CANCIONERO Y ROMANCERO DE AUSENCIAS

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 Miguel Hernández (1938-1941)

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[1]

Ropas con su olor,

paños con su aroma.

Se alejó en su cuerpo,

me dejó en sus ropas.

Luchas sin calor,

sábana de sombra.

Se ausentó en su cuerpo.

Se quedó en sus ropas.

 

[2]

Negros ojos negros.

El mundo se abría

sobre sus pestañas

de negras distancias.

Dorada mirada.

El mundo se cierra

sobre sus pestañas

lluviosas y negras.

 

[3]

No quiso ser.

No conoció el encuentro

del hombre y la mujer.

El amoroso vello

no pudo florecer.

Detuvo sus sentidos

negándose a saber

y descendieron diáfanos

ante el amanecer.

Vio turbio su mañana

y se quedó en su ayer.

No quiso ser.

 

[4]

Tus ojos parecen

agua removida.

¿Qué son?

Tus ojos parecen

el agua más turbia

de tu corazón.

¿Qué fueron? ¿Qué son?

 

[5]

En el fondo del hombre

agua removida.

En el agua más clara

quiero ver la vida.

En el fondo del hombre

agua removida.

En el agua más clara

sombra sin salida.

En el fondo del hombre

agua removida.

 

[6]

El cementerio está cerca

de donde tú y yo dormimos,

entre nopales azules;

pitas azules y niños

que gritan vívidamente

si un muerto nubla el camino.

De aquí al cementerio, todo

es azul, dorado, límpido.

Cuatro pasos, y los muertos.

Cuatro pasos, y los vivos.

Límpido, azul y dorado,

se hace allí remoto el hijo.

 

[7]

Sangre remota.

Remoto cuerpo,

dentro de todo:

dentro, muy dentro

de mis pasiones,

de mis deseos.

 

[8]

¿Qué quiere el viento de encono

que baja por el barranco

y violenta las ventanas

mientras te visto de abrazos?

Derribarnos, arrastrarnos.

Derribadas, arrastradas,

las dos sangres se alejaron.

¿Qué sigue queriendo el viento

cada vez más enconado?

Separarnos.

 

VALS DE LOS ENAMORADOS Y UNIDOS HASTA SIEMPRE

No salieron jamás

del vergel del abrazo.

Y ante el rojo rosal

de los besos rodaron.

Huracanes quisieron

con rencor separarlos.

Y las hachas tajantes

y los rígidos rayos.

Aumentaron la tierra

de las pálidas manos.

Precipicios midieron,

por el viento impulsados

entre bocas deshechas.

Recorrieron naufragios,

cada vez más profundos

en sus cuerpos, en sus brazos.

Perseguidos, hundidos

por un gran desamparo

de recuerdos y lunas,

de noviembres y marzos,

aventados se vieron

como polvo liviano:

aventados se vieron,

pero siempre abrazados.

 

[10]

Un viento ceniciento

clama en la habitación

donde clamaba ella

ciñéndose a mi voz.

Cámara solitaria,

con el herido son

del ceniciento viento

clamante alrededor.

Espejo despoblado.

Despavorido arcón

frente al retrato árido

y al lecho sin calor.

Cenizas que alborota

el viento que no amó.

En medio de la noche,

la cenicienta cámara

con viento y sin amores.

 

[11]

Como la higuera joven

de los barrancos eras.

Y cuando yo pasaba

sonabas en la sierra.

Como la higuera joven,

resplandeciente y ciega.

Como la higuera eres.

Como la higuera vieja.

Y paso, y me saludan

silencio y hojas secas.

Como la higuera eres

que el rayo envejeciera.

 

[12]

El sol, la rosa y el niño

flores de un día nacieron.

Los de cada día son

soles, flores, niños nuevos.

Mañana no seré yo:

otro será el verdadero.

Y no seré más allá

de quien quiera su recuerdo.

Flor de un día es lo más grande

al pie de lo más pequeño.

Flor de la luz el relámpago,

y flor del instante el tiempo.

Entre las flores te fuiste.

Entre las flores me quedo.

 

[13]

Besarse, mujer,

al sol, es besarnos

en toda la vida.

Ascienden los labios,

eléctricamente

vibrantes de rayos,

con todo el furor

de un sol entre cuatro.

Besarse a la luna,

mujer, es besarnos

en toda la muerte.

Descienden los labios,

con toda la luna,

pidiendo su ocaso,

del labio de arriba,

del labio de abajo,

gastada y helada

y en cuatro pedazos.

 

[14]

Llegó tan hondo el beso

que traspasó y emocionó los muertos.

El beso trajo un brío

que arrebató la boca de los vivos.

El hondo beso grande

sintió breves los labios al ahondarse.

El beso aquel que quiso

cavar los muertos y sembrar los vivos.

 

[15]

Si te perdiera ...

Si te encontrara

bajo la tierra.

Bajo la tierra

del cuerpo mío,

siempre sedienta.

 

[16]

Cuerpo del amanecer:

flor de la carne florida.

Siento que no quiso ser

más allá de flor tu vida.

Corazón que en el tamaño

de un día se abre y se cierra.

La flor nunca cumple un año,

y lo cumple bajo tierra.

 

[17]

En este campo

estuvo el mar.

Alguna vez volverá.

Si alguna vez una gota

roza este campo, este campo

siente el recuerdo del mar.

Alguna vez volverá.

 

[18]

Cada vez que paso

bajo tu ventana,

me azota el aroma

que áun flota en tu casa.

Cada vez que paso

junto al cementerio

me arrastra la fuerza

que aún sopla en tus huesos.

 

[19]

El corazón es agua

que se acaricia y canta.

El corazón es puerta

que se abre y se cierra.

El corazón es agua

que se remueve, arrolla,

se arremolina, mata.

 

[20]

Tierra. La despedida

siempre es una agonía.

Ayer nos despedimos.

Ayer agonizamos.

Tierra en medio.

Hoy morimos.

 

[21]

Por eso las estaciones

saben a muerte, y los puertos.

Por eso cuando partimos

se deshojan los pañuelos.

Cadáveres vivos somos

en el horizonte, lejos.

 

[22]

Cada vez más presente.

Como si un rayo raudo

te trajera a mi pecho.

Como un lento, rayo

lento.

Cada vez más ausente.

Como si un tren lejano

recorriera mi cuerpo.

Como si un negro barco

negro.

