PSICOLOGÍA SOCIAL POSMODERNA EMANCIPADORA

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ENTRE LA PSICOLOGÍA CRÍTICA Y EL POSTMODERNISMO

Anastasio Ovejero Bernal
Universidad de Oviedo.

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1. INTRODUCCIÓN

Con cierta frecuencia se acusa tanto al actual postmodernismo como a los propios autores postmodernos (filósofos, sociólogos, psicólogos sociales, etc.) de defender posturas claramente neoconservadoras y hasta reaccionarias, a causa sobre todo de su fuerte individualismo y de su profundo nihilismo. El supuesto subyacente a estas críticas es que sólo los valores altamente esperanzadores y "socialistas" pueden ser progresistas y emancipadores, como si sólo existiesen dos formas de ver el mundo e interpretarlo: la marxista y la conservadora. Los autores postmodernos obviamente no suelen ser marxistas, luego, se deduce, son reaccionarios.

Lo que pretendemos en este trabajo es intentar mostrar justamente que ello no es así, sino que, incluso en el campo de la Psicología Social, el postmodernismo sigue derroteros que ciertamente no son marxistas, pero menos aún son conservadores. Por el contrario, siguiendo las pautas marcadas por Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein y Foucault, los psicólogos sociales postmodernos van por caminos nuevos, radicalmente contestatarios y emancipatorios, caminos que, de querer asimilarlos a alguna ideología del pasado, cosa realmente difícil, ésa sería el anarquismo, aunque para ello indudablemente deberíamos forzar y simplificar un tanto las cosas. Y, desde luego, si pretenden ser críticos y emancipadores, difícilmente podrán ya ser posmodernos. Pero aclaremos, ya desde el principio de este artículo, esta aparente contradicción.

Un psicólogo social, al igual que un sociólogo, un filósofo o cualquier otro pensador o científico social, que pretenda ser radical, ya sea marxista o anarquista, nunca podrá ser posmoderno, ya que el posmodernismo supone el fin de los grandes relatos, incluídos el marxismo y el anarquismo, porque ya no existe nada que los fundamente. El posmodernismo, como bien dice Habermas, predice el fin de las ilusiones emancipatorias. El mero hecho de soñar con un mundo más justo ya está reñido con los postulados posmodernos. Sin embargo, en su afán por "des-fundamentar" todos los relatos, el posmodernismo es radicalmente crítico, aunque el simple hecho de criticar ya es algo que no encaja en el posmodernismo. Sin embargo, esa crítica posmoderna puede convertirse en un poderosísimo instrumento al serivico de la psicología social crítica radical y emancipadora.

La psicología no puede aislarse del mundo en que está inserta, de tal forma que la psicología, durante todo este siglo, ha constituido un instrumento más del individualismo atroz de la sociedad capitalista. Y el posmodernismo consigue pulverizar algunos de los fundamentos más básicos sobre los que descansa la psicología tradicional. De ahí que, tácticamente, el posmodernismo pueda ser útil para la psicología radical. Es el caso, por ejemplo, del radical Giroux, que él mismo se considera a sí mismo posmoderno, cuando en realidad no lo puede ser, mas que, eso sí, tácticamente.

Así, como sostiene Ian Parker (1995), aunque Gergen y los psicólogos posmodernos no son radicales políticamente, sin embargo su crítica posee un efecto auténticamente radical que causa problemas muy serios a la psicología tradicional. Es decir, el posmodernismo puede funcionar como un instrumento de crítica radical dentro de la psicología, pero tales ideas son muy peligrosas en su aplicación al mundo exterior, en el que pulveriza la sola intención de querer cambiar la realidad desde una perspectiva radical (anarquismo, marxismo, sindicalismo, feminismo, etc.). Es más, insisto, aunque dentro de la psicología nos puede ser muy útil, el posmodernismo puede estar convirtiéndose en una nueva metanarrativa que deslegitime todo esfuerzo político por cambiar la realidad y por hacerla más justa. Por consiguiente, creo que el posmodernismo no tiene futuro, pero antes de pasar a mejor vida habrá dejado una profunda influencia en el pensamiento occidental e incluso en la psicología y en la psicología social.

Además, es que los pensadores e intelectuales posmodernos se salen del juego de lenguaje izquierda-derecha. De ahí la dificultad de definirlos como de izquierdas o de derechas. De ahí que no resultaría fácil tachar de conservadores a autores como Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein o Foucault. Pero es francamente difícil calificar de conservadores a psicólogos sociales "posmodernos" como Ph. Wexler, J. Shotter, M. Billig o Tonmás Ibáñez, aunque tampoco todos puedan ser incluídos, ni mucho menos, en la tradición marxista. Sin embargo, a mi modo de ver, proponen todos ellos planteamientos no sólo novedosos, sino incluso, como ya he dicho, profundamente revolucionarios y emancipadores, como revolucionarios y emancipadores, al menos en cierto sentido, fueron los planteamientos teóricos de Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein o, más recientemente, Foucault. Otra cosa es que en la medida en que son radicales y emancipadores, ya no son posmodernos, y en la medida en que son posmodernos ya no pueden ser radicales ni emancipadores. Por eso, creo de suma importancia distinguir entre aquellos psicólogos sociales, con Gergen a la cabeza, que defienden una psicología social posmoderna y que, por tanto, no pueden ser considerados de izquierdas, aunque tampoco sean en absoluto conservadores ni de derechas, y aquellos otros, como Parker, Billig o Shotter en Gran Bretaña, Wexler o Giroux en Estados Unidos o Tomás Ibáñez en España, que, siendo claramente de izquierdas y radicales, unos de orientación marxista y otros de orientación libertaria, no pueden ser en absoluto posmodernos: lo que hacen es, cosa que personalmente comparto plenamente, intentar aprovechar el enorme potencial desenmascarador y de-construccionista de los planteamientos posmodernos para combatir la psicología y la psicología social tradicionales (lo que sí es una actitud posmoderna), para después proponer sus propios planteamientos críticos y emancipadores. De ahí que a partir de ahora también consideraremos psicólogos sociales posmodernos a aquéllos que, como Ibáñez (1989, 1994) o Giroux (1992, 1993), utilizan algunos argumentos fundamentales del posmodernismo, aunque lo hagan para fines a juicios de algunos tan poco posmodernos como es la emancipación del ser humano a través, en este caso, de una oposición radical a la psicología tradicional y a su permanente alianza con los poderes y clases dominantes en la sociedad capitalista.

