EL PROBLEMA DE LA IDENTIDAD

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Florencia Sal

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El problema de la identidad ha sido abordado a lo largo de la historia de la filosofía desde varios puntos de vista. Los más destacados son el ontológico y el lógico. El primero es conocido como el principio ontológico de la identidad, según el cuál toda cosa es igual a sí misma o ens est ens. El segundo se manifiesta en el principio lógico de identidad, el cual es considerado por algunos como el reflejo lógico del anterior, y por otros como “ a pertenece a todo a”, o como “si p entonces p”. Algunos autores hablan del principio psicológico de identidad, entendiendo por ello la imposibilidad de pensar la no identidad de un ente consigo mismo.

El primer antecedente lo encontramos en Parménides. Platón, aborda el tema en el Filebo, desde el punto de vista ontológico.


Aristóteles, es quien hace un mayor desarrollo del problema de la identidad desde el punto de vista ontológico, si bien no se detiene específicamente en él. Es por ello que en primer lugar, en el capítulo VIII del libro V de la Metafísica dice que: “se llaman entidad [o sustancia] 1) a los cuerpos simples – por ejemplo, la tierra, el fuego, el agua, y cuantos son tales – y, en general, los cuerpos y sus compuestos, animales y divinidades, así como sus partes. Todas estas cosas se dice que son entidad  porque no se predican de un sujeto; al contrario, las demás cosas [se predican] de ellos.”  En el capítulo siguiente aclara que: “Ciertas cosas se dice, pues, que son lo mismo de esta manera [por accidente], mientras que otras se dice que los son por sí, y esto en todos los mismos sentidos en que se dice “uno”: en efecto, se dice que son lo mismo aquellas cosas cuya materia es una, ya específica, ya numéricamente, y aquellas cosas cuya entidad es una, de modo que es evidente que la mismidad consiste en cierta unidad del ser, bien de una pluralidad, bien de algo considerado como una pluralidad: así, cuando se dice de algo que es lo mismo que ello mismo, se considera como si fuera dos cosas.”
Por un lado define entidad o sustancia como cuerpos simples, como lo que no se puede predicar, como lo que es por sí, a lo que añade “en los mismos sentidos en que se dice “uno””. Sustancia es la traducción latina del término hypokéimenon, usado por Aristóteles como lo que subyace. En este sentido hypokéimenon es por un lado sujeto, pues es quien recibe  los predicados, es la base de lo que se predica, por otro es materia, pues es lo que recibe la forma, por otro es sustancia pues es quien recibe los accidentes. Pero en todos esto sentidos podemos hablar de  objeto. En los párrafos citados relaciona el problema de la identidad y de la sustancia, lo que no lleva necesariamente al problema del alma, pero lo implica, pues el yo en un sentido es quien recibe los predicados, el alma es sustancia y por ello recibe los accidentes. Recordemos que en muchos ejemplos se refiere a un sujeto, como Sócrates para que sea receptor de las categorías. Y es acá donde se produce el salto que será desarrollado por la psicología racional de Wolf, y que será señalado por Kant. Pues en el silogismo en que se deduce que el alma es sustancia, es yo, y es sujeto, se toma el yo en sentido tanto de objeto como de autoconciencia. Además el tema de la sustancia y de la identidad, así relacionados, nos  conducirán también al problema de la incorruptibilidad y la atemporalidad del alma, y dominará en la discusión de la psicología racional a lo largo del tiempo, hasta la reflexión kantiana, que expondremos a continuación.  


Kant, en la Crítica de la Razón Pura, en el libro II, titulado Dialéctica Trascendental, más específicamente en el capítulo I, Kant se ocupa del problema de la identidad, así como también lo hace en Los progresos de la Metafísica, trabajo escrito para el concurso propuesto por la Academia Real de Ciencias de Berlín en el año 1791 y en los Prolegómenos a toda metafísica futura que haya de poder presentarse como ciencia.

Analiza, en la primer obra mencionada , lo que denomina Paralogismos de la Razón Pura. Estos son los enunciados con que la Psicología Racional, área de la metafísica tradicional, se refiere al tema del alma. Su intención es mostrar el terreno incierto por el que camina la Metafísica respecto de este tema.
Esta postura se manifiesta ya en el título elegido para designar estos enunciados, pues un paralogismo es un silogismo incorrecto desde el punto de vista de su forma.
A fin de tener presentes los enunciados de los cuatro paralogismos los transcribimos a continuación:

Primer paralogismo:
Sustancia es aquello cuya representación constituye el sujeto absoluto de nuestros juicios, aquello que no puede, por tanto, ser empleado como determinación de otra cosa.
Yo, en cuanto ser pensante, soy el sujeto absoluto de todos mis juicios posibles, pero esta representación de mí mismo no puede ser usada como predicado de otra cosa.
Consiguientemente, yo, en cuanto ser pensante (alma) soy sustancia.

