ANTROPOLOGÍA DE LA DISCAPACIDAD Y DEPENDENCIA

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III DE LA COMEDIA AL DRAMA

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III-1 LA FANTASIA Y EL NIÑO MINUSVALIDO. (*)

Constituye un capítulo del libro de Amparo Garzón “La fantasía en el niño” (Cromograf, Madrid,1977). Sirva su inclusión en este volumen como pequeño homenaje de recuerdo a la autora.

 

LA FANTASIA Y EL NIÑO MINUSVALIDO

La conquista de la propia personalidad hasta llegar a la plasma­ción efectiva y práctica de la misma constituye para cada individuo humano un laborioso proceso tan complejo en el espacio como dilata­do en el tiempo. La mayor parte de este proceso tiene lugar durante la infancia. El niño, utilizando una serie de potencias innatas y bajo el estímulo de factores externos muy variados, va creando en sí mismo poco a poco un hombre adulto. Precisamente en esta dualidad indi­viduo-ambiente, admitida prácticamente por los pensadores de las más diversas escuelas filosóficas, reside la clave fundamental para la comprensión de todos cuantos aspectos atañen al desarrollo psicofísico de cada ser humano. Vale la pena, por consiguiente, detenerse en centrar la que consideramos auténtica base del problema relativo a la fantasía del niño minusválido, para intentar después un desarrollo más coherente de este mismo problema.

El inglés Jack Kahn (5) admite dos grupos de cualidades como integrantes de la personalidad: cualidades aisladas y cualidades globa­les. Cada uno de estos grupos se halla integrado por diferentes aspec­tos, que tratamos de recoger en el siguiente esquema:

A) Cualidades aisladas (aspectos individualistas de la personalidad).

1.Aspectos físicos del individuo: estructura corporal, cons­titución, forma de andar, etc.

2.Aspectos intelectuales.

a) Inteligencia.

b) Educación.

c) Experiencia.

3.Aspectos emocionales.

a) Disposiciones individuales.

b) Sentimientos básicos.

B) Cualidades globales (aspectos colectivos de la personalidad).

1. Aspecto social.

2. Aspecto moral.

3. Aspecto religioso.

Aún sin ser perfecto, este esquema nos permite razonar las carac­terísticas más importantes de la personalidad. En primer lugar nos muestra la imbricación entre unos aspectos individualistas, defendidos a ultranza por Juan Jacobo Rousseau (12), y otros colectivos, eminen­temente sociológicos, casi exclusivos para Durkheim, quien funda­mentó toda su sociología en lo que llamaba “representaciones colec­tivas”, según las cuales, como dice Wallon, “todo lo que el individuo puede concebir o incluso observar no es de origen individual, sino social”. (15) Esta imbricación, hoy día generalmente aceptada, nos permite un concepto totalitario, dualista, de la personalidad, lo cual debemos en parte a Kant, pero sobre todo a Fichte y al grupo de la Gestalt, cuya normativa viene a desembocar en el actual estructuralis­mo (9).

En segundo lugar, el esquema de Kahn nos muestra a la persona­lidad como un “conjunto de cualidades”. Allport, en su libro Personality, recoge más de cincuenta definiciones de personalidad y él mismo la describe como “la total polifacética individualidad psicofísica”. (1) Por último, nos señala con cierta claridad el esquema a que nos venimos refiriendo, la existencia de unos matices, dentro de cada grupo de cualidades cuyas posibilidades combinatorias van a alcanzar una complejidad variable en cada uno de los diferentes individuos de la especie humana. Veamos esta última conclusión con algo más de detalle.

A lo largo de la vida de cada niño las cualidades psicofísicas que van componiendo la trama de su personalidad se imbrican e interrela­cionan según modos muy variables, según los diversos momentos y circunstancias. Como es bien sabido, los estímulos iniciales prove-nientes del mundo exterior, y, en menor grado, del propio cuerpo del niño, excitan el sistema nervioso del recién nacido hasta la creación de circuitos reverberantes (Overton, 8). En estos circuitos reverberantes se produce el tipo más primitivo de memoria en forma de recuerdo inmediato. Solamente la actividad continuada de un circuito reverbe­rante permite que éste llegue a ser capaz de almacenar imágenes, alcanzando así la fase denominada de recuerdo permanente, concepto este último que equivale a los de registro cerebral o registro sináptico. A partir de aquí el niño está en disposición de que nuevas imágenes, nuevos recuerdos inmediatos, desencadenen una evocación más o menos compleja, de recuerdos almacenados, de los cuales toma conc­iencia. De este modo se va edificando una conducta sobre la base de un trabajoso proceso de aprendizaje. Se denomina “imaginación”, precisamente a esta facultad psicofísica que permite al hombre repre­sentarse a sí mismo y por sí mismo las imágenes de las cosas.

Ahora bien. Las cosas representadas por la imaginación pueden ser reales, es decir, corresponden a objetos auténticos del mundo exterior o ideales, derivadas de pensamientos genuinos, elaborados por el propio sujeto. Cuando la imaginación se limita a representar objetos materiales (imaginación reproductora), su papel es pasivo, engendran­do una forma de memoria que también poseen los animales. Por el contrario, la imaginación capaz de elaborar nuevos pensamientos es una imaginación activa, que suele ser conocida con el nombre de imaginación combinadora. Esta última es la que, siguiendo procesos diferentes, puede convertirse en automática (sueño, delirio), o bien continuar sometida en todo momento a la inteligencia, dando origen a la importante función denominada invención creadora. Este grado superior de imaginación, es decir, la imaginación en cuanto inventa o produce, independientemente de que exista o no sometimiento a las funciones intelectuales es precisamente la fantasía, si bien suelen admi­tirse en general como fantasía todas las formas de imaginación combinadora en las que el pensamiento no sigue la ordinaria senda de la lógica. Tal sucede, por ejemplo, en el ensueño, pero también en fenómenos patológicos como el de la alucinación, que consiste en que la percepción plasmada en la fantasía de una persona se adscribe erróneamente a fuentes exteriores al sujeto. En el delirio, la fantasía excluye a la realidad y en el pensamiento autista se pierden la noción y el sentido orientador de la realidad para edificar una vida “fantás­tica” completamente irrealística.

El recién nacido llega hasta la etapa de objetividad precisamente, como hace notar Piaget (10) a través de una etapa primitiva de autis­mo, que se ha de transformar en otra intermedia de egocentrismo, ambas fisiológicas para todos los niños en su camino hacia seres adultos. Así resulta que durante determinadas etapas de la evolución de la personalidad, lo patológico es normal, dejando solamente de serlo cuando se mantiene más allá de unas pautas cronoló-gicas per­fectamente tipificadas. Pero este mantenimiento, este anclaje de la personalidad en etapas primitivas no es sino la detención del proceso evolutivo normal, cuyo curso se ve inte-rrumpido y cuya meta se convierte en imposible de alcanzar o, por lo menos, en muy dificul-tosa para el sujeto. Al principio de su vida el niño no cuenta con más posibilidades inte-lectivas que las que le permite su estrato sensomo­tor, es decir, percepciones y movimientos sin representación ni pen­samiento. Sin. embargo, la importancia de estos esquemas elementa­les, de esta simple inteligencia sensomotora, reside en que van a servir de estrato a futuras construcciones intelectivas, que no van a poder tomar cuerpo si aquellos esquemas no han sido formados, como sucede, por ejemplo, en los niños ciegos. Hacia los dos años comienza una nueva etapa en la evolución de la personalidad del niño con la elaboración de la función simbólica y semiótica (13), una de cuyas conquistas básicas es ni más ni menos que la del lenguaje. Ambas etapas citadas encierran un contenido claro, de autismo prime­ro, de egocen-trismo después. Hasta que no alcanza los siete años no se opera en la conciencia del niño la conversión del solipsismo inicial en un pluralismo que, por fin, le hace aceptar a los demás seres humanos como compañeros a los que reconoce una existencia y unos derechos similares a los suyos. Al mismo tiempo que esto sucede se va iniciando la estructuración de los pro-cesos de ordenación, clasificación y medida, si bien bajo una mecánica todavía muy concreta. Aún existe, según Piaget (10), un cuarto y último período en este proceso evolutivo de la personalidad del niño, que hace su aparición hacia los once-doce años, estando fuertemente imbricado en los fenómenos de la fase de adolescencia. Se caracteriza por la conquista, por parte del sujeto, de la capacidad de abstracción, del razonamiento idealístico, del manejo de lo hipotético, en suma.

Un fallo en alguno o algunos de los múltiples factores que inte­gran las dos facetas de la personalidad influirá en este desarrollo evolutivo total del niño. Y esto será así siempre y en todos los casos tanto si el fallo se produce dentro del grupo de factores físicos (minusválidos sensoriales, expresivos y motores) como si se da entre los factores intelectuales (minusváli-dos mentales) como, finalmente, si tiene lu­gar en el grupo de los aspectos sociológicos, circunstancia en la que de hecho confluyen todos los niños minusválidos, sean somáticos, o senso­riales, o mentales. De aquí nuestra insistencia en no crear separaciones doctrinales entre niños deficientes físicos y niños deficientes mentales y de aquí también la necesidad de actuar con unos y otros con técnicas similares, encaminadas siempre a conseguir un desarrollo suficien­te de la personalidad. Un paralítico cerebral, por ejemplo, bien poco va a conseguir con métodos fisioterápicos, como tampoco lo va a lograr con sistemas psicoterápicos. Lo que necesita es que se empleen en él técnicas apropiadas de rehabilitación capaces de atender al desarrollo tanto de los aspectos físicos, intelectuales y emocionales como de los sociológicos de su personalidad. Es ésta una situación bien distinta a la del enfermo mental, es decir, el sujeto adulto evolucionado en quien ha hecho su aparición, de modo más o menos súbito, lo patológico sobre un estado de salud anterior y cuyo cuida­do, sin desechar los aspectos posi-bles de rehabilitación laboral, com­pete en su mayor parte a la psiquiatría.

Las conclusiones que pueden derivarse de todos estos razonamien­tos son muy variadas. Nos interesa solamente resaltar alguna de ellas.

1.Todos los niños “subnormales”, ya sean físicos o mentales, se encuentran ante una situación patológica que, menoscabando alguno o algunos de los factores que integran su personalidad, dificultan el desarrollo evolutivo de ésta en su conjunto. El único camino terapéu­tico admisible es el del empleo de técnicas capaces de favorecer este desarrollo evolutivo, para lo cual deben actuar prácticamente sobre todos y cada uno de los factores integrantes de la personalidad.

2.Uno de estos factores que sirven de substrato a la personali­dad para su desarrollo es la fantasía, con la cual debemos contar, por consiguiente, en nuestras técnicas rehabilitadoras.

3. A pesar de que la personalidad del niño sufre el detrimento derivado de la alteración de alguno de sus factores, cualquiera que éste sea, en su conjunto, como totalidad indivisible, existen determi­nados matices diferenciales entre niños subnormales mentales y niños subnormales sensoriales o motores derivados de la diferente situación ante el medio de unos y otros, menos capaces de captarlo los prime­ros, menos aptos para llegar a él los segundos.

4. Dada la enorme trascendencia que los factores sociológicos poseen en el desarrollo de la personalidad del niño, hay que aceptar de antemano la influencia que sobre los niños minusválidos van a ejercer los adultos, capaces también de fantasía.

Desde el punto de vista práctico, nos parece conveniente analizar el problema de la relación fantasía-niño inválido bajo tres diferentes formas de enfoque: A) La fantasía del niño minusválido como ele­mento formativo de su personalidad. B) La fantasía del niño minusválido como instrumento dirigido para su rehabilitación. C) La fanta­sía en las relaciones recíprocas adulto-niño minusválido. Veamos cada una de ellas.

 

A)    La fantasía del niño minusválido como elemento formativo de su  personalidad.

En la habitual relación entre cada sujeto y el mundo que le cir­cunda la fantasía es, como hemos visto, una de las cualidades de la personalidad, un factor primario que encierra en sí mismo una clave evolutiva importante, pero es también en realidad muchas veces, y esto complica mucho las cosas, un sistema compensador, casi una meta intelectual. Normalmente, el niño, en su camino evolutivo, en­cuentra ante muchas de sus apetencias el freno y la limitación que le imponen los adultos o el medio ambiente o su propia insuficiencia, como sucede en el niño minusválido. En el juego de su fantasía encuentra entonces el niño satis-facción a sus propias apetencias y deseos, que cumple de una manera ideal que, sin embargo, para él llega a ser de una absoluta realidad. Aún más; el niño ignora sus propias insufi-ciencias, ya que de no ser así habría conseguido la superación de las etapas autista y egocén-trica para pasar a la de objetividad. No concibe para sí mismo ningún tipo de detrimento propio ni la más mínima deficiencia que menoscabe la inmensidad de su gloria. El niño que nace sin manos no advierte que le faltan hasta que alguien se lo hace notar. El imposibilitado para andar se ve a sí mismo corriendo y dando enormes saltos sobre la ancha pista de su fantasía. El deficiente mental se considera capaz de todas las hazañas físicas o mentales. El ciego o el sordo atraviesan por etapas de irreali­dad en las que las imágenes y los sonidos creados en sus ensueños son consideradas como reales. Las conversaciones de niños pequeños están cargadas de estos matices fantásticos que resaltan a cada uno ante los demás y que, siendo mentiras, no lo son honradamente para aquel que las refiere. En el fondo, cada niño suple de este modo, ante él mismo y ante los otros, un sentimiento inconsciente de insuficiencia, insuficiencia que puede no ser real, autocompensándose en su propia fantasía. Esta autosatisfacción es todavía más necesaria en el niño minusválido, porque su insufi-ciencia es siempre real. A través de sus ensueños y fantasías, plasmados en gran medida en sus juegos, el niño va desarrollando su inteligencia y su personalidad global hasta ser capaz de pensamiento productivo, es decir, aquel que se emplea en resolver problemas o extraer conclusiones (2).

Ahora bien. Existe en cada ser humano un a modo de espíritu creador, casi un instinto, enraizado tal vez en el instinto de especie y cuya base se apoya en gran parte sobre la fantasía, especialmente en esa interesante faceta de tendencia a lo desconocido connatural en todos los hombres. El progreso de la humanidad se ha basado siem­pre no en los que aceptaban las respuestas de otros, sino en aquellos que no quisieron aceptarlas. El espíritu creador ha movido siempre al mundo, y en el niño existe también en forma de curiosidad que le impulsa a investigar cada aspecto que se le ofrece, ensayando posibles soluciones en sus juegos. De aquí la importancia esencial, según Wallon, que para cada niño posee el medio en que se desenvuelve. En principio, dice Wallon, la emoción es lo que suelda al niño con su contorno (13), y a partir de esta simbiosis se abrirá camino hasta la vida psíquica y hacia la incorporación gradual en la organización social de los adultos. La clave de este largo camino reside, según Piaget, precisamente en la capacidad intelectual de cada niño para comprender y para inventar, lo cual nos conduce hacia una teoría del aprendizaje más entrañable y mejor enraizada en los substratos de la personalidad que la simple idea de la repetición propugnada en las tesis del empirismo asociacionista de los anglosajones (10). Cada niño constantemente comprende e inventa, fabricándose así toda una tra­ma de respuestas que no son sino ensayos. Ensayos que luego le van a servir cuando, llegada la hora de la realidad, se le planteen problemas similares aunque auténticos. Su capacidad de resolver problemas será proporcional al número de ensayos que haya sido capaz de plantearse y de solucionar, es decir, en otras pa-labras, al uso que haya sido capaz de darle a su propia fantasía.

En el niño minusválido mental, sensorial o motórico, las posibilidades de estímulo o de respuesta se hallan disminuidas en relación con lo que sucede en el niño sin deficiencias. La riqueza en las conquistas será, por tanto, menor y menores las posibilidades de que las funcio­nes esenciales de la inteligencia, comprender e inventar, entren en juego y, por tanto, alcancen el desarrollo a que de otro modo habrían llegado. Fijémonos bien en que esto sucede tanto si la causa primor­dial es una deficiencia en las propias funciones intelectivas como que sea una falta de estímulos exteriores, como, finalmente, que se trate de una dificultad motora para salir al encuentro de lo desconocido. El círculo vicioso se establece de todas formas de manera muy similar: menor grado de conquistas, menos estímulo sobre los factores intelectivos, menor desarrollo de la personalidad, capacidad disminuida para acudir a la búsqueda de nuevos problemas. Esta realidad sobre la que venimos insistiendo a lo largo del presente capítulo es la que nos va a dar la clave, como veremos enseguida, de nuestro comportamiento ante cualquier tipo de niño minusválido.

