ÉTICA, POLÍTICA E IGUALDAD SEXUAL. EL PUNTO DE VISTA DE LAS MUJERES

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Prof.: Fco. Fernández Buey

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Hay tres tipos de reflexiones a las que, en mi opinión, conviene atender en este caso. La primera se refiere a la configuración de un punto de vista estrictamente femenino en ética y política. La segunda a las diferencias internas en el mundo de las mujeres en el mundo actual. Y la tercera a la forma contemporánea de la dialéctica entre sexos. En el último apartado se informa sobre algunas de las principales corrientes feministas en la actualidad.

 

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La primera reflexión se refiere a la exploración de la especificidad del género femenino a través de la historia de las relaciones entre los géneros. Esto permite identificar (más allá de las individualidades, por supuesto) ciertos rasgos o características comunes relacionados con el cultivo de la sensibilidad y el aprecio de los valores del diálogo y la resolución pacífica de los conflictos en el marco de culturas muy diferentes y alejadas en el espacio y en el tiempo; unos rasgos diferenciadores que son consecuencia, por otra parte, no sólo de una larga historia de imposiciones y/ o de aceptación pasiva de la dominación patriarcal, sino también de muchas formas de resistencia a ella y, en cualquier caso, compartidas por estas culturas diferentes.

Sería ingenuo esperar que tales características diferenciadoras de las mujeres vayan a transmitirse al conjunto social a través de la incorporación masiva de la mujer al proceso productivo no-doméstico, pues de la misma forma que también aquellas características son consecuencia del tipo de relaciones históricas anteriores (la exclusión, en muchos casos, de la incorporación a ese proceso) variarán previsiblemente con el cambio de status de las mujeres.

Lo interesante de esta reflexión feminista es que ha contribuido a llamar la atención sobre la importancia que tiene para el discurso político-social la exploración de la dialéctica histórica de los valores de la sensibilidad en relación con el trabajo y mediada por la diferencia de géneros. Lo cual viene a ser un acicate para hacer pasar al primer plano de la consideración aspectos psicológicos y psicosociales habitualmente olvidados por el discurso socialista de tradición marxista que en estos campos (y con las excepciones de rigor) fue siempre bastante grosero.

Conviene arrancar de la dicotomía entre feminismo de la diferencia (que pone el acento en los rasgos o características diferenciadoras de la mujer respecto del varón, con independencia de la afirmación de que estos rasgos hayan sido conformados genética, social o culturalmente) y feminismo de la igualdad (que pone el acento en la semejanza o identidad de varones y mujeres más allá de las diferencias, obvias y también obviadas, de tipo sexual o de género). Parece acertado partir de estadicotomía porque, contra lo que se dice y escribe a veces (equiparando el feminismo de la diferencia a fundamentalismo y el feminismo de la igualdad a humanismo liberal) cabe, sin duda alguna, un feminismo de la diferencia que es también, a la vez, humanista o racionalista (de hecho buena parte del denominado feminismo de la diferencia en el área mediterránea estaría de acuerdo en considerarse también humanista y/o racionalista) y que no se siente, en absoluto, esencialista o fundamentalista.

Por otra parte, esta dicotomía entre feminismo de la diferencia y feminismo de la igualdad permite tener en cuenta otro aspecto del problema que no es baladí. Sobre todo en un mundo político y cultural en el que términos como “esencialismo” y “fundamentalismo” parecen haberse convertido en la quintaesencia de la peligrosidad (desde el punto de vista epistemológico) y de la maldad (desde el punto de vista moral y sociológico). Ocurre, sin embargo, y vale la pena pensar en ello, que en nuestras sociedades “esencialismo” y “fundamentalismo” son términos que se usan para describir y descalificar exclusivamente opiniones y actitudes de los otros, de otras culturas o de otras filosofías que no son, desde luego, la nuestra; de manera que una vez descrito como “esencialista” un determinado punto de vista en la enumeración de opciones el descarte del mismo se hace inevitable.

