LOS LENGUAJES DE LA ECONOMÍA I

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Un recorrido por los marcos conceptuales de la Economía

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Université Jean Moulin - Lyon 3

 

PRÓLOGO

“¿Por qué molestarse en realizar investigaciones como las que se pueden encontrar en las páginas anteriores? La importancia de la cuestión se pone de manifiesto cuando se admite, como yo he hecho, que la filosofía o la metodología de la ciencia no son de ninguna ayuda para los científicos.” Con estas palabras, Alan F. Chalmers iniciaba el cierre de su libro titulado ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Y previamente nos había dicho que si las metodologías de la ciencia se entienden desde el punto de vista de las reglas que guíen las elecciones y decisiones de los científicos, entonces dada la complejidad de cualquier situación realista en la ciencia y la imprevisibilidad del futuro por lo que se refiere al desarrollo de una ciencia, no es razonable esperar una metodología que determine que, dada una situación, un científico racional debe adoptar la teoría A y rechazar la teoría B, o preferir la teoría A a la teoría B. Reglas tales como «adoptar la teoría que recibe más apoyo inductivo de los hechos aceptados» y «rechazar las teorías que son incompatibles con los hechos generalmente aceptados» son incompatibles con aquellos episodios de la ciencia comúnmente considerados como constitutivos de sus fases más progresivas.

Pero, entonces, cómo seremos capaces de saber acerca de la corrección de nuestro trabajo de investigación. ¿De qué medios disponemos para ello, si es que tales medios existen? ¿Cómo saber que cuanto decimos en nuestras investigaciones es pertinente científicamente hablando? ¿Cómo fundamentamos aquello que decimos en voz alta en las aulas? En qué medida podremos llegar a explicar correctamente y entender algunos episodios y acontecimientos recientes de nuestra vida intelectual.

En mi época de estudiante de los últimos cursos de Economía, asistí asombrado a un hecho que me causó cierta perplejidad. Por aquel entonces cursaba una asignatura dedicada, entre otros aspectos, al complejo problema del crecimiento económico. Se pasaba allí una revisión a las que se consideraban principales teorías de la Economía del crecimiento económico. En uno de mis paseos por la biblioteca, cayó en mis manos un libro que abordaba la polémica del capital desde la perspectiva del Cambridge de este lado del Atlántico. El libro contaba con un texto escrito por un profesor del centro donde realizaba mis estudios. Lo leí atentamente, intentando aprehender cuanto contenía en él. Una vez cerrado el libro por su última página, medité acerca de su contenido e, involuntariamente tal vez, cotejé lo que decía allí con lo que se desprendía de sus discursos más actuales. He aquí lo que me causó perplejidad. No eran en absoluto coincidentes. Eran dos puntos de vista, si se me permite la expresión, radicalmente distintos. A lo largo de algunos días estuve pensando sobre ello, intentando siempre comprender cómo era posible ese cambio en aspectos e ideas, que no dudaba en calificar como básicas del pensamiento económico personal. En esa época, tuve en mente un puñado de posibles razones, que nunca fueron concluyentes.

Un año más tarde recordé el episodio a raíz de lo que yo consideraba nuevos conocimientos. Reconocía tímidamente que, debido a la última crisis económica de los años setenta, se habían producido cambios significativos en el comportamiento y funcionamiento de la economía capitalista. He aquí, me dije, una buena razón de mi perplejidad. La realidad ha cambiado, por tanto, no debe parecernos extraño que cambiemos el contenido de nuestro pensamiento. Pero, había un hecho que no podía silenciarme a mí mismo. La mayor parte de la literatura que, por aquel entonces, me exponía los cambios en el funcionamiento de la economía capitalista utilizaba un lenguaje bastante distinto al usual en mi educación como economista, distinto al que utilizaba y al que utilizó el profesor de nuestra historia. Era un lenguaje que en ocasiones compartía significantes con los otros, pero no los significados.

Mientras intentaba precisar y diferenciar los distintos lenguajes, asomaba en mí la idea de que las que eran las razones del cambio en el funcionamiento de la economía capitalista y las características del mismo y de la nueva fase, eran propias y específicas de este nuevo lenguaje. No eran compartidas, o al menos no lo eran en lo fundamental. Tal vez la única coincidencia era la existencia de un cambio, pero nada más.

