CRÍTICA DEL JUICIO SEGUIDA DE LAS OBSERVACIONES SOBRE EL ASENTIMIENTO DE LO BELLO Y LO SUBLIME

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Immanuel Kant

TRADUCIDA DEL FRANCÉS POR ALEJO GARCÍA MORENO

doctor en filosofía y letras

JUAN RUVIRA

doctor en Derecho Civil y Canónico, y abogado del ilustre colegio de esta Corte.

CON UNA INTRODUCCIÓN DEL TRADUCTOR FRANCÉS

F. BARNI.

MADRID, 1876.

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Índice

Prólogo del traductor francés

Prefacio

 

Introducción

- I   De la división de la filosofía

- II  Del dominio de la filosofía en general

- III  De la critica del juicio, considerada como lazo de unión de las dos partes de la filosofía

- IV  Del juicio como facultad legislativa «A priori.»

- V  El principio de la finalidad formal de la naturaleza, es un principio trascendental del juicio

- VI  De la unión del sentimiento del placer con el concepto de la finalidad de la naturaleza

- VII  De la representación estética de la finalidad de la naturaleza

- VIII  De la representación lógica de la finalidad de la naturaleza

- IX  Del juicio como vínculo entre las leyes del entendimiento y la razón

 

Primera parte

CRÍTICA DEL JUICIO ESTÉTICO

 

Primera sección

Analítica del juicio estético

 

Primer libro

Analítica de lo bello

§ I  El juicio del gusto es estético

§ II  La satisfacción que determina el juicio del gusto es desinteresada

§ III  La satisfacción referente a lo agradable se halla ligada a un interés

§ IV  La satisfacción, referente a lo bueno, va acompañada de interés

§ V  Comparación de las tres especies de satisfacción

§ VI  Lo bello es lo que se representa sin concepto como el objeto de una satisfacción universal

§ VII  Comparación de lo bello con lo agradable y lo bueno, fundada sobre la precedente observación

§ VIII  La universalidad de la satisfacción es representada en el juicio del gusto como simplemente subjetiva

§ IX Examen de la cuestión de saber si en el juicio del gusto el sentimiento del placer precede al juicio formado sobre el objeto, o si es al contrario

§ X  De la finalidad en general

§ XI  El juicio del gusto no reconoce como principio más que la forma de la finalidad de un objeto (o de su representación)

§ XII  El juicio del gusto descansa sobre principios a priori

§ XIII  El juicio puro del gusto es independiente de todo atractivo y de toda emoción

§ XIV  Explicación por medio de ejemplos

§ XV  El juicio del gusto es un todo independiente del concepto de la perfección

§ XVI  El juicio del gusto, por el que un objeto no es declarado bello sino con la condición de un concepto determinado, no es puro

§ XVII  Del ideal de la belleza

§ XVIII  Lo que es la modalidad de un juicio del gusto

§ XIX  La necesidad objetiva que atribuimos al juicio del gusto es condicional

§ XX  La condición de la necesidad que presenta un juicio del gusto es la idea de un sentido común

§ XXI  Si con razón se puede suponer un sentido común

§ XXII  La necesidad del consentimiento universal concebida en un juicio del gusto, es una necesidad subjetiva que es representada como objetiva bajo la suposición de un sentido común

 

Libro segundo

Analítica de lo sublime

§ XXIII  Tránsito de la facultad de juzgar de lo bello a la de juzgar de lo sublime

§ XXIV  División del examen del sentimiento de lo sublime

§ XXV  Definición de la palabra sublime

§ XXVI  De la estimación de la magnitud de las cosas de la naturaleza que supone la idea de lo sublime

§XXVII  De la cualidad de la satisfacción referente al juicio de lo sublime

§ XXVIII  De la naturaleza considerada como una potencia

§ XXIX  De la modalidad del juicio sobre la sublimidad de la naturaleza

§ XXX  La deducción de los juicios estéticos sobre los objetos de la naturaleza, no puede aplicarse a lo que llamamos sublime, sino solamente a lo bello

§ XXXI  Del método propio para la deducción de los juicios del gusto

§ XXXII  Primera propiedad del juicio del gusto

§ XXXIII  Segunda propiedad del juicio del gusto

§ XXXIV  No puede haber principio objetivo del gusto

§ XXXV  El principio del gusto es el principio subjetivo del juicio en general

§ XXXVI  Del problema de la deducción de los juicios del gusto

§ XXXVII  Lo que se afirma propiamente a priori en un juicio del gusto sobre un objeto

