán, Thabit Hassan escribirá más tarde, con motivo de ese acontecimiento:

«Si no hubiera habido allí una mujer harithita - dijo Thabit Hassan -, todos hubieseis sido vendidos en el mercado como esclavos».

 

El estandarte musulmán lo lleva Musab-ben-Umair. Cae muerto. Dice la tradición que entonces fue un ángel quien tomó el pendón y lo entregó a Alí. Es el único ángel que participa en la batalla de Ohod y ayuda a los musulmanes. Porque, habiéndose hecho culpables de insubordinación, los musulmanes no pueden ser ayudados por fuerzas celestes. En el instante en que los arqueros del profeta cometen el pecado de indisciplina, Jalib y los jinetes paganos a sus órdenes se lanzan al ataque. Cargan contra las posiciones del Islam. La situación cambia bruscamente. Los coraichitas toman ahora la iniciativa. Un esclavo negro, llamado Wahchi corre como un desesperado al campo de batalla, a la busca de Hamzah; tras haberlo localizado, lo sigue paso a paso y lo asesina. Por la espalda. Así gana su Jibertad. Y no sólo liberará al asesino de Hamzah, sino que, en pleno campo de batalla, Hint se quitará todos sus brazaletes de las muñecas y de los tobillos, se desprenderá de los pendientes que cuelgan de sus orejas y de sus collares y los ofrecerá a Wahchi.

Otros esclavos buscan apasionadamente al profeta para matarlo. Buscan también a Abu-Bakr, a Omar y Alí. Pero no vuelve a repetirse la suerte de Wahchi. Durante la batalla, Mahoma es herido. Tiene dos llagas en el rostro y un diente roto. Cae en un pozo disimulado. Pero aun en ese estado, mata con su espada al coraichita que le atacaba. Mientras Mahoma cae herido, Suraqah, el nómada que quiso capturarlo cuando la huida a Medina y que después se ha convertido y lucha en el campo musulmán, queda tan trastornado por la herida del profeta que comienza a gritar con toda la fuerza que puede:

«¡Mahoma ha muerto!»

La noticia sc difunde por el campo musulmán. Los soldados del Islam quedan aterrados. Son presa del pánico. Inmediatamente, Suraqah niega haber dado aquel grito. Hasta el fin de sus días lo negará, jurando que nunca ha anunciado la muerte del profeta. La explicación del hecho es sencilla. No ha sido él quien ha gritado que Mahoma había muerto, sino el diablo, que se ha servido de la voz de Suraqah para desmoralizar al ejército musulmán.

Pero la desmentida sobre la supuesta muerte del profeta llega demasiado tarde. Los combatientes fieles, en plena derrota, huyen del campo de batalla. Mahoma, con algunos compañeros, entre ellos Abu-Bakr y Omar, se retira a una roca de basalto negro, en los confines del campo de Ohod, donde tiene lugar la lucha.

Fátima y Umm Jultum, las dos hijas del profeta, que han asistido a la batalla, acuden junto a su padre y cuidan sus heridas.

Fátima es la mujer de Alí. Umm Jultum, la de Othmann, que se ha casado con ella a la muerte de Ruqaya.

La batalla de Ohod ha concluido. Los musulmanes están vencidos. Buena parte de los combatientes del Islam han muerto o están heridos. El resto se ha dado a la fuga.

Abu-Suffian se presenta lleno de orgullo en el campo de batalla. De los coraichitas han muerto veinticinco. De los musulmanes, setenta. Abu-Suffian pregunta con potente voz, de modo que se le oiga desde Medina, si Mahoma ha muerto o sigue con vida. Pero hay orden de no contestar. Omar, el hombre a quien hasta el diablo teme, no puede dominarse a sí mismo; contesta a Abu-Suffian, con voz aún más fuerte, que el profeta Mahoma está vivo.

Abu-Suffian anuncia que la guerra ha concluido. Los musulmanes han dado muerte a setenta paganos en Badr. Los coraichitas han matado aquí, en el campo de Ohod, a setenta musulmanes. El asunto está arreglado. Ya no hay motivo para proseguir la guerra. Sin embargo, Abu-Suffian hace saber a los musulmanes que los cita para el año próximo en la feria de Badr, en el caso de que aún quisieran combatir. Después, el ejército coraichita se retira. Antes de abandonar el campo de batalla, Hint, la esposa de Abu-Suffian, busca el cadáver de Hamzah. Le desgarra el vientre. Le saca el hígado y se lo come, como había jurado. Corta al cadáver las orejas, la nariz, la lengua y los atributos masculinos y se hace con ellos Un collar. Adornada con semejantes joyas, danza y canta. Semejante embriaguez de sangre, de odio y crueldad es general entre las mujeres de La Meca. Una de ellas, Sulafah-bint-Sad, busca el cadáver del musulmán que ha matado a su hijo en la batalla de Badr, lo decapita y se lleva la cabeza, jurando que con el cráneo va a hacerse un vaso y que, en lo que le queda de vida, no beberá en otro recipiente.

 

Mahoma queda profundamente entristecido por todo ello. Manda buscar el cadáver mutilado de Hamzah. El caballero del Islam, el baraz Hamzah, no era solamente un compañero fiel y heroico del profeta, sino también su tío. Ha sido uno de los valerosos hombres que han Nevado sobre sus hombros la fundación del Islam.

Ante el cadáver mutilado de su compañero, Mahoma anuncia que, para vengar aquella ofensa, mutilará en el próximo encuentro a treinta soldados enemigos. Pero apenas pronuncia ese voto, se retracta. Dice: «Si infligís un mal, hacéis lo mismo que habéis sufrido; pero si soportáis con paciencia ese mal, será mejor para los pacientes».

Mahoma ordena que se entierre a los muertos. Cada uno donde haya caído. Los muertos musulmanes de Ohod son chuhada, es decir, mártires caídos en la guerra santa. Mahoma recita setenta veces, por los setenta musulmanes mártires, la talbiya, la oración de los muertos.

El profeta prohibe que se laven los cadáveres, tal y como lo exigía la costumbre árabe antes de la inhumación. Dice a sus fieles que los mártires caídos en el combate son lavados por los ángeles. Es inútil, por lo tanto, que sus compañeros lo hagan.

Hamzah, «el león de Alah» y los setenta chuhada, han entrado directamente en el Paraíso.

El asesino de Harnzah, el esclavo negro Wahchi, deserta del ejército de Abu-Suffian, se presenta ante Mahoma y le pide perdón. Mahoma no castiga al asesino. Nadie ha superado la capacidad de perdón del profeta. Pero pide a Wahchi que no vuelva a presentarse delante de él mientras viva.

El asesino de Hamzah cometerá otros crímenes; pero ahora a favor de la causa del Islam. Entre otros, matará al profeta Musailima. Morirá alcoholizado, en Emesia, a edad muy avanzada.

Realizados los funerales, Mahoma hace el balance de lo ocurrido. Propónese una primera pregunta: ¿por qué los coraichitas se ha retirado y no han seguido batiéndose tras haber ganado la primera batalla y haber derrotado a los musulmanes?

La explicación es natural: Abu-Suffian y el ejército de La Meca se han retirado después de su victoria de Ohod porque han organizado la guerra de tal manera que Mahoma debía ser asesinado por. la espalda en Medina por los munafiqun y las tribus judías. Abu-Suffian y los coraichitas no podían imaginar que Mahoma saldría de la ciudad para atacar, ya que en Medina hubiesen podido resistir como en una fortaleza. La salida del ejército musulmán a campo abierto y la prohibición dirigida a los judíos y a los hipócritas de participar en la batalla han desbaratado todos los planes de La Meca. Surgía así una nueva situación. A pesar de la victoria obtenida, Abu-Suffian prefiere retirarse por el momento. Pero cuenta con volver más tarde, para el combate decisivo, en que los judíos y los neutrales de Medina no faltarán a la cita.

Mahoma hace venir a los musulmanes y les habla. Les dice que no se entristezcan. Recita ante ellos la tercera sura del Corán en la que se afirma que Dios ha castigado a los musulmanes mediante aquella derrota de Ohod, porque no han escuchado las palabras del profeta y porque los arqueros abandonaron sus puestos para entregarse al pillaje. Mientras huíais en desorden, no escuchabais la voz del profeta que os llamaba al combate. El cielo os ha castigado por vuestra desobediencia. Que la pérdida del botín y la desgracia de Dios no os hagan inconsolables. Dios conoce vuestras acciones.

Mahoma dice a los musulmanes vencidos que las derrotas son también, lo mjsmo que las victorias, obra de Dios. Además, la derrota es un medio por el que Dios prueba la fuerza de la fe de sus fieles.

