EL NIÑO COMO VÍCTIMA SECUNDARIA

archivo del portal de recursos para estudiantes
robertexto.com

enlace de origen

Lic. Alicia Haydeé Ganduglia

Consejo Profesional de Graduados en Servicio Social o Trabajo Social

IMPRIMIR

 

La mayor parte del contenido del presente texto se basa en lo expuesto en la Jornada sobre Violencia Familiar organizada por la Fundación “Propuesta” el 2 de septiembre de 1999.


La práctica de las intervenciones con niños que están atravesando o han atravesado por situaciones de riesgo determinadas por un contexto de violencia familiar ,sean tales intervenciones evaluativas o terapéuticas ,me llevó a reflexionar sobre algunas cuestiones cuyo debate, si bien no original , merece en mi opinión, ser compartido con todos los profesionales que se ocupan de la violencia hacia la mujer en el ámbito doméstico dada la vigencia creciente de esta problemática.
Antes de entrar al desarrollo del tema quisiera señalar que voy a adoptar la noción de “víctima” tal como la define Reynaldo Perrone porque logra dejar de lado el carácter pasivo o reivindicatorio con el que a menudo se la connota, para aludir más precisamente a una posición subjetiva. Este autor describe a la víctima como al sujeto sometido a una situación de la que desconoce sus condiciones y que resulta en una alteración de su estado de conciencia.Esta característica es, a mi criterio, la que la lleva en la mayoría de los casos a permanecer en la situación de victimización, o bien le dificulta sustraerse a la misma.
Fernando Ulloa , desde otra perspectiva, habla de “encerrona trágica” para referirse al núcleo central del dispositivo de la crueldad. “Esta encerrona cruel es una situación de dos lugares sin tercero de apelación -tercero de la ley- sólo la víctima y el victimario. Hay multitud de encerronas de esta naturaleza, dadas más allá de la atroz tortura. Ellas se configuran cada vez que alguien, para dejar de sufrir o para cubrir sus necesidades elementales de alimentos, de salud, de trabajo, etc.,depende de alguien o de algo que lo maltrata, sin que exista una terceridad que imponga la ley”.
Es frecuente que quienes trabajamos con niños en esta área nos enfrentemos a dos situaciones:
La dificultad para visibilizar el riesgo en el que se puede encontrar un menor que es o ha sido testigo de violencia familar aún sin haber llegado a transformarse en objeto directo del maltrato. (Si bien la exposición del niño a formas de violencia doméstica extrema o crónica es ubicada por Gaudin dentro de las formas del abandono emocional);
Las dificultades y malos entendidos que se generan en las derivaciones mutuas entre equipos o Centros que trabajan con programas de asistencia y prevención que se ocupan exclusivamente o bien de la mujer víctima de violencia o bien de la problemática del maltrato infantil. Una articulacion fallida entre ambas demandas podría estar generando este tipo de obstáculos.
La situación de los niños que crecen en familias violentas se suele denominar de victimización “secundaria o indirecta” según el contexto doctrinario de donde se tomen las nociones.
Desearía poder transmitir hoy dos reflexiones preliminares respecto de este tema:
En primer término, considero que la caracterización del niño como víctima secundaria en las consultas por maltrato hacia la mujer, proviene de una invisibilización o focalización limitada a la mujer en tanto parte de la pareja conyugal;
El negativo de este punto de vista es la invisibilización de la mujer como víctima, debería discutirse si secundaria o primaria, en los casos de maltrato y/o abuso sexual de los hijos por parte de los padres varones.