Antes de ello, sin embargo, conviene comentar algún otro aspecto relacionado con este importante problema de la fantasía como elemento formativo de la personalidad del niño minusválido. Imagine­mos un niño que por instinto creador juega con una construcción
metálica. En principio tal vez le mueve exclusivamente su curiosidad, que le estimula a investigar y a crear no sólo una figura de contenido formal, sino también su propio desarrollo. Al conseguir esta figura formal, sin embargo, el niño, que se encuentra ante un puente o un castillo creados por él, se llena de una satisfacción más real que las que le procura su fantasía. Surge el entusiasmo por lo conseguido y ese entusiasmo es el que le impulsa a buscar metas más y más difíciles, que provocan nuevas situaciones de entusiasmo engendradoras de nuevas apetencias creadoras. El niño minusválido, con idénticas ape­tencias y necesidades de desarro-llo y con un grado más o menos amplio de espíritu creador, se va a encontrar muchas veces con dificultades, bien para cumplir su propia obra de creación, bien para poder apreciarla. De nuevo la fantasía va a venir en su ayuda de forma impresionante, pasando a convertirse en estrato básico, en medio principal de su personalidad y aún diríamos que en auténtico modo de personalidad. Escribíamos un poco más atrás que muchas veces la fantasía se convierte en un sistema compensador, casi en una meta intelectual, y esto sucede también en algunos adultos sin deficiencia aparente, en la mayor parte de los artistas y en gran número de minusválidos, niños y adultos. La niña sordomuda que baila ballet (**) tiene la música y el ritmo y la armonía de sus movimientos en su propia fantasía y lo mismo le sucede al ciego que participara en un cuadro de gimnasia o que maneja una máquina en una industria. En general, el adulto, salvo excepciones como las que apuntábamos, sabe lo que quiere y va a por ello, conociendo perfectamente que ha de buscarlo y conseguirlo fuera de sí mismo. El niño es capaz de compensarse a sí mismo a través de su fantasía, prescindiendo casi por completo de las realidades que le rodean. El minusválido que ve en sí propio, en el interior de su personalidad, la música o el espacio, utiliza una forma de fantasía similar a la del niño, pero elaborada de una manera consciente que la aleja del ensueño y la aproxima, como decíamos, a una forma absoluta de personalidad. En gran parte influye aquí, en nuestra opinión, la memoria, capaz de suplir de modo asombroso la ausencia de otros factores de la personalidad. Bien conocido es el hecho de la increíble memoria que poseen algunos oligofrénicos. El recuerdo permanente y la imaginación vienen así a convertirse en poderosos auxiliares para el desarrollo y el desenvolvimiento efectivos de gran número de minus­válidos. De hecho, los niños minusválidos mantienen durante más tiempo —a veces toda su vida— y con mayor intensidad que los niños sin deficiencias su capacidad de fantasía.

Un último aspecto queríamos rozar en este apartado y es el de la fantasía del niño minusválido como muestra de su personalidad. No vamos a entrar aquí en la discusión de lo que representan los tests, de los errores a que sin duda conducen, ni tampoco vamos a ocupamos en la descripción de las pruebas realizables (11). Nos vamos a limitar a comentar el dibujo realizado por Paquito, un niño sordomudo posten­cefalítico a los nueve años de edad. El tamaño comparativo entre las figuras de animales que representan al padre y a la madre nos da idea de la representación que el niño ha hecho de cada uno de sus progenitores en su propia fantasía. Todo un mundo de sugerencia se ofrece en este simple dibujo.

B)     La fantasía del nido minusválido como elemento utilizable para su rehabilitación.

Si cuanto hasta aquí hemos dicho en relaci6n con la fantasía del niño minusválido ha quedado suficientemente claro, también lo quedarán los problemas que atañen a su correcto tratamiento. Es necesario emplear en todos los niños minusválidos técnicas globales capaces de atender a los diferentes factores que conforman su personalidad, técnicas que sólo conclu-yen cuando se ha logrado la estabilidad social y laboral de cada sujeto. En una palabra, la sistemática médico-social surgida en los últimos años en el mundo entero para atender a todos los discapa­citados y denominada habitualmente Rehabilitación. La niña de tres años Trinidad López, integrada en la Seguridad Social, sufrió a los siete meses de edad quemaduras que le dejaron convertidos sus pies en sendos muñones, debido a que su abuela, epiléptica, que se empeñaba en tenerla en brazos, sufrió una de sus crisis junto a la lumbre. A sus tres años de edad exactamente, y tras innumerables intervenciones, conseguimos hacerle andar por primera vez en su vida. La inteligencia de la niña es, en forma relativa y tal vez también de manera absoluta, superior a la de los demás miembros de su familia. Su discapa-cidad ha influido sin duda en ella, haciéndole afilar las cualidades de su personalidad y obligándole a sacar el máximo provecho intelectual de cada situación, pero a su vez este desarrollo intelectual ha permitido que, a pesar de carecer práctica­mente de pies, haya apren-dido a caminar con increíble soltura en muy pocos días. La célebre Helen Keller, ciega y sordomuda, llegó de forma casi simultánea, gracias a los esfuerzos de Ana Sullivan, a distinguir la diferencia entre “jarro” y “agua”, a intuir la mecánica del lenguaje y a comportarse bien en la mesa y con las demás personas. “Toda visión pertenece al alma”, escribiría más tarde la que llegó a ser profesora universitaria (6). Es bien conocido, sobre todo por aquellos que nos ocupamos de la rehabilitación de niños deficientes, que el lenguaje es en gran parte función del uso que se consigue de las manos (3).

Sin embargo, si las técnicas de rehabilitación educacional del niño minusválido deben estimular a todos y cada uno de los factores integrantes de su personalidad, ¿qué podemos obtener concretamente utilizando la fantasía? ¿De qué modo podremos emplearla como factor de desarrollo general? Cuanto llevamos dicho nos autoriza a afirmar que la fantasía es una forma de conducta. Concretamente, durante el segundo y tercer años de su vida hay un gran aumento de la actividad creadora del niño. Sus juegos no sólo adquieren propósito y pensamiento, sino que, en reposo, comienza a ocuparse a sí mismo con ensueños. Con estos ejercicios imaginativos consigue el niño proyectar sus deseos y sus temores en un ensayo de su conducta, que, como decíamos, le va a servir para futuras situaciones. Ahora bien, no siempre aparece esta imaginación creadora en los juegos infantiles. Con gran frecuencia, y esto es lógico, lo que hacen es imitar situacio­nes, puesto que intuyen que van a enfrentarse a ellas en el futuro, repitiendo lo que ven hacer a sus padres, a niños mayores, a depor­tistas o a soldados o bien copian lo visto en la televisión o el cine. Darrow y Van Allen (16) sistematizan cuatro tipos de actividades in­dependientes como estructura de todo proceso de aprendizaje creati­vo: 1) Investigar. 2) Organizar. 3) Crear. 4) Comunicar. Si el primer factor falla, el niño o bien no progresa o bien inventa, refugiándose en su fantasía. La organización requiere un orden en la propia estruc­tura que sólo va a conseguirse a través de estructuras exteriores. En el crear, como en el investigar, se halla la clave del progreso del niño. Por último, la comunicación satisface su necesidad de expresión exterior, aunque esta expresión se reduzca a un simple gesto o a una sonrisa; es tanto mayor y más perfecta cuanto mayor sea el contenido almacenado. Si el niño no ha alcanzado suficiente riqueza en el investigar y el organizar se ve obligado a inventar, fabula y miente, pidiendo de nuevo auxilio a su fantasía.

La situación del niño minusválido podrá ser más o menos comple­ja, pero debemos tener presente que en nuestra mano se encuentra ponerle en contacto con situaciones que, de otro modo, no iban a llegan a él. Se ha comprobado por Sherman y Key (2) un menor grado de inteligencia en niños montañeses que viven aislados. Hat­well, citado por Piaget (10), pudo demostrar que los niños ciegos sufren un retraso de tres a cuatro años en el desarrollo de su persona­lidad y ello debido a que no se producen de modo normal los esquemas de la primaria inteligencia sensomotora de que hablábamos al principio. Hoy día es universalmente admi-tido que la rehabilita­ción de un niño minusválido debe empezar precozmente, por supues­to dentro de los dos primeros años de su vida, y que esta rehabilita­ción es imprescindible que sea polivalente, física, psíquica, educacio­nal, vocacional etc. Hace varios años Wallin (14) recomendaba tres requisitos para la correcta educación de niños minusválidos: Valora­ción correcta de la situación psicofísica de cada individuo. Administración, tan precoz como sea posible, de una pedagogía apropiada. Proporción de un eficaz servicio de empleo a los alumnos que han cumplido su formación profesional. Es decir, los factores clave de la actual rehabilitación.

Hoy día los centros de rehabilitación han permitido aclarar todavía más el panorama, mostrándonos que una de las mejoras conseguidas en la evolución del niño minusválido se debe precisamente a la convi­vencia. Por mucho que el niño haya de recurrir a su propia fantasía, el contacto con otros pacientes posee un efecto catalítico de primera magnitud, y con esto hemos venido de nuevo a dar en el segundo grupo de cualidades personalísticas del esquema de Kahn. Esto quiere decir que cabría admitir un efecto de rebote de la fantasía de cada niño contra los demás, de modo que cuando su propia fantasía es devuelta hacia él ha sufrido algunos cambios. El ensueño, en contacto con los ensueños de los demás, se va transformando en conducta. Entre tanto, va quedando superado el temor de verse distinto a los otros, casi habitual en el niño minusválido en un grupo de niños sin deficiencias y que le hace ver con horror el uso de aparatos, bastones o hasta de una simple alza. La conclusión de todo esto es obvia. El proceso de rehabilitación de cualquier niño minusválido se lleva a cabo mejor y de forma más completa si los aspectos sociológicos de la personalidad se atienden en centros apropiados que permitan el con­tacto con otros niños minusválidos. Hoy por hoy la humanidad no está suficientemente madura como para que los llamados normales acepten sin ninguna reserva en su seno a los deficientes.

Por otro lado, la fantasía del niño minusválido, y esto también es importante conocerlo para su mejor rehabilitación, no es tan ideal como a primera vista pudiera parecer ni siquiera en aquellas situacio­nes de fantasía-personalidad de que antes hablábamos. Paquito, el sordo-mudo cuyo desproporcionado dibujo comentamos, se tira normalmente a la piscina de adul-tos. Teme arrojarse desde el trampolín, pero tampoco acepta tirarse a la piscina de “niños con biberón”, como indica con su rudi­mentario lenguaje. El niño sin deficiencias mantiene fija poco tiempo su atención. Constantemente la cambia de una cosa a otra. El “sub­normal" no puede permitirse este lujo, obligado a mantener su aten­ción dentro de un círculo muy limitado y entonces suple con fantasía su falta de volubilidad. Démosle una mejor capacidad de traslado, proveámosle de las ayudas necesarias para que pueda emplear sus manos y habremos conseguido aproximarle a la realidad. Al mismo tiempo seamos capaces de encauzar su fantasía, fomentándola en aquellos aspectos que le puedan resultar útiles y ayudándole a supe­rarla en aquellos otros que le pueden resultar perjudiciales. En esta dualidad, que sólo la rehabilitación ha sido capaz de traernos, reside una de las conquistas más transcendentales de nuestro siglo.

Cabría preguntarse, para finalizar este aspecto de la utilización de la fantasía del niño minusválido en su rehabilitación, si no existirán niños con un grado tal de deficiencia que carezcan de fantasía por completo. Nuestra opinión es que esto no puede suceder nunca. Siempre existirá algo de fantasía, como siempre habrá algo de inteli­gencia hasta en los oligofrénicos más profundos, y el ser humano se adapta a ella en parte porque no conoce otra cosa y en parte por la enorme capacidad de adaptación que nos caracteriza. En un grado lo ínfimo que se quiera, en un nivel tan bajo que parezca inconcebible, el ser humano con el más intenso detrimento mental al nacer es capaz de poseer un substrato que le va a permitir ir con-formando el edificio de su personalidad. Ni sus propios padres creían que existiese en Helen Keller el menor asomo de inteligencia, y sin Ana Sullivan jamás habría llegado a “nacer el alma.” de la niña. Esta es nuestra principal misión, ayudando a cada niño minusválido a estructurar su personali­dad de un modo progresivo. Es, en definitiva, un problema de norma, de promedio de valores y nada más. La mecánica es la misma que para el desarrollo de una personalidad normal. Serían, una y otra, como el río caudaloso y el arroyo, aparentemente muy distintos, y, sin embargo, con unos caracteres (presencia de agua, existencia de un curso, etc.) absolutamente similares. Con el mismo tipo de ladri­llos, variando su cantidad, su tamaño, el tipo de construcción y la planificación, se puede llegar a construir un puente, un castillo o una choza. Pues bien, cuando se dispone de un material determinado se debe planear el mejor edificio posible, aceptando las limitaciones existentes. Nunca debemos pretender construir un palacio cuando solamente disponemos de material para edificar un refugio de monta­ña, pero tampoco debemos renunciar a edificar este refugio de mon­taña cuando tenemos suficiente material para ello por el solo hecho de que no podemos llegar a edificar un palacio.

C)    La fantasía en las relaciones recíprocas adulto-niño minusválido..

La fantasía es una forma de hurtar lo concreto. Al niño, en general, le atrae el objeto, el color, la forma; un interruptor, una caja, un teléfono. Pero si estos objetos le son negados suple fácilmen­te su posesión por medio de la fantasía. El adulto es generalmente quien prohíbe al niño la posesión del interruptor, de la caja, del teléfono. El niño minusválido suple también con fantasía el detri­mento de sus manos, de sus ojos, de sus oídos o de su inteli-gencia. Aquí el adulto nada, aparentemente, le quita, nada le prohíbe, pero en cambio es la llave de algo de trascendental importancia para el niño, como es el medio en que se desen-vuelve. (Wallon, 13). La fusión del niño con su contorno es anterior a la aparición de la con­ciencia del yo. Conjuntamente al yo, según Wallon, se constituye un sub-yo, el otro, que representa al ambiente y a los seres humanos que rodean al niño. Yo y otro, niño y ambiente, ser biológico y ser social, siguen, siempre en opinión de Wallon, un proceso paralelo, de manera que la conciencia del yo va tomando forma para el niño al mismo tiempo que su aptitud para imaginar la sociedad.

El adulto es quien provee, en su mayor, parte, el medio infantil, cambiándolo o modificándolo con su comportamiento. Si se establece conflicto entre ambos, niño y adulto, el niño llevará en general las de perder, porque el adulto sabe lo que quiere y espera, además, obte­nerlo de los demás, en tanto que el niño se conforma con compen­sarse a sí mismo. Además, el niño es casi siempre noble y veraz, capaz de lealtad, y suele ser poseedor de un equilibrado sentido de justicia, todo lo cual le coloca en inferioridad en una lucha eventual contra el adulto. Sólo los hombres de buena voluntad continúan, quizá sin advertirlo, confiando en su victoria. Por eso para ellos el niño representa siempre esperanza.

La evolución del niño minusválido se va a cumplir en gran parte, a veces de manera exclusiva, en su propio hogar. De aquí la enorme importancia que posee el comportamiento de los padres, a quienes cabe exigir un conocimiento del problema muy superior al de los demás adultos, que sólo de forma ocasional van a poder influir en el niño. Prescindimos de comentar el papel de maestros, psicólogos, rehabilitadores, fisioterapeutas, logoterapeutas, etc., dando por senta­do que todos ellos conocen perfectamente su cometido, lo que les va a permitir poner en marcha los resortes más adecuados de la personali­dad de cada niño. Los padres son los primeros adultos que van a acometer esa importante etapa que hemos llamado “pedagogía social” del minusválido, y también los que quizá van a cumplirla de modo más mantenido y directo. Sus reacciones son muy variables, en fun­ción precisamente de su propia personalidad y, en gran parte, de su propia fantasía.

En primer lugar hay padres que rechazan más o menos incons­cientemente a sus hijos minusválidos. Aquel niño nunca va a ser capaz, al menos aparentemente, de cumplir con lo que la fantasía parental planeaba para él (5). También aquí influyen los factores sociológicos de la personalidad de los padres, que han motivado que durante siglos los niños deficientes fuesen cuidadosamente ocultados a los ojos de los demás. Hay que reconocer que muchos niños minus­válidos son feos, y aceptar lo feo y lo deforme no es lo normal, a no ser que surja la transformación embellecedora del amor (4). Este rechace de los padres no es sino el esquema del rechace social, existente todavía en leyes como la conocida que exige casi para cualquier forma de trabajo “no padecer defecto físico”, o en los problemas que encuentra una escoliótica para ingresar en una comunidad religiosa o un amputado o un sordomudo en ser consagrados sacerdotes. La segunda cara de la moneda, polo opuesto a la situación de rechazo, es la situación de hiperprotección, tan frecuente en nuestro país. El niño minusválido no se encuentra con casi ningún problema que resolver, puesto que sus padres, sus abuelos, se los resuelven todos y de este modo su personalidad no evoluciona.

Es curioso que ambas formas de comportamiento del adulto, rechazo e hiperprotección, y no exclusivamente la primera, como pudiera creerse, hacen desembocar al niño minusválido en una situa­ción de rechazo personal que le impulsa a huir del ambiente en que intuye que no puede desenvolverse. De hecho, este deseo de escapar del medio es frecuente en los minusválidos, pero también lo es en la juventud de nuestros días en general y ello constituye la fuente más importante de delincuencia juvenil. Todos tendemos a un alto con­cepto de nosotros mismos, lo cual es todavía más marcado en el niño, que se autoidealiza, considerán-dose a sí mismo poco menos que perfecto, tal vez debido a que la mecánica de su educación se basa en hacerle mejor y conseguirlo es haber triunfado, tal vez porque el niño está ansioso de llegar a su meta evolutiva, que es la perfección, o acaso por otras razones que ni siquiera llegamos a comprender. El niño minusválido también se autoidealiza hasta, como decíamos an­tes, contemplarse a sí mismo sin defectos. Son los demás los que, al advertirle de sus limi-taciones, ya rechazándole, ya mostrándole la necesidad que tiene de ayuda, le van creando una frustración, a veces un autentico choque. Tal vez se halla aquí la explicación del odio que todos los minusválidos sienten hacia la compasión que los demás les demuestran. El minus-válido mental, además, se refugia en circunstancias elementales de su infancia no evolucio-nada (juegos) o bien en meros instrumentos previos de su inteligencia (memoria). Así se al­canza un bello, casi poético ocultar o disfrazar la verdad, lo que de hecho todos hacemos por estar muy extendida esta costumbre en sociedad. No hay que olvidar que el poner crudamente de manifiesto la verdad puede hundir a un hombre. La solución está en enseñar a la vez al niño minusválido a superar las propias limitaciones y a mantener la seguri­dad de ser útil a sí mismo y a los demás. “La verdadera alegría de la vida —dijo Bernard Shaw— es ser instru-mento de una finalidad reco­nocida por uno mismo come valiosa.” El adulto desengañado busca muchas veces su propia compensación en un mundo invisible por él creado. El niño, todos los niños, hacen esto muy bien, pero, a dife­rencia del adulto, no tratan de convencer a nadie, conformándose, ya lo hemos dicho, con convencerse a sí mismos. El problema está en que si esta situación se mantiene, si nadie es capaz de ayudarles a salir de ella, el paso a la etapa de objetividad es posible que nunca llegue a darse.