Inmediatamente después de la derrota, los judíos de Medina desencadenan una campaña de calumnias contra el Islam. Gritan en voz alta por todos las caminos y encrucijadas que «Mahoma no es un profeta. Mahoma ha sido vencido en esa batalla. Y nunca, desde que el mundo es mundo, se ha visto a un profeta vencido. Quien resulta derrotado no es profeta, sino impostor».

Mahoma responde:

¿Cuántos profetas han combatido contra numerosos ejércitos, sin desanimarse por las derrotas sufridas sosteniendo la causa del cielo? No se han empequeñecido por cobardía. Dios ama a quienes son constantes.

Los musulmanes no interpretan la derrota de Ohod como una victoria de La Meca, sino como una prueba a la que Dios somete a sus fieles. También ha probado Dios a Job y a todos los hombres llenos de fe.

La interpretación dada por Mahoma devuelve los ánimos a los musulmanes. Reúnense y entran en la ciudad en orden perfecto. Los enemigos ven de repente a las tropas del Islam, uniformadas y armadas, que desfilan como después de una victoria. Los combatientes explican que acaban de sufrir una simple prueba, impuesta por Alah y que la victoria de los coraichitas no tiene otra explicación.

Al día siguiente, el ejército musulmán, perfectamente disciplinado, sale de Medina. Los soldados, alineados, se dirigen al oeste, hacia el gran desierto. Acampan allí. Es una demostración de disciplina que no puede menos de impresionar al enemigo. Por lo demás, una jornada a campo abierto, al aire libre, hace excelente efecto después de una derrota. Como tras una enfermedad. El aire fuerte del desierto eleva de nuevo la moral.

Entre el infinito de arriba y el infinito de abajo, la derrota de Ohod se reduce a proporciones insignificantes.

Mahoma y los musulmanes vuelven a Medina llenos de optimismo. Han pasado tres días en el infinito de arena inmaculada del desjerto, cerca de Hamra-al-Asad, a ocho millas de Medina.

Desde su vivac, los musulmanes observan los movimientos del ejército enemigo. Abu-Suffian se retira verdaderamente; se dirige a La Meca.

De regreso en Medina, Mahoma recibe una advertencia acerca del inminente ataque que prepara el clan Banu-Nadir. Intenta evitar el conflicto. Los banu-nadir rehusan toda discusión con los musulmanes. Se atrincheran en su barrio. Construyen barricadas. Mahoma da la orden de asedio. Se invita a los banunadir a abandonar la ciudad. Nadie debe vivir en una ciudad si medita entregarla a sus enemigos. Mahoma garantiza a los exilados la integridad de sus personas y bienes. Los agricultores, como en otros tiempos los plateros se llevan cuanto les pertenece, incluso las puertas, ventanas y tejados de sus casas y salen de Medina, precedidos de música y vestidos de fiesta. Las mujeres llevan sus joyas y ornatos de los grandes días. Todos prometen volver con el ejército coraichita, para dar muerte a Mahoma y destruir el Islam. Es un triste acontecimiento para los musulmanes. Pero a Mahoma no le faltan consuelos. Una mujer de la tribu Diwar, llamada Hint-bint-Amr, y cuyo hijo único ha muerto en la batalla de Ohod, acaba de encontrarse con el profeta y le habla alegremente. Mahoma le pregunta: ¿no estás triste por la muerte de tu hijo?.

«No estoy triste por la muerte de mi hijo, responde Hint: si tu estás vivo, profeta, las demás desgracias son mínimas».

 

LXII

ASUNTOS DE FAMILIA

Omar, el duro, el hombre íntegro y sin reproche del grupo que ha colaborado con Mahoma en la fundación del Islam; tiene una hija llamada Hafsah, casada con uno de los primeros soldados musulmanes, Junais-ibn-Hudhaifah. El profeta estima mucho a Junais. Por su fe y su fidelidad, pero también porque es yerno de Omar.

Junais ha caido en Ohod. Es un mártir de la guerra santa, un chuhada.

La hija de Omar tiene un carácter que es todo lo contrario del de su padre. Hafsah, mujer de gran belleza, pero de temperamento emotivo y lírico, poetisa, una de las pocas mujeres cultas de ese tiempo, no puede consolarse de la pérdida de su esposo.

Tiene entonces veinte años.

Para arreglar las cosas, Omar interviene a su modo, que es directo y sin muchos matices. Se dirige a la casa de Uthman, que ha sido el marido de Ruqaya, la hija del profeta:

Ruqaya ha muerto y Uthman está inconsolable. Omar le dice: «Tu mujer ha muerto; tú estás inconsolable. Ruqaya era muy hermosa y es natural que sufras. Pero piensa que mi hija Hafsah se halla en la misma situación que tú. Su marido ha muerto en Ohod. Ella es tan hermosa como Ruqaya y tú eres tan guapo mozo como lo era su marido, Junais. Casáos los dos. Os consalaréis de la viudez.»

Uthman se niega. No puede olvidar a Ruqaya de la mañana a la noche, ni remplazarla como se hace con un objeto perdido; sólo amar podía enfocar las cosas de esa manera dura y desprovista de matices.

La negativa de Uthman a la propuesta de matrimonio con Hafsah es jnterpretada por Omar como una ofensa. Monta en cólera. Está a punto de sacar la espada. Es un hombre de granito. Cuando se le roza, deja escapar chispas. Anuncia a Mahoma que tiene intención de matar a Uthman y le cuenta el motivo. Mahoma, gran conocedor de los hombres, comprende inmediatamente que sólo está herido el orgullo de Omar. Dícele que tiene razón en darse por ofendido. Es una ofensa que le infligen al rechazar a su hija. Y para consolarle, será él, Mahoma en persona, quien se case con Hafsah. Es un gran honor, el honor más grande. Omar queda encantado. No esperaba semejante solución. Y da a Mahoma por esposa a su hija Hafsah. Con Aicha, la hija de Abu-Bakr, Hafsah, hija de Omar, será la esposa preferida de Mahoma.

De esa manera, Mahoma se alía a dos de sus primeros lugartenientes y colaboradores: Abu-Bakr y Ornar. En cuanto a Uthman, Mahoma lo llama y le propone el matrimonio con su segunda hija, Umm Kulthum. También Uthman queda encantado. Aunque Ruqaya haya muerto, casándose con la hermana de la difunta, sigue siendo yerno del profeta.

El cuarto colaborador de Mahorna, Alí, se ha casado ya con otra hija de aquél, Fátima. De este modo, los cuatro colaboradores principales del profeta se han convertido en parientes suyos.

 

Entre Mahoma y sus compañeros, los lazos de unión son dobles. Aunque esté formada la ummah, la comunidad basada en la fe, los árabes no han olvidado que la sangre es el más poderoso fundamento social. Cuando una sociedad está unida por la sangre y por la fe, es más fuerte que el granito y más dura que el diamante.

Hafsah, la nueva esposa, introduce en la familia del profeta una nueva dimensión, porque es poetisa, lectora y calígrafa y ha sido siempre la mejor amiga de Aicha.

Poco tiempo después oe este matrimonio, Mahoma vivió una nueva aventura. El pudor del profeta es sólo comparable a su frugalidad. En esa sociedad primitiva, bíblica, los hombres conservan en ciertos repliegues del alma una pureza de adolescentes. Desde que vive en Medina, Mahoma - que ha habitado en La Meca, la ciudad en que no existe una flor, ni una brizna de hierba - descubre el mundo vegetal y, de un modo especial, las

palmeras datileras. Las mira y las estudia como verdaderas maravillas de la naturaleza. Pero Mahoma observa que los cultivadores del oasis de Medina practican la polinización de las palmeras de dátiles. Su pudor queda ofendido. La fecundación de los datileros c.on el concurso del hombre, parece al profeta un atentado al pudor, una violación hecha a la naturaleza. Prohibe la polinización de las palmeras de dátiles. Como, en nuestros días, ciertas religiones prohiben la inseminación artificial. Al año siguiente, la cosecha de dátiles se ve comprometida. Mahoma levanta la prohibición. Pero contra su voluntad. Nunca más asistirá a la polinización de los datileros. Su moral y su pudor se ofenden con ese procedimiento.