Adelanto mi conclusión:en la violencia familiar protagonizada por el varón (la más común y extendida), tanto la mujer como los hijos deberían considerarse víctimas primarias ya que como resultado de las actitudes violentas del padre lo que resulta profundamente atacado e interferido es un vínculo. El vínculo del niño con ambos padres. Es así como en muchos casos los primeros indicios de violencia hacia la mujer por parte de su pareja suelen exteriorizarse en el momento del embarazo, generalmente bajo la forma de abuso emocional o abandono, o violencia física directa. Recuerdo en este momento la situación de una mujer que debía hacer reposo por un embarazo de alto riesgo a quien su marido se negabaa llevarle la comida a la cama para que se viera obligadaa suspender el reposo. La situación, a pesar de la separación posterior de la pareja, culminó en el abuso sexual de la niña que se estaba gestando,por parte de su padre.
El considerar tanto a la mujer como al niño con quien mantiene un vínculo de filiación como víctimas primarias no es sólo una posición ideológica sino fundamentalmente un modo de abordaje a l fenómeno de la violencia familiar que surge de la observación de los efectos que este tipo de interacciones produce en todos los miembros del grupo familiar, así como de la importancia de sus consecuencias clínicas y legales.
Recuerdo otras consultas. Una mujer joven es recibida en un refugio para mujeres golpeadas, con su hijo de 5 años. De la observación de algunos profesionales surge la sospecha de maltrato hacia este niño, en el mismo refugio, bajo la forma de puesta de límites y castigos. (Quizás valga la pena recordar en este punto que los malos tratos de la madre hacia los niños constituye una de las incompatibilidades o criterios de exclusión del ingreso de mujeres golpeadas a los refugios, criterio que aparece explicitado en documentos de distintos países). Se decide la consulta en un Centro especializado. Mientras la terapeuta de la madre considera que el posible maltrato consiste en una conducta no habitual producto de la crisis que atraviesa y que seguramente será superada con la recuperación de un vínculo más empático con el hijo, en el Centro especializado en niños comienza la evaluación de la situación de riesgo.La vivencia de sentirse “bajo sospecha” hace que la madre interrumpa ! el proceso sosteniendo que ambos equipos están tratando de “sacarle a su hijo”.
Tercer ejemplo.Un Centro dedicado a la mujer maltratada se opone a que otro equipo dedicado a situaciones de riesgo de la infancia, y que mantiene una dependencia institucional con el primero, organice un grupo de ayuda mutua para familiares protectores de niños sexualmente abusados porque entiende que esto implicaría una responsabilización implícita de la conducta abusiva.
Son también bastante comunes las situaciones en las que hombres violentos excluídos de sus hogares obtienen rápidamente un régimen de visitas no supervisado con sus hijos, aún cuando las amenazas hubieran sido realizadas con armas, o aún en presencia de indicios de negligencia severa.
No olvido mi asombro en una circunstancia en la que, en calidad de psicoterapeuta de un niño poco mayor de tres años, el Juez a cargo de la exclusión del padre del hogar, me solicitó la revinculación del menor con el padre en un contexto psicoterapéutico ya que el mismo se negaba a someterse a un tratamiento psicoterapéutico, y tampoco había concluído la evaluación pericial realizada en el Cuerpo Médico Forense.
La madre llevaba ya un año de psicoterapia y el menor estaba en seguimiento. El padre, por su parte, no admitía haber incurrido en ningún tipo de violencia. No es un dato menor el hecho de que su profesión lo obligara a estar en contacto diario con niños pequeños.
Dada la frecuencia con la que algunos operadores judiciales otorgan visitas después de una exclusión y sin mediar una evaluación previa, el supuesto implícito parecería ser que el hecho de que un hombre sea violento con su pareja no tiene ninguna relación con el buen o mal ejercicio de la función paterna. La práctica de las intervenciones en violencia familiar, así como las demandas de las madres que llegan a la consulta por este tema, muestra exactamente lo contrario.
En mi opinión, la generalización francamente ideológica de la necesidad de la “figura paterna” para la constitución normal de la subjetividad infantil, reduciéndola, más acá del desempeño efectivo de su rol, a la mera presencia del varón adulto en una familia, ignora la especificidad del fenómeno de la violencia familiar y la importancia de no perder de vista la particularidad de cada caso debiendo priorizarse siempre la posibilidad de un riesgo físico o emocional del menor.
