LA GUERRA DE RECONQUISTA INKA

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Edmundo Guillén Guillén
Dr. en Historia , Dr. en Educación y Abogado
Ha dedicado su larga investigación para rehacer la historia épica de los incas desde la perspectiva peruana. Es autor de los libros: “Wascar Inka trágico”, la “Versión Inka de la conquista del Perú”, la “Conquista del Perú”, el “Ejército Inka”, “Vilcabamba, la última capital de los incas” (en lengua japonesa) y de numerosos ensayos históricos entre los que destacan el: “Enigma de las momias incas”, “Documentos inédita para la historia de Vilcabamba",  “450 aniversario de la heroica resistencia del pueblo de Tumbes”, “Vilcabamba la última capital del Estado imperial Inka”, “Wila Oma, el intip apun o gran sacerdote y capitán del sol”, etc. En 1976 dirigió la expedición científica que identificó históricamente el lugar donde yacen los restos de la “Perdida ciudad de los incas”, la ciudad de Vilcabamba, la última capital del Tawantinsuyo. 

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TERCERA PARTE Ubicación e identificación Histórica de la ciudad Inka de Vilcabamba

CAPÍTULO I

FUENTES HISTÓRICAS

Para identificar históricamente la ciudad de Vilcabamba –la última capital del Tawantinsuyo- hallamos en los archivos nacionales y extranjeros la documentación confiable para verificar el camino que los españoles siguieron en junio de 1572, del puente de Chukichaka a esta legendaria “ciudad perdida de los incas” En 1976, confrontando los documentos que había reunido con la tradición oral, rastreando la huella seguida por la hueste española en 1572 logramos ubicar, en los valles de Vitcos y Pampakona, los poblados y lugares citados en los escritos del siglo XVI, con excepción de los pueblos de Vitcos, Layangalla y Pampakona, que aún siguen perdidos el algún lugar de la extensa región de Vilcabamba. Asimismo conseguimos referencias importantes para la ubicación posterior de los fuertes de Hatún o Machu pukara y Wayna pukara, situados a pocas leguas de la ciudad Inka de Vilcabamba. Con estos elementos de juicio, logramos rehacer los hitos más importantes del interior español de Chukichaka a la urbe Inka de Vilcabamba e identificar históricamente a este último reducto del Tawantinsuyo, cuyos restos yacen en el umbroso y pequeño valle que forma el río Chontamayo, afluente del río Pampakona.

 

1°. HUELLA HISTÓRICA DE LA REGIÓN DE VILCABAMBA

Este escenario geográfico con sus glaciares y páramos, sus serranías y valles profundos, con sus ruinas incas coloniales, sigue aún desde su lejana antigüedad como un remanso de la historia . Como si el tiempo no hubiera pasado, sus pobladores continuan pastando sus ganados y cultivando sus campos con sus raucanas y chakitaclla, viviendo como en épocas pretéritas, en casas de piedra y barro enlucidas de blanco y techadas con ichu polvoriento. También, como en el pasado, siguen todavía acudiendo a sus templos ruinosos al tañido de sus viejos campanarios y en curioso sincretismo, compartiendo su recinto para fiestas cristianas y paganas, principalmente para celebrar el Intip raymi Inka, con soles radiantes de papel dorado puestos en el frontispicio de sus tabernáculos. a. Gobierno Inka. Los cronistas Murúa y Cobo, dicen que esta región fue conquistada por Pachakuti Inka Yupanki –a mediados de 1400- y que los curacas al ver su poderío militar, acudieron a su campamento en Socospata- en las inmediaciones del “Paso de Chukichaka”- para rendirle reconocimiento y pleitesía. Según Cabello de Valboa, el Inka avanzó triunfalmente hasta Vitcos, de donde regresó al Cusco con los presentes de oro y plata que los curacas le dieron de sus ricos asientos mineros . Los vestigios arquitectónicos con los caminos de piedra y grandes acueductos que se ven todavía, prueban la importancia de esta “provincia” en el Tawantinsuyo. De este tiempo se conservan en el valle de Vitcos: las ruinas de Kuntur marka (Kusipata), en cuyos bajíos está el viejo puente que cruza el río Vitcos para ir a Tambo por Sapamarca y Pichu (el Machu Pichu actual). En las serranías: los depósitos de Marayniyoq, los edificios de Inka Wasi , Inka Waranqa, Ñusta hispana y Rosaspata –que Bingham confundió con el pueblo histórico de Vitcos. En algún lugar de sus páramos, siguen perdidos aún, los pueblos de Layangalla y Vitcos. En el valle de Pampakona: las ruinas del pueblo de Pampakona, de la fortaleza de Wayna pukara, de Machu o Hatun pukara y del asiento de Marakanay, perdidos también entre la tupida arboleda de sus empinadas montañas. Asimismo se ven todavía, trechos destruidos de los caminos incas, que por varias partes convergían a la ciudad de Vilcabamba. En el gobierno Inka, también debieron tener importancia los pueblos de “Panquises” o “Panquies” de “Simaponeto” y otros en el valle de Mapaway que aparecen citados en los documentos de 1572 cuyos vestigios debenestar en algún lugar de las comarcas montañosas de Vilcabamba. En 1537, la “provincia de Vilcabamba” entra dramática en la historia épica del Perú, al convertirse por su imponente geografía de contrastes y su ubicación estratégica, en el reducto de la guerra de reconquistar Inka, luz y esperanza de libertad Inka hasta 1572. Año fatídico en que el Perú perdió su soberanía política, con la ocupación de la ciudad de Vilcabamba y la decapitación de Thupa Amaro- el último de nuestros incas. b. Dominio colonial. Destruída la resistencia Inka, la región de Vilcabamba se convirtió en una gobernación española con su capital, el pueblo de san Francisco de la Victoria de Vilcabamba, fundado el 4 de setiembre de 1572 por Martín Hurtado de Arbieto, ante la mirada taciturna de Thupa Amaro y sus capitanes que iban prisioneros a la ciudad del Cusco . Este nuevo pueblo fundado para rivalizar en fama y riqueza con la ciudad Inka de Vilcabamba, andando el tiempo no tuvo suerte. Martín Hurtado de Arbieto hizo un mal gobierno. Primero, no pudo ampliar sus fronteras con la conquista de los Manaries y Pillkusuni, después acusado de venal y explorador por tratar a los “indios como esclavos” y defraudar a la hacienda real con malas cuentas, acabó por ser destituido en 1589, designándose en su lugar a don Antonio de Cabrera . El nuevo gobernador que intentó organizar esta provincia y la explotación de sus yacimientos mineros, principalmente, los señalados por doña María Kusi Warkay, viuda de Sayri Thupa . Tampoco pudo salir adelante. En 1596, el pueblo de San Francisco de la Victoria había quedado tan despoblado que para salvarlo de su ruina y desaparición fue traslado con el mismo nombre a la Villa Argete, -ubicado en el paraje de Onqoy, cercano a las famosas minas de waman y Wamanape con la esperanza que con el tiempo se transformaría en un centro minero tanto o más importante que la Villa Imperial de Potosí. Pero esta esperanza se disipó años después, con el retiro de los mineros portugueses y el alzamiento de los esclavos negros dirigidos por Chichima, un jefe de los Pillkosuni que destruyó los locales y cañaverales de los valles de Vitcos, de Quillabamba y Amaybamba. Esta gobernación quedó así tan deshecha y despoblada, que en 1650 sus rentas no alcanzaban ni para pagar a los curas doctrineros de sus pueblos. Aunque en 1683, el gobierno virreynal hizo un nuevo esfuerzo para restaurar sus recursos mineros, todo resultó inútil y al año siguiente la gobernación de Vilcabamba se extinguió de hecho y su territorio fue anexado al corregimiento de Calca y Lares . De esta manera, sin pena ni gloria, acabaron las pretensiones de la gobernación de Vilcabamba con su capital de pomposo nombre, reducida a un modesto villorrio y despoblado su extenso territorio. El explorador español Juan Arias Díaz Topete, que había visitado esta región en tres oportunidades, en los primeros años de 1700, dice en el memorial que elaboró, que los “pueblos de la gentilidad ”, “Vilcabamba grande”, “Choquequirao” (cuna de oro) y “Choquetiray” (oro derramado) y otros, donde habían trabajado los “plateros del Inga”, estaban “totalmente despoblados” en esta fecha . Arias Díaz Topete, entusiasmado por las buenas tierras y vetas de oro que había visto, pidió al virrey que le otorgase el “título de descubridor” y permiso para repoblar esta olvidada región. En efecto, el 20 de marzo de 17109, el virrey Castell –dos rius le autorizó repoblar Vilcabamba, con el título de “Justicia Mayor” y “Alcalde de Minas” con la facultad para descubrir las tierras entre: “Los ríos Aporima y Orobamba que por una parte colindan con la provincia de Abancay y por otra con la de Calca y Lares y el río nombrado Quillabamba, hasta el paraje donde se juntan los dichos ríos Apurima y Urubamba”. Al parecer “el nuevo poblador y descubridor de Vilcabamba” tampoco tuvo suerte en su desempeño. En la posterior “Descripción de las provincias pertenecientes al Obispo del Cusco” hecha por Cosme Bueno, en 1768, la región de Vilcabamba seguía anexada al corregimiento de calca- Lares y el “Curato de Vilcabamba” con los pueblos de San Francisco de Vilcabamba y San Juan de Lucma, anexo al obispado del Cusco . Al organizarse la Independencia del Cusco, Vilcabamba pasó a ser uno – de sus “partidos”, con límites que aparecen en el mapa de 1786 dibujado por el topógrafo José Oricaín, en cuyo centro aparece la “gran ciudad de san Francisco de la Victoria de Vilcabamba” con los pueblos de- “San Juan de Lucma, Mesacancha y Santa Cruz de Pugiura, Santa Ana” y las localidades de “Guadquiña, Silque , y Talawara” entre otras de incierta ubicación, sin figurar en este mapa el valle de Pampakona . c. República. Al producirse la independencia del Perú, Vilcabamba siguió tan abandonada como antes. Al extremo que el valle de Pampakona hasta el río Apurímac no figuraba en los mapas de Paz Soldán y de Raimondi, ni en la cartografía del Departamento del Cusco. En estos documentos, el territorio de Vilcabamba terminaba en las alturas del pueblo de –Puquira, creyéndose- como supuesto Raimondi en 1865- que detrás del abra de Qollpaqasa estaba el río Apurímac. Desconocimiento que duró hasta 1911, que H. Bingham, lo incorporó a la geografía nacional. Sin embargo, pese a estos aportes cartográficos, hasta la fecha no existen cartas confiables de Vilcabamba. Por ejemplo “La carta de la región norte del Cusco Provincia de la Convención y Urubamba, entre los ríos de Urubamba y Apurímac”, elaborado por el Instituto Geográfico Militar en la exploración de Cristian Bues, está totalmente errado en la parte del curso del río Pampakona y Cosireni al igual que otros mapas coetáneos. En compensación a estas deficiencias, son de gran utilidad fotografías aéreas que existen en el Instituto Geográfico Militar, que abarca desde el río Urubamba hasta las serranías del antiguo valle de Vitcos, ahora el valle de Vilcabamba. Igualmente la fotografía panorámica de toda la región de Vilcabamba tomada por el satélite Sky lab. Sobre la región de Vilcabamba y su historia, puede revisarse además de otros estudios, los importantes trabajos de h. Bingham, de L. Pardo; V: Angles, G. Savoy, J. Beauclerk y de S. Waithe, sobre Punkunyoq e Inka Huasi y últimamente los valiosos trabajos del arquitecto V. Lee que ha levantado los planos de varias residencias Inkas y de la ciudad de Vilcabamba con gran aproximación a los detalles históricos y geográficos de esta región. El actual distrito de Vilcabamba, fue creado el 1° de enero de 1857. Posteriormente, el 25 de julio de este año fue incluido en la nueva provincia de la Convención creada en esta fecha. Después resultó anexado a la provincia de Urubamba y por ley del 25 de octubre de 1892, volvió a formar parte a la provincia de la Convención –Cusco, con los pueblos antiguos de Vilcabamba, Puquiura, Lucma, Inkahuasi y las haciendas Huarancalqui, Huadquiña y Paltaybamba, teniendo por capital el pueblo de Lucma que sigue hasta la fecha .

 