§ XXXVIII  Deducción de los juicios del gusto

§ XXXIX  De la propiedad que tiene una sensación de poderse participar

§ XL  Del gusto considerado como una especie de sentido común

§ LI  Del interés empírico de lo bello

§ XLII  Del interés intelectual de lo bello

§ XLIII  Del arte en general

§ XLIV  De las bellas artes

§ XLV  Las bellas artes deben hacer el efecto que la naturaleza

§ XLVI  Las bellas artes son artes del genio

§ XLVII  Explicación y confirmación de la anterior definición del genio

§ XLVIII  De la relación del genio con el gusto

§ XLIX  De las facultades del espíritu que constituyen el genio

§ L  De la unión del gusto con el genio en la producción de las bellas artes

§ LI  De la división de las bellas artes

§ LII  La unión de las bellas artes en una sola y misma producción

§ LIII  Comparación del valor estético de las bellas artes

 

Segunda sección

Dialéctica del juicio estético

§ LIV

§ LV  Exposición de la antinomia del gusto

§ LVI  Solución de la antinomia del gusto

§ LVII  Del idealismo de la finalidad de la naturaleza considerada como arte y como principio único del juicio estético

§ LVIII  De la belleza como símbolo de la moralidad

Apéndice

§ LIX  De la metodología del gusto

 

Segunda parte

CRÍTICA DEL JUICIO TELEOLÓGICO

§ LX  De la finalidad objetiva de la naturaleza

 

Primera sección

Analítica del juicio teleológico

§ LXI  De la finalidad objetiva que es simplemente formal a diferencia de lo que es material.

§ LXII  De la finalidad de la naturaleza que no es más que relativa, a diferencia de la que es interior

§ LXIII  Del carácter propio de las cosas, en tanto que fines de la naturaleza

§ LXIV  Las cosas, en tanto que fines de la naturaleza, son seres organizados

§ LXV  Del principio del juicio de la finalidad interior en los seres organizados

§ LXVI  Del principio del juicio teleológico sobre la naturaleza, considerada en general como un sistema de fines

§ LXVII  Del principio de la teleología como principio interno de la ciencia de la naturaleza

 

Segunda sección

Dialéctica del juicio teleológico

§ LXVIII  ¿Qué es una antinomia del juicio?

§ LXIX  Exposición de esta antinomia

§ LXX  Preparación para la solución de la precedente antinomia

§ LXXI  De los diversos sistemas sobre la finalidad de la naturaleza

§ LXXII  Ninguno de los sistemas precedentes da lo que promete

§ LXXIII  La imposibilidad de tratar dogmáticamente el concepto de una técnica de la naturaleza viene de la imposibilidad misma de explicar un fin de la naturaleza

§ LXXIV  El concepto de una finalidad objetiva de la naturaleza es un principio crítico de la razón para el juicio reflexivo

§ LXXV  Observación

§ LXXVI  De la propiedad del entendimiento humano por la cual el concepto de un fin de la naturaleza es posible para nosotros

§ LXXVII  De la unión del principio del mecanismo universal de la materia con el principio teleológico en la técnica de la naturaleza

 

Apéndice

Metodología del juicio teleológico

§ LXXVIII  La teleología debe ser tratada como una parte de la física

§ LXXIX  De la subordinación necesaria del principio del mecanismo al principio teleológico en la explicación de una cosa como fin de la naturaleza

§ LXXX  De la unión del mecanismo al principio teleológico en la explicación de un fin de la naturaleza en tanto que producción de la misma

§ LXXXI  Del sistema teleológico en las relaciones exteriores de los seres organizados

§ LXXXII  Del fin último de la naturaleza, considerado como sistema teleológico

§ LXXXIII  Del objeto final de la existencia del mundo, es decir, de la creación misma

§ LXXXIV  De la teología física

§ LXXXV  De la teología moral

§ LXXXVI  De la prueba moral de la existencia de Dios

§ LXXXVII  Limitación del valor de la prueba moral

§ LXXXVIII  De la utilidad del argumento moral

§ LXXXIX  De la especie de adhesión que reclama una prueba moral de la existencia de Dios

§ XC  De la especie de adhesión producida por una fe práctica

 

Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime

Primera sección

De los diferentes objetos del sentimiento de lo sublime y de lo bello

Segunda sección

De las cualidades de lo sublime y de lo bello en el hombre en general

Tercera sección

De la diferencia de lo sublime y de lo bello en la relación de los sexos

Cuarta sección

De los caracteres nacionales en sus relaciones con los diversos sentimientos de lo sublime y de lo bello


Prólogo del traductor francés

     Desde principios de este siglo, o sea desde la época en que ciertos escritores como M. Villers, M. de Tracy, M. de Gerando, madama Stael[1], llamaron la atención de Francia sobre Kant, su doctrina ha venido interesando a todos los pensadores; mas falta que aún hoy mismo sea bien conocido entre nosotros, y se le tributen los honores que merece. M. Cousin, que ha elevado en Francia el estudio de la historia de la filosofía a la altura que el método exige, y que ha trabajado tanto por el progreso de este estudio, no es posible que permaneciera indiferente al lado de una filosofía, que había tenido tanto eco en Alemania, y que, cuando empezaba a excitar la curiosidad de los franceses, había ya producido al otro lado del Rhin tan poderosa y fecunda agitación.

     En un tiempo en que no se conocía en Francia la filosofía de Kant más que por algunos ligeros bosquejos, este hombre acometió la empresa de explicarla y criticarla en su enseñanza pública[2]; aun el traductor de Platón pensó, por algunos momentos, serlo también de Kant; mas otras ocupaciones le distrajeron de llevar a cabo este trabajo, el que todavía hoy está casi sin empezar; pues de las tres críticas de Kant, es decir, de sus tres obras más importantes, sólo se ha traducido una[3]; las otras, apenas son conocidas entre nosotros[4], y deben traducirse a nuestro idioma; y por esta razón, aunque este género de trabajo sea muy difícil y aun desagradable bajo cierto punto de vista, yo me he aventurado a emprenderlo. Presento por ahora la traducción de la Crítica del Juicio, y espero publicar muy pronto la de la Critica de la razón práctica, cuyo trabajo está ya muy adelantado.

     Cuando se trata de un hombre como Kant y de monumentos como la Crítica de la razón pura, la de la Razón práctica o la del Juicio, no bastan simples análisis, por más exactos y detallados que estos sean; sino que, a pesar de los defectos que en ellos haya, y por más que abiertamente pugnen con el genio de nuestra lengua, se debe traducir a Kant, y traducirle literalmente; porque en filosofía nada puede dispensarnos del estudio de los monumentos: mas tampoco debemos contentarnos con traducir a Kant; el estudio de sus obras es difícil, y aun disonante y desagradable, principalmente para los lectores franceses; y de aquí la necesidad de prepararlos para este estudio, iniciándolos en las doctrinas de la filosofía alemana, por medio de una exposición sencilla y clara, y en su lenguaje, por medio de una explicación de sus términos y fórmulas. Así es que yo no debía concretarme al simple papel de traductor, sino que debía pensar en añadir a mi traducción un trabajo destinado a facilitar el estudio de la obra; mas, como la importancia de este trabajo, y las dificultades que había de ofrecer me detendrían mucho, y de otro lado ya no quiero retardar demasiado la publicación de esta traducción, impresa ya desde hace algún tiempo, me he decidido a publicarla ahora, prometiendo dar a luz muy pronto la Introducción.