Por otra parte, ya no sólo la psicología social posmoderna, sino incluso toda psicología o psicología social que quiera ser seria, e independientemente de cuál sea su orientación científica o política, no le queda otra alternativa que ser, al menos en cierto sentido, posmoderna, y olvidar algunas de las principales bases sobre las que tradicionalmente se sostenía la ciencia, lo que, por otra parte, ayudará a la psicología social a ser verdaderamente emancipadora, no meramente disfrazada de ello.

 

2. LAS BASES "CIENTÍFICAS" DE LA CIENCIA POSMODERNA

Como es bien conocido, una de los pilares básicos sobre los que se asienta la modernidad, ya desde Galileo, es la ciencia, la ciencia moderna. Sin embargo, a nivel filosófico Nietzsche pulverizó hace ya un siglo las bases en que, desde Kant, se sustenta la ciencia: la de la razón y la de la verdad. De hecho, frente a Kant, que pretendía fundar la "verdadera" ciencia, estableciendo las condiciones del conocimiento verdadero, Nietzsche afirma textual y rotundamente en la Genealogía de la Moral: "La voluntad de verdad tiene necesidad de una crítica...; hay que intentar de una vez por todas poner en cuestión la verdad en sí misma". Y lo hace Nietzsche a través del establecimiento del carácter profundamente pragmático del conocimiento humano, incluso cuando se pretende científico y objetivo. Por tanto, nada de objetividad. Sencillamente no existe, ni siquiera en la ciencia. "La verdad objetiva de la ciencia, que es para Kant el fundamento de su deducción, es una creencia inveterada, que tenemos por verdadera porque la necesitamos para vivir y sobrevivir. Nada prueba que nuestras categorías sean universales y necesarias; las tenemos confianza porque no podríamos vivir sin ellas, pero 'la vida no es un argumento'", escribe Nietzsche en La Gaya Ciencia. Las verdades del hombre, precisamente porque el hombre tiene necesidad de ellas para vivir, "son los irrefutables errores del hombre", añade.

Por tanto, para Nietzsche, por decirlo con palabras de Reboul (1993, pp. 21-22), la locura del positivismo mecanicista no consiste en reducir toda cualidad a lo cuantificable, ¡con lo que tenemos un mundo fijo y muerto! Tal pretensión de cuantificar todo es tan absurda como la de un sordo que afirmara comprender una música reduciéndola a fórmulas matemáticas. Para el positivismo mecanicista,la calidad y el movimiento aparecen siempre como "un milagro", milagro que hay que reducir a toda costa, es decir, destruir. Y esta pretensión reductora es tanto más estúpida cuanto que se pretende exclusiva. Denuncia de la objetividad como algo puramente pragmático y del lenguaje como forma de enmascarar lo real bajo costumbres sociales y banales. Pues bien, será esta línea Nietzscheana la que marque el sendero que recorrerán muchos de los psicólogos sociales postmodernos.

Por otra parte, desde la propia ciencia pronto se comenzó a dar la razón, al menos en parte, a Nietzsche. Así, ya desde las primeras décadas del presente siglo, la propia Física (Max Planck, Bohr, Einstein, Heisenberg, Prigogine, etc.) fue refutando las bases en las que se sustentaba la ciencia clásica, positivista y empirista. Más específicamente, fue Einstein y su teoría de la relatividad , y fueron los desconcertantes descubrimientos del nivel subartómico a la mecánica cuántica de Max Planck y sus colegas y sucesores, sin olvidar el impacto que años después supuso la explosión de las primeras bombas atómicas, los que fueron demoliendo la fe en la ciencia moderna. "Los resultados pusieron en tela de juicio la intuición de los grandes científicos y desembocaron en una serie de interpretaciones de fenómenos totalmente extraños... Puesto que para observar electrones hay que usar electrones, que ejercen una influencia perturbadora, es imposible observarlos directamente y sólo podemos deducir su naturaleza. Para algunos supuso un inquietante recordatorio de que la ciencia presenta límites que el conocimiento humano jamás podrá penetrar. Asimismo, la conducta de las partículas subatómicas sólo puede preverse dentro de las limitaciones de la probabilidad, arrasando así con la certidumbre y la determinación completa hasta entonces reivindicadas y consideradas imprescindibles para la ciencia física... Podemos obtener tendencias estadísticas generales, adecuadas para hacer previsiones, pero el electrón específico escapa a toda determinación y predictibilidad. El principio de indeterminación de Heisenberg puso de relieve la situación insatisfactoria que imperaba en los confines de la física" (Stromberg, 1990, p. 363).

Por su parte sir James Jeans en su Phisics and Philosophy (1942) señaló una serie de relevantes consecuencias de la teoría cuántica: (1) desaparece la uniformidad de la naturaleza; (2) se hace imposible el conocimiento exacto del mundo exterior; no se pueden representar adecuadamente los procesos de la naturaleza en el marco del espacio y el tiempo; y deja de ser posible la división clara entre sujeto y objeto. Y si ello es así en Física, ¿cómo es posible que haya científicos que aún persiguen un conocimiento exacto, universal y definitivo en ciencias sociales y humanas, en concreto en psicología y en psicología social? Ahí sí hay indeterminación, incertidumbre e inseparabilidad entre sujeto y objeto. Mientras la psicología social siga creyéndose una ciencia natural y comportándose como tal (experimento de laboratorio, etc.), seguirá siendo cierta y actual la frase de Wittgenstein: "Después de dar respuesta a todas las cuestiones científicas, permanecen intactos los problemas de la vida".