2° DOCUMENTO PARA REHACER EL ANTIGUO CAMINO DE CHUKICHAKA A LA CIUDAD DE VILCABAMBA

Los materiales reunidos para este propósito, aunque incompletos para nuestro trabajo resultaron suficientes para ubicar con seguridad histórica, los lugares y poblados que existieron en el valle de Vitcos en el siglo XVI hasta el páramo de Pampakona. a. De Chukichaka a Pampakona. Entre las fuentes de primera mano que utilizamos para rehacer –con la mayor proximidadel camino Inka del puente de Chukichaka al pueblo de Pampakona, son las siguientes: La relación de Diego Rodríguez de Figueroa de 1565. la “Instrucción del Ingá don Diego de castro Titu Kusi Yupanki para el muy señor ilustre licenciado Lope garcía de castro, gobernador que de estos reynos” (1570). La “Descripción y sucesos históricos de la provincia de Vilcabamba”de Baltasar Ocampo Consejero (1608-1610). La “Historia del General del Perú, origen y descendencia de los Incas” del mercedario Fray martín de Murúa (1611). La “Coronica Moralizada del Orden de san Agustín en el Perú”, del agustino Antonio de la Calancha (1639) . Las “probanzas e informaciones de servicios”: de pedro Suárez, en la campaña contra los incas de Vilcabamba, con los testimonios: del capitán Antonio Pereyra, Carlos Maluenca y Hernando Pérez de Maldonado, hecha en la ciudad de Vilcabamba el 24 de julio de 1572 (AGI. Patronato, leg. 139, Ramos 11) ; de Martín de Onza de Loyola de la guerra contra los Ingas, donde dice que prendió a “los hermanos del principal Inga y otras personas de su familia”, hecha en el Cusco, el 03 de Octubre de 1572 (AGI. Patronato, leg. 118, ramo9), publicada por V. Maúrtua de juicio de limites entre el Perú y Bolivia (JLPB. Vol. VII, p. 22) , con los testimonios: de Esteban de Rivera, diego de Barrantes y Francisco de Mendoza, de “Juan Alvarez de Maldonado “gobernador de Nueva Andalucía donde descubrió y conquistó dos provincias de indios, después pasó a Vilcabamba a domeñar y sujetar a los reyes ingas que se habían alzado, como en efecto los sigetó”, hecha en el Cusco, el 10 de octubre de 15723, con las declaraciones de Pedro sarmiento de gamboa, del capitán Antón de gatos (inédito), Antonio de Rojas, del capitán Pedro Xuárez, Bartolomé de Rivas inédito), de Gonzalo Becerra (inédito) de Rodrigo de castillo y Pedro Guevara (AGI. Patronato, leg. 118, Ramos 4, publicado en parte por V. Maúrtua. (JLPB. Vol. VI)). Además, otros documentos complementarios relacionados con la campaña contra Thupa Amaro Inka, en 1572. 1.- La “relación...” de diego Rodríguez de Figueroa (1565). Este testimonio ocular, es uno de los más importantes y confiables para seguir la huella del camino inka del puente de Chukichaka al pueblo de Pampakona y conocer la historia de las negociaciones diplomáticas que en este pueblo entabló el gobierno español con la Corte de Vilcabamba. Igualmente, para constatar la oposición de los capitanes Incas a estas negociaciones y la habilidad política de Titu Kusi Yupanki, para sortear las amenazas españolas y apreciar, la influencia selvícola en las costumbres y atuendos del Inka y sus capitanes. Según esta “relación”, Diego Rodríguez de Figueroa salió del Cusco el 8 de abril de 1535 y por el camino de tambo, Yanamanchi y valle de Amaybamba –quizás pasando por la residencia Inka de waman Marka- llegó al puente de Chukichaka. En este lugar, algunos días después recibió la autorización de Titu Kusi Yupanki, para entrar a Vilcabamba. Diego Rodríguez, dice que cruzó el río Willkamayo (Urubamba), por una oroya (soga extendida) metido en una canasta de mimbre y que fue a pernoctar en el “pueblo despoblado Condormarca” (Kuntur marca, actual ruina de Kisipata según los trabajos de V. lee) donde vió al antiguo puente que pasaba el río de Vitcos para ir a la “tierra de paz” hasta Tambo, por Sapan marca y Picho. Continuando por el valle de Vitcos, pasando por “Marainiyo”, (donde estaban los depósitos o qolqa del inka) por un camino “ruín” y “fragoso” llegó al “pueblo de Lucma”. De donde, por indicaciones del inka avanzó “dos leguas” adelante hasta el pueblo de “Arancalla” (Rayangalla) situado “en una tierra muy áspera junto a unas nieves y un fuerte muy grande”. De este pueblo –de más o menos cien habitantes pasó al pueblo de Pampakona, en cuyo camino vió en Vitcos, tendidas las cabezas de los “siete españoles” que asesinaron a Manko Inka Yupanki en 1545, para recordar su execrable crimen político. Según Diego Rodríguez de Figueroa, el “Pueblo” de Pampakona tenía unos “doscientos ” habitantes, estaba al pié de un “fuerte alto” cercado de “albarradas” y que en sus inmediaciones le prepararon una “casa grande” y para el Inka, un “teatro grande” de “barro colorado”. Relatando la impresión de cómo vió los rostros “embijados” dice que: “Llegando al llano, donde estaban puestos sus asiento y los pueblos eyo, miró hacía donde el sol estaba e hízole con la mano una manera de reverencia, a quien llaman ellos mocha; e luego fue a su asiento. Venían junto a él un mestizo con una rodela y una espada vestido el uso español con unos zaragüelejos de algodón e un sayo e una capa parda muy vieja. E luego echó el ojo aver que hacía donde yo estaba y me tiró el sombrero; a esto los indios no miraban. En ello yo le mostre una imagen de nuestra señora, que llevaba en el seno, y el se hincó desde allá de rodillas; aunque algunos indios lo vieron, no les dio nada. Venían junto al ingá dos orejones con dos alabardas e también vestidos de plumas e diademas e traían mucho chapería de oro y plata. E todos estos que eran una parcialidad mocharon e hicieron reverencia al sol y después al Ingá. Y a todo esto se estaba en pie junto a su asiento; y así lo cercaron éstos a la redonda en buena orden. Luego entró su gobernador que se llama Yanque Maita con su gente que serían hasta cincuenta o sesenta indios, con sus patenas de plata e rodelas e todos con sus coletas de pluma y las lanzas con unas cintas de plata e oro volteadas y hierro de castilla y de Cobre e lo mesmo todos los que habían entrado con el Ingá. E luego entró su ámese de campo con otros tantos indios muy galanos con lo mismo: y como digo todos éstos hacían reverencia al sol e luego al Ingá, diciéndoles; Hijo del sol, tu eres solo hijo del día y se ponían en orden, cercando todo el llano alrededor del Ingá. E luego otro capitán que se llama Vilcapari Guaman con hasta treinta indios con lanzas enforradas en plumas de muchos colores muy galanos, e sí mesmo otros veinte indios; e hicieron reverencia al sol como los demás, e así mesmo emplumados. E todo lo que dicho tengo venían enmascarados con sus jambos de diversos colores que ellos se ponen en la cara. Y con este indio (entró) un indiezuelo que no valía medio temín después de haber hecho reverencia al sol y al ingá, se vino para mi blandeando la lanza e sel (e) vando e muy denodado. E yo reíme desque me vide de aquella arte, y el empezó a decien nuestra lengua española ¡afuera! Y tirara botes de lanza hacía mi. Y, él su capitán lo llamo. E luego entró otro capitán que se lla Cuxi Poma, con hasta cincuenta indios flecheros que son andes que comen carne humana, q así mesmo todos los demás, todos con sus coseletes de pluma como tengo dicho, con sus lanzas y en la punta unos plumajes muy largos e galenos y a todo esto el ingá no se había asentado. E, luego todos aquellos se quitaron, todos aquellos arneses de pluma e incaron cada uno las lanzas en su puesto y con unos puñales cada uno de hierro y otros de cobre, y con sus rodelas de plata e otros de cuero e otras de pluma, fueron cada uno con los suyos a hacer la reverencia al ingá que ya estaba asentado se movieron a sus estancias” . Describiendo el aspecto físico del Inka, añade, que éste aparentaba unos “cuarenta años de edad”, era de “mediana estatura”, moreno y con una pecas de viruela en la cara, de gesto “severo y robusto”, vestido con una “camiseta de damasco azul”, “una manta de toca de lino muy delgada” y placentera rodeado de unas treinta mujeres de “razonable parecer”. Rodríguez de Figueroa, refiere que las negociaciones se iniciaron el 14 de mayo de 1565 con gran dificultad, porque el Inka desconfiaba de él creyendo que era un espía enviado para engañarlo, pero que al final logró convencerlo para que se entrevistar con el oidor Juan A. Matienzo en el puente de Chukichaka. En efecto, Titu Kusi Yupanki, sin otra alternativa que la guerra o la paz, aceptó seguir con los tratos diplomáticos, para salvar a Vilcabamba de los peligros de una invasión y ganar el tiempo que necesitaba para acelerar el alzamiento general que- tramaba contra los españoles . 2. La “Instrucción..”, dictada por Titu Kusi Yupanki al Agustino Marcos García, en la ciudad de Vilcabamba en febrero de 1570, hace referencia al “pueblo de Vitcos” –treinta leguas de la ciudad del Cusco- y al pueblo de san Agustín de “Rayangalla”. De “Vitcos” dice que era un “pueblo”, donde estaban las casa de sus abuelos Pachakuti Inka Yupanki, Thupa Inka y Wayna Qhapaq y de su padre Manko Inka Yupanki asesinado en 1545 y que en Rayangalla fue bautizado el 28 de agosto de 1568 por Fray Juan de Vivero, prior de los agustinos- por lo que tomó el nombre de “San Agustín de Rayangalla”- y donde los agustinos levantaron después una capilla para sus actividades catequísticas . 3. La “Descripción”, escrita por Baltasar Ocampo (1603). En este documento se cita en el valle de Vitcos, la quebrada aurífera de Purumate (entre el río de Sagitay y San Juan de Hondara); la “llanada” de Hoyara, donde se fundó el pueblo de San Francisco de la Victoria de Vilcabamba en 1572, y en la parte serrana de este valle a la “capilla” de Puquiura, donde los agustinos, Marcos García y Diego de Ortiz ejercieron sucesivamente su ministerio religioso de 1568 a 1571. Esta “capilla” según Ocampo, estaba en el “asiento de Puquiura”, la tierra de su propiedad y era vecina al ingenio de metales del canónigo Cristóbal de Albornoz, el famoso “extirpador de idolatrías”. Quizás en el mismo lugar donde está el actual pueblo de Puquiura, en cuya plaza se ven aún los cimientos de una antigua capilla de factura colonial. Ocampo, al describir la “Fortaleza de Pitcos”, donde dice, vivió Thupa Amaro hasta tomar la borla, refiere que estaba: “En un altísimo cerro, donde señorea gran parte de la provincia de Vilcabamba, donde tiene una plaza de suma grandeza y llanura en la superficie, y edificio suntuosísimo de gran majestad, hechos con saber u arte, y todos los umbrales de las puertas, así principales como medianas, por estar labradas así, son de piedra mármol famosamente obradas” . Descripción que no concuerda con las características de las ruinas de Rosaspata, que H. Binghan creyó erróneamente que correspondían al presunto pueblo de Vitcos. Ocampo concluye su “Descripción”, sin referirse a los edificios ni al nombre inca de Rosaspata y Ñusta hispana –próximas a Puquiura- diciendo contrariamente, que tenía noticias de un “guaca” o adoratorio Inka de grandes riquezas y que el tenía “muchas premisas para su descubrimiento” , disipando, que este lugar correspondía a las ruinas de la “Ñusta ispana” actual, cercana al pueblo Puquiura y vecina de la molienda de metales del citado Chantre Albornoz,- cercana a la aldeas de Wankakalle. 4. La crónica “Historia...” del mercedario Martín de Murúa que trata de la guerra española contra Vilcabamba, cita en detalles algunos lugares de los valles de Vitcos y Pampakona. En el valle de Vitcos menciona como ejemplo, el “paso” de Kinuaraqay y el “paso” de Kuyaochaka a “tres leguas ” de “Vitcos y Puquiura”. Refiere a su vez, que en 1572 los españoles al pasar por este valle camino a Pampakona vieron en su parte serrana, las “casas” que tenían los incas, sus pequeños poblados y la “iglesia ” de “los padres agustinos y que pasando por el asiento de Uroscalla” (Uroscalla) llegaron al pueblo de Pampakona . Es importante advertir que las referencias del cronista, sobre el pueblo de Puquiura, de Vitcos y la “casa del sol” de Chukipalta , fueron tomadas de la probanza que en 1599 se hizo para averiguar la causa de la muerte de Titu Kusi Yupanki y de cómo fue muerto el agustino Diego de Ortiz en el pueblo de Markanay . Murúa, refiere que los religiosos marcos García y diego Ortiz, en el “pueblo de Puquiura” escucharon a unos catecúmenos, decir que: “juntos a Vitcos, en un puesto llamado Chukipalta, donde había una casa dedicada al sol, estaba una piedra grande y vasta encima de un manantial de agua y que della les redundaba muchos males, que los asombraba y ponía espanto y morían muchos indios dello, que decía: que el diablo estaba en aquella piedra, y porque quando pasaban los indios por allí no le adoraban como antes solían ni les ofrendaban oro y plata como antiguamente lo hacían y rogaron muy encarecidamente a los dos religiosos que fuesen allá y conjurasen aquella piedra” . El citado Chukipalta ¿Corresponde a las actuales ruinas de Ñusta ispana? No es posible precisarlo sin documentos confiables y el estudio arqueológico correspondientes. 5. “La Corónica Moralizada..”, escrita por el agustino Fray Antonio dela Calancha, contiene también datos importantes sobre lugares y poblados, extraídos de una probanza, sobre la muerte de Fray diego de Ortiz, que antes había sido utilizada por el mercenario Fray Martín de Murúa. En esta crónica agustina se dice que : “En el paraje de Chukipalta, estaba la casa y templo del sol”, donde el demonio daba respuesta en una piedra o peña blanca, donde varias veces se mostraba visible. Añade Calancha, que esta “piedra estaba sobre un manantial de agua ”, que entre los incas “era una cosa divina” agregando que el Inka con sus capitanes expulsaron a Fray marcos García de Vilcabamba y a Fray diego de Ortiz le obligaron a permanecer en la capilla de “Guarancalla”- camino de Marcanay- ubicada después del paraje de “Yanacache” (sal negra) . Con estas referencias y el de las crónicas e informaciones de servicios de los jefes y soldados que participaron en la guerra contra el Inka, de 1537 a 1572, pudimos identificar los lugares de: Socospata, Choque Llusca, Marayniyoq, Purumate, Hondara, los “pasos de Kinuaraqay”, Tarquimayo y Kuyaochaka , además los pueblos coloniales de Lucma y Puquiura en cuya vecindad estaba las mencionadas “casas del Inga” con otros pequeños; no así, el pueblo de San Agustín de Rayangalla y el de Vitcos que aún siguen perdidos, al igual que el pueblo Inka de Lucma. b. De Pampakona a la ciudad de Vilcabamba. Las informaciones sobre esta parte de Vilcabamba, - aunque fueron suficiente para conocer algunos nombres de la topografía de este valle de Pampakona, por donde seguía el “camino real Inka” a la ciudad de Vilcabamba. Las crónicas y documentos tempranos, que relatan la campaña de Gonzalo Pizarro y Paullu contra Manko Inka, refiere que en este valle, en un lugar escarpado y a la vera de un río estaba el fuerte Hatun Pukara (Fortaleza Grande) a tres leguas de la ciudad de Vilcabamba, que en 1539 murieron decapitados Waypar e Inguill y cayeron presos. El príncipe Kusi Rimachi, dos pequeños hijos(¿?) de Manko Inka Yupanki y a su esposa la Coya Kura Oqllo, con varios de sus capitanes que intentaron rescatarlos . El cronista Pedro Pizarro dice que antes de este fuerte –en una “peña raxada”- Gonzalo Pizarro fue desbaratado por el Inka y regresó huyendo al pueblo Pampakona para pedir ayuda al Cusco. Reseñando de cómo después se tomó Hatun pukara, refiere que: “Goncalo Picarro tornó sobre este paso donde Mango Ingá estaua como hombre muy seguro. A la entrada de esta agostura que tengo dicha auían hevcho una aluarrada de piedras, con unas troneras por donde nos tirauan con quatro o cinco arcabuces que tenían, que auían tomado a los españoles, y como no sauían atacar los arcabuces, no podían hazer daño, por que la pelota dexauan junta a la uuoca del arcabuz, y así se caya en saliendo. Pues llegados que aquí fuimos una mañana, ya estauan apercibidos cien hombres, los mexores peons, para que suuiesen por una montaña muy espesa en una sierra alta, por donde se toauan por el alto para desechar estos pasos ya dichos, y tomar las espaldas a los indios fue que Goncalo Picarro, con la mitad de la gente estuimos haziendo rostros al fuerte donde Mango Ingá estaua, y secretamente los demás suuiron por la montaña arriua sin entenderllo los indios, y estando así haziendo acometimiento que queríamos tomalles el fuerte, a ora de uísperas y más tarde, los españoles suuieron el cerro y montaña a un raso que de la otra parte del cerro se hazía, donde Mango Ingá tenía su asiento”. Añade que “visto por los yndios cómo los españoles vajauan por allí, vinieron a dar mandado al Ingá al fuerte, y sauido que lo supo, tomáronle tres yndios por los brazos, y a buelapié le pasaron el río que digo que yba xunto a este fuerte, y lo lleuaron por el rrio auaxo un trecho y lo metieron en los montes” En la crónica de Murúa, en las probanzas soldadesca de 1572 y en la “Razón” que Hurtado de Arbieto envió al virrey Toledo , aparece también los nombres de varios “pasos” y “asientos” en el curso de este valle hasta el pueblo de Markanay. El testigo Sarmiento de Gamboa, cita, en los bajíos de Pampakona y a la vera izquierda del río del mismo nombre, el aparejo o llanada de “Hututo” donde un soldado Inka que intentó evadirse fue ahorcado . Murúa, en este mismo valle el “Camino de los fuertes”, nombran un “paso” al que erradamente llama “Chuquillusca” un “trecho largo a la vereda de un río caudalosos que apenas se podía pasar por él, siendo necesaria que los soldados e indios de guerra amigos pasasen gateando, y asidos de las manos unos de los otros, con gran dificultad y riesgo” . Otros testigos dicen, que por este accidentado y boscoso valle, siguió el ejército español y sus aliados, cuidándose de las trampas y celadas y abriéndose paso machete en mano por la tupida maleza y que haciendo puentes en la quebrada siguieron por “Tumichaka” y el “asiento de Anonay” venciendo la tenaz resistencia Inka hasta “Pantipampa” . En este lugar, según el mismo cronista, los españoles descubrieron por una infidencia los detalles de la celada de Thupa Amaro había preparado para destruirlo cuando pasaran por el desfiladero de Wayna Pukara y que con este aviso. Hurtado de Arbieto, preparó la contracelada para sorprender al Inka con el mismo ardid que usara Gonzalo Pizarro para tomar Hatún Pukara en 1539,. En la “Razón” enviada al virrey Toledo, se dice, que el 21 de junio tomaron este fuerte atacándolo desde las alturas y que al día siguiente los fuertes de “Sanmaua” y el de “Hatun Pukara” o Machu Pukara y el 23 de este mes ocuparon el pueblo de Markanay, donde los enemigos- se prepararon para entrar al día siguiente a la ciudad de Vilcabamba . Pueblo, que según Calancha estaba a “dos leguas” de la ciudad Inka y, 12 a 15 “leguas castellanas” o 9 “leguas indias” del pueblo de Puquira .

 