     Nada diré en este prólogo de la Crítica del Juicio, puesto que he de hablar de ella a mi satisfacción en la Introducción que estoy preparando; aquí solamente me propongo decir algunas palabras sobre el sistema de traducción que he creído debía seguir. M. Cousin en sus lecciones sobre Kant[5], ha caracterizado con tal precisión y claridad los defectos de este como escritor, que yo no puedo por menos de reproducir aquí su juicio. «Esta obra, dice Cousin, hablando de la Crítica de la razón pura, tiene el defecto de estar mal escrita; lo que no quiere decir que no haya en ella mucho ingenio en los detalles, y aun de vez en cuando trozos admirables; pero, como el mismo autor lo reconoce con modestia en el prólogo de la edición de 1781, si bien tiene una gran claridad lógica, tiene muy poco de esta otra claridad que él llama estética, y que consiste en el arte de hacer pasar al lector de lo conocido a lo desconocido, de lo fácil a lo difícil; arte tan raro, especialmente, en Alemania, y que no tiene en manera alguna el filósofo de Koenigsberg. Cojamos el cuadro de materias de la Crítica de la razón pura, y como en él no puede presentarse cuestión sino acerca del orden lógico y del enlace de todas las partes de la obra, nada podemos hallar bajo este punto de vista mejor sistematizado, más precioso y de mayor claridad que aquél; pero cojamos cada uno de sus capítulos por sí solos y todo cambia en el momento; el orden que separadamente debe encerrar cada uno de dichos capítulos, no existe; cada idea se halla expresada con la mayor precisión, pero sin ocupar siempre el lugar debido para acomodarse fácilmente al espíritu del lector. Hay que añadir a este defecto, el de la lengua alemana llevado al último extremo; quiero decir, este carácter extremadamente sintético de su frase, que forma un contraste, tan sorprendente con el analítico de la francesa. No es esto todo; independientemente de este lenguaje, todavía rudo, y que tan poco se acomoda a la descomposición del pensamiento, Kant tiene un lenguaje propio, una terminología, que, una vez comprendida, es de una claridad perfecta, y aun de un uso cómodo; pero que, presentada de repente, y sin la preparación necesaria, todo lo ofusca y a todo da una apariencia oscura y extravagante.» Los defectos que M. Cousin vitupera en la Crítica de la razón pura, y que, como él ha hecho notar, han retrasado en el país mismo de Kant el éxito de esta obra inmortal, son los mismos que se encuentran en la Crítica del Juicio y en la Crítica de la razón práctica. Solo que en estas dos últimas obras aparece Kant, en general, más sobrio y menos difuso que en la primera, y el carácter mismo de las materias que en ellas se tratan, como son, ya aquí los principios de la moral y los sentimientos y las ideas a que esta se refiere, ya allá lo bello y lo sublime, las bellas artes, las causas finales, etc., todo esto, pues, da a veces a su estilo un tinte menos severo y menos claro, a pesar de que reaparecen y dominan siempre los mismos defectos. Después de esto, se comprenderá cuán difícil debe ser una traducción literal de estas obras. Además, toda traducción que quita y añade, y resume y parafrasea, no presenta al autor como es, y no puede hacerse del texto; y una traducción literal corre el gran riesgo de resultar bárbara, y de violentar a cada instante los hábitos de nuestra lengua y de nuestro espíritu. A nosotros nos parece que el problema debe resolverse, traduciendo a Kant de tal modo que, reproduciendo en todo fielmente el texto, se atenúen en algún tanto los defectos; es decir, se introduzcan en aquel, pero sin modificarlo, las cualidades propias de nuestro lenguaje. Una traducción que llene estas dos condiciones, teniendo un doble mérito, hará un doble servicio al autor. He aquí el problema que nos hemos propuesto, y demasiado comprendemos las dificultades que encierra para lisonjearnos de haberlo resuelto. Esperamos al menos que nuestros esfuerzos no habrán sido del todo inútiles. Como la lengua francesa tiene la virtud de esclarecer todo lo que transforma o traduce, este mismo carácter debemos aplicarlo, tratándose de Kant; y puesto que la oscuridad que en él se reprueba proviene en parte, según exactamente nota M. Cousin, del carácter extremadamente sintético de su frase, en contraposición al esencialmente analítico de la frase francesa, traducir a Kant en francés, debe ser lo mismo que esclarecerlo, corrigiendo o atenuando en él el defecto que repugna a nuestra lengua.

     Mas, hemos insistido bastante sobre los defectos de la forma de Kant, y es ya tiempo de presentarlo bajo otro punto de vista. En Francia no se sabe bien que este escritor, que hemos tratado de bárbaro, ha sabido algunas veces acercarse a los mejores de los nuestros, lo que se observa en la mayor parte de sus pequeños escritos, y especialmente en el que lleva por título: Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, que apareció en 1764, esto es, veinte y seis años antes de la Crítica del Juicio[6]. A pesar de ciertos ensayos de traducción, estos pequeños escritos son en general poco conocidos en Francia, y bien traducidos, mostrarían a Kant bajo un aspecto enteramente nuevo[7]. Por esto es por lo que aparece Kant, como se nota algunas veces en ciertos pasajes de sus obras más importantes, especialmente en las observaciones y notas, un hombre de gran espíritu, en el sentido francés moderno de esta palabra; un observador atento y delicado de la naturaleza humana, y un escritor de los más ingeniosos; porque este pensador profundo, este genio de lo abstracto, este escritor bárbaro, era también todo eso. Su principal obra bajo este respecto es, sin contradicción, la que acabo de citar. También se han hecho de ella tres traducciones en francés[8], pero es conveniente volverla a traducir, y yo he querido unir esta nueva traducción a la de la Crítica del Juicio, puesto que ambas obras, aunque muy diferentes en el fondo y en la forma, tienen una materia común, lo bello y lo sublime; y porque es curioso el reunir estas dos formas distintas en que Kant ha tratado la misma materia con veinte y seis años de intervalo.