"Todo esto significó -apostilla Pinillos (1994, p. 60)- que la era del mecanicismo clásico había desaparecido en la segunda mitad de nuestro siglo. Gente como Kuhn y Feyerabend habían indicado los sesgos y limitaciones de cualquier paradigma científico (incluyendo, por supuesto, el newtoniano). Luego el modelo de ciencia asumido por la psicología moderna hace cien años, definitivamente se había perdido. En la segunda mitad de nuestro siglo estas alternativas científicas que aparecían eran por lo menos tan fiables como la mecánica newtoniana, y más abiertas que ésta a una psicología contemporánea de la complejidad. Sin embargo, por extraño que parezca, las nuevas oportunidades no suscitaron mucho interés entre los psicólogos, y la mayoría de ellos siguieron fieles a los preceptos del viejo paradigma: no finalidad, no introspección, y nada asociado con la filosofía, humanidades o las cien cias de la cultura en general. La cuestión es de alguna forma desconcertante".

Y ello es aún más desconcertante al observar la tozudez de los psicólogos al querer seguir aplicando a su objeto, la naturaleza humana, un método que fue construido para otro tipo de objetos, la naturaleza física, cuando quienes estudian ese otro objeto ya desecharon tal método. Así, Prigogine, premio Nobel de Química de 1977, afirma que el paradigma científico clásico sólo se aplica a los casos más simples y menos interesantes del mundo, dejando fuera, de modo característico, al sujeto humano.

Y es que, como escribe Pinillos (1994, pp. 62-63), "al contrario que los animales, el hombre vive en un mundo histórico de cultura. Un mundo donde el significado, la consciencia, la finalidad, los juicios finales y de valor tienen un lugar que no es posible tener en una psicología considerada como una ciencia natural... En la consciencia no existen relaciones causales, existen relaciones significativas y simbólicas y reversibles entre las representaciones".

De hecho, ya Lakatos había pronunciado la oración fúnebre sobre la "revolución del rigor" en ciencia y en filosofía, al afirmar que si dicha revolución exige que en el altar del rigor sacrifiquemos todo aquello que realmente nos interesa, ha llegado el momento de prestar más atención a lo que nos interesa, olvidando el rigor.

Lo que realmente sorprende es que la mayoría de los psicólogos no se hayan dado cuenta aún de ello y sólo algunos, por regla general psicólogos sociales, lo hayan hecho, aunque hace relativamente poco. La razón de tal estado de cosas tal vez resida en que, como sostiene Feyerabend (1976, 1989), las teorías científicas son mucho más que meras formas de organizar y ordenar los datos; realmente son formas de mirar el mundo. Y lo que cuesta es mirar el mundo de una forma muy distinta a como nos han enseñado a mirarlo y a como estamos acostumbrados a hacer. Sin embargo, en Psicología Social y sus aledaños cada vez son más numerosos, aunque ciertamente aún minoritarios, quienes apuestan por una perspectiva psicosociológica del mundo diferente a la tradicional (Billig, Gergen, Ibáñez, Sampson, Shotter, Wexler, etc.), haciendo ya una metapsicología que vaya deconstruyendo las hasta ahora tenidas por verdades inamovibles e incuestionables (véase, por ejemplo, Stam y cols., 1987). Y es que, como afirma Gergen (1987, p. 2), "durante los últimos tiempos se está haciendo cada vez más evidente que los fundamentos empiricistas de la ciencia se están agrietando profundamente. El despliegue de los datos empíricos para justificar y evaluar las proposiciones teóricas está dejando de ser loable. Y en la medida en que es así, el criterio tradicional para medir el valor de una teoría ya no sirve. Por tanto, deben considerarse las teorías de conocimiento alternativas con criterios alternativos para evaluar las proposiciones teóricas".

Todo ello se refleja también en las posturas más recientes en la sociología y la psicología social de la ciencia, particularmente en las posturas post-kuhnianas. En efecto, fue tras la publicación y asimilación de The Structure of Scientific Revolutions de Kuhn (1962) cuando, como señalan Lamo de Espinosa y cols. (1994) comenzó a gestarse la posibilidad de una sociología de la ciencia que fuera capaz de penetrar en la cámara sagrada de la ciencia, esto es, en los procesos de generación y validación del conocimiento científico. Con ello, la tradicional sociología de la ciencia ocupada casi exclusivamente de la vertiente social, o a lo sumo de temas tales como el proceso social del descubrimiento científico, dio paso a lo que se ha etiquetado como una nueva sociología del conocimiento científico, donde sin duda destaca el llamado Programa Fuerte (Bloor, 1976; Barnes, 1974, 1977), los estudios sobre la vida del laboratorio científico (Latour y Woolgar, 1979; Knorr-Cetina, 1981) y la perspectiva etnometodológica del trabajo científico, con su énfasis en el análisis del discurso y la reflexividad (Woolgar, 1991; Lynch y Woolgar, 1990). Estas teorías sociológicas, que claramente pueden ser consideradas psicosociales, ya que giran en torno a la cuestión de la ciencia como acción y alrededor de las relaciones sociales e interpersonales entre los científicos, tienen en común una serie de rasgos característicos que les da un carácter abiertamente postmoderno. Los principales de esos rasgos son los siguientes (Lamo y cols., 1994):

1) Principio de la naturalización, que rechaza la distinción entre el contexto de justificación y el contexto del descubrimiento.

2) Principio del relativismo, que afirma que no hay ningún criterio universal que garantice la verdad de una proposición o la racionalidad de una creencia. Todos los procesos de producción, validación y cambio del conocimiento científico son el resultado de procesos de interacción social (como, por ejemplo, las negociaciones) entre científicos (como individuos y grupos sociales) o entre éstos y el medio social circundante.

