LA VIDA DE MAHOMA

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C. Virgil Gheorghiu 

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LXIX

VIAJE A LAS PUERTAS DE LA MECA

En el mes de febrero del año 628. Mahoma sale de Medina y se dirige hacia La Meca, a fin de llevar a cabo la piadosa peregrinación a la Kaaba. Esa clase de peregrinación existe desde tiempo inmemorial. Consiste en ciertas prácticas, veneradas ya por los antepasados y que el Islam respeta, sin cambiar en ellas nada. Inmediatamente, el fiel que va en peregrinación, se pone en estado de haram, es decir, ayuna, practica la abstinencia sexual, se rasura la cabeza y se viste con una túnica llamada iram, formada por una sola pieza de tela, sin ornato alguno. Es el estado en que se ponen todos los fieles de las diversas religiones del mundo, desde la más primitiva hasta la más desarrollada, cuando quieren acercarse a la divinidad y alejarse del mundo terreno.

Las diferencias no son esenciales. Los actos de piedad no difieren más que en el detalle. Los árabes, lo mismo antes que después de Mahoma, hacen las circum ambulationes, llamadas tawaf, en torno a la Kaaba. Hacen también genuflexiones, llamadas rikat .

Antes del islamismo, precedían a la peregrinación grandes sacrificios de animales; y todo concluía con una importante feria.

Mahoma invita a todos los fieles a acompañarle. Los primeros en negarse son los beduinos nómadas. Saben que Mahoma se halla en estado de guerra con los ciudadanos de La Meca y no quieren tomar parte en el encuentro de los beligerantes. Además, por superstición, los beduinos no desean participar en una guerra contra la santa ciudad de La Meca, a lo que se niegan incluso los que son ya musulmanes. El Islam de los beduinos no es lo bastante profundo para sacarlos de determinados tabús preislámicos.

Pero existe una categoría de musulmanes que se halla en el colmo de la felicidad al saber que el profeta los invita a acompañarle a La Meca. Son los mohadjirun, los emigrados de La Meca. Para todo árabe, La Meca es la ciudad en que Adán levantó el primer santuario, reconstruido después por Abraham.

Además, para un árabe muhadjirun, La Meca es la patria. Es la ciudad de la que se ve separado. Los desterrados deliran. La columna musulmana que parte de Medina comprende dos mil hombres, en su mayoría muhadjirun: exilados. Hace seis años que han salido de La Meca con su profeta. El camino de regreso es un camino de felicidad. Porque, si para cualquier hombre vivir en el exilio es difícil, para un árabe, morir lejos de los suyos es considerado como el dolor más grande.

Las ceremonias y la peregrinación a la Kaaba, están permitidas a todas las religiones. De manera que La Meca no puede prohibir a los musulmanes una peregrinación que a nadie le está vedada. Pero los coraichitas no pueden tolerar que su mayor enemigo, Mahoma, entre en la ciudad.

Mahoma y los suyos van sin armas. Abu-Suffian está ausente de la ciudad. Los demás coraichitas no saben qué decisión tomar. La principal fuente de beneficios de la ciudad es la religión. Durante el mes de la «Tregua de Dios», quienquiera puede entrar en La Meca. Resulta, por lo tanto, inconcebible, prohibir la entrada a Mahoma.

¿Se llegará a la violencia contra él? Eso equivaldría, durante la «Tregua de Dios», a arruinar las ferias de que tanto beneficio saca La Meca. Establecer una discriminación entre una religión y las otras, significaría que La Meca renuncia a ser La Meca, es decir, el asilo de la tolerancia. Mas, si se permite a los dos mil musulmanes y a su profeta penetrar en la Ciudad, esa masa de hombres podría adueñarse de ella. La primera decisión que hay que tomar es detener el avance de Mahoma. Un destacamento de cuarenta jinetes coraichitas parte para hostigar a la columna musulmana. Todo los caballeros de La Meca caen prisioneros, pero Mahoma ordena que sean puestos en libertad, con sus armas, y sin pedir por ellos rescate alguno. Tras ese acto de clemencia, inaudito en el desierto, Mahoma y sus musulmanes reanudan la marcha hacia La Meca.

Preguntado acerca de su actitud para con los jinetes asaltantes. Mahoma hace observar que él y los dos mil musulmanes que le siguen son peregrinos. Y los peregrinos no se hacen prisioneros.

Poco después del incidente, la columna musulmana es interceptada por un destacamento de doscientos coraichitas, mandados por Ikrimah, hijo de Abu-Jahl, el feroz enemigo de Mahoma.

En el momento en quc Ikrimah alcanza a la columna musulmana, el profeta y sus dos mil fieles, alineados en perfecto orden, hacen oración vueltos hacia La Meca. Es la hora de la oración.

Ikrimah no tiene el valor de atacar. Vuelve grupas, pero sigue decidido a impedir a Mahoma el acceso a la ciudad.

Por esa razón, Mahoma envía un embajador a La Meca, para explicar que solamente viene como peregrino. El embajador musulmán se llama Jirach-ibn-Umaiyah; pertenece a la tribu de los Juzah y cuenta con numerosas relaciones entre los coraichitas. Ikrimah, que vigila los accesos a La Meca, intercepta al embajador musulmán y para impedir que prosiga su camino, corta las corvas a todos los camellos. Jirach y sus compañeros quedan abandonados en el desierto. Ya es milagro que hayan salvado sus vidas. Vuélvense a pie, a ocupar sus puestos en las filas musulmanas. Mahoma no protesta. Como lo ha prometido, está dispuesto a soportarlo todo. Llegado a la frontera del territorio sagrado, puesto que no solamente la ciudad, sino toda la comarca que rodea a La Meca cs considerada tierra sagrada, Mahoma se detiene. Ordena que los animales destinados al sacrificio sean consagrados según la costumbre árabe. El Islam demuestra así que nada ha cambiado de las prácticas exteriores del culto. Mahoma ha comprendido que, para las masas lo importante no es la religión en sí misma, sino sus formas exteriores.

Por consiguiente respeta el ceremonial exterior del culto público. La fe y el culto se hallan siempre en razón inversamente proporcional; cuando el culto público alcanza el máximo de sudesarrollo, la fe es mínima. Cuando la fe es más ferviente, el culto apenas existe. Mahoma sabe que los coraichitas no tienen ni un polvillo de fe. Sólo se atienen a la forma exterior del culto. Y Mahoma les demuestra que respeta las formas.

La consagración de los animales se hacía marcándolos, hasta el derramamiento de sangre, con el wasm, o signo tribal. Después se ponía una cuerda en torno al cuello de los animales. Eso significaba que estaban ya destinados al sacrificio. Tras la consagración de los animales, la columna musulmana prosiguió su marcha hacia La Meca. Ikrimah y la caballería coraichita se les opusieron de nuevo en su camino.

Los musulmanes están todos en tensión. ¿Va a ordenarles el profeta que franqueen a Ja fuerza los obstaculos de la caballería coraichita, o dará orden de retirarse? Mahoma no se atiene a ninguna de esas decisiones. Ordena a la columna que avance hacia La Meca, por un sendero que ni siquiera sería accesible a las cabras. A causa de esto, ni siquiera hay en aquel lugar una empalizada coraichita. El sendero atraviesa un territorio montañoso, lleno de rocas y barrancos, en la rcgión de Dhul-Hulaifa. La columna musulmana, evitando así las empalizadas y el camino general, avanza entre peñascos. No ha habido efusión de sangre. Pero los viajeros deben avanzar casi arrastrándose.

Mahoma está decidido a reconciliarse con La Meca. Para llegar a ello, la primera cosa que hay que hacer es evitar que corra la sangre. Hay que cerrar los ojos a cualquier provocación.

Mahoma tiene una fe inquebrantable en Dios. Sabe que logrará el objeto propuesto. A este respecto, no se le ofrece la menor duda. Pero es difícil conducir a las muchedumbres por esos caminos estrechos e inaccesibles de la fe absoluta. Las masas quieren sin cesar señales exteriores de victoria, explicaciones claras y burdas.

Llegado a la frontera del territorio sagrado, Mahoma se detiene. No puede explicar a la muchedumbre el motivo de semejante detención, que contrasta con el deseo de llegar lo antes posible a La Meca. Pero si debe haber violencia, es mil veces mejor volverse atrás.

La Meca se hace visible. Está a once kilómetros. Los exilados la contemplan con ojos hambrientos. Siéntense capaces de cubrir corriendo los últimos kilómetros.

Pero Mahoma ordena una detención. Y para lograr que esa decisión sea aceptada sin murmuraciones por los que mueren de impaciencia de entrar en la ciudad, implora la ayuda del ángel Gabriel.

De repente, la camella del profeta tropieza. Se arrodilla. Vuelve a levantarse; pero, en lugar dé avanzar, retrocede unos pasos y se arrodilla de nuevo. Los fíeles piensan que la camella del profeta está cansada y por eso se arrodilla a cada paso y se niega a avanzar, ahora que La Meca está ante sus ojos.

Pero Mahoma anuncia que su camella se ha detenido por orden del ángel:

Dios ha prohibido a la camella pisar el territorio sagrado.

Mahoma explica a los fieles que lo mismo había ocurrido con el elefante de Abraha, el rey abisinio que quería conquistar La Meca. Llegado al territorio sagrado, el elefante se arrodilló y se negó a avanzar. Exactamente como la camella del profeta. Tal es la voluntad de Dios y los musulmanes deben respetarla. Dios no quiere que Mahoma y su caravana penetren en el territorio sagrado. Al menos, por el momento.

El profeta pone pie a tierra e invita a todos los musulmanes a hacer lo mismo. Ellos obedecen sumisos, pero con los ojos llenos de lágrimas. ¡Detenerse ahora que están cerca del fin! ¡Es duro! Sobre todo para los emigrados, que han salido de La Meca hace seis años y que desde entonces no sueñan más que en este instante, en el regreso a su ciudad. . .

Cuando los fieles se aprestan a hacer alto, observan que aquel lugar carece absolutamente de agua. Hay allí mil hombres y varios cientos de camellos. No pueden acampar en un sitio sin agua. Ese es un buen pretexto para avanzar. Quienes desean entrar cueste lo que cueste en La Meca acaban de hallar una excelente razón para llevar adelante su propósito.

Pero Mahoma sabe que todo paso adelante es un paso en territorio sagrado. Si se derrama una sola gota de sangre, el acto equivaldría a una violación del santuario. Un sacrilegio.

A eso se añade que están en el mes sagrado. Mahoma levanta los brazos a Dios y pide agua a Alah. Es lo único que puede ayudarle a no cometer el sacrilegio de penetrar en tierra santa. La plegaria es, desde luego, absurda. Pero la tawakku, la confianza absoluta en Dios hace que la lógica se funda como la manteca al sol. Lo imposible se realiza. La realidad se inflama al contacto de las llamas de la fe tenaz, y se transforma según la voluntad del fuego, es decir, de la fe. Uno de los fieles manifiesta a Mahoma que bajo sus mismos pies hay un pozo de aguas abundantes. Basta cavar un poco. Eso es todo. El milagro se produce. Unas horas después, todo el mundo tiene agua, más de la necesaria. Y ya no hay por qué avanzar.

* * *

Cuando queda organizado el campamento en aquel lugar de la frontera de La Meca, Mahoma llama a Omar. Con Abu-Bakr, Omar es el más próximo compañero del profeta. Es también su suegro. Mahoma le explica la razón por la que acaba de hacer alto. Después, invita a Ornar a dirigirse como embajador a La Meca, a fin de explicar a su vez a los coraichitas que el profeta viene simplemente en peregrinación y les ruega que no se opongan a ello.

Omar no quiere ni escucharlo. Está furioso. Puesto que Mahoma puede entrar en la ciudad, ¿a qué viene el pedir permiso a los coraichitas? Omar no conoce matices. Es demasiado honesto, demasiado correcto, demasiado puro. Omar conoce solamente el tazakka, palabra que, en árabe, significa la rectitud y la perfección moral. Para un hombre de la rectitud y de la conciencia de Omar, no hay más que la justicia y la injusticia, el bien y el mal, la verdad y la falsedad. Ornar sabe que la vía del Islam es la buena, puesto que ha sido dictada por Dios. En consecuencia, entrar en La Meca es un bien. ¿Por qué, entonces, los musulnlanes no iban a ir a la ciudad, si eso sería un bien?

Ornar rehusa la misión que quiere confiarle el profeta. No quiere ir a los coraichitas a pedirles autorización para hacer una buena acción. Para hacer el bien, no se pide permiso.

Entonces, Mahoma llama a Uthman. Es el yerno del profeta, el que se ha casado con Ruqaya. Había emigrado con ella a Abisinia; después, había regresado a La Meca y seguido al profeta al exilio. A la muerte de Ruqaya, se casó con Umm Jultum, la otra hija de Mahoma.

Uthman, de temperamento totaln1ente opuesto al de Omar, es un joven elegante y superficjal, que nunca toma una actitud incisiva. No seria hombre de mundo si adoptara actitudes incisivas. Uthman acepta con placer el ir en embajada. Parte inmediatamente con el propósito de tratar con los coraichitas.

Poco después, corre por el campo musulmán el rumor de que el yerno de Mahoma ha sido apresado por los coraichitas, puesto en cadenas y torturado. y pasado algún tiempo aún, durante el cual nada se supo de Uthman, se murmura que ha sido asesinado. Semejante idea provoca una gran irritación en el campo musulmán. Mahoma mismo está sorprendido. Nunca hubiera imaginado que los coraichitas, los «pequeños tiburones», pudiesen cometer semejante asesinato. La noticia no se confirma. Mas, para el caso en que fuera verdadera, Mahoma decide que hay que tomar otras medidas. Totalmente diferentes.

 

* * *

Previamente, Mahoma reúne a todos sus fieles bajo un árbol, en el mismo lugar en que han acampado, en la localidad de Hudaibiya, junto a la frontera sagrada de La Meca. El verde árbol a cuya sombra se realiza la asamblea de los musulmanes, es un samura. Mahoma sabe perfectamente con qué propósito ha emprendido ese viaje: desea la reconciliación con La Meca. Incluso contra la voluntad de ésta. La voluntad de La Meca no tiene importancia alguna cuando se trata de Dios.

En segundo lugar, el cumplimiento de la peregrinación debía mostrar que «el Islam no era una religión extranjera, sino esencialmente árabe; y en particular, que tenía su centro en La Meca».