La opinión pública, de la que ya hemos dado algunos ejemplos, juega también un importante papel en la posible evolución de la personalidad del niño minusválido. Para unos, el caso Helen Keller era un milagro; para otros, una impostura, no faltando quien opina­ba que lo que había conseguido Ana Sullivan era crear un autómata incapaz del menor pensamiento si aquélla faltaba. Sin, embargo, Helen, que en principio carecía por completo hasta de sentido del tiempo, fue capaz, al describimos en su obra El mundo en que vivo su idea de los colores y los sonidos, de mostrarnos lo que pueden conseguir la imaginación y la fantasía cuando esta imaginación y esta fantasía han sido puestas en marcha por alguien capaz de compren­der. La sociedad actual tiene todavía mucho camino que recorrer, pero nuestra opinión es que este recorrido ha comenzado ya. Los niños que durante siglos han estado llamando infructuosamente a su puerta comienzan, por fin, a ver cómo esta puerta se entreabre. Con nuestra fantasía podemos encauzar la suya. La imaginación, como dijo Selma Lagerlöff, es también un camino, el otro camino, junto a la razón, hacia la verdad. De este modo, con el camino de la razón y el camino de la imaginación podremos llegar, podrán llegar los niños minusválidos, a la vez hasta la poesía y hasta la realidad.

 

NOTAS AL CAPITULO.

(*)    Aclaremos que con el término “minusválido” queremos expresar al deficiente de un modo genérico, es decir, minusválido somático y minusválido mental. Este término, como el de subnormal, como el antiguo de inválido o el preferido por nosotros de discapacitado son en un todo equivalentes, a pesar de existir cierta tendencia a deno­minar minusválido al deficiente físico y subnormal al deficiente mental, lo que no hace sino complicar las cosas. Necesitamos un término que nos exprese a todos aquellos que, como expresa la actual legislación inglesa sobre rehabilitaci6n, se hallan “handicapped in mind or body”.

(**) La inglesa Maria O’Reilly, de dieciséis años citada en Valgo, revista de la Asociación Nacional de inválidos Civiles de Cádiz en su número 14, de junio de 1971.

 

BIBLIOGRAFIA DEL CAPÍTULO 

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12- ROUSSEAU, J. J.: Emilio, Editorial Lux, Barcelona, sin fecha de publicación. 

13- TRANG-THONG: Qué ha dicho verdaderamente Wallon. Editorial Doncel, Madrid, 1971.  

14- WALLIN, J. E. W. y otros: El niño deficiente ,físico, mental y emocional, Biblioteca del Ecuador Contemporáneo, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1965.

15- WALLON, H.: Estudios sobre psicología genética de la personalidad, Biblioteca Ciencias del Hombre, Editorial Lautaro, Buenos Aires, 1965.

16- DARROW. F, y VAN ALLEN, R.: Actividades para el aprendizaje creador, Biblioteca del Ecuador Contemporáneo. Editorial Paidós, Buenos Aires. 1905.

 

III-2 EL FRENTE HUMANISTICO

Fue una aportación al I Congreso Iberoamericano de Rehabilitación celebrado en Alcoitao (Estoril), Portugal, en Septiembre- Octubre de 1970. Se imprimió en el número 3 de ARCANO en Marzo de 1978.

 

EL FRENTE HUMANISTICO

I

La palabra “humanismo” está cargada de conte­nidos estereotipados. En general, sugiere un eco y una consecuencia del Renacimiento. Cuando se pro­fundiza algo surgen Sócrates y Protágoras. Maquia­velo, Erasmo, Luis Vives, tienden un puente hacia Comte, Kierkegaard, Heidegger. Los partidistas suge­rirán a Marx o a Lefevre. Para Hans Keller Dios li­mita la grandeza del hombre y para Maydeu los con­ceptos “humanismo”, “civilización” degradan al cris­tianismo (CORTS GRAU). El error, que conduce al utilitarismo, al anarquismo, al academicismo, tiene que residir en una de las dos posturas, tal vez en ambas. COMTE inventa el Positivismo afirmando que el hombre atraviesa tres etapas en su búsqueda del conocimiento: Teológica, en que todos los hechos se explican a través de la voluntad divina. Metafísica, en que los hechos son manifestación de una realidad subyacente. Positiva, en que todo se aplica por un determinismo causa-efecto. El error está aquí en to­mar como etapas tres formas de conocimiento que pueden ser simultaneadas o alternadas, y en conside­rar la más elemental como la más perfecta y última en aparecer en la historia.

Aún más. MAEZTU, en “La crisis del humanismo”, cita la fórmula de Kant: “Respeta la humanidad en tu persona y en la de los demás, no como un medio, sino como un fin”. Y añade: “Un hombre solo - Jesús en la cruz o Sócrates bebiéndose la cicuta - puede tener razón contra todo el mundo”. Para, páginas des­pués afirmar: “Pero llegó el Renacimiento y con el Renacimiento el Humanismo; y, con lord Bacon, el hombre volvió a proclamar su propio reino, co­mo en los tiempos de Protágoras. Se convirtió de nuevo en la medida de todas las cosas”. En el fondo, el mismo problema de la posible antinomia religión-ciencia, que no pasa, como hemos dicho en “La per­sonalidad del científico”, de contraposición entre “hombre científico y hombre religioso”. Cada uno, puede decirse, vuela en su propio nivel, como hacen los aviones. Pero la imperfección humana es seguramente la culpable de ejemplos como los de Ga­lileo o Miguel Servet”.

Nos encontramos, por consiguiente, ante un an­tagonismo teocentrismo - antropocentrismo que se ha mantenido durante siglos como vaivén histórico y que, sin embargo, quizá no sea sino una mera apariencia. Un falso entendimiento de un problema que jamás se llegó a solucionar porque nunca se lle­gó a comprender de verdad. Un poco de meditación tal vez nos lleve a un intento de comprensión.

En primer lugar, vamos a admitir la idea de que humanismo no es otra cosa que aceptar al hombre como tal e intentar aproximarse a él a través del estudio y el respeto. El hombre es lo que él hace, dice SARTRE. Pero también es lo que él es. Lo que cada uno haga y cada uno respete, es razón de convi­vencia. El secreto está en estudiar cada uno a los demás, respetán-dolos. Son muchas las maneras po­sibles de entender al hombre como tal. CORTS GRAU resalta tres. Tres modos clásicos, fundamentales, de humanismo: Un humanismo helénico, que está inspirado en el principio de la libre indagación intelec­tual. Un humanismo romano, basado en el principio fundamental de la universalidad del derecho. Un hu­manismo cristiano, imbuido del principio de acepta­ción del valor sobrenatural de la persona humana. Una y otra forma de humanismo se entremezclan a lo largo de la historia, no para engendrar nuevas formas de enfoque o modos distintos de pensamiento, sino para destruirse mutuamente. Así, el huma­nismo romano, ciceroniano, se va diluyendo hasta la desaparición en el teocentrismo medieval, para surgir de nuevo con el Renacimiento, que intenta anular los modelos de la Patrística.

Lo cierto, sin embargo, es que los tres tipos de humanismo reseñados son perfectamente válidos. Aún más, y sobre todo, constituyen facetas del mismo proceso. En primer lugar, el hombre tiene no solo derecho, sino obligación a la vez, de ejercer la li­bre indagación intelectual. En segundo término, po­see una opción, indespojable desde la Proclamación Internacional de Derechos Humanos, a ser protegi­do según derecho. Por último, tiene la posibilidad de entender su comportamiento como clave de una ga­nancia, que es la vida sobrenatural.

Las tres facetas son trascendentales. De ninguna de ellas se puede privar al ser humano, ni tampoco hipertrofiar cualquiera en detrimento de las otras dos, a no ser que el individuo resuelva hacerlo voluntariamente, como sucede con los religiosos. Que, sin embargo, nunca renuncian del todo a sus otros dos derechos, casi siempre muy claros para todos en general. Precisamente nos vamos a detener en la fa­ceta religiosa, que siempre ha sido la menos comprendida por menos clarificada, pasando de la su­premacía total a la negación absoluta. Posturas am­bas tan estériles como peligrosas.

La idea de la existencia de un Ser Supremo, Crea­dor, es consecuencia del asombro del hombre ante lo creado. Tan connatural vemos esta idea al ser hu­mano que siempre hemos considerado que existe una faceta religiosa (de “religación”, como dice ZU­BIRI) entre las integrantes de la personalidad. Las doctrinas que niegan el derecho al libre desarrollo y utilización de esta faceta, castran la personalidad global tanto como las que anulan la faceta social o la expresiva o las que tienden a contrariar la evolu­ción somática o la mental. En esta religación con la divinidad, entendemos que se halla precisamente una clave para explicar el humanismo, cualquiera que sea la religión profesada. Dios es siempre el mis­mo. Pensar que un accidente de la atmósfera pudo producir la vida al integrar unos componentes, no puede bastar. Aún obviando la pregunta de por qué estos componentes y no otros o de donde fueron formados los elementos integrantes y por quién, no basta. El hombre necesita algo más e incluso el ser vivo. El animal que canta al sol cuando nace, la planta que busca la luz, viven, a su modo, una for­ma de religión.

Así pues, en contra de lo que creían COMTE o MARX, en el fondo demasiado pagados de su propia condición humana individual, la atención hacia el ser humano no tiene por qué anular en el hombre la debida atención hacia Dios. Ni tampoco al contrario. El ordenamiento divino no solo no traba el de­senvolvimiento humano sino que lo dirige desde el principio de la vida. En realidad, apenas hemos he­cho otra cosa, hasta ahora, que asomarnos tímida­mente a los umbrales de este ordenamiento.

 

II

La meditación nos ha llevado a descubrir una cla­ve: Se puede considerar a Dios, esperar en El y, sin embargo, o tal vez por ello, poner atención en el ser humano. A la vez, culto a Dios y homenaje al hombre. Culto a Dios que no solo es bueno, si­no necesario, a no ser que se caiga en el nihilismo fatalista de “dejarlo todo en sus manos”. Homena­je, que es atención y respeto, a la humanidad, en una forma menor de culto hacia algo tan importan­te en la vida del hombre como es el respeto a los núcleos de convivencia. Poniendo así de manifiesto el entramado de altruismo con que fue tejido el espí­ritu humano. La realidad de que el ayudar a los de­más nos hace a cada uno más fuerte. Forjando, en suma, el verdadero humanismo.

Esta necesidad de ayudar a los demás es más cla­ra en la profesión de médico que en ninguna otra. Del médico depende el destino de un ser humano “por voluntad y confianza del enfermo y de la fa­milia”, como dice SANCHEZ CUENCA. Que añade: “Creo que ninguna otra actuación del hombre igua­la a esta en grandeza y responsabilidad”. MARAÑON, cuando analiza el peligro de que se desnaturalice la personalidad del médico “al derramarse por los territorios del arte, de la sociología, de la filosofía”, encuentra la defensa en esta necesidad “centrada en el conocimiento entrañable del hombre que es, cada uno, como un mundo y justifica todos los afanes del médico y todas las extralimitaciones de su sabidu­ría”. Y, sin embargo, la Medicina actual va perdien­do matices de este humanismo que, a pesar de todo, no termina de perder, que nunca, seguramente, per­derá por completo. Pero que es indudable que se va atenuando. La ciencia más humanística entre todas, la Medi­cina, se deshumaniza. Es la mano operada por un cirujano que no sabe si interviene a un adolescente o a una mujer. Las exploraciones masivas. La solu­ción terapéutica de complacencia. Todo ello por causas en que interviene el incremento de los factores técnicos, la masificación, la prisa o la simple or-ganización oficial.

Las razones generales no las sé ni hacen tampoco al caso. Tampoco conozco mucho de lo que pueda haber de deshumanización en otras especialidades. Pero conozco bastante bien lo que sucede en la mía de Medicina rehabilitadora y creo que debo decir algo sobre ello.

En el caso de la Medicina rehabilitadora lo que existe, más que una deshumanización, es una falta de enfoque humanístico. La Medicina rehabilitado­ra se ocupa de los problemas que conciernen a mi­nusválidos y a minusvalías. Como quiera que las si­tuaciones de minusvalía tienen orígenes muy distin­tos surge una idea de polivalencia por la cual la especialidad derivaría de la mezcla de fragmentos de otras especialidades; la que llamamos “Rehabilitación mosaico”. Incluso se ha dicho que Rehabilita­ción es una fase de la Medicina y aún la Medicina entera. Hecho, este último, bastante lógico, teniendo en cuenta la definición que da LETAMENDI de es­pecialidad en Medicina: “Aplicación de toda la Medicina a un ramo particular de su práctica”. (OROZ­CO ACUAVIVA). Ha habido quien ha confundido Re­habilitación con Traumatología y así los minusvá­lidos de origen postraumático han tenido que aguar­dar, para hallar una verdadera ayuda en su situación de secuela, la apari-ción de la Medicina Ortopédica, rama de la Rehabilitación encargada de las situaciones de minusvalía de aparato locomotor, tanto sean de ori­gen neurológico, reumatológico, pediátri-co o trauma­tológico, como propiamente ortopédico.

Si alguien ha necesitado alguna vez un verdade­ro humanismo este alguien es el minusválido, de cualquier tipo u origen. La Medicina, que crea una especialidad para ellos, tarda en ver esto. Les ofre­ce simples técnicas terapéuticas, que a veces desem­bocan casi en lo circense: “Pensar que los rehabili­tadores estamos limitados a unos medios terapéuti­cos es otro equívoco; ya lo decíamos más arriba, te­nemos a nuestra disposición toda la Medicina y toda la Sociología” (OROZCO ACUAVIVA). Se trata de obviar el problema y se cae enton-ces en ese fondo de saco llamado “Medicina Física”, entidad sin entidad, que ni siquiera figura en la relación de especialidades médicas de la Enciclopedia Británica y que, para mayor mal en España, cierra el paso a la Universi­dad de la verdadera Medicina rehabilita-dora. Aún más. La minusvalía es una situación ante la vida. La legislación vigente en nuestro país exige su valoración, indicando la cifra de 33% de pérdida fun­cional psicosomática como umbral. Pues bien, las tablas de la American Medical Association, oficiosa­mente aceptadas por nuestra Seguridad Social, valo­ran la patología, el síndrome, no la situación perso­nalística. Sirvan de ejemplo algunas de las tablas: Sistema cardiovascular. Sistema nervioso central. Nervios periféricos. Enfermedades mentales. Siste­ma hematopoyético...

El minusválido se cansa de nadar, de ser metido en saunas o sometido a chorros; de la onda corta y las manipulaciones; de las tablas gimnásticas; de hacer cestos de mimbre. Y pide soluciones reales. Pide un puesto de trabajo, y el derecho a formar una familia, y posibilidades para viajar o ir a misa o a un espectáculo sin tener que quedarse ante la puerta. Pide un empleo adecuado de medios y el ser orientado por verdaderos especialistas. Pide, sobre todo, veracidad y seriedad. Autenticidad. Todo lo que la Medicina rehabilitadora, deshumanizada, le nie­ga o solo le concede en parte, porque más no le per­miten el tópico, o los intereses que se ha ido de­jando que se creasen, o ese ordenamiento preestablecido en momentos de desconcierto. Porque al principio no se fue capaz de lucha y porque esa lucha no se planteó en un frente auténtico. Un frente humanístico.

De otra forma, en otro orden secuencial, le ocu­rre algo similar a los pacientes de las demás espe­cialidades médicas. El humanismo médico se daba en el pasado, casi nada ahora. No hay dedicación auténtica a una especialidad, sino un volar de una a otra, un encallar constante al faltar el fon­deadero de la verdadera vocación. El paciente pare­ce ser la principal víctima, pero también lo es el médico. No es que aquel llegue a quedar huérfano de éste, sino que se convierten en huérfanos los dos, cada uno del otro.

El problema es de todos, aunque tal vez los mé­dicos rehabilitadores nos demos más cuenta porque nos llega más agudo, más afilado. La solución está en encontrar de nuevo las barricadas del humanis­mo y luchar en ellas. En sumergirse en la idea de otro Renacimiento, al que constantemente está con­denado el hombre a volver porque también constan­temente lo abandona. Casi siempre, sin darse cuenta. Veamos como puede entablarse esta lucha en nuestra época actual.

 

III

El hombre se acerca al humanismo o se aleja de él, en oleadas, a lo largo de la historia, porque no lo comprende bien. En relación con la necesidad “de mantener la palabra Humanismo”, dice HEIDEG­GER: “Yo me pregunto si ello es necesario”. Pero “humanismo” no es una simple palabra, ni tampoco una interpretación, un programa político ni una posición antagónica. Humanismo es una forma de enten­der el devenir vital. Una aceptación de algo tan real como es el hombre. Quizá es también un modo de comportamiento en un sentido univer-sal. En ningún caso puede plantear antinomias entre los componen­tes de la personalidad, con lo cual se desmorona toda posibilidad de lucha de las facetas social y religiosa una contra otra.