 

[23]

Si nosotros viviéramos

lo que la rosa, con su intensidad,

el profundo perfume de los cuerpos

sería mucho más.

¡Ay, breve vida intensa

de un día de rosales secular

pasaste por la casa

igual, igual, igual

que un meteoro herido, perfumado

de hermosura y verdad.

La huella que has dejado es un abismo

con ruinas de rosal

donde un perfume que no cesa hace

que vayan nuestros cuerpos más allá.

 

[24]

Una fotografía.

Un cartón inexpresivo,

envuelto por los meses

en los rincones íntimos.

Un agua de distancia

quiero beber: gozar

un fondo de fantasma.

Un cartón me conmueve.

Un cartón me acompaña.

 

[25]

Llegó con tres heridas:

la del amor,

la de la muerte,

la de la vida.

Con tres heridas viene:

la de la vida,

la del amor,

la de la muerte.

Con tres heridas yo:

la de la vida,

la de la muerte,

la del amor.

 

[26]

Escribí en el arenal

los tres nombres de la vida:

vida, muerte, amor.

Una ráfaga de mar,

tantas claras veces ida,

vino y nos borró.

 

[27]

Cogedme, cogedme.

Dejadme, dejadme,

fieras, hombres, sombras,

soles, flores, mares.

Cogedme.

Dejadme.

 

[28]

Tus ojos se me van

de mis ojos, y vuelve

después de recorre

un páramo de ausente.

Tus brazos se desploman

en mis brazos y ascienden

retrocediendo ante esa

desolación que sientes.

Desolación con hielo,

aún mi calor te vence.

 

[29]

Ausencia en todo veo:

tus ojos la reflejan.

Ausencia en todo escucho:

tu voz a tiempo suena.

Ausencia en todo aspiro:

tu aliento huele a hierba.

Ausencia en todo toco:

tu cuerpo se despuebla.

Ausencia en todo pruebo

tu boca me destierra.

Ausencia en todo siento:

ausencia, ausencia, ausencia.

 

[30]

¿De qué adoleció

la mujer aquella?

Del mal peor:

del mal de las ausencias.

Y el hombre aquél.

¿De qué murió

la mujer aquélla?

Del mal peor:

del mal de las ausencias.

Y el hombre aquél.

 

[31]

Tan cercanos, y a veces

qué lejos los sentimos,

tú yéndote a los muertos,

yo yéndome a los vivos.

 

[32]

Tú eres fatal ante la muerte.

Yo soy fatal ante la vida.

Yo siempre en pie quisiera verte,

tú quieres verte siempre hundida.

 

[33]

Llevadme al cementerio

de los zapatos viejos.

Echadme a todas hora

la pluma de la escoba.

Sembradme con estatuas

de rígida mirada.

Por un huerto de bocas,

futuras y doradas,

relumbrará mi sombra.

 

[34]

La luciérnaga en celo

relumbra más.

La mujer sin el hombre

apagada va.

Apagado va el hombre

sin luz de mujer.

La luciérnaga en celo

se deja ver.

 

[35]

Uvas, granadas, dátiles,

doradas, rojas, rojos,

hierbabuena del alma,

azafrán de los poros.

Uvas como tu frente,

uvas como tus ojos.

Granadas con la herida

de tu florido asombro,

dátiles con tu esbelta

ternura sin retorno,

azafrán, hierbabuena

llueve a grandes chorros

sobre la mesa pobre,

gastada, del otoño,

muerto que te derramas,

muerto que yo conozco,

muerto frutal, caído

con octubre en los hombros.

 

[36]

Muerto mío, muerto mío:

nadie nos siente en la tierra

donde haces caliente el frío.

 

[37]

Las gramas, las ortigas

en el otoño avanzan

con una suavidad

y una ternura largas.

El otoño, un sabor

que separa las cosas,

las aleja y arrastra.

Llueve sobre el tejado

como sobre una caja

mientras la hierba crece

como una joven ala.

Las gramas, las ortigas

nutre una misma savia.

 

[38]

Atraviesa la calle,

dicen que todo el barrio

y yo digo que nadie.

Pero escuchando, ansiando,

oigo en su mismo centro

el alma de tus pasos,

y me parece un sueño

que, sobre el empedrado,

alza tu pie su íntimo

sonido descansado.

 

[39]

Troncos de soledad,

barrancos de tristeza

donde rompo a llorar.

 

[40]

Todas las casas son ojos

que resplandecen y acechan.

Todas las casas son bocas

que escupen, muerden y besan.

Todas las casas son brazos

que se empujan y se estrechan.

De todas las casas salen

soplos de sombra y de selva.

En todas hay un clamor

de sangre insatisfechas.

Y a un grito todas las casas

se asaltan y se despueblan.

Y a un grito, todas se aplacan,

y se fecundan, y se esperan.

 

[41]

El amor ascendía entre nosotros

como la luna entre las dos palmeras

que nunca se abrazaron.

El íntimo rumor de los dos cuerpos

hacia el arrullo un oleaje trajo,

pero la ronca voz fue atenazada,

fueron pétreos los labios.

El ansia de ceñir movió la carne,

esclareció los huesos inflamados,

pero los brazos al querer tenderse

murieron en los brazos.

Pasó el amor, la luna, entre nosotros

y devoró los cuerpos solitarios.

Y somos dos fantasmas que se buscan

y se encuentran lejanos.

 

[42]

Cuando paso por tu puerta,

la tarde que viene a herir

con su hermosura desierta

que no acaba de morir.

Tu puerta no tiene casa

ni calle: tiene un camino,

por donde la tarde pasa

como un agua sin destino.

Tu puerta tiene una llave

que para todos rechina.

En la tarde hermosa y grave,

ni una sola golondrina.

Hierbas en tu puerta crecen

de ser tan poco pisada.

Todas las cosas padecen

sobre la tarde abrasada.

La piel de tu puerta, ¿encierra

un lecho que compartir?

La tarde no encuentra tierra

donde ponerse a morir.

Lleno de un siglo de ocasos

de una tarde azul de abierta,

hundo en tu puerta mis pasos

y no sales a tu puerta.

En tu puerta no hay ventana

por donde poderte hablar.

Tarde, hermosura lejana

que nunca pude lograr.

Y la tarde azul corona

tu puerta gris de vacía.

Y la noche se amontona

sin esperanzas de día.

 

[43]

Rumorosas pestañas

de los cañaverales.