3) Principio del construccionismo, según el cual el conocimiento científico es una representación que no proviene directamente de la realidad, ni es un reflejo literal de ésta. Así, no puede esperarse siquiera una interpretación idéntica de los mismos fragmentos de evidencia, pues la experiencia no es neutral, sino dependiente, y varía según el contexto social, los aprendizajes, la cultura, etc. Por tanto, el conocimiento y en buena medida la realidad se consideran socialmente construidas.

4) Principio de causación social, según el cual la actividad científica no la llevan a cabo epistémicos ideales, sino grupos sociales concretos, convencionalmente denominados comunidades científicas. De esta manera, y como cualquier otro grupo social, se rigen tanto ellas como los productos que formulan (el conocimiento científico) por los mismos tipos de explicación que cualquier otra organización social.

5) Principio de instrumentalidad, según el cual el conocimiento científico no difiere sustancialmente de otros tipos de conocimiento, salvo por su mayor eficacia en la resolución de problemas.

De tales principios se deduce la centralidad que la psicología social (interacción social y relaciones interpersonales, representaciones sociales, etc.) debería ocupar en el campo científico.

Por otra parte, la que ya podemos llamar Psicología Social Postmoderna, de alguna manera sigue ya estos principios, aunque, desde luego, unas teorías lo hacen más que otras.

 

3. ORÍGENES DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL POSTMODERNA

Tenemos que comenzar este apartado diciendo, siguiendo a Collier y cols. (1991), que difícilmente puede entenderse la Psicología Social Postmoderna sin antes conocer bien la crisis que durante la década de los setenta y parte de los ochenta vivió la disciplina, crisis que tiene sus raíces en los años sesenta y en concreto en las transformaciones de distinto tipo que sufrió la sociedad americana a lo largo de esa década, y que podríamos resumir en el fuerte contraste que supuso la Guerra del Vietnam y sus secuelas (hundimiento de la economía norteamericana, inflación galopante, etc.) y la larga prosperidad económicaq que en los Estados Unidos siguió a la Segunda Guerra Mundial. Ello, en definitiva, provocó el final del sueño americano y del Estado del Bienestar en ese país, radicalizando y polarizando a la vez a la sociedad, provocando el surgimiento de movimientos sociales pacifistas, contraculturales, feministas, etc. Todo ello llevó a que una serie de ideas, que ya defendían autores como los de la Escuela de Francfort, comenzaran a extenderse por América haciéndose probable y generalizándose una serie de valores y comportamientos que poco después empezaron a conocerse con el nombre de postmodernismo o condición postmoderna. "Estos movimientos incorporaron los valores tradicionales basados en una ilimitada libertad personal con nuevos ideales contraculturales basados en la oposición a las personas que están en puestos de autoridad. Estudiantes y adultos jóvenes comenzaron a cuestionar los valores tradicionales de autosacrificio y de éxito material que habían motivado a sus padres. Y adoptaron nuevos valores basados en la libertad personal y en la autoexplotación, combinando una crítica a la tecnología y al progreso con un fuerte deseo de perfeccionar la sociedad. Ello originó un gran número de experimentos sociales, tales como comunas y grupos de encuentro, así como estrategias que favorecían unos estilos de vida más simples y más humanos" (Collier y cols., 1991, p. 239).

Además, la guerra del Vietnam consiguió la unión de muchas personas y grupos que de otra manera no hubieran tenido casi nada en común.

Por otra parte, otra de las consecuencias de la guerra del Vietnam fue que la gente comenzara a interesarse en formas más personales e individuales de autoexpresión, olvidando muchos de los ideales sociales y comunales de los sesenta y dando paso a un mayor individualismo, narcisismo y conservadurismo. Eran ya los años setenta. Ello sería otra de causas del actual postmodernismo.

Pues bien, todos estos sucesos y otros más tuvieron su reflejo también en las acciones y las reacciones de las personas que trabajaban en el campo de la Psicología Social, produciendo en los años setenta y primeros ochenta una fuerte crisis de confianza en la disciplina, en sus tendencias y, sobre todo, en sus métodos (Ovejero, 1991). Y ello tuvo lugar tanto en la Psicología Social de orientación psicológica como en la sociológica, y tuvo como una de sus consecuencias la aparición de una nueva psicología, la postmoderna.

De esta manera, "al entrar en los años noventa, la Psicología Social norteamericana parece ir en dos diferentes direcciones: una se basa en la revisión, la otra se basa en una más radical reconstrucción de toda la disciplina" (Collier y cols., 1991, p. 249). La primera, la revisión, se centra sobre todo en varios campos (véase Collier y cols., 1991, p. 249 y ss.): la cognición social, nuevas direcciones en el Interaccionismo Simbólico, el resurgimiento de las perspectivas biologicistas (etología, sociobiología, etc.), y sobre todo las aplicaciones en Psicología Social. La segunda, la reconstrucción radical de la disciplina, se identifica ya, en cierta medida, con las corrientes postmodernas de la Psicología Social.

Así, pues, el desarrollo de una psicología social alternativa tuvo lugar en el contexto de la política radical y de los movimientos de liberación de los años sesenta y setenta (véase Henriques y cols., 1984). Como dicen Collier y colegas, se comenzó pidiendo una psicología social que fuera relevante para las vidas de la gente y que fuera aplicable a los apremiantes problemas sociales a los que se enfrenta la cultura contemporánea. También incluía una teoría crítica de la teoría y la práctica establecidas, y el mensaje político de que la psicología social tradicional, por su aceptación acrítica de las relaciones sociales existentes, tendía a fomentar y a mantener el statu quo. Esos psicólogos sociales que buscaban alternativas reconocían que había que construir un nuevo fundamento para la disciplina , en el que las contribuciones provenían de tres principales enfoques teóricos: el marxismo, la fenomenología y la psicología humanista.