Hemos vuelto de nuevo a la idea de religación, que debe quedar clara para poder seguir adelante. CHASTEL y KLEIN, en su reciente obra “L’ age de 1’ humanisme”, traducida con el título de “El hu­manismo”, vuelven a apoyarse en el clásico antagonismo Iglesia-Cultura y consideran al humanismo como un Renacimiento. Entendiendo por Renaci­miento el “volver al hombre”. Lo cual constituye, queramos o no, una forma, la más segura, de dirigirse hacia Dios. Pretender ir hacia El (que es lo que hacemos todos, aunque le neguemos), en una andadura directa, sin etapas, es como emprender un via­je sin preparativos. Volver al hombre es hacer ese viaje con vehículo, lo que permite atenuar la fatiga del camino. Hasta el viaje más directo a Dios, la Mística, es siempre humano, como muestra, por ejem­plo, Santa Teresa. Incluso el “Bodhisattva” budista, que lleva su excelsitud hasta la idea de sacrificar la propia alma para salvar las almas de los demás, cumple su empeño con el comportamiento que en este mundo lleva a cabo cada individuo. Está aquí el al­truismo, la forma más desprendida, menos egoísta, de humanismo. Pero debemos comprender que Dios se limita a ponemos en liza. El resto corre de nues­tra cuenta. Seguramente, el resultado final, aquel que nos será medido, dependerá de lo que hayamos sido capaces de realizar. Es decir; de lo que haya­mos sido capaces de comprender.

Este modo ecléctico, polivalente, de enfocar el problema, derivado de la comprensión de la persona­lidad humana, también polivalente, entendemos que aclara mucho la situación. En cambio, conformarse con una visión parcial, unilateral, determina una ac­tuación que también es parcial, de enfoque circuns­crito, generalmente sin solución posible. Y con un tremendo peligro de caer en lo político. Por ejem­plo, si hay justicia social nadie tendrá que acudir a defender al trabajador. El fallo sigue siendo social, en la altura, no administrativo, es decir, político, de estamentos inferiores. Y la solución debe ser tam­bién social, no política. Yo me atrevo a pensar que llegará un momento en que los verdaderos rectores de cada nación sean los técnicos, los entendidos en cada forma de conocimiento. Sus normas y orienta­ciones deben ser aceptadas por la administración, los políticos, y no al revés. Con ello se lograría un avance social, espiritual y material mucho más rá­pido de toda la humanidad, a través del mejor apro­vechamiento de los dones con que Dios ha dotado al hombre desde el principio. Evitando así que estos do­nes sean negados, ignorados o destruidos, como en muchos momen-tos ha llegado a suceder.

Humanismo es una forma de entender el devenir vital. De todos los hombres, con respeto. Y para no­sotros, médicos, de todos nuestros pacientes, dentro de los matices de cada especialidad. Y, también, con respeto. Ahora bien. Nuestra forma de vida es dife­rente a la habida en siglos y aún años cercanos atrás. También es diferente nuestra forma de pensar. Ideas que pueden parecer innovación no son sino el resultado de la presión que ejerce nuestro modo de vivir sobre nuestro modo de pensar. Hemos inten­tado, hasta estas líneas, un concep-to de humanismo de ca­rácter general, absoluto. Ensayemos ahora, para concluir, el análi­sis de los matices que sobre este pensamiento gene­ral haya aportado nuestra especial forma actual de vida.

“El esfuerzo de los últimos años —dice USCATESCU— se caracteriza por un ritmo impresionante ace­lerado en las ideas”. “En este ámbito, el problema del hombre y la vigencia del humanismo se plantean de un modo totalmente diferente que hasta ahora”. Son tres los aspectos que plantea el escritor rumano-español:  “1º En qué medida el actual conflicto entre los humanismos incide, a través de una síntesis, en la formación de una nueva conciencia humanista. 2º En qué medida la más avanzada filosofía del momen­to considera la presencia del “hombre” como un mal de la espiritualidad. 3º Cual es el puesto en un nuevo humanismo de la angustiosa imagen del hombre en el espacio”. “Lo cierto es que los humanismos están hoy de moda, son múltiples y, cosa aún más importante, se hallan todos o casi todos en conflicto unos con otros”. Y es que el hombre no sabe a donde le dirige su destino, hasta qué meta le encamina esta era tecnificada que le ha tocado vivir. Y duda. Y teme. Y, a pesar de ello, o tal vez por ello, se atre­ve a desafiar. En un orgullo que es solo apariencia, como el del niño pequeño que se ve a sí mismo, que opta por verse a sí mismo, invencible.

De este modo nos encontramos, entre otros, con el “humanismo real”, de Merleau-Ponty; con el “hu­manismo del trabajo”, de Gentile y Spirito; con el “humanismo marxista” y el “humanismo existencia­lista”, más políticos que otra cosa y, por tanto, supe­rables fácilmente con sólo cambiar las normas de vida. “Todos ellos están animados por un sentido dialéctico que es, al mismo tiempo, conflicto y dra­ma, lucha e incertidumbre y aventura”. (USCATESCU). Y van quedando atrás, como las modas.

Es mejor, sin embargo, hablar de confusión antes que de conflicto. “Vasta confusión”, dice USCATESCU. Todo estriba, de nuevo, en comprender y en hallar un camino que nos lleve a la integración. Un camino que tal vez se halla en el concepto genérico que apuntábamos párrafos atrás: Destino del hombre ha­cia Dios a través del hombre, de su conocimiento, de su aceptación. De una idea de ayuda y de solidari­dad de cada uno para con todos los demás. Estamos a las puertas de un nuevo humanismo que tal vez no pase de ser otra moda, o modo, que añadir a los anteriores: El humanismo del año 2.000. No nos en­gañemos. El hombre sigue siendo el mismo. La que es diferente es la etapa alcanzada en el camino reco­rrido por la humanidad. Nosotros, médicos, tenemos que saber esto más, quizá, que otros profesionales. Y si es necesario, debemos ser capaces de librar la batalla en el único frente de lucha posible. El fren­te eterno que nos hace útiles a todos los hombres. Un frente, que sea, por encima de todo, humanístico. Que nos permita defender a la vez la dignidad del hombre, su afán de saber y sus ansias de eternidad. Porque esto y no otra cosa es humanismo, desde el principio de los siglos.

 

INDICE BIBLIOGRAFICO

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R.  DE MAEZTU: “La crisis del humanismo”. Editorial Miner­va. Barcelona, sin fecha.

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III-3 RESPONSABILIDAD DE LA COMUNIDAD EN REHABILITACIÓN.

Reseña fruto de la asistencia al XI Congreso de la Sociedad In­ternacional de Rehabilitación, aparecida en la Revista Iberoamericana de Rehabilitación Médica, VI, 3, Julio-Septiembre de 1970.

 

RESPONSABILIDAD DE LA COMUNIDAD EN REHABILITACION. NOTICIA DE UN CONGRESO

Hay nombres que constituyen un acierto. Así sucede con el que se ha dado al XI Congreso de la Sociedad Internacional de Rehabilitación, celebrado en Dublín los días 14 al 19 de septiembre pasado. (1970). Porque hablar de responsabilidad de la comunidad en rehabilitación es marcar algunas de las facetas más importantes de una especialidad que, rompiendo con pasados errores, propios de balbuceos iniciales, comienza a encontrarse a sí misma. Siguiendo un camino que es, sin duda, médico, pero que también es social. “Se está evolucionando en todo el mundo —dijo el doctor Rusk en la sesión inaugural—; lo que era “Medicina Física y Rehabilitación” se transforma en “Medicina de Rehabilitación”. La clave está en una sola palabra: TRA­BAJO.” Y para marcar mejor este concepto, Howard Rusk deletreó, en inglés, la palabra: W-O-R-K. La labor del equipo de Rehabilitación —me­dico rehabilitador, fisioterapeuta, terapeuta ocupacional, mecánico ortopédi­co, logoterapeuta, consejeros vocacional y laboral— se muestra cada vez más clara. “Debemos aprender —concluyó Rusk-— a planear y a soñar juntos.”

Alguno de los presentes, seguramente, no estuvo de acuerdo con el pro­fesor americano, por apego a “su” propia cómoda parcela de acción profe­sional. Uno se explica bastante bien esta resistencia de algunos compañeros a abandonar el camino fácil, por la pereza que da el intentar salir de él y por esa tendencia innata del hombre hacia lo sencillo y lo concreto, evitando cuidadosamente las complicaciones “filosóficas”. Un ejemplo, suce­dido en el Congreso de Dublín. Al mismo tiempo y en salones distintos se celebraban sistemáticamente cinco reuniones diferentes. El primer día y a la misma hora se trataba en el Salón A nada menos que de los “Desarrollos alcanzados en el campo de la Medicina de Rehabilitación” y en el X de “Esclerosis en placas”. El primero permaneció todo el tiempo casi por com­pleto vacío, mientras que en el segundo apenas cabía nadie más. El hombre busca sobre todo lo que le brinda un interés práctico, sin advertir que aquello de lo que se aparta es precisamente lo que le va a ofrecer apoyo y soporte para poder desarrollar esa anhelada labor positiva. No son las téc­nicas, sino los conceptos doctrinales, los que conforman una especialidad. Como dijo Robert Burón, antiguo ministro de las IV y V Repúblicas fran­cesas y director de “Readaptation”, que habló, también en la sesión inaugu­ral, de la importancia que tiene la voluntad del hombre, que ha movido el progreso de los últimos años: “La voluntad del discapacitado ha movido la Rehabilitación en los cincuenta últimos años”. “Solidarizándose, los disca­pacitados del mundo entero están consiguiendo integrarse definitivamente en el mundo moderno, como hombres que son, cualquiera que sea su discapacidad o el color de su piel.” A nosotros, rehabilitadores, nos corresponde, según Burón, ayudar a que les sea devuelta la dignidad. Creando una espe­cialidad auténticamente útil, consiguiendo una efectiva reclasificación pro­fesional, separando a los discapacitados auténticos de los perezosos, mo­viendo a la opinión pública, que, por lastres del pasado, comprende mal y cree que el discapacitado “es un designio de Dios, venido de arriba abajo, una desgracia que tenemos la obligación de compadecer”. “Desde hace cin­cuenta años —afirma Burón— la Rehabilitación está ligada a la civilización.” Esto lo afirmó un hombre militar y político. A nosotros, médicos, nos co­rresponde, por lo menos, el comprenderle.

Este hecho de celebrarse en cada momento cinco sesiones simultáneas dificultaba enormemente la captación completa del Congreso. En espera de la publicación del libro del mismo nos vamos a contentar con dar una idea muy somera de los aspectos a que pudimos alcanzar, para un mejor cono­cimiento de aquellos compañeros que no llegaron a asistir. Hemos hablado antes de “Desarrollos alcanzados en el campo de la Medicina de Rehabilitación” y de “Esclerosis en placas”. El desarrollo principal de la Rehabili­tación en los últimos años ha sido el alejarse cada vez más de la “Medicina Física”. Se nos ocurría pensar que la “Medicina Física” es como los boto­nes de un traje, que es la Rehabilitación. Desde luego los botones suelen usarse, pero ningún sastre los anuncia. Incluso es posible hacer trajes sin botones, mientras lo importante, el traje, se usa siempre. La clave está, indudablemente, en ese difícil saber cambiar que les corresponde a todos aquellos que comenzaron equivocados. Un saber cambiar que, según parece, va siendo aceptado. Incluso las monedas están siendo cambiadas en su ordena­ción en estas islas después de siglos de uso y de sistema. Por otro lado, nosotros, españoles, tenemos, si queremos, una ventaja, como comentaba Araluce, ya que estamos empezando y ello nos permite conocer y rechazar los defectos y errores que han ido teniendo los demás. Por  cierto que el año 1972 van a coincidir los dos Congresos de las dos Sociedades internacionales: el de la Sociedad de Rehabilitación, en Sidney, Australia, y el de la Sociedad de Medicina Física, en Barcelona. Dura jornada para los españoles, que debemos volcarnos en el Congreso que se va a albergar en nuestra patria, pero que tenernos también obligación moral de estar al tanto de lo que sucede en el continente australiano. Dos Congresos geográfica­mente antípodas. ¿ También conceptual-mente? Creemos que no o, por lo menos, no del todo. Lo importante, como se ha dicho en Dublín, sería con­seguir la integración en una sola Sociedad Internacional de todos aquellos espe­cialistas que estén auténticamente interesados en la verdadera Rehabilitación.

En lo que pudimos escuchar, poco importante hubo en la reunión sobre esclerosis en placas. Se comentó la posibilidad de que se trate de una enfermedad a virus; esto explicaría la inmunidad adquirida, por ejemplo, por la raza negra. Sobre tratamiento, lo ya conocido. Mantener una función mo­tora lo más perfecta posible a través de acciones medicamentosas y cinesi­terápicas. Se habló mucho de la importancia que tiene conseguir una buena relajación. Las vacunas no han sobrepasado todavía la fase experimental.

El siguiente grupo de sesiones estaba integrado por “Aspectos prácticos sobre los epilépticos en edad de trabajo”, “Orientación vocacional”, “Pro­gramas para los reducidos al trabajo domiciliario”, la segunda reunión sobre “Desarrollos en Medicina de Rehabilitación” y “El desarrollo de una ter­minología internacional en Rehabilitación”. No pudimos vencer la tentación de asistir a esta última. Tal vez, ni siquiera lo intentamos. La recompensa fue encontrarnos en una de las sesiones de mayor inquietud y profundidad de todo el Congreso. El mundo lingüístico de la Rehabilitación es apasio­nante. Todos los aspectos de la especia-lidad están recién creados o se están creando y los nombres que envuelven estos aspectos son, a la fuerza, tam­bién nuevos. Para fabricarlos hace falta poseer unos conocimientos semán-ticos que no todos los médicos se han entretenido en adquirir, y de aquí la avalancha de términos extranjeros, fundamentalmente ingleses, en casi todos los idiomas. Como sucedió en automovilística, en deporte, en física o en co­mercio. La cosa se complica aún más cuando existen a la vez nombres clá­sicos y nombres modernos para el mismo concepto. Kosunen, de las Naciones Unidas, comentó la necesidad de homologar los términos ingleses “invalid”, “crippled”, “handicapped” y “disabled”, que expresan lo mismo. “Disabled” es, tal vez, el mejor, ya que indica alteración, no pérdida ni desventaja. ¿ Cómo transportar este término al español?.  “Disable” suena muy mal, como “dishábil” ,afor­tunadamente, que si no fuera por eso ya habría quien lo empleara, como hay algunos que dicen, lo hemos oído, “jandicapado”. Discapacitado, aun­que larga y poco eufónica, nuestra palabra, es la más correcta y así lo ha reconocido la Organización Mundial de la Salud con su refrendo.

Tal vez los que mejor defienden su idioma son los franceses, con el inconveniente de que la defensa, si no se hace bien, crea a su vez problemas, como sucede con el nombre “Readaptación” en lugar de “Rehabilitación”, también de estirpe latina, o con “Ergoterapia” en vez de “Terapia Ocupa­cional”. Montferrand, del Comité Nacional Francés de Unión para la Re­habilitación de los Discapacitados, anunció haber publicado en 1955 un Glosario en francés de términos de Rehabilitación, reconociendo, al mismo tiempo, la necesidad absoluta de que se cree un diccionario internacional, con traducción de cada término a todos los idiomas. Esto nos hace pensar en quién hará la versión española y no podemos evitar un estremecimiento. En el campo de la Ortótica (Ortética y Protética) tenemos a Pedro Prim. ¿ Y en el resto?. Murphy, del Comité Internacional de Prótesis y Ortesis de la Sociedad Internacional de Rehabilitación, al que también pertenece Prim, y Nielson, fisioterapeuta, de la Confederación Mundial de Terapia Física, abogaron por la necesidad de crear no sólo términos correctos, sino definiciones apropiadas de los conceptos que con cada término se expresen. Por ejemplo, en Inglaterra la Terapia Física incluye la electroterapia, pero en Francia la ley prohíbe a los fisioterapeutas el uso de estas técnicas, y de aquí el cambio de nombre, cinesiterapeutas, que en este país han tenido estos técnicos paaramédicos. Algo así intentamos hace años en España, si bien con el fin de salvar a nuestros fisioterapeutas de caer en la trampa, tan infantil como eficaz, de la “Terapéutica Física” tal como aquí se quiere entender. Sin resultado, ya que no sólo la Fisioterapia, sino toda la Rehabilitación, discapacitados incluidos, forma parte universitaria de la Radiología, hecho que, al ser referido, suele dejar con la boca abierta a los interlocutores extranjeros. Cuatrocientas palabras forman el vocabulario profesional de los fisioterapeutas. Se dijo también que existen 171 cambios posibles entre los diferentes lenguajes oficiales del mundo. La última terminología creada ha sido la sueca-árabe. Por cierto que existe una comisión nórdica denomi­nada Terminología Escandinavo-Inglesa de Rehabilitación, uno de cuyos representantes formó parte de la mesa. Sundberg,  de la UNESCO, aseguró que se ha llevado a cabo en 1968 un estudio terminológico internacional y que el programa correspondiente será puesto en marcha en el bienio 1969-1970. Al final, los españoles nos quedamos comentando la triste realidad de que palabras que copiamos del inglés han sido tomadas previamente por los ingleses del latín, del griego y aun del propio español. Paradojas. Paradoja también que por esto nadie se ofenda.

Fuera de los salones, en los locales de exposición, suecos, alemanes e ingleses rivalizan en la presentación de sillas de ruedas eléctricas. Un paralítico cerebral atetósico, incapaz de nin-guna actividad motora eficaz, recorre los pasillos en su sillón manejado con la boca o escribe a máquina con un artificio que sujeta entre los dientes. Los holandeses muestran una bella co-lección de artificios “que instruyen jugando”, útiles para niños paralíticos cerebrales. Para su enseñanza y, también, para calibrar objetivamente su capacidad intelectual y manual. El mun-do civilizado, no cabe duda, en lugar de rechazarlos acoge a los discapacitados de todo tipo y a las personas de edad. A este acogimiento, en el primero de los casos, se le llama Rehabilita-ción.

En el grupo siguiente de sesiones elegimos el tema de “Transporte del discapacitado”. Se proyectaron películas y la americana, de Nugent, era muy buena. Los autobuses poseían unas rampas que ascendían y descendían y que transportaban la silla de ruedas con su ocupante en muy pocos segundos. Pensamos, aunque con humanísticas dudas, si no sería más fácil crear ciudades perfectamente acopladas, sin dificultades, como el “Het Dorp” que presentaron des-pués los holandeses, en la reunión titulada “Eliminando barreras arquitectónicas”. El hombre, discapacitado o no, sacrifica en gran parte su libertad en aras de su co­modidad.