     Con todo, no se debe buscar en las Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime el origen de la teoría expuesta en la Crítica del Juicio, y mucho menos todavía una teoría filosófica sobre la cuestión de la idea de estos dos sentimientos. Kant no tiene tan alta pretensión; se propone únicamente, como él lo advierte en el prefacio, presentar algunas observaciones sobre la idea de los mismos, considerándolos en relación a los objetos, a los caracteres de los individuos, a los sexos y sus relaciones entre sí, y por último, en relación a los caracteres de los pueblos. Esta pequeña obra no es más que una colección de observaciones; no aparece en ella el profundo y abstracto autor de la Crítica de la razón pura; Kant no es todavía en este tiempo más que el bello profesor de Koenigsberg, como se le apellidaba en su villa natal[9]. Esto supuesto, sobresale tanto en el género a que pertenece este escrito, como en la metafísica. Se muestra en él tan delicado y espiritual observador, como de otro lado sutil y profundo analista; allí hay que admirar la exactitud, y muchas veces la delicadeza de sus observaciones, una feliz y rara mezcla de finura y naturalidad[10], y por último, la dirección ingeniosa y viva que da a sus ideas, en lo que aparece claramente la influencia de la literatura francesa.

     Si bien es cierto que entre sus observaciones hay algunas que han dejado de ser verdaderas[11], y otras nos parecen estrechas y mezquinas[12], con todo se revela en la mayor parte de ellas una penetrante observación, y una elevada inteligencia de la naturaleza humana. Pero la parte más notable de este pequeño escrito, es, sin duda alguna, aquel en que Kant trata de lo bello y lo sublime en sus relaciones con los sexos. En él se ocupa de las cualidades esencialmente propias de las mujeres, sobre el género de educación particular que a estas conviene, y sobre el atractivo y las ventajas de la sociedad con las mismas; observaciones llenas de sentido y delicadeza, dignas de las páginas de Labruyere o de Rousseau[13]. Kant vuelve a ocuparse después de esto, de la teoría tan admirablemente desenvuelta en la última parte del Emilio, de que la mujer, teniendo una misión particular, tiene también cualidades que le son propias, y que deben desenvolverse y cultivarse conforme a los votos de la naturaleza, por una bien entendida educación. Ningún otro ha hablado de las mujeres en el siglo XVIII con más delicadeza y respeto[14]; me atrevería a creer con el nuevo editor de Kant, Rosenkranz[15], que el corazón del filósofo no ha permanecido siempre indiferente a los atractivos de que él tan bien habla; pero no quiero rebajar con mis comentarios el encanto de esta pequeña obra. Es útil también el unirla a la Crítica del Juicio, porque no habrá más que notar diferencias entre ambas; y por esto, si a ejemplo de Rosenkranz, hemos reunido estas dos obras en la traducción, es porque el contraste nos ha parecido ingenioso.

     Kant[16] había hecho interfoliar para su uso un ejemplar de este pequeño escrito, y después de haber llenado de adiciones cada una de las páginas agregadas y las márgenes del texto de muchos pasajes, lo regaló en 1800 al librero Nicolovins para una nueva edición. Después de Rosenkranz, que ha tenido al arreglar su edición este ejemplar a la vista, estas adiciones consisten en observaciones variadas y alguna vez ingeniosas, que se agregan a la misma materia, el sentimiento de lo bello y lo sublime; pero que esparcen en todas direcciones y toman diversas formas. En unos puntos, Kant desenvuelve por completo su pensamiento, en otros se limita a indicarlo, y alguna vez le basta una sola palabra. Rosenkranz no ha creído de su deber servirse de este borrador, puesto que lo que en él se contiene de importante se encuentra en otras obras de Kant. Yo he seguido el texto de su edición.