Segundo paralogismo:
Una cosa cuya acción nunca puede ser considerada como la concurrencia de varios agentes es simple.
Ahora bien, el alma, o yo pensante, es una cosa de esta índole...

Tercer paralogismo
Lo que es conciente de la identidad numérica de si mismo en tiempos distintos es persona
Ahora bien el alma...
Luego es persona.

Cuarto Paralogismo
Aquello cuya existencia sólo puede ser inferida como causa de percepciones dadas posee una existencia meramente dudosa.
Ahora bien, todos los fenómenos externos son de tal índole, que su existencia no es inmediatamente  percibida, sino que sólo pueden ser inferidos como causa de percepciones dadas.
Por consiguiente, la existencia de todos los objetos de los sentidos externos es dudosa tal incertidumbre es lo que llamo la idealidad de los fenómenos externos. La doctrina de esta idealidad se llama, idealismo, frente al cual recibe el nombre de dualismo la tesis de que es posible la certeza acerca de los objetos de los sentidos externos.

Los argumentos de Kant, enfatizan principalmente, el error en el que se incurre si no se discierne correctamente en qué momento hay que aplicar las leyes lógicas y en cuál las categorías.
Para Kant, la psicología racional falló al distinguir entre cosa y apariencia, pues identifica apercepción con sentido interno, y presupone que el sí mismo, experimentado la sucesión de los estados internos, debe adquirir conocimiento de su esencia propia.  
Kant, entonces, argumenta que el yo pienso no se puede conocer, pues es el yo lógico, es apercepción, es condición de posibilidad del conocimiento, es fundamento, no es empírico, por lo tanto puede distinguirse del yo afectado por la intuición sensible interna, o sea por el tiempo, presuponiendo dos sujetos, un yo sujeto y un yo objeto, un yo que piensa e intuye y un yo intuido.
La representación yo pienso tiene que poder acompañar todas mis representaciones. La conciencia de esta representación que Kant llama apercepción, es el fundamento de la posibilidad de las categorías, las cuales a su vez no representan más que la síntesis de lo múltiple de la intuición, en cuanto ello tiene unidad en la apercepción. El pensar tomado por si sólo es únicamente la función lógica, pura espontaneidad de la combinación de lo múltiple de una intuición meramente posible. Con él no me represento a mi mismo ni como soy ni como me aparezco, sino que me pienso sólo como un objeto cualquiera en general, de cuyo modo de intuición prescindo.  Si me represento en este caso como sujeto de los pensamientos o como fundamento del pensar, estos géneros de representación no significan las categorías de sustancia o de causa, pues estas son las funciones del pensar aplicadas a nuestra intuición sensible, que ciertamente se requerirían si me quisiera conocer. Pues no hay que olvidar que no conozco objeto alguno solamente por que pienso.
En los Prolegómenos, plantea el problema diciendo que “la naturaleza específica de nuestro entendimiento consiste en pensarlo todo discursivamente, esto es, por conceptos, y en consecuencia, por meros predicados, para los cuales debe faltar siempre, por tanto, el sujeto absoluto” . Con lo que ratifica la imposibilidad de conocimiento de este sujeto debido a la manera en que nuestro entendimiento se conduce.

Entonces podríamos hablar de un yo lógico y un yo psicológico. Este último se caracteriza por  ser sujeto de la percepción, conciencia empírica, por ser susceptible de múltiples conocimientos, entre los cuales la forma de la intuición interna, el tiempo, es aquel conocimiento que yace a priori en el fundamento de todas las percepciones y de su enlace, cuya aprehensión es conforme al modo como el sujeto es afectado por ellas, esto es, es conforme a la condición del tiempo, siendo determinado el yo sensible por el intelectual, para la acogida de aquellas en la conciencia. Para Kant cualquier observación psicológica interna efectuada por nosotros puede servirnos de ejemplo.

El hombre, además de conocerse a sí mismo como objeto con el sentido interno, también es conciente de sí mismo como objeto de sus sentidos externos, es decir, tiene un cuerpo con el cual está enlazado aquel objeto del sentido interno que se llama el alma del hombre.
Pero aunque se tome al alma y al cuerpo como dos sustancias específicamente diferentes, en cuya comunidad consiste el hombre, sigue siendo imposible para toda filosofía, especialmente para la metafísica decidir en qué y con cuanto contribuye el alma o el cuerpo  a las representaciones del sentido interno, y aún así quizás, separada una de estas sustancias de la otra, no perdería el alma absolutamente toda especie de representaciones (el intuir, el sentir y el pensar)
Por consiguiente es imposible saber si después de la muerte del hombre, cuando su materia se dispersa, el alma, aunque su sustancia permanezca, puede continuar viviendo o sea pensando y queriendo, dicho de otra manera si el alma es un espíritu o no lo es (con la palabra espíritu se entiende un ser que aún sin cuerpo puede ser conciente de sí y de sus representaciones).