Ha sido éste, creemos, el Congreso de Rehabilitación en que más se ha hablado de los discapacitados mentales. Su número sobrepasa, con creces, al de los postraumatizados, y, sin embargo, han sido estos últimos la cortina con la que se ha pretendido cubrir en España durante años el amplio cuadro de la Rehabilitación. No sucede así en los demás países, afortunadamente para nosotros, que podemos darnos cuenta de qué modo ha de ser trazado nuestro camino. Además de las obligadas reuniones sobre Parálisis Cere­bral y Hemiplejia, registramos los siguientes temas: “Defectos visuales en las instituciones para enfermos mentales”, “Neurosis hospitalaria”, “Re­habilitación del paciente psiquiátrico”, “El adulto retardado en la comuni­dad”, “Necesidades elementales del paciente con disfunción cerebral”, “Re­habilitación del alcohólico”, “Rehabilitación del drogadicto” y “Retraso mental”. Una vez eliminados los supuestos que no atañen a la discapacidad, sino a la enfermedad, un gran alivio para todos cuantos defendemos el papel de la “Me­dicina Psíquica” en Rehabilitación. Es de resaltar también la sesión titulada “Genética y consejo familiar”, nueva prueba de que la Rehabilitación cien­tífica ya ha hecho su aparición. También se afianza el concepto del deporte como derecho del discapacitado. Un nuevo derecho, ya admitido y reconocido por la sociedad.

El tema “Organización y desarrollo de los Centros para lesionados me­dulares” fue desa-rrollado por Guttmann, germano britanizado, que escuchaba a su colega alemán Jochheim por los auriculares de la traducción, y por De Souza, de Uganda. El tratamiento de estos pacientes, nos dijo Guttmann, como el de todos los pacientes en Rehabilitación, es una mezcla de Medicina y de Humanidad. Deben acudir desde el principio al centro donde van a ser tratados. Hay cinco de estos centros en Inglaterra, pero el problema tiende a aumentar. De Souza, muy joven, hace una buena exposición. El 60 por 100 de los parapléjicos de Uganda y Kenia trabaja y vive en su propia casa, mientras el resto permanece en hospitales. Oyendo preguntar a Araluce nos duele un poco que él no participe también en esta mesa. Tónica general del Con­greso ha sido la falta de una acción directa de los españoles. Solamente el padre Eguía habló en la mesa de Retrato Mental; González Más fue vice­presidente en la sesión de “Rehabilitación cardiovascular”. Y eso fue todo. Gracias a Araluce nos enteramos de que la unidad de parapléjicos suele estar formada por 20-25 pacientes, pero no hay inconveniente en que contenga 200 y aun más. En Alemania y en Suiza, aclara Jochheim, se gasta el Gobierno 10 dólares por día en cada parapléjico. En Estados Unidos la cifra llega a 20 y en algunos hospitales 30 dólares día. En la India sola­mente 2. De Souza dice que, a pesar de lo conseguido, los medios en su país no son grandes, ya que la asignación para Sanidad es solamente de 10 dólares por habitante al año. En la India, por último, hay una enfermera cada 16 parapléjicos; en Inglaterra, una cada cuatro.

Los problemas de prótesis y ortesis no pueden faltar. Se comenta, una vez más, la técnica de la aplicación inmediata postquirúrgica del encaje. Lo más interesante de estos aspectos se hallaba en los locales de exposición. Las prótesis mioeléctricas siguen siendo la última palabra, no terminada todavía de pronunciar. También las ortosis ajustables y de piezas desmon­tables. Los aspectos sociales siguen preocupando; dos de las sesiones ple­narias y uno de los cuatro equipos de “Orientaciones para el futuro”, tra­bajando desde antes de comenzar el Congreso, fueron dedicados íntegra­mente a estos problemas. Viendo lo que puede hacerse por el acoplamiento al trabajo de cardíacos severos o de enfermos coronarios, se da uno cuenta de que la Rehabilitación ha venido a dar solución a unos problemas que hace años nos hubiera parecido monstruoso hasta el plantearlos. Nos ente­ramos también de que funciona plenamente el Consejo Europeo en cuanto a Rehabilitación. Integrado por dieciocho países, existe desde hace veinte años con una finalidad de cooperación internacional. Los países son los seis del Mercado Común, Austria, Chipre, Dinamarca, Grecia, Islandia, Inglaterra, Irlanda, Malta, Noruega, Suecia, Suiza y Turquía.

Y hablando de colaboraciones internacionales hay que decir que ori­llando la opinión, existente anteriormente, de que nuestra Sociedad Na­cional no tenía por qué pertenecer a la Sociedad Internacional de la espe­cialidad, nos entrevistamos todos los miembros de la actual Junta presen­tes en Dublín, con excepción del doctor Lozano Azulas, con el actual secretario de la Sociedad Internacional de Rehabilitación, Norman Acton, con el fin de facilitarle información relativa al posible ingreso de España, a través de la S. E. R., organismo de ámbito nacional, en aquella Socie­dad y, por tanto, en el concierto de la rehabilitación mundial, como miem­bro afiliado. De este modo se completaría, de modo efectivo, la labor rea­lizada, sin presencia, voz ni voto, por las entidades hasta ahora inscritas en nuestra Patria con un mero carácter de miembros asociados: Instituto Nacional de Rehabilitación de Inválidos de Madrid, Mutua Metalúrgica de Barcelona y Cruz Roja Española. La entrevista, celebrada con la compañía del doctor Prim, miembro personal de la Sociedad Internacional de Rehabilitación, discurrió en medio de la más absoluta cordialidad, mani­festando el señor Acton que veía muy lógica nuestra ilusión y que espe­raba que las gestiones necesarias, de las cuales nos informaría por escrito, tuviesen un feliz término en la próxima Asamblea anual de la I. S. R. D. El paso ha quedado dado y los trámites en marcha. Esperamos, confiados, la opinión general.

Para finalizar esta reseña informativa, digamos que, en conjunción con el Congreso, cuatro grupos de expertos se dedicaron a confeccionar unas “Orientaciones para el futuro”, como ya hemos indicado antes. Estos gru­pos trabajaron en los siguientes aspectos de la rehabilitación: educación, ordenación social, ordenación vocacional y aspectos médicos. El informe inicial de estos cuatro grupos marca unas directrices de clara orientación sociológica. Para nosotros, moralmente obligados a conseguir una enseñan­za eficaz y pertinente de nuestra especialidad, tiene interés conocer la tendencia actual a instaurar una asignatura obligatoria para que todos los médicos, no importa la especialidad a que luego se vayan a dedicar, alcan­cen un conocimiento suficiente del discapacitado, su idiosincrasia, sus pro­blemas y sus soluciones. A pesar del interés de las recomendaciones de es­tos cuatro grupos de trabajo, preferimos no entrar más en ello. No sólo por lo que se alargaría este escrito, sino porque entendemos que conviene esperar al informe definitivo para conseguir una idea totalmente clara de la situación.

 

III-4 PEDAGOGIA SOCIAL DEL DEFICIENTE MENTAL.

Es comunicación al primer Symposium Iberoamericano de Rehabilitación, Madrid, Mayo 1971. Se publicó en la Revista Iberoamericana de Rehabilitación Médica, X, 2, Abril 1974.

 

PEDAGOGIA SOCIAL DEL DEFICIENTE MENTAL

“Pedagogía” deriva de “pais, paidos”, niño, y “agein”, llevar, con­ducir. Equivale, por tanto, a la conducción del niño por el camino más apro­piado. “Social” significa que esta conducción ha de hacerse precisamente por y en la sociedad. Vamos a esforzarnos en mostrar de qué modo esto puede y debe ser así.

Comencemos por decir que, a nuestro modo de ver, existen tres formas posibles de Pedagogía: Pedagogía Física, que se ocupa de la formación somática del niño, a través de técnicas de Educación Física y Deportiva. Pedagogía Mental, encargada de la formación espiritual, noológica, como gustamos decir nosotros, de ese mismo niño; la excelsitud de este cometido viene refrendada por el empaque de su denominación: magisterio. Pedago­gía social, concepto introducido por nosotros, cuya importancia analizaremos en este trabajo. Para ello se hace necesario un examen previo, aunque somero, de la noción de “sociedad”.

Emilio MIRA y LOPEZ, en un extraordinario trabajo titulado “Psico­pedagogía de la sociabilidad”, apunta que los hombres únicamente tienden a unirse en alguna de las siguientes circunstancias:

1.—Por pánico, ante la necesidad de defenderse de ataques de otros hombres o de animales o de inundaciones, tempestades y otras catástrofes. Desaparecida la situación amenazadora, la unión se rompía y el espíritu anárquico de cada ser humano, comparable al de los felinos, les haría sin duda arrojarse unos contra otros. De aquí, siempre según Mira, que el primer modelo de vida social no pueda ser la familia, sino la horda y el clan; el único otro aspecto que podía haber creado una tendencia al enlace entre seres humanos, la necesidad sexual, es de suponer que no constituyera problema alguno “durante muchos siglos”.

2.—Por instauración de una vida militar o guerrera. El peligro continúa y el hombre primitivo advierte que puede alejarlo mejor atacando que limi­tándose a una constante defensa. Esto da lugar a una ordenación, puesto que no todos sirven para la lucha, que va a mantenerse en todas las futuras organizaciones sociológicas, basada en el derecho del más fuerte.

3.—Por acción de un factor mágico. El pánico cósmico se va concre­tando en “supersticiones comunicables”. Ya no es la potencia física, sino la potencia mágica, detentada por seres más débiles, “pero indudablemente más vivos”, “la que determina el dominio de unos individuos sobre los otros, tanto en la horda como en la tribu”. El mago se hace dueño de todo y el antiguo dueño, el guerrero, se convierte en mero instrumento en sus manos. Las religiones elaboradas van haciendo su aparición y agrupando, generalmente también por temor, a unos determinados seres humanos.

Es muy sugerente esta “embriología de la sociabilidad”, como el mismo Mira y López denomina a sus razonamientos y deducciones, pero no resulta del todo convincente. En primer lugar, el único factor común de unión es el temor: a la naturaleza, a los demás, al castigo, al más allá... Pensar que solamente el temor es capaz de unir a los hombres es, por lo menos, triste. En segundo término, sumerge en la pasividad a la mayor parte de los hu­manos, que no llegan a ser caudillos, guerreros, magos o sacerdotes. Nos parece que hay algo más real y más común a todos que une a los hombres unos con otros de una forma absoluta y sin necesidad de gregarismos y es el trabajo, la obligación a ser útiles a nosotros mismos y a los demás con que todos nacemos. Unión, simbólica, de todos los hombres a través de la misión común del trabajo, es nuestro concepto de Sociedad, aceptado por autores como JIMENO LÁZARO. No importa que estos hombres no se conoz­can o que pertenezcan a países, razas, estratos o religiones diferentes. El hilo conductor formado por esta necesidad de cumplir una misión une a todos, tanto se trate de un grupo artesano de la misma activi-dad profesional como de toda la humanidad.

Nos parece que es ésta la única forma posible de encontrar un factor común a todos los seres humanos y, por tanto, de llegar a entender lo que significa el concepto “sociedad” de un modo absoluto. No es momento de entrar en el análisis de esta idea en cuanto a sus aplicaciones parciales a unas formas concretas y restringidas de sociedad. Nos limitaremos a salir al paso de quienes pretendan indicar lo deleznable que resulta que el ser humano se mueva por simple interés, como parece desprenderse de nuestra teoría, afirmando que este interés por el propio bienestar no sólo es lógico, sino que supera, como finalidad, al antiguo determinante del temor.

Lo cierto es que al encontrar algo común a todos los hombres sin dis­tinción, hallamos a la vez una meta y un camino hacia ella, también comunes. Lo que cada individuo, durante su tránsito por este planeta, haga o deje de hacer, repercutirá a favor o en contra de esta meta y de este ca­mino, con lo cual influirá sobre todos los demás individuos contemporáneos y, tal vez, futuros. Cada uno de nosotros influye sobre los demás, como en una formación militar. El niño, hasta tanto consigue respuestas elaboradas, reacciona de una manera global, estereotipada, de fondo emocional. Se admite que existen tres tipos de reacciones de esta característica: reac­ción catastrófica, basada en emociones de pánico, reacción agresiva, cuyo substrato es la cólera y reacción narcisista, sustentada en emociones de placer. Sólo cuando estas reacciones son superadas aparece la reacción altruista, propia del adulto. La evolución, por tanto, es clave, como sucede en todas las facetas de la personalidad de cada ser humano; lo importante está sin embargo, en que esta evolución depende de los demás, que influ­yen de manera increíble sobre cada individualidad. Es muy fácil ver adultos que responden con una reacción catastrófica, de pánico, o agresiva, de cólera o narcisista, de autosatisfacción del propio yo, precisamen-te porque no fueron capaces de evolucionar de modo suficiente para superar estas formas arcai­cas de respuesta, y ello no siempre es por culpa propia. La sociedad posee un papel importante en la evolución de cada uno de los individuos que la integran, un indudable papel pedagógico, que tiene precisamente como fina­lidad la inclusión de los mismos en su ámbito. La tragedia está en que la sociedad no siempre advierte de forma clara que está llevando a cabo esta misión. Por último, y para terminar el círculo de acciones, sucederá que la propia sociedad, conjunto de individuos, se va a ver influida por el com­portamiento de cada individuo aislado, cuyo grado de evolución personalís­tica va a redundar así en la situación general.

De aquí la importancia que tiene el que las relaciones entre sociedad establecida e individuo que ha de pasar a formar parte de ella sean, como todas las relaciones educador-educando, no sólo conscientes, sino elabora­das y aún matizadas por un cuerpo doctrinal de conocimientos técnicos. MIRA Y LOPEZ comenta que si sometemos a un ser humano a un régimen de coacción conseguiremos de él un comportamiento de disciplina, de modo que evite la realización de malas acciones, pero jamás lograremos que realice una sola acción buena por propia iniciativa; una acción movida por el amor y no por el miedo. Para evitar caer en situaciones de este tipo es necesario respetar unas normas, que el autor recoge en un “Decálogo de psicopedagogía social” que no pode-mos dejar de transcribir.

1.—El desarrollo normal de la sociabilidad de los niños requiere, ante todo, la clasificación de éstos en grupos, de acuerdo no sólo con su nivel intelectual, sino con sus peculiaridades afectivas y caracterológicas. 

2.——Es necesario intensificar al máximo las posibilidades de estos niños de vivir una vida social activa, fomentando su libre desenvolvimiento en comunidad. 

3.—La coeducación de niños de uno y otro sexo es imprescindible para evitar todo recelo y, sobre todo, la tendencia posterior a  basar exclusiva­mente en la vertiente sexual toda posible relación social entre hombre y mujer. 

4.—Se debe permitir que las relaciones de cada niño con un elemento superior, ya sea éste individual (persona) o colectivo (ambiente social), se inicien en un plano máximo de igualdad. Si en vez de tener que saludar ceremoniosamente al individuo superior, el niño “pudiera iniciar con él un juego haciéndolo rodar por tierra, con toda seguridad que la amistad se establecería en seguida”. 

5.—Para evitar una constante minimización del elemento superior en una relación social, corolario del mandamiento anterior, es necesario dar lugar a que el elemento inferior llegue a mostrarse superior en algo, o al menos a conseguir que llegue a parecérsele. Ello dejará más libre al ele­mento superior para mostrarse en otros aspectos en su justa medida. 

6.—Es necesario, a la vez, tener en cuenta que, de manera recíproca, el elemento socialmente inferior puede autominimizarse, cayendo en una hu­mildad que, si no es comprendida, le conduce hasta una situación de resen­timiento, sólo superable cuando es comprendida y contrarrestada su con­ducta. 

7.—En las relaciones sociales entre un sujeto y un grupo es necesario que exista un mínimo de intereses comunes auténticos, de fácil logro ade­más o, al menos, de solución equitativa. Nada hay que deteriore más una relación social que la sospecha de injusticia por parte de cualquiera de los elementos integrantes de esta relación. 

8.—Si surgen fricciones en las relaciones entre un individuo y un grupo, se intentará, si es posible, compensar el desnivel existente; si ello no es factible, se procederá a cambiar al individuo de grupo, sin intentar coaccio­nes ni esperar a que el tiempo arregle la situación. 

9.—La integración de un individuo en un grupo no debe impedirle el relacionarse con otros grupos, puesto que gana en extensión en cuanto a relaciones sociales lo que pierde en una profundidad que muchas veces llega a ser peligrosa al excluir una sola actitud afectiva la posibilidad de que se desarrollen gran número de actitudes afectivas, posiblemente importantes. 

10.—Como condicional final, necesaria para el desarrollo correcto de la sociabilidad de cada individuo, hay que conseguir que éste alcance un ideal de vida propio y, que, a la vez, encaje en la organización social en que se desenvuelve. “Un hombre es tanto más sociable cuanto más seguro se siente de la finalidad de su existencia; es decir, cuanto más sabe a dónde va y por qué va. Solamente entonces se verá libre del recelo, de la envidia y también de la vanidad. Porque saber que se va a algún sitio es saber que todavía no se ha llegado y, por consiguiente, es saber que todavía no se puede estar plenamente satisfecho de sí mismo.”

De este Decálogo de MIRA y LÓPEZ podría obtenerse material para todo un tratado de Pedagogía Social. Esta empieza a adquirir consistencia, hasta el punto de que voy a atreverme a dar los que considero sus principios fun­damentales: 

A. La Pedagogía Social busca el crear sociabilidad en cada individuo; ello obliga a conocer que sociabilidad, como todas las cualidades éticas, no es una propiedad espiritual, sino una fase terminal de la evolución del espíritu. 