3°. TESTIMONIOS SOBRE LA CIUDAD DE VILCABAMBA, LA ÚLTIMA CAPITAL DE LOS INCAS Y SUS COMARCAS

Esta urbe Inka, según la “Razón” enviada a Toledo, tenía unas “cuatrocientas casas” con sus “guacas e idolatrías” y estaba en un “valle apacible” en una extensión de “una legua de largo por media de ancho” que según Murúa tenía la “traza del Cusco”, con una extensión de más o menos “media legua de ancho y un grandísimo trecho de largo”, indicando que la “casa del Ynga”- quemada al evacuarse la ciudad- era “con altos y bajos, cubierta de tejas y todo el palacio pintado con diferencia de pinturas a su usanza, que era cosa muy de ver” y con “puertas y zaquizamíes de cedro oloroso” y con una “gran plaza capaz de reunir número de gente, donde ellos se regoxijaban y aún corrían caballos” . El capitán Camargo y Aguilar a su vez, que la “casa o templo del sol”, por ser grande y fuerte, fue después adecuada como “fortaleza” para la guarda y seguridad de esta urbe Inka . Murúa ampliando sus datos dice que en este valle (Chontamayo) por la naturaleza de su clima (1,400 mts.), se sembraban productos de sierra y costa: coca, ají, algodón, maíz, cañas dulces, pastos etc. Y., que en los bordos y traseras de las casas –como en España- las abejas hacían sus panales de miel . A esta ciudad llegaban dos caminos principales, uno que descendía de la cordillera de Vilcabamba y otro que venía por el valle de Pampakona al que convergían el procedente de Puquiura por la ruta de Qollpaqasa y el de Inka kache, al que Calancha descifra erradamente “Ungatache”, por donde los agustinos Marcos García y Diego de Ortiz pasaron para ir a la ciudad de Vilcabamba, probablemente en enero de 1570. el cronista agustino Calancha, aportando algunos detalles topográficos del camino el Puquiura a la ciudad de Vilcabamba refiere que cierta vez, Titu Kusi Yupanki les dijo a los padres Marcos García y Diego de Ortiz: “Yo os quiero llevar a Vilcabamba, , pues ninguno de los dos ha visto aquel pueblo, iréis conmigo, que quiero festejarlos. Salieron otro día en compañía del Inga que llevó poco acompañamiento de sus capitanes y caciques, y siempre a los reyes Yngas caminaban con andas. Llegaron a un paraje llamado Ungacacha (por “Inka Cachi” las salinas del Inka) y allí puso en ejecución la maldad que había concertado, y fué que llenasen los caminos de agua , inundando la campiña con arrojarle al río, porque por que los padres deseaban , y lo habían tratado de ir a Vilcabamba a predicar, porque era el mayor pueblo, yen que estaba la Universidad de la Idolatría, y los catedráticos hechiceros maestros de las abominaciones. Pero el Inga por espantarlos, y que no pudiesen vivir , o predicar en Vilcabamba, sino irse de la provincia, consultó este hecho sacrílego y diabólico. Amaneció y a poco trecho, bajando a un llano pensaron los dos religiosos que era laguna, y el Inga les dijo: Por el medio de esta agua habemos de pasar todos. O cruel apóstata ¡el iba en andas, y los dos sacerdotes a pie y descalzos!. Entraron los dos ministros evangélicos en el agua, y como si pasaran alcavisas iban gozosos, porque en odio de la ley evangélica recibían tales baldones y tales tormentos de agua; dávales a la cintura helándole el vientre, no estando usados o mojar el pie; aquí caían resbalando, y no habían tales baldones y tales tormentos de agua; dávales a la cintura helándoles el vientre, no estando usados o mojar el pie; aquí caían resbalando, y no habían quien los ayudase a levantar, el uno al otro se daban las manos mientras los sacrílegos daban gritos de risa...y helados u llenos de lodo salieron a los seco, y allí dijo el Inga, con este trabajo se camina por aquí, con que le apreció que los dejaba tan desenamorados de pretender fundar en Vilcabamba, que de allí se irían al Cusco” . Llegados a la capital Inka, después de “tres jornadas” de camino, los religiosos fueron alojados en el perímetro de la ciudad para que no vieran los ritos y ceremonias que hacían los “hechiceros” (sacerdotes o camayos incas), y para que Titu Kusi Yupanki- por consejo de sus capitanes- probara la castidad de los frailes, dice que ordenó que les llevaran: “Las más hermosas indias, no de las serranías, sino de los Yungas de sus valles , que son blancas y alindadas de aquellos países, industriaron a las más gallardas, y sin duda serían las indias más lascivas, fueron animadas y seguras que rendirían a los siervos de Dios, y ganarían las albricias del Inga. Todo lo que el demonio les supo enseñar ejercitaron las indias, valiéndose de los mayores engaños de la sensualidad, y de los donaires más peligrosos, de la disolución. Pero los varones apóstoles se defendían tan valientes, que volviéndose corridas y medrosas, quedaron ellos humildes y victoriosos; y el Inga y sus hechiceros irritados, y rabiosos de afrentados; volvieron a consultar al demonio, y salió otra más poderosa violencia de la consulta. De mantas negras y blancas cortaron hábitos blancos y negros, vistieron muchas indias, las más hermosas y distraídas, y las fueron enviando con esta orden, salieron dos con hábitos negros, y fuéronse donde los religiosos estaban, (Fingirían que eran donayre por entretenerlos y festejarlos) allí habrían lo que los demonios les enseñaban, pero echáronlas los siervos de Dios con vituperio; a deshonra fueron otras dos con hábitos blancos que parecían frailes entrando hasta sus camas (que los aposentos de los indios, o los mesones y tambos no tiene llaves ni puertas)” . Concluye el agustino, que los religiosos triunfaron sobre “aquellas centellas del infierno, novicias del engaño y profesas de la lujuría”. Relato extravagante, que debió ser diferente en realidad, pues sabemos que Titu Kusi Yupanki, dictó a Fray Marcos García –mientras estuvo en la ciudad- la “Instrucción...” para el licenciado Lope de garcía de Castro, ex -gobernador del Perú . Los aportes geográficos que aparecen en esta crónica constituyen indiciariamente, importantes elementos de juicio para hacer el camino de Puquiura a Vilcabamba. Al igual que los que figuraban en los testimonios soldadescos, que al referirse a los lugares comarcanos a la ciudad de Vilcabamba, dicen que entre 10 y 14 leguas de esta urbe estaban: el valle de Mapaguay y los pueblos aún perdidos de “Panguis” o “Panquisa” de “Simaponte” o “Simaponeto”, y en alguna parte, la tierra de los “Satis” que era “ásperas, fragosa y mal acreditada”, donde los mitmakuna guardaban los ídolos y guacas de los incas. Asimismo aparecen en este género de testimonios los nombres de la: provincia de “Zapacati” o “zapacatín”, del “pueblo de Momori”, el de los ríos, Guambo, Picha, Maupa, Pasñasiguas, el valle de Concharco en los Manarie, los pueblos de Paro, Macaparo y Otayvas , todavía no ubicados hasta la fecha. Advertimos, que falta aún por conocer la geografía del lado occidental de Vilcabamba, la parte que limita con el río Apurímac, que las noticias que hay son aisladas e incidentales sobre los pueblos de “Garco” o “Qarqo”, Acabamba, Talawara y Apaylla. En 1577 el padre Antonio de Vera construyó en Carco la primera iglesia cristiana en la que fue bautizado, -el 20 de julio de este año- Quispe Tito el hijo mayor de Tito Kusi Yupanki , con el nombre de Felipe y Diego Rodríguez de Figueroa reconocido como “corregidor de Vilcabamba ”. En Acobamba- como está indicado el 24 de agosto de 1566 se suscribió la “Capitulación” que establecía la “Paz perpetua” entre la Corte de Vilcabamba y el gobierno español. De Apaylla y Talawara solamente hemos hallado escasas referencias sobre su ubicación e importancia . Igualmente, queda para futuras investigaciones, la búsqueda de más documentos para descubrir los nombres primitivos de las ruinas de Rosaspata, Ñusta ispana, Inkawaranka e Inkawasi, y para ubicar los pueblos incas de Vitcos, de Lucma, Rayangalla (Layangalla), Puquiura y Pampakona, perdidos aún desde el siglo XVI a la fecha en los valles y serranías de la extensa región de Vilcabamba. Quedan asimismo, por buscar en los archivos nacionales y extranjeros: el informe del dominico Melchor de los reyes al marqués de Cañete, sobre las negociaciones que en 1557 se realizó con el gobierno de Vilcabamba. La “visita de Diego Rodríguez de Figueroa y el padre Antonio de Vera en 1567 a todos los pueblos de Vilcabamba”, según la “Memoria” de Titu Kusi Yupanki. La “Probanza” con testigos “viejos” sobre los “Ingas antiguos” que Rodríguez de Figueroa hizo en 1567. La “visita” de 1568 del agustino Marcos García y martín Pando (escribano y secretario del Inka). Las “visitas” efectuadas por martín Hurtado de Arbieto en 1572, de los “valles y tierras” del puente de Chukichaka a Pampakona, y de este pueblo a la ciudad de Vilcabamba y sus comarcas. El “juicio de resistencia” al gobernador Martín Hurtado de Arbieto, procesado por el capitán Antonio de Pereyra. La “visita”, empadronamiento y reducciones que hicieron en Vilcabamba. Los documentos y probanzas sobre las “entradas” a los Manaries, Pilcosones y Paukarmayos. Las distintas probanzas hechas en el pueblo de San Francisco de la Victoria de Vilcabamba durante el siglo XVI y XVII. La visita minera de Antonio Cabrera en 1588 y particularmente, la pesquisa de la correspondencia de Titu Kusi Yupanki con los funcionarios españoles, civiles y religiosos, de 1560 a 1571. cuando posteriormente, algún afortunado historiador halle estos documentos, tendrá una visión más aproximada de lo que fue la historia de este famoso y último reducto del Tawantinsuyo. Finalmente, para completar nuestra investigación, hemos compulsando los informes cartográficos de: H. Bingham, G. Savoy, J. Beauclerk, S. Whithe y V. Lee. Los estudios de F. Herrera, J. G. Cosio, L. A. Aragón, L. A. Pardo y e V. Angles entre otros. Igualmente revisado la carta Geográfica de C. Bues, la carta de la “Región Norte del Cusco; provincias de la Convención y Urubamba” del Instituto Geográfico Militar, las fotografías aéreas de Instituto Geográfico Militar del valle de Vilcabamba (antes de Vitcos) hasta sus serranías, la importante fotografía panorámica de la región de Vilcabamba (río Urubamba al apurinac) tomada por el satélite artificial sky lab y el “informe” de la patrulla policial de la 44 Comandancia de la Guardia Civil sobre la “Zona de Pampakona y espíritu Pampa”, hecho en mayo de 1976 .

 

CAPÍTULO II

EN BUSCA DE “VILCABAMBA LA VIEJA” , LA CIUDAD PERDIDA DE LOS INKAS
Con la copiosa información documental y cartográfica que reunimos en varios años de investigación, en junio de 1972, nos propusimos llegar por fin a la ciudad de Vilcabamba – la última capital y reducto de los incas- cuatrocientos años después que fuera ocupada por los españoles, para pagar con nuestro trabajo la vieja deuda del Perú con su historia y para rendir en el corazón de esta famosa urbe, un emotivo homenaje a los incas que inmolaron sus vidas en defensa de la soberanía nacional. Lamentando que en este año no pudiéramos realizar nuestro propósito. En mayo de 1976 organizar la primera expedición para ir a buscar de la ciudad Inka de Vilcabamba, de esta egregia urbe que figuraba en la relación de las más famosas ciudades perdidas del mundo. Al mes siguiente –en junio- iniciamos nuestra expedición con los documentos en la mana. Nuestra entrada al territorio de Vilcabamba, la hicimos por el puente a paso de Chukichaka, por donde a fines de mayo de 1572 los españoles invadieron Vilcabamba. Cruzamos el rio Urubamba (el antiguo Willkamayo) por un puente moderno en cuyas cercanías están los restos del viejo puente de Chukichaka. Nuestro recorrido por el valle de Vitcos (actual Vilcabamba) y después por el de Pampakona, fue sugestivo y emocionante. En el curso de nuestro itinerario, fuimos rastreando las huellas del camino que los españoles siguieron en junio de 1572 e identificando lugares y poblados incas, para llegar con seguridad hasta los muros mismos de la ciudad de Vilcabamba, la última capital del Tawantinsuyo. Nuestra vista del estrecho valle de Chontamayo donde yacían los restos de la ciudad de Vilcabamba cubierto por una verde y tupida vegetación, fue emocionante, mas aún, cuando desde una prominencia o “Chapatiaq” (centinela) inka fuimos descendiendo por una larga escalinata de piedra destruída por el tiempo, hasta topar con los primeros recintos de la insigne ciudad de Vilcabamba: con sus templos, residencias y casa que en junio de 1572 habían sido consumidas por el fuego. Cuando llegamos a la plaza de la ciudad, con íntima unción patriótica quitando imaginariamente el estandarte español puesto el 24 de junio de 1572, colocamos en su lugar la bandera del Perú en señal de reconquistar, 404 años después de su épica caída en poder delos enemigos.

 

