LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y LA UTOPÍA DE UNA SOCIEDAD ÉTICA

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Alberto K. Bailey Gutiérrez
Lic. en Filosofía, Periodista y Secretario Ejecutivo de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia
 

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Los medios se constituyen en uno de los factores determinantes del modo cómo se está organizando la vida de las sociedades en todo el mundo. Son el parámetro de la evolución de la humanidad.

El imperativo de una concepción integral y unitaria de la condición humana y con ella la de la libertad y la eticidad, tiene que pasar por los medios que están llegando y abarcando, con impresionante influencia, la totalidad del Planeta, desde los grandes centros de poder económico, religioso y político hasta el más lejano y apartado rincón en el que vive el ser humano.

Una primera afirmación: esta no es la era de la Ética, estamos en la era de los medios de la comunicación globalizada. Una sociedad no ética, no moral, se impone cada vez más en la vida y en el acontecer mundial. Esa sociedad no-moral necesita de los medios para afirmarse, adquirir hegemonía, universalizarse. Los medios son, por una parte, constitutivos, forman parte de esa filosofía de la no-moral y por otra prestan, cada vez más, su inmenso poder para difundirla y reforzarla en las mentes y los corazones, imperando sobre deseos, apetencias, valores culturales, estratos inconscientes, actividades políticas y sobre la vida cotidiana.

Los principios que rigen hoy lo que comúnmente se denomina "el sistema" definido y descrito como el rector ideológico de los avances tecnológicos, del ídolo llamado mercado, de la globalización, del universo económico-financiero, de los grandes movimientos políticos del mundo, no se basan en la ética ni la colocan siquiera como factor de cierta importancia en la jerarquía de sus valores. ¿Qué quiero decir con que no son éticos? Simplemente que la lógica que los rige busca e impone, en primer lugar, la legitimación y la reproducción de un sistema económico-social como el óptimo y como el único deseable. En segundo lugar, se basa en la búsqueda de la acumulación siempre creciente de los capitales y las utilidades, sin importar que los medios que se tengan que usar sean éticos o no para lograrlo y produciendo efectos devastadores en nuestro mundo. Para lograr tal legitimación del sistema e imponer esa lógica de la acumulación, sobre todo con el uso ideológico de los medios, se fomenta una permanente evasión de la realidad y una atomización de las conciencias. Atomización que -como sabemos- es tierra fértil para los autoritarismos.

Gran parte del progreso tecnológico es empleado en esa dirección y la globalización es un poderoso aliado de la imposición de la sociedad no-ética que tiende a universalizarse, no importa cuántos individuos y grupos que luchan contra ella estén empeñados en dar otra dirección a la tecnología, a los medios, a la globalización, y por tanto a la sociedad no-ética que nos determina y gobierna.

En efecto, la explosión tecnológica está modificando profundamente la vida del Planeta y la relación del ser humano con los demás y con su entorno. No pocos productos de la tecnología se han constituido en nuevos ídolos para muchos. Y en este campo, que tanto orgullo genera en estas generaciones, tenemos muchas paradojas de lo no-ético: gracias a la tecnología en la comunicación, por ejemplo, todos los seres humanos podemos ver el acontecer histórico juntos por primera vez y al mismo tiempo. Pero a la vez vivimos una gran asimetría en el tiempo: las sociedades avanzadas incursionan en nuevos espectros tecnológicos, es decir, en un tiempo adelantado, mientras las sociedades pobres vivimos un tiempo retrasado, quizá a veces un tiempo hacia atrás, en no pocos aspectos de nuestras sociedades y en la importación de tecnologías, con frecuencia obsoletas.

Un logro como la comunicación global se pone al servicio de predominios hegemónicos, de la manipulación ideológica con fines de dominio y de acumulación, de la lógica de la reproducción de un sistema no-ético. La publicidad global vende productos concretos pero más que nada vende juicios de valor, aspiraciones de status, formas de pensar y de interpretar los hechos, y la propaganda política es una gran feria de marketing: se ofrece cualquier cosa y se ofrecen como mercancía ideas, programas, personas. En una palabra, la comunicación globalizada apunta a que los seres humanos entreguemos la cultura, el saber y la capacidad de decidir que tenemos como nación, como grupo o como sociedad; a cambio nos ofrecen ídolos falsos a los que se pretende revestir de las cualidades de los dioses. Me refiero en especial a las grandes cadenas de comunicación.