B. La misión pedagógica de la sociedad ha de desarrollarse forzosa­mente en su propio seno. Es como enseñar a andar al niño dejándole en el suelo o a nadar arrojándole al agua. 

C. Todos influimos en todos, a la vez individual y colectivamente. 

D. Todo individuo, cualquiera que sea el medio en que venga al mundo, nace con una necesidad inapelable de integración en este medio. 

Imaginemos ahora lo que sucederá con individuos que nacen con una deficiencia en cualquiera de las facetas que componen su personalidad. En, puesto que es el caso que nos ocupa, su faceta mental. Como todos los demás seres humanos, el deficiente mental ha de conseguir unos ajustes determi­nados en su propia personalidad y de ésta en relación con el mundo exte­rior. No importa que exista un detrimento en su mecánica personalística. El problema persiste íntegramente. En cierto modo, si queremos, a menor escala, puesto que la meta perseguida está más cercana, pero también en gran parte a escala mayor, dado que los medios de que dispone para alcan­zar el logro propuesto son menores. De acuerdo con nuestro concepto básico sobre discapacidad, surge en seguida una tendencia innata —en este caso, en el deficiente mental— a expander sus propias posibilidades, todo su con­tenido personalístico, a lo largo de senderos distintos al que le llevaría al desarrollo mental, pero esta tendencia no puede realizarse, al menos de un modo completo, precisamente por la oposición que le muestra el medio social en que se mueve. 

Esta oposición es, hasta cierto punto, lógica. En una sociedad tipo el deficiente mental va a encontrarse ante el fallo de una serie de posibilidades que a los individuos sin deficiencias no les son negadas: falta de automini­mización del elemento social superior; ausencia de resonancia afectiva con individuos de la misma edad cronológica; desconcierto, cuando no descon­fianza; falta de tiempo, de interés y aun de conocimien-tos apropiados al caso. No siempre se hallan al alcance del grupo integrador las técnicas especiales necesarias a cada caso. Bastan estos ejemplos, que podrían multiplicarse, para que se comprenda que la ausencia de una auténtica peda­gogía social del deficiente mental, tal vez de todos los deficientes de cual­quier tipo que sean, se debe por completo a la propia sociedad, que ha pre­ferido segregar a todos estos individuos antes que buscar la paciencia o los medios técnicos necesarios para integrarlos. Como excusa, sirva el admitir que tampoco antes se había hecho algo parecido. 

Hoy día, admitida la necesariedad de la Rehabilitación, la situación ha cambiado. La etapa de las quejas va dando paso a la etapa de las solucio­nes. Veamos algunas de ellas, de acuerdo con la situación que a la sociedad en general le plantea la rehabilitación del deficiente mental, sin olvidar en ningún momento que el deficiente mental, como todos los seres humanos, debe ser siempre y simultáneamente atendido en las tres vertientes peda­gógicas —física, mental y social—, lo cual, de hecho, le corresponde cumplir a la sociedad, en el sentido más amplio de este concepto. El hombre, mezcla de alma, soma y espíritu, nunca o casi nunca es un ser aislado, con lo cual pasa a convertirse en ente social; esta conversión y las normas pedagógicas para completarla es lo que nos va a ocupar exclusivamente. 

Los mecanismos que regulan el engranaje de la personalidad del defi­ciente mental no son peores que los mecanismos que regulan la personalidad de los demás, sino más delicados. El primer problema que ante el deficiente mental se nos plantea es el de nivel. Cada personalidad se desarrolla alcan­zando de forma progresiva unos niveles que se van sucediendo de forma escalonada. El situado en una zona inferior sirve de soporte y substrato al más superior, de modo que éste no aparece si aquél no lo hizo antes. Uno de los escasos aciertos que la Rehabilitación ha podido obtener del pasado es la denominada “terapia de grupo”, aceptando la técnica y actualizando los conceptos. La terapia de grupo permite actuar sobre los integrantes del grupo elegido haciendo que se respeten a la vez el espíritu de competición y la noción de compañerismo, imbuyendo a cada uno el respeto hacia lo individual, y facultando al educador para que pueda huir de la realización de tablas rígidas, antihumanas, a la vez que se actúa por parte de todos con un espíritu de progreso y no de estancamiento. Con ser todo esto im­portante, aún existe una faceta que, por lo menos, iguala sus características y es la de que pueden hacerse grupos a la inversa, introduciendo en uno de determinado nivel general un individuo de nivel personalístico inferior, situación clave en pedagogía social.

En efecto, no solamente cabe considerar como elementos del mismo grupo pedagógico a educandos y educadores, sino que un grupo más o me­nos nutrido de educadores puede integrarse con un número muy reducido de educandos. Es lo que hace precisamente la sociedad cuando se impone a si misma el papel de pedagogo. En pedagogía social, el maestro no es nunca un individuo, sino un grupo o, por lo menos, una parte integrante de un grupo, al que representa. De no ser así, también este maestro precisaría ser enseñado por parte del grupo. Todos nosotros, en cuanto tenemos de individuo, aprendemos, y en cuanto tenemos de sociedad, enseñamos, y esta enseñanza es seguramente mucho más importante de lo que, en general, ha venido admitiéndose hasta ahora. En realidad, con cada evolución indi­vidual cumplimos parte de la evolución total que ha de desarrollar la Humanidad.

Pero la evolución de cada individuo, de cada miembro de esta Huma­nidad global, no es otra que la de su propia personalidad, y el deficiente mental puede no darse cuenta de ello o bien no ser capaz  o, finalmente, encontrarse frenado por la acción de limitaciones externas a él mismo. Es lógico que haya etapas de gran desarrollo de la personalidad individual o de la Humanidad como entidad global, alternado con otras de escaso desen-vol­vimiento. El individuo corriente comprende esto, y si no es así cae en la depresión o la neurosis; pero el deficiente mental, que no comprende bien nunca, cae en el abandono y el sufrimiento y se estanca. Y lo mismo le sucede cuando es la incomprensión y aún la oposición de los demás la que le impide ver claro un camino que, seguramente, hubiera surgido ante su vista a poca ayuda que se le hubiese prestado. 

Evolución, progreso, equivalen en gran medida a felicidad, al menos a cierto modo de felicidad. Ya Paul VALERY nos hablaba, con visión cer­tera, del “placer funcional”, al cumplir una obra con nuestras manos o dar, simplemente, un paseo entre los árboles. La ausencia de esta evolución, sin embargo, también es lógica, lo mismo que las dificultades que hay que vencer para intentar lograrla. Estas dificultades puede crearlas la sociedad, como ha sucedido casi en general hasta ahora, pero puede no sólo no crearlas, sino ayudar a destruirlas, conformando así un modo nuevo de educa­ción que en realidad existe, sin que nos demos cuenta, desde el comienzo de toda vida social. Hoy día, las sociedades de todos los niveles y todos los países aceptan la idea de que es necesario educar al niño; ha llegado el momento de que acepten también la necesidad de educar en su propio seno, hasta la integración, al deficiente mental, que, precisamente, deja aún menos que los demás de ser, siempre, por lo menos un poco niño.

  

III-5 ASPECTOS PSICOLOGICOS DEL PACIENTE CON MALFORMACIONES CONGENITAS.

Aportación al I Congreso de Cirugía Plástica y Malformaciones congénitas que tuvo lugar en el Centro Nacional de Especialidades Quirúrgicas en Julio de 1972. Publicado en REHABILITACIÓN, Vol. VII, Num. 1, Enero 1973.

 

ASPECTOS PSICOLOGICOS DEL PACIENTE CON MALFORMACIONES CONGENITAS

En 1962, en su libro Prácticas psicológicas en los discapacitados físicos, Garrett y Levine (5) afirman categóricamente que “no hay relación directa, matemática, entre el tipo de disminución y el grado de ajuste personal”. “Por otro lado añaden existe un cuerpo co­mún de problemas y de reacciones en todos los discapacitados”. Sin embargo, es lógico pensar que cuando un adulto, con su personalidad ya formada, sufre una disminución de cualquier tipo, su reacción y su idiosincrasia serán diferentes a las del niño que nace con una disminución similar, una disminución que, de entrada, no comprende muy bien. El adulto puede no aceptar la situación, pero comprende. El niño no comprende, aunque acepte. Según Hoerner (7) no nos es dable conocer, hoy día, hasta qué punto influyen en la personalidad de un individuo los cambios surgidos en su imagen corporal o sus propias diferencias en relación con la apariencia que muestran los demás. Los estudios realizados por psicólogos y psiquiatras (4, 5, 7, 20) parecen indicar que el cambio no afecta al concepto que el niño tiene de sí mismo, pero es importantí-simo para el adulto. Conforme el niño crece, este cambio, esta faceta de diferenciación se va ha­ciendo más y más importante para él, hasta ser casi trascendental al convertirse en adulto, madura ya su personalidad. ¿Por que es esto así? Trataremos de analizar el problema en busca de una posible explicación que nos permita, a su vez, un conoci-miento suficiente de los aspectos psicológicos del niño que nace con un tipo u otro de disminución.

Se nos ocurre pensar que puede haber tres facetas esenciales, que son también etapas evolutivas, en la transformación de un niño subnormal congénito en un adulto:

1.      Su posición idealista ante la vida, es decir, de esperanza ante el futuro; en suma, su capacidad de ilusión.

2.      Su concepto, y su conquista, de la propia personalidad.

3.      Su entrada, como ente aislado, en el ente social.

Revisemos sucesivamente estas tres facetas:

1.            Capacidad de ilusión.

         Las apetencias y deseos de cada niño se ven constreñidos por las limitaciones y frenos que le oponen, por un lado los adultos; por otro, el medio en que se desenvuelve, y finalmente, sus propias in­capacidades. El objeto que le atrae está vigilado, o situado fuera de su alcance, o no le es posible llegar a él, desplazarse hasta su vecin­dad, como sucede con gran número de niños discapacitados congénitos. La fantasía es un sistema compensador (8) que permite al niño unos logros que de otra forma le estarían vedados, satisfaciendo con ello sus tendencias y sus deseos. Lo ideal se ha transformado para el niño en real y, como no admite en sí mismo la posibilidad de que exista ningún tipo de imperfección, ignora por completo sus propias insu­ficiencias. El niño que nace sin manos no sabe que carece de ellas hasta que alguien se lo dice; el sin piernas se ve a sí mismo dando saltos gigantescos; el ciego y el sordo congénitos confunden con la reali-dad las imágenes creadas en sus ensueños; el deficiente mental se considera capaz de todo tipo de hazañas, físicas e intelectuales. Y, sin embargo, el niño no miente cuando exagera, puesto que él mismo se cree por completo sus propias hipérboles. Esta autosufi­ciencia, típica en el niño normal, es todavía más típica en el defi­ciente, sea somático, psíquico o sensorial. A través de estas fantasías, que bien pronto se van a transformar en juegos, el niño, normal o subnormal, va desarrollando su propia persona-lidad. Sus invenciones son ensayos de situaciones reales que más adelante se le van a en­frentar y que sabrá resolver precisamente porque ha sido capaz de almacenar expe-riencia suficiente a través de las fantasías y los jue­gos de su infancia. Por medio de esta mecánica repetitiva, que no es sino acúmulo de experiencia, el niño supera la etapa inicial autista (Piaget) para desembocar en la etapa egocéntrica e irrumpir, por último, hacia los siete años en el niño normal (17), en la etapa de objetividad, en que comienza a aceptar al mundo exterior y a los demás seres y, sobre todo, en que aprende a admitir y a respetar cuanto hay fuera de sí mismo.

Si los factores reprimentes presionan en exceso, y siempre en el deficiente por su propia limitación, la evolución se alarga cronoló­gicamente y la fantasía se mantiene, lo que aleja el momento de apa­rición de la fase de objetividad. Ahora bien, esto puede no ser tan  nocivo como a primera vista pudiera parecer. En primer lugar, la situación sirve para atraer nuestra atención hacia lo que yo llamo pedagogía social, de gran trascenden-cia junto a las formas clásicas de pedagogía física y mental. Pero es que, además, la fantasía es el único valor de que dispone el minusválido, hasta el punto (8) de que llega a constituir para él una forma de personalidad o, al menos, una parte muy importante de ésta. María O’Reilly, que ahora debe tener diecisiete años, sordomuda de nacimiento, se ha convertido en bai­larina de ballet gracias a que ha podido suplir con su fantasía la falta de imágenes musicales. Es el mismo ejemplo de los ciegos, bien cuando consiguen un rendimiento, en trabajos manuales, superior al que alcanzan los videntes y, además, lesionándose mucho menos que éstos, bien en sus prácticas deportivas. No resistimos la tentación de transcribir la lista de deportes que los propios ciegos propusieron a la Federación Española de Deportes para Minusválidos en la Asamblea general de diciembre de 1971: A) Deportes básicos: gim­nasia, atletismo y natación. B) Deportes de fácil incrementación: halterofilia, lucha, judo, patinaje, fútbol, remo en equipo, rueda alemana. C) Deportes que necesitan adaptaciones algo mas difíciles: bolos, ciclismo, esquí, golf, hípica, montañismo, tiro con acoplamientos electrónicos. La famosa Helen Keller, ciega y sordomuda, nos refiere en sus libros (11) de qué manera cambió por completo todo para ella el día que fue capaz de comprender la diferencia, marcada por la extraordinaria Ana Sullivan, entre “agua” y “jarro”.

Por otro lado, en más o en menos, todos nos creamos nuestras propias fantasías. Nos vemos a nosotros mismos siempre mejores de lo que somos; como paladines, o justi-cieros, o sabios, o dueños de una verdad. Cada hombre es algo mejor si se siente a sí mismo un poco Quijote, aunque su lanza esté mellada y su estatura sea exigua. Lo mis-mo les sucede a los minusválidos que, además, se ven obli­gados a incrementar todavía más su fantasía. Pero todos van en busca de su ideal, como hacen todos los niños, como hacemos todos los hombres. Por eso rechazan la limosna y la compasión y buscan la comprensión y la aceptación. El niño de “El escaparate de la pas­telería”, del libro de Ana María Matute Los niños tontos (13), sueña, junto a su perro lorquiano “de perfil”, con entrar en el escaparate. La señora caritativa le trae un cazo de garbanzos; dice en el texto “que le habían sobrado” y el niño grita, incansable. “Yo no tengo hambre... Yo no tengo hambre...” “Y la señora caritativa, escandali­zada, se fue a contarlo a todo el mundo”. Es el perro el que comprende y le trae al niño un trozo de escarcha, que el niño chupa toda la ma­ñana, “sin que se fundiera en su boca fría”.

Seguramente la fantasía suple en el minusválido muchas defi­ciencias; tal vez esté aquí la clave de la prodigiosa memoria que llegan a desarrollar algunos oligofrénicos. Pero, aunque no fuera así, mi impresión es la de que hay que respetarla; sin duda, todavía no está la sociedad suficientemente madura como para ayudar a los discapacitados a realizarse personalísticamente. Dejémosles, al me­nos, el derecho a soñar y preparémonos, entre tanto, para estar pronto en condiciones de, por lo menos, no presentar obstáculos a su evo­lución.

2.        Su concepto y su conquista de la propia personalidad.

Definiciones de personalidad hay muchas. Allport (1), en su primer y clásico libro sobre la personalidad (1) recoge cincuenta y ensaya, a su vez, otra: “La total polifacética individualidad psicofísica”. Kahn da, en “Psicobiología evolutiva” (10), una estructura de la personalidad que vamos a transcribir y que está basada en la existencia de dos diferentes núcleos parciales de conformación: cualidades aisladas o aspectos individua-listas y cualidades globales o aspectos colectivos. Los aspectos individuales fueron ampliamente de­fendidos por Rousseau, los colectivos por Durkheim (8). Hoy día se admite que unos y otros son inseparables y que la personalidad so­lamente toma forma con su conjunción, gracias a los trabajos e ideas de Kant, Fichte y los filósofos de la Gestalt, doctrina esta última que ha venido a desembocar en el moderno estructuralismo. (Piaget). Las cualidades aisladas de cada uno de estos dos grupos de aspectos son como sigue:

A) Cualidades aisladas o aspectos individualistas:

1.    Aspectos físicos, como contextura corporal, forma de andar, de hablar, etc.

2.       Aspectos intelectuales, que comprenden inteligencia, educación y experiencia.

3. Aspectos emocionales, como son las disposiciones indi­viduales y los sentimientos básicos.

B) Cualidades globales o aspectos colectivos:

1. Aspecto social.

2. Aspecto moral.

3. Aspecto religioso. (Este último añadido por nosotros)

Todos estos factores influyen, en un momento o en otro, en la evolución de la personalidad. Todos ellos, motores, sensoriales, psi­cológicos o sociales, son por igual importantes en la evolución del niño (2, 3, 6, 10, 14, 16, 17, 20, 21): de aquí lo incorrecto y peli­groso que resulta intentar aislar, en técnica rehabilitadora, a niños minusválidos motores, minusválidos sensoriales y minusválidos mentales, como algu-nos intentan. El niño deficiente no es “subnormal” cuando psíquico ni “minusválido” cuando físico, sino subnormal, o minusválido (o discapacitado, como preferimos decir) mental o físico. Las diferencias en la rehabilitación de uno y otro son, a lo sumo, de matiz, como hemos mostrado en nuestras investigaciones sobre parálisis cerebral. Con sus desplazamientos, sus experiencias, sus fantasmas y sus juegos, el niño va desarro-llando su cuerpo, su inteli­gencia, su personalidad toda, hasta ser capaz de crear pensa-miento productivo, es decir, de resolver problemas y extraer conclusiones (6). El niño se liga primero a su entorno a través de la emoción (Wallon, 21). Después, esta unión se hace por la imitación y el afán de incorporación a la vida adulta, impulsos que derivan de la necesi­dad de cumplir los objetivos sociológico e intelectivo (17). Darrow y Van Allen (3) describen cuatro tipos de actividad a lo largo de este aprendizaje: 1, investigar; 2, organizar; 3, crear; 4, comunicar. La clave, la puerta de entrada a todo el proceso, se halla en 1. Si el niño no puede investigar, como les sucede a la mayor parte de los discapacitados congénitos, la solución se halla en exagerar a otros niveles, fundamentalmente el 3 y el 4.