1°.- ANTECEDENTES HISTÓRICOS

Aunque la fama de la ciudad de Vilcabamba creció con el tiempo y su nombre se hizo leyenda, el lugar dando yacían sus restos fue olvidado en el curso de los siglos. Pocos años después de iniciada la república, estudiosos y exploradores, se interesaron por descubrir el lugar donde estarían los restos de esta famosa capital Inka. En 1847, el francés Francisco María Angrand examinando los datos de Conde de Sartigni,- que en 1834 había visitado Choqekirao- creyó que estas reunidas por su ubicación estratégica y conjuntos arquitectónicos, podrían corresponder a la vieja Vilcabamba, la ciudad perdida de los incas. Antonio Raimondi, fascinado por esta noticias en 1865, con la crónica del agustino Antonio de la Calancha en la mano, entró en Vilcabamba por el puente de Chukichaka. Siguiendo el valle de Vitcos (ahora de Vilcabamba), pasando por el pueblo de Lucma y villorrio de Puquiura llegó al pueblo colonial de san Francisco de Vilcabamba. De este lugar, por el camino de Arma cruzó los glaciares de la cordillera y descendió hasta Choqekirao. El ilustre geógrafo, al ver la factura Inka de sus construcciones y estar a dos días de camino de Puquiura –que según Calancha- había de Puquiura a la ciudad de “Vilcabamba la grande”,- creyó efectivamente, que estar ruinas correspondían a la ultima capital del Tawantinsuyo y que su nombre habría sido cambiado por el de Choqekiaro para salvarla de la depredación española y republicana. En esta opinión se mantuvo hasta 1909, que el historiador peruano C. A. Romero, en un informe al Instituto Histórico, preparado para el arqueólogo Max Hule, demostró que Choqekirao, por su ubicación geográfica no correspondían a la ciudad Inka de Vilcabamba y que en este lugar “jamás habían estado los descendientes de Wayna Qhapaq”. El explorador Irma Bigham, que por entonces había llegado al Perú precisamente para ubicar esta ciudad Inka, al conocer este informe, cambiando de planes y con la directivas del historiador Romero, resolvió buscar la ciudad perdida de los incas al otro lado de la cordillera de Vilcabamba. En efecto en 1911, Bingham con la crónica del padre Calancha y la “Relación” de Diego Rodríguez de Figueroa en la mano, entró en el territorio de Vilcabamba, también por el puente de Chukichaka y siguiendo el curso del valle de Vitcos (ahora Vilcabamba) llegó al pueblo serrano de San Juan de Lucma. Según cuenta el mismo explorador, pidió ayuda a sus pobladores para que le buscaran datos sobre la ciudad Inka de Vilcabamba, pagando “un sol de plata” por cada ruina u “dos soles” si era importantes y que por este medio conoció los vestigios arqueológicos de “Inkawarakan” o “Inkawarakanan” ubicado en la cima de un cerro, al pie del cual estaba el pueblo de Lucma. Bingham, de este pueblo pasó al de Puquiura donde tuvo mejor suerte. Los vecinos le avisaron que frente al pueblo en un cerro no muy alto, estab las ruinas de “Rosaspata” (anden de rosas) y a poca distancia las de “Ñusta ispana” (orinal de la princesa, por una rajadura que hay en la parte superior de una mole granítica que existe en este lugar). El explorador yanki, después de visitar ambos vestigios incas, confiando en la versión del padre Calancha creyó que estos conjuntos arqueológicos correspondían el primero, al pueblo de Vitcos donde Manko Inka fue asesinado en 1545 y el segundo a “la casa del sol Chukipalpa”, por la gran piedra blanca (Yuraq rumi) que vió en su interior sobre un fresco manantial de agua. Luego de este supuesto descubrimiento, Bingham –tres leguas adelante llegó al pueblo colonial de Francisco de la Victoria de Vilcabamba, que seguían tan abandonado como cuando Raimondi lo vió en 1865. En este lugar, le avisaron que al otro lado de la cima de Qollpaqasa se veía un extenso valle, donde el cauchero Lopez Torres –en1902- había visto las ruinas de una ciudad grande en un lugar llamado “espíritu pampa”. A las que no se podían llegar, sin el permiso del terrateniente Juan Cancio Saavedra que con una guardia de cincuenta selvícola (Machigüengas) custodiaba sus cañaverales. Refiere Bingham, que después de cavilar sobre si estas ruinas terminarían en ser “puro espíritu”, acordó avanzar hasta sus muros desafiando a los flecheros del terrateniente Saavedra. Siguiendo por los glaciares de Minaschayoq y Urcoscalla llegó hasta el abra de Qollpaqasa a más o menos 4.000 metros sobre el nivel del mar. En su cumbre, el explorador yanki quedó perplejo y asombrado al ver entre la bruma del horizonte, un extenso territorio montañoso omitido en el mapa de Raimondi, sin poder explicarse cómo en el Perú, con una vieja Universidad a “menos de cien millas”, podían haber ignorado por tanto tiempo la vastedad de esta zona de más de “mil quinientos millas cuadradas de extensión”. Llegando a Pampakona, después de buscar inútilmente el viejo pueblo donde Titu Kusi Yupanki en 1565 se entrevistaron con el español Diego Rodríguez de Figueroa. Descendió al valle y siguiendo el cauce del río Pampakona, sorteando desfiladeros y la densa vegetación luego de pasar por la localidad de san Fernando llegó al fundo de vista Alegre.
De este lugar- refiere Bingham – el sendero que seguía era tan estrecho y escabroso, que la gente caminaba temiendo el ataque de la guardia selvícola de Saavedra . Relatando esta peripecia, dice: “Entonces en una espesa selva en que la estrecha senda se hacía cada vez más dificultosa para los encargados. Arrastrándose sobre las rocas, bajo las ramas, por resbalosos despeñaderos, en peldaños que habían sido cortados en la tierra o piedra, sobre un rastro que ni siquiera habría podido seguir sin ayuda, avanzamos lentamente bajando hacia el valle. Debido al calor, la humedad y los frecuentes chaparrones, era ya medida tarde cuando alcanzamos otro pequeño claro, llamado Pakaypata. Aquí en una cuesta de más o menos mil sobre el río, nuestros hombres decidieron pasar la noche en un diminuto cobertizo de seis pies de largo por cinco de ancho. El profesor Foote y yo, tuvimos que cavar un hueco en la abrupta ladera con una hacha para poder asentar nuestras tienda”. Soportando estas inclemencias el explorador llegó a las plantaciones de Saavedra. Su sorpresa fue grande, Saavedra lejos de ser el imaginario “poderoso jefe de muchos indios” era un colonos de los buenos, que arriesgando su vida y la de su familia se había establecido entre los Machigüengas que poblaban parte de este valle. Refiere Bingham, que después de escrutar el lugar donde vivía Saavedra, vi que: “cerca al trapiche de la plantación había algunas intereses jarras grandes, indudablemente incaicas, que Saavedra usaba en el proceso de hervir el jugo para extraer el azúcar. Dijo que las había encontrado en el bosque, a no mucha distancia. Cuatro de ellas eran el tipo común aríbalo; otra de forma bastante parecida, con una boca ancha, base puntiaguda, incisiones por una cara, un agarradero en forma de cabeza convencional de animal a un costado y asas en forma de bandas pegadas verticalmente bajo la línea media. Aunque con capacidad para más de diez galones, esta enorme vasija podía acarrearse en la espalda y hombros por medio de una cuerda que pasaba a través de las asas y alrededor del agarradero. Saavedra dijo que había encontrado en su casa varias cajas cistes (tumbas)en forma de botella, revestidas de piedras, con una losa lisa en la parte de arriba, evidentemente antiguas tumbas. La cubierta de una de estas sepulturas estaba taladrada y el agujero cubierto con una delgada hoja de plata golpeada. También encontró unos cuatro utensilios de piedra y dos o tres hachas incaicas de bronce. Los bronce y las cerámicas nos revelaron elocuentemente, sin dejar a duda, que los incas vivieron en esta húmeda selva” A pocos kilómetros de cruzar el río Pumachaka, bingham llegó a un “alto promontorio” de donde observó con detenimiento el estrecho abanico aluvial del río Chontamayo que con sus pequeños tributarios se unían al río Pampakona, sin sospechar que en este estrecho valle, cubierto por la densa vegetación estuvieran los restos de la última capital de los incas. El explorador, luego de anotar que en este promontorio estaban “las ruinas se un pequeño edificio rectangular, de piedra tosca, probablemente una torre de observación”, siguiendo por el declive de una ancha escalinata con peldaños de piedra de casi un “tercio de milla”, cruzó un riachuelo y guiado por la gente de Saavedra se adentró en lo más tupido del follaje hasta llegar a un claro donde halló algunas viviendas con “techos a dos aguas muy agudo” en cuyo interior vió “dos ollas negras, de origen incaico ” y más adelante topo con los restos de unas: “dieciocho o veinte casas circulares arregladas en un grupo irregular”, que parecían ser los vestigios de las “mansiones de los fieros antis” que Diego Rodríguez de Figueroa describió en sus “Relación” de 1565 y no los restos de una ciudad Inka. Bingham, guiado por los “dos salvajes” que había conocido en la casa de Saavedra, avanzó hasta la pampa Eromboni, donde encontró: “varias terrazas artificiales y toscos cimientos de un edificio rectangular de 192 pies de largo. Los muros eran sólo de un pie de altura. A la vista había poco material de edificación. En apariencia, jamás se completó su estructura. Cerca estaba una típica fuente india con tres surtidores colgantes y de una espesura tan densa que no dejaba ver más allá de unos pies en cualquier dirección , los salvajes nos mostraron las ruinas de un grupo de casas incaicas, cuyos muros aún se levantan en buenas condiciones. Las paredes eran de piedras toscas sujetas con adobes. Como algunas de las edificaciones incas de Ollantaytambo, los dinteles de las puertas estaban hechos de tres o cuatro angostos bloques sin cortar. Bajo una terraza de frente de piedra encontraba encerrada en parte una fuente con un caño también de piedra y una cuenca forrada igualmente en este material . Las formas de las casa, su arreglo general, los nichos, las clavijas de piedra y dintelas, todo señalaba la existencia de constructores incas”. Pese a estas evidencias, Bingham, falto de documentos que disiparan sus dudas, dedujo erradamente que estas ruinas no eran de la ciudad de Vilcabamba. No imaginó que antes fue un tambo que los incas lo adaptaron para cede de su gobierno en el exilio y que la falta de mojinetes en algunas casa era, por que los techos generalmente se hacían a cuatro aguas o tipo “wankar”. Recordando –el explotador- que había demorado “cinco días” para llegar a este lugar, en vez de las “dos jornadas largas” –que según Calancha- distaba de Puquiura a “Vilcabamba la grande”, concluyó, diciendo: “Que no perecía razonable suponer que el sacerdote y las vírgenes del sol (personal de la Universidad de la idolatría ), que huyeron del frío del Cusco con Manco y se establecieron junto a él, en algún sitio dentro de la seguridad de Vilcabamba se hubiesen sentido atraídos por vivir en este ardiente valle. La diferencia del clima es tan grande como entre Escocia y Egipto. No habrían encontrado en Espíritu Pampa el elemento que les agradaba , además podían tener la reclusión y seguridad que ansiaban igualmente en varias otras partes de la provincia, junto con un clima fresco y fortificante y alimentos parecidos a los que estaban acostumbrados a consumir ”. Finalmente Calancha dice que “Vilcabamba la vieja” era “la mayor ciudad” de la provincia, término apenas aplicable a nada de aquí”. De esta manera el explotador yanki, sin intuición suficiente para percatarse que estaban corriendo los muros de la ciudad de Vilcabamba, dejó este lugar , con el tenaz empeño de buscarla en otro lugar del territorio de Vilcabamba. Como se sabe, un año después, guiado por comarcanos del valle de Urubamba, Bingham descubrió Machu Pichu , uno de los más finos y hermosos complejos urbanos de la arquitectura Inka. Y, admirado por su ubicación y presencia panorámica, sin vacilación alguna anunció al mundo que había descubierto la ciudad Inka de Vilcabamba, sustentando su opinión con quiméricos argumentos . Nadie empero, podrá discutir a Bingham el descubrimiento de este monumento construido por Pachakuti Inka Yupanki, que en el siglo XVI fue encomienda de un Arias de Maldonado y no la última capital de los Incas, cuyos restos siguieron perdidos en algún lugar de la extensa región de Vilcabamba. Mientras tanto, las ruinas de Pampa Eromboni –en el paraje de Espíritu Pampa- descartada por Bingham, quedaron olvidados hasta 1943, que el cusqueño Luis Angel Aragón renovó su interés científico por la identificación de estas ruinas. En 1966, los estudiosos Antonio Santander Caselli y gustavo Alencastre insinuaron por primera vez la posibilidad que estos vestigios arqueológicos podrían corresponder a la ciudad Inka de Vilcabamba. Posteriormente, Santander Caselli, Gene Savoy y Douglas Saro, unidos en “sociedad”, al explorar estas ruinas encontraron las tejas que Bingham dejó en 1911 y vieron conjuntos habitacionales distribuidos en grandes terrazas, algunos con vestigios de estucos “color rojo ocre” en sus muros deteriorados. Un tiempo después, Savoy regresó a Espíritu Pampa y denunciado de prácticas de chamanismo y de hacer excavaciones sin autorización, suspendió sus exploraciones y regresó a Lima. Posteriormente, Savoy divulgó sus trabajos en Espíritu Pampa, en varios artículos y en su libro “Antisuyo”. Lamentablemente, el explorador peruanista, sin el apoyo de fuentes confiables, elaboró un mapa del valle de Pampakona, ubicado a discreción los lugares citados por el agustino Calancha, restándole seriedad histórica para sostener que las ruinas de espíritu pampa correspondiesen a la perdida ciudad Inka de Vilcabamba. Sin embargo sus trabajos, llamaron la atención de científicos y exploradores que en distintas oportunidades visitaron después estas ruinas, cuyos nombres figuraban en un cuaderno que conservaba la familia Luque, el moderno faudatario del fundo Vista Alegre, en el valle de Pampakona. Por nuestra parte, a partir de 1968, buscamos en los archivos peruanos y españoles los documentos que directa o indirecta, nos ayudaron a explicar desde la perspectiva peruana la caída del Tawantinsuyo en 1572. Al confrontar estos documentos, comprendimos la imperiosa necesidad de buscar e identificar históricamente la ciudad Inka de Vilcabamba, la última capital y reducto del Tawantinsuyo. Con este propósito fuimos acumulando, a lo largo de muchos años , la documentación histórica confiable , para rehacer , cuando menos en parte, el marco geográfico del territorio de Vilcabamba e identificar con seguridad sus valles, poblados y lugares importantes, información previa e indispensable para seguir el derrotero que nos condujera directamente al sitio donde yacían los restos de la ciudad Inka de Vilcabamba. Con paciencia y tenacidad, reunimos copiosa documentación sobre los valles de Vitcos (ahora de Vilcabamba) y Pampakona, por cuyos cauces seguía el “camino real” inka, del puente de Chukichaka a la ciudad de Vilcabamba, para rastrear con certeza, el itinerario que los españoles siguieron en 1572 hasta esta ciudad, última capital y reducto heroico del Tawantinsuyo. 2. Primera expedición a la ciudad Inka de Vilcabamba. Junio de 1976. Si bien nuestro propósito, fue entrar en esta urbe histórica, cuatro siglos después, el mismo día y hora que los españoles la ocuparon, el 24 de junio de 1572, varios factores nos obligaron a diferir esta fecha. Primero, el apremio que teníamos de acabar con la redacción de nuestro libro “La versión Inka de la conquista” y segundo, por las insoslayables tareas inherentes al rectorado que ejercía entonces en la Universidad Ricardo Palma (Lima- Perú). Dos años después, volvimos a actualizar nuestro proyecto para llegar a la ciudad Inka de Vilcabamba, con los documentos en la mano y la ayuda de tradición oral de sus pobladores. Aclaramos que esta primera expedición a Vilcabamba, la hicimos con el auspicio de la Universidad de Lima y la Editorial Milla Batres, contando además con el apoyo del Instituto Nacional de Investigaciones Educativas (INIDE), del Instituto Nacional de salud Pública, de la Benemérita Guardia Civil del Perú y del Departamento de Arqueología de la Universidad Nacional de San Marcos, cuyo jefe el arqueólogo Ramiro Matos Mendieta, no pudo acompañarnos por imprevisibles razones de salud. a. Del Cusco a Chukichaka (Chaullay ). El 1° de junio de 1976, llegamos a la ciudad del Cusco y este mismo día coordinamos nuestro viaje al pueblo de Puquiura y expusimos a nuestros compañeros los objetivos de nuestra expedición: rehacer con la mayor proximidad histórica , el itinerario que los españoles siguieron en junio de 1572 por aquellos “caminos ásperos y fragosos”, por “montañas bravas y llena de arcabucos”-como dicen- desde el puente de Chukichaka a la ciudad Inka de Vilcabamba. Les expliqué también que para este efecto llevábamos documentos confiables para identificar los “asientos” y “pasos” donde los incas lucharon contra los enemigos, y que si sus datos coincidian con la tradición oral, tendríamos el privilegio de entrar con seguridad en los muros de “Vilcabamba la grande”. El 2 de junio partimos de la ciudad del Cusco. Aunque habíamos madrugado, llegamos tarde a la estación ferroviaria. El tren ya había partido para Chaullay. Para no alterar nuestro cronograma, con un vehículo alcanzamos el tren en el paradero de Izcuchaca. En el camino nos sorprendió el perfil adusto y severo del chofer que nos conducía. Al preguntarle su nombre y el lugar de donde era, nos respondió que se llamaba Juan Yamki Yupanki, y que era del pueblo de san jerónimo. Su serena dignidad y el timbre de su vos tuvo en ese momento una evocación de siglos. De pronto nos dimos cuenta que estábamos guiados, nada menos, que por un descendiente de la más linajuda estirpe del Tawantinsuyo , comparable a los de Inglaterra o delfines de Francia. Cuando le preguntamos por sus antepasados, vimos dibujarse en su rostro una sonrisa de amargura o nostalgia. Prefirió no responder, pero como apretado por un orgullo interior, después de vacilar nos dijo locánicamente: que entre los papeles viejos de sus abuelos, había visto manuscritos con figuras pintadas y dibujos. ¿Sus escudos, títulos nobiliarios?, no lo pudimos adivinar. Pero cuando llegamos a Izcuchaca, musitamos ante su rostro sorprendido: “Muchaykuyki apu” (te reverencio señor), frase con que seguramente rendían pleitesía a sus distinguidos antecesores. Luego de esta despedida simbólica, subimos al tren que nos conduciría al pueblo de Chaullay. Mientras el tren se desplazaba velozmente por los llanos de anta, admirando el paisaje dorado con los primeros destellos del sol, se precitaron a nuestra mente, recuerdos de su vieja historia. Pensamos en Titu Kusi Wallpa, más conocido como Yawar Waqaq Inka, que caminó por estos lares con Chimpu Urma, la hija del kuraka de Anta que lo librara de manos de Toqay Qhapaq, reyezuelo de los Ayarmaca. En la derrota final de los Chancas en la vecina localidad de Ichupampa y en el último gran desfile del ejército de Wayna Qhapaq marchando a Tumipampa con sus generales y capitanes lujosamente ataviados con petos de oro y cascos emplumados, caminando en parcialidades y ayllus, con sus emblemas, adargas y armas características. También acudieron a nuestra memoria, los recuerdos de la funesta alianza del adolescente Manko Inka Yupanki con los españoles en Xaquixaguana. Rememoramos asimismo las sangrientas batallas que se libraron entre los Incas y españoles en 1536, en el recio encuentro de un piquete de caballería