Cayendo sobre el sueño

del hombre hasta dejarle

el pecho apaciguado

y la cabeza suave.

Ahogad la voz del arma,

que no despierte y salte

con el cuchillo de odio

que entre sus dientes late.

Así, dormido, el hombre

toda la tierra vale.

 

[44]

Fue una alegría de una sola vez,

de esas que no son nunca más iguales.

El corazón, lleno de historias tristes,

fue arrebatado por las claridades.

Fue una alegría como la mañana,

que puso azul el corazón, y grande,

más comunicativo su latido,

más esbelta su cumbre aleteante.

Fue una alegría que dolió de tanto

encenderse, reírse, dilatarse.

Una mujer y yo la recogimos

desde un niño rodado de su carne.

Fue una alegría en el amanecer

más virginal de todas las verdades.

Se inflamaban los gallos, y callaron

atravesados por su misma sangre.

Fue la primera vez de la alegría

la sola vez de su total imagen.

Las otras alegrías se quedaron

como granos de arena ante los mares.

Fue una alegría para siempre sola,

para siempre dorada, destellante.

Pero es una tristeza para siempre,

porque apenas nacida fue a enterrarse.

 

VIDA SOLAR

Cuerpo de claridad que nada empaña.

Todo es materia de cristal radiante,

a través de ese sol que te acompaña,

que te lleva por dentro hacia adelante.

Carne de limpidez enardecida,

hueso más transparente si más hondo,

piel hacia el sur del fuego dirigida.

Sangre resplandeciente desde el fondo.

Cuerpo diurno, día sobrehumano,

fruto del cegador acoplamiento,

de una áurea madrugada del verano

con el más inflamado firmamento.

Ígnea ascensión, sangrienta hacia los montes,

agua sólida y ágil hacia el día,

diáfano barro lleno de horizontes,

coronación astral de la alegría.

Cuerpo como un solsticio de arcos plenos,

bóveda plena, plenas llamaradas.

Todos los cuerpos fulgen más morenos

bajo el cenit de todas tus miradas.

Cuerpo de polen férvido y dorado,

flexible y rumoroso, tuyo y mío.

De la noche final me has enlutado,

del amor, del cabello más sombrío.

Ilumina el abismo donde lloro

por la consumación de las espumas.

Fúndete con la sombra que atesoro

hasta que en la transparencia te consumas.

 

[46]

Entusiasmo del odio,

ojos del mal querer.

Turbio es el hombre,

turbia la mujer.

 

[47]

¿Qué pasa?

Rencor por tu mundo,

amor por mi casa.

¿Qué suena?

El tiro en tu monte,

y el beso en mis eras.

¿Qué viene?

Para ti una sola,

para mí dos muertes.

 

[48]

Corazón de leona

tienes a veces.

Zarpa, nardo del odio,

siempre floreces.

Una leona

llevaré cada día

como corona.

 

[49]

La vejez en los pueblos.

El corazón sin dueño.

El amor sin objeto.

La hierba, el polvo, el cuervo.

¿Y la juventud?

En el ataúd.

El árbol solo y seco.

La mujer como un leño

de viudez sobre el lecho.

El odio sin remedio.

¿Y la juventud?

En el ataúd.

 

[50]

Llueve. Los ojos se ahondan

buscando tus ojos: esos

dos ojos que se alejaron

a la sombra cuenca adentro.

Mirada con horizontes

cálidos y fondos tiernos,

íntimamente alentada

por un sol de íntimo fuego

que era en las pestañas, negra

coronación de los sueños.

Mirada negra y dorada,

hecha de dardos directos,

signo de un alma en lo alto

de todo lo verdadero.

Ojos que se han consumado

infinitamente abiertos

hacia el saber que vivir

es llevar la luz a un centro.

Llueve como si llorara

raudales un ojo inmenso,

un ojo gris, desangrado,

pisoteado en el cielo.

Llueve sobre tus dos ojos

que pisan hasta los perros.

Llueve sobre tus dos ojos

negros, negros, negros, negros,

y llueve como si el agua

verdes quisiera volverlos.

Pero sus arcos prosiguen

alejándose y hundiendo

negrura frutal en todo

el corazón de lo negro.

¿Volverán a florecer?

Si a través de tantos cuerpos

que ya combaten la flor

renovaran su ascua ... Pero

seguirán bajo la lluvia

para siempre mustios, secos.

 

[51]

Era un hoyo no muy hondo.

Casi en la flor de la sombra.

No hubiera cabido un hombre

en su oscuridad angosta.

Contigo todo fue anchura

en la tierra tenebrosa.

Mi casa contigo era

la habitación de la bóveda.

Dentro de mi casa entraba

por ti la luz victoriosa.

Mi casa va siendo un hoyo.

Yo no quisiera que toda

aquella luz se alejara

vencida, desde la alcoba.

Pero cuando llueve, siento

que las paredes se ahondan,

y reverdecen los muebles,

rememorando las hojas.

Mi casa es una ciudad

con una puerta a la aurora,

otra más grande a la tarde,

y a la noche, inmensa, otra.

Mi casa es una ataúd.

Bajo la lluvia redobla.

Y ahuyenta las golondrinas

que no la quisieran torva.

En mi casa falta un cuerpo.

Dos en nuestra casa sobran.

 

A MI HIJO

Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,

abiertos ante el cielo como dos golondrinas:

su color coronado de junios, ya es rocío

alejándose a ciertas regiones matutinas.

Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro,

como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,

con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,

como bajo la tierra quiero haberte enterrado.

Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas,

al fuego arrebatadas de tus ojos solares:

precipitado octubre contra nuestras ventanas,

diste paso al otoño y anocheció los mares.

Te ha devorado el sol, rival único y hondo

y la remota sombra que te lanzó encendido;

te empuja luz abajo llevándote hasta el fondo,

tragándote; y es como si no hubieras nacido.

Diez meses en la luz, redondeando el cielo,

sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado.

Sin pasar por el día se marchitó tu pelo;

atardeció tu carne con el alba en un lado.

El pájaro pregunta por ti, cuerpo al oriente,

carne naciente al alba y al júbilo precisa;

niño que sólo supo reir, tan largamente,

que sólo ciertas flores mueren con tu sonrisa.

Ausente, ausente, ausente como la golondrina,

ave estival que esquiva vivir al pie del hielo:

golondrina que a poco de abrir la pluma fina,

naufraga en las tijeras enemigas del vuelo.