La misma aventura le sucede, en otro plano, poco después de la derrota de Ohod. Mahoma, entrando en la casa de su hijo adoptivo Zaid, encuentra a Zainab, la mujer de éste. Está sin velo y ligeramente vestida. Como cualquier otra mujer en la propia casa, en aquel país tórrido. Casi desnuda. Mahoma enrojece y se retira, avergonzado. Zainab, que tiene treinta y ocho años, es una mujer bellísima. Mahoma no ha experimentado sólo vergüenza, sino también ha quedado estremecido ante el cuerpo de su nuera. Siéntese culpable por haber sido turbado por el cuerpo de la esposa de su hijo adoptivo. En semejante aventura, reacciona como un adolescente; da al asunto las mismas proporciones que poco antes a la polinización de las palmeras datileras; hace de ello un problema de moral. Mahoma hace venir a Zaid y se confiesa ante él. Zaid, que es un realista, sin sombra de sutileza, no comprende que el profeta deba inquietarse por un hecho tan anodino. Aquello es una tempestad en un vaso de agua. Zaid confiesa precisamente al profeta que está pensando en separarse de su esposa. Si el profeta quiere desembarazarle de ella casándose con Zainab, se sentirá dichoso. De pronto, Mahoma se encuentra encantado. Podrá así reparar la falta de haberse turbado por una mujer ajena. Pero el problema es bastante más complicado: Zaid es el hijo adoptivo del profeta. El matrimonio de Mahoma y Zainab seria por lo tanto contrario a las leyes árabes. En semejante situación, a primera vista sin salida, se le aparece el ángel Gabriel, que anuncia al profeta que le da licencia para casarse con la antigua esposa de su hijo adoptivo.

Gabriel ha tenido piedad del profeta. Y de esta manera queda solucionado otro problema familiar. Zaid se siente satisfecho de quedar libre de una mujer con la que ya no puede entenderse; Zainab, encantada de convertirse en esposa del profeta; Mahoma, contento de haber legalizado y reparado una tentación visual; y los enemigos de Mahoma están satisfechos de contar con un nuevo tema de calumnia, presentando al fundador del Islam como una especie de «Barba-Azul» que arrebata las mujeres de sus hijos.

Porque, a los ojos de sus enemigos, las cualidades de Mahoma se convierten en defectos. Las cualidades y los méritos quedan reservados únicamente a los amigos y aliados... Los enemigos no tienen más que defectos.

 

LXIII

MATANZA Y CRUCIFIXIÓN DE MUSULMANES EN LA MECA

La Meca ofrece una prima por cada musulmán muerto. Sulafah no es la única mujer coraichita que desea servirse de un cráneo musulmán a manera de taza. El odio contra Mahoma y el Islam es sostenido día y noche por las tribus de los plantadores y orfebres que, tras su salida de Medina, se han establecido en parte en La Meca, donde ejercen la única actividad de excitar a los coraichitas contra Mahoma. Estas tribus concluyen una alianza militar con La Meca contra el Islam y, aunque de religión judaica, sellan el pacto prestando juramento «sobre el muro de la Kaaba».

Cuando los beduinos saben que se entrega una fuerte suma por cada musulmán capturado, organizan la caza del hombre.

Los prisioneros son entregados a La Meca, donde se les lapida o somete a tortura hasta la muerte.

Por entonces, un grupo de misioneros musulmanes camina hacia los territorios del sur de Medina y allí se detiene. Tras la batalla de Ohod, algunos jefes de tribus del Sur han pedido a Mahoma que les envíe hombres capaces de instruirles en el Islam. Mahoma acepta. Esos hombres forman un grupo de hasta varjas docenas y son dirigidos por Amir-ben Thabit.

Los hombres de presa de La Meca esperan a los misioneros musulmanes en el camino, para capturarlos y obtener de los coraichitas, los nadir y los qainuqa las primas ofrecidas. Los musulmanes se defienden. Todos los misioneros mueren en el combate, excepto tres, que caen prisioneros. Los agresores forman parte de la tribu Hudhail. Conducen a sus cautivos a La Meca a fin de venderlos a los paganos. Uno de los tres prisioneros, sabiendo que los coraichitas no los compran más que para matarlos en medio de atroces torturas, se evade. La población de la tribu Hudhaillo captura y lapida. Muere. El linchamiellto ha tenido lugar cerca de la localidad Ar-Raji, no lejor del lugar en que los demás misioneros fueron asesinados. El musulmán muere mártir, a manos de los paganos y es enterrado en la localidad de Az-Zarhan. Los otros dos son conducidos a La Meca. Todos quieren comprarlos. Algunas personas están dispuestas a pagar el precio que sea por los dos supervivientes de la matanza.

¡Igual que en una subasta! Pero no hay nlás que dos cautivos para una muchedumbre que quiere matar a millares. Para satisfacer la sed sanguinaria del gentío, se decide entonces que quienes tengan el privilegio de adquirir los prisioneros deberán matarlos en público, a fin de que también los pobres puedan gozar el espectáculo. No sería justo que sólo los compradores tuvieran ese regalo. La muerte en la tortura de los musulmanes es un espectáculo selecto. Uno de los cautivos no es otro que el jefe de la misión exterminada, Amir-ben-Thabit. Es comprado por el enemigo encarnizado del Islam, Safwan-ibn-Umaiyah, el hombre que ha intentado varias veces asesinar a Mahoma. Safwan es ahora, después de Abu-Suffian, el personaje más importante de La Meca. y puede darse el lujo extravagante de adquirir una de esas dos piezas raras, vivas: un musulmán al que poder matar. Es una cosa que todo el mundo hubiera deseado ofrecerse. Pero solamente las personas muy ricas, como Umaiyah pueden procurárselo.

Safw'n confía el musulmán comprado a un cierto Nastas, con el encargo de matarlo en público. El cráneo del musulmán llevado a la muerte es puesto a subasta inmediatamente, y se obtiene por él un precio muy elevado. Pero ocurre algo insólito. En el momento en que el comprador del cráneo acude a decapitar el cadáver para despojar el cráneo de su piel y hacerse una copa en que beber su vino, un enjambre de avispas cubre el cadáver, como una armadura. El comprador no puede acercarse a él y arrancarle la cabeza. Espera a que concluya el día, instante en que las avispas se irán y él podrá entrar en posesión de su bien, esa cabeza de muerto que acaba de adquirir.

Pero, con el crepúsculo, se abate sobre La Meca un furioso vendaval, seguido de un tomado; y el cadáver del musulmán es arrebatado por la tempestad y las aguas. El crárieo del mártir no servirá de copa , a los paganos.

El segundo prisionero es crucificado en el confín de La Meca, en una localidad llamada Tanim. Toda la población de la ciudad se dirige allí en cortejo, para asistir al suplicio. Clavado a la cruz, el musulmán cautivo es injuriado y torturado a lanzadas, hasta que sobreviene la muerte. Es el primer musulmán crucificado por su fe. Esto ocurre en el año 624. En vez de desanimar a los hombres a abrazar el Islam, acrecienta el número de conversiones. El musulmán linchado por Nastas y el crucificado en Tanim, han muerto felices, gritando su júbilo de morir por Dios y conquistar así el Paraíso. En esa ocasión, el mundo, conoce que los mártires van al .Paraíso. El cielo fue siempre una tentación para los hombres. Ahora, muchos se acercan al Islam porque éste les promete el Paraíso. Los dos mártires de La Meca son envidiados por la muchedumbre, en vez de ser llorados. ¿No se hallan acaso en el séptimo cielo, junto al Creador del Universo?

Sin embargo, sigue la persecución contra los musulmanes.

En el mes de julio del año 625, un grupo de cuarenta misioneros que iban a convertir a las tribus de Amir-ben-Sasaah, por petición de aquéllas, es asesinado junto al pozo, bir, llamado Bir Maunah.

El desierto, donde las caravanas encuentran con frecuencia huesos de hombres y camellos muertos de sed, contiene desde ahora una nueva categoría de esqueletos: los de hombres que no han muerto de hambre, ni de se:d, sino porque creen en un Dios único, evitan el mal y hacen el bien. Puesto que tal es, a sus comienzos, la definición del Islam. La misma definición de todas las grandes religiones de la tierra.

 

LXIV

EL NUEVO ENCUENTRO DE BADR Y EL ASEDIO DE MEDINA

Antes de retirarse del campo de batalla de Ohod, en el mes de marzo del año 625, Abu-Suffian grita a Omar: «Si deseáis aún otra derrota, podéis venir a la feria de Badr el próximo año» .

Omar responde: «¡iremos!».

En el mes de abril del año 626, fecha de la feria anual, Mahoma llega a Badr al frente de un ejército de 1.500 hombres y 50 caballos. La feria de Badr dura ocho días. Inmediatamente después de la llegada del ejército musulmán mandado por Mahoma, Abu-Suffian (que se encuentra allí) hace saber que no puede alinear a sus camellos, a causa de la sequía. Sin esperar al fin de la feria, parte con los suyos. Así pues, el combate entre los musulmanes y los de La Meca no tiene lugar. La retirada de Abu-Suffian y de sus 2.000 hombres armados ante los musulmanes, disminuye el prestigio de La Meca a los ojos de los beduinos. Aquel año, los musulmanes realizan negocios excepcionales en la feria de Badr. Regresan ricos a Medina. Mas no pueden aprovechar el nuevo prestigio, recién adquirido en el mundo de los nómadas árabes, ni los beneficios comerciales que sacan de él.