Varios lenguajes y un cambio de actitud intelectual eran de cuanto disponía. Reconocía, evidentemente, la posibilidad de cambios intelectuales en el tiempo, llamémosle madurez, y también que existían economistas que pensaban de modo diferente y que, incluso, parecía que hablasen de mundos diferentes o al menos lo hacían en lenguajes diferentes. He aquí la nueva preocupación: ¿habría estado yo lo suficientemente atento a lo largo de mis años de estudio y había juzgado correctamente las enseñanzas recibidas o, por el contrario, no había estado más que uno de los estúpidos estudiantes tan difamados y denostados por la señora Robinson? Ciertamente, a lo largo de mis estudios de Economía, yo había ido adquiriendo un conjunto de conceptos de los que previamente no disponía, reconocía unas relaciones entre ellos, en definitiva, adquirí un lenguaje y de eso se trataba justamente. Pero como cierto autor, a quien posteriormente deberemos prestar atención, llegó a decir: “Cuando la presentación de ejemplos forma parte del proceso de aprendizaje, lo que se adquiere es conocimiento del lenguaje y del mundo a la vez. En la mayoría del proceso de aprendizaje del lenguaje estas dos clases de conocimientos -conocimiento de palabras y conocimiento de la naturaleza- se adquieren a la vez; en realidad no son en absoluto dos clases de conocimiento, sino dos caras de una sola moneda que el lenguaje proporciona.” Es evidente que la tarea docente se ve facilitada por el uso de ejemplos, tanto cuando se ejerce como cuando se recibe.

A estas alturas, mi preocupación robinsoniana tenía ahora consecuencias más profundas. Pues ya no se trataba de que fuese yo un estudiante robinsoniano más o menos serio. Se trataba de la naturaleza y sentido de mis conocimientos. Si había adquirido conocimiento del lenguaje y del mundo a la vez, y si ambos son inseparables, ¿cómo podría yo juzgar la educación recibida? ¿Eran correctas las categorías analíticas adquiridas como estudiante de Economía o que había incorporado tras licenciarme? Si había aprendido Economía con la ayuda de ejemplos de la economía, debía pensar que ésta no permitía valorar aquélla. Y qué pensar de cuanto verbalizaba en mi actual tarea docente ¿Era posible resolver estas cuestiones? ¿Cómo? ¿Estamos en un callejón sin salida?

Un acontecimiento intelectual más viene a nuestra mente. A lo largo de nuestra trayectoria investigadora como miembro de la universidad, centré una parte significativa de mi trabajo investigador en la Economía regional. Llegué a ella por una serie de razones que en este contexto no es de interés relatar, pero llegué en un momento en el cual se estaba produciendo lo que podría reconocerse como un profundo cambio en el contenido de las explicaciones relativas al crecimiento y al desarrollo económico regional. Leía las aportaciones más recientes, pero también las anteriores. Eran aportaciones construidas sobre categorías analíticas, conceptos y lenguajes distintos entre sí que parecían referirse a realidades distintas. En definitiva, aparentemente, mi labor investigadora no contribuía a resolver mis anteriores preocupaciones.

Una forma posible de intentar resolver estos problemas podría consistir en despedirnos con las palabras de Hilary Putnam (1982): “... la mente no «copia» simplemente un mundo que sólo admite la descripción de La Teoría Verdadera. Pero, ..., la mente no construye el mundo ... Y si es que nos vemos obligados a utilizar lenguaje metafórico, dejemos que la metáfora sea ésta: La mente y el mundo construyen conjuntamente la mente y el mundo (o, haciendo la metáfora más hegeliana, el Universo construye el Universo -desempeñando nuestras mentes (colectivamente) un especial papel en la construcción).”

Pero, realmente, poco habría avanzado. Seguirían existiendo demasiados interrogantes por responder y ciertas afirmaciones aparentes por precisar. Es pues evidente que no podemos ni debemos despedirnos en este punto. Debemos de continuar precisando y buscando respuestas a estas cuestiones y a algunas más que puedan surgir en el camino. Pero, alguna consideración en positivo parece que empieza a asomar. Así, nuestra proposición básica es que existe una pluralidad de marcos conceptuales interpretativos en la Economía. De modo que cada uno de ellos, al querer abordar cierta problemática, ha ido desarrollando conceptos y categorías analíticas propias que, junto con sus reglas de articulación interna, ha propiciado la formación de diferentes lenguajes con que analizar la economía. Pero esta proposición no se desprende de una mera observación del quehacer de los economistas a lo largo del tiempo. Esto es, no se construye inductivamente. Resulta, por el contrario, del desarrollo de un punto de vista inicial, de una hipótesis, de un esbozo de teoría.