Flor que no fue capaz de endurecer los dientes,

de llegar al más leve signo de la fiereza.

Vida como una hoja de labios incipientes,

hoja que se desliza cuando a sonar empieza.

Los consejos del mar de nada te han valido...

Vengo de dar a un tierno sol una puñalada,

de enterrar un pedazo de pan en el olvido,

de echar sobre unos ojos un puñado de nada.

Verde, rojo, moreno: verde, azul y dorado;

los latentes colores de la vida, los huertos,

el centro de las flores a tus pies destinado,

de oscuros negros tristes, de graves blancos yertos.

Mujer arrinconada: mira que ya es de día.

(¡Ay, ojos sin poniente por siempre en la alborada!)

Pero en tu vientre, pero en tus ojos, mujer mía,

la noche continúa cayendo desolada.

 

ORILLAS DE TU VIENTRE

¿Qué exaltaré en la tierra que no sea algo tuyo?

A mi lecho de ausente me echo como a una cruz

de solitarias lunas del deseo, y exalto

la orilla de tu vientre.

Clavellina del valle que provocan tus piernas.

Granada que has rasgado de plenitud su boca.

Trémula zarzamora suavemente dentada

donde vivo arrojado.

Arrojado y fugaz como el pez generoso,

ansioso de que el agua, la lenta acción del agua

lo devaste: sepulte su decisión eléctrica

de fértiles relámpagos.

Aún me estremece el choque primero de los dos;

cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas,

impulsamos las sábanas a un abril de amapolas,

nos inspiraba el mar.

Soto que atrae, umbría de vello casi en llamas,

dentellada tenaz que siento en lo más hondo,

vertiginoso abismo que me recoge, loco

de la lúcida muerte.

Túnel por el que a ciegas me aferro a tus entrañas.

Recóndito lucero tras una madreselva

hacia donde la espuma se agolpa, arrebatada

del íntimo destino.

En ti tiene el oasis su más ansiado huerto:

el clavel y el jazmín se entrelazan, se ahogan.

De ti son tantos siglos de muerte, de locura

como te han sucedido.

Corazón de la tierra, centro del universo,

todo se atorbellina, con afán de satélite

en torno a ti, pupila del sol que te entreabres

en la flor del manzano.

Ventana que da al mar, a una diáfana muerte

cada vez más profunda, más azul y anchurosa.

Su hálito de infinito propaga los espacios

entre tú y yo y el fuego.

Trágame, leve hoyo donde avanzo y me entierro.

La losa que me cubra sea tu vientre leve,

la madera tu carne, la bóveda tu ombligo,

la eternidad la orilla.

En ti me precipito como en la inmensidad

de un mediodía claro de sangre submarina,

mientras el delirante hoyo se hunde en el mar,

y el clamor se hace hombre.

Por ti logro en tu centro la libertad del astro.

En ti nos acoplamos como dos eslabones,

tú poseedora y yo. Y así somos cadena:

mortalmente abrazados.

 

[54]

Todo está lleno de ti,

y todo de mí está lleno:

llenas están las ciudades,

igual que los cementerios

de ti, por todas las casas,

de mí, por todos los cuerpos.

Por las calles voy dejando

algo que voy recogiendo:

pedazos de vida mía

venidos desde muy lejos.

Voy alado a la agonía,

arrastrándome me veo

en el umbral, en el fondo

latente del nacimiento.

Todo está lleno de mí:

de algo que es tuyo y recuerdo

perdido, pero encontrado

alguna vez, algún tiempo.

Tiempo que se queda atrás

decididamente negro,

indeleblemente rojo,

dorado sobre tu cuerpo.

Todo está lleno de ti,

traspasado de tu pelo:

de algo que no he conseguido

y que busco entre tus huesos.

 

[55]

Callo después de muerto.

Hablas después de viva.

Pobres conversaciones

desusadas por dichas,

nos llevan a lo mejor

de la muerte y la vida.

Con espadas fraguadas

en silencio, fundidas

en miradas, en besos,

en pasiones invictas

nos herimos, nos vamos

a la lucha más íntima.

Con silencio te ataco.

Con silencio tú vibras.

Con silencio reluce

la verdad cristalina.

Con silencio caemos

en la noche, en el día.

 

[56]

La libertad es algo

que sólo en tus entrañas

bate como el relámpago.

 

[57]

Cuerpo sobre cuerpo,

tierra sobre tierra:

viento sobre viento.

 

[58]

Bocas de ira.

Ojos de acecho.

Perros aullando.

Perros y perros.

Todo baldío.

Todo reseco.

Cuerpos y campos,

cuerpos y cuerpos.

¡Qué mal camino,

qué ceniciento

corazón tuyo,

fértil y tierno!

 

[59]

Tristes guerras

si no es amor la empresa.

Tristes. Tristes.

Tristes armas

si no son las palabras.

Tristes. Tristes.

Tristes hombres

si no mueren de amores.

Tristes. Tristes.

 

[60]

Los animales del día

a los de la noche buscan.

Lejos anda el sol,

cerca la luna.

Animal del mediodía,

la medianoche te turba.

Lejos anda el sol.

Cerca la luna.

 

[61]

HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA

I

(HIJO DE LA SOMBRA)

Eres la noche, esposa: la noche en el instante

mayor de su potencia lunar y femenina.

Eres la medianoche: la sombra culminante

donde culmina el sueño, donde el amor culmina.

Forjado por el día, mi corazón que quema

lleva su gran pisada de sol adonde quieres,

con un solar impulso, con una luz suprema,

cumbre de las mañanas y los atardeceres.

Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje

su avaricioso anhelo de imán y poderío.

Un astral sentimiento febril me sobrecoge,

incendia mi osamenta con un escalofrío.

El aire de la noche desordena tus pechos,

y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.

Como una tempestad de enloquecidos lechos,

eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.

La noche se ha encendido como una sorda hoguera

de llamas minerales y oscuras embestidas.

Y alrededor la sombra late como si fuera

las almas de los pozos y el vino difundidas.

Ya la sombra es el nido cerrado, incandescente,

la visible ceguera puesta sobre quien ama;

ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,

ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.

La sombra pide, exige seres que se entrelacen,

besos que la constelen de relámpagos largos,

bocas embravecidas, batidas, que atenacen,

arrullos que hagan música de sus mudos letargos.

Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,

tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.

Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,

con todo el firmamento, la tierra estremecida.

El hijo está en la sombra que acumula luceros,

amor, tuétano, luna, claras oscuridades.

Brota de sus perezas y de sus agujeros,

y de sus solitarias y apagadas ciudades.

El hijo está en la sombra: de la sombra han surtido,

y a su origen infunden los astros una siembra,

un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,

que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.

Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,

tendiendo está la sombra su constelada umbría,

volcando las parejas y haciéndolas nupciales.

Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.

 

(HIJO DE LA LUZ)

Tú eres el alba, esposa: la principal penumbra,

recibes entornadas las horas de tu frente.

Decidido al fulgor, pero entornado, alumbra

tu cuerpo. Tus entrañas forjan el sol naciente.

Centro de claridades, la gran hora te espera

en el umbral de un fuego que el fuego mismo abrasa:

te espero yo, inclinado como el trigo a la era,

colocando en el centro de la luz nuestra casa.

La noche desprendida de los pozos oscuros,

se sumerge en los pozos donde ha echado raíces.

Y tú te abres al parto luminoso, entre muro

que se rasgan contigo como pétreas matrices.

La gran hora del parto, la más rotunda hora:

estallan los relojes sintiendo tu alarido,

se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,

y el sol nace en tu vientre, donde encontró su nido.

El hijo fue primero sombra y ropa cosida

por tu corazón hondo desde tus hondas manos.

Con sombras y con ropas anticipó su vida,

con sombras y con ropas de gérmenes humanos.

Las sombras y las ropas sin población, desiertas,

se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,

que en nuestra casa pone de par en par las puertas,

y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.

¡Ay, la vida: qué hermoso penar tan moribundo!

Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.

Sombras y ropas llevan los hombre por el mundo.

Y todos dejan siempre sombras: ropas y sombras.

Hijo del alba eres, hijo del mediodía.

Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,

mientras tu madre y yo vamos a la agonía,

dormidos y despiertos con el amor a cuestas.

Hablo y el corazón me sale en el aliento.

Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.

Con espliego y resinas perfumo tu aposento.

Tú eres el alba, esposa. Yo soy el mediodía.

 

III

(HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA)

Tejidos en el alma, grabados, dos panales

no pueden detener la miel en los pezones.

Tus pechos en el alba: maternos manantiales,

luchan y se atropellan con blancas efusiones.

Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,

hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.

Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,

tú toda una colmena de leche con espuma.

Es como si tu sangre fuera dulzura toda,

laboriosas abejas filtradas por tus poros.

Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda

junto a ti, recorrida por caudales sonoros.

Caudalosa mujer, en tu vientre me entierro.

Tu caudaloso vientre será mi sepultura.

Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,

verían qué grabada llevo allí tu figura.

Para siempre fundidos en el hijo quedamos:

fundimos como anhelan nuestras ansias voraces:

en un ramode tiempo, de sangre, los dos ramos,

en un haz de caricias, de pelo, los dos haces.

Los muertos, con un fuego congelado que abrasa,

laten junto a los vivos de una manera terca.

Viene a ocupar el hijo los campos y la casa

que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.

Haremos de este hijo generador sustento,

y hará de nuestra carne materia decisiva:

donde sienten su alma las manos y el aliento

las hélices circulen, la agricultura viva.

Él hará que esta vida no caiga derribada,

pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,

que de nuestras dos bocas hará una sola espada

y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.

No te quiero a ti sola: te quiero en tu ascendencia

y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.

Porque la especie humana me han dado por herencia

la familia del hijo será la especie humana.

Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,

seguiremos besándonos en el hijo profundo.

Besándonos tú y yo se besan nuestro muertos,

se besan los primeros pobladores del mundo.

[62]

 

(LA LLUVIA)

Ha enmudecido el campo, presintiendo la lluvia.

Reaparece en la tierra su primer abandono.

La alegría del cielo se desconsuela a veces,

sobre un pastor sediento.

Cuando la lluvia llama se remueven los muertos.

La tierra se hace un hoyo removido, oloroso.

Los árboles exhalan su último olor profundo

despuestos a morirse.

Bajo la lluevia adquiere la voz de los relojes

la gravedad, la angustia de la posstrera hora.

Reviven las heridas visibles y las otras

que sangran hacia dentro.

Todo se hace entrañable, reconcentrado, íntimo.

Como bajo el subsuelo, bajo el signo lluvioso.

Todo, todo parece desear ahora

la paz definitiva.

Llueve como una sangre transparente, hechizada.

Me siento traspasado por la humedad del suelo

Que habrá de sujetarme para siempre a la sombra,

para siempre a la lluvia.

El cielo se desangra pausadamente herido.

El verde intensifica la penumbra en las hojas.

Los troncos y los muertos se oscurecen aún más

por la pasión del agua.

Y retoñan las cartas viejas en los rincones

que olvido bajo el sol. Los besos de anteayer,

las maderas más viejas y resecas, los muertos

retoñan cuando llueve.

Bodegas, pozos, almas, saben a más hundidos.

Inundas, casi sepultados, mis sentimientos,

tú, que, brumosa, inmóvil pareces el fantasma

de tu fotografía.

Música de la lluvia, de la muerte, del sueño,

.............................................

Todos los animales, fatídicos, se inclinan

debajo de las gotas.

Suena en las hojas secas igual que en las esquinas,

suena en el mar la lluvia como en un imposible.

Suena dentro del surco como en un vientre seco,

seco, sordo, baldío.

Suena en las hondonadas en los barrancos: suena

como una pasión íntima suicidada o ahogada.

Suena como las balas penetrando la carne,

como el llanto de todos.

Redoblan sus tambores, tañe su flauta lenta,

su lagrimosa lengua que lame tercamente.

Y siempre suena como sobre los ataúdes,

los dolores, la nada.

 

[63]

Menos tu vientre,

todo es confuso.

Menos tu vientre,

todo es futuro,

fugaz, pasado

baldío, turbio.

Menos tu vientre,

todo es oculto.

Menos tu vientre,

todo inseguro,

todo postrero,

polvo sin mundo.

Menos tu vientre

todo es oscuro.

Menos tu vientre

claro y profundo.

 

[64]

ANTES DEL ODIO

Beso soy, sombra con sombra.

Beso, dolor con dolor,

por haberme enamorado,

corazón sin corazón,

de las cosas, del aliento

sin sombra de la creación

Sed con agua en la distancia,

pero sed alrededor.