Esta vez, Medina será completamente rodeada. Todas las tribus de los contornos, y de modo especial los ghatafan y los fazarah, que acampan al norte de Medina, entran en la coalición de Jaibar, con La Meca. Parte de los judíos de Medina se hallan ahora en Jaibar, ciudad situada a 200 kilómetros al norte de Medina; los demás están en La Meca, a 400 kilómetros al sur. Jaibar es una ciudad exclusivamente judía. «Los judíos de Jaibar se dirigieron a los gharatafanitas y les ofrecieron la totalidad de los dátiles de Jaibar durante un año, si les ayudaban contra el profeta. Y ellos aceptaron de buena gana».

Los fazaritas, que también habitan al norte de Medina, vecinos de los ghatafan, aceptan igualmente la alianza propuesta y financiada por Jaibar.

Al este de Medina se halla la tribu Banu-Sulain. También ella, necesitada de dinero, se alía a Jaibar y La Meca contra el Islam. Al sur estaban los de La Meca, los kinanah y los thaqif. Todos enemigos del Islam.

De esta manera, Medina queda rodeada por todas partes. Sus caravanas ya no pueden salir del oasis, ni circular en ningún sentido. Todos los puntos cardinales les están prohibidos. El círculo de la alianza La Meca-Jaibar se aprieta cada vez más en torno a Medina. Además. La Meca y Jaibar son ciudades inmensamente ricas. Pueden comprar a todos los nómadas del desierto infinito de Arabia.

Al mismo tiempo que se lleva a cabo este bloqueo, a mayor distancia se asesta otro golpe importante. Ukaidir, jefe de las tribus árabes del norte, que poseen la ciudad de Dumat-al-Jandal, lugar de paso de todas las caravanas que se dirigen a Siria y Mesopotamia, suprime a los musulmanes el derecho de tránsito a través de sus territorios.

Es un golpe mortal que ni Medina ni otra ciudad alguna del desierto podria soportar. En el desierto, nada germina. En el oasis de Medina existen algunos cultivos de datileros y cereales. Pero no bastan para alimentar a la población. El árabe saca su subsistencia del comercio. y ese comercio solamente lo hace con el país del norte. Prohibir a los musulmanes la ruta del Norte equivale a condenarlos a muerte.

Mahoma conoce esos acontecimientos con profunda tristeza. La situación es gravísima. Pero el profeta es musulmán. Para él, los hechos no tienen demasiada importancia. En todo instante es posible el milagro. Lo principal es tener la tawaku, la fe inquebrantable en Dios.

Ese fatalismo, o abandono total a la voluntad de Dios, que la cultura occidental considera una capitulación del hombre, es un estimulante para el musulmán. Porque no hay mayor optimismo que el de saber que Dios puede hacer posible una cosa que la evidencia y los hechos presentan como imposible. Cuando se posee semejante fe, la desesperación, la duda y el pesimismo son inimaginables.

 

LXV

LA EXPEDICIÓN A ORILLAS DEL MAR ROJO

El cerco de Medina se ha cerrado. Ahora es completo. El eje La Meca-Jaibar adopta, después de las operaciones de aislamiento, la siguiente estrategia: alejar a Mahoma de Medina y, en su ausencia, ocupar la ciudad, con la ayuda de los partidarios del interior, es decir, de los quraizah, los curtidores y los neutrales marrufiqun, conducidos por Abdallah-ibn-Ubaiy.

El ataque a Medina, desde el exterior, debe ser realizado por las tribus más cercanas: Ghatafan, Fazarah y Sulaim, con ayuda de las trIbus de Medma y de Jalbar. El exterminio de las fuerzas musulmanas está perfectamente reglamentado, como un mecanismo.

Entre las tribus que se han aliado con La Meca y Jaibar contra el Islam, se halla la tribu Banu-Mustaliq. Esta tribu hace su vida nómada a lo largo del mar Rojo, a la altura de La Meca y Medina. A Mahoma le llega la advertencia de que Banu-Mustaiq se está armando, para participar en un ataque contra el Islam. Sin vacilar, Mahoma emprende una expedición sorpresa contra Banu-Mustaliq.

Para desbaratar los planes de sus enemigos, Mahoma invita a Abdallah Ubaiy a que tome el mando de la expedición. Es el mismo Abdallah Ubaiy que, en ausencia de Mahoma, debía sublevar a la ciudad. La marcha de Mahoma deja encantados a los antimusulmanes. Pero no podían éstos esperarse que les fuera arrebatado su jefe. Abdallah Ubaiy se ve obligado a aceptar el cargo que le ofrece Mahoma. Por esa razón, la sublevación de Medina se aplaza hasta que regrese el jefe de la oposición.

Ubaiy parte de Medjna con Mahoma contra la tribu Banu-Mustaliq. El destacamento mulsumán es ínfimo: 30 hombres, o sea 10 muhadjiruns y 20 ançares o auxiliares. La salida de Medina ocurre en,el mes de diciembre del año 627. Encuentran al enemigo en la costa del mar Rojo, no lejos de la localidad de Qudaid y de la fuente AI-Muraisi, a ocho días de camino hacia el oeste de Medina. Las fuerzas de Banu-Mustaliq comprenden 200 hombres. Los 30 musulmanes luchan con ardor. El combate concluye con la victoria de los musulmanes. Banu-Mustaliq deja en el terreno 10 muertos y los musulmanes uno solo.

Toda la tribu cae prisionera, con sus rebaños y hombres. Más tarde, Mahoma pronunciará la célebre fórmula: La riqq' alla' Arabi, «¡Ninguna esclavitud entre los árabes!». Pero esa decisión aún no se ha tomado por entonces. Los musulmanes capturan a cientos de personas. La tribu Mustaliq, que se ha alistado como mercenaria al servicio de La Meca y Jaibar, para aniquilar al Islam, queda reducida a la esclavitud en su totalidad.

Según la costumbre árabe, los esclavos son repartidos entre los combatientes. Entre aquéllos, se halla la hjja del jefe de la tribu. Llena de audacia, ayudada por su belleza, la joven se presenta ante Mahoma y le dice:

«¡Oh enviado de Dios! Yo soy la hija de Al-Harith, el jefe de mi pueblo. Ya ves la desgracia que me ha herido y la esclavitud a que he sido reducida. Ayúdame a rescatar mi libertad».

Mahoma, que hubiera podido rescatarla de haber querido atender a su deseo, o tomarla como esclava si hubiera codiciado retenerla como concubina, tiene una reacción brusca: pide a Juwairiyah en matrimonio.

A primera vista, el gesto parecía inexplicable. Pero se trata de uno de esos actos espontáneos, de habilidad y de valor, de que está tejida la biografía de Mahoma.

Abdallah Ubaiy y los compañeros de guerra miran a Mahoma con total desaprobación, pero sin atreverse a confesar ese sentimiento al profeta que, imperturbable, ordena celebrar el matrimonio. Solamente al día siguiente álde la boda, los musulmanes comienzan a comprender: lo que ha sucedido. Mahoma llama a todos los combatientes y les dice que es injusto e indigno de un profeta el tener por esclavo a su propio suegro. Todos éstán de acuerdo. El padre de Juwairiyah queda libre allí mismo, con el consentimiento de su nuevo propietario, puesto que los esclavos han sido repartidos a suertes. El musulmán que ha recibido a Harith, suegro del profeta, se siente feliz de ponerlo en libertad y manifestar así la fidelidad y amistad por Mahoma.

Pero el problema se complica. Se tiene en cuenta la jurisprudencia, según la cual no es digno que un pariente del profeta sea esclavo. Pero ahora, todos los miembros del clan Banu-Mustaliq se han convertido, por ese matrimonio, en parientes del profeta. De manera que todos, hasta el último, quedan en libertad. Por respeto a su parentesco con el enviado de Dios.

En señal de reconocimiento, la primera cosa que hacen los esclavos liberados es abrazar el Islam, jurar fidelidad a Mahoma y ofrecerle sin reservas su alianza militar. Entonces, todos los compañeros de Mahoma comprenden por qué éste se ha decidido bruscamente a casarse con una esclava que de todas maneras le pertenecía, sin necesidad de ceremonia nupcial.