Este esbozo de teoría hunde sus fundamentos en un análisis de la filosofía de la ciencia. De dicho análisis se desprende, en primer lugar, que existe una pluralidad de marcos conceptuales que quieren explicar cómo se construyen y cómo y porqué se llega a aceptar las explicaciones científicas. En segundo lugar, del análisis de algunos de los marcos conceptuales o enfoques de filosofía de la ciencia, se concluye que justamente la labor de los científicos es construir marcos conceptuales o lenguajes que les permitan precisar al máximo la naturaleza y contenido de la fracción del mundo que quieren estudiar. El análisis del mundo es imposible sin un lenguaje. De modo que el desarrollo científico exige el desarrollo y mejora de un lenguaje. Los conceptos son las herramientas de los científicos. Permiten reconocer problemas y encontrar soluciones pertinentes. Una comunidad científica particular es una comunidad lingüística que comparte aproximadamente el mismo vocabulario y las mismas reglas de construcción y uso del lenguaje.

Así pues, el rasgo más esencial de una corriente de pensamiento, de un paradigma o de un programa de investigación es el hecho de compartir una estructura o un marco conceptual y de trabajar en el desarrollo del mismo. El crecimiento y consolidación de un enfoque pasa por el crecimiento, consolidación y masiva aceptación de su lenguaje y sus conceptos. Y el cambio de enfoque exige la sustitución de un marco conceptual por otro. Nunca se abandona un marco conceptual si no se dispone de otro alternativo, por la sencilla razón de que los científicos no pueden permanecer mudos.

Nosotros nos hemos propuesto mostrar a lo largo del texto como los economistas han ido construyendo distintos marcos conceptuales. Con ellos, han abordado problemas diferentes. Han reconocido el surgimiento de problemáticas nuevas, han podido caracterizarlas y, en ocasiones, han encontrado buenas soluciones. Este propósito se desarrolla a lo largo de la Tercera parte del texto.

Este modo de abordar el pensamiento económico encuentra su fundamento en la Segunda parte relativa a la filosofía de la ciencia. En la primera parte queremos mostrar cómo ha ido elaborándose nuestra propuesta básica y cuáles son las principales conclusiones a las que hemos llegado.

Con este trabajo esbozamos una serie de respuestas a preguntas que consideramos fundamentales desde el doble punto de vista investigador y docente. Son preguntas que como hemos relatado brevemente, empezaron a presentarse en nuestro periodo de formación y que después, con la labor docente se ampliaron y, creemos, tomaron toda su relevancia. Investigar nos obligo a construir un relato que cumpliera con una norma fundamental: la coherencia discursiva. En otros términos, la investigación nos mostró que poseíamos un lenguaje. La labor docente ha contribuido mucho a que llegásemos a considerar la economía como un lenguaje. Transmitir el conocimiento es, entre otras cosas, transmitir un vocabulario, una terminología y las reglas y condiciones que hacen legítimo su uso.

El lenguaje es y ha sido objeto de investigación por parte de un amplio número de disciplinas científicas. Dos grandes disciplinas aparecen como las más directamente vinculadas: por un lado, una parte significativa de la filosofía de la ciencia se ha ocupado directamente de la relación entre el lenguaje y el conocimiento; y, por otro, la lingüística y otras disciplinas afines tienen como objeto propio de investigación el lenguaje. Sin embargo, la investigación que aquí se presenta, aunque participa de algunas de las inquietudes de estas dos disciplinas, no puede presentarse, estrictamente hablando, como una aplicación al terreno del análisis económico de una u otra de ellas. Tampoco puede interpretarse como una síntesis de ambas, simplemente porque no lo es.

Si alguna filiación quiere establecerse para esta investigación, es necesario mirar en una serie de trabajos que, en los últimos tiempos, reivindican el análisis del lenguaje especializado como un campo de investigación legitimo para los propios científicos practicantes de las ciencias sociales y humanas. Entre los economistas, sin lugar a dudas, es McClosky la figura más conocida. No obstante, nuestra investigación no coincide enteramente con la suya. Nosotros simplemente nos proponemos mostrar y justificar que cada grupo de economistas cuenta con un puñado de términos o de conceptos, cuya articulación da lugar a lenguajes particulares. Con sus respectivos lenguajes, cada grupo de economistas identifica las cuestiones fundamentales de investigación, su mundo de investigación. He aquí toda su riqueza y todas sus limitaciones.