Intentaré sintetizar la opinión de algunos autores que, dentro del campo de la violencia familiar, toman al hombre golpeador en su calidad de padre, y a los niños testigos como víctimas primarias y no secundarias de la violencia doméstica.
Henderson y Shepard sostienen que “los niños que alguna vez presenciaron violencia en el hogar pueden transformarse en el centro del conflicto entre padres separados”.
Liss y Stahley, y Taylor, comentan: “...se comprobó que los hombres agresores luchan por la custodia y no pagan lo establecido conmás fecuencia que los hombres no violentos.”
Arendell, McMahon y Pence, señalan que “los hombres violentos tienden a construir la paternidad en términos de ‘derecho a los hijos’ y quizás están más interesados en mantener el control sobre ellos que en cuidarlos.”
En relación a las madres, Henderson y Hilton sostienen: “Muchas mujeres maltratadas quedan en una situación muy difícil, porque por un lado, sus recursos emocionales y físicos están agotados, y por el otro, perciben la necesidad de respaldo que tienen sus hijos por haber presenciado la violencia”.
En el mismo estudio del que fueron extraídas las citas anteriores encontramos una descripción sencilla y clara de la conflictiva que atraviesan los niños testigos de violencia: “Poco se ha escrito acerca de la relación entre los niños testigos de violencia en el hogar y los padres perpetradores. Investigaciones cualitativas recientes sugieren que, almenos algunos niños testigos, perciben la relación con el padre como fuente de dolor, resentimiento y confusión. Los niños describen que están atrapados entre sentimientos opuestos respecto de sus padres: por un lado saben que la violencia es mala, dañina y aterrorizante; por el otro aman y están apegados a sus padres, al hombre que actuó tan violentamente, lastimó a su madre y violó las reglas y normas sociales”.(Blanchard y otros,1992;Erickson y Henderson, 1992; Peled, 1995).
“Además, al igual que los hijos de padres divorciados (Wallersten y Kelly, 1980),los niños testigos suelen vivir un conflicto de lealtades por tener que tomar partido (Peled, 1995). Las dificultades que experimentan los niños testigos quizás sean mayores que las de los hijos de parejas divorciadas no violentas, porque la violencia despierta emociones más fuertes, agudos dilemas morales y abre abismos infranqueables entre los miembros de la familia.El dolor de una madre puede despertar compasión en el hijo y odio hacia el abusador; pero ponerse del lado de la persona que tiene el poder y el control de la familia, también puede tener su atractivo. Además, en ciertas situaciones el niño puede creer que los esfuerzos de la madre para acabar con el abuso terminarán en una separación, y quizás se identifique con el padre que debe abandonar el hogar”, muchas veces a instancias de funcionarios policiales o de la justicia. Peled (1995) concluye: “Parece que el esfuerzo emocional que lo! s hijos de mujeres golpeadas deben realizar para mantener una relación con el padre, es tremendo “.
En U.S.A. se estimó en 3 millones 300 mil la cifra de niños testigos de violencia doméstica en 1984; cifra que pasó a 10 millones en 1991. Entre el 28% y el 30% de estos niños sufrió abuso físico, sexual o ambos.
Un resumen de las reacciones que presentan estos niños muestra:
stress post-traumático;
problemas de integración social;
trastornos de aprendizaje;
perturbaciones emocionales y de conducta en mayor proporción que en hogares no violentos.
Como en muchas otras situaciones de maltrato infantil estas consecuencias no resultan sólo de la exposición directa a la violencia sino que dependen también de factores vinculados, como la pérdida de uno de los padres, las mudanzas frecuentes, los cambios de escuela, la intervención de terceros en la vida familiar, el haber estado sujetos a un secreto familiar, etc.etc.