y un grupo de arcabuces incas contra los españoles. Imaginamos a la vez, el paso presuroso de Rodrigo Orgoñez en 1537 y de Gonzalo Pizarro en 1539, yendo a pelear contra Manko Inka, así como el desastrado final de Gonzalo Pizarro, después de su rendición en Xaquixaguana en1548. Cuando llegamos a la estación de Ollaytantambo, divisar a lo lejos en enhiesto perfil de la “fortaleza de Tambo”, sentimos también una profunda emoción al ver sus recios muros de piedra como el monumento más digno a la gloria de Manko Inka Yupanki y sus capitanes, protagonistas señores de la historia épica del Perú. Nuevamente en marcha, desde la ventanilla del tren continuamos mirando el paisaje abrumador y nostálgico del valle de Urubamba, que como gigantesco museo de sitio al aire libre, mostraba a cada paso los testimonios de su pasado esplendor: edificios derrumbados, caminos anchurosos y puentes destruidos, vestigios de partes canalizadas del río y restos de andenería decorando la sinuosidad de los falderíos. En el curso de nuestros recorridos, admirando el trabajo de los incas, como abriéndose paso por entre peñolerías y la melaza llegamos a la estación de Machu Pichu. De este lugar, distinguimos el tenue perfil de esta ciudadela -sin duda- uno de los monumentos mas extraordinarios y pintoresco del mundo. Una torre de babel moderna y de reencuentro de la humanidad, donde parecería haberse dado cita los hombres de las más lejanas latitudes de la tierra, para rendir al unísono un silencioso homenaje a los incas por este legado construido con sentimiento de belleza e inmensidad. Proseguimos nuestro viaje. El tren como una gigantesca oruga, se fue deslizando entre los roquedales y estrechuras que en esta parte forma el río Urubamba, y como escoltados por una columna de torres de acero de la central hidroeléctrica, nos fuimos adentrando en la densa vegetación de la floresta que se iba configurando en esta parte del valle, hasta llegar a la estación ferroviaria de Chullay. De este pueblo descendimos a una explanada casi a la vera misma del río Urubamba (el antiguo Willkamayo). Por su ubicación y topografía, parecía corresponder al sitio donde, en mayo en 1565 descansó Diego Rodríguez de Figueroa “mordido por los mosquitos” para esperar la orden de Inkas e ingresar al territorio de Vilcabamba y donde, un mes después – en junio de ese año- Titu Kusi Yupanki se entrevistó con el oidor Juan de Matienzo y ser el mismo lugar, donde en abril de 1572 acamparon Juan Alvarez de Maldonado y Pedro Sarmiento de Gamboa, para reconstruir el puente de Chukichaka destruido en 1565. b. “Paso o puente de Chukichaka”. Este lugar, tan citado en la crónica y documentos, tiene una larga historia. Probablemente a mediados del siglo XV, Pachakuti Inka Yupanki lo cruzó para conquistar la extensa región de Vilcabamba. En el siglo XVI –durante la guerra de reconquista- fue el paso obligado de incas y españoles. En 1537, pasó por él, Manko Inka Yupanki seguido por el Mariscal Orgoñez. En 1539, Gonzalo Pizarro y Paullu. En 1548, los comisionados por el presidente Gasca. En 1557, los emisarios del Virrey Marqués de Cañete. En mayo de 1565, Diego Rodríguez de Figueroa, para entrevistarse con Titu Kusi Yupanki y en junio de este año, el Inka lo cruzó para verse con el oidor Matienzo. En marzo de 1572, en sus inmediaciones, fue muerto Atilano de Anaya. Finalmente, por este puente, en mayo de 1572, Martín Hurtado de Arbieto inició la invasión de Vilcabamba. El puente inka, según Rodríguez de Figueroa, estaba en la estrechura de “dos sierras”. En el gobierno colonial, debió construirse otro, apoyándose en una gran piedra que está en medio del cauce del río Urubamba, donde se apoya también en el actual puente moderno para ir al pueblo de Quillabamba. Si el puente Inka estuvo en este sitio o en otro, no importaba mucho para nuestro propósito, sino la evidencia, que estábamos en el lugar que antiguamente se llamaba el “paso de Chukichaka”, topónimo que se conserva aún , en la memoria popular. c. Valle de Vitcos (Vilcabamba). Con estas observaciones, cruzamos el río Urubamba por el puente actual y desviando a la izquierda de la carreta, entramos por una trocha carrosable hasta llegar a Tablapata, un llano estrecho en el falderío de un cerro. Desde este lugar apreciamos un hermoso panorama: el “paso” fin de Chukichaka, la densa vegetación de las montañas y un poco al sur, la torrencial confluencia del río Vitcos con el Urubamba. En este llano- donde quizás estuvo el destacamento Inka para defender el puente de Chukichaka- rendimos homenaje a los capitanes Quispe Yupanki y Aukaylli, que a fines e mayo de 1572, defendieron heroicamente este “paso” para impedir la invasión española al reducto patriota de Vilcabamba.
Preguntamos a los vecinos si tenían noticias de una ruinas llamadas “Condomarca” (Kuntur marka). Pero su recuerdo se había perdido con el tiempo. Aunque explicamos que estaban al “pie de un cerro nevado” donde “había un puente que pasando el río Vitcos iba a tambo, por las localidades de Sapamarca un puente que pasando el río Vitcos iba a tambo, por las localidades de Sapamarca y Picho”, nada pudimos averiguar acerca de su ubicación. Lugar donde los incas trataron de contener a las fuerzas el teniente general Martín Hurtado de Arbieto. Ascendiendo por el valle, después de pasar por Naranjal, Kukipata, Aldehuela y Machayniyoq, llegamos al sitio de Socospata (llano de los carrizos) donde –se dice- que Pachakuti Inka Yupanki, acampó para conquistar a los pueblos de Vilcabamba. Siguiendo adelante, pasando por Andaray, Fuentesmayo, la hacienda de Paltaybamba, Aqoqorqona, Ayangati, Pillcobamba, Tamajar y Chulluachayoq, arribamos e incrédulos observamos el risco desfiladero al borde del río Vitcos con los “arcabucos” que refieren los testigos. Según el cronista Fray Antonio, en este lugar, Gonzalo Pizarro cayó en la celada que le tendió Manko Inka Yupanki en 1539 y que salvó la vida por la serenidad y valor de Paullu. Esta emboscada –refiere el mismo autor- ocurrió en la madrugada, cuando los “cristianos” pasaban por : “una ladera de lajas muy áspera y peligrosa de montañas y arcabucos que tenía por nombre Chuquillusca..., a hila unos tras otros prosiguiendo su viaje y jornada desde los altos, donde los indios de guerra tenían armada su emboscada echaron gran cantidad de grandes peñas sobre los cristianos, tomando el paso que los cristianos llevaban por medio. Los cristianos delanteros de la vanguardia, con el ruido de las galgas y peñas que daban en medio, huyeron para adelante, entendiendo que todos los de atarás eran muertos, y los de en medio huyeron para atrás de la retaguardia; ansi los unos como los otros huyeron hasta llegar a una llanada, s donde echaron de menos los que faltaban. Los de atrás adonde iba el general que era Gonzalo Pizarro, iban los más de los capitanes y Paullu Topa Inga con ellos, e visto que faltaban más de la mitad de los cristianos, entendieron que quedaban muertos. Los otros de la otra mitad hicieron la misma cuenta, por no saberlos unos de los otros y haber visto los de en medio hechos pedazos. Gonzalo Pizarro con el parecer de los demás capitanes, determinaron echar a huir, visto tantos indios contrarios y la tierra tan ásperas y fragosa...”. En 1572, los incas quisieron la hazaña de 1539, pero los enemigos advertidos a tiempo por los soldados que habían estado en esta celada, lograron sostener el peligro. Después del paso de Chuquillusca a Marayniyoq, donde vimos los restos de los depósitos incas (qolqa) que mencionara D. Rodríguez de Figueroa en 1565. Valle arriba, pasando por Amarilluyoq, Allpasondor y Sagitay, nos detuvimos en la “quebrada” de Purumate, famoso por sus lavaderos de oro, y tan ponderada por B. Ocampo en la “Descripción” de la provincia de Vilcabamba. Algo más adelante, siguiendo por Molinayoq y san Juan de Hondara, arribamos a la explanada de hoyara. Del pueblo de “San Francisco de la Victoria de Vilcabamba”, fundando en este lugar, el 4 de setiembre de 1572, no quedaban sino algunas habitaciones destruídas que servían de corralejos a los pobladores, que nada recordaban de su historia que se había disipado con el curso de los siglos. Dejando atrás las aldeas de Alcabalería y Runtubamba, cruzando las históricas quebradas de Kinuarqay, donde los incas –según sarmiento de Gamboa y Murúa- trataron una vez más de contener a los enemigos. Continuando nuestro ascenso por el valle, pasando por Quellomayo, Lambrapata, Oyo, Kallkiña, Chekoska y Cedromayo, llegamos al famoso “asiento” o “paso” de Kuyaochaka de histórica recordación, en donde los incas libraron una de las mas sangrientas batallas para defender el valle de Vitcos.
El cronista Murúa reconociendo hidalgamente, el valor y la temeridad de las fuerzas de Thupa Amaro, dejó escritas estas líneas: “Los capitanes de los Ingas, Colla Topa y Paucar Unya, Orejones, y Cusi Paukar Yauyo y otros capitanes, habiendo hecho junta de su gente les pareció ser aquel lugar oportuno para desbaratar los españoles y destruillos, pues la dificultad y aspereza de la tierra era en su favor para intento. Y ansí se ordenaron a su vsanza para dar la batalla, y por caussa del paso mal oy montaña, Martín García de Loyola, que iba de auanguardia con don Francisco Cayo Topa y don Francisco Chilche, con quinientos indios amigos, empecó a pelear y se diuidió su gente en tres partes, a causa que los indios tenían puestas en el suelo muchas puntas de palmas, y sembradas muy espesas para que los españoles yendo a embestir se yncasen, y muchos lazos de vejutos para que se enlazasen y cayesen. Peleóso con gran porfía de una parte y otra, y Martín de Loyola se vido vn euidentísimo peligro de la muerte, porque estando peleando salió un indio enemigo de tan disposición de cuerpo y fuerca, que parecía medio gigante, y se abrazó con él por encima de los hombres que no le dejaba rebullirse, pero socorrió un indio amigo de los nuestros, llamado Curillo,, que llegó con su alfanje y le tiró vna cuchilla a los pies, que se los derribó y segundando otra por los hombros le abrió, de suerte que cayó allí muerto, y ansi, mediante este yndio, se libró de la muerte del capitán Martín García de Loyola, que cierto fue hazaña digna de poner en historia... Duró la batalla dos oras y media, con gran tesón de los indios de mucho ánimo y valor, pero estando en lo más riguroso, diron un arcabuzaco a un capitán de los Ingas, indio muy valiente y animoso, llamado Parinango, que era el general de los Cayambis, y cayó muerto, y con él Maras Inga, otro capitán, y muchos indios de brío, con lo cual perdieron el animo y se retiraron, y ansi los españoles vencieron, Fue esta victoria el tercero día de Pascuas de Spíritu Santo, a las tres de la tarde...”. Identificando este lugar, por el nombre que aún se conserva en la tradición popular. Continuando nuestro itinerario, alumbrados por el rojizo celaje del crepúsculo, cruzamos los parajes de Saqrachayoq, Kukurpata, Tablapata, Ninabamba, Chaupimayo, Pillao y Mutuypata y escoltados por una tenue lluvia llegamos a Yupanga, campamento donde terminaba la trocha carrosable que habíamos seguido en el curso de este día. En este lugar , al no encontrar las acémilas que habíamos solicitado para ir al pueblo de Puquiura, por cordial invitación del profesor Modesto Zamora, pasamos al cercano pueblo de Lucma y nos hospedamos en la casa de nuestro amable y oportuno anfitrión. En este pueblo –de fundación colonial- indagamos si alguien conocía el lugar donde estaban los restos de la antigua Llaqta (pueblo) de Lucma. Pero nadie nos dio una respuesta satisfactoria y quedamos tan defraudados con H. Bingham en 1911. sin embargo, cuando explicamos a los pobladores en castellano y en quechua nuestro interés por ubicar el lugar del “Viejo Lucma” y encontrar los pueblos de Rayangalla y Vitcos, nos hablaron de las ruinas de Inkawasi en las alturas de Yupanka y de Inkawarakan o Inkawarakanan, situadas en la cima del cerro que domina el actual pueblo de Lucma. Inkawarakan, está en un gran espolón rocoso del valle de Vitcos de donde se distingue el “abra de Puncuyoq”. Algunos informantes nos dijeron que estas ruinas se llamaban Inkawarakan (de donde hondea el Inka), porque en una roca del lugar, existe la apariencia de la impronta de una rodilla humana, según la tradición esta huella corresponde la ala rodilla del Inka (Pachakuti Inka Yupanki) , que la apoyó para lanzar con su honda la piedra que de un golpe abrió el portillo de Punkuyoq, donde se ve un obelisco gigante de color negro que los pobladores llaman Idmacoya (la reina viuda).
Pero los pobladores no sabían nada sobre las ruinas del pueblo de “Rayangalla”, -que según la relación de Rodríguez de Figueroa- estaba a “ dos leguas” de Lucma Inka, en una “tierra áspera” junto a “unas nieves y un fuerte grande”. solamente recordaban la existencia de una paraje llamado “Layangalla” cruzando un páramo para ir al valle de Pampakona. El 3 de junio –muy de mañana- partimos al pueblo de Puquiura (lugar de manantiales) a más o menos una legua de Lucma. Siguiendo las huellas del antiguo camino Inka, vimos sembríos de maíz a punto de cosechar, como aquellos que vieron los españoles en 1572. Luego de cruzar el río Vitcos por un puente de palos, sorteando a pie, ciénagas y “puquios” (manantiales) llegamos al pueblo de Santa Cruz de Puquiura, que ya no era la aldea miserable que vió Raimondi en 1865, sin un pueblo con casa nuevas y plaza regular, en cuyo extremo se distinguían los cimientos de una antigua capilla, cuyos altares desmantelados observamos en la sacristía de la rústica iglesia que habían construído. ¿ Correspondía este lugar al viejo pueblo de Puquiura y los cimientos de una vieja capilla, a la capilla que construyó el agustino Marcos García en 1568?. Nuestros informantes no lo sabían y nada recordaban de la historia de la localidad. Sin embargo el nombre, los manantiales que vimos y los cimientos de una antigua capilla de factura colonial, parecían demostrar que en este sitio estuvo el pueblos cristiano de Puquiura, donde murió Titu Kusi Yupanki en 1571. Baltasar Ocampo dice que en el “asiento” de Puquiura donde tenía sus “tierras” junto a sus “casa”, había “una capilla”donde los agustinos García Ortiz celebraban los oficios de la misa y que sus propiedades estaban cerca la”ingenio” de metales de don Cristóbal de Albornoz, chantre que fue de la Catedral del Cusco. Murúa, confirmando esta versión, dice que en Puquiura estaba “” la iglesia de los padres agustinos y que en sus vecindades el “Inga tenía sus casas” y sus “pequeños poblados”. Los informantes, percatados del interés que teníamos por la historia e Puquiura. Nos dijeron que frente al pueblo, en un cerro no muy alta estaban las “ruinas de Rosaspata” y a poca distancia las “ruinas de Ñusta ispana”. Que Bingham –en 1911- confiado en la versión de Calancha, las identifico sin vacilar como las ruinas del pueblo de Vitcos y de “Chuquipalpa” donde estaba la “Casa del sol”. La opinión de H. Bingham y laudable por su esfuerzo de identificar los vestigios de Vitcos y Chukipalta. Sin embargo, las ruinas de Rosaspata no corresponden a la descripción urbana y topográfica del “pueblo de Vitcos” –donde murió asesinado Manko Inka Yupanki. Titu Kusi Yupanki –hijo del Inka- dice que Vitcos era un “pueblo” a unas “treinta leguas del Cusco”, donde su padre mandó construir su “casa para dormir” porque las que antiguamente habían, eran de sus abuelos Pachakuti Inka Yupanki, Thupa Inka Wayna Qhapaq. B. Ocampo, que vivió en la provincia de Vilcabamba dice que la “Fortaleza de Vilcabamba”, con una plaza de suma grandeza y llanura en la superficie, con “edificios suntuosísimos de grande majestad, hechos con gran saber y arte y todos los umbrales de las puertas, así principales como medianas, por estar labradas son de piedra mármol famosamente obradas, donde había residido Thupa Amaro Inka, hasta que tomó la borla o maskaypacha a la muerte de su hermano Titu Kusi Yupanki”. Según Diego Rodríguez de Figueroa, “Vitcos”- donde vió las siete cabezas de los españoles que asesinaron al Inkaestaban entre el pueblo de “Arancalla” (Layangalla) y “ Pampakona”. El cronista Oviedo (V. P. 160) dice que Vitcos era “la cosa mas fuerte del mundo puede haber o se sabe”. Un testigo ocular Francisco Camargo, refiere que este pueblo estaba a 12 leguas de la ciudad de Vilcabamba (JLPB. VII. P. 80) y, según Herrera, a 25 leguas del Cusco (Dec. VI, Lib. II, cap. XIII).
“Rosaspata” no es un pueblo o Llaqta Inka –sino un conjunto residencial –que podría corresponder a una de las “casa” del Inka en el valle de Puquiura. No está en un “cerro altísimo”, ni tiene una plaza de “suma grandeza y llanura en su superficie”, el umbral de sus puertas no es de “marmol” sino de granito. Para nosotros el famoso pueblo de Vitcos, sigue perdido entre “Rayangalla” el Layangalla actual y Pampakona, cuya ubicación aparecerá quizás en los papeles del dominico Melchor de los Reyes (1557), en la visita que hicieron el padre Antonio de Vera y diego Rodríguez de Figueroa (1567), en la Fray Marcos García y martín de pando (1568) y con seguridad en la “Información” del Camino y poblados de Chukichaka a Pampakona hecha por martín Hurtado de Arbieto en 1572. Después de estas observaciones, visitamos las “ruinas de Ñusta ispana”. En este paraje vimos una gigantesca piedra de granito profusamente labrada sobre un manantial de agua. El actual nombre de Chuquipalta o Yuraqrumi (piedra blanca) fue puesto por H. Bingham, que identificó este lugar como el Chukipalta o Yuraqrumi, citado por Calancha. Los edificios que hay en su contorno, unos rústicos y otros finamente labradas como los de Ollaytaytambo y Tapu machay, parecen más que construcciones inconclusa, habitaciones que hubiera sido destruída expresamente en alguna circunstancias. Ahora bién, ¿este vestigio arqueológico corresponde a la “casa del sol” en el paraje de Chukipalta o Chukipalpa? Sin documentos confiables, es y será difícil de despejar el enigma. Pero si se aceptan indiscriminadamente las versiones de Murúa o Calancha, -que tomaron sus datos de un mismo expediente- parecería no haber duda. Porque allí está la gran piedra blanca o Yuraqrumi sobre un cenote o manantial de agua cristalina que los incas “veneraban” como si fuera cosa “divina”. Sin embargo, hay dos evidencias que invitan a la reserva histórica. Primero, según Murúa, la piedra de Chukipalta era “basta”, es decir rústica; mientras que la Ñusta hispana, está profusamente labrada con la apariencia de un observatorio solar por sus aristas acabadas con especial esmero. Lo que es más, curiosamente, Baltasar Ocampo no cita este lugar tan cercado a Puquiura, entre las construcciones importantes de la provincia de Vilcabamba, sino a otra “guaca Inka” de grande riquezas, que anunciaba encontrarla en algún momento y lugar de esta provincia. Después de visitar este sugestivo conjunto arqueológico, atravesando unos sembríos y pasando por un sitio que llaman “Qaqacorcel”, vimos algunas construcciones incas y, a poca distancia, los restos de una molino, que por su ubicación y proximidad a Puquiura, parecían corresponder al “ingenio de metales” del canónigo C. De albornoz, el famoso estirpador de idolatrías. De este lugar pasamos a la aldea de Wankakalle y nos entrevistamos con don Julio Cobos Quintanilla , gobernador del distrito de Vilcabamba hombre conocedor de la región y de sus traidores, que había sido informante de Santander caselli, de Alencastre y del explorador G. Savoy. DE inmediato hicimos excelente amistadal