JACQUES ATTALI: LOS LABERINTOS DE LA INFORMACIÓN

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(El siguiente texto sobre Internet fue elaborado por el economista francés Jacques Attali, quien fue asesor del presidente Mitterand y Presidente del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo)

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Cualquiera que haya tratado de ingresar un día a Internet, sabe que no habría que hablar de "autopistas" de la información, sino más bien de laberintos: gigantesca maraña de marrullerías y de callejones sin salida, de bibliotecas y de cafés, la red se compone de mil caminos que a menudo desembocan en esas rutas sin salida. Internet más bien se asemeja al laberinto de una ciudad medieval, sin verdadera arquitectura, que al bello ordenamiento de una autopista. Ciertamente, tal y como las autopistas lo han hecho desde hace cincuenta años, Internet jugará un papel importante en el futuro de las comunicaciones entre los hombres. Pero no se tratará de recorridos a lo largo de líneas rectas y derechas, sino de viajes montañosos, virtuales, inmóviles, lo que aún remite al laberinto como simulacro de viaje.

Durante mucho tiempo, la metáfora mayor para designar el progreso ha sido la línea recta como medio mejor de economizar energía. Quizás por eso se recurrió a la palabra autopista cuando se quiso dar nombre a las redes en gestación de los multimedia. Pero la metáfora resulta anácronica y engañosa: en el universo de la información reina la complejidad;  no se trata ya más de economizar energía sino de producir y transmitir información. En este paradigma, lo simple no es lo mejor. La palabra clave de la sociedad moderna llegará a ser la de laberinto. Todo, en nuestras sociedades, adquiere su forma. Primero que nada, la informática es laberíntica: el microprocesador es como un laberinto de niños en el que la sucesión de instrucciones binarias de los programas informáticos debe ser leída como una sucesión de escogencias para tomar un determinado camino.

En los juegos de video se trata de recorrer también un laberinto sin caer en las múltiples trampas escondidas. En sus versiones más recientes , están incluso conectados a las redes en las que se puede jugar con otros, en estos laberintos de laberintos. Mas aún, si lo pensamos bien, la mayor parte de los elementos de la vida moderna remiten a ellos. La ciudad es un laberinto, las redes de poder y de influencia, los organigramas, las carreras universitarias, las trayectorias en la empresa, están hechas también de una sucesión de trampas y de escogencias binarias. Aún las manipulaciones genéticas se presentan como la creación de una serie de laberintos codificados. La huella digital es un laberinto propio de cada individuo. Hasta el psicoanálisis, que designa al inconsciente como un monstruo agazapado en el fondo de un laberinto, se fija como objeto el comprender los sueños en los cuales el que duerme se ve confrontado a la elección angustiante de tener que tomar un camino en medio de un laberinto de prohibiciones. Es necesario que aprendamos a pensar en el laberinto.

Para ello, debemos retornar a las fuentes: el laberinto es una de las mas antiguas figuras del pensamiento humano. Desde los tiempo más remotos, era la mejor manera de minar el tiempo, de impedir que los profanadores se aproximarann a una tumba o a un lugar sagrado. Algo así como la combinación de una caja fuerte, com un código espacial y mental, como un rito de iniciación. Se les encontraba por todo lado en Egipto, en China, en la India, en el Tibet, en Grecia, en Bretaña, en América, en Africa. Algunas veces con los mismos diseños, a millares de kilómetros de distancia. Eran de piedra, de vegetales o simplemente grabados o pintados sobre los muros. En Egipto representaban la ruta seguida por el alma. En el Mediterráneo, servían de guía al ritual de las danzas. En todas las culturas, simbolizaban el viaje interior de un hombre en busca de su verdad: nomadismo virtual.

Con la modernidad, el nómada cede su plaza al sedentario; el laberinto desaparece en beneficio de la línea recta. Se refugia en los jardines de los conventos, adonde no es más que una manera elegante de permitir a los fieles la realización, a bajo costo, de un simulacro de cruzada, al circular en el laberinto, cuyo centro imita a Jerusalén. Se le encuentra también en los jardines ingleses como un juego de sociedad, siempre como un nomadismo virtual, esta vez lúdico.

Hoy está de regreso, por razones similares: como el peregrino inmóvil de los conventos, los laberintos modernos transforman al hombre en un nómada virtual, viajero de la imagen y del simulacro, que trabaja y consume a domicilio al viajar en las redes de información, si no cuenta con los medios para ser ese nómada de lujo, viajero de todos los placeres, que dictará mañana sus valores a la clase media. Será necesario reaprender entonces los secretos de esta antigua sabiduría, estudiar todas las estrategias fundadas en la intuición y la memoria, que permiten diseñarlas y no extraviarse. Será necesario que reaprendamos a ver el mundo a partir de esta metáfora. Por ejemplo, será necesario que comprendamos que el tiempo no se escurre en una sola dirección, sino que se expande, como el agua en un laberinto, con vaivenes, espirales y callejones, proximidades lejanas y engañosas distancias.

En este universo, los mitos tendrán mucho que decir; primero, evidentemente, el del cretense que hizo del laberinto el lugar de disimulo de la barbarie. ¿Quién será Minos, el poder que quiere esconder sus secretos en el laberi nto? ¿Quién será Teseo, que quiere revelarlos? ¿Y Ariana, la rebelde, le suministró el hilo, por el amor a la vida? ¿Y Dédalo, el genial inventor de la trampa y único capaz de desbaratarla? ¿Y el Minotauro, la quimera, el monstruo, el inconsciente, el enemigo oculto en cada hombre, que es necesario esclarecer para destruirlo? ¿E Icaro, el demiurgo que, para evadirse del laberinto, utiliza las alas preparadas por su padre, el sabio Dédalo, pero que ascenderá demasiado alto para caer luego? ¿Qué cosa será por fin la cera, grandeza y límite de la inteligencia humana, ya que permite fijar las alas a sus espaldas y escapar por arriba del laberinto, al menos mientras uno no intente acercarse demasiado al sol? De Dédalo a Internet. Muy lejos. Y muy cerca. Exactamente como dos puntos vecinos de un laberinto.

 

(Publicado en el diario Le Monde del 9 de noviembre de 1995, p. 18. Traducción de O. Fernández)

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