Corazón en una copa

donde me lo bebo yo,

y no se lo bebe nadie,

nadie sabe su sabor.

Odio, vida: ¡cuánto odio

sólo por amor!

No es posible acariciarte

con las manos que me dio

el fuego de más deseo,

el ansio de más ardor.

Varias alas, varios vuelos

abaten en ellas hoy

hierros que cercan las venas

y las muerden con rencor.

Por amor, vida, abatido,

pájaro sin remisión.

Sólo por amor odiado.

Sólo por amor.

Amor, tu bóveda arriba

y no abajo siempre, amor,

sin otra luz que estas ansias,

sin otra iluminación.

Mírame aquí encadenado,

escupido, sin calor,

a los pies de la tiniebla

más súbita, más feroz,

comiendo paz y cuchillo

como buen trabajador

y a veces cuchillo sólo,

sólo por amor.

Todo lo que significa

golondrinas, ascensión,

claridad, anchura, aire,

decidido espacio, sol,

horizonte aleteante,

sepultado en un rincón.

Esperanza, mar, desierto,

sangre, monte rodador:

libertades de mi alma

clamorosas de pasión,

desfilando por mi cuerpo,

donde no se quedan, no,

pero donde se despliegan,

sólo por amor.

Porque dentro de la triste

guirnalda del eslabón,

del sabor a carcelero

constante, y a paredón,

y a precipicio en acecho,

alto, alegre, libre soy.

Alto, alegre, libre, libre,

sólo por amor.

No, no hay cárcel para el hombre.

No podrán atarme, no.

Este mundo de cadenas

me es pequeño y exterior.

¿Quién encierra una sonrisa?

¿Quién amuralla una voz?

A lo lejos tú, más sola

que la muerte, la una y yo.

A lo lejos tú, sintiendo

en tus brazos mi prisión:

en tus brazos donde late

la libertad de los dos.

Libre soy. Siénteme libre.

Sólo por amor.

 

[65]

Palomar del arrullo

fue la habitación.

Provocabas palomas

con el corazón.

Palomar, palomar

derribado, desierto,

sin arrullo por nunca jamás.

 

[66]

LA BOCA

Boca que arrastra mi boca:

boca que me has arrastrado:

boca que vienes de lejos

a iluminarme de rayos.

Alba que das a mis noches

un resplandor rojo y blanco.

Boca poblada de bocas:

pájaro lleno de pájaros.

Canción que vuelve las alas

hacia arriba y hacia abajo.

Muerte reducida a besos,

a sed de morir despacio,

dando a la grana sangrante

dos tremendos aletazos.

El labio de arriba el cielo

y la tierra el otro labio.

Beso que rueda en la sombra:

beso que viene rodando

desde el primer cementerio

hasta los últimos astros.

Astro que tiene tu boca

enmudecido y cerrado,

hasta que un roce celeste

hace que vibren sus párpados.

Beso que va a un porvenir

de muchachas y muchachos,

que no dejarán desiertos

ni las calles ni los campos.

¡Cuántas bocas enterradas,

sin boca, desenterramos!

Beso en tu boca por ellos,

brindo en tu boca por tantos

que cayeron sobre el vino

de los amorosos vasos.

Hoy son recuerdos, recuerdos,

besos distantes y amargos.

Hundo en tu boca mi vida,

oigo rumores de espacios,

y el infinito parece

que sobre mí se ha volcado.

He de volverte a besar,

he de volver, hundo, caigo,

mientras descienden los siglos

hacia los hondos barrancos

como una febril nevada

de besos y enamorados.

Boca que desenterraste

el amanecer más claro

con tu lengua. Tres palabras,

tres fuegos has heredado:

vida, muerte, amor. Ahí quedan

escritos sobre tus labios.

 

[67]

La basura diaria

que de los hombres queda

sobre mis sentimientos

y mis sentidos pesa.

Es la triste basura

de los turbios deseos,

de las pasiones turbias.

 

[68]

Cerca del agua te quiero llevar,

porque tu arrullo trascienda del mar.

Cerca del agua te quiero tener,

porque te aliente su vívido ser.

Cerca del agua te quiero sentir,

porque la espuma te enseñe a reír.

Cerca del agua te quiero, mujer,

ver, abarcar, fecundar, conocer.

Cerca del agua perdida del mar,

que no se puede perder ni encontrar.

 

[69]

El azahar de Murcia

y la palmera de Elche

para exaltar la vida

sobre tu vida ascienden.

El azahar de Murcia

y la palmera de Elche

para seguir la vida

bajan sobre tu muerte.

 

[70]

ASCENSIÓN DE LA ESCOBA

Coronad a la escoba de laurel, mirto, rosa.

Es el héroe entre aquellos que afrontan la basura.

Para librar el polvo sin vuelo cada cosa

bajó, porque era palma y azul, desde la altura.

Su ardor de espada joven y alegre no reposa.

Delgada de ansiedad, pureza, sol, bravura,

azucena que barre sobre la misma fosa,

es cada vez más alta, más cálida, más pura.

Nunca: la escoba nunca será crucificada,

porque la juventud propaga su esqueleto

que es una sola flauta muda, pero sonora.

Es una sola lengua sublime y acordada.

Y ante su aliento raudo se ausenta el polvo quieto.

Y asciende una palmera, columna hacia la aurora.

 

[71]

DESPUÉS EL AMOR

No pudimos ser. La tierra

no pudo tanto. No somos

cuanto se propuso el sol

en un anhelo remoto.

Un pie se acerca a lo claro.

En lo oscuro insiste el otro.

Porque el amor no es perpetuo

en nadie, ni en mí tampoco.

El odio aguarda su instante

dentro del carbón más hondo.

Rojo es el odio y nutrido.

El amor, pálido y solo.

Cansado de odiar, te amo.

Cansado de amar, te odio.

Llueve tiempo, llueve tiempo.

Y un día triste entre todos,

triste por toda la tierra,

triste desde mí hasta el lobo,

dormimos y despertamos

con un tigre entre los ojos.

Piedras, hombres como piedras,

duros y plenos de encono,

chocan en el aire, donde

chocan las piedras de pronto.

Soledades que hoy rechazan

y ayer juntaban sus rostros.

Soledades que en el beso

guardan el rugido sordo.

Soledades para siempre.

Soledades sin apoyo.