entendernos principalmente en quechua. De esta aldea, cuyos antecedentes históricos será importante averiguar, cabalgando por turno, en las tres mulas que habíamos conseguido en Puquiura, , avanzamos hacia el pueblo de San Francisco de la Victoria de Vilcabamba por las huellas de un camino colonial. Pasando por las localidades de Tinku Chaka, Huyru paqcha, Teteminas, llegamos a Kukurchaka. En este lugar, nuestros informantes nos dijeron que Ñayangalla estaba en las alturas camino a Pampakona, topónimo que nos hizo recordar al pueblo de San Agustín de Rayangalla, donde Titu Kusi Yupanki fue bautizado el 28 de agosto de 1568. desviándonos del camino , siguiendo por la izquierda de un riachuelo –afluente del Vitcos-, vimos con emoción y como si el tiempo se hubiera detenido a hombres y mujeres trabajando sus chacras con chaquitaqllas y raukanas como en los mejores años del incario. Luego de superar una larga cuesta, mojados por la lluvia llegamos a la lomada de atoqsaiko (donde le zorro descansa). De este lugar divisamos entre la bruma lluviosa el pueblo colonial de San francisco de la Victoria de Vilcabamba. Allí estaba, silente y mustio, reducido en el curso de los siglos a un humilde villorrio, con un puñado de casa ruinosas, su templo casi deshecho con su hermoso campanario en espadaña, mostrando el mismo aspecto de tristeza y desolación como en 1865 lo viera Raimondi y en 1911, Irma Bingham. Nos alojamos al extremo del pueblo, en la casa del teniente gobernador don Alejandro Bobadilla Waman, descendiente de una de las familias más antiguas de la localidad. Sin embargo él, ni los demás vecinos recordaban la historia de este pueblo, salvo algunas leyendas que nos relataron a la luz mortesina de un candil. Unos contaron, que cierta vez los socavones mineros de los cerros Waman Wamanape, por maldición de un anciano Inka refugiado en los ventisqueros, se derrumbaron y echaron sangre humana por sus grietas . Otros, que los cerros Tutuqaqa y Yanantin indignados por los abusos que hacían los españoles , convertidos en recios gigantes los echaron a empujones de la tierra. Cuando les preguntaron por que pastaban ovejas en rebaños pequeños y no alpacas que les eran más provechosas, nos contaron la historia de un viejo Inka que les ayudó contra los españoles, relato que parecía compendiar las causas del despoblamiento de las comarcas de Vilcabamba, la desgracia y ruina de este pueblo, reducido ahora , de sus habientes de opulencia a un anexo humilde del distrito de San Juan de Lucma. El 4 de junio, desde temprano, todos estuvimos levantados. El espectáculo que se nos ofreció a la vista fue impresionante. Un paisaje imponente y de poética desolación. La cimas enhiestas de los cerros oscuros de Waman y Wamanape, con los tenues destellos del sol, parecían cúpulas de fantásticas catedrales góticas y las cumbres accidentadas de Tutuqaqa y Qoqanwachana, almenados castillos medioevales, mientras que los lejanos collados de Layangalla con su flojedad de ichu, simulaban una piel dorada por el trasluz de la mañana. A las 8 a. M. De este día salimos de este pueblo colonial, rumbo al valle de Pampakona. Caminando por las ciénagas que formaban los glaciares y por un empedrado al lado izquierdo del riachuelo Qollpamayo o Minaschayoq, fuimos observando las chozas simétricas de los pastores, construídas de trecho en trecho en las suaves colinas de la puna. Los emocionados fotógrafos de INIDE, tomaban los perfiles de los lejanos ventisqueros que se asomaban por la cima oscuras de la cordillera de Vilcabamba, mientras que le biólogo Francisco Cuti, ajeno al paisaje, inmutable y paciente, avanzaba removiendo piedras y examinando los antecos arbustos del páramo, en busca de especies de interés científico. A las once de la mañana de este día, llegamos al abra de Qollapaqasa a casi 4,000 metros de altitud. Desde este lugar, como Bingham en 1911 oteamos un impresionante panorama. El accidentado paisaje del valle de Pampakona y una colmena de montañas con finos perfiles que se disipaban en las brumas de la floresta. En sus inmediaciones, don Julio Cobos, mostrándonos algunas viviendas destruídas nos dijo que este lugar se llamaba “Padrewarkuna” (la horca del padre), porque allí- en la antigüedad- había muerto al “padre Valverde”. Si bien la tradición oral se había alterado con el tiempo, era evidente que este sitio estaba asociado al recuerdo de la “Horca Inka” o “Wimpillay”, donde Murúa dice que fueron profanados los ornamentos de la iglesia de Puquiura y el equívoco Calancha, muerto el fraile Diego de Ortíz acusado de envenenar a Titu Kusi Yupanki.
De esta abra de Qollpaqasa, parte dos caminos. Uno muy destruido a la quebrada de Manawañunqa cuyo riachuelo al río Pampakona y, otra que sigue por los bajíos del río Challcha, al páramo de Pampakona. d .Valle de Pampakona. El camino de Qollpaqasa, debió ser el mismo que los españoles siguieron en junio de 1572 para llegar a Pampakona. Para verificarlo, descendiendo del abra, dimos en una planicie de tierra colorada y de escasa vegetación que s extendía hasta el rocoso paraje de Mollepunko. De este lugar, bajando al río Challcha por la huellas del camino Inka que seguía por una ancha y larguísima escalinata de piedra hecha al borde de barrancos y precipicios, llegamos mojados por la lluvia y ateridos de frío al puente de Maukachaka sobre el río Chalcha – afluente del río Pampakona. Siguiendo nuestra dura caminata a pie y en mula, por la vera izquierda del río Challcha luego de cruzar los riachuelos de Chaqara y yerbabuenayoc, llegamos a la explanada de “Hututo”. Aunque en esta primera expedición, no entramos a Pampakona por estar seguros de su ubicación geográfica, en la segunda sí visitamos éste páramo donde solamente hallamos chozas dispersas en su extensa planicie . Del antiguo pueblo de Pampakona, los vecinos no recordaban ni sabían nada de sus viejas construcciones. Sin embargo, nuestro informante Julio Cobos con algunas personas nos llevaron a un llano denominado “Inka pampa” donde se veían algunos vestigios de habitaciones rectangulares al pié de un cerro no muy alto, sin que pudiéramos distinguir entre la tupida maleza, las albarradas que describió D. Rodríguez de Figueroa en mayo de 1565. Si estas construcciones eran los restos del pueblo Inka de Pampakona, donde estuvieron Gonzálo Pizarro y Paullu en 1539, Titu Kusi Yupanki con Rodríguez de Figueroa en 1565 y las fuerzas toledanas en junio de 1572, será difícil afirmarlo, sin el apoyo del trabajo arqueológico. Para nosotros, lo importante era tener la evidencia que en alguna parte de este páramo, estuvo el Pampakona Inka. En este pueblo, los españoles después de algunos altercados, acordaron marchar a Vilcabamba por el “camino de los fuertes”, es decir, siguiendo el curso del valle de Pampakona, en cuyas quebradas y malos pasos los incas tenían sus defensas estratégicas entre la vegetación y las peñolerías. Según la “Razón” enviada al virrey Toledo, 11 ó 13 días de descanso, el ejército español con “armas y frazadas y comida para diez días”, -el 16 de junio de 1572- partió de Pampakona y por la tarde de este día acampó en la llanada de Hututo, donde estábamos. De Hututo, siguiendo por el cauce del río Pampakona, llegamos a Kulluchumpa al pie de la montaña de Waskaylla. De este paraje pasamos a su margen derecha y caminando por entre una frondoso arboleada cuyas raíces se deslizaban por la superficie del suelo, dimos a una larga y maltratada escalinata de piedra que parecía ser parte del camino Inka que iba a la ciudad de Vilcabamba. Rastreando su huella de subidas y bajadas vertiginosas entre peñolerías y barrancos, -algunos kilómetros mas abajo- volvimos a cruzar el río por el puente de Cedrochaka y regresamos a la margen izquierda del valle, cerca del sitio de Tambo y Cedrospata en los bajíos de Toqomachay. Luego, por un sendero que bordeaba un empinado falderío, llegamos a un lugar de fragosa topografía, que era “camino más para demonios que para cristianos”, según el lenguaje de la época. Este atajo era tan estrecho, que sin otra alternativa seguimos adelante sorteando precipicios de cuyas profundidades, se asomaban corpulentos “quebrachos” y “matapalos” como alcanzando orquídeas alucinantes con sus ramas nervudas y y musgosas. A dos horas o más de suspenso, llegamos a la quebrada de “Zapateruyoq”, que parecía corresponder al “Tumichaka” del cronista Murúa. Nuestra caminata por la accidentada trocha que seguía, fue asimismo peligrosos y tuvimos que deslizarnos virtualmente por entre los desfiladeros, unas veces a pie y otras cabalgando en las mulas chúcaras que ganaron por sus insólitos caprichos, los nombres propios de: Satanás, Luzbel y Caín . salidos de este “ruin camino”, pasando por el abandonado fundo de San Francisco y las recias peñolerías del río Soqsochinkana –afluente del Pampakona- llegamos a la localidad de Anonay, donde los incas ofrecieron tenaz resistencia, hasta que fueron desalojados por el capitán García de Loyola. Sarmiento de Gamboa, relatando la resistencia Inka de este lugar Wayna Pukara , dice: “En un asiento llamado Anonay, los enemigos (incas) se mostraron contra el campo real queriendo hacer resistencia y el dicho maestre de campo (J. Alvarez de Maldonado) llevando el avanguardia mandó a éste testigo que con otros soldados acometiesen a los enemigos por el camino real, y el capitán Loyola por su compañía, mandó que tomasen el alto con lo cual se retiraron los enemigos y se tomó y prendió a un indio llamado Poma Ingá por buena diligencia del dicho maestre de campo, no peligró mucha gente de los españoles que peligraran sino se tuvieran el aviso dicho, el cual indio Poma Ingá fue de mucha importancia y provecho por los avisos que el dicho indio dio de los pertrechos que los enemigos tenían hecho contra el campo real, y otro día siguiente el dicho maestre de campo con la compañía del capitán Martín Meneses tomó un alto con más de tres leguas de subida a donde se tenía de mucho peligro de las piedras y galgas de los enemigos a donde se pasó mucho trabajo y peligro y acabó de haber asegurado al dicho alto se mostraron los enemigos haciendo resistencia al campo real y el dicho maestre de campo y el general plantearon la artillería y a este testigo le mandaron pasase el río y quebrada y tomase el alto de la otra , el cual hizo y aseguró el paso e hizo despeñar a los indios enemigos y se aseguró el paso al campo real”. El 4 de junio de 1976 –a poca distancia de Anonay- llegamos al fundo de “Vista Alegre” en la quebrada del río Suyruqocha. Su propietario, don Asención Luque – de unos noventa años de edad- nos confirmó que esta localidad, antiguamente , se llamaba Anonay, nos contó que en su niñez había conocido al explorador Bingham y en los últimos años, a otras personas que habían pasado para conocer las ruinas de Espíritu Pampa. Recordaba entre éstas , al señor Antonio Santander Caselli que le había manifestado, que las ruinas de Espíritu Santo podrían ser las de “Vilcabamba”, la ciudad perdida de los incas. Cuando le preguntamos si había oído hablar o conocía algunos lugares que se llamasen Wayna pukara, Machu pukara y Markanay, nos dijo que de los primeros no sabía nada, pero de Markanay, recordaba el nombre pero no el lugar donde podría estar. Nos refirió que los nombres antiguos del valle se habían perdido porque estuvo habitado por los Machigüengas hasta que la familia Saavedra se estableció en el fundo Concebidayoc, ahora conocido con el nombre de San Martín. El 5 de junio, partimos de Vista Alegre, con la seguridad que desde alguna parte del camino distinguiríamos el definido perfil de la alta montaña en cuya cima- de media luna- los incas habían construido la defensa de Wayna pukara. En el curso de nuestra caminata cruzamos el río san Cristóbal y por la estrechura de la quebrada Qomachayoc llegamos al río Palmayocdonde aún crecen las palmas- que en 1572 los incas las utilizaron plantándolas en el suelo y untándolas con hierba “ponzoñosa sus puntas, para que en pisando, del veneno que tenían muriese la gente”. Continuando el riesgoso itinerario –pero con más paciencia- que H. Bingham, comenzamos a subir por una deshecha escalinata de piedras resbaladizas, hasta llegar a un desfiladero que caía casi verticalmente sobre le cauce del río Pampakona. El lejano rumor de sus aguas nos dejó perplejos al imaginar el insondable abismo que se habría a nuestros pies. Pero ilusionados por alcanzar nuestros objetivos, consumidos por el calor y soportando la feroz acometida de mosquitos y tábanos (tankuyllu) siguiendo adelante, eludiendo peñascales y desfiladeros llegamos por fin a la localidad de Urpi pata (el alto de la paloma) en el repecho de una elevada montaña de tupida vegetación. Disipada la bruma, desde este lugar, con gran sorpresa y alegría distinguimos en el horizonte una “alta montaña” en cuya cima se perfilaba una especie de media luna, con un vértice que se deslizaba en rápida pendiente al cauce del río Pampakona que en esta parte forma un cañon natural con la sólidas rompientes de su márgen derecha. Al parecer, estábamos en el mismo “Pantipampa” del cronista Murúa, decorado por grandes colonias de “Panti del valle” (cosmo pulcherimos) de flores rojas , que confirmaban el nombre del llano de los “Panti”. rememorando cómo en este probable sitio, los españoles tramaron el ataque sorpresivo a Wayna pukara, reiniciamos nuestra caminata y descendiendo asidos de las manos por una pendiente arcillosa y resbaladiza, llegamos al pedregoso río tunkimayo. De esta honda quebrada, subimos por una encañada de cedros blancos, “yanais” y “quebrachos” hasta un desfiladero de tierra deleznable de donde bajamos casi vertiginosamente hasta la quebrada de Challwamayo o “Locomayo” cuyo torrente bullicioso y el griterío de millares de simios “Maki-sapa” nos causaron estupor. Luego de ascender por un estrecho sendero de peñolerías, dimos a un desfiladero que se deslizaba al borde de un abismo de cuya profundidad un fuerte olor a musgo descompuesto y una ventisca escalofriante. Este desfiladero, parecía ser el mismo, donde los incas pensaron destruír al ejército español con las galgas de Wayna pukara, el 21 de junio de 1572. Según la “razón...” enviada a Toledo: “tres cuartos de legua antes” de Wayna pukara, los incas habían fortificado los malos pasos y que a un “tiro de arcabuz” de este fuerte, había puesto muchas “puntas de palma” untadas con veneno. Murúa, más descriptivamente dice, que los españoles pasando por este lugar , siguieron un camino “muy angosto” de “gran pedregal y montaña” a la vera de un “río ancho y caudaloso” y que todo era”peligro y temeridad” y que los incas, en una “cuchilla fragosa” de la montaña, habían hecho un “fuerte de piedra y lodo muy ancho, donde estaba la fortaleza con muchísimos montones de piedra para tirar a mano y con hondas” y que las espesuras del monte, estaban escondidos flecheros “antis” para matar a quienes se escaparan de las galgas o no se ahogaran en el río. Después de salir de este impresionante desfiladero de suspenso –quizás- por los bajíos de la montaña de Cedroqasa y el riachuelo Cedromayo, llegamos a la quebrada “del diablo” y a los abismos de”Rocapeña”, que formaban un estrecho desfiladero sobre el cause del Pampakona. Siguiendo adelante y luego de cruzar el río Pumachaca y la quebrada del Pacha Wayqo, llegamos a las localidades de san Martín, -el antiguo fundo Concebidayoc de la familia Saavedra,- donde Bingham se alojara en 1911. Ahora bien ¿en qué lugar de esta montaña,- por cuyos desfiladeros habíamos pasadoestaban los restos de las fortalezas de Machu pukara y Wayna pukara? Nuestros informantes no lo sabían. Solamente don Federico Zaka Poma –vecino del lugar- nos dijo: que en las alturas de la montaña de Cedroqasa y Qasapata, se habían visto construcciones casi sepultadas por la densa vegetación y el follaje de la comarca. El fundo de San Martín estaba en un sitio medio plano y rodeado por una tupida vegetación. En su ámbito, como antaño, se seguían cultivando árboles frutales, caña de azúcar, maíz, yuca, café y maní. Rememorando las observaciones de Bingham sobre la ocupación Inka de este lugar, preguntamos a los vecinos, si habían visto en sus proximidades construcciones antiguas. Nos dijeron que sí, pero que estaban muy destruídas y cubiertas por la densa maleza del lugar ¿Estos vestigios eran acaso los del pueblo de Markanay o Markanaya, donde fuera muerto y enterrado el fraile Diego de Ortíz y acamparon los españoles la tarde del día 23 de junio de 1572? Aunque es difícil confirmarlo sin el apoyo documental y arqueológico, estábamos seguros que en alguna parte de este paraje, yacían los restos de este pueblo desolado por martín Hurtado de Arbieto en 1572. Murúa, dice que en Markanay, los españoles encontraron –en junio de 1572- “mucho maíz sembrado en mazorca que aún había sido cojido, platanales y axiales, mucho número de yucas, algodonales y guayabas de que la gente recibió grandísimo contento y se reformó con las frutas y comida que hallaron, porque iban hambrientos y necesitados de mantenimientos” . El testigo sarmiento de Gamboa refiere a su vez, que el maestre de campo Juan Alvarez Maldonado, ordenó a la “gente de guerra” que no tocaron estas “sementeras bien cultivadas” . Recordando estos hechos constatamos curiosamente –como si el tiempo no hubiera transcurrido- en 1976, seguían cultivándose estos sustentos, como Bingham lo viera en 1911. Al afrontar la distancia de Puquiura a Pampakona y Puquiura al fundo de San Martín, constatamos que éstas, concordaban más o menos con las indicaciones por el Cronista Calancha. Según este ilustre agustino: de Puquiura a Markanay habían “dos jornadas de camino”, tanto como “nueve leguas indias” o “doce a quince leguas castellanas” y de Markanay a- “Vilcabamba la grande”, solamente “dos leguas” de distancia . Aunque esta verificación podrá hacerse en cualquier oportunidad, nosotros estábamos convencidos, por los documentos que llevábamos, que en este ámbito estuvo el “asiento” Inka de Markanay, donde los españoles acamparon el 23 de junio de 1572, para entrar al día siguiente, a las 10 de la mañana, a la ciudad Inka de Vilcabamba. Con estas confrontaciones –asomándose ya el crepúsculo- reemprendieron nuestra caminaba y luego de cruzar la umbrosa quebrada de Sarawasi, llegamos al fundo cercano de don Federico Zaka Poma, que amablemente nos alojó y atendió en su casa. Nuestro anfitrión no sabía nada de la historia de los incas, ni de la resistencia que ofrecieron a los españoles de 1537 a 1572. Sin embargo, com hombre conocedor de la comarca, nos dijo que había visto en varios lugares del valle de Pampakona, restos de construcciones y huellas de caminos antiguos y que le habían contado, que en las montañas de Cedroqasa y Qasapata, como en el fundo de San martín, existían murallas y habitaciones derrumbadas, cubiertas por la tupida vegetación . Cuando le preguntamos sobre la ruina que estaban en “Espíritu Pampa”, Zaka Poma nos dijo que antiguamente se llamaba “Eromboni” que en machiguenga significa “sitio de ruinas”. Nos refirió a la vez, que le feudatario Cancio Saavedra le puso el nombre de “Espíritu pampa” (Lano de los espíritus) por el temor que la gente sentía al caminar por entre sus viejas construcciones, pero que no sabían el nombre de estas ruinas, porque “Los antiguos” no lo querían decir por temor que los españoles regresaran a este valle. El 6 de junio de este año de 1976, con la emoción de llegar a las ruinas de Espíritu Pampa, nos levantamos temprano. Luego de