SOLILOQUIO DE LA VIDA Y DE LA MUERTE

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Orlando Barone

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Desde que empezó Puerto Libre hace nueve años nunca falté a la cita. Esa tenacidad en la asistencia no le da valor a su contenido. El lector perdona la mediocridad o ligereza, porque está acostumbrado: vive en un mundo donde abundan, y un Puerto Libre sin vuelo ni ingenio no lo lastima ni sorprende. Hoy, sin embargo, voy a faltar a la cita. No tengo ganas. No me inspiro. Los diarios me aburren, incluyéndome. Me aburre la agenda mediática y me aburren las radios y los aglomerados de noticias. Ni hablar de los conductores de noticieros hembras y machos. La televisión me instala todavía más abajo y lo que es aún peor, me gusta. No presumiré de leer libros: los leo y muchas veces me duermo con el de un autor nuevo y exitoso y al otro día no me acuerdo ni del título, y eso se nota en mi cultura. O incultura. Es curioso: no me aburro de la vida, pero sí de la vida contada por los medios. Es como un hastío de déjà vu , como un torturado al que ya no le hacen nada los suplicios porque ha sido supliciado con abuso. Me aburre la insistencia en querer hacer morir a Fidel Castro, y no es que yo quiera hacerlo vivir expresamente, pero de tanto que tratan de matarlo a mí me vienen deseos de resucitarlo y hacerlo más longevo. No entiendo el denuedo del periodismo político en querer convertir minusválidas anécdotas en historia y en querer consagrar hechos pigmeos en el altar del acontecimiento. Soplan una vela y la convierten en un incendio y lo que arde es la nada, pero en llamas.

Tal vez yo no sea más un periodista, sino un damnificado de este oficio. Ojalá no lo sean los lectores, aunque algunos podrían coincidir en el diagnóstico, sobre todo al leerme.

Decía que me importa la vida, no el cuento de cómo es la vida y menos contada por idiotas llenos de sonido y de furia, citando mal a Shakespeare. Yo me siento ese idiota contando estas crónicas. Ahora, por ejemplo, siento la guerra. No la pienso. La siento. A lo mejor se me pasa en cuanto me duela la muela. Y les voy a decir algo tan baladí que debería abstenerme de hacerlo. Pero esto no es Puerto Libre, es otra cosa, aunque igualmente libre, así que puedo trastocar el mecanismo. La confesión es irrelevante. Fíjense ustedes que nadie se pone de acuerdo en detener el fuego en el Cercano Oriente. O Medio Oriente. O como sea. Desde que empezó esta escalada mueren en esa guerra un promedio de unas cincuenta personas por día. Poco importa el detalle de ese balance mortuorio; no vamos a ser tan humanistas de discriminar niños, púberes, madres, ancianos o perros. Ya hará ese recuento la computadora de las Naciones Unidas. Deberían incluirse animales de granja, y los pájaros muertos por las esquirlas desparramadas o por tragar el humo.

Me cuesta creer que tantos misiles y metralla caídos en racimos o en picada maten a tan pocos que pueden contarse. Y no hace falta ser un augur para imaginar -sólo hipotéticamente- que si a los Estados Unidos se les ocurriese atacar a Cuba para acabar de una vez con ese sombrío foco de la civilización, el aquelarre sería aún más grande.

Extraña forma de buscar la paz a través de la guerra. Quienes por ahora estamos lejos de esa tragedia, quienes la vemos parcialmente en imágenes, somos espectadores cínicos de nuestra propia degradación humana. Hasta podríamos tener el televisor encendido en el instante en que una bomba destripa un asilo de huérfanos mientras comemos un sandwich y acariciamos el gato.

Por eso, que pase un día tras otro sin que se logre detener la matanza no es como cuando se demora el papeleo del embarque de lombrices congeladas.

Cada minuto, a lo mejor -mi cuenta es provisoria-, es una porción del cuerpo de una persona destrozada; cada cuarto de hora es casi todo el cuerpo aunque todavía late; y cada veinte minutos o media hora es un muerto entero. O son dos o tres niños, depende de su peso, en compensación de un adulto.

Si el tiempo vale oro, ¿cuánto vale esta tardanza en detener el fuego?

Quiero decir: hoy no tengo ganas. No hay Puerto Libre.

 

Copyright S. A. LA NACION 2006. Todos los derechos reservados.  

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