En cambio, en la dicotomía que estoy proponiendo no se cierra de salida la posibilidad del diálogo. Hay muchas feministas y no pocas mujeres que afirman la diferencia o la diversidad de las mujeres sin admitir que exista algo así como una esencia de la femineidad, aunque sí una diferencia sustancial entre los sexos. Que esa diferencia haya estado o no en el origen de la división técnica de los trabajos y luego en la cristalización de distintos roles sociales es harina de otro costal.

En la afirmación de la diferencia hay, pues, un abanico de posibilidades que conviene tener en cuenta.

Por ejemplo, se puede partir de la constatación de que un sexo es una de las dos partes constitutivas del ser humano y considerar este ser-dos del ser humano como un hecho empírico puramente biológico, aunque luego inesencial o secundario desde el punto de vista social, simbólico o espiritual.

Es cierto que desde el feminismo de la diferencia se suele considerar que esta dualidad característica del ser humano no es en absoluto inesencial. Pero ¿es realmente “esencialismo” afirmar que la diferencia sexual es una diferencia esencial, o sea, constitutiva de la esencia o naturaleza humana? Tal vez llegue a serlo en la época de la ingeniería genética, la clonación de humanos y la reproducción tecnológicamente asistida, pero no es descabellado admitir el papel sustantivo de tal diferencia a lo largo de la historia conocida del ser humano.

Es precisamente al llegar a ese punto cuando el llamado feminismo de la diferencia se abre en un abanico bastante amplio. Se expresa a veces diciendo sencillamente que hay rasgos o características, además de los estrictamente sexuales, aunque vinculados a ellos (rasgos socioculturalmente adquiridos), que conforman o configuran diferencias de actitud, comportamiento y sensibilidad específicas de las mujeres. Todavía en este marco del feminismo de la diferencia se puede distinguir entre aquellas mujeres que afirman que la mayoría de estos rasgos o características es valiosa y, por tanto, vale la pena conservarla y aquellas otras que piensan que, con independencia de la valoración que se haga de tales rasgos, tales rasgos son consecuencia de una forma de opresión histórica y, por consiguiente, no deben ser conservados.

Algunas teóricas del feminismo de la igualdad suelen argumentar, por contra, que el reconocimiento y la afirmación como algo positivo de valores femeninos diferenciados que hubiera que conservar es una mera retorsión de la lógica de la razón patriarcal que acaba favoreciendo la persistencia del masculinismo y el status de las mujeres como “segundo sexo”. No estoy seguro de eso. Y me pregunto si en esta argumentación crítica de la diferencia no hay ya un salto demasiado rápido del plano antropológico y sociocultural al plano político. Queda planteado el problema para su discusión.

 

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La segunda consideración (y tal vez la más básica) fue aludida por el economista Amartya Sen en un inquietante ensayo de hace unos años, ya mencionado en un tema anterior, sobre “las mujeres desaparecidas”: aunque la biología, como se sabe, favorece ligeramente en general al sexo femenino, en numerosos lugares del mundo hay proporcionalmente más hombres que mujeres; la cifra de las mujeres que faltan, de las mujeres desaparecidas (la mayoría de ellas en Asia) se eleva a cien millones, y esta cifra sigue hablando, silenciosamente, de una terrible historia de desigualdad y de abandono, pues son la desigualdad y el abandono lo que causa esta mayor mortalidad femenina.

La Conferencia de Pekin convirtió el silencio de la cifra en protesta clamorosa. Pero, en cualquier caso, ésta es una reflexión que ha de servir también para explorar la no-contemporaneidad de los temas y problemas de los movimientos feministas en las distintas partes del mundo actual.

Quiero decir: a pesar de la generalización de la vindicación feminista desde los años sesenta en Estados Unidos y en Europa, y a pesar de las cada vez más repetidas declaraciones institucionales acerca de la igualdad de oportunidades para los dos sexos, las mujeres siguen teniendo el estatus de “segundo sexo” en la gran mayoría de los países del mundo.