Si nuestra tesis es acertada y nuestra investigación convincente, sus consecuencias investigadoras y docentes son sumamente importantes. Investigadoras porque abre un terreno fecundo para el análisis del pensamiento económico y para estudios lingüísticos de textos económicos concretos. Ambos contribuirán a mejorar nuestro conocimiento económico. Docentes, porque la investigación sobre la construcción del lenguaje económico garantiza una mejor transmisión de los conocimientos económicos. Si en este contexto introducimos la traducción de textos económicos y la enseñanza de lenguas extranjeras aplicadas a la economía y las ciencias sociales, una investigación como la presente, creemos, es oportuna y prometedora.

 

PARTE PRIMERA

CAPÍTULO 1. - INTRODUCCIÓN Y CONCLUSIONES

Marcos conceptuales y filosofía de la ciencia

 

Hemos dicho más arriba que:

“... la mente no «copia» simplemente un mundo que sólo admite la descripción de La Teoría Verdadera. Pero, ..., la mente no construye el mundo ... Y si es que nos vemos obligados a utilizar lenguaje metafórico, dejemos que la metáfora sea ésta: La mente y el mundo construyen conjuntamente la mente y el mundo (o, haciendo la metáfora más hegeliana, el Universo construye el Universo -desempeñando nuestras mentes (colectivamente) un especial papel en la construcción).” (Putnam, 1981).

Esto nos permite, en primer lugar, afirmar con Popper que la teoría de la tabula rasa es absurda, el aumento del conocimiento consiste en la modificación del conocimiento previo, sea alterándolo, sea rechazándolo a gran escala. El conocimiento no parte nunca de cero, sino que siempre presupone un conocimiento básico -conocimiento que se da por supuesto en un momento determinado- junto con algunas dificultades, algunos problemas. Por regla general, éstos surgen del choque entre las expectativas inherentes a nuestro conocimiento básico y algunos descubrimientos nuevos, como observaciones o hipótesis sugeridos por ellos (Popper, 1972).

Pero este conocimiento básico no está constituido por una única teoría, sino por un conjunto más o menos amplio de teorías, algunas de las cuales se constituyen entre sí en agrupaciones con cierto grado de articulación e interdependencia. Esto da lugar a paradigmas o programas de investigación, o, como preferimos denominarlos, lenguajes científicos, estructuras lingüísticas o marcos conceptuales. Pero antes de desarrollar estos extremos, digamos algo más sobre aquello que no constituye la ciencia.

Si nuestro conocimiento básico nos permite sugerir descubrimientos, observaciones o hipótesis, en definitiva ciertas expectativas, el papel de la experiencia  es muy diferente a aquel que le atribuyen tanto la concepción inductista como el falsacionismo ingenuo. En primer lugar, las argumentaciones inductivas no son lógicamente válidas. No se da el caso de que, si las premisas de una inferencia inductiva son  verdaderas, entonces la conclusión debe de ser verdadera. Es posible que la conclusión de una argumentación inductiva sea falsa y que sus premisas sean verdaderas sin que ello suponga una contradicción. “La inducción no se puede justificar sobre bases estrictamente lógicas”.

Además, el principio de inducción no puede derivarse de la propia experiencia, pues en tal caso se estaría pretendiendo justificar la inducción empleando el mismo tipo de argumentación inductiva cuya validez se supone necesita justificación. Esto significa restar validez al positivismo tradicional, incluso de la mano del positivismo lógico, y decir que en modo alguno afirmamos que sólo lo dado es real. Es importante reconocer, con Carnap, que el calificativo de lógico hace de este positivismo una doctrina lógica, que nada tiene que ver con las tesis metafísicas de la realidad o irrealidad de cosa alguna. La preocupación del positivismo lógico es una preocupación por el modo formal de hablar y no por el modo material de hablar.

Desde un punto de vista estrictamente lógico, nunca podemos afirmar que una hipótesis es necesariamente cierta porque esté de acuerdo con los hechos; al pasar en nuestro razonamiento de la verdad de los hechos a la verdad de la hipótesis, cometemos implícitamente la falacia lógica de «afirmar el consecuente». Por otra parte, podemos negar la verdad de una hipótesis en relación con los hechos, porque, al pasar en nuestro razonamiento de la falsedad de los hechos a la falsedad de la hipótesis, invocamos el proceso de razonamiento, lógicamente correcto, denominado «negar el consecuente». Para resumir la anterior argumentación podríamos decir que no existe lógica de la verificación, pero sí existe lógica de la refutación.