A partir de esa fecha, Banu Mustaliq se convierte en uno de los más fieles aliados del Islam. Todo ha ocurrido rápidamente, sin esfuerzo alguno aparente, y por sorpresa, como todo juego puro de inteligencia y diplomacia.

Poco después de firmada la alianza con Banu-Mustaliq, Mahoma ordena el regreso a Medina. Según las informaciones que el profeta ha recibido, el ataque a la ciudad es inminente.

Con motivo de la expedición a las orillas del mar Rojo, Abdallah Ubaiy, jefe de los neutrales de Medina, ha podido apreciar algunos ejemplos de tacto y de eficacia militar, política y diplomática. con que actúa Mahoma. A pesar de todo ello, en vez de acercarse más al profeta, Ubaiy acrecienta su odio. Proyecta asestar a Mahoma un golpe mortal, antes incluso de entrar en Medina. El profeta descubre el nuevo peligro. Mas espera, tranquilo. Sabe que la vida de un profeta está expuesta a cada paso a toda clase de peligros.

 

LXVI

EL COLLAR DE TSAFARI

La expedición al mar Rojo ha concluido. Una nueva tribu de beduinos se ha aliado y convertido al Islam. En adelante, los Banu-Mustaliq permanecen al lado del profeta.

Abdallah Ubaiy está desesperado por el éxito de Mahoma.

Aquel pretendiente a la corona de Medina se irrita de repente y pasa a la acción. La expedicjón que dirige cuenta con 30 hombres. Ubaiy comienza por levantar a los ançares o auxiliares contra los muhadjirun. Después, ançares y muhadjirun reunidos, contra Mahoma: el pretexto estará en el reparto del botín. El escándalo se tranforma en rebelión. «El profeta tuvo mucho que hacer en reconciliar a los hombres».

Para calmar a la tropa revue]ta y reducirla por el cansancio, Mahoma suprime las pausas y aguija cuanto puede a la caravana. Después de muchas horas de camino autoriza un brevísimo descanso. Entre Muraisi, lugar en que se había librado la batalla, y Medina, la distancia es de ocho días de camino. Durante el viaje, Mahoma descubre todas las intrigas fomentadas por Abdallah Ubaiy para levantar a los musulmanes unos contra otros y todos contra el profeta. Pero Mahoma es un hombre de La Meca, un hombre cuya cualidad princjpal es el hilm, es decir, el dominio de sí mismo y la sangre fría. Finge ignorar toda aquella trama. Testimonia a Ubaiy la misma solicitud que le había démostrado en el pasado: Entre tanto, todos los soldados confirman ]as palabras pronunciadas por Ubaiy: «Cuando estemos de regreso en Medina, el más fuerte hará salir de la ciudad al más débil». Y otras diversas amenazas.

Los hombres se han calmado. Comprendiendo que no han sido más que los instrumentos de Ubaiy, se acercan más y más a Mahoma. El hijo de Abdallah Ubaly, al conocer la conjura preparada por su padre contra Mahoma, va a entrevistarse con el profeta y le dice que no puede pedirle la salvación de su padre.

Ubaiy ha conspirado contra la vida del profeta; merece la muerte.

No existen circunstancias atenuantes. El joven Abdallah Ubaiy, con lágrimas en los ojos, pide solamente un favor a Mahoma: que le permita ejecutar a su padre con su propia mano.

Dice: «Cuando hayas decidido entregar a mi padre a la muerte, dame la orden a mí mismo y te traeré su cabeza. Todo el mundo sabe en Medina que no hay nadie tan piadosamente fiel a su padre como yo; .pero si encargas la ejecución de mi padre a algún otro, temo que después, viendo caminar entre la muchedumbre al asesino de mi padre, mi corazón me incitará a matarlo. Y entonces mataré a un creyente a causa de un infiel e iré al infierno».

Mahoma queda profundamente impresionado por las palabras del joven musulmán. El hijo de Abdallah Ubaiy no es el único que, sin vacilación alguna, hubiera matado incluso a su mismo hermano por el Islam. Otro joven, Hamzah-ibn-Amr, ha caído en Ohod, donde combatía contra su padre, que mandaba un destacamento coraichita; y ha sido matado, probablemente, por su padre. Otro musulmán, Abu-Naila, ha dado muerte al polemista antimusulmán Kab. Preguntado por su hermano, que se extrañaba de aquella muerte, ya que Kab era hermano de leche de Naila, éste responde: «Si tú, mi hermano, fueras enemigo del Islam y de Dios, te mataría con mi propia mano sin vacilar».

Impresionado por tanta fe, el hermano de Naila se convirtió al Islam.

Cuando el joven Ubaiy propone matar a su propio padre. Mahoma le contesta: «Nadie matará a tu padre. Le mostraremos afecto y tendremos en gran honor su compañía, mientras permanezca con nosotros».

La clemencia de Mahoma para con sus enemigos es proverbial. Nadie en la historia ha perdonado más, con más rapidez y de modo más total, a sus enemigos mortales. El profeta del Islam ha ignorado siempre la venganza.

Pero el viejo munafiqun Abdallah Ubaiy no tiene en cuenta la clemencia de Mahoma. Fracasado en sus esfuerzos por levantar a la tropa contra el profeta, prepara antes de llegar a Medina otro, golpe, que él considera mortal.

Aicha, hija de Abu-Bakr y esposa de Mahoma, participa en la expedición del mar Rojo, según manda la costumbre. Viaja en un palanquín cerrado, del que desciende durante los breves descansos.

En una de esas paradas, Aicha se da cuenta de que ha olvidado en la arena su collar de perlas de Tsafari, o perlas de Zofar. Descendiendo rápidamente del palanquín, sale a buscat el collar. Lo encuentra. Pero a su regreso, ya no hay palanquín.

 

La caravana ha reanudado su marcha. Aicha está sola en el desierto. Los hombres que han cargado el palanquín sobre el camello no se han dado cuenta de que pesaba algo menos que antes. Es que Aicha apenas pesa. Apenas tiene quince años. La joven comienza a llorar y corre tras la caravana. Pero se da cuenta de que su esfuerzo es inútil. Siéntase en la arena y espera, entre lágrimas, la ayuda de Alah. ¿No es ella la primera mujer nacida de padres musulmanes? Al cabo de cierto tiempo aparece un hombre montado sobre un camello. Era un rezagado de la caravana musulmana. Reconoce a Aicha, la toma consigo y a la grupa de su camello la lleva a Medina. Pero llega con un día de retraso.

Este asunto, provocado por el collar de perlas de Tsafari, es una ganga para los enemigos de Mahorria. Abdallah Ubaiy ha notado la ausencia de Aicha, la esposa preferida del profeta y ha dado la voz de alerta a las tribus judías de Medina. Unas horas después, los libelistas de la ciudad arrojan sobre el mercado cientos de estrofas satíricas. Todo el mundo se burla de la desaparición de Aicha y de las desgracias conyugales de Mahoma.

Cuando Aicha llega a Medina, en el mismo camello que el joven Safiyan, la muchedumbre se muere de risa. Mahoma está comprometido. Ubaiy, que ha organizado toda esa campaña, exulta.

Esta vez, Mahoma se halla en una situación sin salida. Pero el profeta posee el genio de hallar solución a los problemas más difíciles, sin derramar una gota de sangre. Aunque esta vez, eso parece imposible. Mahoma se halla ante una alternativa: o castigar a Aicha por el crimen de adulterio, cuyo precio es la muerte, o seguir viviendo con ella, pero, en este último caso, nunca más podrá salir en público. Será objeto de burla para todos los árabes. Porque es inconcebible que un hombre normal cohabite con una mujer que ha cometido público adulterio.

La primera decisión de Mahoma es no recibir en su casa a Aicha. Le ordena que regrese junto a su padre, Abu-Bakr y espere. La población de Medina rie cada vez más su infortunio. Es un hombre comprometido. El profeta manda venir a todos sus colaboradores y les pide opinión y consejo.

La mayor parte de aquellos hombres no toma posiciones. Además, en aquel tiempo, no existe en Arabia más que una sola solución para lo que acaba de ocurrir. Es el repudio de Aicha, la mujer que ha pasado una jornada en el desierto, sola, con un hombre joven, y su lapidación por crimen de adulterio. Pero nadie expresa una opinión. Ni es necesario. Sólo Alí, hijo adoptivo de Mahoma, expresará el sentimiento general con estas palabras: «Alah no ha limitado la elección de esposas: éstas son numerosas».

Tras haber oído a sus consejeros, Mahoma toma de pronto una decisión que, como de costumbre, nadie podía esperarse.