La existencia de tantas mujeres desaparecidas en varios continentes (o la persistencia del status de “segundo sexo”) al mismo tiempo que, en unos pocos países, las propias mujeres empiezan a superar la psicología de la exclusión son datos lo suficientemente contradictorios como para sugerir la no-contemporaneidad de los discursos de las mujeres sobre el futuro de la mujer en el planeta. Esta no-contemporaneidad de los discursos (y de los movimientos) tiene que ser actualmente el punto de partida de la aspiración feminista a hacer de las mujeres sujeto de la transformación social.

Ni qué decir tiene que también en este punto adquiere gran importancia el reconocimiento de la diferencia de situaciones y de ritmos, de la no-contemporaneidad, en definitiva, de las reivindicaciones y movimientos de las mujeres en el mundo en su relación con los movimientos de liberación que agrupan a personas de ambos sexos. Pero precisamente la aproximación entre una reflexión como ésta acerca de las "mujeres desaparecidas" (que nos recuerda a todos la persistencia de la discriminación primitiva en contra de las mujeres) y la propuesta de una reconfiguración de los tiempos dedicados al trabajo y al cuidado de los otros (que nos recuerda el valor de actividades tradicionalmente consideradas "de mujeres", así como los problemas que conlleva la mercantilización posmoderna) podría abrir las puertas a un diálogo fecundo, no etnocéntrico, entre mujeres de países pobres y mujeres de países ricos, y entre éstas y los otros movimientos sociales.

Al enfrentarse con el tema de “las mujeres desaparecidas” el pensamiento político dominante en Europa suele insistir en que eso es cosa de otros continentes, de la barbarie con que aún se impone la “razón patriarcal” en lugares lejanos. Pero, aunque con otra forma, también en el mundo más próximo reina la desigualdad y la diferencia.

Un libro coordinado hace poco desde Barcelona por María José Aubet ha puesto de manifiesto la desigualdad de las democracias realmente existentes en la unión europea actual. Es mérito del mismo proporcionarnos información utilísima, en forma clara y distinta, para que las gentes de los quince países actualmente implicados en la unión europea nos conozcamos mejor en el plano político, en el plano social y en el plano cultural. Los dirigentes políticos de la unión europea y de cada uno de los quince países que la integran suelen referirse a ella y éstos, con orgullo (casi siempre excesivo) como “la democracia” y “las democracias”. Pero estas democracias son desiguales. Y lo son en un doble sentido. En lo que hace a la diversidad de sus culturas (lo que implica el que unas sean tendencialmente más igualitarias que otras). Y en lo que se refiere a las formas de tratar a los sectores sociales en peor situación, y muy particularmente a las mujeres, lo que hace que sean democracias segregacionistas y excluyentes en diferente medida.

Es de justicia llamar la atención sobre el estudio, comparativo y diferenciado, que se lleva a cabo en este libro, de los factores determinantes de la exclusión en nuestras sociedades desde una óptica feminista. Pues una vez más el grado de exclusión de la mujer en el mercado de trabajo y en la vida política resulta ser el térmometro principal para medir los grados de fiebre de nuestras democracias enfermas; enfermas, claro está, de desempleo, de desigualdad y de exclusión social; pero también de fundamentalismos y esencialismos varios.

Además de refutar algunos tópicos muy extendidos sobre el progresivo proceso de incorporación de la mujer europea al mercado laboral en estas últimas décadas, el libro coordinado por María José Aubet llega a una conclusión muy interesante, a saber: que en la unión europea sólo las mujeres nórdicas han superado la psicología de la exclusión y han logrado convertir sus prioridades en prioridades de la toda la sociedad. Esta es realmente una diferencia que sigue siendo sustancial repecto de los países anglosajones y, no digamos, respecto de los países latinos, greco-romanos o mediterráneos. Sabemos que factores históricos, religosos, culturales, sociales y políticos intervienen con distinto peso en el mantenimiento de la desigualdad. Y en el estudio de los factores diferenciales de la exclusión de las mujeres se esboza un asunto capital para las ciencias sociales no demediadas del fin de siglo, un tema clave para el futuro de los movimientos alternativos en Europa.