El arresto y eventual asesinato de Uthman obligaría a Mahoma a adoptar otra línea de conducta para realizar sus planes. Por eso reúne a sus fieles bajo el árbol de Hudaibiya. Pídeles que juren solemnemente que seguirán las órdenes del profeta, aunque sean contrarias a sus deseos y a su razón. Ese juramento bajo el árbol se llama bayat-ar-ridwan, o juramennto de fidelidad.

Síguele un segundo juramento, llamado baya-u-allal-mawt, promesa de combatir hasta la muerte.

El profeta se mantiene en pie bajo el árbol. (En el mismo lugar se levanta hoy una mezquita). Los fieles se presentan uno tras otro, y prestan los dos juramentos ante Mahoma. Éste estrecha la mano a cada uno de sus fieles. El primero de los dos mil hombres que prestan juramento es un musulmán llamado Sinan, que dice: «Juro ser fiel a todo lo que ordenes y decidas. Poco importa que sea bueno o malo».

El Corán habla así de ese juramento bajo el árbol de Hudaibiya: Alah quedó muy satisfecho (radiya) de esos creyentes, cuando juraron fidelidad total bajo el árbol.

La muchedumbre de fieles musulmanes presta con alegría y en medio de indecible entusiasmo el juramento de combatir hasta la muerte. Todos están convencidos de que este juramento irá seguido inmediatamente del ataque y conquista de La Meca.

El juramento solemne e individual de Hudaibiya, de morir o vencer y de seguir al profeta. fuera cual fuese la orden que pueda dar, produce en La Meca un efecto terrorífico, Los coraichitas son presa del pánico. Si habían proyectado asesinar a Uthman, al menos no han cometido aún el crimen. Uthman estaba sólo prisionero. Los coraichitas están aterrorizados ante la idea de que Mahoma pueda atacar y saquear la ciudad. Que pueda incluso, eventualmente, incendiarIa y vender a sus habitantes como esclavos. Semejante temor hace que liberen inmediatamente a Uthman. Igualmente, les obliga a cambiar de táctica con respecto a Mahoma. Los coraichitas hacen saber inmediatamente al campo musulmán que están dispuestos a entablar en seguida conversaciones.

No se limitan los coraichitas a dirigir palabras conciliadoras y a liberar a Uthman. Ordenan a Ikrimah que no vuelva a acercarse al campo musulmán. De esta manera, Mahoma logra mediante una hábil maniobra y sin derramar una sola gota de sangre, volver a su favor una situación critica. En vez de los soldados mandados por Ikrimah, La Meca envía al  campo musulmán embajadores para tratar con él. Pero, sobre todo, para espiar y saber cuáles son las intenciones del profeta. Los coraichitas están desconcertados. y no dejarán de estarlo por la conducta de Mahoma. Hasta la muerte.

* * *

El primer hombre enviado por los coraichitas al campo musulmán, a fin de explorar las intenciones de Mahoma, es Julais-ben-Alkama. un beduino. Queda arrobado por lo que ve. Mahoma le manifiesta que viene a La Meca realmente por la peregrinación, y que aparte del umrah no tiene ninguna otra intención. Para probar la sinceridad de esas afirmaciones, Mahoma ordena que se le muestren al visitante los animales señalados para el sacrificio. Las bestias aguardan desde hace tiempo, atadas juntas y hambrientas.

«Esperamos desde hace tanto tiempo el permiso para entrar en La Meca, que las bestias hambrientas han comido sus propios pelos». El beduino comprueba que los pobres camellos se han devorado recíprocamente los pelos, a causa del hambre que padecen.

Queda conmovido hasta derramar lágrimas por el fervor religioso de los musulmanes. Regresa a La Meca y explica todos aquellos hechos a los coraichitas, afirmando que no está permitido en absoluto impedir el acceso a la ciudad santa a hombres tan piadosos. Los coraichitas permanecen escépticos. Acusan al embajador beduino de credulidad. y envían a otros represéntantes al campo musulmán. Pero también estos emisarios

regresan sorprendidos de lo que han visto. Desde el principio, Mahoma se ha rodeado de fieles que no hacen otra cosa que adivinar los deseos del profeta para realizarlos. Si el profeta quiere un vaso de agua, apenas tiene tiempo para cogerlo por su propia mano, porque diez personas se precipitan inmediatamente a servírselo. Los que no logran hacerlo, porque otros se les han adelantado, permanecen tristes. La veneración de los fieles para con Mahoma es tan grande, que todos se sentirian dichosos de dar por él sus vidas. Bastaría una señal del profeta para que todos los musulmanes corrieran a la muerte. Han jurado cumplir siempre ciegamente sus órdenes. El enviado coraichita cuenta cómo, cinco veces al día, alineados con una disciplina desconocida en el desierto, los musulmanes se prosternan vueltos hacia La Meca y hacen oración. Su fe es inmensa y total.

Los coraichitas comprueban tales noticias. Las comprueban aún. Y tienen que reconocer que lo dichp por sus embajadores es verdad; lo que no hace sino acrecentar su inquietud con respecto a Mahoma y al peligro que él representa para La Meca. Además, nadie puede saber cuáles son sus verdaderas intenciones; y eso es más angustioso que todo lo demás.

Mientras los dirigentes de La Meca buscan una solución, Mahoma saca del embarazo a sus compatriotas y enemigos, proponiéndoles un pacto, una alianza tan ventajosa para ellos que ni siquiera piensan rechazarla. La Meca envía una delegación, a fin de discutir con Mahoma. Éste promete abandonar la frontera de la ciudad y volverse a Medina inmediatamente después de la firma del pacto.

Los coraichitas, que son feroces enemigos del profeta, le deben esta vez todo su reconocimiento, puesto que los salva al alejarse y ofrecerles una solución que ellos mismos no se hubieran atrevido a proponer.

¿Cómo ha llegado Mahoma a proponer a sus enemigos un pacto desventajoso para él? La explicación es bien sencilla: Todas las grandes realizaciones humanas ofrecen un aparente aspecto de fracaso. Pero en el caso presente, ese fracaso no es más que una apariencia inmediata.

 

Tras las conversaciones preliminares, La Meca envía un representante con plenos poderes para firmar un acuerdo con Mahoma. Ese embajador se llama Suhail-ben-Amr. En árabe, suhala significa fácil. Al ver llegar a este hombre, Mahoma hace un juego de palabras: «He aquí una paz que se hace fácil: suhala».

Alí, el hijo adoptivo de Mahoma, cuenta cómo se llevó a cabo la firma del pacto: «Entonces, el profeta me llamó. Ordenó: Escribe: «En el nombre de Alah misericordioso».

Suhail, el representante de La Meca, interrumpiendo a Alí que escribe ya Mahoma que dicta, protesta que no está de acuerdo con el término: «No conozco eso (es decir, a Alah). Escribe más bien: "En tu nombre, Señor"».

Mahoma no opone objeción alguna. Ordena a Alí que escriba lo que le dicta el representante de La Meca. «Y lo escribí así», dice Alí.

Mahoma dicta: «Este es el acuerdo concluido entre Mahoma, el enviado de Dios, y Suhail-ben-Amr».

Inmediatamente interrumpe a Alí el embajador de La Meca. No está de acuerdo: «Mahoma, si afirmas que eres el enviado de Dios, no podré combatirte más. Escribe tu nombre y el nombre de tu padre, a la manera de los árabes».

Mahoma no se opone tampoco y dice a Alí: «Escríbelo así».

Alí se niega. Mahoma toma el cálamo y escribe personalmente. Alí observa: «y no tenía una bella escritura».

He aquí el texto del pacto:

«En tu nombre, Señor. Este es el tratado que Mahoma-ben-Abdallah ha concluido con Suhail-ben.Amr. Están de acuerdo en evitar la guerra durante diez años. Por este tiempo, las gentes deben estar seguras y nadie levantará sus manos contra otro.

Quienquiera que, de entre los coraichitas, venga a Mahoma sin el permiso de su protector o guardián, debe ser devuelto a su origen por Mahoma. Quienquiera que, de los que están con Mahoma, venga a los coraichitas, no debe ser reenviado. Se evitará el mal entre nosotros. No debe haber entre ambos campos ni saqueo ni expoliación. Quien quiera entrar en pacto y alianza con Mahoma, debe hacerlo; y quien quiera entrar en pacto y alianza con los coraichitas, debe hacerlo. . . Vosotros debéis retiraros este año y no entrar en La Meca contra nosotros. Cuando llegue el próximo año, iremos ante vosotros, y entraréis aquí con vuestros compañeros y permaneceréis tres días en la ciudad. Llevaréis las armas de los caballeros y las espadas en sus vainas. No entraréis nevando otra cosa».

Mahoma firma con el nombre de Mahoma-ben-Abdallah.

Por lo tanto, debe retirarse de allí y no entrar en La Meca por aquel año. Pero lo hará al siguiente, por tres días, en los que los habitantes de La Meca abandonarán la ciudad. Lo que resulta más doloroso para Mahoma es la obligación de devolver a La Meca a todos los musulmanes que se refugien en Medina. La Meca, en cambio, no tiene obligación de remitir a Medina a los fugitivos que salgan de esta ciudad. Mas para Mahoma, lo principal es el acuerdo de no agresión, válido por diez años. Durante ese lapso de tiempo, puede firmar alianzas con quien guste y combatir a quien quiera. La Meca no intervendrá en eso.

* * *

El acuerdo firmado por Mahoma con el representante de La Meca provoca una viva indignación en el campo musulmán. A causa del juramento prestado unos días antes, los fieles no pueden rebelarse contra el profeta. Pero todo el mundo le es hostil.

Todos los fieles se sienten exasperados y humillados. Han llegado hasta las puertas de La Meca y, sin ser vencidos, tienen que tomar la vergonzosa decisión de volverse atrás. Es una ofensa que el orgullo árabe apenas puede soportar. Aquí puede verse cuán grande es la previsión de Mahoma, que antes de someter a los fieles a esta humillación, les ha pedido que juren individualmente y de manera solemne que ejecutarán la voluntad del profeta, aunque no estén de acuerdo. Y que lo harán ciegamente. Sólo gracias a ese juramento puede mantenerse la calma. Omar, el hombre cuya vida es recta como el filo de una espada, expresa su cólera en voz alta, ante el profeta. Mahoma

apacigua a quienes pueden ser apaciguados y deja que le injurien aquellos a quienes les es imposible dominarse. Se rasura la cabeza y hace los sacrificios tradicionales. Algunos de los fieles le siguen, aunque de mala gana. Otros se niegan. Porque los sacrificios deberían llevarse a cabo en La Meca. No en las cercanías de la ciudad. Mahoma realiza su peregrinación allí mismo, en Hudaibiya. Como si estuviera en La Meca. Aparentemente, la disciplina queda a salvo. Mas, a pesar del juramento, está a punto de convertirse en rebelión abierta y general contra Mahoma, cuando el hijo de Suahil, representante de La Meca y signatario del pacto, acude a pedir auxilio al campo musulmán.

Hace mucho tiempo que su padre, gran enemigo del Islam, lo tiene encerrado. Ahora, Abu-Djandal se ha evadido y viene a pedir protección a sus hermanos en la fe. De acuerdo con el tratado recientemente firmado, Mahoma no tiene derecho a acogerlo. Por él contrario, está obligado a entregarlo a los coraichitas. y especialmente a su padre.

Los musulmanes insisten para que Abu-Djandal no sea entregado. Mahoma se niega a prestarles oídos. Hace llamar a Sihail y le devuelve a su hijo. Éste es torturado. Tal vez condenado a muerte. Morirá por haber cometido el crimen de hacerse musulmán. ¡Mártir musulmán, entregado por el profeta mismo del Islam!

Los musulmanes están en el colmo de la indignación. Pero Mahoma no se deja doblegar. Y en el mismo momento en que los espíritus hervían de revuelta, declara que el tratado de Hudaibiya, recién firmado, es una brillante victoria. Mahoma explica a los fieles, sin. dar importancia a la rebelión, que no es necesario que la peregrinación llegue hasta La Meca; puede considerarse cumplida si el peregrino encuentra impedido el camino a la ciudad. Por lo tanto, han cumplido la peregrinación, en el mismo sitio en que fueron detenidos; y ahora vuelven a sus casas tras haber cumplido plenamente su deber.

En cuanto a la devolución de Abu-Djandal, su hermano en la fe, Mahoma dice a los musulmanes que no deben escandalizarse. Es la aplicación de una de las cláusulas del tratado. Negar la protección a un musulmán, no es una desgracia. «Si uno de los nuestros se refugiara en La Meca, no sería más que un tata; y nosotros no necesitamos de traidores. Por eso no lo reclamaríamos: ¿Qué íbamos a hacer de un traidor? Por eso, la cláusula de la extradición y la devolución de los fugitivos es unilateral. Si uno de La Meca viene a nosotros y lo entregamos a los paganos, será perseguido por ellos. Tal vez muera como mártir. Y así le esperarán ante el Señor los máximos honores.»

De esta manera explica Mahoma aquel tratado que es, según el Corán, uma brillante victoria.

En cuanto al pacto de no agresión durante diez años, ayudará al Islam a liquidar a todos los enemigos de los alrededores de Medina sin que La Meca pueda intervenir en su ayuda.

Mahoma no ha firmado como «enviado de Dios», sino solamente como «Mahoma-ben-Abdallah», cosa que le reprochan los musulmanes. Pero el profeta no ve en ello nada malo. En ninguna parte ha afirmado que no sea el enviado de Dios. No ha renegado. La realidad sigue en pie. La omisión de su calidad de «enviado de Dios» corresponde a una demanda pueril de los paganos. Y hubiera sido pueril el no satisfacer una exigencia

pueril. Además, nada costaba a los musulmanes. Los fieles escuchan atentamente al profeta. Pero sin entusiasmo. El hecho de no haber entrado en La Meca y haberse visto obligados a volverse atrás, es una humillación demasiado grande. Los más apenados son los más puros de los musulmanes. Omar, sobre todo.

Grita a Mahoma: «¿No estamos en el camino verdadero y los paganos en el falso? Si es así, ¿por qué la verdad debe ser humillada?».

Pero el resultado del tratado será fulgurante. Visible desde el regreso a Medina.