     En cuanto a la Crítica del Juicio, me he servido de la tercera edición (1799)[17] y de la de Rosenkranz

 

Notas

[1] La filosofía de Kant, por M. Carlos Villers, es del año 1801. En el mismo año apareció el Ensayo de una exposición sucinta de la crítica de la razón pura, por Kinker, traducida del idioma holandés, y esta pequeña obra, notable por su claridad, aunque algo superficial, suministró a M. de Tracy materia para una Memoria leída en el Instituto el 7 Floreal del año X de la República, o sea el 27 de Abril del año 1802 (Memorias del Instituto nacional, ciencias morales y políticas, tomo IV, pág. 544). Es curioso ver cómo fue acogido Kant en Francia por el discípulo de una escuela a quien él había hecho tan cruda guerra en Alemania, y el que, muy potente todavía entre nosotros a principios de este siglo, iba bien pronto a perder en dominación y su crédito. M. de Gerando acometió la empresa de bosquejar y criticar en su Historia comparada de los sistemas de filosofía en relación con los principios de los conocimientos humanos, que apareció en 1804, la filosofía crítica (tomo II, cap. XVI y XVII); y si este bosquejo y crítica son todavía superficiales e incompletos, no dejan de tener algún interés, sobre todo si se atiende a la época en que esta historia se escribía. Es necesario también tener en cuenta lo que el mismo M. de Gerando nos dice en una nota de su obra (tomo II, pág. 174), donde manifiesta que cinco años antes de la publicación de este trabajo, había presentado al Instituto una noticia sobre la filosofía crítica, la cual había sido premiada; pero que él, juzgándola por demás insuficiente, había prohibido su impresión, y dos años después mandó una noticia más detallada. El libro titulado la Alemania que contiene algunos pasajes brillantes sobre Kant (parte tercera, cap. VI), impreso en 1810 y suprimido, como sabemos, en el mismo año por el gobierno imperial, apareció en París en el año 1814. Después de haber hablado de los primeros trabajos que se produjeron en Francia con motivo de la filosofía de Kant, debemos citar una colección de trozos escogidos publicados por El Conservador en el año 1800. (El Conservador, o colección de trozos inéditos de historia, de política, de literatura y filosofía, sacados de los manuscritos de N. Francisco (de Neufcastel), París, Crapelet, año VIII, tomo II); que contiene: 1.º una noticia literaria sobre M. Manuel Kant, y sobre el estado de la Metafísica en Alemania en la época en que este filósofo empezó a llamar la atención, sacado de El Espectador del Norte. 2 º Una traducción de un corto escrito de Kant, titulada: Idea de lo que podría ser una historia universal según los aspectos de un ciudadano del mundo. 3.º Una traducción del Compendio de la Religión dentro de los límites de la razón. Este compendio, del cual recientemente han publicado una nueva traducción los señores Lortet y Bouiller (Teoría de Kant sobre la religión dentro de los límites de la razón, traducida por el doctor Lortet, y precedida de una introducción por M. F. Bouiller (París y Lion, 1842)), se atribuye aquí a Kant, y se denomina bajo este título: Teoría de la pura religión moral, considerada en sus relaciones con el puro cristianismo. El traductor Fil. Huldiger ha añadido a esto aclaraciones y consideraciones generales sobre la filosofía de Kant. En esta época había aparecido ya la traducción de una pequeña obra que llevaba por título: Proyecto de paz perpetua (París, 1796), y un corto escrito, del cual yo he publicado una nueva traducción a continuación de la Crítica del Juicio (Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, traducido por Payer Imboff, París, 1796). Se ve, pues, con esto, la gran curiosidad que había despertado el nombre de Kant a últimos del siglo pasado, y a principios del presente. Mas no se podía pensar entonces en traducir sus obras más importantes, y hubo que limitarse a hacerlo de algunos de sus cortos escritos. Recordemos también que M. Maine de Biran y M. Royer-Collard, estos espíritus valientes que fueron los primeros en emprender la reforma filosófica con que se honra nuestro siglo, no dejaron de examinar y discutir, el primero en sus escritos, y el segundo, en sus explicaciones, algunas opiniones del filósofo alemán, aunque sin atribuirle por entonces toda la importancia que muy pronto había de merecer, y que revelaron estudios más detenidos. M. Laromiguiere habla también algo de Kant (Lecciones de filosofía, segunda parte, lección VI); pero lo hace de tal modo, que parece probar que le conocía muy poco. Debo citar, por último, el artículo de M. Stapfer en la Biografía Universal.