 

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La tercera reflexión continúa y concreta, en cierto modo, la reflexión anterior sobre los valores específicamente femeninos en el marco de la nueva situación económico-social que se ha ido creando en las grandes metrópolis del capitalismo tardío durante la última década (caracterizada a la vez por la persistencia del desempleo como fenómeno estructural, el envejecimiento de la población y la presión de las mujeres por incorporarse al proceso productivo externo a la casa y a la gestión de la cosa pública).

Tales circunstancias obligan a una nueva consideración del tiempo que hombres y mujeres dedican generalmente al trabajo en el sistema productivo imperante, a las tareas domésticas y al cuidado de los hijos y de los mayores. Esta nueva consideración sobre los tiempos pone, desde luego, en cuestión la distribución tradicional de las tareas domésticas entre los sexos, pero, precisamente por la reivindicación feminista del cultivo de la sensibilidad, apunta también hacia la denuncia de la mercantilización generalizada de los servicios en nuestras sociedades y sugiere, en consecuencia, una nueva forma de ver la relación entre modernización técnico-económica y conservación cultural.

La traducción de estas tres reflexiones al plano discursivo que aquí nos ocupa significa profundizar y ampliar el viejo principio socialista (fourierista y engelsiano) de que la liberación de las mujeres tiene valor de criterio para medir el nivel de humanización de una sociedad.

Profundizarlo, porque la incorporación masiva de las mujeres al trabajo fuera de los hogares iguala a éstas ante los problemas del mundo laboral y plantea en términos nuevos la vieja relación entre las formas y los tiempos para el trabajo y para el cuidado de los otros, en especial de los niños y de los viejos. Esto significa: redistribución de las tareas entre los sexos y cambio en los tiempos dedicados a trabajar y al cuidado de los otros para lograr la superación de la división social fija (todavía clasista) del trabajo en las sociedades hegemonizadas por el modelo industrial, productivista y consumista.

Hay varias razones que explican la actitud más negativa de las mujeres (por comparación con los varones) ante el modelo socioeconómico actual. Una es la evolución del mercado de trabajo, en general negativa para las expectativas de las mujeres. Otra es la concepción global del tiempo y los horarios que se han hecho imperantes en nuestras sociedades: la incorporación generalizada de las mujeres al trabajo asalariado choca con la concepción típicamente masculina del tiempo, con las programaciones horarias, puesto que tal incorporación va unida al hecho de que la mayor parte de las tareas domésticas y que comportan el cuidado de los otros siguen recayendo sobre ellas. De ahí el agobio constante de la mujer emancipada y la queja, tantas veces escuchada, de que “no nos queda tiempo para nada”.

Dada la evolución de las sociedades europeas en la última década (envejecimiento proporcionalmente mayor de la población femenina, importancia del paro de larga duración que afecta a las mujeres y aumento de las necesidades de cuidado de los mayores) parece sumamente adecuado en una discusión sobre prospectiva introducir el enfoque feminista que, al ocuparse del futuro del mercado laboral en el marco más amplio de la sociedad, concede prioridad simultáneamente a dos temas: la reducción de la jornada laboral y la reflexión y legislación sobre los tiempos dedicados a trabajar y al cuidado de los otros. Precisamente el análisis del uso del tiempo, articulando lo público y lo privado, es lo que puede permitir superar el enfoque habitualmente androcéntrico de la propuesta sindical (y verde) del trabajar menos para trabajar todos.

 

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La discusión del libro complicado por C. Castells sobre perspectivas feministas en teoría política (que incluye aportaciones varias del área anglosajona) se puede complementar con la siguiente clasificación temática.