Los beduinos; que tienen un miedo supersticioso a la fuerza económica, militar y religiosa de La Meca, vacilaban en tomar las armas contra ella. Habiendo firmado Mahoma un pacto con La Meca, los beduinos se mostraban más inclinados a seguirle.

Los primeros en abrazar el Islam son los de la tribu de Juzah.

Seguirán otros. Entre los beduinos y el Islam ya no existe el obstáculo de La Meca, la ciudad del santuario. Hasta Omar tendrá que reconocer, poco después de la firma del tratado de Hudaibiya, que se ha engañado y que el profeta tenía razón. Ese tratado es ciertamente una «brillante victoria» para el Islam. y el porvenir no hará más que confirmar incesantemente esta verdad. La Meca ha reconocido ya al Islam. Al año siguiente, el 629, los musulmanes acudirán a la Kaaba como verdadero «pueblo»; como un ummah. Han sido reconocidos oficialmente.

LXX

LOS COMBATIENTES SOLITARIOS DEL ISLAM

Entre tanto, la cansada caravana musulmana regresa de Hudaibiya a Medina. Los fieles no han entrado en La Meca. Han firmado un tratado humillante con los paganos. Es un compromiso ofensivo. Los beduinos desprecian los compromisos. «Nosotros no conocemos más que un camino: es recto, como el filo de nuestras espadas», dice el poeta. El incidente de Abu-Djandal entregado a los paganos para ser aprisionado y torturado por ser musulmán, ha hecho una impresión desastrosa. Mahoma no ha defendido a Abu-Djandal. El profeta ha entregado a un fiel a sus enemigos.

Conceder protección a los perseguidos es una de las primeras leyes que se impone el hombre que vive en el desierto.

En el presente caso, no se trata solamente de una violación flagrante de esa ley; es, además, un hecho imperdonable, porque es el mismo Mahoma quien ha negado protección a un hombre perseguido a causa de su fe. Tarafa, el más grande poeta de la Arábia pre-islámica, escribe:

«El día de ¡ni muerte, mis amigos me verán sonriente, porque he conocido las tres únicas alegrías que hacen encantadora la vida: he socorrido a los humanos en peligro; he bebido vino y he abreviado la duración de los días lluviosos, acariciando a bellas mujeres».

Una de esas tres alegrías que constituyen el encanto de la vida, la protección de los perseguidos, ha sido pisoteada por el profeta. Mientras avanzan entristecidos hacia el Norte, los musulmanes deben asistir a una escena aún más terrible. Otro musulmán evadido de La Meca alcanza la columna de los fieles e implora la protección del profeta contra los paganos. El fugitivo se llama Abu-Busair. Mahoma le escucha sin decir

palabra. Después, medita. Aquello podía ser una trampa preparada por los coraichitas que inmediatamente le acusarían de haber violado el tratado de Hubaidiya. ¡Pero no: no se trata de una trampa! Abu-Busair es realmente un musulmán perseguido a causa de su fe. Inmediatamente después del fugitivo llegan dos coraichitas. Piden que les sea entregado Abu-Busair. De acuerdo con la convención recientemente estipulada, y por la que Mahoma se ha comprometido a entregar a cuantos busquen refugio junto a él. Mahoma no vacila un segundo. Entrega a los soldados paganos al musulmán que ha implorado su protección.

Abu-Busair es atado y maltratado ante sus propios hermanos de fe. Después lo colocan sobre los lomos de un camello, tendido como en cruz, y así se lo llevan a La Meca. Esta vez, Omar y los demás mantienen una actitud violenta ante Mahoma.

Éste se muestra inquebrantable. Quiere respetar el pacto firmado con La Meca. Para quedar en buena situación con la ciudad santa, está dispuesto a pagar cualquier precio.

Pero Abu-Busair es un verdadero combatiente. Que haya sido entregado a los paganos por el mismo enviado de Dios, no le desmoraliza. Se afirma en su fe. De camino hacia La Meca, logra soltar la cuerda que lo mantiene crucificado a lomos del camello. Desciende y mata a uno de sus guardianes. El otro se salva huyendo rápidamente.

Por segunda vez, Abu-Busair se presenta en el campo musulmán y pide protección. Esta vez, no solamente tiene que rendir cuentas a los coraichitas por su fe islámica, sino también por el asesinato de un soldado. Mahoma ordena que el fugitivo sea apresado. Y espera la llegada de soldados coraichitas, a los que entregará por segunda vez a Abu-Busair. Entre tanto, llega al campo musulmán el guardián que se había salvado en la huida.

Mahoma le ofrece el prisionero y le dice que lo conduzca a La Meca, como le han ordenado los coraichitas. Pero el guardián no se atreve a partir solo con Abu-Busair. Y se queda en la caravana musulmana, a la espera de que otros camaradas acudan a ayudarle a llevarse al prisionero.

Pero Abu-Busair logra deshacer sus amarras una vez más y escapa de las manos de sus perseguidores. Antes, anuncia que regresará a la ummah, donde está su sitio, cuando Mahoma esté dispuesto a recibirle. Hasta que llegue ese día, seguirá combatiendo por la victoria del Islam.

Después se pierde en el desierto. Solo. Tal y como lo cuenta el poeta Chanfara:

«Hermanos míos, no me sigáis. Quiero compañeros nuevos. La luna deslízase en el cielo. Es la hora. Adiós. Me retiro a una soledad en que la amargura y el odio no me hieran más. Sabré caminar en la noche y en la soledad.

»Allí, mis únicos amigos serán las fuertes panteras, el lobo infatigable y la hiena de erizadas crines».

Mahoma, informado de la evasión de Abu-Busair, exclama con admiración:

- ¡Qué audaz! ¡Si al menos tuviera algunos compañeros!

Los compañeros no tardarán en surgir. En adelante, los musulmanes perseguidos no se refugiarán en Medina, donde Mahoma los entregaría a sus perseguidores, de acuerdo con las cláusulas del tratado, los perseguidos se refugian en Dhul Marwah, donde acaba de crearse, en torno a Abu-Busair, una comunidad de musulmanes independientes, una ummah, paralela a la de Medina. Esos musulmanes solitarios atacan a las caravanas

coraichitas que interceptan. No están atados por los pactos de Hudaibiya, que prohiben atentar a los intereses de La Meca.

Y en poco tiempo son tan numerosos, y sus ataques contra las caravanas tan frecuentes, que La Meca pide a Mahoma que en adelante conserve a los fugitivos que acudan a él; ya no está obligado a entregarlos a La Meca.

De manera que la restitución de los prisioneros, aquella primera y dolorosa obligación resultante del pacto de Hudaibiya, queda anulada pocos meses después de la firma del tratado.

Los musulmanes dejan de sentir remordimientos de conciencia. Los otros párrafos humillantes de la convención caerán también, uno tras otro. Sólo quedarán los artículos favorables al Islam. Mahoma lo ha dicho y el Corán lo confirma.

El Paraíso pertenece a quienes poseen paciencia. Y sólo quienes tienen paciencia se salvarán.

Los musulmanes se dan cuenta de que Mahoma ha tenido razón al firmar el tratado de Hudaibiya. Siéntense culpables de injusticia y de falta de fe con respecto al profeta. El ummah sale de la prueba más sólidamente cimentado. Pero la prueba ha sido dura. Y todo hubiera podido fracasar.

LXXI

UN MATRIMONIO «IN ABSENTIA»

Desde su regreso a Medina, Mahorna no tiene más que una idea: establecer la amistad con La Meca. El Corán dice: Puede ser que Dios est.ablezca la amistad entre vosotros y vuestros enemigos.

Durante ese tiempo, La Meca ha sido presa del hambre. Causa de ello, la sequía. Además, el jefe de la importante tribu de Yamamah-si-Nadjd, que era el granero de La Meca, ha abrazado el Islam. Se llama Thumamah-ibn-Uthal. Ha suprimido la entrega de cereales a La Meca. Y como podía esperarse, la población hambrienta de La Meca envía una petición a Mahoma y le ruega que intervenga ante su amigo Thumamah para que éste reanude las entregas de grano en esa época de hambre. Mahoma satisface inmediatamente la petición de los de La Meca. Más aún: envía 500 piezas de oro, para que sean distribuidas entre los pobres de la ciudad santa.

Abu-Suffian exclama: «¡Mahoma quiere seducir a la población de La Meca y corromper a nuestra juventud!».

Entonces, Mahoma envía desde Medina una gran cantidad de dátiles, personalmente a Abu-Suffian, y le pide a cambio pieles curtidas. En aquel tiempo de penuria, todo el mundo busca los dátiles y nadie adquiere pieles. Abu-Suffian quiere negarse pero no puede hacerlo. Acepta los dátiles y se desembaraza de las pieles que nadie le compra. Cosa que le obliga a no volver a atacar a Mahoma en público. Porque la opinión pública, en La Meca, comienza a considerar a Mahoma como un aliado y un bienhechor ocasional: no ya solamente como un mortal enemigo.

Sin embargo, está lejos de extinguirse la enemistad de los coraichitas. Y Mahoma desea aniquilar ese odio. Para ello está dispuesto a hacer cualquier cosa. Sabe que cuanto hace es en servicio de Dios. Los detalles que el profeta debe considerar para llevar a cabo esa reconciliación con La Meca, pueden parecer a veces ridículos. Mas un creyente no teme el ridículo. Quien lo teme no es un profeta. Ni siquiera ama a Dios. Ya lo dice el talmudista: «Dios reclama un amor total».

El profeta nos pide «amar al Señor con todo nuestro corazón, con toda nuestra alrna y todas nuestras fuerzas...». Exige un amor total, que no niega ni la fortuna, ni el cuerpo, ni el honor. . .

Hay hombres para quienes el cuerpo es más precioso que el alma; otros, para quienes el dinero vale más que el cuerpo.

Y por eso se ha dicho: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda su al.ma y con todas tus fuerzas».

«Con todo tu corazón: es decir, con tus buenos y malos instintos. Con toda tu alma, aunque deqa arrebatártela. Con todas tus fuerzas, es decir, dándole todos tus bienes».

Para quien posee semejante fe, a la que sacrifica el cuerpo, el honor, los bienes, no existen obstáculos. Ni el absurdo. Ni el ridículo. No existe más que la certeza de la victoria. Mahoma espera ligar una amistad con La Meca y convertir al Islam a la ciudad santa. Ni siquiera duda un instante del éxito. Se ocupa ya de los detalles que pueden favorecer su designio.

En esa época, Mahoma recibe la noticia de que la hija de Abu-Suffian, Umm Habibah, ha quedado viuda.

Umm ha sido la esposa del célebre hanif Ubaidallah-ibn-Djach. Había emigrado con él a Abisina durante las primeras persecuciones contra los musulmanes de La Meca. Después, Ubaidallah abandonó el Islam y se hizo cristiano en Abisinia. Ahora ha muerto. Mahoma pide la mano de UmmHabibah. Tomándola por esposa, se convierte en yerno de Abu-Suffian, que es su principal enemigo y el comandante de las tropas de La Meca.

Además, Umm Habibah forma parte de la poderosa familia Umaiyah. De esa manera, mediante el matrimonio, Mahoma se convierte en pariente de los Umaiyah, de Hint y de sus enemigos mortales. Es una manera como otra cualquiera de atraerse a sus enemigos y engatusarlos un poco.

Como Umm Habibah se encuentra en Abisinia, y como es cosa segura que Abu-Suffian y toda su familia se opondrán al proyecto de Mahoma, el profeta envía un embajador a Abisinia para pedir a Umm en matrimonio y llevarla urgentemente a Medina.

Pero en el camino de regreso, podria ser raptada por su familia antes de convertirse en esposa d.e Mahoma. Y para prevenir esos riesgos, Mahorna envía al Negus una carta en la que le ruega que le case sin demora in absentia con la hija de Abu-Suffian, que reside en su país.

El Negus celebra el matrimonio en Abisinia; después de la ceremonia, Umm Habibah-bint-Abu-Suffian viaja a Medina.

Será un elemento esencial para la conversión de La Meca, es decir, de los padres y la familia de la joven.

A partir de esa fecha, cada vez que Abu-Suffian hable de Mahoma, deberá recordar que es su yerno. Uno de su familia. Una rama de su árbol familiar, el único árbol que germina en el desierto infinito de arena.

LXXII

JAIBAR: LA CAÍDA DE UN CASTILLO

Mayo del año 628. Mahoma decide aprovecharse del tratado de Hudaibiya, que obliga a La Meca a observar neutralidad.

Avanza hacia el Norte, a fin de abrir un camino a las caravanas y romper el bloqueo económico de Medina, bloqueo cuyos autores son la ciudad de Jaibar y sus aliados.

Jaibar se encuentra a 150 kilómetros en línea recta, al norte de Medina, en el oasis Wadil-Qura, Jaibar significa, en hebreo, «castillo». El oasis es excepcionalmente fértil. Los manantiales se tranforman en él en corrientes de agua y hacen posible el regadío. La ciudad de Jaibar posee ocho fortalezas. Puede equipar, en caso de guerra a 20.000 soldados. Por todas partes, el oasis está rodeado por un desierto volcánico, por una tierra de desolación. En sus comienzos, la ciudad era árabe. Hacia el año 530 después de Jesucristo, Jaibar había sido aliada de Dhu-Nuwas, «el señor de los bucles»; y desde entonces no había un solo árabe en la ciudad. Todos habían desaparecido. La población está compuesta únicamepte de judíos. Los habitantes de Jaibar son muy ricos. La ciudad es un buen centro comercial. Presta dinero y joyás a toda Arabia.

Debido a la humedad habitual en la comarca de Jaibar, todos sus habitantes padecen la malaria. Los árabes se han maravillado siempre de que los judíos pudieran vivir en tales lugares.

A lo que los judíos responden que, para no caer enfermo, hay que ponerse a cuatro patas e imitar el rebuzno del asno, antes de entrar en la ciudad. Los beduinos, ingenuos por naturaleza, han tomado esa broma muy en serio. y al entrar en la ciudad, se ponen a cuatro patas y rebuznan como verdaderos burros. Llaman a esa operación tachir o “azuzar”.

Para su uso personal, los judíos aplican otra fórmula, que les permite resistir al clima aplastante y a la enfermedad: hay que beber vino, comer ajos, vivir en los barrios altos, evitar cualquier estancia en los valles y salir de Jaibar entre «la puesta de las Pléyades y su salida»:

Cuando los habitantes de Jaibar saben que Mahoma ha firmado un pacto de no agresión con La Meca, comprenden que el profeta actúa así para atacar a Jaibar... Porque el tratado entre La Meca y Jaibar estipula que «si Mahoma se dirige hacia una de las dos ciudades, la otra debe atacar a Medina».