Por otra parte, la obtención de generalizaciones inductivas no es posible porque, en el momento en que hayamos seleccionado un conjunto de observaciones de entre el infinito número de observaciones posibles, habremos establecido ya un cierto punto de vista y ese punto de vista es en sí mismo una teoría, aunque en estado burdo y poco sofisticado. La argumentación: «He visto un gran número de cisnes blancos; nunca he visto un cisne negro; por tanto, todos los cisnes son blancos», es una inferencia inductiva no-demostrativa que no se deduce de las premisas mayor y menor, con lo que ambas premisas pueden ser verdaderas sin que la conclusión se siga de ellas lógicamente. En resumen, un argumento no-demostrativo puede, en el mejor de los casos, persuadir a una persona ya convencida, mientras que un argumento demostrativo debe convencer incluso a sus más obstinados oponentes.

Por tanto, no debe pensarse que existe una dicotomía entre inducción y deducción. La dicotomía relevante se plantea entre inferencias demostrativas e inferencias no-demostrativas. Y, para resolver esta dicotomía conviene reservar el término de inducción a argumentos lógico-demostrativos, y el de «aducción» para las formas de razonamiento no-demostrativas. Pero, la inducción demostrativa no existe, y la aducción no es en absoluto lo opuesto de la deducción, sino que, de hecho, constituye otro tipo de operación mental completamente diferente. La aducción es la operación no-lógica que nos permite saltar del caos que es el mundo real a la corazonada que supone una conjetura tentativa respecto de la relación que realmente existe entre un conjunto de variables relevantes. La cuestión de cómo se produce dicho salto pertenece al contexto de la lógica del descubrimiento y puede que no sea conveniente dejar de lado despectivamente este tipo de contexto, como los positivistas, e incluso los popperianos, desean. Pero lo cierto es que la filosofía de la ciencia se ocupa, y se ha ocupado siempre, de forma exclusiva, del paso siguiente del proceso, es decir, de cómo esas conjeturas iniciales se convierten en teorías científicas por medio de su inserción y articulación dentro de una estructura deductiva más o menos coherente y completa y de cómo esas teorías son posteriormente contrastadas con las observaciones. En definitiva, no debemos decir que la ciencia se basa en la inducción: se basa en la aducción seguida de deducción (Blaug, 1980, pp 33-4).

Pero, presupone este punto de vista la existencia de una cierta idea de verdad. Digamos algo al respecto: la condición necesaria y suficiente para construir una definición satisfactoria de la verdad, es que el metalenguaje en su parte lógica sea esencialmente más rico que el lenguaje-objeto. Si el metalenguaje satisface esta condición de «riqueza esencial», en él puede definirse la noción de verdad. Y, ésta puede hacerse a partir de otra noción semántica, la de satisfacción. Así, “..., llegamos a una definición de la verdad y de la falsedad diciendo simplemente que una oración es verdadera si es satisfecha por todos los objetos, y falsa en caso contrario.” Una consecuencia importante de esta noción de verdad es que “la noción de verdad nunca coincide con la de comprobabilidad; pues todas las oraciones comprobables son verdaderas, pero hay oraciones verdaderas que no son comprobables.” (Tarski, 1944).

Por su parte, como nos recuerda Chalmers, es evidente que la idea de verdad propia del sentido común tiene algún tipo de significado y aplicabilidad; de otro modo, no tendríamos esta idea en nuestro lenguaje y no seríamos capaces, por ejemplo, de establecer una distinción entre verdad y mentira. Es precisamente porque tenemos una concepción de la verdad significativa y cotidiana por lo que algunas frases parecen obvias y trivialmente correctas. Pero, la cuestión importante que se suscita es: «¿Es la idea de verdad propia del sentido común suficiente para dar sentido a la afirmación de que la verdad es la finalidad de la ciencia?» Veamos, pues, algunos argumentos que sostienen una respuesta negativa.