Cuerpos como un mar voraz,

entrechocado, furioso.

Solitariamente atados

por el amor, por el odio,

por las venas surgen hombres,

cruzan las ciudades, torvos.

En el corazón arraiga

solitariamente todo.

Huellas sin compaña quedan

como en el agua, en el fondo.

Sólo una voz, a lo lejos,

siempre a lo lejos la oigo,

acompaña y hace ir

igual que el cuello a los hombros.

Sólo una voz me arrebata

este armazón espinoso

de vello retrocedido

y erizado que me pongo.

Los secos vientos no pueden

secar los mares jugosos.

Y el corazón permanece

fresco en su cárcel de agosto

porque esa voz es el arma

más tierna de los arroyos:

"Miguel: me acuerdo de ti

después del sol y del polvo,

antes de la misma luna,

tumba de un sueño amoroso."

Amor: aleja mi ser

de sus primeros escombros,

y edificándome, dicta

una verdad como un soplo.

Después del amor, la tierra.

Después de la tierra, todo.

 

[72]

El número de sangres

que el mundo iluminó

en dos halló el principio:

tú y yo.

El número de sangres

que es cada vez mayor

en dos busca sus fines:

tú y yo.

El número de sangres

que en el espacio son

en dos son infinitos:

tú y yo.

 

[73]

La cantidad de mundos

que con los ojos abres,

que cierras con los brazos.

La cantidad de mundos

que con los ojos cierras,

que con los brazos abres.

 

[74]

Entre nuestras dos sangres

algo que aparta, algo

que aleja, impide, ciega,

sucede palmo a palmo.

Entre nuestras dos sangres

va sucediendo algo,

arraiga el horizonte,

hace anchura el espacio.

Entre nuestras dos sangres

ha de suceder algo,

un puente como un niño,

un niño como un arco.

Entre nuestras dos sangres

hay cárceles con manos.

Cuanto sucede queda

entre los dos de paso.

 

[75]

A la luna venidera

te acostarás a parir

y tu vientre irradiará

claridades sobre mí.

Alborada de tu vientre,

cada vez más claro en sí,

esclareciendo los pozos,

anocheciendo el marfil.

A la luna venidera

el mundo se vuelve a abrir.

 

[76]

Vino. Dejó las armas,

las garras, la maleza.

La suavidad que sube,

la suavidad que reina

sobre la voz, el paso,

sobre la piel, la pierna,

arrebató su cuerpo

y estremeció sus cuerdas.

Se consumó la fiera.

La noche sobrehumana

la sangre ungió de estrellas,

relámpagos, caricias,

silencios, besos, penas.

Memorias de la fiera.

Pero al venir el alba

se abalanzó sobre ella

y recobró las armas,

las garras, la maleza.

Salió. Se fue dejando

locas de amor las puertas.

Se reanimó la fiera.

Y espera desde entonces

hasta que el hombre vuelva.

 

[77]

El mundo es como aparece

ante mis cinco sentidos,

y ante los tuyos que son

las orillas de los míos.

El mundo de los demás

no es el nuestro: no es el mismo.

Lecho del agua que soy,

tú, los dos, somos el río

donde cuanto más profundo

se ve más despacio y límpido.

Imágenes de la vida:

cada vez las recibimos,

nos reciben entregados

más unidamente a un ritmo.

Pero las cosas se forman

con nuestros propios delirios.

El aire tiene el tamaño

del corazón que respiro

y el sol es como la luz

con que yo le desafío.

Ciegos para los demás,

oscuros, siempre remisos,

miramos siempre hacia adentro,

vemos desde lo más íntimo.

Trabajo y amor me cuesta

conmigo así, ver contigo:

aparecer, como el agua

con la arena, siempre unidos.

Nadie me verá del todo

ni es nadie como lo miro.

Somos algo más que vemos,

algo menos que inquirimos.

Algún suceso de todos

pasa desapercibido.

Nadie nos ha visto. A nadie

ciegos de ver, hemos visto.

 

[78]

GUERRA

Todas las madres del mundo,

ocultan el vientre, tiemblan,

y quisieran retirarse

a virginidades ciegas,

el origen solitario

y el pasado sin herencia.

Pálida, sobrecogida

la fecundidad se queda.

El mar tiene sed y tiene

sed de ser agua la tierra.

Alarga la llama el odio

y el amor cierra las puertas.

Voces como lanzas vibran,

voces como bayonetas.

Bocas como puños vienen,

puños como cascos llegan.

Pechos como muros roncos,

piernas como patas recias.

El corazón se revuelve,

se atorbellina, revienta.

Arroja contra los ojos

súbitas espumas negras.

La sangre enarbola el cuerpo,

precipita la cabeza

y busca un hueco, una herida

por donde lanzarse afuera.

La sangre recorre el mundo

enjaulada, insatisfecha.

Las flores se desvanecen

devoradas por la hierba.

Ansias de matar invaden

el fondo de la azucena.

Acoplarse con metales

todos los cuerpos anhelan:

desposarse, poseerse

de una terrible manera.

Desaparecer: el ansia

general, creciente, reina.

Un fantasma de estandartes,

una bandera quimérica,

un mito de patrias: una

grave ficción de fronteras.

Músicas exasperadas,

duras como botas, huellan

la faz de las esperanzas

y de las entrañas tiernas.

Crepita el alma, la ira.

El llanto relampaguea.

¿Para qué quiero la luz

si tropiezo con tinieblas?

Pasiones como clarines,

coplas, trompas que aconsejan

devorarse ser a ser,

destruirse, piedra a piedra.

Relinchos. Retumbos. Truenos.

Salivazos. Besos. Ruedas.

Espuelas. Espadas locas

abren una herida inmensa.

Después, el silencio, mudo

de algodón, blanco de vendas,

cárdeno de cirugía,

mutilado de tristeza.

El silencio. Y el laurel

en un rincón de osamentas.

Y un tambor enamorado,

como un vientre tenso, suena

detrás del innumerable

muerto que jamás se aleja.

 

[79]

[NANAS DE LA CEBOLLA]

La cebolla es escarcha

cerrada y pobre:

escarcha de tus días

y de mis noches.

Hambre y cebolla:

hielo negro y escarcha

grande y redonda.

En la cuna del hambre

mi niño estaba.

Con sangre de cebolla

se amamantaba.

Pero tu sangre,

escarchaba de azúcar,

cebolla y sangre.