Ahora Mahoma se dirige con su ejército hacia Jaibar, sin f, temor de que La Meca ataque a Medina en su ausencia. En el camino. Mahoma trata de atraerse a su bando a la tribu Ghatafan. Los de la tribu ghatafan se niegan a ello. Aliados de Jaibar han sido pagados en dátiles y reciben la totalidad de la cosecha. Mahoma prosigue su avance. Su ejército se compone de 1.500 combatientes. Además de los 20.000 soldados que puede oponer a Mahoma, Jaibar posee un armamento perfeccionado para aquella época: las catapultas. Las fortalezas de Jaibar están construidas en piedra y se las considera inconquistables.

La disciplina del ejército musulmán y la voluntad de vencer producen gran impresión en los de ghatafan. Aunque siguen negándose a denunciar su alianza con Jaibar y aliarse con el Islam, deciden mantener su neutralidad durante el combate.

Llegados ante la ciudad, los musulmanes comienzan inmediatamente su asedio. Pero Mahoma cae enfermo. Está dominado por la malaria. Lucha contra la fiebre, pero ésta es más fuerte. Cede el mando del ejército a Abu-Bakr. Éste, a su vez, cae enfermo y abandona el combate. Así el mando viene a las manos de Omar que, también enfermo, lo entrega a Alí. Éste; con los ojos enrojecidos e hinchados por la fiebre, acepta todos los combates singulares propuestos por los de Jaibar. Alí es un barazzor. Tras un combate de esta suerte, del que sale vencedor, Alí (a pesar de que apenas puede tenerse en pie) lanza el ataque final. Es el décimo día de batalla. Cae la última de las fortalezas. Jaibar queda vencida y conquistada.

 

Refiriéndose al botín, el cronista escribe: «Durante la campaña de Jaibat, cuando el profeta ocupó las plantaciones de dátiles y los campos y asedió los castillos, los habitantes del país pidieron la paz, a condición de que el oro, la plata y las armas irían a manos de Ma.homa, mientras que los de Jaibar se quedarían con todo aquello que pudieran cargar sus mulos y camellos, supuesto que no ocultaran nada. Si lo ocultaban, perderían la protección y toda garantía».

Aicha, mujer de Mahoma, declara que después de la campaña de Jaibar comió, probablemente por primera vez en su vida, dátiles hasta saciarse. «Ahora estamos hartos de dátiles». El mismo hadith afirma que los musulmanes no han cogido como botín ni oro ni dinero, sino sobre todo dátiles, corderos y muebles.

Mahoma envía a los pobres de La Meca una parte del botín. En Jaibar, la mayoría de sus habitantes se quedan en el lugar, dedicados a sus campos. El régimen de ocupación no es precisamente blando. Pero Mahoma introduce en él algunas modificaciones, que parecen clementes, si se tiene en cuenta las costumbres de la época. En primer lugar, el profeta prohibe el mutah, matrimonio temporal, que acostumbran a realizar los soldados ocupantes con las mujeres de los vencidos. La entrada de los soldados en los huertos y en las plantaciones estaba prohibida. Porque un soldado, cuando es ocupante, no entra en los huertos más que para robar o, como púdicamente se dice, para requisar.

Para mejorar las relaciones entre los musulmanes y los vencidos, Mahoma toma por esposa a una judía de Jaibar, llamada Safiyah. Si un soldado musulmán es asesinado por la espalda, se exigen cuentas a la población, que debe pagar el precio de sangre. Los civiles juran que no han matado a nadie. Y el caso acaba ante Mahoma. Y siempre el profeta cree a los de Jaibar, bajo su palabra de honor y paga de sus bienes personales el precio de sangre por el soldado asesinado.

Tras la caída de las fortalezas de Jaibar, Mahoma conquista todo el oasis de Wadil-Qura, más las localidades de Fadak y Taima. Mientras los musulmanes estaban empeñados en la campaña de Jaibar, Djafar, hijo de Abu-Talib y hermano de leche de Mahoma, vuelve de Abisinia al mismo tiempo que Amr-ben-Omaiya. Son los dos últimos musulmanes que regresan del país abisinio, donde otrora buscaron refugio.

Una vez ocupada Jaibar, Mahoma devuelve a los judíos las sinagogas, los libros y los objetos del culto. No insiste en convertirlos.

Antes de salir de Jaibar, una judía llamada Zainah-bint-al-Harit. ofrece al profeta una costilla de cabrito, su plato preferido, pero envenenada. Mahoma prueba un bocado y lo escupe inmediatamente. Un compañero del profeta, Bich-ben-Bara, come y muere. Zainah, la envenenadora, es arrestada. Se defiende como no culpable. Dice: “Es verdad que he dado al profeta on manjar envenenado. Pero si es profeta, debe saber que la comida está envenenada y no comerla. Así pues, no hay envenenamiento. De haber comido y muerto, sería señal de que no es proreta, sino un impostor. Por lo tanto, no soy culpable. Quien da muerte a un impostor no es culpable. Mahoma ha comido, pero escupido en seguida su bocado. Es, por lo tanto, un profeta”.

Antes de morir, Mahoma declarará que muere por las consecuencias del veneno que le diera Zainah en Jaibar. De esta manera, tiene derecho al título de “muerto mártir”, envenenado por el enemigo durante una campaña. Pero Mahoma morirá muchos años después del envenenamiento.

LXXIII

AÑO 629:. LA PRIMERA PEREGRINACIÓN MUSULMANA A LA MECA

En el año 628, los coraichitas han prohibido a Mahoma realiZar el umrah, la peregrinación a la Kaaba. Por el tratado de Hudaibiya, Ma:homa ha adquirido el derecho de realizar esa peregrinación un año más tarde y durante tres días. En el año

629, durante el mes de la tregua, Mahoma, al frente de una columna de 2.000 musulmanes, hace su entrada en La Meca.

Son los peregrinos. Todos los habitantes de La Meca han abandonado la ciudad. Han dejado sus casas vacías, retirándose después al monte Qainuqa, que domina el santuario. Los coraichitas miran, espantados, los disciplinados grupos de peregrinos musulmanes que desfilan por las calles. El muecín negro Bilal que, en los primeros tiempos del Islam, había sido crucificado desnudo sobre la arena por Abu-Jahl, se halla ahora en una terraza que domina la ciudad y llama a los fieles a la oración.

Mahoma y los fieles, de regreso en su ciudad después de siete años de exilio, dan la vuelta a la Kaaha. el tawaf . Todos están conmovidos y sus ojos se llenan de lágrimas.

Los de La Meca, reunidos en la colina de Qainuqa, se estremecen al oír a Bilal que llama a la oración en nombre de Alah.

Esperan que los ídolos de la Kaaba provoquen una catástrofe y que hagan desplomarse el cielo sobre la cabeza de los musulmanes. Por primera vez, el nombre de Alah resuena en toda La Meca.

Inmediatamente después de la celebración del rito, Mahoma quiere estrechar sus relaciones con el enemigo, al que desea convertir en su amigo. Toma por esposa a Maimunah-bint-al-Harith, cuñada de Abbas. Maimunah representa un gran paso diplomático en la conquista pacífica de La Meca. Tiene ocho hermanas que están, todas ellas, casadas en La Meca con personalidades de primer plano. Quien es pariente de Maimunah se hace pariente de La Meca. El cronista habla así de Hint, madre de Maimunah: «No se conoce a ninguna otra mujer árabe que tenga tan noble aspecto como Hint».

Al casarse con Maimunah, Mahoma quiere sobre todo hacerse aliado de Jalid-ibn-al-Walid, el más competente de los guerreros árabes: aquel que, con su caballería, venciera al profeta en Ohod.

Jalid es sobrino de Maimunah, que lo ha educado como si fuera su propio hijo. Tras este matrimonio, se convierte, en cierta medida, en hijo de Mahoma.

El segundo motivo que ha inducido a Mahoma a empeñarse en este matrimonio es el deseo de crear una ocasión de invitar a un banquete a todos los coraichitas. Así, unas bodas son el pretexto de una invitación.

Tres días más tarde, mientras el profeta se afana en los preparativos del banquete, al que será invitada toda La Meca, se presenta ante él una delegación de los ciudadanos refugiados en el monte Qainuqa y le pide que abandone la ciudad sin demora, según lo convenido. No puede permanecer en La Meca ni una hora más, después de los tres días concedidos por el tratado de Hudaibiya. La delegación coraichita que conmina al profeta a salir de La Meca está. presidida por Juwaitab-ben-Abd-al-Ozza.

Mahoma fracasa, pues. en su plan, cuyo objeto era reunir en torno a si a todos los coraichitas en un banquete nupcial. Se somete y sa1e de la ciudad. Ahora que el profeta y sus fieles caminan hacia Medina, son los coraichitas quienes corren tras él. El primero que se encuentra con los musulmanes y pide ser admitido en el Islam es Jalid, el gran general, sobrino de Maimunah: aquel a quien Mahoma llamará después “Jalid Saif Allah”. Jalid, la espada de Alah.

En tanto que Jalid corría tras la columna musulmana para convertirse al Islam, se encuentra con otro personaje importante, Amr-ibn-al.As, que viene de Abisinia y trata igualmente de alcanzar a la caravana de Mahoma por idéntico motivo que Jalid.

También él quiere hacerse musulmán.

Jalid y Amr no son más que la vanguardia de todos aquellos hombres de La Meca que desean unirse a Mahoma. El otro gran personaje. el ciudadano importante de La Meca que llega a Medina y trata de encontrarse con Mahoma, no es otro que el mismísimo Abu-Suffian.

El problema que guía a Abu-Suffian hasta el profeta es éste: de acuerdo con el tratado de Hudaibiya, Mahoma y La Meca tienen entera libertad de aliarse con quien quieran o de hacerle la guerra: en todo caso, uno y otro deben guardar estricta neutralidad en los conflictos que a cada uno surgieran. La tribu Juzaíta, aliada de Mahoma, ha sido atacada por la tribu bakrita, aliada de La Meca. Parece ser que La Meca ha procurado a los bakritas armas y soldados. Sobre ello hay pruebas decisivas que conducirían automáticamente a la ruptura del tratado de Hudaibiya. La Meca se atemoriza. Tras la conquista de Jaibar, los musulmanes dominan la mayor parte de la Ambia del Norte. La Meca está interesada en evitar un conflicto con Mahoma. y Abu-Suffian viene a Medina para atlanar el problema. Dirígese a la casa de Mahoma, puesto que éste es ahora yerno de Abu-Suffian, desde el matrimonio in absentia realizado por el Negus. Umm Habidah recibe a su padre con hostilidad. Cuando Abu-Suffian entra en la habitación de su hija, ésta le da un empujón y recoge la alfombra que hay tendida por tierra. Abu-Suffian pide una explicación de aquel gesto tan singular. A lo que dice su hija: Esta alfombra es aquella sobre la que se acuesta el profeta y sería un sacrilegio permitir que fuera hollada por un paganao. El pagano, en esta ocasión, es su padre. Abu-Suffian ruega a su hija que intervenga ante Mahoma para evitar un conflicto.

Umm Habibah responde que la única cosa posible es que el mismo Abu-Suffian se dirija a la mezquita para discutir personalmente con el profeta.

Abu-Suffian va a la mezquita. Mahoma le recibe. Abu-Suffían explica que La Meca no ha armado a los banu-Bakr, que se trata de un sencillo equívoco. Pero, si Mahoma cree que los coraichitas han actuado mal, La Meca está dispuesta a pagar reparaciones. Porque La Meca tiene gran empeño en evitar un conflicto con el Islam.

«Si en nada habéis cambiado, nada tenéis que temer», replica Mahoma, dando a entender con eso que si La Meca no ha cometido falta alguna, no tiene por qué atemorizarse. Abu-Suffian regresa a La Meca lleno de inquietud. Los tiempos han cambiado. Ahora, La Meca depende de Mahoma. De sus decisiones. Porque el Islam se ba convertido en una fuerza superior a La Meca.

LXXIV

MUTAH: LAS NUEVE ESPADAS DE JALID

El Islam es ahora la fuerza más importante en el infinito de arena de Arabia. Mahoma envía cartas a los soberanos vecinos para invitarlos al Islam. Escribe al emperador de Persia, al de Bizancio, al Negus, al rey de Egipto y a otros. Entre aquellos a quienes Mahoma escribe en calidad de profeta de Alah y vecino, se halla el soberano del imperio Ghassánida. Se llama Al-Harith-ibn-Abi Chamir; es un vasallo de Bizancio. El embajador que lleva la carta de Mahoma se llama Al-Harith-ibn-Umair. En cuanto entra en territorio ghassánida, es asesinado por un gobernador llamado Churahbil-ibn-Amr. El crimen ocurre el año 628. Mahoma envía, en represalia, un ejército de 3.000 hombres. El rey ghassánida, Al-Harith, intenta sembrar cizaña en la pequeña corte de Medina, invitando al poeta musulmán Kab-ibn-Umair. El poeta rompe la carta de invitación. Al mismo tiempo los ghassánidas se disponen a resistir a los musulmanes. Piden ayuda a Bizancio, de la que son vasallos.

El imperio de Bizancio, que quiere combatir al de Persia, acaba de movilizar un ejército de 100.000 hombres. Y mientras espera la guerra contra Persia, Bizancio envía contra los 3.000 musulmanes su inmenso ejército de 100.000 soldados armados hasta los dientes.

Manda a los musulmanes Zaid-ibn-Haritah, hijo adoptivo de Mahoma. Cuando ven desplegarse a aquel ejército inmenso, quedan sin aliento. El ejército musulmán toca retirada, tras verse obligado a aceptar combate, cuando Zaid, el hijo del profeta, cae muerto. Entonces toma el mando Jalar, hijo de Abu-Talib, que había regresado poco antes de Abisinia. Librase nueva batalla en la región de Mutah. Jafar muere también.

El mando del ejército inusulmán pasa a las manos de un ansar o auxiliar, llamado Abdallah-ibn-Rawahah. Muerto a su vez, el destacamento musulmán sufre una verdadera matanza. Pero en las filas de los fieles se encuentra también Jalid, el vencedor de Mahoma en Ohod. Ahora lucha por la victoria del Islam.