Primero, dentro de la teoría de la verdad como correspondencia, tenemos que referirnos, en el metalenguaje, a las frases de un sistema de lenguaje o teoría y a los hechos a los que estas frases pueden o no corresponder. Sin embargo, sólo podemos hablar de los hechos a los que pretende referirse una frase utilizando los mismos conceptos que están implícitos en la frase. Cuando digo “el gato está encima del felpudo”, utilizo los conceptos «gato» y «felpudo» dos veces, una en el lenguaje objeto y otra en el metalenguaje, para referirme a los hechos. “Sólo se puede hablar de los hechos a los que se refiere una teoría, y a los que se supone que corresponden, utilizando los conceptos de la propia teoría. Los hechos no son comprensibles para nosotros, ni podemos hablar de ellos, independientemente de nuestras teorías.” (Chalmers, 1982). En otras palabras, los hechos no existen más allá de una forma de lenguaje.

En términos generales, las leyes de la física seleccionan ciertas propiedades o características que pueden ser atribuidas a objetos o sistemas del mundo (por ejemplo, la masa) y expresan las formas en que tienden a comportarse estos objetos o sistemas en virtud de aquellas propiedades o características. En general, los sistemas del mundo poseerán otras características además de las seleccionadas por una determinada ley, y estarán sujetas a la acción simultánea de tendencias en su comportamiento asociadas a estas características adicionales. “Las leyes de la naturaleza no se refieren a las relaciones entre acontecimientos localizables, tales como gatos que están encima de felpudos, sino a algo que podríamos llamar tendencias transfactuales.” (Chalmers, 1982).

Podemos suponer que hay experiencias perceptivas de algún tipo directamente accesibles al observador, pero no sucede así con los enunciados científicos, ni siquiera con los enunciados de observaciones de la ciencia. Estos son entidades públicas, formuladas en un lenguaje público que conllevan teorías con diversos grados de generalidad y complejidad. Los enunciados científicos, incluidos los observacionales, se deben realizar en el lenguaje de alguna teoría. Los lenguajes teóricos constituyen un requisito previo de unos enunciados observacionales y, estos serán tanto más precisos cuanto mayor sea la precisión del lenguaje teórico que utilicemos. Como también serán tan falibles como lo sean aquellos. Es más, las observaciones problemáticas sólo lo serán a la luz de alguna teoría o lenguaje teórico.

Por ello, los acontecimientos relevantes en la tarea científica, el estado de cosas, están presupuestos en nuestro conocimiento teórico, en el dominio que tengamos de algún lenguaje teórico. Es más, dependen directa e indirectamente, explícita e implícitamente de éste. En este sentido, podríamos observar que incluso nuestras experiencias perceptivas o sensitivas llegamos a sostenerlas sobre la base de alguna teoría. Por ejemplo, si digo «el gato está encima del felpudo» sostengo indirecta o implícitamente la validez de cierta teoría óptica.

En esencia, esto nos lleva a rechazar, con Lakatos, ciertas consideraciones al respecto del pensamiento de Popper. El primer supuesto es el de que existe una frontera psicológica, natural, entre los enunciados teóricos o especulativos por una parte y los enunciados de hecho u observacionales (o básicos) por otra. El segundo supuesto es el de que si un enunciado satisface el criterio psicológico de ser fáctico u observacional (o básico) entonces es cierto; puede decirse que se ha demostrado partiendo de los hechos. Estos dos supuestos, entre otras cosas, permiten lo que hemos convenido en llamar «deducción inductiva». Y, junto con un criterio de demarcación, dan pie a la provisionalidad popperiana. Este criterio es: sólo son «científicas» aquellas teorías que prohíben ciertos estados observables de cosas y que por lo tanto son refutables fácticamente. Dicho de otro modo, una teoría es «científica» si tiene una base empírica.

Con Lakatos podemos decir que ambos supuestos son falsos. La psicología testifica en contra del primero, la lógica en contra del segundo, y por último, consideraciones metodológicas testifican en contra del criterio de demarcación. Aunque en algún punto ya nos hemos anticipado, veámoslo con más detalle.

