HAMBRE

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"La ecuación es sencilla: quien tiene dinero, come y vive; quien no lo tiene, se queda inválido o muere.  El hambre persistente y la desnutrición crónica son obra del ser humano.  Son el resultado del orden asesino del mundo.  Quien muere de hambre es víctima de un asesinato (... )."

 

Lo que sigue es un fragmento del libro LOS NUEVOS AMOS DEL MUNDO de Jean Ziegler, y fue extraido del número 334 de la revista argentina "Veintitrés" del 2 de diciembre de 2004.

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En los inicios de este nuevo milenio, las oligarquías capitalistas transcontinentales reinan sobre el universo.  Su práctica cotidiana y su discurso de legitimación son radicalmente contrarios a los intereses de la inmensa mayoría de quienes poblamos la tierra.

La mundialización cumple la fusión progresiva y forzosa de las economías nacionales en un mercado capitalista mundial y un ciberespacio unificado.  Este proceso provoca un formidable aumento de las fuerzas productivas.  De forma incesante se crean inmensas riquezas.  El modo de producción y de acumulación capitalistas dan muestra de una creatividad, una vitalidad y un poder absolutamente pasmosos y, sin duda, admirables.

En poco más de una década, el producto mundial bruto se ha duplicado y el volumen del comercio mundial se ha triplicado.  En cuanto al consumo de energía, se duplica, de media, cada cuatro años.

Por primera vez en su historia, la humanidad goza de cierta abundancia de bienes.  El planeta se halla a punto de venirse abajo por las riquezas que acumula.  Los bienes disponibles superan en varios miles de veces las irreductibles necesidades de los seres humanos.

Pero, asimismo, las bolsas de seres desahuciados aumentan su extensión.

Los Cuatro Jinetes apocalípticos del subdesarrollo son el hambre, la sed, las epidemias y la guerra.  Cada año se cobran más vidas de hombres, mujeres y niños que la carnicería que fueron los seis años de la Segunda Guerra Mundial.  Los pueblos de] Tercer Mundo libran ya la "Tercera Guerra Mundial".  A diario, en el planeta, cerca de 100.000 personas mueren de hambre o a causa de sus secuelas inmediatas. Hoy en día, 826 millones de personas padecen una grave desnutrición crónica; de ellas 34 millones viven en países con economía desarrollada del Hemisferio Norte; el mayor número, 515 millones, viven en Asia, donde representan el 24 por ciento de la población total.  Pero si se tiene en cuenta la proporción de víctimas, el África subsahariana es la región que paga el tributo más alto: 186 millones de seres humanos padecen de forma permanente desnutrición, una cifra que equivale al 34 por ciento de la población total de la región.  En su mayoría sufren lo que la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) denomina "hambre extrema" y sólo disponen de una ración media diaria de 300 calorías (N. de la R.: dos manzanas), situándose por debajo del umbral de supervivencia en condiciones soportables.  Los países más gravemente afectados por el hambre extrema se hayan situados en el África subsahariana (18 países), en el Caribe (Haití) y en el Asia (Afganistán, Bangladesh, Corea del Norte y Mongolia).

Cada siete segundos en la tierra un niño menor de diez años muere de hambre.  Un niño que, entre el momento de su nacimiento y la edad de cinco años, carece de la cantidad suficiente de alimentos adecuados, padecerá las secuelas durante toda su vida.  Si bien un adulto que de forma temporal haya padecido desnutrición, con la ayuda de complejas terapias puede que logre recuperar unas condiciones de vidas normales, en el caso de un niño menor de cinco años de edad, esta recuperación resulta imposible.  Privadas de alimentos, sus células cerebrales padecerán lesiones irreversibles.  Régis Debray no dudaba en llamar a estos pequeños los "crucificados desde que nacen".

El hambre y la desnutrición crónica constituyen una maldición hereditaria: cada año decenas de millones de madres gravemente desnutridas dan a luz a decenas de millones de hijos que padecen el mismo problema.  Todas estas madres desnutridas y que, no obstante, dan la vida, recuerdan aquellas mujeres malditas de las que Samuel Beckett dijo: “A horcajadas dan a luz sobre una tumba... La luz brilla por un instante y, luego, vuelve la noche".

En esta descripción falta, no obstante, una dimensión del sufrimiento humano, a saber, la lacerante e intolerable angustia que tortura a todo ser hambriento desde que despierta. ¿Cómo, en el curso del día que empieza, asegurará la subsistencia de los suyos, cómo se procurará su sustento?  Vivir sumido en esta angustia es aún más terrible que soportar las múltiples enfermedades y dolores físicos que afectan al cuerpo desnutrido.

La destrucción de millones de seres de humanos por el hambre se efectúa con una especie de gélida normalidad, a diario y en un planeta que rebosa riquezas.  La tierra, en el estadio alcanzado por sus medios de producción agrícolas, podría alimentar con plena normalidad a doce mil millones de seres humanos, en otras palabras, proporcionaría a cada individuo una ración equivalente a 2.700       calorías diarias.  Pero sólo somos algo más de seis mil millones de individuos en la tierra, y cada año, 826 millones padecen una desnutrición crónica y mutiladora.

La ecuación es sencilla: quien tiene dinero, come y vive; quien no lo tiene, se queda inválido o muere.  El hambre persistente y la desnutrición crónica son obra del ser humano.  Son el resultado del orden asesino del mundo.  Quien muere de hambre es víctima de un asesinato (... ).

Los amos del capital mundializado ejercen sobre estos miles de millones de personas el derecho de decidir sobre la vida y la muerte.  En función de sus estrategias de inversión, a través de sus especulaciones monetarias, mediante las alianzas políticas que establecen, deciden cada día quién tiene derecho a vivir en este planeta y quién está condenado a morir.

El aparato de dominación y explotación mundial que las oligarquías han erigido desde principios de la década del '90 se caracteriza por un pragmatismo extremo.  Se halla muy segmentado y tiene una escasa coherencia estructural.  Asimismo presenta una extraordinaria complejidad y contiene numerosas contradicciones.  En su seno, luchan fracciones opuestas.  Todo el sistema se halla atravesado por una concurrencia absolutamente feroz y los amos del mundo libran, entre ellos, incansables batallas homéricas.  Las armas con las que combaten son las fusiones forzadas, las ofertas públicas de adquisición hostiles, la creación de oligopolios, la destrucción del adversario a través del dumping o de las campañas de calumnias dirigidas ad hominem.  Si bien el asesinato es menos frecuente, si llega a darse el caso, los amos del mundo no vacilan y dan órdenes para que se cometa (... ).

A las destrucciones y sufrimientos que los oligarcas del capital mundializado infligen a los pueblos con su imperio militar y sus organizaciones mercenarias de índole comercial y financiera, se suman las devastaciones y padecimientos que la corrupción y la prevaricación provocan, presentes a gran escala en numerosos gobiernos, sobre todo, del Tercer Mundo.  El orden mundial del capital financiero no puede funcionar sin la complicidad activa y la corrupción de los gobiernos instalados en el poder.  Walter Hollenweger, afamado teólogo de la Universidad de Zurich, supo resumir la situación en estas palabras: "La codicia obsesiva e ilimitada de los ricos entre nosotros, aliada con la corrupción ejercida por las elites de los países en vías de desarrollo, constituyen un gigantesco complot asesino... En todas partes del mundo se reproduce a diario la masacre de inocentes que tuvo lugar en Belén".

 

Jean Ziegler
Egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Berna.

Profesor en La Sorbona, Grenoble y Ginebra.

Actual comisionado especial de las Naciones Unidas para el derecho a la alimentación.

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