Entonces después de estas aclaraciones, y volviendo a los paralogismos, podemos resumirlos según la siguiente clasificación: 1) el alma es sustancia, 2) es simple, 3) es numéricamente idéntica, 4) se sostiene en relación con los posibles objetos en el espacio.  Las cuatros proposiciones son indemostrables, desde el punto de vista kantiano.
Los tres primeros paralogismos se resuelven al mostrar que el yo pienso no es sustancia porque esta es una función de enlace y el yo pienso es condición de posibilidad y fundamento. La simplicidad es atribuida a la sustancia así como el ser numéricamente uno. De ambas cosas no hay fundamento en el yo psicológico y el yo lógico no es cognoscible. El paralogismo consiste en el hecho de que se parte del yo pienso y de la autoconciencia, es decir de la unidad sintética de apercepción, y se la transforma en unidad ontológica sustancial. Como es obvio la sustancia – que es una categoría – puede aplicarse a los datos de la intuición, pero no al yo pienso que es pura actividad formal de la que dependen las categorías; es sujeto y no objeto de la categorías.   
En cierta manera, se apoya en los argumentos de Hume para desechar las características de sustancia del yo psicológico, ya que la multiplicidad de representaciones y el tiempo no permiten considerarlo numéricamente uno ni simple.
Somos conscientes de nosotros mismos en cuanto seres pensantes, pero no conocemos el sustrato nouménico de nuestro yo. Nos conocemos solo como fenómenos pero se nos escapa el sustrato ontológico que constituye a cada uno de nosotros
El cuarto paralogismo se resuelve si consideramos toda la critica de la razón pura y conocemos la posición de Kant respecto del idealismo trascendental.
El espacio y el tiempo son, considerados subjetivamente, formas de la sensibilidad, pero para formarse un concepto de ellos como objetos de la intuición pura (concepto sin el cual no podríamos decir de ellos nada), se requiere a priori el concepto de la composición (síntesis) de lo múltiple, y por tanto se requiere la unidad sintética de la apercepción en el enlace de esto múltiple; la cual unidad de la conciencia, según la diversidad de las representaciones intuitivas de los objetos en el espacio y en el tiempo, requiere diferentes funciones para enlazarlas, funciones que se llaman categorías y que son conceptos a priori del entendimiento, los cuales fundamentan un conocimiento de aquel objeto que es dado a la intuición empírica; conocimiento que entonces será experiencia.

 

Bibliografía:
Aristóteles, Metafísica, Madrid, Gredos, 1994, traducción Tomás Calvo Martinez.
I. Kant, Crítica de la Razón Pura, Madrid, Alfaguara, 1996, traducción Pedro Ribas.
I. Kant, Prolegómenos a toda metafísica futura que haya de poder presentarse como ciencia, Madrid, Istmo, 1999, edición bilingüe, traducción Mario Caimi.
I. Kant, Los progresos de la Metafísica, Bs. As., Eudeba, 1989, traducción  Mario Caimi.
N. Kemp Smith, Commentary to Kant´s “Critique of Pure Reason”, Atlantic Highlands, Humanities Paperback Library, 1984
R. Torretti, Kant, Bs.As., Charcas, 1980.
G. Reale – D. Antisieri, Historia del pensamiento filosófico y científico , Barcelona, Herder, 1988.
  Aristóteles, Metafísica, Madrid, Gredos, 1994, 1017 b 10.
  Aristóteles, op.cit, 1018 a 4.