Einat Peled, el autor al que estoy siguiendo enla mayor parte de este trabajo, distingue tres factores que han obstaculizado las intervenciones con los hijos de mujeres golpeadas:
1.- El carácter privado de la violencia familiar;
2.- La falta de capacitación específica de los profesionales que se ocupan de la problemática de la mujer golpeada;
3.- La idea del niño como víctima secundaria por parte de lo que él llama “el movimiento de las mujeres golpeadas”.
En este último sentido, parecería que la lucha ideológica contra la premisa patriarcal que responsabiliza a la mujer principalmente como esposa y como madre, se centró en el reconocimiento de los derechos, necesidades y seguridad de las mujeres, velando o negando la imagen de ‘madres con hijos en riesgo’.
El dilema aparente entre la jerarquización del abuso de la mujer y el de los niños, basada en el vínculo de dependencia del niño hacia el adulto, y la consecuente jerarquización y desjerarquización de victimizaciones entre la mujer y los hijos, muestra otro frente digno de ser abordado en otra oportunidad y al que aludí al comienzo: la posición de víctima secundaria cuandono primaria en la que queda ubicada la mujer que denuncia una sospecha de abuso sexual incestuoso hacia alguno de sus hijos.
No quiero, antes de concluir, dejar de hacer alguna referencia al “Qué hacer”.
Beatriz Ruffa, en una publicación de 1990, al referirse a los niños en la Casa-Refugio, señala: “Testigos, víctimas o rehenes, según los momentos y circunstancias, estos niños viven abandonados a sus miedos, inquietudes e inseguridades afectivas”.
Siempre en relación a la situación en los Refugios, Ruffa propone:
“Tal vez sea conveniente que existan programas especiales y personal experto para la atencióndel grupo infantil, pero no se trata de una exigencia indispensable. Lo que sí creo necesario es que exista una ‘mirada especial’ hacia los niños, centrada en su lugar particular en el problema y atenta también a sus posibilidades de cambio. Una mirada que no sea un aspecto agregado a la problemática de la madre, sino que considere a los niños como sujetos, absolutamente decisivos para el enfoque integral del problema”.
Dos comentarios finales.
En relación con la tarea preventiva esta ‘mirada especial’ debería, a mi entender, no olvidar la importancia de intentar romper el circuito de transmisión generacional de la conducta violenta.*  Sabemos hoy que este fenómeno,el de la transmisión generacional del abuso infantil,fue una de las primeras hipótesis referidas a la etiología del maltrato de niños (Steele y Pollack, 1968) y se puede afirmar que, con algunos matices, sigue siendo aceptada (Widom, 1989). En el último Congreso organizado por la Asociación Argentina de Psiquiatras (octubre 1999), el Dr. Mario Payarola destacaba esta problemática en un trabajo titulado: “Consecuencias en la adultez del abuso sexual infantil: la violencia masculina en la pareja”.
Por otra parte, una ‘mirada especial’hacia los niños no debería tampoco velar la necesidad de un punto de vista específico: el del terapeuta entrenado en las situaciones de riesgo de la infancia, y fundamentalmente como un miembro más de los equipos que se ocupan de “la mujer golpeada”.
Muchas de estas reflexiones han surgido de mi participación, como terapeuta de niños y adolescentes, en el Centro Isabel Calvo, Centro Integral de la Mujer que atiende situaciones de violencia familiar focalizadas en la problemática de la mujer víctima. La participación en las reuniones de equipo, las supervisiones y los espacios de intercambio clínico, no sólo me ha permitido enriquecer mis intervenciones con los niños y las madres que allí acuden sino también abrir un campo de reflexión relacionado con las estrategias de abordaje para “un enfoque integral del problema”.

 

* Agradezco a la licenciada Lilian Fischer el haberme recordado la importancia de destacar este aspecto del problema.  

LIBRERÍA PAIDÓS

central del libro psicológico

REGALE

LIBROS DIGITALES

GRATIS

música
DVD
libros
revistas

EL KIOSKO DE ROBERTEXTO

compra y descarga tus libros desde aquí

VOLVER

SUBIR