un apresurado y frutal desayuno, nos encaminamos a estas ruinas. Cruzando unos cafetales y pasando por un falderío cubierto de “Raqui-raqui”, media hora después, llegamos a una prominencia que se alzaba como un espolón entre el río Pampakona y su pequeño afluente, el río Chontamayo. En este sitio, vimos entre la maleza, los cimientos de un “chapatiaq” o puesto de vigilancia Inka, de donde transmitían las novedades con señales de humo a la ciudad de Vilcabamba. Estábamos así en el mismo lugar que Bingham describió en agosto de 1911. Despéjada la maleza, distinguimos a nuestro contorno la belleza de un paisaje impresionante y de hermosos contrastes. Al norte, el “perfil” de montañas arboladas que se disipaban en la bruma de la selva. Al sur, las blancas cimas de los ventisqueros de la cordillera de Vilcabamba y las oscuras sierras de Markaqocha con su obelisco Idma Secundina. Al este, el sinuoso valle de Pampakona con quebradas y riachuelos que caían a su estrecho cauce. Y al Sur Oeste- con íntima emoción- miramos el estrecho y apacible valle que formaban el río Chontamayo, bajo cuya frondosa arboleda yacían sepultada la ciudad Inka de Vilcabamba . El valle que veíamos, era el mismo descrito por la “Razón...” enviada al virrey Toledo en 1572 y en la crónica de Murúa . En efecto, desde el Chapatiaq Inka- donde estábamospudimos constatar que en el valle tenía más o menos una legua de largo por medio de ancho en la parte donde yacían los restos de la última capital de los incas. De esta prominencia – a donde habíamos llegado con los documentos en la manosiguiendo en la huella del ejército de Martín Hurtado de Arbieto, con inocultable unción patriótica, con mis emocionados compañeros, volvimos a contemplar el sitio donde estarían los muros destruidos de la ciudad de Vilcabamba, cuya historia compendiaba los glorias e infortunios del Perú Inka en el siglo XVI. Y silenciosamente musitamos el clásico saludo Inka; ¡Apu Thupa Willka Pampa Hatun Llaqta! anchata sonqoywan napakuyti, ¡oh grande y sagrada ciudad de Vilcabamba! te saludo con mi corazón. e. La entrada a la ciudad Inka de Vilcabamba. Desde el Chapatiaq , examinando una vez más el lugar dond e yacía la ciudad Inka en su sarcófago de verde umbrosidad, apuntamos los siguiente en nuestro diario de trabajo: “En este sitio de observación se respiraba siglos de la historia heroica. Mirando el estrecho valle, nos imaginábamos entonces, estar en aquellos días de tragedia, cuando Vilcabamba vivía sus horas de angustia ante el avance de los enemigos, y nos parecía hasta sentir en los oídos, el rumor frenético de la escolta Inka, escondiendo en alguna parte los tesoros reales y religiosos, y ver las dolientes caravanas salir presurosas de la ciudad llevando provisiones, la ropa qompi para el Inka y su cohorte y quizás, los fardos funerarios de sus regios antepasados para salvarlos de la profanación y rapiña de los invasores”. El día 22 y 23 de junio del fatídico año de 1572, debieron ser de dramática agitación. Cuando los enemigos entraron en la ciudad al día siguiente, la encontraron desolada. Era un espectro, una sacrificio a la fatalidad, donde los incas habían dejado calcinadas sus hermosas residencias y destruidos sus copiosos almacenes de víveres. Parodiando entonces los últimos días de Tenochtitlan –la capital lacustre de los mexicanosrepetimos mentalmente el canto triste del poeta que describió su tragedia: Y todo esto pasó con nosotros Nosotros lo vimos, Nosotros lo admiramos, Con esta lamentosa y triste suerte, Nos vimos angustiados, En los camino yacen dardos rotos, los cabellos están esparcidos, Destechadas están las casas, Enrojecidos tienen sus muros Gusanos pululan por las calles y plazas . Así había quedado la gran ciudad de Vilcabamba, última capital de los Incas, como epílogo trágico de su apasionante historia. Disipada la nostalgia que sentimos y reflexionando sobre la acción inexorable del tiempo, convenimos todos, entrar en esta famosa urbe, también a las diez de la mañana, como 404 años antes , lo hicieron los españoles un 24 de junio de 1572, día que en el Cusco se rememoraba el Intip raimi, la gran fiesta en homenaje al sol. Con estas evocaciones, descendimos a una pequeña explanada. De este lugar, vimos con más claridad los contornos del apacible valle del Chontamayo y empezamos a bajar por una larga y ancha escalinata de piedra deteriorada por la acción de los siglos , escalinata que fue sin duda la espléndida entrada a la ciudad de Vilcabamba, decorada por un tapiz multicolor de arbustos y flores que cubrían el falderío como arabescos de una alfombra gigante . Luego de caminar hasta el último de sus peldaños, cruzamos un riachuelo llamado modernamente “Espíritu pampa” y en un claro del follaje, nos reunimos con los miembros de la expedición y acordamos confrontar nuestros documentos con la realidad topográfica del valle y verificar la extensión de la ciudad inka, entre su núcleo urbano y sus construcciones marginales y a la vez confrontar sus detalles geográficos con el texto de la “Razón...” enviada al virrey Toledo. En este documento se decía que la ciudad abarcaba “una legua de largo y media de ancho” con sus 400 casa, y que según el cronista Murúa, tenía la “traza del Cusco” . Para comprobar estos datos, siguiendo la huella de una antigua calzada, nos adentramos a la frondosa arboleda y después de caminar un trecho por encima de troncos carcomidos y abrirnos paso machete en mano por el denso follaje, salimos a un claro intensamente iluminado por el sol de la mañana. Caminando luego por mullidos colchones de detritos foliáceos, dimos con una senda que parecía ser una calle -por los muros caídos a sus ladoshasta llegar a una terraza en la que hallamos las gárgolas de piedra que H. Bingham vió en 1911. ¿Eran duchas de algunas residencias importante o surtidores públicos?. No lo pudimos imaginar. Siguiendo por el mismo sendero, observando restos de construcciones aparentemente inconclusas circulares y rectangulares, llegamos a un puente de piedra sobre un riachuelo encauzado, que dividía la ciudad en dos partes, como el Watanay a la urbe cusqueña. Caminando en la misma dirección, bordeando muros de “canchas” o recintos derrumbados con restos de construcciones en su interior. A medio centenar de metros, dimos con una plazoleta, llena de una corpulenta arboleda de cedros, yanais y quebrachos. En este lugar, examinando su contorno, distinguimos entre el follaje numerosas construcciones. Al norte, una “Callanca” de más o menos 60 mts. De largo y 8 mts. De ancho, con una docena de puertas a ambos lados de sus muros y en su interior, una piedra rústica de regulares dimensiones muy resquebrajada por la acción del tiempo. A poca distancia de esta la “callanca”, hacia al noreste vimos una gigantesca piedra, asentada en una plataforma de piedra canteada, -como las que hay en Qenqo y Machu Pichu. Junto a esta piedra, varias habitaciones con portadas de piedra labrada algunos de cuyos muros, que habían sido modificados en alguna oportunidad. Al sur de esta plazoleta, observamos también andenerías con vestigios de viviendas que se perdían en la densa vegetación. A sus flancos, más habitaciones destruídas y cubiertas por una impenetrable maraña de robustos. De esta manera sin darnos cuenta , habíamos llegado y estábamos en el mismo núcleo urbano de la ciudad Inka de Vilcabamba.
Para comprobar si esta urbe Inka ocupaba a no el área de “una legua de largo y medio de ancho” que tenía “cuatrocientas casas” y la “traza del Cusco”, tomando como referencia esta plazoleta, resolvimos explorar sus contornos. Caminado hacia el oeste topamos , de trecho en trecho, con muchas viviendas derrumbadas, las más de ellas, rectangulares, en andenerías que seguían los desniveles de la topografía del valle.. A casi un kilómetro de distancia- al sur oeste-encontramos los restos de una conjunto habitacional dispuesto en dos terrazas. En la primera , Habían dos habitaciones grandes con alacenas (toqo),una de ellas con un alto mojinete deshecho por el tiempo. En la segunda, ocho habitaciones –la más con alacenas- alrededor de un patio relativamente pequeño, en cuya superficie, se veían restos de tejas rojas de varios tamaños, algunas decoradas con serpientes en bajo relieve. En su extremo oeste, un ambiente en “U” que parecía ser el vestigio de una capilla cristiana y al lado sur, un recinto pequeño con una gárgola de piedra. Más adelante, hallamos nuevas canchas, con terrados pintorescos y habitaciones en su interior, que se extendían dispersamente hasta el otro lado del río Chontamayo, donde visitamos un recinto circular con 16 hornacinas y restos de casas cubierta por la tupida vegetación. En esta exploración comprobamos igualmente, que la topografía de la ciudad –aunque con distinta orientación- tenía la misma traza de la ciudad del Cusco. Estaba dividida al medio por un riachuelo canalizado, al oeste, bordeado por el río Chontamayo y al este, limitado por el riachuelo Espíritu Pampa, que perecí reproducir al Watanay, entre el Tullumayo el Chunchulmayo de la urbe cusqueña. Después de esta indagación preliminar, tuvimos la certeza que el valle y la urbe que habíamos explorado, correspondía al “valle apacible” y a la ciudad Inka de Vilcabamba- la última capital de los incas- ocupada por los españoles el 24 de junio de 1572. Estábamos seguros ahora, que en alguna parte de la maleza, encontraríamos las “casa de los ingas”, quemadas por ellos mismos, la casa del sol, transformada en “fortaleza” española, las residencias de los familiares del Inka y de los capitanes, las viviendas populares y los depósitos destruidos entonces. En suma, las “cuatrocientas casas” que halló Martín Hurtado de Arbieto, cuando entró en los recintos de esta famosa ciudad Inka. Satisfechos de esta inspección inicial, resolvimos regresar a la ciudad de Lima, para procesar nuestros datos y preparar una segunda expedición, que nos condujera a la definitiva identificar histórica de la última capital de los incas: la ciudad de Vilcabamba. La vuelta al Cusco por la ruta Kiteni, resultó accidentada y tuvo contornos dramáticos. Cuando estuvimos a punto de perder en la maraña de la selva caminamos para salir de ella más de un centenar de kilómetros en dos días, de la casa de nuestro anfitrión ZakaPoma al pueblo de Kiteni a orillas del alto Urubamba, escarmados por el peligroso camino que habíamos recorrido por el valle de Pampakona, por acuerdo con los miembros de la expedición y a sugerencia de nuestros informantes, resolvimos regresar al Cusco por la ruta: Resistencia, Chuanguire, Masaquiato, Kiteni y Quillabamba. Aunque la topografía aérea del sky lab revelaba lo extenso del camino. Recordando los riesgos sufridos en el valle de Pampakona, decidimos seguir a Kiteni, con la esperanza de recoger testimonios orales entre los colonos, para ubicar el esquivo valle de Mapaway o Masaway y el pueblo de los Panquies o Panquises- que según los documentos- debían estar de 10 a 14 leguas- de la ciudad Inka de Vilcabamba, por donde debieron pasar los españoles siguiendo la huella de la retirada de Thupa Amaro Inka, en julio de 1572.
Todo habría salido y nuestras caminaba sin novedad. Si nuestro guía hubiera tenido buena memoria y mejor sentido de orientación geográfica nos hubiera evitado riesgo imprevisto y fatigas innecesarias. f. El retorno a la ciudad de Lima. Después de agradecer a la familia ZakaPoma, el 7 de junio- muy temprano- emprendimos a la audaz caminata al pueblo de Kiteni. Luego de cruzar el río Chontamayo, pasando por Ipalpampa (llano de cañas bravas), a la margen derecha del río Pampakona a horcajadas por un tronco tendido sobre sus aguas turbulentas, nos introdujimos en lo más umbroso de la selva, confiados en nuestro guía. La caminata que seguimos entre la densa arboleda y abismo, resultaron mayores que los peligros sufridos en el valle de Pampakona. Al medio día, sofocados por el calor y la humedad, sospechando el guía, qué tiempo perdidos por las vueltas que debamos en el mismo lugar , preguntamos al guía , qué tiempo faltaba para llegar a la localidad de Resistencia o Chunguire. Su respuesta,- luego de cavilar un rato- fue insólita, nos dijo: “Señores, disculpen...no recuerdo el camino para seguir, adelante ni para regresar...” Sencillamente estábamos perdidos en la maraña de la floresta. Los lectores podrán imaginar lo demás. Y cuando quizás alguna vez lean el diario de esta jornada increíble, compartirán con nosotros la pesadilla que entonces vivimos. Por suerte, con la ayuda de la brújula y el examen detenido de la fotografía aérea que llevábamos, serenados los ánimos, pudimos reorientar nuestro itinerario y, sin pensar en el “camino llano” que se nos había dicho, acordamos seguir a Resistencia, atravesando la densa arboleda, sorteando precipicios y trampas machigüengas, hasta que agobiados de cansancio, reposamos en la choza de un colono que no dio amable hospitabilidad. Tras un breve descanso, ya a oscuras, reemprendimos la caminata, alumbrados por la luz de nuestra linternas y después de recorrer , más o menos cincuenta kilómetros, a las once de la noche de este día, extenuados y jadeantes llegamos a resistencia a la casa del señor Mariano Taypi Kuri, quien nos atendió con amabilidad andina, sirviéndonos una reconfortante “lawa” (caldo de harina de maíz) y unas frescas “uncachas” (Yanthosomi) o papa de monte, que consumimos con avidez, como si se tratara de un opíparo festín. Al día siguiente, restablecidas nuestras fuerzas, preguntamos a Taypi Kuri si había visto en la comarca las ruinas de algún pueblo y vivienda entre la maleza. Nos respondió que si, y que en el monte había topado algunas veces con viejas construcciones cubiertas por la densa vegetación, particularmente frente a su fundo, al lado derecho del río Pampakona. Cuando insistimos si había oído hablar de algunos lugares llamados: Panquises o Panguies, Paro, Makaparo, Simaponte y valle de mapaway, nos dijo que nada le recordaban estos nombres, aunque entren los Machigüengas se menciona la existencia de una “ciudad grande” en el interior de la selva llamada “Pukintimari” o “Kintimaria”, custodiada celosamente por los “Chontakiros” (dientes de Chonta ) , gente belicosa y que nunca le había querido dar el derrotero, para llegar hasta sus muros tradición que nos hizo recordar al Kuraka Apu Katinte(JLPB VII, p. 1) aliado manarie del Virrey Toledo. Este mismo día, nos despedimos de don Mariano Taypi Kuri. Sinceramente, le felicitamos por su hermoso y bien trabajando fundo a la vera del río Pampakona. Era emotivo constatar como este colono, al margen de las penurias económicas del país y de sus antagonismo políticos, estaba construyen silenciosa y abnegadamente el futuro del Perú en aquel valle de la selva. Quizás, cuando pasen los años y el esfuerzo de este hombre se magnifique, se cernirá sobre él y su familia la idea de una expropiación o el mote de “explorador” o “gamonal” y los hombres que lleguen después, pretenderán disputarle la tierra a este valiente y ahora solitario trabajador.
Reiniciamos el camino con la idea de llegar a Kiteni al medio día nuestro viaje. Pero fue un nuevo chasco para nuestro entusiasmo. El camino –si bien llano- resultó interminable y fatigoso para nuestros miembros ya cansados por la peripecia del día anterior. De Resistencia a Kiteni, cruzamos el río de san Miguel, que con el de Pampakona forma el río Cosireni y llegamos a la ranchería de Chuangire. De este lugar pasamos a la margen izquierda de este río y siguiendo por Palma Real, Valeinchoyaq, Buena ventura, el pueblo de Yubeni, los riachuelos Blanco y Sigarciato, continuando por Palmitayoq, Monterrico, Montecristo y Selva Alegre,- a las once de la noche- físicamente agotados, llegamos a la localidad de Masaquiato, donde terminaba la cartera que partía del pueblo de kiteni. En esta parte, el río Casireni formaba una profunda encañada y como no había puente, en la oscuridad de la noche la cruzamos a horcajadas por un árbol delgado tendido de una parte al otro lado del río que peligrosamente se cimbraba con nuestro peso. Después de este paso de suspenso, casi sin poder sostener de pie y extenuados, llegamos al pueblo de Kiteni, luego de haber caminado 50 kilómetros en más o menos 15 horas. Sin tiempo para reposara la una de la mañana nos encaramamos a un camión que eventualmente había llegado y desencadenado plácidamente sobre unos sacos de café, refrescados por un fuerte chubasco que duró hasta el amanecer. El 8 de junio partimos de Kiteni y siguiendo el curso del alto Urubamba, al medio día llegamos a Quillabamba y al siguiente, continuamos al Cusco. En esta ciudad sin recordar ya las peripecias sufridas, celebramos el éxito de nuestra expedición, lamentando que los estudios cusqueños que habíamos invitado a través de la Universidad Nacional San Antonio de Abad, no hubieran podido contar nuestra fascinante aventura histórica. De vuelta a la ciudad de Lima, nos abocamos de inmediato a procesar la información que habíamos recogido. Ordenamos nuestros manuscritos y confrontamos sus datos con los detalles urbanos que habíamos visto en la ciudad de Vilcabamba y la tradición oral, para reunir a los elementos de juicio confiables para identificar históricamente la ciudad de Vilcabamba. 3. La segunda expedición a Vilcabamba. Julio 1976. Convencidos que las ruinas que estaban en el valle de Chontamayo- en el lugar llamado Eromboni por los Machigüengas y Espíritu Pampa por los Saavedra- correspondían a los restos de la última capital de los incas, iniciamos los preparativos de una segunda expedición para culminar la identificación histórica de la ciudad Inka de Vilcabamba. En esta oportunidad, contamos con el apoyo de la periodista Elzbieta Dzikowska, redactora de l Sección América Latina de la revista “Kontynenty” y de Tony Halik, corresponsal para América latina de la National Broadcasting company (NBC) y Visnews Limited Televisión Newsfilm. Para hacer la crónica y la filmación de los detalles de esta nueva expedición, a la última capital de los incas. La participación de los hijos de la nación polaca fue importante y alentadora para nosotros. Polonia y Perú –cabe aquí decirlo- tienen ciertamente vidas paralelas, los hermana sus luchas por la libertad y la justicia social. Esta fraternidad se hizo más singular porque entonces, se divulgó que en el castillo de Niedzica, se había encontrado un “Kipu” escondido por un presunto descendiente del peruano Thupa Amaro, muerto por los españoles en 1781 . Terminados los preparativos para la nueva expedición y provistos de la necesaria documentación, el 09 de julio, partimos de Lima al Cusco por vía aérea. Al día siguiente, estábamos ya en la estación ferroviaria de chaullay, comarcana al paraje donde estuvo el antiguo puente inka de Chukichaka.