Pero fueron fundamentalmente algunos cambios sociales y políticos en los Estados Unidos y en la Europa Occidental durante los años sesenta, los que llevaron a una serie de movimientos que, comenzando durante esos mismos años sesenta, recibieron colectivamente el nombre de "postmodernismo".

Por otra parte, a lo largo de los años setenta el postmodernismo funcionó como un punto focal de resistencia a la perspectiva dominante del mundo, la modernista (Foster, 1983). O sea, cuando el modernismo hizo agua, surgió el postmodernismo, y surgió en dos direcciones claramente diferenciadas y hasta opuestas:

a) Un postmodernismo neoconservador, que abogaba por una vuelta reaccionaria al período premoderno; y

b) Un postmodernismo progresista y radical. Este postmodernismo en absoluto suponía una oposición frontal al discurso de la modernidad, sino que seguía su mismo camino, pero dando un paso más adelante y radicalizando la propia modernidad, a través de la deconstrucción del propio discurso de la modernidad. Es decir, si el discurso de la modernidad y de la ilustración exigían que los ciudadanos fueran seres reflexivos y críticos, el postmodernismo pretende utilizar esas mismas capacidades críticas para cuestionar los contenidos absolutistas y universalistas del propio discurso de la modernidad, en concreto, poniendo en cuestión las creencias modernistas sobre la verdad, el conocimiento, el poder, las figuras de autoridad y las bases sobre las que se sustentan, el individualismo y hasta el propio lenguaje (Flax, 1987). Los filósofos postmodernos desafiaron así la premisa de que la razón puede proporcionar un fundamento objetivo y universal al conocimiento o que un conocimiento basado en la razón será socialmente beneficioso y asegurará el progreso. Desde el discurso de la modernidad (utilizar la razón con funciones fuertemente críticas), se ataca y se cuestiona la raíz misma de ese discurso de la modernidad (la fuerza universal y casi omnipotente de la razón).

Por tanto, si existen dudas sobre si el postmodernismo es de izquierdas o de derechas, o más específicamente, si es reaccionario o radical, debemos responder que, efectivamente, existe una tendencia postmoderna neoconservadora (de la que tal vez sea Daniel Bell su máximo exponente en los Estados Unidos y, algo menos, el recientemente fallecido Lyotard en Europa), pero la tendencia dominante, sobre todo en los Estados Unidos, es abiertamente radical y crítica. Y en concreto en Psicología Social, el postmodernismo es incontestablemente progresista, crítico y radical, y por consiguiente con intenciones emancipatorias. Porque la Psiclogía Social Postmoderna surgió justamente al hilo de los movimientos radicales de los años sesenta.

Como vemos, pues, la Psicología Social Postmoderna no está reñida con la psicología emancipatoria ni es en absoluto incompatible con la Teoría Crítica, sino que, por el contrario, es una vía profunda y radical de emancipación y, en cierta medida, surgió de la Teoría Crítica y en todo caso de la tradición crítica del modernismo, a pesar de que la fuerte polémica entre Habermas y el postmodernismo (Lyotard, Foucault, etc.) parezca sugerir lo contrario. Al menos cierto postmodernismo no está de ninguna manera reñido ni con la Teoría Crítica (la Dialéctica de la Ilustración era en cierta medida ya un libro postmoderno) ni siquiera con el modernismo. En este sentido, el postmodernismo no sería lo opuesto al modernismo sino la radicalización de algunos de sus más importantes supuestos.

 

4. PSICOLOGÍA SOCIAL POSTMODERNA Y TEORÍA CRÍTICA: HACIA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA PSICOLOGÍA SOCIAL POSTMODERNA EMANCIPATORIA

Desde luego que no todos los enfoques postmodernos en Psicología Social son radicales y emancipadores. Es más, el centrarse en el lenguaje y en la comunicación a expensas de un contexto social más amplio ha sido una crítica dirigida directamente no sólo al análisis del discurso sino también a la etogenia, las representaciones sociales y, en menor medida, al construccionismo social (Parker, 1989). Y es que estos enfoques tienden a olvidar una perspectiva crítica. Pues bien, la Psicología Social Crítica se refiere a diferentes intentos hechos de incorporar explícitamente a la Psicología Social una perspectiva crítica y radical a través del análisis de la ideología y del poder.

La ideología, que es un concepto central tanto en Marx y el marxismo como en la sociología del conocimiento de Mannheim, es retomado por algunos psicólogos sociales de los últimos años. De hecho, las teorías tradicionales psicosociológicas (y las teorías psicológicas en general) han sido descritas como un mecanismo cultural que perpetúa la ideología y ayuda a mantener el "status quo" (Larsen, 1986; Parker, 1989; Prilleltensky, 1989; Sarason, 1981; Wexler, 1983).

Ahora bien, el análisis de la ideología en Psicología Social se basa no sólo, pero sí fundamentalmente, en la Teoría Crítica de la Escuela de Francfort, teoría crítica que ha sido aplicada a diferentes aspectos de la Psicología Social (Buss, 1979; Sampson, 1981, 1983; Sullivan, 1984; Wexler, 1983). Mientras que para la Psicología y la Psicología Social tradicionales lo importante es el individuo y de él derivan la interacción social y la propia sociedad, para los teóricos críticos el individuo con límites cerrados es más una ficción que algo real. El individuo no puede ser separado de la sociedad de la que forma parte. Sociedad e individuo son dos conceptos inextricablemente unidos. Son las dos caras de la misma moneda: sin individuos no hay sociedad, pero sin sociedad tampoco hay individuos. Como escribe Sampson (1983, p. 142), "la ideología de la burguesía individual sostiene la creencia en un control racional y en una autonomía incluso cuando ese control decae".

El propio Sampson traza el desarrollo histórico del concepto de individualismo y cómo este desarrollo estuvo al servicio de las clases dominantes en las sociedades capitalistas, concluyendo que su adopción por parte de la psicología como principal objeto de investigación contribuye a la ilusión de control personal y al sostenimiento del orden social dominante.