Anuncia que el ángel Gabriel acaba de hacerle una revelación. El ángel le confirma que Aicha no es culpable. Todos los que se han pronunciado contra la joven son calumniadores, que merecen el fuego del infierno.

Aicha, llorosa, regresa al domicilio conyugal. Su padre, Abu-Bakr, se siente dichoso. Mahoma también. Todos los musulmanes son felices. y todos quedan obligados al ángel Gabriel, que ha hecho conocer la verdad.

La fitnah, la discordia, no ha arraigado en aquellos instantes de tanta gravedad para el Islam, para Medina y para el profeta. Porque, en La Meca, un ejército de 10.000 hombres en pie de guerra está dispuesto a avanzar contra la ciudad del Islam. Los únicos infelices al ver que el asunto del collar no ha podido separar al profeta de sus más queridos colaboradores, y especialmente de Abu-Bakr, y no ha destrozado su familia, son los enemigos del Islam. El collar de Tsafari no les ha servido para nada. Pero ese collar, tras la muerte del profeta, provocará la mayor ruptura que haya sufrido el Islam: Alí y Aicha se odiarán a muerte y dividirán al Islam en dos facciones.

 

LXVII

JANDAQ: LA LINEA DE TIZA DE LOS ÁRABES

El ataque a Medina debe ocurrir cuando Mahoma y el ejército musulmán estén lejos de la ciudad. Se espera, pues, a la marcha de Mahoma en un maghazi, una expedición. Se le provoca por todas partes; se hace todo lo posible para que el profeta salga de Medina. Mahoma no ignora los planes de sus enemigos.

Pero, ya que la ruta de las caravanas está totalmente bloqueada por el norte, el profeta se siente obligado a correr el riesgo. Saliendo de Medina con casi todo su ejército, se dirige hacia Dumat-al-Jandal, ciudad que se halla a dos semanas de camino hacia el Norte. Trátase de romper el bloqueo de la ruta de las caravanas medinesas hacia Siria y la Mesopotamia.

Inmenso es el riesgo para el Islam, pero sin la libertad de circular hacia el Norte, la vida se hace imposible para Medina.

Ukaidir, rey de Dumat-al-Jandal, ha llegado a una alianza militar con el eje Jaibar-La Meca. Prohibe el paso de las caravanas musulmanas.

Mahoma sale de Medina al frente de una caravana de mil hombres. Y atravesando el territorio de las tribus Ghatafan, aliadas militares de la ciudad de Jaibar, invita a su jefe Uyainah-ibn-Hisn, pintoresco. personaje, a buscar con él un modus vivendi.

Uyainah acepta la discusión. Reconoce haber establecido una alianza con Jaibar a cambio de la cosecha de dátiles. Pero está dispuesto a romper el pacto si se le paga más. Durante la conversación, Uyajnah dice a Mahoma que no tiene tiempo para discutir. Parte para la guerra. Su alianza con Jaibar le obliga a estar presente en los días que van a seguir, al gran ataque contra Medina. Las tropas de La Meca están ya en camino hacia aquella ciudad. De esta manera, se divulga el plan de ataque contra el Islam. Mahoma comprueba la información y sabe que no solamente La Meca y Jaibar, sino también una buena cantidad de tribus aliadas de La Meca se dirigen hacia Medina.

Por primera vez en su vida, Mahoma vuelve por el camino que ha venido, Súbitamente renuncia al ataque contra Damat-al-Jandal.

Vuelto a toda prisa, Mahoma se encuentra a Abdallah Ubaiy, a los munafiqun y a los judíos sorprendidos al verle de regreso.

Saben que el profeta, una vez vestida la armadura de guerra, no se la quita hasta que Dios ha decidido la suerte de la batalla.

Así está escrito en el Corán. A pesar de esto, Mahoma ha regresado antes de llegar al campo de batalla, Los planes de Ubaiy y de los judíos quedan desbaratados. Mahoma no estará ausente en el momento en que se ataque a Medina.

Tras el regreso de Mahoma, llegan siete hombres de la tribu Juzah; anuncian al profeta que el ejército de La Meca está en marcha. Se necesitan once días para recorrer la distancia entre La Meca y Medina. Los correos juzah han empleado cuatro solamente, para advertir al profeta el peligro. Porque ahora el peligro es grande. Un ejército de 10.000 hombres acaba de salir de La Meca. Hombres armados hasta los dientes. Traen también 300 caballos. Están decididos a no volverse sino después de haber exterminado al Islam.

Mahoma se dispone al combate. El ejército de 10.000 antimusulmanes llega al oasis de Medina, el último día del mes de marzo del año 627. La guerra que sigue en seguida se llamará “guerra del jandaq” palabra que en árabe significa foso o trinchera. Los coraichitas avanzan por la misma ruta que recorrieron ya cuando la batalla de Ohod, región que les ha sido favorable en el combate precedente.

La primera operación ordenada por Mahoma cuando sabe la llegada de las tropas coraichitas (a las que los musulmanes llaman ahzab o bandas), es la recogida urgente de todas las cosechas en el oasis, Las cosechas no han podido madurar. Pero de todas maneras se las recoge, para que no caigan en manos del enemigo. Y se las deposita en el interior de la ciudad.

La segunda operación ordenada por Mahoma ha sido la construcción al norte de Medina de una trinchera a jandaq.

“¡Todo el mundo trabaja en la fosa! El profeta da ejemplo. Tiene el pico en la mano día y noche, y los musulmanes cavan y cantan con él”.

La idea de cavar esa trinchera se atribuye a un persa, llamado Salman-al-Farisi.

 

Cuando la trinchera está concluida, los musulmanes toman posiciones entre ella y la ciudad. Los enemigos, los 10.000 guerreros llegados de La Meca y de Jaibar, se hallan adosados al monte Ohod, a la otra parte del foso. El jandaq hace milagros.

«Los árabes del siglo VII no ignoran las fortificaciones y veremos a Mahoma, por ejemplo, chocar con los muros de Taif. Pero la trinchera inesperada e improvisada de Medina turbó no poco a los invasores y Abu-Suffian necesitó de toda su autoridad para lograr que comenzara el ataque. Un grupo de jinetes reconoció un punto especialmente estrecho de la fosa, se lanzó por él y entró en contacto con los medineses; pero Alí mató a su jefe y sus hombres huyeron en desorden».

Otro biógrafo de Mahoma escribe:

«Seguro de su victoria, el ejército de los Diez Mil se acercaba lentamente. Muy pronto vio en la lejanía los castillos rocosos de Medina; presintió la victoria y se estremeció de deseo, al pensamiento del botín que se podría hacer. De pronto, observaron a lo lejos una cosa extraordinaria y desconcertante. Era la gran fosa: lo que comprobaron una vez que estuvieron cerca.

Abu-Suffjan era un buen comerciante; pero le faltaba inteligencia e ignoraba todo lo referente a la guerra. El jmprevisto obstáculo hizo que perdiera la cabeza. Nunca había visto cosa semejante. Quedó petrificado ante la trinchera; y desconcertado, miraba a la otra parte. La astucia del adversario le impresionaba visible y vivamente. A sus espaldas, el ejército de los Diez Mil miraba igualmente la fosa y estaba tan sorprendido como su jefe. ¿Cómo iban a franquar aquel foso? Habían contado con una lucha dura, con una noble defensa llevada a cabo por valerosos caballeros, y chocaban con una trinchera. Los hijos del desierto no comprendían nada. Mirábanse los unos a los otros, moviendo las cabezas y sin saber qué decir. Una fosa así nunca había sido prevista en el arte militar de los árabes. Y no sabían qué hacer para franquearla. El ejército permanecía hipnotizado por la trinchera, como una gallina por una raya de tiza trazada en el suelo. Ante todo era necesarjo que se apaciguara la emoción que oprimía a los hombres. Más tarde se pensaría en las medidas que había que tomar. La grotesca situación en que se hallaban los beduinos, caracterizaba su simplicidad. La inesperada trinchera había interrumpido verdaderamente el avance de los Diez Mil.

»Aunque los jefes no habían tomado aún decisión alguna, comenzaron a plantarse tiendas; y como no había nada mejor que hacer, se empezó el asedio de la ciudad. Porque, en realidad, ¿qué podían hacer diez mil contra una fosa? Para ellos, la guerra era el combate a campo abierto. Y no comprendían otra cosa.

»El ejército del profeta vigilaba detrás de la trinchera. Reinaba la alegría de un éxito inesperado. . . y aguardaban los acontecimientos. Los de La Meca injuriaban al ejército musulmán con todas sus fuerzas y en todos los tonos:

»¿Qué clase de guerreros sois vosotros?, gritaban; ¿Estáis ahí para refugiaros tras una fosa? ¿Acaso es ésa una manera de hacer la guerra digna de los árabes? ¿Así combatieron nuestros padres y nuestros abuelos? ¡Sois perros tiñosos y no árabes!