Desde este lugar, Tony Halik inició la filmación de lo que pudo ser el escenario de donde los españoles emprendieron la invasión militar de Vilcabamba a fines de mayo de 1572. De Chaullay, cruzando el moderno puente sobre el río Urubamba (antiguo Willkamayo), entramos en el antiguo valle de Vitcos –ahora Vilcabamba- rastreando el mismo camino que siguieron los españoles en 1572. Nos fuimos deteniendo en cada lugar histórico, para que Tony y Elzbieta, filmaran los escenarios donde los incas lucharon contra los españoles para impedir su avance a la ciudad de Vilcabamba. Filmaron así, el “paso de Chukillusca” donde Gonzalo Pizarro fue desbaratado en 1539 y los incas intentaron repetir esta hazaña en 1572, las quebradas de Quinuaraqay, Tarkimayo y el “paso de kuyaochaka” donde se libró la batalla más reñida y sangrienta de toda la campaña, entre incas y españoles. De este paraje,- siguiendo la trocha corrosable- en un destartalado vehículo, arribamos a la aldea de Yupanqa. De este lugar,- por falta de acémilas- caminamos dos leguas a pie hasta Puquiura. En este pueblo con nuestro informante Juan Cancio Castillo. Tony Halik inició la filmación de los restos arqueológicos incas. Para este propósito Cancio castillo, nos condujo hasta un discreto recodo el río Vitcos y allí nos mostró entre la tupida maleza, la entrada de una galería cegada por una gigantesca piedra semi-labrada, que una torrenteada del río la había descubierto. El sitio era impresionante, hasta entonces, nadie podría haber imaginado que entre los roquedales ocultos por la vegetación, estuviera la entrada a una galería como lo que veíamos, con escalinatas de piedra, finamente pulidas. De la simple observación comprobamos que esta entrada había sido expresamente clausurada y enterrada en alguna oportunidad para evitar su profanación. Recordamos entonces, que Vitcos, y a las residencias incas, fueron saqueadas por Orgoñez en 1537, por Gonzalo Pizarro en 1539 y por Hurtado de Arbieto en 1572. Es posible que, en previsión a la rapiña enemiga, ésta y otras galerías, habrían sido cegadas por los incas. Titu Kusi Yupanki, refiere que su padre Manko Inka Yupanki, en 1537, llevó a Vitcos las momias de los incas y de los personajes más importantes del Imperio y que en este mismo año- se dice- que fueron devueltas al Cusco por el Mariscal Orgoñez. Sin embargo, en 1572, el virrey Toledo escribía a Felipe II, que en Vilcabamba, los incas seguían venerado los “cuerpos de sus reyes embalsamados” y en una provisión a favor de Hurtado de Arbieto, se lee, que este general había hallado en Vilcabamba, los “cuerpos de Mango inga e Titu Cuxi, sus padres y hermanos” . Queda así, una enigmática interrogante sobre la auténtica de las momias incas, que fueron entregadas en el Cusco al licenciado Polo de Pondegado . En este lugar hacíamos estas reflexiones, esperando que con el tiempo algún afortunado arqueólogo descubrirá el ministerio que guarda esta impresionante galería. Luego de esta inspección, ascendimos al promontorio donde están las ruinas de “Rosaspata”. Como hemos indicado en otro lugar, este- conjunto habitacional no corresponde al “pueblo” de Vitcos, como supuso- Bingham, sino a una residencia Inka, con habitaciones de portadas de piedra finamente labradas a un pequeño patio y otras en su parte posterior también destruídas por acción del tiempo y quizás por los buscadores de tesoros. Después de filmar los detalles líticos de Rosaspata, bordeando el promontorio- una lengua más o menos- llegamos a las ruinas de “ñusta ispana”. Un sugestivo conjunto arquitectónico con una gigantesca mole de granito en su interior que se alza sobre un manantial de agua cristiana. Esta piedra profusamente labrada, con entrantes, salientes un manantial de agua cristalina. Esta piedra profusamente labrada, con entrantes, salientes y aristas, daba la impresión de un sofisticado observatorio astronómico por las luces y sombras que proyectaban con el sol. ¿Era ésta el “Yuraqrumi” o piedra blanca del adoratorio de Chukipalta, quemada por los agustinos García y Ortíz?. No tenemos la prueba histórica que lo confirme, más aún cuando B. Ocampo que vivía en Puquiura, no lo menciona entre los lugares importantes de Vilcabamba. Sin embargo, tenemos la seguridad que fue un adoratorio importante en homenaje al agua, como los de Tampumachay y Ollantaytampu. Terminada de filmación, pasando por Qaqa cárcel y el viejo molino del canónigo Cristóbal de Albornoz llegamos a Wankacalle, una aldea –vecina a la localidad de Mayotinco- donde volvimos a ver a nuestro principal informante, don Julio Cobos Quintanilla. En este mismo día, emprendimos viaje al pueblo de san Francisco de la Visctoria de Vilcabamba y siguiendo por el camino colonial a la vera izquierda del río Minaschayoq, afluente del Vitcos, llegamos al promontorio de Atoqsayko y entre los celajes del crepúsculo, entremos a este pueblo colonial. Lo encontramos silente como antes, sin tener donde alojarnos, aterido de frío nos guarecimos en el corredor de una casa antigua , cubierta de ichu. La noche que pasamos, fue una noche glacial durmiendo en hamacas y pellones, con nuestro equipaje en la calle. Al día siguiente-muy de mañana- con los primeros rayos del sol, Tony Halik, filmó el impresionante paisaje andino que formaban los cerros : Tutuqaqa, Wamanape, Yanantin, Apu Tembladera, Qoqanwachana y Negrilla, los “apus”del pueblo, y el perfil de los inhiestos ventisqueros que se asomaban entre las oscuras sierras de la cordillera de Vilcabamba. Luego de esta inspección, ascendimos al promontorio donde están las ruinas de “Rosaspata”. Como hemos indicado en otro lugar, este- conjunto habitacional no corresponde al “pueblo” de Vitcos, como supuso- Bingham, sino a una residencia Inka, con habitación de portadas de piedra finamente labradas frente a un pequeño patio y otras en su parte posterior también destruídas por acción del tiempo y quizás por los buscadores de tesoros. Después de filmar los detalles líticos de Rosaspampa, bordeando el promontorio- una lenguas más o menos- llegamos a las ruinas de “Ñusta ispana”. Un Sugestivo conjunto arquitectónico con una gigantesca mole de granito en su interior que se alza sobre un manantial de aguas cristalinas. Esta piedra profusamente labradas, con entrantes, salientes y aristas, daba la impresión de un sofisticado observatorio astronómico por las luces y sombras que proyectaban con el sol. ¿Era ésta el “Yuraqrami”o piedra blanda del adoratorio de Chukipalta, quemada por los agustinos García y Ortíz ?. No tenemos la prueba histórica que lo confirme , más aún cuando B. Ocampo que vivía en Puquiura, no la menciona entre los lugares importantes de Vilcabamba. sin embargo, tenemos la seguridad que fue un adoratorio importante en homenaje al agua, como los de Tampumachay y Ollantaytampu. Terminada la filmación, pasando por Qaqa cárcel y el viejo molino del canónigo Cristóbal de Albornoz llegamos a Wankacalle, una aldea –vecina a la localidad de Mayotinco- donde volvimos a ver nuestro principal informante, don Julio cobos Quintanilla. En este mismo día, emprendimos el viaje al pueblo de San Francisco de la Victoria de Vilcabamba y siguiendo por el camino colonial a la vera izquierda del río Minaschayoq, afluente de Vitcos, llegamos al promontorio de Atoqsayko y entre los celajes del crepúsculo, entramos a este pueblo colonial. Lo encontramos silente como antes, sin tener donde alojarnos, ateridos de frío nos guarecimos en el corredor de una casa antigua, cubierta de ichu. La noche que pasamos, fue una noche glacial durmiendo en hamacas y pellones, con nuestros equipajes en la calle. Al día siguiente –muy de mañana- con los primeros rayos del sol, Tony Halik, filmó el impresionante paisaje andino que formaban los cerros: Tutuqaqa, Wamanape, Yananin, Apu Tembladera, Qoqanwachana y Negrilla, los “apus”del pueblo, y el perfil de los inhiestos ventisqueros que se asomaban entre las oscuras sierra de la cordillera de Vilcabamba. Luego filmó un documental de la iglesia colonial del pueblo y de su bello campanario en espadaña. Al entrar en sus recinto, vimos en el altar mayor, una gran figura del sol hecha de cartón con platina dorada. Cuando preguntamos por esta novedad, se nos dijo que se ponía allí- como en la iglesia de Lucmapara celebrar la fiesta del sol, el 24 de junio que rememoraba el ceremonial del Intip Raymi. Después de examinar las viejas casas del pueblo que más parecía de factura Inka que española, por la solidez y simetría de sus alacenas o “toqos”. Reiniciamos nuestro viaje, dejando este humilde villorrio que los españoles lo planificaron en vano para opacar la gloria de la Vilcabamba Inka. Continuando por un sendero de piedras sobre las ciénagas que formaban los deshielos de la cordillera y admirando los tenues humos de las chozas que bordeaban el riachuelo de Minaschayoq o Quellomayo, llegamos al abra de Qollpaqasa. De este lugar, disipada la neblina de la mañana, distinguimos un panorama alucinante de extraños contrastes: el rojizo terral de la puna, los nevados de la cordillera, el oscuro perfil de la sierra, la lomada de “Manawañunqa” y los matices verdes de las montañas que se disipaban en la floresta, formando un paisaje abrumador y sombrío. Siguiendo la misma ruta nuestra primera expedición, pasando por Mollepunko, descendimos por las escalinata del camino Inka al río Challcha y luego de cruzar el puente de Maukachaka, ascendimos la cuesta para entrar en el páramo de Pampakona (lugar de llanos). Las casa que vimos estaban tan dispersas que no alcanzaba a formar un pueblo. Siempre guiados por Julio Cobos, indagando por el pueblo Inka de Pampakona, llegamos a un sitio llamado “Inkapampa” (el llano del Inka). En este lugar vimos algunos restos de viejas habitaciones al pie de un cerro no muy alto, que por estar cubierto de la maleza no pudimos comprobar si estaban o no precintados por las albarradas de piedra que describió Diego Rodríguez de Figueroa, en mayo de 1565. No habiendo otra ruina en el contorno, las habitaciones derrumbadas que habíamos visto parecerían corresponder el pueblo de Pampakona inka, donde los españoles acamparon la primera quincena del mes de junio de 1572, para marchar a la ciudad de Vilcabamba. De este páramo, bajando por el cauce del riachuelo Changara pasamos a Mayotinco, donde el río Challcha con otros afluentes forma el río Pampakona. De este lugar continuando el curso del valle, por los bajíos de Mayoq y el río Yerbabuenayoq, llegamos a la llanada de Hututo. En este frígido paraje descansamos una noche. Día siguiente, pasamos a la margen derecha del río Pampakona y dejando atrás la quebrada de Manawañuqa volvimos asu izquierda por el puente de Cedrochaka. Pasando por el paraje de Tambo, sorteando después desfiladeros y precipicios más a pie que en acémilas, luego de cruzar los ríos Zapateruyoc y Socsochinkana, por el “asiento” de Anonay o Ayonay, llegamos al fundo de Vista Alegre. Sin detenernos, en este lugar, cruzando los riachuelos de san Cristóbal, Gomachayoq y Palmayoq, llegamos a Pantipampa –el Urpipata actual- y luego de filmar el perfil en “media luna” de la montaña donde estarían los restos de wayna Pukara, pasando luego los riachuelos de Tunkimayo, Locomayo y Cedropata, el desfiladero de Rocapeña y la quebrada de Pachaqwayko, llegamos al fundo de san Martín con los cejales rojizos del crepúsculo. Los vecinos, -como antes los Saavedra al explorador Bingham- nos recibieron cordialmente y para escanciar nuestra sed y hambre, nos ofrecieron sendos jarros de jugo de caña dulce, con buenos trozos de chancana y maní. Mientras estuvimos en este lugar, indagamos nuevamente por los restos de Markanay, el pueblo donde fuera muerto y enterrado Fray D. Ortíz en 1571 y destruído por los españoles en este año. Pero los colonos recién llegados que desconocían esta historia, únicamente nos confirmaron la existencia de restos de construcciones antiguas cubiertas por la tupida vegetación. a. Identificación histórica de la ciudad Inka de Vilcabamba. El 17 de julio, partimos del fundo San Martín al valle de Chontamayo. Pasando por el riachuelo de Pumachaka, la ranchería del colono Saka Poma y siguiendo por el mismo falderío de la primera expedición, llegamos al Chapatiaq o puesto de vigilancia Inka donde antes habíamos estado. Desde este lugar, volvimos a examinar el abanico aluvial del Chontamayo y nuevamente confrontamos los detalles de su topografía con los documentos que llevamos, quedando convencidos una vez mas, que éste era el valle apacible y estrecho donde yacían los restos centenarios de la última capital de los incas, en área de cinco kilómetros de largo por 2.5 de ancho, con sus cuatrocientas casa, sus adoratorios y sus aliados en junio de 1572. Seguros de nuestro trabajo histórico, con unción patriótica y nostálgicas evocaciones, penetramos nuevamente en los recintos de este lugar gran monumento a la gallardía del Perú . Entramos a la urbe inka, por la misma calzada que siguieron en la primera expedición. Abriéndo paso por el descenso follaje, llegamos hasta el primer grupo de viviendas que hallara Bingham en 1911. Esta construcciones con sus tres gárgolas de piedra en una de sus parámetros correspondían sin duda a un edificio importantes sobre un sistema de terrazas asimétricas. Asimismo comprobamos que los “muros de un pie de altura” observados por el explorador yanki, no eran paredes inconclusas como imaginó sino parte de éstas, soterradas por los detritus foliácceos acumulados en siglos. A este edificio pusimos el nombre de: “conjunto Bingham”, para honrar a quien fuera el primero en descubrir. Bingham desdeñando la tradición oral, por sus prejuicios y deficiente información documental, sin darse cuenta que habría llegado a la ciudad Inka de Vilcabamba, dejó a los peruanos el privilegio de su identificación histórica. Prosiguiendo nuestro recorrido, llegamos al puente de piedra sobre el riachuelo que divide la ciudad,- como el Watanay o Sapi a la urbe cusqueña. Habiéndose perdido su antigua denominación, le pusimos el nombre de “Pillko Wako”, en el homenaje a la gloria de los Thupa Amaro, uno de cuyos descendientes -en 1871- inmoló su vida por la libertad del Perú . De este puente, nos dirigimos a la plazoleta que -como indicamos- parecería ser el núcleo urbano de la ciudad. Recordando que en este sitio, al pié de un frondoso cedro blanco, habíamos entonado el himno patrio, convencidos de estar en el corazón mismo de la última capital de los incas, bautizamos este lugar, con el nombre de “Plaza de la Reconquista”, que si bien pequeña, simbolizaba la épica resistencia del Perú en defensa de la soberanía nacional. Para completar nuestro trabajo, nos dirigimos al grupo habitacional, donde habíamos visto las tejas de factura inka, el mismo que por sus características arquitectónicas, parecía corresponder a la “Casa del Inga”, que describiera el cronista Martín de Murúa. Según su versión, esta residencia construída en “altos y bajos” estaba “cubierta de tejas” y sus paredes decoradas con gran “diferencia de pinturas...que era cosa de ver”. En efecto comprobamos que este edificio construido en dos niveles. En la terraza de los bajos dos habitaciones grandes, en la de los altos un grupo de ocho ambientes en torno a un patio de más o menos 150 metros cuadrados. Verificamos igualmente que sus habitaciones estuvieron cubiertas con tejas de factura Inka , que en sus paredes habían vestigios de pintura colorada y ocre y en el piso restos de ceniza, como testimonio que este edificio fue consumido por el fuego.
La coincidencia entre la descripción de Murúa y los detalles visibles de este edificios eran tan sugestivos, que no parecerían haber duda, que este complejo habitacional correspondiera a la “Casa Inga” incendiada por orden de Thupa Amaro en junio de 1572. sin embargo, la última palabra será la de los arqueólogos, que en alguna vez trabajaran en esta famosa ciudad. Con esta evidencia, en homenaje al ilustrar fraile mercedario que escribió la crónica más orgánica y próxima a la verdad sobre el trágico final de los incas, denominados a este edificio con el nombre de “conjunto Murúa”. Hecha esta confrontación histórica, regresamos a la “Plaza de la Reconquista”. En este sitio revisar nuevamente los documentos del capitán Francisco de Camargo y Aguilar, comprobamos que en su condición de “Alcaide” de la ciudad de Vilcabamba en 1572 , transformó el edificio de la “Casa del Sol” en fortaleza de tipo español, para la guarda y custodia de esta urbe Inka. Entre los edificios próximos a la “Plaza de la Reconquista” distinguimos uno grande y sólido, que podría haber correspondido a un centro religioso, con una cancha o recinto en cuyo interior se alzaba un gran monolito disforme sobre un escaño de piedra canteada. Aunque no teníamos otra prueba para certificarlo, la existencia de este monolito ceremonial de mas o menos cinco metros de altura, las modificaciones en la estructura de sus muros, la fina cantería de algunas de sus portadas y el resto de tejas, nos pareció un a buena prueba material para creer que este edificio fue el “Templo del sol Inka”, que el “alcaide” Camargo y Aguilar adaptó para fortaleza española. Pero cualquiera que haya sido la función de este conjunto arquitectónico, se trató sin duda de una construcción importante y digna. En recuerdo de la colaboración y presencia de los hijos de la nación Polaca en la ciudad Inka de Vilcabamba, en sencilla ceremonia y al compás de su himno patrio e izando su bandera roja y blanca, le pusimos el nombre de “Conjunto Polaco”. Con las exploraciones complementarias que hicimos en los días siguientes, confrontando nuestros manuscritos con la topografía del valle y los restos urbanos en el abanico fluvial del Chontamayo, quedamos convencidos una vez más, que efectivamente estábamos gozando del privilegio de visitar los recintos de la gran ciudad de Vilcabamba, de la que los exploradores y estudios no tuvieron seguridad histórica por falta de documento confiable que certificaran su ubicación geográfica. Para conmemorar este suceso y el éxito de nuestras expediciones, reunidos en el patio del “Conjunto Murúa” y ante sus vulnerables escombros, entonamos fervorosamente y en coro, la quinta y sexta estrofa del himno patrio. Y, quitando simbólicamente el estandarte español puesto el 24 de junio de 1572, izamos en su lugar el pabellón nacional en señal de reconquista, proclamando la identificación histórica de la ciudad de Vilcabamba. en esta breve ceremonia cívica, austera y solemne dijimos: “Que enarbolamos la bandera peruana en la misma ciudad de Vilcabamba, en homenaje al heroísmo de los incas que en su sublime holocausto inmolar sus vidas en defensa de la patria y de los que siguiendo su ejemplo, contribuyeron a reconquistar la soberanía del Perú y de América en 1824” Seguidamente, izamos la bandera polaca como expresión de nuestra gratitud a los hijos de esta nación, tan unida al Perú y a sus héroes, que como los nuestros lucharon seculares por su libertad y soberanía. b. Adiós a la ciudad de Vilcabamba, la última capital del Tawantinsuyo. Al dejar sus egregios muros, sentimos en nuestro interior profunda nostalgia y honda preocupación al verla nuevamente abandonada al tiempo y a la acción inexorable de la naturaleza. Sin embargo, nos alentó la esperanza de que alguna vez el Estado peruano, asumiendo su responsabilidad con este magno patriotismo nacional honrará su memoria y repondrá las piedras en sus antiguos paramentos para devolverle su prestancia pasada. Igualmente, que en el futuro, estudiosos e instituciones científicas profundizarán las investigaciones sobre su fascinante historia y uniendo esfuerzos, exhumarán sus vestigios de su tumba de siglos. La última capital de los incas, recobrará entonces su esplendor primitivo. Sus terrazas y sus cultivos volverán a florecer y sus estructuras arquitectónica reconstruídas, mostrarán a las generaciones venideras su sobrina magnificencia y la gallardía de sus tiempos heroicos. Vilcabamba permanecerá así en el curso de los siglos como la flameante lámpara votiva de la nacionalidad y sus ruinas con el más digno monumento a la lucha por la libertad como el patrimonio épico del Perú y de la cultura universal.

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