Se hace cargo del mando de las tropas musulmanas. Con su propia espada, mata en el combate al jefe de las tropas enemigas, llamado Malik-ibn-Zafilah-al.Balawi, derrota al ejército adversario, se adueña de importante botín y se retira. La batalla de Mutah ha concluido. Cuando conoce el desastre, Mahoma envía socorros por mar.

Cuenta la tradición que, en el combate, el famoso Jalid ha roto nueve espadas antes de ganar la batalla final. La muerte de Jafar y Zaid afecta profundamente a Mahoma. El primero era su amigo de infancia y su hermano de leche. El segundo era el esclavo que él había liberado y adoptado, y uno de los cuatro primeros musulmanes del mundo.

En su viaje celeste, el miradj, Mahoma ha encontrado a una mujer admirable, de labios como rosas rojas; cuando pregunta quién es, le responden: la prometida de Zaid en el paraíso. Ahora, Zaid se encuentra con aquella beldad en el Paraíso de Alah.

El doble duelo y la batalla de Mutah no frenan ya la marha del Islam. Durante aquel año, todas las tribus del Hedjaz, esa larga franja de tierra de más de mil kilómetros, que bordea el mar Rojo, se convierten: quien domina el Hedjaz es dueño de toda la Arabia. Y el Islam es dueño del Hedjaz. Con excepción, aún, de La Meca. Pero la ciudad santa no tardará en caer.

LXXV

LA MARCHA SOBRE LA MECA

Mahoma prepara la marcha contra La Meca. Los coraichitas viven en la angustia. El conflicto entre la tribu banu-Bakr, aliada de La Meca y la tribu banu-Ktlzah, aliada del Islam, es motivo suficiente para revocar el tratado de Hudaibiya y romper las hostilidades. Para resolver ese conflicto, Abu-Suffian ha acudido a Medina para conversar con el profeta en la mezquita, confirmándole que La Meca está dispuesta a pagar todas las reparaciones que Mahoma quiera, con tal de que no haya guerra.

Mahoma responde de una manera sibilina. De modo que Abu-Suffian vuelve a La Meca lleno de aprensiones. En el camino, se encuentra con Budail, el jefe de la tribu juzah, que también regresa de Medina. A las preguntas de Abu-Suffian, el juzah niega haber estado en Medina y haber visto a Mahoma. Abu-Suffian, como buen beduino que es, va a examinar el estiércol de los camellos de la caravana de Budail. El estiércol contiene restos de dátiles de Medina; es innegable que el jefe del clan Budail ha estado en aquella ciudad.

El que mantenga su viaje en secreto significa sin duda alguna que prepara algo grave con ayuda de Mahoma. Y ese acontecimiento grave no puede ser otra cosa que el ataque a La Meca. Abu-Suffian reúne a los coraichitas y les dice que todo está perdido. Mahoma atacará a La Meca y Mahoma es demasiado fuerte para ser vencido. Entre tanto, Mahoma ordena cerrar la ciudad de Medina. No hay permiso de entrar ni salir, ni

de mantener contacto alguno con el exterior. La cosa está clara: algo muy importante se trama en la ciudad. Hasta los mejores amigos del profeta ignoran qué campaña se dispone a emprender ahora. Unos dicen que Mahoma se prepara a desencadenar una campaña contra Bizancio, para castigar la matanza de Mutah.

Otros aseguran que el ejército del profeta va a ir a la guerra contra la tribu Banu-Sulaim, que tanto ha ofendido a Medina. Y otros opinan que podría tratarse simplemente de un ataque contra La Meca. Pero nadie se atreve a imaginar verdaderamente que vaya a atacar a la ciudad santa.

Un habitante de Medina, Hatib-ibn-Abi-Baltaah, escribe a su familia de La Meca que Mahoma va a ir con su ejército para adueñarse de la ciudad. Esa carta no tiene otro objeto que advertir a la familia para que busque refugio. Mahoma intercepta el mensaje. Porque la vigilancia es perfecta. Pero Mahoma perdona al divulgador del secreto. Se tienen pruebas de que Hatib no hace eso más que para advertir a su familia. Las medidas de vigilancia se hacen más severas. Hasta Abu-Bakr, el más próximo y antiguo colaborador y amigo del profeta, ignora sus propósitos.

Abu-Bakr ruega a su hija Aicha, la esposa del profeta, que le explique algo acerca de las intenciones de éste y del objeto de sus preparativos. Pero Aicha no sabe más cosas que su padre.

Responde: «Lo ignoro. Tal vez el objetivo sean los banusulaim. Tal vez los hawazin».

Todas las tribus aliadas del Islam reciben de Mahoma la orden de estar dispuestas al ataque.

Al décimo día del mes de Ramadán del año 630 Mahoma sale de Medina al frente de un ejército perfectamente disciplinado, de diez mil hombres. En el camino, se unen a las tropas musulmanas las tribus beduinas Aslam, Ohafar, Muzaina, Sulaim, Djuhaina, Tamun, Qais, Asad y otras.

La disciplina religiosa es tan severa como la militar. Todo el ejército musulmán en marcha contra La Meca observa el ayuno de Ramadán. Llegado a Qudaid, Mahoma ordena la interrupción del ayuno: los fieles que viajan están dispensados por la ley.

 

Al-Abbas, tío del profeta, que está dotado de una facultad ultrasensible, de la que se sirven las gentes de bolsa y los usureos, siente q.ue La Meca está perdida. No espera ni la llegada de Mahoma ni la desvalorización de los bienes. Lo vende todo y, con su familia parte al encuentro del ejército del Islam. Cuando se encuentra ante Mahoma, en la localidad de Al-Djufa, Abbas se convierte al islamismo.

Llegado a la vista de La Meca, Mahoma ordena preparar el campamento para la noche, sobre una colina que domina la ciudad. Cada soldado encenderá una hoguera, para que los coraichitas puedan calcular la importancia del ejército que avanza contra ellos.

Durante aquella noche, Abu-Suffian abandona la ciudad y se refugia en el campo musulmán. Como Abbas, Abu-Suffian estima que ya no hay posibilidad de resistencia. Abbas, con la camella blanca del profeta, que hace las veces de salvoconducto en el campo musulmán, conduce a Abu-Suffian hasta la tienda de Mahoma. Allí permanecerá hasta que amanezca. La discusión entre los dos mortalse enemigos, ahora reconciliados, se refiere a las modalidades de ocupación de La Meca.

Al amanecer, el ejército del Islam comienza la ocupación de los barrios extramuros y de los pasos que llevan a la ciudad.

El ejército de La Meca no ha recibido orden alguna. Sus jefes han desaparecido. Después que ]os musulmanes han rodeado la ciudad y ocupado los pasos y arrabales. Abu-Suffian se deja ver e invita a sus compatriotas a someterse a Mahoma sin efusión de sangre. Toda resistencia, insiste, sería un error.

«¡Matad a ese odre de grasa!», grita Hint, la mujer de Abu-Suffian. Y empuja a la muchedumbre a linchar a su marido, que se ha puesto de acuerdo con el enemigo y que, en su calidad de comandante de La Meca, exhorta a los ciudadanos a capitular y no combatir más. Hint quiere matarle con sus propias manos; pero la muchedumbre se lo impide. La muchedumbre ya no puede ser excitada contra Mahoma. Todos saben que están sitiados por todas partes, y que lo mejor que pueden hacer es resignarse y aceptar al ocupante.

Entre tanto, hacen su aparición los heraldos del ejército musulmán. Gritan a la muchedumbre que no tenga miedo. Que todos conserven la calma y permanezcan en sus casas. Mahoma promete que no habrá violencia, ni contra los bienes, ni contra las personas.

«Quienquiera que. se encierre en su casa o busque refugio en la de Abu-Suffian, será salvo.»

Tras los heraldos, aparece el ejército musulmán. Llega en cuatro columnas. La primera, mandada por Alí, que lleva el estandarte del profeta. Az-Zubair manda la columna de la izquierdam que entra en La Meca por la puerta de Kuda. Jalid-al-Walid, «la espada de Alah», dirige la columna de la derecha, que entra en la ciudad por los barrios inferiores. Jalid atraviesa el territorio de su propio clan. Es atacado por un grupo de coraichitas dirigido por Ikrimah-ibn-Abul-Jahl. Esta será la única resistencia que encuentra el ejército del Islam en el instante de entrar en la ciudad santa. Sigue una breve algarada. Quince muertos: dos musulmanes y trece paganos. Jalid liquida aquel insignificante obstáculo y prosigue su marcha. La cuarta columna está mandadá por Sad-ben-Ubadah, y las cuatro se reúnen ante el santuario de la Kaaba.

Mahoma hace su aparición a lomos de su camella blanca. Da la vuelta ritual a la piedra sagrada. La madre de Uthman-ben-Talha, el guardián del santuario, se niega a entregarle las llaves y grita que aquello es una profanación. Mahoma, sin embargo, penetra en el santuario, en compañía de Uthman-ben-Talha, Alí, Usama-ben-Zaid y Bilal.

A la salida del santuario, Mahoma habla a la muchedumbre.

Anuncia que todos los privilegios del Djahiliya, de los tiempos pre-islámicos o «tiempos de ignorancia» quedan abolidos. Sólo se mantiene el privilegio del aprovechamiento de agua, que antaño había sido confiado a Abd-al-Muttalib, abuelo del profeta, y que ahora es ejercido por Abbas. También éste debe cumplir las funciones de sawiq, es decir, el cargo de aprovisionamiento o intendencia. También se mantiene la función de sadana, o guardia del santuario de la Kaaba. Uthman-ben-Talha seguirá ejerciendo esa función. Y todavía hoy la ejercen sus descendientes.

A continuación, Mahoma ordena la destrucción de los ídolos. Oficialmente, hay trescientos sesenta. Los coraichitas se tapan los ojos para no presenciar tan abominable sacrilegio. Están convencidos de que los ídolos no se dejarán romper. Pero los ídolos son de piedra. Los dioses no reaccionan. Y los musulmanes los rompen, uno tras otro. Mahoma ordena que sean borrados los frescos y destruidos los relieves del santuario, «salvo el que se halla en mis manos». Y en manos del profeta se halla una imagen de la Virgen María que lleva a Jesús. Se dice que ha perdonado esa imagen y una de Abraham. Según otras fuentes, ninguna se ha salvado, ni una sola.

La tradición atribuye a Mahoma las palabras siguientes, después de la destrucción de los ídolos: «El territorio sagrado no ha sido profanado por nadie antes de mí, ni lo será después de mí. Y por mí sólo lo ha ,sido un instante».

La Meca ha sido conquistada militarmente, anwatan. La población de una ciudad conquistada por las armas es automáticamente cautiva. Esclava. Los esclavos pueden ser muertos o vendidos. Pero Mahoma libera en bloque a todos los ciudadanos de La Meca. Por esto, llevarán el nombre de attalaqa o «esclavos liberados».

Tras haber proclamado la liberación y amnistía general, sin excepción alguna, Mahoma dice su oración, y después pregunta a la muchedumbre:

«¿Qué esperais de mí?»

Los coraichifas responden:

«Eres el noble hijo de un padre noble.»

Mahoma anuncia:

«Hoy no se os hará reproche alguno. Podéis iros. Sois libres.»

La muchedumbre se dispersa. Mahoma permanece en la Kaaba. No tiene domicilio en La Meca. La casa de Kadidja, la bella mansión de pisos, la ha heredado Aqil, el hermano de Alí. Y la ha vendido. Mahoma amaba esa casa. Sus compañeros le aconsejan que la recupere. Es el conquistador. Tiene derecho a hacerlo. Pero Mahoma se niega. Ha prometido no tocar ni a los bienes ni a las personas. Y respeta la palabra dada. Hubiérase considerado dichoso de haber podido dormir en su casa, después de los años de exilio; mas a pesar de ello, se instala en Al-Jaif.

Cuando Bilal, el muezzin negro, llama a los fieles a la oración, Attab-ben-Asid protesta, porque Bilal ha subido a la terraza del santuario. Mahoma no toma medida alguna contra Attab.

Éste queda asombrado por la clemencia del profeta. Se consideraba ya linchado. Muerto. Y nadie le hace daño, aunque haya insultado a Bilal, al profeta y al Islam.

Avergonzado, Attab se presenta a Mahoma unos días más tarde y pide ser recibido en el Islam. Mahoma acepta; y además, le confía el puesto de gobernador de la ciudad, cargo que ya ejercía antes de la llegada de los musulmanes.

Ikrimah, el hijo de Abu-Jahl, el más feroz enemigo de Mahoma, ha huido. La esposa de Ikrimah acude a implorar perdón para su marido. Mahoma se lo concede. Y puesto que Ikrimah, su enemigo más sanguinario, ha sido perdonado, es natural que todos los enemigos lo sean.

 

La persona que inmediatamente después obtiene el perdón es Hint, la esposa de Abu-Suffian. Es un instante penoso para el profeta. Hint ha mutilado el cuerpo de Hamzah y ha comido su hígado. Ha bailado, ornada con un collar hecho con orejas, narices y lenguas de musulmanes mutilados. Pero Mahoma concede el perdón incluso a Hint. Todos los enemigos han sido perdonados. De manera radical. Definitivamente. Sin una sola sombra de rencor. Entre ellos se encuentra también Safwan-ibn-Umaiyah, el hombre que tantas veces ha tratado de asesinar al profeta, ya por sí mismo, ya por medio de otros a sueldo. Safwan dice a Mahoma que ha conocido las medidas de amnistía, pero que nunca se convertirá al Islam. Mahoma le emplaza para dentro de cuatro meses. Unos días después de esa discusión, Safwan presta al ejército musulmán cien cotas de malla y cinco mil dirhams. Tras la batalla de Hunain, Mahoma recompensará a Safwan aquel préstamo otorgándole todos los rebaños capturados. Safwan se convierte. La generosidad del profeta le ha vencido. El tesoro del santuario de la Kaaba alcanza las setenta mil onzas de oro. Nada se toca.

En los primeros días que siguieron a la conquista de La Meca, dos mil coraichitas abrazan el Islam.

Después, la población de La Meca fue invitada a prestar juramento. Las gentes desfilaban y hacían su promesa, el baya, ante Omar. Los habitantes de La Meca juraban ser fieles a Alah y al profeta. Renunciar a los ído]os. No cometer ni violación ni adulterio; hacer el bien y evitar el mal en toda circunstancia.