Una mujer morena,

resuelta en luna,

derrama hilo a hilo

sobre la cuna.

Ríeta, niño,

que te tragas la luna

cuando es preciso.

Alondra de mi casa,

ríete mucho.

Es tu risa en los ojos

la luz del mundo.

Ríete tanto

que en el alma, al oírte,

bata el espacio.

Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.

Boca que vuela,

corazón que en tus labios

relampaguea.

Es tu risa la espada

más victoriosa.

Vencedor de las flores

y las alondras.

Rival del sol,

porvenir de mis huesos

y de mi amor.

La carne aleteante,

súbito el párpado,

y el niño como nunca

coloreado.

¡Cuánto jilguero

se remonta, aletea,

desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.

Nunca despiertes.

Triste llevo la boca.

Ríete siempre.

Siempre en la cuna,

defendiendo la risa

pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,

tan extendido,

que tu carne parece

cielo cernido.

¡Si yo pudiera

remontarme al origen

de tu carrera!

Al octavo mes ríes

con cinco azahares.

Con cinco diminutas

ferocidades.

Con cinco dientes

como cinco jazmines

adolescentes.

Frontera de los besos

serán mañana,

cuando en la dentadura

sientas un arma.

Sientas un fuego

correr dientes abajo

buscando el centro.

Vuela niño en la doble

luna del pecho.

Él, triste de cebolla.

Tú, satisfecho.

No te derrumbes.

No sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.

 

[80]

Debajo del granado

de mi pasión

amor, amor he llorado

¡ay de mi corazón!

Al fondo del granado

de mi pasión

el fruto se ha desangrado

¡ay de mi corazón!

 

[81]

El mar también elige

puertos donde reír

como los marineros.

El mar de los que son.

El mar también elige

puertos donde morir.

Como los marineros.

El mar de los que fueron.

 

[82]

¿Quién llenará este vacío

de cielo desalentado

que deja tu cuerpo al mío?

 

[83]

No vale entristecerse.

La sombra que te lo ha dado.

La sombra que se lo lleve.

 

[84]

Me descansa

sentir que te arrullan

las aguas.

Me consuela

sentir que te abraza

la tierra.

 

[85]

Cuerpos, soles, alboradas,

cárceles y cementerios,

donde siempre hay un pedazo

de sombra para mi cuerpo.

 

[86]

Suave aliento suave

claro cuerpo claro

densa frente densa

penetrante labio.

Vida caudalosa,

vientre de dos arcos.

Todo lo he perdido, tierra

todo lo has ganado.

 

[87]

Los animales íntimos

que forman tu pasado

hicieron firme la negrura de tu pelo.

Los animales íntimos

que forman mi pasado

ambicionaron con firmeza retenerlo.

 

[88]

Enciende las dos puertas,

abre la lumbre.

No sé lo que me pasa

que tropiezo en las nubes.

 

[89]

Entre las fatalidades

que somos tú y yo, él ha sido

la fatalidad más grande.

 

[90]

Dicen que parezco otro.

Pero sigo siendo el mismo

desde tu vientre remoto.

 

[91]

El pozo y la palmera

se ahondan en tu cuerpo

poblado de ascendencias.

 

[92]

La oliva y el limón

las desentrañaron

desde tu corazón.

 

[93]

Tengo celos de un muerto,

de un vivo, no.

Tengo celos de un muerto

que nunca te miró.

 

[94]

Quise despedirme más,

y sólo vi tu pañuelo

lejano irse.

Imposible.

Y un golpe de polvo vino

a cegarme, ahogarme, herirme.

Polvo desde entonces trago.

Imposible.

 

[95]

No te asomes

a la ventana,

que no hay nada en esta casa.

Asómate a mi alma.

No te asomes

al cementerio,

que no hay nada entre estos huesos.

Asómate a mi cuerpo.

 

[96]

De la contemplación

nace la rosa:

del amor el naranjo

y el laurel:

tú y yo del beso aquél.

 

[97]

Muerto mío.

Te has ido con el verano.

¿Sientes frío?

 

[98]

Dime desde allá abajo

la palabra te quiero.

¿Hablas bajo la tierra?

Hablas como el silencio.

¿Quieres bajo la tierra?

Bajo la tierra quiero

porque hacia donde cruzas

quiere cruzar mi cuerpo.

Ardo desde allá abajo

y alumbro tu recuerdo.

 

[99]

Querer, querer, querer:

ésa fue mi corona,

ésa es.

 

[100]

No te lavas ni te peinas,

ni sales de ese rincón.

Contigo puede la sombra,

conmigo el sol.

 

[101]

Llama, ¿para quién?

Llama, para alguien.

Cruza las tinieblas

y no alumbra a nadie.

 

[102]

Son míos, ¡ay! son míos

los bellos cuerpos muertos,

los bellos cuerpos vivos,

los cuerpos venideros.

Son míos, ¡ay! son míos

a través de tu cuerpo.

 

[103]

Tanto río que va al mar

donde no hace falta el agua.

Tantos campos que se secan.

Tantos cuerpos que se abrazan.

 

[104]

La fuerza que me arrastra

hacia el sur de la tierra

es mi sangre primera.

La fuerza que me arrastra

hacia el fondo del sur,

muerto mío, eres tú.

 

[105]

Cuando te hablo del muerto

se te quedan las manos

quietas sobre mi cuerpo.

Háblame de la muerta.

Y encontrarás mis manso

sobre tu cuerpo quietas.

 

[106]

No puedo olvidar

que no tengo alas,

que no tengo mar,

vereda ni nada

con que irte a besar.

 

[107]

¿Para qué me has parido, mujer?:

¿para qué me has parido?

Para dar a los cuerpos de allá

este cuerpo que siento hacia aquí,

hacia ti traído.

Para qué me has parido, mujer,

si tan lejos de ti me has parido.

 

[108]

Tú de blanco, yo de negro,

vestidos nos abrazamos.

Vestidos aunque desnudos

tú de negro, yo de blanco.

 

[109]

De aquel querer mío,

¿qué queda en el aire?

Sólo un traje frío

donde ardió la sangre.

 

[110]

Rotos, rotos: ¡Qué rotos!

Rotos: cristales rotos

de tanto dilatarse

en ver, odiar, mis ojos.

Rotos: por siempre rotos.

Rotos: espejos rotos

caídos, sin imagen,

sin dirección, tus ojos. 

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