VIOLENCIA DOMÉSTICA: PROBLEMA INSTITUCIONAL O SOCIAL

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VIOLENCIA DOMÉSTICA: Problema institucional o social

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 El maltrato dentro del propio hogar es un fenómeno que tristemente se puso de moda hace dos años cuando Ana Orantes, de sesenta años, fue quemada viva por su exmarido después de que ésta denunciara en un programa de televisión los malos tratos que sufrió por parte de su esposo durante varios largos años. La indignación popular alcanzó su culmen cuando se hizo público que Ana Orantes había denunciado a su marido quince veces, y las fuerzas de "seguridad" no habían sabido protegerla como es debido. La opinión pública empezó a interesarse por el tema y se empezaron a hacer públicas unas estadísticas que antes sólo manejaban marginalemnte sólo las organizaciones de defensa de la mujer. La friolera de las cifras dejó a la sociedad anonadada, mientras que el Gobierno y oposición pugnaban por apuntarse el tanto de ser quien acometiera la reforma institucional que el pueblo, presionado por los medios de comunicación, reclamaba con gran indignación.
 

La friolera de los números
 Según datos de la policía, (EFE Madrid 1 de Abril de 1998,) la violencia en el ámbito familiar provocó en España durante 1997 un total 33.492 denuncias por lesiones y malos tratos. De las víctimas femeninas, 1.370 eran menores de edad, mientras que en el caso de sexo masculino el número de menores llegó a los 1.205 casos. Se registraron 151 víctimas mortales entre las mujeres, de las que 25 fueron asesinadas por sus madres, 8 por sus hijos, 91 por su cónyuge y 27 por otros familiares. El 95 % de las mujeres que murieron a manos de su pareja se encontraban en trámites de separación.

 En las casas de acogida de todo el estado viven en torno a unas 500  mujeres amenazadas de muerte. No se puede además pensar que es un problema que sólo afecta a las clases bajas, pues según datos del Instituto de la Mujer, el 55% de las mujeres pertenece a un status social bajo medio, pero a un 10% se le  puede encuadrar en un status medio alto o  alto. Como se puede observar, si bien es cierto que el problema se agudiza en las capas sociales más bajas, está presente en una proporción nada despreciable del resto de la sociedad.
 

Problema individual, insitucional o social

Como ya he mencionado más arriba, la gran dimensión del número de víctimas hace que se tenga que olvidar la explicación individualista del fenómeno, sin perjucio de que luego se puedan llegar a conclusiones que indiquen que es sobre individuos concretos sobre el que se tiene que realizar la labor de prevención. No hay que perder la pista de que la tormenta informativa sobre violencia doméstica acaecida después de la muerte de Ana Orantes iba dirigida principalmente a fomentar un cambio institucional, como puede ser una reforma del código penal que permita eliminar la jurisprudencia machista que protege al marido, y unas ayudas para la emancipación económica de las víctimas, que permitiera brindar seguridad a la mujer maltratada. Tan sólo se ha intentado llegar a la raíz del problema en algún caso excepcional, como el del ayuntamiento de Granada, que dirige su campaña antiviolencia doméstica hacia el potencial agresor. En la mayoría de los casos se han propuesto tan sólo parches para ayudar a la mujer después de que ya se haya producido la agresión, sin preocuparse por indagar en las causas profundas que motivaron las mismas.

 La violencia intramatrimonial tiene unas características que hacen que no sea posible que sea tratada como una tipología de conducta desviada más. De hecho en muchos países y épocas no sólo no se la ha incluida entre los listados de delitos sino que era además una cuestión de honor social para el varón conseguir a golpes la obediencia de la esposa. Hay que añadir que la influencia de cosmovisiones conformistas, al estilo de la planteada por la iglesia católica o el confuccionismo chino, ha agravado mucho más el problema. Esto es una consecuencia del machismo reinante en las mayorías de las sociedades actuales, y muchas de las pretéritas, que hace que se considere a la mujer como un sujeto inferior susceptible de ser golpeado sin problema de conciencia.  Sin embargo la inferioridad social de la mujer no es un universal humano, no es un hecho común a todas las sociedades, sino tan sólo a todas las sociedades patriarcales, aunque estas sean mayoría en la historia de la humanidad.

 Sin embargo este machismo por sí mismo no tiene por qué degenerar en violencia, aunque seguramente si que degenere en malos tratos psicológicos, sino que existen una serie de circunstancias que hacen que ésta brote. Sin duda alguna, los efectos de  liberación de la agresividad contenida que produce el alcohol, están íntimamente ligado a la mayoría de casos de malos tratos. Pero no es la bebida lo que vuelve agresivas a las personas, sino que es la agresividad de las personas las lleva a beber o drogarse de alguna otra forma.  ¿De donde proviene esa agresividad? ¿es innata, consustancial al ser humano? Ya hemos visto antes que la violencia doméstica no debe ser considerada como un universal humano, de la misma manera no se puede considerar la agresividad contenida masculina como algo innato en él. De hecho se ha demostrado que no existen conductas innatas sino existe una correlación con la experiencia individual que desencadena un determinado tipo de comportamiento.

 Una explicación sobre el origen de la agresividad que desemboca en violencia interconyugal es la frustración de un deseo de dominación inculcado en la mente del hombre en su proceso educativo. Así, cualquier varón de cualquier clase social, pues no existe ninguna que se perciba a sí misma en la cúspide de la pirámide de la jerarquía social, pero lógicamente, más en las clases bajas, sentirá cierto complejo de inferioridad cuando no vea realizada su voluntad de poder artificialmente inculcada. Este complejo se puede desarrollar casi en cualquier ámbito social que nos movamos, pues desgraciadamente casi todos están fuertemente jerarquizados. Sin embargo, al ser la actividad económica la actividad cotidiana en la que el ser humano invierte más tiempo (en la mayoría de los casos se trabaja muchas más horas de las que se duerme) es la frustración que surge en este ámbito la causa más extendida de la agresividad que unida al machismo genera violencia doméstica, aunque no hay que descartar cualquier otro tipo de frustración ante la imposibilidad de conseguir las metas que socialmente nos imponemos.  Esta frustración proveniente del ámbito del a economía se da de forma doble, a la hora de producir, como sometimiento del trabajador a la jerarquía establecida por la burocracia empresarial del capitalismo, y  a la hora de consumir, cuando se produce frustración del consumo, ya sea este por exceso cuando se pretende consumir más de lo que el tiempo disponible permite, o por defecto, cuando se pretende consumir más de lo que las posibilidades pecuniarias permiten.

 Así pues, dado que la violencia doméstica surge de la confluencia de la internalización de valores machistas y de la agresividad que emana la frustración continua a la que nos somete el cierre de oportunidades de la vida social, es en estos dos aspectos donde se debe incidir para acabar con ella. No basta con hacer una reforma institucional que se limite a otorguar seguridad a las víctimas una vez que se ha producido el ataque, sino que se debe realizar una labor de prevención a nivel social mucho más amplio. En este sentido tampoco es suficiente, aunque indudablemente necesario, la renovación de los valores machistas de la mayoría de la humanidad, sino que además es necesario un cambio total en las relaciones de las personas, olvidarse de las concepciones militaristas de la sociedad, que llevan a jerarquías, complejos y actos violentos sin sentido. Y estas dos tareas, la renovación de los valores machistas y la renovación de las relaciones sociales son una tarea que debe efectuar la sociedad en su conjunto, no se solucionará poniendo parches legislativos.

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