Entre los que prestan juramento, se encuentra Hint. Ni uno solo de los enemigos morta]es del profeta falta. Y todos le juran fidelidad.

Fue en esa ocasión cuando se prohibió a los fieles el beber vino y comer carne de cerdo y de animales muertos. También se prohibía el dar dinero a los echadores de la buenaventura. Para consolar a las víctimas del campo enemigo y establecer un lazo de parentesco con los vencidos, Mahoma toma por esposa a Mulaika, la hija de Dawud-des-Laith muerto por los musulmanes en el combate. Durante esas solemnidades, los ansares interrogan con angustia a Mahoma:

«¿No tendrá la intención de abandonarlos ahora y quedarse el su ciudad natal, La Meca?»

Mahoma les contesta: «Alah me ha preservado de eso: viviré donde viváis vosotros y moriré donde muráis».

De esta manera, Mahoma es fiel al juramento que les ha hecho en el desfiladero de Aqaba. Y para confirmar esa garantía, el profeta recita la oración de los viajeros y regresa a Medina. Su estancia en La Meca ha durado quince días. En el momento de su partida, casi toda la población es ya musulmana.

LXXVI

LA PRIMERA VICTORIA DE LA MECA MUSULMANA

Mahoma ha conquistado La Meca casi sin hallar resistencia.

En menos de dos meses casi toda la población se ha hecho musulmana. E inmediatamente después, La Meca comienza ya a combatir, bajo las órdenes de Mahoma, por el Islam. La primera victoria lograda por La Meca musulmana será la de Hunain.

Al sur de La Meca, la ciudad de los coraichitas, vive una gran tribu llamada Hawazit. Su territorio se extiende desde las mismas puertas de La Meca hasta el Yemen, en la Arabia del Sur. Los hawazitas son los enemigos hereditarios de los coraichitas. Como suele ocurrir entre vecinos. Muchas veces han violado la «Tregua de Dios» y sostenido contra los coraichitas una serie de guerras de fijar, o guerras de profanación. Precisamente

en una de esas guerras contra los hawazitas, murió el padre de Kadidja. Mahoma, adolescente, participó también en ellas, al lado de su tío Abu-Talib.

Parte de los hawazitas lleva vida nómada entre el mar Rojo y el desierto, al oeste del Hedjaz. En cuanto al clan sedentario, los thaqif, habitan la ciudad de Taif. Mahoma tuvo una nodriza de la tribu hawazita de los banu-Sad. Esta tribu, igual que las otras hawazitas, los Banu-Bakr, Hilal y Sulaim son hostiles al Islam y a Mahoma. Ukaz, ciudad en la que se celebran famosas ferias y torneos de poesía, está situada en territorio hawazita.

También en Taif se encuentra la célebre estatua del ídolo Al-Lat. A Taif, ciudad alta, acudió Mahoma en demanda de protección cuando fue excluido de su clan; y allí fue lapidado, herido y expulsado de la ciudad en plena noche. Tres días después de la ocupación de La Meca, Mahoma envía destacamentos musulmanes para destruir los ídolos de las regiones vecinas. Jalid, «la espada de Alah», va a Najlah, a mitad de camino entre La Mcca y Taif, a fin de destruir la estatua de Al-Ozza. Es uno de los ídolos a los que se refieren los versículos satánicos del Corán. La destrucción de los ídolos, que corrobora el odio hereditario, es considerada por los hawazitas como una provocación de parte de los coraichitas. Decretan la movilización y salen en son de guerra contra La Meca. Para no caer en la tentación de abandonar el campo de batalla, los hawazitas llevaban consigo a sus mujeres, hijos, rebaños y todo lo que poseían. Preséntándose de esta manera en un campo de batalla, no pueden terminar una guerra más que perdiendo cuanto poseen, incluso su vida, o alcanzando la victoria. Ni siquiera se conceden la posibilidad de retirarse. Es un combate a vida o muerte.

Informados del avance de los hawazitas, los coraichitas cierran filas en torno a Mahoma. Han desaparecido todos los rastros de enemistad y rencor. Mahoma y La Meca tienen un enemigo común. Los enemigos de Mahoma, especialmente Safwan, ofrecen dinero y armas al ejército musulmán. Porque sólo Mahoma puede ayudar a los coraichitas a vencer a aquel enemigo que avanza ya hacia La Meca.

El 27 de enero del año 631, Mahoma sale de La Meca al frente de un ejército de 12.000 hombres. Al atardecer del día 30 de enero, acampa en la región montañosa de Wadi-Hunain.

El ejército enemigo, compuesto casi en su totalidad de nómadas, cuenta con 20.000 hombres. Es el más fuerte ejército de nómadas que se haya reunido en aquella época. El comandante de los hawazitas se llama Malik-ben-Auf. Al día siguiente, el ejército musulmán en formación de combate, avanza al encuentro del enemigo. Aún no ha amanecido. De repente, en el instante en que entran en un desfiladero, los musulmanes son atacados por todas partes, con toda clase de armas, por la muchedumbre nómada. Aquello es la derrota. La caballería musulmana se bate en retirada al galope. Eso desmoraliza al resto del ejército.

Los musulmanes, apenas despiertos en aquellas primeras horas de la madrugada, son cogidos de improviso y no consiguen conservar la sangre fría.

El Corán da de esta derrota del Islam una explicación diversa. Dice que los musulmanes estaban demasiado orgullosos de su éxito contra La Meca, de su número y de su armamento. Y Dios los castigó por todo ello:

Dios os ha socorrido en muchas ocasiones y en la jornada de Hunain, en la que os habíais complacido en vuestro gran número, que para nada sirve. Por vasta que sea, la tierra resultó entonces estrecha para vosotros; volvisteis las espaldas y os disteis a la fuga. Después, Dios hizo descender su protección sobre su enviado y sobre los fieles: envió ejércitos, invisibles para vosotros, y castigó a los incrédulos. Esa es la retribución de los infieles.

He aquí como ocurrieron los hechos: Mahoma, viendo al ejército musulmán en franca derrota, recurre a los únicos medios de que disponía, como hombre, profeta y comandante. Se encarama en una roca y grita a los fugitivos: «¡Yo soy el profeta, el verdadero. Soy el hijo de Abd-al-Muttalib! ¡A mí los ansares! ¡A mí los compañeros del árbol de Hudaibiya!»

Al llamamiento del profeta, los combatientes acuden gritando: ¡Abbaika! , «¡Aquí nos tienes!».

Los musulmanes se rehacen. Vuelven al combate. Están electrizados por las palabras del profeta. Algunos combatientes han comprendido que Dios ayuda a los musulmanes, porque piedras negras, como pequeños ladrillos, caen sobre los enemigos y los aplastan. Otros ven legiones de hormigas que caen del cielo como una lluvia e invaden el campo hawazita. y aquellos cuyas almas son más puras, pueden incluso ver a los ángeles, quince mil ángeles, que descienden del cielo y derrotan al ejército pagano.

La victoria es del Islam. Los musulmanes se dirigen hacia Autas. En esta localidad encuentran reunidos los rebaños y a las mujeres e hijos, con todos los bienes, del enemigo. Se adueñan de todo y lo conducen a Jaikranah, a quince kilómetros al norte de La Meca.

Mahoma ordena que le traigan urgentemente de La Meca vestidos y víveres para los cautivos; después, se dirige a Taif, para conquistar «la ciudad de las murallas». Porque Taif está bien rodeada de muros. Los musulmanes utilizan las catapultas. El ataque comienza por el barrio del sur, llamado Lyah, donde queda destruido el castillo de Ma1ik-ben-Auf, comandante del ejército hawazita. Además de las catapu1tas han usado una especie de «blindados», fabricados con pieles de camellos. El persa Salman, que ha ideado el jandaq, la trinchera para la defensa de Medina, inventa para la conquista de Taif un carro de asalto construido como una tortuga gigante.

A pesar de todas las armas nuevas, a pesar del entusiasmo de los asaltantes, Taif no cae. La población se ha fortificado y resiste. Mahoma usa entonces la seducción; promete la libertad a quienes se rindan; pero solamente ochenta personas se rinden y convierten.

Fracasado el recurso a la seducción, Mahoma emplea la amenaza. Hace saber a los taifitas asediados en su ciudad que, si se niegan a rendirse, hará destruir los sistemas de riego, cortar los datileros y arrasar las cosechas. Pero Taif no capitula. Mahoma cambia de táctica. Tras cuarenta días de asedio, anuncia que Taif no puede ser conquistada sino «como se captura al zorro», en su guarida, con paciencia.

Mahoma regresa a Jaikramah. Los seis mil prisioneros son distribuidos entre los combatientes para que sean sus esclavos.

Una mujer se presenta a Mahoma y le dice:

«Soy tu hermana de leche, Chima.»

Es una hawazita de la tribu Sad. Ha sido hecha prisionera y debe quedar reducida a esclavitud. Muestra una cicatriz: es un recuerdo de Mahoma, que se la hizo involuntariamente un día en que jugaban juntos, en su infancia, cuando ambos vivían con la nodriza Halima. Mahoma, encantado con aquel encuentro, propone a Chima permanecer calmada de honores en el campo musulmán. Chima se niega. Prefiere la libertad. Pero antes de volver al desierto, donde vive su clan nómada, pide a Mahoma que libere a su amante. Se trata de un nómada que ha quemado vivo a un musulmán. Mahoma ofrece a Chima su amante cautivo y ambos parten con su permiso.

La liberación de Chilla y de su amante, sin rescate, solamente porque ella es la hermana de leche del profeta, produce honda impresión en los beduinos. Una delegación de hawazitas nómadas llega ante Mahoma, y con el soberbio candor de los hombres primitivos, le pide que libere a todos los prisioneros hawazitas, puesto que son todos parientes de leche» del profeta. Mahoma se enfada: les dice que han llegado demasiado

tarde. Bienes y personas están ya distribuidos. Pero los nómadas insisten sobre ese «parentesco de leche». Mahoma contesta que lo único que puede hacer por ellos es restituirles los prisioneros que personalmente posee. Abu-Bakr, que se halla junto a Mahoma, libera también a todos los prisioneros que ha recibido en botín; Omar, Alí y todos los musulmanes, hasta el último, imitan el gesto de Mahoma. Al atardecer, todos los cautivos son liberados. Se convierten al Islam. Y vuelven a su desierto, cantando las alaballzas de Alah y de su profeta.

El jefe militar hawazita, el valeroso Malik-ben-Auf, recibe además de la libertad todos los bienes que le han sido confiscados, además de cien camellos y numerosos presentes. Malik no se esperaba semejante trato. En reconocimiento, se hace musulmán y será uno de los más apasionados propagandistas del Islam.

Una personalidad taifiana, Urwath-ibn-Masud, que se ha convertido y regresa a su ciudad para propagar el Islam, muere asesinado. Sus conciudadanos lo linchan. Los taifianos no quieren ceder.

Como Mahoma ha convertido al Islam toda aquella región, cree que la ciudad de Taif ha dejado de ser peligrosa. Ahora es como una isla en una región en que todos se han convertido en aliados del profeta. Mahoma ordena a Abu-Suffian -ahora capitán del Islam- que prosiga el asedio de Taif. Hecho esto, regresa a La Meca.

Las tropas musulmanas están descontentas con el profeta. Los ansares o auxiliares protestan. Creen que han sido objeto de un engaño ofensivo en el reparto del botin en los últimos combates.

Mahoma, montado en su camella blanca, ve llegar a los ansares que vienen a quejarse ante él. Arranca un pelo de la camella y dice:

“No guardaré nada de vuestro botín, ni siquiera este pelo. Salvo el quinto que me corresponde y que se os devolverá inmediatamente”.

Los ansares demuestran a Mahoma que ha dado a los coraichitas infinitamente más que a ellos. Es verdad. Mahoma ha dado sin contar; ha hecho grandes regalos a los coraichitas. Olvidando a los ansares. Lo ha hecho para atraer a los coraichitas al Islam. Los habitantes de La Meca son al-muallahah qulubu hum, es decir: «aquellos cuyos corazones deben ser reconciliados».

Mahoma reconoce que ha dado demasiado a los coraichitas. Pero dice a los ansares: «¿No estimáis más el que esas gentes se vayan con sus camellos y rebaños, mientras que vosotros regresáis a vuestras casas de Medina con el enviado de Dios? ¡Señor, guarda a los ansares, a sus hijos y a los hijos de sus hijos! ¡Que el día del juicio se hallen en el cielo conmigo!»

Los ansares lloran de emoción. Lamentan haber hablado de camellos y rebaños. Haber reclamado botín, cuando tienen consigo al profeta.

Unos días después, Mahoma sale de La Meca, llevando a los ansares, sus hermanos y compañeros en la misma fe, con los que ha hecho el pacto de Aqaba y el ummah, la comunidad en la creencia y fraternidad en Dios. Regresa con los ansares a Medina. En La Meca deja un Jalifa o substituto. El primer substituto del profeta en La Meca es un joven de menos de treinta años, del clan omayyada, el clan de Abu-Suffian.

Poco tiempo después del regreso de Mahoma a Medina, llega una delegación de la ciudad de Taif, que acepta capitular y convertirse al Islam. Pero los taifianos piden que se les permita, como en el pasado, Ja prostitución, la usura, el consumo de bebidas alcohólicas y otras muchas cosas. Paréceles demasiado duro verse privados de todo eso. Mahoma no se indigna. No accede a todas las peticiones; pero exime a los taifianos de la oración, de los impuestos y del servicio militar. Los compañeros del profeta exigen explicaciones acerca de eso. No comprenden que alguien pueda ser musulmán a medias. Mahoma les contesta que, desde el momento en que los taifianos se hagan realmente musulmanes, comprenderán la importancia de las cosas cuya dispensa piden ahora y las restablecerán por sí mismos. Antes de la muerte de Mahoma, los taifianos acudirán a él para pedirle que los admita en todas las prácticas musulmanas. Ya no querrán quedar exentos del ayuno y de la oración. Más aún: quieren enviar soldados que combatan por el Islam. Mahoma ha tenido razón al mostrarse tolerante.