De este modo, el niño miente, inventa, incluso cuando comunica. Pero, lo hemos dicho otras veces, la comunicabilidad es se­guramente la meta y la esencia del ser humano. Tal vez lo más terrible para el que acaba de morir sea no poder expresar los pensa­mientos que todavía invaden su mente. Por eso hay que llegar hasta la comunica-bilidad, haciendo que desemboque en ella la personali­dad de cada sujeto de la forma mas armónica y veraz posible. Leta­mendi, cuyos extraordinarios trabajos tan mal cono-cemos los espa­ñoles, ideó una ecuación famosa de la vida según la cual ésta es función del individuo y del cosmos, V = f (I .C) (9). Cuando I se hace menor, como sucede en los inválidos, C debe ser proporcional­mente aumentado para que V mantenga un valor constante. De hecho, esto es lo que hacemos en Rehabilitación, mediante ayudas mecánicas, acoplamientos o eliminación de barreras arquitectóni­cas (9). Si C no es suficientemente apropiado, el inválido congénito no alcanzará el nivel vital que podría haberle correspondido si los demás hubieran sido capaces de hacerle llegar los estímulos a que con sus propios medios no es capaz de acceder. La importancia de estos estímulos para la experiencia, y por tanto la personalidad del ser humano, la marcan los hallazgos de Shermann y Key (6), indicadores de que existe un menor nivel de inteligencia en niños que viven aislados en zonas montañosas y de Hatwell (17), que demuestran que en los niños nacidos ciegos existe un retraso de tres-cuatro años en cuanto al desarrollo de su personalidad. Si en todos estos niños aumentáramos el círculo de sus posibilidades de experiencia, aceleraríamos proporcionalmente su desarrollo, que es tanto como decir que incrementaríamos su capacidad de comunicación con los demás.

Facilitar al niño minusválido que investigue, organice, cree y sobre todo, comunique, es contribuir y ayudar a que forme su pro­pia personalidad, por intensa que sea su defi-ciencia, física o mental. Ahora bien, admitiendo que la fase personalística más producti-va es la de comunicación con los demás, viene a resultar que la etapa más importante en la elaboración del ser humano depende de su prójimo. Por otra parte, es imposible co-municar sin, al propio tiempo. recibir comunicación. Comunicar y recibir comunica-ciones es convivir y la convivencia, a veces, es cruel. El niño, para progresar, se ve obli­gado a introducirse en una sociedad que no siempre le facilita el acceso. Sin embargo, esta entrada en el ente complejo, comunitario de la sociedad, es absolutamente impres-cindible, puesto que con ella se cierra el ciclo evolutivo de la personalidad de cada ente indivi­dual. Veamos qué sucede cuando este momento evolutivo de la personalidad de un ser humano pasa a un primer término.

3. Su entrada, como ente aislado, en el ente social.

Para Wallon, el niño no pasa de lo individual a lo social, sino al revés. El medio social envuelve por completo al niño desde su na­cimiento de forma que la fusión de éste con su contorno, puramente afectiva, es anterior a la aparición de la conciencia del “yo”. Hasta los tres años no comienza en el niño la noción de sí mismo, iniciada por fin la disociación de su contorno. Lo importante, siempre según Wallon, es que, debido a la influencia del ambiente, de forma simultánea al “yo” se va estableciendo el “sub-yo” u otro, que representa precisamente la conciencia de este ambiente y de los seres humanos que rodean al niño. De este modo se van logrando de manera para­lela la conciencia de sí mismo y la conciencia de la sociedad. La noción de “yo” y la noción de “sub-yo”. Im-bricados, de forma inseparable, ambos conceptos. Y los primeros seres humanos que rodean a cada niño, la primera sociedad ante la que se va a encontrar el nuevo ser, son los padres, de donde su enorme importancia general, que se convierte en trascendente cuando el niño es un discapacitado.

Spriesterbach (4) estuvo realizando entrevistas durante ocho años a parejas de padres de niños nacidos con fisura palatina y labio le­porino y su conclusión es que el compor-tamiento de estos padres viene en general marcado por el tipo de reacción (rechazo, asco, lástima, cólera) que han tenido en su primer contacto con el recién nacido, al conocer la situación.

En general, imperan las reacciones de egoísmo. Es lo que Ponces Vergé llama “los padres felices” (18), orgullosos y satisfechos de sus hijos únicamente cuando todo va bien y no hay problemas. Pero los padres son clave en la pedagogía social de cada niño, y ello nos lleva de nuevo a la idea de lo mucho que depende de los demás el sujeto inválido y mucho más si esta invalidez es congénita. Es lógico que cada padre espere lo mejor de y para su hijo, que anhele, casi sin confesarlo, que sea capaz de alcanzar los triunfos con que él soñó y de los que se quedó tan lejos; y es lógico que esta situación, emparentada con la propia noción de fracaso y de deseos de reivin­dicación, se mantenga en el sentir general durante siglos. De aquí nace la ocultación del inválido, que es ocultación de una nueva frus­tración y un nuevo fracaso, y que es, a la vez, temor de la opinión ajena. Esta ocultación es apartamiento y este apartamiento ha tras­cendido incluso hasta el legislador. Aún existe el requisito legal de “no padecer defecto físico” para acceder a gran número de puestos­ de trabajo. Defecto “físico”, no “mental”, lo que siempre me ha hecho pensar que este impedimento legal se halla tal vez enraizado en la idea oficial de que el pensar no ha tenido nunca mucho predicamento entre nuestros trabajadores y técnicos.

Ahora bien, las invenciones del niño son ensayos de situaciones figuradas, pero derivan de los estímulos y experiencias recibidos de su medio ambiente, como hemos podido comprobar en paralíticos cerebrales y hoy día, qué duda cabe, la riqueza de estímulos que le llegan al niño a través de televisión, cinematógrafo, medios audiovi-suales de enseñanza, etc., es incomparablemente mayor a la que alcanzaba a los niños de épocas pretéritas. El niño actual ve y oye más cosas y cree entender más cosas  y hasta alcanza antes la etapa suprema de la comunicabilidad. Pero no le entienden. El comunicante necesita del comunicado, y si éste falla se rompe la re­lación. Aquél se convierte en una emisora radiando en un mundo desierto o dormido y no lo resiste. Tal vez aquí se halle una de las claves del modo de comportarse de la juventud actual; tal vez aquí exista una explicación del eterno fenómeno llamado lucha de gene­raciones. Porque también sucede al revés, que lo que el adulto de­fiende no es comprendido por los jóvenes. La comunicación se hace sólo entre los que son similares, y así se explica que surjan grupos, sectas, razas, partidos, con un lenguaje y, sobre todo, un ideal, comunes.

En el otro polo de estas situaciones de rechazo y de no entendimiento se hallan las situaciones de hiperprotección del minusválido, tan certeramente expresadas en los cuentos de Ana Maria Ma­tute. Así la idea de limosna, que crea la mendicidad profesional, las­tre tremendo para el progreso de la Rehabilitación, sobre todo por el indudable contenido de buena voluntad que la costumbre de la limosna posee entre nosotros. Así también el niño que trata de ser compensado de su deficiencia con la limosna de no enseñarle a va­lerse por sí mismo. Hiperprotección, en todos los casos, casi trágica desde el punto de vista humanístico. Porque el hiperprotegido sí que no evoluciona personalísticamente, sí que se encuentra con que su personalidad va a quedar anclada, salvo que surja el propio rechazo hacia una sociedad que le impide su propia evolución, y la huida, como única salida, de la misma. con lo cual volvemos de nuevo, bajo otro ángulo de enfoque, al problema de la juventud actual.

Todos estos fenómenos de rechazo y apartamiento dan a su vez origen a la creación de agrupaciones y comunidades que, como las antiguas de mendigos profesionales, son muchas veces fuente de delincuencia. Según Panken (20), delinquen en Estados Unidos el 5 por 100 de los menores de dieciocho años. Sólo una mínima parte de ellos son dis-capacitados, físicos o mentales. ¿Por qué es esto? ¿Por qué estas comunidades de jóve-nes delincuentes también los rechazan?. En este último caso, ¿por qué no forman ellos sus propias comunidades delincuentes?. Esto ha sucedido sin duda  en el pasado y tene-mos constancia literaria de ello en Cervantes, en Víctor Hugo, en Eugenie Sué, en Salillas o, sobre todo, en Mateo Alemán. Hoy, sólo es fantasía, como la que refiere Ernesto Sábato en su libro “Sobre héroes y tumbas”, según la cual (19) los ciegos de todo el mundo forman una compacta masonería regida por cuatro jerarcas que habitan en una zona de los Pirineos. Los ciegos congénitos son precisa­mente los que dominan a aquellos que perdieron la vista, y así de los cuatro jerarcas tres son ciegos de nacimiento y sólo uno, el antiguo jinete milanés, lo es posteriormente. Se me ocurre pensar que la es­casez actual de delincuencia entre los inválidos se debe a que, por fin, tienen algo mejor que hacer, y este algo es una lucha directa, hombre a hombre, con los no invá-lidos, para conquistar un puesto de trabajo junto a ellos. Cada uno alcanzamos un nivel diferente, casi siempre el nivel que nos merecemos; pero no siempre. Hay quienes, a pesar de su franca insuficiencia en relación con los demás, alcanzan niveles muy altos en sociedad porque no aparentan o aparentan muy poco su insuficiencia. Hasta ahora, la sociedad ha caído siempre sobre los que sí que aparentan un tipo u otro de insuficien­cia. La aceptación, que hoy día se está cumpliendo en el mundo en­tero, de los inválidos es una sublimación de la humanidad actual que todavía no ha terminado y los interesados se hallan ahora unidos en esta batalla contra la discriminación. Una vez ganada, sin duda, una vez establecidos todos los diferentes aspectos de la Rehabilita­ción, el niño minusválido no sólo no encontrará dificultades, sino que tendrá todo tipo de ayudas para cumplir su evolución psicofísica.

Nos hemos esforzado por resaltar, en un espacio muy breve, los rasgos más fundamentales del paciente que nace con algún tipo de malformación, siguiendo para ello un criterio evolutivo. De todo lo dicho se desprende que entran siempre en juego, necesariamente, dos factores, los dos factores de la ecuación letamendiana: Individuo y Cosmos. Individuo y Sociedad. Individuo y Entorno. Cada uno de ellos tiene importantes misiones que cumplir para el bien general. A la sociedad hay que hacerle comprender que tiene ante sí a un ser distinto, marcado por circunstancias vivenciales diferentes a las habituales, pero con un compromiso que cumplir, Si esta persona, como ahora sucede ya, acepta este compromiso, surge una impaciencia que le obliga a acciones y posturas, a veces, falsas o forzadas o irreales. Solamente cabe ofrecerle ayuda y, sobre todo, comprensión. Howard Rusk (4), refiere el caso de un artillero de un B-17 durante la Segunda Guerra Mundial. Sufrió, por heridas directas y por frío, grandes destrozos en su cara. Su inquietud, tras la serie de operaciones sufridas, no era por su aspecto, sino por la reacción que pudiera tener su esposa. Hasta última hora no dejó que lo viese, e hizo que el médico la pre­parara previamente. La respuesta de ella fue besarle normalmente en una de sus destrozadas mejillas y asegurarle: “No te preocupes nunca por mí, querido; yo me he casado con un hombre y no con un rostro”. Aceptación es, en efecto, la palabra más apropiada cuan­do el problema está referido a un discapacitado adulto, pero ante un niño, como sucede en todos los casos con los deficientes congénitos, la responsabilidad de la sociedad se hace no sólo mucho mas amplia, sino infinitamente más matizada. Vendría a ser como el intento hegeliano de convertir a la Filosofía en Sabiduría y no en Amor a la Sabiduría simplemente.

Al individuo, al individuo discapacitado, habría que pedirle su­ficiente noción de realidad, sin que ello signifique que tenga que renunciar a su propia fantasía. “De lo que pierdes —dice Ramon Llull en el “Llibre dels Mil Proverbis” (12)— consuélate con lo que te queda”, y también ofrece una clave el filósofo mallorquín en este mismo libro al afirmar que “la perseverancia requiere que muchas virtudes le sean amigas”. Hay que pedirle, además, confianza en sus semejantes y buena voluntad para saber aceptar el reto de desconfianza que le lanzan y responder a él, demostrando entre todos su propia capacidad. Tal vez la Rehabilitación hubiera eclosionado antes en la historia del mundo si los discapacitados se hubieran mostrado en algún momento dispuestos a luchar por un puesto en la sociedad en lugar de rendirse ante fáciles señuelos. Acaso, también, si hoy día ha aparecido al fin una forma humanística, holística, de Medicina de Invalidez se deba a que los discapacitados se hallan, en el momento actual, dispuestos a esta lucha contra lo negativo. Parece necesario informar que la Asociación Nacional de Inválidos Civiles (ANIC), en su lucha contra el sentido peyorativo de la palabra “inválido”, es decir, “nulo y sin valor”, ha conseguido de la Real Academia una importante enmienda, que figura en la edición 19ª del Diccionario: “Dícese de la persona que adolece de un defecto físico o mental, ya sea congénito, ya adquirido, el cual le impide o dificulta alguna de sus actividades”.

Pero con el niño, protagonista supremo e impresionante de este tema, las cosas no pueden ser iguales. Su responsabilidad, mucho menor, acrecienta la responsabilidad de los demás. Seguramente hay que tratar al niño discapacitado como a todos los demás niños, pero es indudable que existirán diferencias, derivadas del tipo de proceso invalidante sobre todo, que obligarán a buscar matices en el trato, en el comportamiento, en el sistema educativo. Estos matices, for­zosamente, los hemos de poner nosotros. Y para ello nos hemos de molestar antes en descubrirlos. De esta forma, posiblemente terminemos con esa inquietud, que comentábamos al principio de este tra­bajo, mostrada por el niño inválido al transformarse en adulto. Po­siblemente consigamos que no sienta temor o escrúpulo en integrarse con aquellos que claramente le han indicado no ser sus semejantes, porque esta indicación nunca haya tenido lugar. El niño no se puede defender más que cuando llega a adulto y su defensa es temer y apartarse de lo que representan aquellos que le rechazaron, pero la culpa de su reacción está en éstos.

Lo importante reside seguramente en que el niño rechaza, y aún ataca, solamente cuando deja de ser niño, no antes. Ese antes está en nuestras manos. Si lo encauzamos bien cerraremos el paso a toda posible reacción negativa; que, como dijo Cervantes: “los males que no tienen fuerzas para acabar la vida no la han de tener para acabar la paciencia”. Intentar que así suceda es obligación ineludible de la humanidad actual, con el fin de evitar la pérdida de un potencial de increíble magnitud.

 

Bibliografía

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2.   CRATTY, B. J.: “Movement Behavior & Motor Learning”. Lea & Febiger. Filadelfia, 1967.

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5.   GARRET, J. F., y LEVINE, E. S.: “Psychological Practices with the Physically Disabled”. Columbia University Press. Nueva York, 1962.

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7.   “Handicapped and their Rehabilitation, The-”. Editado por H. A. Pattison. Charles C. Thomas, Springfield. Illinois, 1957.

8.   HERNANDEZ GOMEZ, R.: “La fantasía y el niño minusválido”. Del libro “La fantasía y el niño”, de A. Garzón. Edit. Doncel. (En prensa).

9.   HERNANDEZ GOMEZ, R.: “Teoría de la enseñanza en Rehabilitación”. Rev. Iberoam. de Rehábil. Méd., vol. III, num. 1, enero 1971, Pág. 27.

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21.  WALLON, H.: “Estudios sobre psicología genética de la personalidad”. Biblioteca Ciencias del Hombre. Edit. Lautaro. Buenos Aires, 1965.

 

III-6 EL MINUSVALIDO, REALIDAD Y PENUMBRA.

Se publicó en el num. 55 de MINUSVAL, de Mayo de 1987. Fue una especie de presentación de la serie monográfica em­prendida por la revista para analizar a las personas inmersas en cada una de las minusvalías específicas.

    

EL MINUSVALIDO, REALIDAD Y PENUMBRA

         “¿Para quién me creasteis? ¿A imagen de quién me modelasteis? Siento que me invade la ira, la violencia, el azote de la desolación, una insolencia audaz y un empuje arrebatador”. (Zend-Avesta)

Vivir no siempre es fácil. Suele ha­ber obstáculos que entorpecen el camino, el tránsito hacia la me­ta donde la vida termina, donde el hom­bre se desprende de su ropaje tejido con células y se sumerge en lo desconocido. Este tránsito siempre preocupó a los se­res humanos, si bien más en unas épocas que en otras. Más en ésta actual que en otras precedentes, cuando la alegría era mayor porque también lo eran la incons­ciencia y la falta de inquietudes. Con las inquietudes vino al fin la indiferencia. La humanidad se cansó de estar pendiente de partes de guerra, de noticias de inva­siones y catástrofes, de maniobras políti­cas y abandonó la historia para ocuparse de sí misma. Cae en el narcisismo, dice Vázquez Montalbán, pero es más bien en el hedonismo. Los niños ya no juegan pa­ra evolucionar. Se drogan con lo que pueden buscando el placer. Pero el pla­cer causa la muerte o conduce hasta ella y pronto sólo queda volver al antiguo afán de morir bien. De conseguir, al menos, una “buena muerte”, diferente del temido holocausto nuclear. Es una sabiduría que se repite: “Buena muerte es buena suerte”, “Bien morir es empezar a bien vi­vir”. Una sabiduría que conduce a la exal­tación mística: “Ven, muerte, tan escon­dida...”.