Por otra parte, el estudio de la ideología y el poder en psicología social ha sido también el centro de interés del movimiento filosófico francés conocido con el nombre de post-estructuralismo, cuyas dos figuras más relevantes han sido Jacques Derrida (1976) y Michel Foucault (1977, 1978), movimiento que surge del estructuralismo. El estructuralismo concibe al individuo como el producto de las estructuras sociales (símbolos culturales, modelos familiares y formas de producción)(véase Kurzweil, 1980; Parker, 1989). En cambio, el postestructuralismo ve la realidad no sobre la base de instituciones fijas y estables sino siempre cambiantes, ya que existen muy diferentes formas de interpretar el mundo social. Así, mientras los estructuralistas analizaban sobre todo las características "objetivas" de las instituciones, los postestructualistas analizan sobre todo los textos escritos y los discursos, y su principal objetivo consiste en descubrir o desmitificar las asunciones que han sido dadas por supuestas por la ideología dominante. Todo ello ejerció una fuerte influencia sobre el pensamiento postmoderno.

Según Derrida, los textos escritos pueden tener un significado nuevo cada vez que son leídos o releídos (Culler, 1982; Hare-Mustin y Marecek, 1988; Parker, 1989). Por consiguiente, no existe un significado "verdadero" o inherente al texto, ya que el lenguaje no refleja una correspondencia perfecta entre las palabras y la realidad. Por tanto, hay que deconstruir el texto. Los deconstruccionistas intentan cuestionar o socavar las prioridades culturales dadas a las diferentes palabras (por ejemplo, las palabras hombre-mujer, poseen las diferentes significados que las convenciones culturales les han dado), y, más generalmente, la interpretación convencional de los textos. Su objetivo es descubrir significados alternativos ocultos, y esto lo hace analizando las brechas, las inconsistencias y las contradicciones.

Por su parte Foucault va más allá del análisis del texto de Derrida y se ocupa ya de consideraciones explícitas de las relaciones entre la cultura y el discurso, siempre con la ubicuidad de las relaciones de poder de por medio.

Los psicólogos sociales postmodernos han puesto sus ojos en Foucault porque él proporciona un marco para mostrar los sesgos ideológicos y las relaciones de poder que se esconden en el discurso sociopsicológico. Lo que hace Foucault es proporcionarnos una útil "caja de herramientas" para trabajar críticamente, en nuestro caso en Psicología Social.

Como sabemos, Collier y cols. (1991) distinguen claramente entre la corriente postmoderna norteamericana, que sería crítica y "de izquierdas", ya que surge como contraposición al discurso de la Nueva Derecha, y la europea y sobre todo la francesa, que sería conservadora, ya que surge como reacción al discurso marxista, hegemónico en Francia en los años sesenta y setenta. Sin embargo, a mi modo de ver, esta distinción de Collier y colegas es muy clarificadora, pero aún insuficiente, y no siempre acertada, pues no llega al corazón del asunto. Por ejemplo, Michel Foucault, que fue comunista durante una época y que después se confesó ferozmente anticomunista y antimarxista, no puede ser tildado, sin embargo, de ninguna manera de derechista, sino todo lo contrario: a pesar de la dificultad de definirle, creo que podemos decir de Foucault que se trata de un anarquista. Seguramente, como norteamericanos que son ellos, han dado en el clavo con respecto a la corriente norteamericana, pero no tanto en cuanto a la europea. Por supuesto que no todo lo antimarxista tiene que ser necesariamente conservador. Si resulta francamente difícil decir que Nietzsche era conservador y su obra reaccionaria, más difícil aún resulta decir que Foucault también lo es, aunque tal vez sea tampoco sea fácil hablar de todos ellos como izquierdistas. Ambos, más Nietzsche que Foucault, son auténticas máquicas demoledoras de lo establecido, de lo tenido hasta entonces por seguro, de las certidumbres, etc. Y quien se opone a las certidumbres de todo tipo ciertamente es no sólo difícil de clasificar, sino muy probable que sea visto como "de los enemigos" por unos y por otros. Eso fue justamente lo que pasó con Nietzsche y eso es lo que está ocurriendo con Foucault.

Pues bien, por postmodernismo entendemos el movimiento intelectual iniciado por Lyotard (1979) que refleja culturalmente la nueva postmodernidad y que concreta sus ataques a la modernidad en tres aspectos: sus fundamentos en la razón, el sujeto y su dimensión emancipadora. Sin embargo, pronto surge un segundo tipo de postmodernismo que, manteniendo las dos primeras críticas, sin embargo no renuncia a la crítica emancipadora, sino que la mantiene y la radicaliza, aunque desde posturas sustancialmente diferentes del discurso de la modernidad. Se trata, pues, de una serie de autores que, aunque no pueden ser considerados realmente posmodernos, ya que sí creen en algunos grandes relatos, como la libertad o la emancipación del ser humano, sin embargo son posmodernos, aunque sólo sea formalmente, ya que, como ya hemos dicho, integran en sus planteamientos y propuestas conceptos centrales del pensamiento posmoderno y los colocan incluso en el centro de sus propias teorías. En definitiva, por utilizar una terminología marxista ya en desuso, diríamos que utilizan los argumentos posmodernos no como mera táctica, sino como estrategia fundamental de actuación.