Recordemos brevemente lo planteado en la Crítica de la Razón Pura. Nuestro conocimiento se divide en dos ramas: conocimiento por los sentidos y por el intelecto. A través de los sentidos los objetos nos son dados y a través del intelecto son pensados. Kant llama “estética” a  la doctrina acerca de los sentidos y la sensibilidad. La estética trascendental estudia las estructuras de la sensibilidad, el modo en que el hombre recibe las sensaciones y se forma el conocimiento sensible. La sensación es una acción que el objeto produce sobre el sujeto. La sensibilidad es la facultad que tenemos de recibir las sensaciones. La intuición es el conocimiento inmediato de los objetos, y por ello se relaciona con la sensibilidad y no con el intelecto. El objeto de la intuición sensible se llama fenómeno. En el fenómeno se distingue, una materia, que es dada, por las sensaciones y sólo puede ser a posteriori, y una forma, que es dada por el sujeto y es aquello por lo cual los múltiples datos sensibles son ordenados en determinadas relaciones. Kant llama intuición empírica, a aquel conocimiento sensible en el que están presentes las sensaciones, e intuición pura, a la forma de la sensibilidad considerada con exclusión de la materia. Las intuiciones puras o formas de la sensibilidad son el espacio, que es la forma de los sentidos externos, y el tiempo, que lo es del sentido interno.
El intelecto, la segunda manera de conocimiento, no puede intuir nada. La ciencia del intelecto es la lógica, que se divide en general y trascendental. La lógica trascendental se ocupará de los conceptos puros, que provienen a priori del intelecto, y que sin embargo se refieren a los objetos mismos. Ésta se divide a su vez en analítica y dialéctica. La analítica se ocupará de la función propia de los conceptos, que consiste en unificar y en ordenar lo múltiple bajo una representación común. Lo múltiple que hay que unificar es lo que nos da la intuición pura; el intelecto actúa  con una función unificadora que Kant llama síntesis. Los diversos modos en que el intelecto unifica y sintetiza son los conceptos puros del intelecto o categorías. Puesto que pensar es juzgar, entonces tendrá que haber tantas formas del pensamiento puro, como formas de juicios haya. Por lo tanto si hay doce formas de juicios, deberá haber doce categorías.
El fundamento del objeto está en el sujeto. El vínculo necesario que configura la unidad del objeto de la experiencia está constituido, en realidad, por la unidad sintética del sujeto. El orden y la regularidad de los objetos de la naturaleza es el orden que el sujeto, al pensar, pone en la naturaleza. Es por ello que Kant introduce la figura teórica de la “apercepción trascendental” y la del “yo pienso”, pues las doce categorías suponen una unidad originaria y suprema que es la unidad de la conciencia o autoconciencia o yo pienso. El yo pienso debe permanecer idéntico para estar en condiciones de acompañar a todas las representaciones. Kant concibió su yo pienso como una función, una actividad.
La analítica de los principios es la parte de la lógica trascendental que se ocupa del esquematismo trascendental y el sistema de todos los principios del intelecto puro. Dado que las intuiciones y los conceptos son heterogéneos entre sí, surge el problema de la mediación entre la intuición y los conceptos, Kant llamará a este intermediario “esquema trascendental”. El espacio es la forma de la intuición de todos los fenómenos externos, el tiempo lo es de los internos, pero los fenómenos externos, una vez que son aprehendidos, se convierten en internos al sujeto, de manera que el tiempo puede considerarse como aquella forma de intuición que conecta todas las representaciones sensibles. En consecuencia llega a ser la única condición general según la cual puede aplicarse a un objeto una categoría. El esquema trascendental es una determinación a priori del tiempo. El esquema en general, va más allá de una simple imagen, cuando me represento un perro, tengo una simple imagen, pero si a esta le quito algunas de sus peculiaridades y la considero como representación de un cuadrúpedo en general, entonces tendré un esquema. Los siguientes ejemplos aclararán el tema con respecto a los esquemas trascendentales: el esquema  de la categoría de sustancia es la permanencia en el tiempo, el esquema de la categoría de causa y efecto es la sucesión temporal de lo múltiple, el esquema de la acción recíproca es la simultaneidad temporal; el esquema de la categoría de realidad es la existencia en un tiempo determinado, el esquema de la categoría de necesidad es la existencia de un objeto en todos los tiempos. Habrá tantos esquemas trascendentales como categorías.
La dialéctica trascendental  se ocupará del estudio crítico de los errores en que cae la razón al prescindir de la experiencia. La razón es la facultad de silogizar, entonces Kant, deduce de los tres tipos de silogismos lo que da en llamar ideas, y que por ello son tres: psicológica (alma), cosmológica (idea del mundo como unidad metafísica), teológica (Dios).

 

Bibliografía
  I. Kant, Crítica de la Razón Pura, Madrid, Alfaguara, 1996, pag 332.

  Kant, op.cit., pag 334.
  Kant, op.cit., pag. 340.
  Kant op.cit., pag 343-344.
  N. Kemp Smith, Commentary to Kant´s “Critique of Pure Reason”, Atlantic Highlands, Humanities Paperback Library, 1984, pag 455.
  I. Kant, Prolegómenos a toda metafísica futura que haya de poder presentarse como ciencia, Madrid, Istmo, 1999, edición bilingüe, traducción Mario Caimi, pag,213.
  I. Kant, Los progresos de la Metafísica, Bs. As., Eudeba, 1989, traducción  Mario Caimi, pag 70.
  Kemp Smith, op.cit., pag 455
  Reale – Antisieri, Historia del pensamiento filosófico y científico ,Barcelona, Herder, 1988, tomo II, pag 754.
  Kant, op.cit, pag 32-33.

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