Todo esto ha vuelto a suceder hoy, en la época de los derechos. Se lucha ya por un “dere-cho a la muerte” paralelo al “de­recho a la vida” y a veces el primero supe­ra al segundo, aun-que en el fondo todo es lo mismo porque nacer es comenzar a aproximarse a la muerte. Así se ha produ­cido una gran preocupación por dar for­ma a  leyes sobre eutanasia o aborto. El suici-dio pronto será un derecho. Si en alguien se emplean esfuerzos médicos es en los ancianos, en un loable intento de mitigación. En cambio, poco se hace to­davía a favor de los que tienen que seguir viviendo, aunque sea a medias, obligados muchas veces a pervivir y aún a sobrevi­vir. Confundidos con enfermos sin serlo, contemplando como gran parte de las ayudas que deberían corresponderles van destinadas a subvenir necesidades de otros colectivos, de modo fundamen­tal enfermos y ancianos. Nos referimos a los discapa­citados que, no obstante, están obligados a cumplir un destino sin el cual la muerte dejaría de tener sentido, ni como tránsito, ni como reposo. Conceptos tales que el li­bre albedrío o el Juicio Universal se dilu­yen. La re-surrección de la carne sería un contrasentido porque significaría repetir el fracaso.

El destino del hombre, de todos los hombres, ha de ser cumplido porque ello representa la justificación de su vivir. An­tes de que este destino se cumpla no cabe ningún derecho a la muerte. Se dice que Alejandro Magno y Helena Petrovna Bla­vatski fueron los únicos seres que, su­friendo en su infancia una herida en el co­razón no murieron porque tenían un alto destino que cubrir. Al discapacitado no le corresponde tampoco la muerte en vida del olvido legalizado porque tiene tam­bién un destino que cumplir, un destino que justifique su existen-cia. Es preciso hacerle su tarea más asequible para que, obteniendo la calidad de vida precisa, pueda cumplir su misión de nacido en el mundo de los vivos. Para ello deben ser coinciden-tes, idénticos, los puntos de vista de los discapacitados y de los que, al menos oficialmente, no lo son. Ello obliga a llegar a lo profundo del problema, que consiste en comprender el contenido vi­tal que encierra cada individuo humano, discapacitado o no. En llegar al entendi­miento de un individuo hacia otro, que se basa a la vez en el apoyo y en el egoísmo, el respe-to y el re­chazo, la aceptación y la crítica, la admiración y el desprecio, sobre un mosaico de ambivalen­cias que, bien jugadas, constituyen la ba­se de la convivencia.

Esto induce a ocuparse del individuo, de cada mismidad y sus contradicciones. A efectuar un análisis del ser que está obligado a vivir tenga una discapacidad u otra o ninguna. Porque es el individuo, la célula de ese cuerpo gigante llamado hu­manidad, quien va a ser contempla-do a lo largo de una serie de números de MINUSVAL. Los matices de discapacidad ofrecerán fisonomía pero será el indivi­duo humano, siempre, el protagonista. Cada forma de ser minus-válido, cada for­ma de ser hombre, será tratada antes o después. Se ha elegido al parapléjico pa­ra el primer enfoque de un individuo dis­capacitado, porque había que empezar por alguien y no por otras razones. Cie­gos, sordos, amputados, oligofrénicos, paralíticos cerebrales, se-guirán en el futu­ro. Siempre atendiendo a la comprensión de los diferentes matices de cada entidad individual, genérica.

Premisas básicas

Este escrito previo pretende servir de introducción general de todos los sucesi­vos estudios. Vamos a matizar en él algu­nos hechos comunes que puedan servir ante todos y cada uno de los supuestos elegidos. Analizaremos los factores de coincidencia en el seno de dos apartados fundamentales: A. Premisas básicas en relación con la discapacidad. B. La disca­pacidad como entidad situacional.

A. Premisas básicas del vivir en situación de discapacidad

Es necesario analizar una serie de fac­tores. Son los siguientes:

1. Factor persona individualizada.

Representa la esencia de cada indivi­duo con todas sus dicciones, adicciones y contradic-ciones. Ser persona es tener identidad entre los demás. Poseer todo lo esencial y todo lo accesorio de la entidad “individuo”. Lo cual no significa apartarse de los otros ni, mucho menos, ser dis­tinto. Sólo matices nos separan del próji­mo y estos matices pueden acrecentar su interés hacia nosotros y el nuestro hacia él. Todos los huma­nos tenemos similares ape-tencias, inclinaciones, instintos, ansias de sobresalir. Sólo los niños varían en algo sus ilusio-nes y por eso son diferentes. Los niños y algu­nos minusválidos, que se consideran o son con-siderados personas distintas y por eso se automienten, como hacen los niños. Todo ello se cura, desde el enfoque individual, acoplando aptitudes y logros.

2. Factor persona inmersa en un entorno de actuación

Este entorno de actuación del indivi­duo discapacitado puede ser la familia, la escuela, el círculo de amistades, el puesto de trabajo, es lo mismo. Actuamos, nos comportamos, trabaja-mos siempre para nosotros mismos o para nuestro ideal, siendo lo último lo más noble. Por eso el ideal de cada uno, cuando no es de agresión o pe­ligro para los otros, debe ser respetado o al menos tolerado por ellos. Es una cade­na que  nos enlaza a cada uno de nosotros.

3.     Factor persona inmersa en un entorno de convivencia

Las dificultades son mayores aquí para el individuo porque sus propias apeten­cias no deben chocar con las de los de­más, ya individualizados también, lo cual no siempre es posi-ble. El que no existan ni amos ni esclavos no pasa a veces de ser otro ideal. Conseguir un fac-tor común que aglutine los afanes de todos los seres humanos es en ocasiones una entelequia, aunque este factor común no puede ser sino el trabajo. Es el único que concede sentido, lo hemos dicho muchas veces, a la idea de sociedad.

Esta unión de todos a través del factor común del trabajo tiene el inconveniente de que no todos somos aptos para el mis­mo o equivalente tipo de trabajo y se ha­ce necesario aceptar la norma de que ca­da individuo trabaje en la medida y posibilidades que sus aptitudes le consientan. Siendo, cada uno de nosotros, complemento de los demás. El mosaico de ambiva-lencias que comporta la convi­vencia se difumina en la búsqueda de un ideal común. Tal vez, si el término es posi­ble, fuera mejor hablar de “covivencia”. Covivir, es decir, vivir al uníso-no, bus­cando, más que un ideal común, lo que de común puede haber en todos los ideales.

4. Factor persona individualizada con dificultades para vivir

No por estar enfermo o ser anciano o niño, que son otras cosas, sino por esa cir­cunstancia vital llamada discapacidad. El individuo que la posee precisa de un apo­yo lógico y ordenado que no tiene por qué estar limitado a lo económico. El pro­ceso rehabilitador y todo el equipo cuyos miembros colaboran, codo con codo, a que este proceso se cumpla, tienen desde ese punto de vista su más plena vigencia y su justificación.

B. La discapacidad como situación

Los términos situación, situacional, de­finen bien una de las características fun­damentales de la minusvalía: la de su es­tabilidad. Es una situación con tendencia a mantenerse, a veces durante toda la vi­da, al contrario de lo que normalmente sucede en la enfermedad y la lesión y, sobre todo, la ancianidad o la infancia. El sujeto inmer­so en la situación minusvalía y su prójimo juegan también aquí papeles conjuntos en una representación que atañe a todos, pero el primero puede menos que el se­gundo. La tarea compete más en este apartado a los seres que rodean al minus­válido que a este mismo. De aquí la im­portancia que tiene el que cada situación sea perfectamente comprendida por la humanidad no minusválida. Analizare­mos los aspectos más importantes de esta necesaria comprensión.

1. Formas de minusvalía

Debemos aceptar la norma de que pa­ra clasificar los diferentes modos posibles de ser minusválido es preciso recurrir a la ordenación de factores que integran la personalidad humana. Recordemos la clasificación que, sobre esta base, hemos propuesto otras veces.

A. Minusvalías esenciales o fun­damentales. Según la faceta personalís­tica alterada de modo primordial se pro­ducen las siguientes:

Minusvalías sensoriales. Afectan a los factores captativos de la personalidad.

Minusvalías mentales. Crean detri­mento en los factores ideativos de la misma.

Minusvalías expresivas. La afecta­ción está instaurada en el núcleo de lo manifestativo, vertiente expresiva o de comunicación.

Minusvalías motóricas. La función al­terada es la manifestativa de relación y atañe espe-cialmente a las diversas es­tructuras del aparato locomotor.

Minusvalías mixtas. Este grupo, muy numeroso, comprende afectaciones múltiples o por lo menos de más de uno de los sistemas básicos. Por ejemplo, en la parálisis cerebral puede haber afectación mental, expresiva, motora e incluso sensorial.

B.      Minusvalías intermedias. La fi­sonomía de los factores de discapacidad es menos nítida. Con frecuencia se pro­ducen etapas de enfermedad que alter­nan o se superponen con las de minusva­lía. Ello crea los conocidos problemas de valoración al especialista en Medicina rehabilitadora. La minusvalía es siempre valorable. La enfermedad no. El poder determinar los matices diferenciales entre una y otra, exige gran experiencia en el mundo de la Medicina de minusválidos y minusvalías. Cabe encerrar en este gru­po las minusvalías respiratorias, circula­torias, cardíacas y metabólicas.

C.      Minusvalías sociales. Son aque­llos cuadros que derivan de una defec­tuosa comprensión del individuo disca­pacitado por parte de quienes le rodean. La evolución personalística del interesa­do no se lleva a cabo, yugulada por el am­biente. Especialmente claro es el síndro­me de oligofrenia social, ya descrito en otras ocasiones.

2. Afectación del Individuo

En todos los casos, cualquiera que sea la forma imperante de discapacidad el in­dividuo se ve afectado holísticamente, en su persona toda. En sí mismo y en el en­torno en que ha de desenvolverse. Mu­chos matices de comportamiento que­dan así aclarados y sirva esto más de explicación que de justificación.

De aquí se deduce que hay que aten­der simultáneamente los problemas del individuo y los del entorno. Que, en más o en menos, en un momento evolutivo u otro, hay que efectuar acciones terapéuti­cas, tanto en el individuo como en su en­torno y ello es válido, no sólo en Medicina rehabilitadora, sino también en el resto de especialidades cuyo conjunto integra el proceso rehabilitador.

3. Núcleo doctrinal

Lo mismo que se estudia al enfermo o al anciano hay que estudiar al minusváli­do si lo que se pretende es ayudarle. El que además haya que estudiarlo en fun­ción de su entorno convierte la labor mé­dicorrehabilitadora en más compleja que la correspondiente a Geriatría, Patología o Cirugía, más limitadas en sus acciones. Pero además, todas las especialidades cuentan ya con conocimientos, libros de consulta, experiencia a veces de siglos, y todo ello hay que empezar por crearlo en Medicina rehabilitadora. Por eso es tan lento el avance, en ella y en el resto de las facetas de atención al minusválido. Y, sin embargo, es necesario este avance. Pocas conquistas sociológicas pueden hacer los discapacitados si los que están llamados a ayudarles no son capaces de estudiar en profundidad los problemas que les atañen.

Para acelerar estas conquistas y este conocimiento de un ser humano especial, el ser huma-no minusválido, el INSERSO va a desarrollar una serie de estudios a través de las páginas de MINUSVAL. No se va a tratar en ellos de la minusvalía sino del minusválido. Las situacio-nes serán sólo analizadas en función de la persona. Será una forma de conseguir que nadie tenga que pedirle cuentas a nadie. Que ningún ser humano se vea en la obligación de recla-mar. Que la igualdad de ser y sentir­se humanos se manifieste por fin con to­da su grandeza.

 

III-7 GIMNASIA Y DEPORTE COMO DERECHO. PUNTO8 DE VISTA SOBRE ALGUNOS ASPECTOS DE LA RECUPERACION PSICOFISICA DE LOS INVALIDOS.

Aportación al I Congreso Nacional de Medicina de la Educación Física y el Deporte en las edades de la enseñanza.- Madrid, Enero 1970.Publicado en 1970. Pags. 343-345.

 

GIMNASIA Y DEPORTE COMO DERECHO. PUNTOS DE VISTA SOBRE ALGUNOS ASPECTOS DE LA RECUPERACION PSICOFISICA DE LOS INVALIDOS.

Comenzaremos por una anécdota. Una anécdota intuida, porque ninguna señal pudo llegar a nosotros de aquel sucedido. Hubo un hombre, allá en la remota Prehistoria, que pretendía pintar un bisonte en la pared de una cueva, sin conseguirlo, por más que lo intentaba. De pronto, al volverse, vio que, en otra parte de la misma cueva, otro hombre plasmaba, con sorprendente facilidad, un bisonte lleno de vida y de movimiento. El pri­mer hombre sintió dentro algo muy raro y, casi sin saber lo que hacia, tomó su maza y golpeó salvajemente el cráneo de su compañero, destrozándolo. Después, febrilmente, machacó y emborronó sobre la roca hasta des­truir la imagen que el otro había conseguido. De aquellos dos hombres la posteridad nunca supo ni recibió nada. La situación, sin embargo, pudo tener otro final. El primer hombre pudo “dirigirse” al segundo para que este le enseñase la forma de conseguir una pintura como la suya, es decir, para que le “rigiese” en la confección de la misma. Con ello acepta­ba una “dirección” y, por tanto, recababa un “derecho” u opción a ser di­rigido, manteniendo su propia dignidad, con lo cual concedía a su vez al otro su respectivo derecho, capacidad o disposición para comunicar su pensamiento y su habilidad.

Han tenido que pasar siglos, sin embargo, para que esta segunda situación tomase forma. Para que el hombre admitiera que el “derecho” era un bien común, perteneciente a todos, representante de un beneficio recí­proco de cada individuo para todos los demás y de los demás para con cada individuo. Independientemente, y esto es quizá la conquista más importante de la humanidad actual, de los atributos somáticos o psíquicos de estas individualidades aisladas. Independientemente de que se trate de personas, como suele decirse, “inválidas”.

La idea de que el hombre — todos los hombres — poseen unas obliga­ciones y unos derechos, se encuentra en las filosofías y religiones más antiguas de la humanidad, pero solo cristaliza de modo efectivo el 10 de Diciembre de 1948, fecha en la que hicieron las Naciones Unidas la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En esta Declaración, así como en los Pactos Internacionales aprobados el 16 de Diciembre de 1966, se reco­gen cuantas situaciones de derecho corresponden al ser humano por el simple hecho de serlo, “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”. Implícitamente están aquí comprendidos los inválidos, pero nuestra intención no es demostrar esto, ni su derecho al trabajo, reconocido en el apartado 3 del articulo 23. Nuestra idea es la de que todos los hombres y, por supuesto, los minusválidos, tienen derecho a realizar un deporte si tal es su inclinación. Este derecho se halla esbozado en el articulo 24 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que admite que toda persona tiene de­recho “al disfrute del tiempo libre” y en el 26, que reconoce que “toda persona tiene derecho a la educación”. Educación mental, pero también fí­sica y deportiva. Lo indica claramente el apartado 2 del mismo artículo 26, según el cual “la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana”.Y el artículo 27,que admite el derecho “a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los benefi­cios que de él resulten”.

Estos beneficios científicos son, para el inválido, los que viene a traerle la especialidad de Rehabilitación. Con ella han cambiado concep­tos ancestrales. El discapacitado no solamente puede y debe incorporarse a la sociedad sino que ha de trabajar para conseguir su. sustento. Tiene derecho a ello y tiene, también, derecho a hacer deporte y a participar competitivamen-te, si así le place. Antes, el concepto era conseguir, con la gimnasia o el deporte, unos efectos terapéuticos directos. La Rehabilitación ha logrado que ya no se usen apenas denominaciones como “deporte terapéutico”, “gimnasia terapéutica” o similares. Y dejarán de utilizarse, del todo porque el deporte, la gimnasia, son un derecho inalienable de to­dos los hombres, aunque estén disminuidos en su capacidad. El conseguir esto ha sido, sin duda, el triunfo mas hermoso de la humanidad de nues­tros días.

Un ejemplo claro entre nosotros de este importante cambio conceptual lo tenemos en la creación, en 1968, de la Federación Española de Deportes para Minusválidos que cuenta actualmente con 7 Delegaciones Provinciales y 300 licencias. En el pasado año, en los XXI Juegos Internacionales de Stoke-Mandeville, nuestros representantes consiguieron una medalla de oro, en slalom, y 3 de plata y 4 de bronce en natación, entre 453 deportistas discapacitados de 26 países. En Octubre pasado se cele­braron los I Juegos Nacionales en Madrid y compitieron atletas minusválidos de Centros de Rehabilitación de Barcelona y de Sevilla. En este año de 1970 se celebrarán los Juegos Mundiales en Saint Etienne, Francia y en 1971 en Stoke-Mandeville, Inglaterra, cuna de esta forma importante y conmovedora de humanismo.

El discapacitado, mental o somático, es, como decía Freud, “un hombre en general”. Sus derechos son idénticos a los que posee cualquier otro hombre. Lo mismo que fomentamos y defendemos el derecho al trabajo de todos los discapacitados debemos defender su derecho al deporte, a la gimnasia, a la educación física. Para darles poesía, que es, como dijo Unamuno, “consuelo de la vida”.

Y para concluir, otra posible anécdota. Una anécdota que también hemos intuido pero que llega a nosotros envuelta en la esperanza que nos sacude desde todas las partes del mundo. Un hombre, avanzando en su silla de ruedas, porta la antorcha olímpica. Unos escalones, insalvables para é1, le separan de la meta. Otro hombre, un corredor, toman­do de sus manos la antorcha, la sube hasta arriba y hace brillar la lla­ma. Los nombres de los dos atletas, junto a los de sus demás compañeros, quedaron inscritos para siempre en el libro inmortal del deporte.

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