De ahí que sea absolutamente falsa la acusación que con frecuencia se le hace al postmodernismo de ser conservador e incluso reaccionario. Ello es totalmente falso sobre todo en el caso de la Psicología Social Postmoderna, que se basa en Nietzsche, en Heidegger, en Wittgenstein y, sobre todo, en Foucault, entre otros, a pesar de que algunos teóricos sociales han acusado a estos pensadores, particularmente a Foucault, de resultar de gran utilidad para la derecha (por ejemplo, Benton, 1984, Cap. 8; Giddens, 1982, Cap. 15). Incluso algunos autores, por contra, pretenden relacionar a Foucault y a Gramsci (por ejemplo, Jane Kenway, 1994): Foucault y Gramsci poseen puntos de convergencia. Así, Gramsci define al Estado de una forma que nos recuerda las "tecnologías disciplinarias" de Foucault. De esta manera, el poder no tiene por qué estar localizado en un aparato central; ni surgir a partir de una esencia esencial, por utilizar las palabras de Kenway. Ambos autores consideran, en cambio, que existe como una relación entre todos los puntos de la totalidad social. En consecuencia, el análisis no reduccionista constituye una característica fundamental y común del trabajo de ambos. El poder para Foucault, como la hegemonía para Gramsci, no sólo es impuesto de arriba a ajo, sino como algo complejo y difuso. Mientras Gramsci habla de "aceptación activa", Foucault ve también más allá de la comprensión del poder como los "efectos de la obediencia". Para Foucault, el poder es "una situación estratégica compleja..., y se ejerce desde innumerables puntos de vista en la interacción de relaciones móviles y no igualitarias". En definitiva, la concepción de hegemonía de Gramsci puede entenderse también como indicación de una "proliferación de discursos" que nos envuelven "como sujetos en las áreas más 'espontáneas', 'inadvertidas', 'naturales' y 'obvias' de nuestra experiencia" (Mercer, 1978, p. 22).

Es más, hay autores, como Gibson (1986), que encuadran a Foucault, creo que de una forma un tanto exagerada, dentro de la Teoría Crítica, junto a Horkheimer, Adorno y Habermas. Aunque no cabe duda de que Foucault es un autor profunda y radicalmente crítico. Así, habla de una política de verdad, diciendo textualmente: "El problema no es la conciencia cambiante de las personas -o lo que está en sus cabezas- sino el régimen político, económico, institucional de producción de la verdad", para desligar "el poder de la verdad de las formas de hegemonía social, económica y cultural en las que opera". O sea, para Foucault, la política de oposición debe tomar la forma de crítica, empezando por la sospecha respecto de las verdades universales, indicando que "quizá en nuestros días el objetivo no consista en descubrir qué somos sino en rechazar lo que somos". Más aún, por si hubiera aún alguna duda respecto al carácter crítico de Foucault y de su obra, léanse estas palabras textuales suyas: "La verdadera tarea política en una sociedad como la nuestra consiste en criticar las obras de instituciones que parecen neutrales e independientes; criticarlas de manera que la violencia política que siempre se ha ejercido a través de ellas silenciosamente quede desenmascarada, de modo que podamos luchar contra ellas" (en Rabinow, 1984, p. 6).

 

5. FOUCAULT Y DERRIDA: LA INSEGURIDAD DE LA AUSENCIA DE FRONTERAS

Por otra parte, no creo que las anteriores dificultades a la hora de encasillar a Foucault se deban sólo a sus indiscutibles intentos por no ser encasillado, cosa que pareció conseguir y de la que se sentía orgulloso, sino también a las "intenciones" con que los demás se dirigen a él y le leen. Así, los conservadores le ven como un "apestado izquierdista", mientras que los marxistas radicales le ven con frecuencia como un mero liberal neoconservador y un "posmodernista nihilista". Para comprobar lo que acabo de decir, analicemos brevemente dos trabajos antagónicos al respecto, uno más reciente del troskista Gil Hyle (1995) y otro menos reciente del ultraconservador Roger Scruton (1983).

Comienza Scruton su artículo con la afirmación de que el punto de vista de la izquierda ha entrado con más firmeza en la cultura francesa que en ninguna otra, de tal forma que, añade, tenga quien tenga el poder político, la vida intelectual francesa tiende, con muy pocas excepciones, a adoptar las formas y maneras de los jocobinos. Es esta situación la que Scruton quiere criticar y poner en solfa, y para ello escoge, como claro representante de la izquierda intelectual francesa, a Michel Foucault. Pues bien, aunque supone una crítica al moderno comunismo, escribe Scruton (1983, p. 22), "sin embargo Foucault es el más potente y más ambicioso de aquéllos que intentan 'desenmascarar' a la burguesía, y la posición de la izquierda se ha visto reforzada sustancialmente por sus escritos".

Como sabemos, el principal objetivo de Foucault consiste en escrudiñar en las estructuras secretas del poder. Lo que él realmente desea es desenmascarar el poder que se esconde detrás de cada práctica, detrás de cada institución, detrás del propio lenguaje. Su método, que él llama arqueología del saber, intenta mostrar que la verdad no es sino un producto del discurso, de los distintos discursos, sobre todo tal como se reflejan en las prácticas sociales. Para Foucault, cada episteme está al servicio de algún tipo de poder, y es su principal función la creación de una "verdad" que sirve a los intereses del poder.

Ahora bien, la principal crítica que Scruton le lanza a Foucault es haber utilizado un método claramente hegeliano que identifica la realidad con la forma de aprenhenderla. Es, por tanto, añade Scruton, un nuevo idealismo. Todo que es racional es real, proclamaba Hegel.

Sin embargo, en su dura crítica a Foucault, evidentemente desde posturas fuertemente conservadoras, admite Scruton (1983, p. 25), que "no es fácil desenmascarar a este observador. Que sus escritos (los de Foucault) exhiben mitomanía e incluso paranoia, es, creo, indiscutible. Pero que sistemáticamente falsifica y propagandiza lo que escriben, es más difícil de establecer... Tal escritor está claramente más interesado por el impacto retórico que por la precisión histórica. Pero creo que sería un error deshechar a Foucault meramente por tales afirmaciones. Como he argumentado, debemos separar el análisis que Foucault hace del funcionamiento del poder del idealismo fácil que abre caminos tan fáciles a la teoría. Y la paranoia no es más que un idealismo localizado -una manifestación específica y focalizada del deseo de que la realidad está subordinada al pensamiento, de que el otro tiene una identidad enteramente determinada por la propia respuesta a él. Lo que es importante en el pensamiento y la acción humanas son las máscaras sonrientes de la persecución, pero más aún la idea de que desenmascarándolas como formas de poder, estaremos más próximos a una comprensión de su naturaleza. Esto es precisamente lo que yo dudo".