¡Venid a mostrar aquí lo que sabéis hacer!»

»Los bravos guerreros del profeta no se dejaban aturdir. Bien instalados y protegidos por el amplio foso, burlábanse de los gritos de los paganos».

Pasaron los días. El ejército de La Meca, descontento, empezaba a desmoralizarse. Aunque las noches sean frías, Mahoma permanece al borde de su trinchera, vigilando con sus combatientes. Cada noche, el ejército coraichita trata de franquear la trinchera, sin éxito. Durante ese tiempo, los dos ejércitos que se hallan el uno frente al otro, al alcance de la voz, se acribillan de «flechas árabes», que son las hiyas, las estrofas venenosas de la sátira.

 

No son sólo los coraichitas quienes sufren con esa guerra de trincheras. También los musulmanes la padecen. Y en idéntica medida. Su temperamento apenas les permite mantenerse inmóviles ante una fosa: Siéntense todos humillados. No es digno de un hombre vigilar un foso. Los musulmanes no perdonan siquiera al profeta. Dicen de él:

«¡Nos ba prometido los tesoros de Kesra y de César y ni siquiera podemos cabalgar!».

En las polémicas interminables de esos dos ejércitos que se injurian, separados por el jandaq, se aborda toda clase de temas.

La Meca emplea a tribus beduinas, compuestas de simples mercenarios. Está, por ejemplo, Uyaina-ben-Hisn, el jefe de los gathafanes, que ha hecho saber al profeta el día del ataque y le ha forzado a volver sobre sus pasos. Se ufana de estar pagado por La Meca y por Jaibar, y se siente orgulloso del salario que recibe. El salario de Hisn es la cosecha del año de los dátiles de la ciudad de Jaibar. Por esos dátiles, combate contra Mahoma.

El ejército musulmán, por encima de la trinchera, ofrece a Uyaina-ben-Hisn, el hombre que combate con el beligerante que más le ofrece, un tercio de la cosecha de dátiles de Medina, a condición de que abandone inmediatamente a Abu-Suffian y tome las armas contra él. Comienza el regateo. Dura días y días. Hisn no se niega, pero exige más. Los musulmanes le ofrecen más.

Por fin, se lleva a cabo la transacción. Uyainah-ben-Hisn se decide a pasar al campo musulmán, con toda su tribu, a cambio de la cosecha de dátiles de Medina. En ese momento, el jefe de los neutrales de Medina, Abda1lah Ubaiy, se opone al arreglo. Afirma que Medina ni puede ni debe pagar ese precio, demasiado alto a su parecer. La transacción queda anulada. Hisn permanece en el campo enemigo.

Pero la guerra no ha terminado. En ese combate, Abu-Suffian cuenta también con la ayuda de los antimusulmanes y de los judíos de Medina, que deben atacar a Mahoma por la espalda.

Para obtener la iniciación de aquel «segundo frente» detrás de los musulmanes, penetra de noche en Medina una delegación del campo de Abu-Suffian y se pone en contacto con la tribu de los curtidores; los quraizah, a fin de sincronizar su ataque desde el interior con el de los invasores. Si tales entrevistas entre los Diez Mil, que acampan ante Medina y la tribu quraizah, que se halla a espaldas de los musulmanes, llegaran a un resultado concreto, la genial idea del jandaq. o foso, no hubiera servido de nada. Porque los musulmanes no podrían luchar en dos frentes a la vez.

Adivinando la inminencia del ataque procedente de la retaguardia, los musulmanes pasaron días y noches de pánico. El Corán conserva el recuerdo de aquella época de angustia: Rodeados por los enemigos volvíais vuestras miradas consternadas.

Vuestros corazones, presa de la más viva alarma, formaban diversos pensamientos acerca de Dios. . . Los fieles fueron sometidos a prueba y fueron presa de violentas agitaciones.

Así pues, los fieles quedaron dominados por el pánico. Por la desesperación. Porque sabían que el temido ataque por la espalda aniquilaría a los musulmanes totalmente y para siempre.

Se ha sellado un pacto entre La Meca y la tribu Quraizah, y eso no es un misterio para nadie. El ataque de los quraizah era inminente. Los curtidores se aprestaron a atacar a los musulmanes. Todo el mundo sabe que «un ataque de los quraizah por el sur, a la retaguardia musulmana; hubiera puesto fin a la carrera de Mahoma». La trinchera, de la que tan orgullosos se mostraban los musulmanes al comienzo de las hostilidades, ya no puede serles útil por sí sola. Ahora necesitan un socorro más eficaz. Imploran a Dios que acuda en su ayuda. El ángel Gabriel aconseja a Mahoma: además de la vigilante guardia que debe mantener siempreal borde del jandaq, es necesario que abra un segundo frente, un frente secreto. El ángel confirma que la situación es grave.

Ante Medina, La Meca tiene sus 10.000 combatientes, más los quraizah, que atacarán por la retaguardia, a pesar de los tratados de alianza concluidos entre los quraizah y Mahoma. Ese ataque es cobarde. Grave. Mortal. Pero Mahoma ha hecho una alianza con Dios. Y esa alianza es más fuerte que todas las realizadas con las tribus árabes. En ella debe confiar el profeta.

Gracias a ella obtendrá la victoria, aunque esté cogido entre dos enemigos. Dios puede hacer milagros. El hombre no.

Y se produce el milagro. Cuando la gravedad de la situación llega a su paroxismo, cuando el ataque de la tribu Quraizah es ya sólo cuestión de horas, un individuo llamado Nuaim-ibn-Masud, se presenta ante Mahoma. Es el hombre encargado de fijar los últimos detalles referentes al plan concertado entre el ejército de Abu-Suffian y los quraizah. Debe preparar contra Mahoma los ataques delante y detrás de la trinchera. El hombre añade que, aunque esté encargado de las operaciones, hace tiempo que simpatiza con el Islam.

Nuaim dice a Mahoma que ha acudido a él porque desea la victoria del Islam. Sólo por eso. Mahoma ve en ese hecho la intervención directa de Dios. Vuelve a animarse. Dios viene en su auxilio cuando nadie puede ayudarle. Mahoma aconseja a Nuaim que prosiga la misión que le han confiado los enemigos del Islam, pero, antes de transmitir las instrucciones de un campo a otro, debe venir a comunicárselas a él. El profeta tiene intención de modificar cuanto digan ambos aliados, de manera que nunca puedan actuar de mutuo acuerdo.

Nuaim acepta. y dice a la tribu Quraizah, so pretexto de transmitirle el mensaje de Abu-Suffian: «Soy yuestro amigo desde hace tiempo. Os aconsejo que reflexionéis antes de actuar. No hay duda de que los coraichitas y sus aliados, que no son habitantes de Medina, volverán tarde o temprano a sus casas y os dejarán solos aquí. Ni siquiera es cosa segura que lleguen a matar a Mahoma. A mi parecer, deberíais obtener garantías ciertas antes de romper la paz con los musulmanes y atacarlos por la espalda. Pedid, por ejemplo, a los de La Meca algunos rehenes para estar seguros de que continuarán la guerra hasta el fin y no os abandonarán por cualquier razón.»

Las palabras de Nuaim tienen un fundamento lógico. Los judíos se dan cuenta de ello y reflexionan largamente. La proposición de Nuaim debe ser estudiada. Durante ese tiempo Nuaim va a ver a Abu-Suffian y le dice:

«Bien conocida es mi amistad por vosotros. Acabo de saber, que los judios quraizah se acaban de aliar de nuevo con Mahoma y que, para testimoniarle su sinceridad, le han prometido entregarle determinado número de personalidades apresadas de entre vosotros, que él podría hacer matar. Tenedlo en cuenta por si los judíos os piden rehenes. Además, os aconsejo que les propongáis atacar el sábado, lo que os probará su sinceridad en la lucha contra Mahoma. La fecha, además, estaría tanto mejor escogida cuanto que los musulmanes no se lo esperan, de manera que el éxito será más seguro y fácil.»

Abu-Suffian reflexionó sobre las palabras de Nuaim.

 

Durante ese tiempo, los musulmanes hicieron correr, entre las filas de los Diez Mil, él rumor de que los judios iban a pedir a los coraichitas algunas personalidades de La Meca como rehenes, pero que inmediatamente las entregarían a Mahoma para que éste les diera muerte.

Preguntado por los musulmanes acerca de la verdad de tales rumores, contestó Mahoma: La'allana-amarnahum bidhalik, «Tal vez les hayamos acopsejado que obren así».