LXXVII

EL NOVENO AÑO DEL ISLAM

Nos hallamos en el año 631. Hace nueve años que Mahoma ha escapado de noche de La Meca para no ser asesinado. Había dejado allí a Alí, que se acostó en el lecho del profeta, a fin de que los asesinos creyeran que aquél se disponía a dormir en su casa para permitir a Mahoma, durante ese tiempo, alejarse con Abu-Bakr. Nueve años han pasado desde la estancia en la cueva llena de serpientes y desde el viaje hacia Medina, donde los viajeros fueron perseguidos por los beduinos, que querían adueñarse de Mahoma. Porque su cabeza había sido puesta a precio. Quien lo condujera vivo o muerto a sus enemigos recibiría cien camellos ofrecidos en recompensa por los ciudadanos de La Meca.

Nueve años han transcurrido desde la huida de La Meca, desde la Héjira. Hoy, La Meca está conquistada. Todos los que quisieron matar a Mahoma y le combatieron encarnizadamente, son ahora sus lugartenientes fidelísimos, sus servidores; Ikrimah, hijo de Abu-Jahl, es comandante de las tropas musulmanas, y Qadaqat, de los Hawazin. Morirá como un héroe en los campos de batalla. Al presente, dice: «He combatido con todas mis fuerzas la verdad de Dios. ¿Por qué no combatir con más fuerza por la Verdad?».

Abu-S1Iffian, que ha mandado los ejércitos coraichitas contra Mahoma, en Ohod, en el Jandaq, es ahora gobernador del Islam en el Nedjran. Jalid es comandante musulmán.

La Meca está conquistada y todos los coraichitas son musulmanes. Pero no sólo existe La Meca. Toda la península de Arabia ese paralelogramo de arena de tres millones de kilómetros cuadrados, ha sido igualmente conquistado. Islamizado. En diez años, los ejércitos de Mahoma han conquistado cerca de 822 kilómetros cuadrados por día por término medio. En la época de las tres primeras batallas, los musulmanes eran tan pobres que no tenían más que un camello por cada dos hombres y ni un solo caballo. En la batalla de Badr, el ejército musulmán ha logrado alinear dos caballos y trescientos trece hombres. Pero en Hunain, cuenta ya con mil caballos y en la batalla de Tabuk, el año 630, tiene dos mil. La subida del Islam es vertiginosa.

El primer combate musulmán fue llevado a cabo por un grupo de cuatro hombres, en Najla. El segundo, en Badr, con trescientos trece. Había ya setecientos musulmanes en Ohod, tres mil en el Jandaq y diez mil en la conquista de La Meca. Doce mil en Hunain y treinta mil en Tabuk.

Por lo que toca a las pérdidas del Islam en vidas humanas, son insignificantes. Catorce musulmanes fucron muertos en Badr y setenta en Ohod. En el combate contra los banu-Mustaliq, hubo un muerto, y seis cn la batalla de Jandaq. Dos hombres murieron en la batalla por la conquista de la Meca. Nunca - en el curso de la historia- se ha conquistado más territorio con menos pérdidas.

La Arabia es musulmana. Eso quicre decir que sus gentes respetan los «cinco pilares del Islam», que son:

1) Tachaud, o la profesión de fe: «No hay otra divinidad que Dios y Mahoma es el enviado de Dios»

2) Salat o la oración cotidiana que se realiza cinco veces al día.

3) Saun o el ayuno durante los treinta días del mes de Ramadán.

4) Zakat o el diezmo legal.

5) Hadjdj o peregrinación a La Meca.

En este noveno año de la Héjira, Mahoma, algo enfermo, se encuentra en Medina. Es un año llamado am-al-wufud, «año de los embajadores». El profeta recibe a los embajadores y delegaciones de las tribus dominadas por los musulmanes.

En nueve años, por más que sea el jefe religioso, militar y político de un inmenso tcrritorio, Mahoma no ha alterado nada en su forma de vivir. Recibe a los embajadores con la mayor sencillez. Se suprimen las prosternaciones; Bilal, el muezzin negro, recibe y guía a los embajadores. Viven éstos en la casa de los Huéspedes de Ramla bint-al-Harit, en el Nadjdjariyaa. Y cuando no queda sitio en la casa, los embajadores se alojan en tiendas en el gran patio de la mezquita.

Judíos y cristianos no son obligados a adherirse al Islam como los idólatras. En el Estado musulmán, gozan de especiales privilegios.

La población del Nedjran, cuya matanza ordenara tantos años antes el rey Dhu Nuwas, sigue siendo cristiana.

Dos cartas de Mahoma concretan los derechos y deberes de los cristianos en el Estado musulmán. He aquí el texto:

«En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso:

»Del profeta Mahoma al obispo Abul-Harit, a los obispos del Nedjran, a sus sacerdotes ya quienes los siguen, al igual que a sus monjes: vuelva a ellos cuanto se halle en sus manos, poco o mucho, sus iglesias, sus oratorios y sus monasterios. A ellos también la protección de Dios y de su enviado. Ningún obispo será desplazado de su sede episcopal, ningún monje de su monasterio, ningún sacerdote de su ministerio. No se cambiará ninguno de sus derechos ni de sus poderes, ni costumbre alguna a la que estén habituados. Sobre todo ello, la protección de Dios y de su enviado está asegurada para siempre, mientras ellos se comporten sinceramente y obren de conformidad con sus deberes. No quedarán sometidos a la opresión ni serán opresores».

Una delegación de los cristianos del Nedjran acude a Medina en aquel noveno año de la Héjira. Bilalla acoge como de costumbre. «Sus vestidos y sus camellos impresionaron a los de Medina». La delegación cristiana está compuesta por el obispo Abu Harithah-ibn-Alqamah, por Aqid, por el vicario Abd-al-Masih y por el jefe de la caravana Al-Aiham. El obispo y los sacerdotes llevan sotana y ornamentos sacerdotales. Piden a Mahoma permiso para celebrar sUs oficios divinos. Mahoma pone a. su disposición la mezquita de Medina, en la que el obispo y los sacerdotes del Nedjran se vuelven al Este para celebrar el oficio. Nadie ha superado nunca a Mahoma en tolerancia. Además, siempre ha considerado a los cristianos como los hermanos más cercanos al Islam.

El Corán dice:

Entre los cristianos hallaréis hombres humanos y afectos a los musulmanes, porque son sacerdotes y religiosos consagrados a la humildad. Cuando oyen la lectura del Corán, los veréis llorar de alegría por haber conocido la Verdad. Señor - exclaman - creemos.

Mientras Mahoma organiza el Estado musulmán en aquel «año de las embajadas», Abu-Bakr se encarga de conducir la hadjaj, la gran peregrinación, al frente de trescientos fieles. De camino hacia La Meca, Abu-Bakr es alcanzado en la localidad de Abu-Hulaifa por Alí, el hijo adoptivo de Mahoma.

El profeta tiene algo muy importante que comunicarles. Ese año, el 631, los idólatras son admitidos por última vez en la peregrinación. En adelante, la peregrinación a La Meca quedará reservada exclusivamente a los musulmanes. Al año siguiente, 632, la Gran Peregrinación será conducida personalmente por Mahoma y ningún pagano tomará parte en ella. Sólo los musulmanes.

LXXVIII

SERMÓN DE ADIÓS DEL PROFETA MAHOMA

El año 632, el X de la Héiifa, a finales del mes Dhu'l Hidjdja (febrero), Mahoma va en peregrinación a La Meca. Realiza personalmente todos los ritos que, por semejante ejemplo, quedan definitivamente consagrados.

El musulmán que va en peregrinación se pone en estado de ihram o consagración. Se cubre con un vestido compuesto de dos piezas: izar, una pieza de paño que rodea el cuerpo, del vientre a las rodillas, y rida, otra tela que cubre en parte el hombro izquierdo, la espalda y el pecho, dejando al descubierto la parte derecha. La cabeza permanece descubierta. Sólo se autoriza el uso de sandalias. En cuanto a las mujeres, se cubren con una túnica de la cabeza a los pies. Ese estado de ihram prohibe las relaciones sexuales, los cuidados de limpieza personal, la caza, el desarraigar las plantas, la efusión de sangre.

En La Meca, Mahoma realiza siete veces la vuelta a la Kaaba; es el tawaf. Hace el sa'y, carrera rápida entre las colinas de Safa y Marwa, en recuerdo de Agar, que buscaba agua para Ismael. Sigue la visita a Mina donde, según el rito, se echan siete piedras sobre los tres montones de guijarros, djara. La peregrinación termina con el sacrificio de un carnero, cuya carne es distribuida entre los pobres. Es sadaqa, la limosna.

En esa peregrinación, Mahoma es seguido por catorce mil fieles.

En Arafat, sobre el monte de Acción de Gracias, el Jabal-ar-Rahman, Mahoma se dirige a los fieles reunidos en torno a él.

Porque allí no hay más que fieles. Un año antes, por mediación de Alí, el profeta ha prohibido que los paganos participen en la peregrinación.

Es el viernes 9 Dhu'l Hidjdja.

«La tradición muestra al profeta inquieto porque su voz no pudiera ser oída más que por una parte de los asistentes.

Así pues, colocó a su lado, sobre la roca, al muezzin modelo, Bilal, que con su voz poderosa repitió las palabras y las lanzó sobre la muchedumbre». Otras personas dotadas de fuerte voz son colocadas en diversos lugares, a fin de repetir las palabras del profeta. Como un eco multiplicado cientos y cientos de veces, se difundtn las palabras de Mahoma, que resuenan en el infinito desierto de Arabia.

Ese jutba, o sermón, pronunciado por Mahoma, ha siddo llamado «el sermón de Adiós». Se trata de «un sermón que resume, como una carta magna, tanto los derechos como los deberes del hombre, verdadero testamento del profeta, ya que iba a morir tres meses después». Antes de que hable el profeta, exclama Rabi'a-ben-Omeya:

«El enviado de Alah os dice: "¿Sabéis qué mes es éste?"

»¡EI mes sagrado!, responde la muchedumbre.

»¿Sabéis qué suelo es éste?

»El suelo sagrado, vuelve a decir el gentío.

»¿Sabéis qué día es éste?

»¡El día de la Gran Peregrinación!»

Entonces dice el profeta:

«Alah ha hecho sagrados para vosotros vuestras personas y vuestros bienes, hasta el día en que vayáis a su presencia, como es sagrado este mes, este suelo y este día.

Después, Mahoma comienza el Sermón del Adiós:

»Alabanza a Dios: nosotros le alabamos, demandamos su ayuda, imploramos su perdón y nos dirigimos a él; buscamos protección en Dios contra los vicios de nuestras almas y contra los males de nuestras acciones. A quien camina guiado por Dios, nada puede desviarlo; ya quien Él desvía, nada lo conduce de nuevo a la scnda. Doy testimonio de que no hay otro dios que Dios mismo; Él solo, sin asociado alguno; y atestiguo que Mahoma es su servidor y su enviado.

»Os ordeno, oh servidores de Dios, el temor de Dios y os incito a su obediencia. Igualmente, trato de comenzar por lo que es mejor.

»Así pues, oh pueblo, escuchad lo que voy a explicaros, pues ignoro si podré volver a este lugar otro año..

»Oh, pueblo: realmente, vuestra sangre, vuestros bienes y honras son inviolables, hasta el encuentro con vuestro Señor; tan inviolables como en este mismo día, en este mes, en este lugar sagrado. ¿He cumplido bien mi tarea? ¡Oh Dios, da testimonio de ello!

»¡Por Alah!, responde la muchedumbre. ¡Por Alah, doy testimonio!

El profeta enuncia en seguida una serie de preceptos que han de ser observados:

»Quien reciba un depósito, que lo devuelva a quien se lo había confiado.

»Queda abolido el interés (o usura) de los tiempos de ignorancia; pero todos tendréis derecho a vuestros capitales; no seais ni opresores ni oprimidos. Dios ha decretado que no haya más interés. Y el primer interés por el que yo mismo comienzo, es el de mi tío Abbas-ibn-Abd-al-Muttalib.

»Quedan perdonados los asesinatos del tiempo de la ignorancia.

»El asesinato intencionado será castigado de acuerdo con la ley del talión; al asesino intencional que da la muerte mediante el bastón o la piedra, le costará cien camellos como precio de sangre. Quien exija más, será considerado un hombre de los tiempos de la ignorancia.

»¿He cumplido bien mi tarea? ¡Oh Dios, da testimonio!

»Satanás, ¡oh pueblo!, ha desesperado realmente de ser adorado en vuestra tierra; pero se considerará dichoso si es obedecido en otras cosas diversas de ésta: en los actos que vosotros consideréis como de poco valor. Así pues, vivid alerta, por vuestra religión.

»Oh pueblo: en verdad, el intercalar un mes profano en medio de los meses de la «Tregua de Dios», es añadidura de la incredulidad; son desviados por esa adición los que se han hecho incrédulos: hacen profano ese mes durante un año y lo hacen sagrado durante otro, para observar exteriormente el número de meses que Dios ha consagrado; profanan lo que Dios hizo sagrado y hacen santo lo que Dios hizo profano. En verdad, el tiempo ha vuelto a la condición en que Dios lo había creado el día en que creó los cielos y la tierra (habiendo coincidido entonces el año sin intercalar con el intercalado). Y, en efecto, el número de los meses ante Dios es doce, en el Libro de Dios, el día en que creó los cielos y la tierra. De esos doce meses, cuatro son sagrados y de ellos, tres consecutivos y uno aislado: Dhu'l-Qa'dah, Dhul'-Hidjdjah y Muharram y Radjab de los Mudaritas que se encuentra entre Djumada y Cha'ban.

»¿He cumplido bien mi tarea? ¡Oh Dios, da testimonio!

»En cuanto a vuestras mujeres, oh pueblo, tienen un derecho sobre vosotros y vosotros tenéis un derecho sobre ellas; a vuestro favor, les incumbe cuidar que nadie manche vuestro lecho, salvo vosotros mismos, y que no dejen entrar en vuestra casa a persona alguna a la que no améis, si no es con vuestro permiso; que no cometan promiscuidad. Si lo hicieran, en verdad que Dios os permite alejarlas, separar vuestros lechos y golpearlas, pero no con dureza. Si cesan en su mal y os obedecen, os incumbe a vosotros proporcionarles el alimento y el vestido convenientes.

Y asegurad a las mujeres el mejor y más honroso trato. Porque, en verdad, son como prisioneras en vuestra casa y nada pueden hacer por sí mismas. Realmente, las habéis recibido como un depósito de Dios y sólo por consentimiento de Dios se os permite abordarlas. Temed pues a Dios en lo que concierne a las mujeres y aseguradles el mejor trato.