"Me parece -concluye Scruton- que la ingenuidad política de Foucualt es un resultado directo de una idea falsa de 'esencia', de acuerdo con la cual la esencia de las cosas humanas no está nunca en la superficie, sino siempre en las profundidades 'ocultas'. La búsqueda de esta 'profundidad' es, de hecho, la mayor de las superficialidades. El 'desenmascaramiento' de Foucualt revela, no la esencia del pensamiento y la acción humanos, sino meramente la substancia subyacente de la que están hechas todas las instituciones humanas y hasta la vida misma".

En cambio, Gil Hyle le critica a Foucault, a Lyotard y sobre todo a Derrida de ser demasiado conservadores. En concreto, lo que Hyle critica es el supuesto básico en que, a su juicio, se basa Derrida y es que no puede haber reconciliación dialéctica entre ideales y realidades. Y para Derrida el marxismo es uno de esos ideales irreconciliable, pues, con la realidad. Le critica duramente a Derrida, y con él a Lyotard, a Baudrillard e incluso a Foucault, de ser demasiado liberal, con lo que, añade, le hace el juego a la burguesía, pues ayuda a entender y criticar las ideas dominantes pero sin reemplazar estas ideas dominantes. Y es que la oposición fundamental entre el marxismo y las ideas de Derrida, crítica que puede extender incluso a Foucault, está en el carácter subjetivo, arbitrario y trivial de la deconstrucción. "Derrida, junto con Foucault, Lyotard y todos los demás escritores 'postestructuralistas' y 'postmodernos' franceses, representa parte de una amplia experiencia intelectual de una 'intelligentsia' de tendecia izquierdista llena de miedo ante el capitalismo de finales del siglo XX... Su motivación fundamental es adaptarse al éxito temporal del capitalismo en el siglo XX" (Hyle, 1995, p. 47).

Por eso, por basarse en estos autores -aunque no sólo en ellos- la psicología social postmoderna no puede ser fácilmente definida como de derechas o de izquierdas en sentido tradicional, aunque, como ya hemos dicho, al menos una parte importante de la psicología social postmoderna es claramente contraria al "status quo" y al orden establecido, y no sólo al orden burgués, sino a todo orden establecido, incluído el impuesto por los propios científicos en sus campos de actuación. Por consiguiente, yo no dudaría en calificarlos a estos autores de izquierdistas en el sentido pleno del término, es decir, de contestatarios y hasta de revolucionarios. Ello es particularmente cierto en el caso de Foucault.

 

6. A MODO DE CONCLUSIÓN

En suma, creo que podemos afirmar que la actual Psicología Social Postmoderna, aunque seguramente no todas sus modalidades, es profundamente radical, crítica y emancipatoria, aunque de una manera en gran medida diferente al radicalismo, a la crítica y a la emancipación propugnada hace unas décadas por la tradición marxista, de modo que es aún más profunda y radicalmente crítica que la marxista, dado que va a las propias raíces de la posibilidad de una emancipación humana real. Evidentemente, en una sociedad, como la que existe en los países modernos más avanzados, en la que el hambre, la explotación de niños, etc. ya no es un auténtico problema social, los psicólogos sociales postmodernos se preocupan ya, basándose en Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein y Foucault, pero también en los teóricos de la Teoría Crítica de la Escuela de Francfort (Adorno, Horkheimer o Marcuse), por cuestiones tan fundamentales como son las bases psicosociales, generalmente muy sutiles, de la explotación del hombre, sobre todo de la explotación social y cultural (representaciones sociales, instituciones socioculturales como la escuela, lenguaje sexista y clasista, etc.).

En suma, aunque no es marxista, y menos aún ahora, tras la desaparición y desprestigio general de la Unión Soviética, la Psicología Social Postmoderna sí es altamente crítica y emancipatoria, pero de una forma radical, contrastando con las formas tradicionales, en las que con mucha frecuencia lo único que se conseguía era "cambiarle el collar al perro", como ocurrió en los países del llamado "socialismo real". Por hablar en términos modernistas, diremos que la actual Psicología Social Postmoderna seguiría más la línea libertaria de Bakunin que la marxista ortodoxa, aunque ello sería simplificar un tanto la situación. Casi hasta podríamos decir, si se nos permite, que los psicólogos sociales postmodernos están estableciendo las bases psicosociales de la ideología anarquista.

En relación con lo anterior, personalmente tampoco yo veo contradicciones insalvables entre la Psicología Social Postmoderna y las posturas defendidas por autores como Giddens (1990, 1991) y sobre todo Habermas (1985, 1990, 1991), a pesar de las fuertes, y en parte infundadas, críticas que estos autores lanzan al postmodernismo, sin hacer distinciones en el interior de éste. En definitiva, no creo, como ya he dicho, que se pueda tildar de neoconservadores y de derechas a psicólogos sociales como Giroux, Sampson, Wexler o Ibáñez, aunque, desde luego, en sentido estricto tampoco podríamos tildarlos de posmodernos, pero sí en sentido lato. Y es que intentar ser crítico en esta época posmoderna es con toda probabilidad algo anacrónico. Pero desgraciadamente la realidad sigue siendo tozudamente pre-posmoderna y a muchas personas les sigue pareciendo que por encima de la razón (que probablemente también nos diga que los metarrelatos o metanarrativas no tienen donde basarse racionalmente), está el corazón, que es donde habrá que basar esas metanarrativas con intención emancipadora, pues, como ya decía hace siglos Pascal, el corazón tiene sus razones que la razón no entiende. Y algunas de esas razones son, indiscutiblemente, la libertad y la emancipación, que muchos seguimos creyendo que merecen la pena, aunque la razón no encuentre donde fundamentarlas.

 

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