En este panorama de causas y de efectos del predominio de la sociedad no-ética, que rápidamente se globaliza, los medios de comunicación menos poderosos afrontan una situación compleja y extremadamente difícil: son agentes de la transmisión de valores tecnológicos, de los empeños ideológicos del mercado, de la globalización, son parte determinante de la difusión de los valores que constituyen a la sociedad no-ética. Por lo tanto, manipulan de un modo u otro su poder y su penetración a favor, podríamos decir, de todo lo que subyace en la, al parecer, inocua, esterilizada, inocente y agradable imposición de los designios del mercado y de su instrumento, la globalización. Pero para que ello suceda, los medios a su vez, casi siempre son manipulados. Son pues, primero víctimas de los valores no-éticos que buscan imponerse y al mismo tiempo son agentes de esa imposición. La supresión ética necesita a los medios.

Esta generalización tiene que matizarse con una importante distinción: muchos medios están conscientes, y deliberadamente en este empeño, creen en el mercado no sólo como subsistencia y ganancia propias de la naturaleza de su mundo publicitario, sino como instrumento del orden social, aprovechan y alientan, de buena fe o por interés, la totalidad de los valores y los contenidos de la globalización comunicacional. Están sumergidos, quizá incluso sin medir todas las implicaciones de su situación, en el mundo de los valores no-éticos, aún sí -como podemos comprobar todos los días- adoptan posiciones críticas frente a muchas expresiones y resultados de esos valores. Y por supuesto que, de ningún modo, esta posición aceptante del mercado y de la globalización significa que todo medio y menos todos los profesionales de la comunicación sean defensores o toleradores de conductas sociales o individuales reñidas con la ley o el código ético. Asumimos que difunden los valores que estoy llamando no-éticos en el convencimiento de que son lícitos y deseables. No siempre tienen plena conciencia de que es un espejismo.

Y en el otro lado están los medios que, concientes de la gravedad que implica la imposición de una sociedad global no-ética, se empeñan en luchar por lo contrario, es decir por la ética, por la sociedad moral. Oponen actitudes éticas individuales e institucionales del medio mismo, a la avalancha de lo no-ético. Ofrecen argumentos en contra. Muestran una conducta colectiva crítica de las hegemonías y de la búsqueda de uniformidades culturales, son tan éticos en su conducta como puede desearse. Pero pese a esa militancia pro-ética, que dignifica, porque son rebeldías dignas que siembran esperanza, no pueden evadir muchos aspectos del hecho de estar sumergidos en el encantamiento y el poder avasallador del mercado y de los valores que sutil o abiertamente contagia la globalización. Los medios están en el mercado y de él viven, aún si es el local limitado y no convertido en ídolo, los medios comunican globalización y reflejan el mundo. No lo pueden evitar.

Todo lo anterior, esquemático como es, aborda el ancho universo de los medios en el mundo. No habrá que olvidar temas específicos de la vida cotidiana de los medios que, de un modo u otro, se relacionan con lo ético, temas que plantean elección entre el bien y el mal. Los medios son en sí logros maravillosos, avances extraordinarios. Su uso ideológico es el problemático, para crear y reforzar valores de la sociedad global no-ética, o para crear y reforzar valores que lleven a la sociedad ética, a formar y exaltar lo mejor del ser humano y su justo y armónico desarrollo individual y social.

 

La Utopía Ética

Después de este largo recorrido por el mundo de la Ética y sus relaciones con la política y en especial con los medios de comunicación y tras describir a grandes rasgos la sociedad no-ética que se impone, rige al mundo y se inculca sin pausa a través de los más sofisticados mecanismos tecnológicos, la única propuesta que cabe hacer es una gran utopía, una nueva utopía a la cual los seres humanos pueden aspirar y por la cual valga la pena luchar.

La utopía es que la Sociedad Moral, la Sociedad Ética se abra espacio en el mundo. No como sistema político ni tampoco como tendencia económica o científica que pretenda imponerse, sino como una nueva forma de encarar la vida, las relaciones entre los países, el uso de la tecnología, el mundo financiero internacional, la convivencia dentro de las naciones.

El panorama actual nos muestra a la Ética traicionada, burlada, abandonada, menospreciada. La utopía de la Sociedad Moral sería un intento por cambiar ese panorama y volver a dar vigencia y vigor a la consideración ética.

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