Estas palabras del profeta fueron referidas a Abu-Suffian. Pero nada explicaban: son palabras sibilinas. Podían ser interpretadas de diversas maneras. Pero la duda y la desconfianza comenzaban a adueñarse de ambos campos. La delegación coraichita, que debe entrar en Medina la noche siguiente para discutir la apertura del segundo frente a espaldas de los musulmanes, comienza a atemorizarse.

Ni uno.de los hombres de La Meca quiere dirigirse al barrio de los banu-quraizah. Todos temen ser hechos prisioneros por los judíos y entregados a Mahoma. Por fin, se logra reunir una delegación que tiene el valor de aventurarse en el barrio de los banuquraizah.

Los judíos, que a su vez desconfían mucho de Abu-Suffian, piden rehenes a los coraichitas, para estar seguros de que no se les abandonará una vez ccmenzado el combate. Cuando saben que los judíos piden rehenes, los coraichitas desconfían a su vez. La petición de rehenes les confirma las palabras de Nuaim.

Dejando la cuestión sin respuesta, los coraichitas piden a los judíos que ataquen a Mahoma por la espalda el próximo sábado. Los judíos no ven en esa sacrílega invitación más que un propósito de los coraichi'tas de herirles en sus sentimientos religiosos para entregarles después a Mahoma. Sólo unos enemigos pueden pedir a los judíos que combatan en sábado. Porque todo el mundo sabe que un judío que combata en sábado quedará transformado en puerco o en simio.

Gracias a esos equívocos no se lleva a cabo la unión del enemigo con los de la retaguardia. Semejantes intrigas tienen algo de pueril. Lo milagroso está en que intrigas tan pueriles den resultado. Los aliados no llegan a ponerse de acuerdo. Y la desconfíanza entre los quraizah y los coraichitas aumenta de día en día.

Hace ya dos semanas que Abu-Suffian y los Diez Mil acampan ante la trinchera. Las tropas están enervadas. El hecho de que Mahoma haya recogido las cosechas antes de tiempo, provoca graves dificultades de abastecimiento. Abu-Suffian contaba con la cosecha del oasis de Medina. Pero todo ha sido recogido prematuramente. Los animales que traen los de La Meca, y sobre todo los caballos, carecen de forraje. Cada vez se habla más de levantar el asedio y volverse a La Meca.

Algunas tribus, a instigación de Mahoma, han abandonado a Abu-Suffian. Otras tienen prisa en volverse, porque pronto comenzará la «Tregua de Dios». Otras se hallan pura y simplemente sorprendidas por aquel estado de cosas, que no es ni de guerra, ni de paz, Es una situación ridícula.

Mientras la desmoralización y la escasez se difunden por el campo de los Diez Mil como una gangrena, levántase una terrible tempestad de arena que arranca todas las tiendas, extingue las hogueras y desencadena el pánico entre los supersticiosos

beduinos. Están convencidos de que la tempestad es obra de Mahoma. No quieren esperar más tiempo.

Abu-Suffian se ve obligado a dar la orden de partida. Y se da tanta prisa, cabalga con tanta rapidez su camella, que ya se encuentra en la silla cuando quitan la traba a la cuarta pata del animal.

La guerra de la trinchera ha concluido. Los de La Meca han tenido ocho muertos y los musulmanes seis.

Abdallah Ubaiy, jefe del partido de los munafiqun o neutrales se ha comprometido con motivo de esta guerra. Definitivamente. Se ha puesto abiertamente de parte de La Meca. Los munafiqun (los hipócritas) que, desde que salieron del vientre de su madre, fueron incapaces de tomar una decisión, han tomado una esta vez. Y han tomado una decisión errónea. Han optado por el partido que llevaba las de perder. Mahoma se ocupará de los neutrales más tarde. Primero, debe juzgar la traición de los quraizah. Pero Mahoma no quiere, en absoluto, mezclarse en semejante asunto. De acuerdo con la constitución, es árbitro supremo de derecho. Pero renuncia a sus prerrogativas y deja esa tarea a un hombre de un clan aliado de los quraizah. El árbitro encargado de juzgar su traición es designado por ellos mismos y se llama Sad-ben-Muadh. Todas las tribus de Medina quedan obligadas, por la constitución de la ciudad, a ayudarse mutuamente cuando Medina es atacada desde el exterior. Pero los quraizah, no sólo se han negado a asociarse a la defensa de la ciudad contra el ejército de los Diez Mil, sino que han pactado con el enemigo, tomando las armas contra sus conciudadanos y contra la ciudad. Los hombres del clan son condenados a muerte. Sentencia sin apelación posible. Y se ejecuta.

 

LXVIII

LA ELECCIÓN ENTRE LA MECA Y JAIBAR

La guerra de la trinchera, la guerra del jandaq , ha concluido. Los enemigos del interior de Medina quedan eliminados. A pesar de esto el Islam se encuentra, como antes, encerrado entre los brazos de una tenaza, entre La Meca, a 400 kilómetros al sur y Jaibar, a 200 kilómetros al norte. Las caravanas musulmanas ya no pueden circular. El bloqueo económico es casi completo. Tarde o temprano, es inevitable la guerra, de la que saldrán totalmente aniquilados, ya los paganos, ya los musulmanes. Los enemigos del Islam están más unidos que nunca. «Había un pacto entre los habitantes de La Meca y los de Jaibar: en el caso de que el profeta fuera contra uno de esos dos pueblos, el otro invadiría Medina». El Islam se halla entre ambos.

A causa del bloqueo económico, que impide el paso de las caravanas, el Islam se ve obligado a atacar o a La Meca o a Jaibar. No queda más que una solución: la de las armas. Al menos por el momento. Jaibar es una ciudad extremadamente rica. Sus habitantes no pueden ser comprados ni corrompidos, como las tribus beduinas. No pueden tampoco ser convertidos al Islam, porque son todos judíos. Para los judíos, Mahoma no es un profeta. Es un árabe. Y para ser profeta, ante todo hay que ser judío. Dios no se dirige más que al pueblo elegido.

Igualmente dificil sería corromper a los de La Meca, donde se hallan los mortales enemigos del Islam y de Mahoma.

Abu-Suffian, Ikrimah, el hijo de Abu-Jahl, Safwan-ben-Umaiyah, Hint, esposa de Abu-Suffian, y toda la clase de los coraichitas, que persiguen al profeta desde hace veinte años.

Uno de los rasgos caracteristicos de los árabes es el poder adherirse sin dificultad a una solución absurda, sin posibilidad lógica de realizarse. El árabe, que ignora la lógica cuando ésta no puede ayudarle, se agarra a una creencia irrealizable y combate por ella con todas sus fuerzas, con toda su fe, incluso cuando el fracaso parece seguro. Y la mayor parte de las veces, cosa increíble, el absurdo se realiza. La lógica parece impotente ante una creencia titánica e ilimitada. Colocado en la alternativa de atacar a La Meca o a Jaibar, puesto que una de esas ciudades debe ser atacada sin falta, si se quiere romper el bloqueo de Medina, Mahoma escoge una tercera solución, que sorprende a  cuantos le rodean: anuncia que va a hacer la peregrinación, la umrah, a La Meca, en compañía de todos sus fieles.

La Meca es la ciudad enemiga por excelencia. La ciudad de la que Mahoma ha sido expulsado. Donde se le ha condenado a muerte y al exilio. La Meca es la ciudad que ha enviado contra Mahoma a miles de guerreros encargados de exterminarlo. ¡Y ahora, el profeta anuncia que va a dirigirse a La Meca para orar! ¡En peregrinación! Los compañeros del profeta tratan de comprenderlo. ¿Acaso piensa en conquistar La Meca? El profeta contesta con candor que él va a rezar, no a pelear. Invita a todos los fieles del Islam a seguirle. Se llama la atención de Mahoma sobre el hecho de que los coraichitas, en cuanto puedan adueñarse de él, lo matarán, y los musulmanes que le acompañen serán vendidos como esclavos o asesinados. Pero nada puede hacer que renuncie a su idea. Quiere ir a orar a La Meca. Y responde a los fieles inquíetos por su vida: «Los coraichitas pueden pedirme lo que sea en nombre de la caridad: yo se lo concedería ahora mismo».

Así pues, Mahoma está dispuesto a dar su vida a los coraichitas, si éstos se lo piden en «nombre de la caridad». Por lo tanto, ya no hay más obstáculos entre Mahoma y La

Meca. Comienzan los preparativos para la partida. Nos hallamos en el año 628.

sigue

 Tus compras en Argentina

 

 Tus compras en México

 

Tus compras en Brasil

VOLVER

SUBIR