4.1. Teoría feminista vinculada a la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt: una ética universalista incluyente con ampliación del ámbito moral: extensión de la moralidad manteniendo la universalidad mediante la reconstrucción de la tradición filosófica occidental:

Seyla Benhabib y Drucilla Cornella, Teoría feminista y teoría crítica. Ensayos sobre la política de género de las sociedades de capitalismo tardío [1987]. Edicions Alfons el Magnanim, Valencia, 1990 [en este caso la discusión feminista se ocupa de tesis del marxismo del siglo XX, del existencialismo fenomenológico de Sartre y Simone de Beauvoir, de Jurgen Habermas, de la teoría crítica de Michel Foucault].

4.2. Feminismo psicoanalítico:

Natividad Corral, El cortejo del mal. Etica feminista y psicoanálisis. Madrid, Talasa, 1996 [el complejo de Edipo en la base del orden patriarcal, atención principal a la diferencia sexual].

4.3. Feminismo de la diferencia francés [Helene Cixous, Julia Kristeva (escritura femenina) y Luce Irigaray: Speculum, Yo, tu, nosotras. Madrid, Cátedra, 1992, vinculado por lo general al posmodernismo y al desconstructivo francés: el otro, lo otro como positividad, la otredad como apertura a la pluralidad, la diversidad y la diferencia. Reafirmación de la diferencia y del punto de vista específico desde la diferencia. Deconstrucción de la tradición filosófica occidental.

4.4. Feminismo de la diferencia italiano: Diotima (comunidad filosófica de las mujeres)/Librería de las mujeres de Milán, El final del patriarcado (1996), traducido al castellano por M. Milagros Rivera, y que ha dado lugar a una polémica en varios números de la revista El viejo topo.

4.5. “El enfoque del género” en la teoría feminista desde los 80. De la constatación de que los roles sexuales varian de forma significativa de cultura a cultura. Frente al enunciado esencialista y universalista y al reduccionismo biológico: ”género” como creación simbólica y “sexo” que se refiere al hecho biológico de ser hembra o macho. Teorizar las relaciones de género como construcciones sociales más allá del hecho natual de las diferencias sexuales biológicas. Sobre esto: Verena Stolcke, “¿Es el sexo para el género como la raza para la etnicidad?”, en mientras tanto nª 48, enero/febrero de 1992.

4.6. “Enfoque del cuidado” y femenismo de orientación socialista (el grupo de Livia Turco, actual ministra de justica en el gobierno italiano y de las mujeres que publican la revista Reti). Teoría feminista del tiempo subjetivo: las mujeres cambian los tiempos y, con ello, su dimensión política, social y cultural.

 

INDICACIONES BIBLIOGRÁFICAS

 

I. Generalidades:

A. S, “Le donne sparite e la disuguaglianza di genere”, en Politica ed economia, abril de 1991.

M. J. Aubet, Democracias desiguales. Cultura política y paridad en la Unión Europa. Barcelona, Ediciones del Serbal, 1995.

A. Giddens, La transformación de la intimidad. Madrid, Cátedra, 1995.

 

II. Otras contribuciones:

C. Castells (Com.), Perspectivas feministas en teoría política. Barcelona, Paidós, 1997.

Celia Amorós, Hacia una crítica de la razón patriarcal. Barcelona, Anthopos, 1985.

Alicia H. Puleo, Dialéctica de la sexualidad. Género y sexo en la filosofía contemporánea. Madrid, Cátedra, 1992

Raquel Osborne, Las mujeres en la encrucijada de la sexualidad. Una aproximación desde el feminismo. Barcelona, Lasal, 1989.

VVAA, Sexo y filosofía. Sobre “mujer” y “poder”. Barcelona, Anthropos, 1991

VVAA, Mujeres: ciencia y práctica política. Madrid, Publicaciones del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense, 1986.

 http://www.upf.es/iuc/index.htm

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