[2] Véase el Curso de Historia de la filosofía moderna durante los años 1816 y 1817, del cual va a publicar M. Cousin una nueva edición (casa de Ladrange, París, 1846), y principalmente el Curso de Historia de la filosofía moral del siglo XVIII durante el año 1820, parte tercera. -Filosofía de Kant (París, Ladrange, 1842).

[3] La Crítica del la razón pura, traducida por M. Tissot (París, Ladrange, 1836). M. Tissot acaba de publicar una nueva edición de su traducción (París, Ladrange, 1845), en cuya obra ha tenido la feliz idea de seguir el ejemplo dado por Rosenkranz en su excelente edición de obras de Kant, o sea el reproducir la primera edición de obras de Kant, o sea el reproducir la primera edición (1781), indicando por medio de notas, o en un apéndice, las modificaciones introducidas por el autor, en la segunda (1787). Es importante y curioso notar estas modificaciones, y seguir a Kant de la primera a la segunda edición

[4] Los diversos análisis que hasta aquí se han hecho de estas dos obras en francés o traducidas del alemán, no son de utilidad alguna; pues en vez de procurarse en ellos disminuir las dificultades que pudiera ofrecer el estudio del texto, se limitan a reproducir este, disgregándolo y desfigurándolo. La Academia de Ciencias morales y políticas, habiendo señalado entre sus obras de concurso el Examen crítico de la filosofía alemana, ha dado ocasión a que se hagan importantes estudios sobre Kant, aunque todavía no son conocidos. Véase el repertorio interesante que acaba de publicar M. de Remusat (París, Ladrange, 1845), al que nosotros debemos un excelente fragmento de la Crítica de la rezón pura (Ensayo de filosofía, tomo I).

[5] Lección II, pág. 25 y26.

[6] La primera edición de la Crítica del juicio es de 1790.

[7] Ya he indicado más arriba los pequeños escritos de Kant que han sido traducidos al francés. Volviendo a traducir los ya traducidos, y agregando a ellos los que todavía no lo han sido, se podría formar con todos una colección curiosa y agradable. M. Cousin ha pensado también en este trabajo, y hubiera sido digno de la pluma del traductor de Platón, el trasladar a nuestro idioma las mejores producciones de Kant, bajo el punto de vista literario. Yo, heredero de esta promesa, me esforzaré en justificar la benevolencia que me ha confiado.

[8] La primera traducción es la que he indicado más arriba; es de 1796. La segunda es de M. Keratry; está precedida de un extenso comentario (Examen filosófico de las consideraciones sobre el sentimiento de lo sublime y de lo bello de Kant, París, 1823). Otra traducción se publicó en el mismo año por M. Weyland bajo este título: Ensayo sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime.

[9] Véase el prefacio de Rosenkranz, en el tomo que contiene la Crítica del Juicio, y las Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime (Vorrede, 8, VIII.)

[10] .       Esta mezcla de finura y naturalidad, es una de las cualidades más sobresalientes del carácter de Kant; es, puede decirse, un rasgo que tiene de común con Sócrates, con el cual justamente se le ha comparado.

[11] Tal es, por ejemplo, como lo nota Rosenkranz (pág. 9 del prefacio ya citado), el juicio que tiene de los franceses (pág. 304 de la traducción); juicio al cual después ha venido a dar un solemne mentís la revolución francesa.

[12] .       Por ejemplo, su juicio sobre la arquitectura de la Edad Media (pág. 319 de la traducción).

[13] También el autor de las Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, fue apellidado el Labruyere de Alemania.

[14] .       Reprueba en Rousseau a quien por otra parte se complace en reconocer como un gran apologista del bello sexo, el haber osado decir, que una mujer no es nunca otra cosa que un gran niño; y dice Kant, que no hubiera escrito tal frase por todo el oro del mundo.

[15] Prefacio ya citado, pág. X.

[16] Prefacio ya citado, pág. VI y V.

[17] Ya he indicado la fecha de la primera edición, 1790, es decir, nueve años después de la Crítica de la razón pura, y dos años después de la Crítica de la razón práctica. La segunda edición es de 1793.

J. Barni.

15 de diciembre de 1845  

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