»¿He cumplido bien mi tarea? ¡Oh Dios, da testimonio!

»¡Oh, pueblo! En verdad, los creyentes son hermanos. Y los bienes de un hermano son inviolables, salvo si él está de acuerdo.

»¿He cumplido bien mi tarea? ¡Oh Dios, da testimonio!

»No os hagáis infieles después de mi muerte, golpeando los unos en los cuellos de los otros. En verdad, ante vosotros he dejado algo con que impedir la desviación: el Libro de Dios y la Conducta de su profeta.

»¿He cumplido bien mi tarea? ¡Oh Dios, da testimonio!

»¡Oh pueblo! En verdad, vuestro Señor es uno y vuestro antepasado uno: descendéis todos de Adán, y Adán fue creado de la tierra. El más digno de vosotros ante Dios es aquel que más le teme. y ningún árabe tiene superioridad alguna sobre un no árabe, salvo por la piedad.

»¿He cumplido bien mi tarea? ¡Oh Dios, da testimonio!

»A lo que respondió la muchedumbre: «Sí».

»Oh todos vosotros, aquí presentes: haced llegar este mensaje a los ausentes:

»Oh pueblo, en verdad, Dios ha fijado para cada heredero su porción de herencia; por lo tanto, no está permitido hacer testamento a favor de un heredero, además de su porción fija. Y el testamento a favor de un extraño no debe superar el tercio de la totalidad de la herencia. El hijo pertenece a la madre; el hombre que haya cometido adulterio será lapidado.

Quienquiera que reclame la paternidad de otro, fuera de su verdadero padre, y quien se acoja a un patronato que no sea el de sus padres, atraerá sobre sí la maldición de Dios, de los ángeles y de todos los humanos. Ni se aceptará de ellos, en el Juicio Final, ningún pago ni prenda. ¡La paz sobre todos vosotros!».

La Jutba, el Sermón de Adiós del profeta, ha producido una emoción desgarradora en la masa de aquellos cuarenta mil fieles que acaban de repetir a coro y hasta el fin cada palabra de Mahoma.

Las repetidas interrogaciones del profeta, balaghtu, es decir:

«¿He cumplido bien mi tarea?» martillean cada final de capítulo y la respuesta afirmativa de la muchedumbre que da testimonio de que Mahoma ha cumplido bien su misión de profeta en la tierra, dan a este discurso el carácter de una grave y solemne obra musical, que hace temblar el desierto árabe, como un coro de millares de voces estremecería las bóvedas de una catedral. La obsesionante y terrible interrogación: balaghtu quedará grabada en las mentes, en los corazones, en las carnes de los fieles. Esa peregrinación se llamará hadjdj-al-balagh, en recuerdo de la pregunta obsesionante de balaghtu?

«¿He cumplido bien...?

Pero, ordinariamente, el Sermón se llama hadjdj-al-wada, «la peregrinación del Adiós».

El Islam quedará hasta tal punto señalado por ese sermón de Mahoma, que todavía hoy, el día aniversario del sermón es considerado por los musulmanes como su fiesta más grande, la gran fiesta o id-al-kabir.

LXXIX

TÉRMINO DE LA VIDA TERRENA Y FIN DE LA MISIÓN DEL PROFETA

Mahoma tiene sesenta y tres años: La peregrinación del Adiós ha terminado. El ángel Gabriel se le aparece y dicta estos versículos al profeta enfermo:

Hoy he puesto mi sello a vuestra religión. Se han cumplido mis gracias sobre vosotros. Me ha sido grato daros el Islam como un DIM; como una ley.

Mahoma regresa a Medina. Está siempre enfermo. Su carrera ha comenzado en el Jabal-an-Nur, «la Montaña de la Luz», el año 610. En esa época le ordenó Gabriel: Lee, en el nombre del Señor.

Doce años después, Mahoma atraviesa la caverna de las serpientes, del Jabal Tahur, cerca de La Meca, donde ha permanecido con Abu-Bakr, amenazado de captura y de muerte. El Corán cuenta:

Alah ha socorrido a vuestro profeta cuando, expulsado por los infieles, con un solo compañero, el profeta decía a éste mientras ambos estaban en la caverna: «no te entristezcas: Alah está con nosotros». Eso ocurría el año 622.

Existe, por último, la tercera montaña, el Jabal-al-Rahmah, el monte de Acción de Gracias en Arafat, y el tercer acontecimiento. Eso ocurre el año 632, diez después de la Héjira. Allí ha pronunciado Mahoma el sermón del Adiós.

Ahora, tres meses después del encuentro con los fieles, he aquí llegado el adjal, el término de la vida.

Una noche, Mahoma se levanta. Es el segundo mes del undécimo año de la Héjira. Nos hallamos en el año 632. En plena noche, Mahoma va a saludar a los muertos, sobre todo a los caídos en la batalla de Ohod, que están enterrados en el cementerio de Baqi. De vuelta en ]a casa, oye sollozar a una mujer, que se queja de dolor de cabeza. Le dice: «¡Pero si soy yo quien tiene dolor de cabeza, no tú!» Se encuentra tan enfermo que pide a los de su séquito que le traigan siete cubos de agua, de siete pozos diferentes. Un hombre del desierto infinito no sueña más que en un remedio: el agua. Es un sueño supremo. Porque el hombre del desierto conoce la sed cada día. «Y nosotros bebemos nuestra agua a precio de oro». El agua es un medicamento eficaz para casi todas las enfermedades. Tras haber aliviado la sed con el agua de siete fuentes distintas de la ciudad de Medina, Mahoma se encuentra mejor.

Habita junto a la mezquita. Su casa comprende una planta baja, construida a ras de suelo y rodeada por un patio en el que brincan algunas cabras. Al día siguiente, Mahoma tiene la cabeza vendada. Se dirige a la mezquita. Sube al púlpito, en el minbar. Habla de los que han caído en los combates por la victoria del Islam. Y sobre todo de los muertos caídos en Ohod, a los que ha visitado durante la noche, en el cementerio de Medina.

Después, Mahoma anuncia a los fieles que «uno de los servidores de Dios, entre los que están presentes en la mezquita, pasará muy pronto al Creador». Todos comprenden que Mahoma anuncia su propia muerte. Los fieles comienzan a llorar. El profeta les hace una señal para que se detengan. Tiene que comunicarles aún cosas muy importantes. Díceles que quiere salir de esta vida con el alma pura. Con la conciencia en paz. Y pregunta si ha hecho daño a alguien.

«Si he desgarrado la espalda de alguno, he aquí mi espalda. Que se tome su talión».

»Y si he injuriado el honor de alguno, aquí está mi honor; que se totne su talión.

»El odio no formó parte ni de mi naturaleza ni de mi acción. Estimaré a aquel de todos vosotros que se tome de mí su derecho, si tiene alguno sobre mí mismo, o que me libere de él. Entonces, me hallaré en presencia de Dios, con el alma serena».

 

Un hombre a quien Mahoma debía tres dirhams, tres monedes de plata, se alza en la asamblea y las reclama. Ha tomado al pie de la letra las palabras del profeta. A la manera de los que son verdaderamente puros. El profeta pide que se pague allí mismo la deuda, puesto que es real. Después suplica a los fieles que no le dejen morir sin haberle dicho si les ha hecho algún daño y sin pedirle cuentas en el caso de que les hubiera dañado en algo.

»No temáis el escándalo. El escándalo de aquí abajo es menos grave que el de allá arriba.» 

Mahoma no puede separarse de sus fieles. Les habla de una multitud de cosas que lleva siempre en su corazón. Habla de Usama, hijo de Zaid, a quien se encomendó la dirección de los ejércitos con motivo de una expedición a Siria. Toma su defensa; dice que Usama merece aquel puesto por sus cualidades personales y en homenaje a su padre, el esclavo liberto Zaid, hijo adoptivo del profeta, muerto en Mutah. Se refiere después a los ansares.

«Mohadjirun, emigrantes, os recomiendo que tengáis la mejor conducta con los ansares. Han sido los depositarios de mi confianza en ellos he encontrado siempre ayuda y asilo. Hacedles bien y perdonadles cada vez que cometan alguna falta. El mundo creerá, pero sólo seguirán siendo auxiliares quienes lo han sido hasta ahora.»

Explica después que sus ansares han sido para él como los vestidos de su cuerpo.

«Han cumplido su misión y en adelante no tienen deber alguno, sino sólo derechos.»

Mahoma ordena que su tumba no se convierta en lugar de peregrinación y plegaria. Acto seguido abandona la mezquita, mientras la muchedumbre llora y le suplica que no se vaya.

Al día siguiente comienza la agonia de Mahoma. Sufre atrozmente durante algunos días. Pretende que lo que le mata es el veneno que le ha dado la judía de Jaibar. «He sufrido de vez en cuando por ese veneno; pero ahora ha roto mi vena yugular».

Durante la enfermedad del profeta, Abu-Bakr es el encargado de celebrar el oficio. Un día, desde su lecho de dolor, Mahoma oye la voz de Omar que recita el Corán en la mezquita. Mahoma queda contrariado por ello. Otro día, sintiéndose mejor, acude a la mezquita, sostenido por unos hombres. Está oficiando Abu-Bakr; quiere cederle el puesto. Mahoma le ordena que siga y se retira de nuevo, casi llevado en vilo por las gentes.

El lunes día 13 del mes de Rabi, año 11 de la Héjira (es decir, el 8 de junio del año 632) muere Mahoma. Están con él, su hijo adoptivo, su primo y su yerno, y uno de sus primeros compañeros fieles, Al-Fadl y Kutham, los hijos de Abbas, sus primos, que le han llevado en brazos aquellos últimos días.

Está presente Usama-ben-Zaid-ben-Harithah, hijo de Zaid. Y también el liberto Chuqran, y Aus-ben-Julli y todas las mujeres, comenzando por Aicha.

En el momento de su muerte, Mahoma no posee nada. Ninguna fortuna. Antes de entregar el alma, se acuerda de que Aicha tiene consigo siete dlnares. La llama y le ordena que, sin tardanza, distribuya esa cantidad entre los pobres.

«Tengo vergüenza de encontrarme con Dios con siete dinares de oro en mi bolsillo», dice.

Quienes están en derredor, lo ven dichoso por haberse acordado de aquel dinero y por haber tenido ocasión de desembarazarse de él antes de morir. Mahoma ha dicho siempre: «Nosotros, los profetas, no dejamos herencia».

Cuando se hace el inventario de cuanto ha dejado, se encuentra un mulo blanco, unas armas, espadas sobre todo, y algunas parcelas de tierra.

El lunes por la mañana, antes de su muerte, como el estado de Mahoma iba empeorando, se le ha obligado a tomar algún medicamento. Esto molesta sumamente al profeta. Cuando recupera su ánimo, obliga a quienes le han forzado a tomar esas drogas a hacer lo mismo.

Después, pide que le laven la boca. Es la última petición que hace en esta vida terrena. Porque Mahoma tiene la obsesión de la limpieza. Toda su vida ha gustado repetir: «La limpieza es la mitad del culto.»

Aicha cuenta: «Yo era joven y en mi estupidez no comprendía nada. El profeta entregó su último aliento en mis brazos y no lo supe. Cuando las otras mujeres allí presentes empezaron a llorar, comprendí lo que había ocurrido y comencé a lamentarme con ellas».

En el instante en que muere Mahoma, desaparece el sello de la profecía, esa señal que lleva entre los dos hombros. Cuando un profeta muere, termina su misión: y concluída ésta, se le retira el sello.

Mahoma será enterrado en el mismo sitio en que muere. Una vieja costumbre árabe quiere que un jefe sea enterrado bajo la misma tienda en que ha entregado su espíritu.

Se trae a dos enterradores para que caven la tumba del profeta. Porque en La Meca la tumba está derecha, mientras que en Medina se cava un nicho lateral en la fosa y en él se dispone el cuerpo. Y se decide que la tumba será según la costumbre del enterrador que llegue antes. Se ha llamado a uno de La Meca ya otro de Medina. y es el de Medina el que se presenta antes.

Chuqran reviste al profeta con su túnica «para que nadie la lleve y para que sea enterrado con ella». Lavan el cuerpo, aunque sin desvestirlo, por respeto. El cadáver de Mahoma es amortajado en un tapiz rojo y enterrado, sin sarcófago, según la costumbre árabe. Se le coloca con la cabeza vuelta hacia la derecha, para que pueda tocar la tierra. Sobre la tumba, se planta una rama verde. En unos días, el sol habrá quemado el ramo, que quedará reducido a cenizas.

Nada quedará, en pocos años, de aquel cuerpo puesto en tierra. El desierto no conserva los cuerpos que se le confían. Sólo lo que el hombre ha creado por su espíritu queda en él.

Mahoma no deja sucesores.

En un determinado momento, unas horas antes de morir, ha querido dictar sus instrucciones. Pide que le traigan a un escriba, para dictarle su última voluntad. Aicha envía a buscar a Abu-Bakr. Hafsa hace traer a Omar. Los otros, a Alí. Cuando Mahoma ve que acuden tantos habiendo pedido sólo uno, ordena que los tres se vayan. Después de su muerte, todos se pondrían de acuerdo. Sería Alah quien decidiera cuál de ellos iba a suceder al profeta.

Cuando la muchedumbre conoció la muerte de Mahoma, todos estallaron en lamentos. Entonces, Omar se dirigió a la mezquita y prohibió a los musulmanes afirmar que el profeta hubiera muerto. Sacó la espada y dijo así:

«Cortaré el cuello a quien crea que el enviado de Dios ha muerto. Mahoma no ha muerto: se halla junto a Dios, lo mismo que Moisés, para volver muy pronto junto a su comunidad, a fin de guiarla el día de la Resurreción».

Entonces, Abu-Bakr penetró en la mezquita y dijo: «¡Cállate, Omar!»

Dirigióse a la muchedumbre y dijo que Mahoma no era más que un mensajero de Dios. Igual que otros mensajeros que han venido para enseñar la verdad y después han muerto.

«¡Oh, pueblo! Quien adore a Mahoma, sepa que ha muerto verdaderamente. Pero quien adore a Dios, sepa que Dios vive y no muere nunca.»

Omar se desplomó en tierra, apenado, y dejó escapar grandes lamentos.

Tal es el término de la vida de Mahoma.

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