Respecto al primero de los supuestos, su falsedad se encuentra en que ni hay ni puede haber sensaciones que no estén impregnadas de expectativas y, por lo tanto, no existe ninguna demarcación natural entre enunciados de observación y enunciados teóricos. Por lo que respecta al segundo, el valor veritativo de los enunciados «observacionales» no puede ser decidido de modo indudable: ningún enunciado de hecho puede nunca demostrarse a partir de un experimento. Los enunciados sólo pueden derivarse a partir de otros enunciados, no pueden derivarse a partir de los hechos: los enunciados no pueden derivarse a partir de las experiencias, «al igual que no pueden demostrarse dando porrazos a la mesa». Si los enunciados de hecho son indemostrables, entonces es que son falibles. Si son falibles, entonces los conflictos entre teorías y enunciados de hecho no son «falsaciones», sino simplemente inconsistencias. Puede ser que nuestra imaginación represente  un mayor papel en la formulación de «teorías» que en la formulación de «enunciados de hecho», pero tanto unas como otros son falibles. De modo que ni podemos demostrar las teorías ni podemos tampoco contrademostrarlas». La demarcación entre las blandas «teorías» no demostradas y la sólida «base empírica» demostrada no existe: Todos los enunciados de la ciencia son teóricos e, incurablemente, falibles (Lakatos, 1972).

Es más, ¿qué significa decir que una cantidad (función) f de una teoría física T es T-teórica? En términos generales, equivale a la breve narración contenida en los dos enunciados siguientes. Para realizar una contrastación empírica de una aserción empírica que contiene la cantidad T-teórica f, debemos medir valores de la función f. Sin embargo, todos los procedimientos de medida conocidos (o, si se prefiere, todas las teorías de medida de valores-f conocidas) presuponen la validez de esa misma teoría T (Stegmüller, 1979).

La idea de que la experiencia pueda constituir una base para nuestro conocimiento se desecha inmediatamente haciendo notar que debe haber discusión para mostrar cómo tiene que interpretarse la experiencia. El apoyo que una teoría recibe de la observación puede ser muy convincente, sus categorías y principios básicos pueden aparecer bien fundados; el impacto de la experiencia misma puede estar extremadamente lleno de fuerza. Sin embargo, existe siempre la posibilidad de que nuevas formas de pensamiento distribuyan las materias de un modo diferente y conduzcan a una transformación incluso de las impresiones más inmediatas que recibimos del mundo. Cuando consideramos esta posibilidad, podemos decir que el éxito duradero de nuestras categorías y la omnipresencia de determinado punto de vista no es un signo de excelencia ni una indicación de que la verdad ha sido por fin encontrada. Sino que es, más bien, la indicación de un fracaso de la razón para encontrar alternativas adecuadas que puedan utilizarse para trascender una etapa intermedia accidental de nuestro conocimiento (Feyerabend, 1970).

No se trata solamente de que hechos y teoría estén en constante desarmonía, es que ni siquiera están tan claramente separados como todo el mundo pretende demostrar. Las reglas metodológicas hablan de “teoría” y “observaciones” y “resultados experimentales” como si se tratase de objetos claros y bien definidos cuyas propiedades son fácilmente evaluables y que son entendidos del mismo modo por todos los científicos.

De hecho, describir una situación familiar es, para el que habla, un suceso en el que enunciado y fenómeno están firmemente pegados uno a otro.

“Esta unidad es el resultado de un proceso de aprendizaje que empieza en la infancia de cada uno de nosotros. Desde pequeños aprendemos a reaccionar ante las situaciones con las respuestas apropiadas, sean lingüísticas o de otro tipo. Los procedimientos de enseñanza dan forma a la “apariencia” o al “fenómeno” y establecen una firme conexión con las palabras, de tal manera que los fenómenos parecen hablar por sí mismos sin ayuda exterior y sin conocimiento ajeno al tema. Los fenómenos son justamente lo que los enunciados asociados afirman que son. El lenguaje que ellos “hablan” está desde luego influido por creencias de generaciones anteriores sustentadas tan largo tiempo que no aparecen ya como principios separados, sino que se introducen en los términos del discurso cotidiano, y, después del entrenamiento requerido, parece que emergen de las cosas mismas.” (Feyerabend, 1970, pp 54-6).

No hay falsación sin la emergencia de una teoría mejor. Entonces la falsación tiene un carácter histórico, pues es una relación múltiple entre teorías rivales. Por ello, los «experimentos cruciales» sólo pueden reconocerse como tales entre la plétora de anomalías, retrospectivamente, a la luz de alguna teoría superadora.

El problema, pues, no radica en decidir cuándo debemos retener una «teoría» a la vista de ciertos «hechos conocidos» y cuándo debemos actuar al revés. El problema no radica en decidir qué debemos hacer cuando las «teorías» entran en conflicto con los «hechos». Tal conflicto sólo lo sugiere el modelo deductivo monoteórico. Depende de nuestra decisión metodológica el que una proposición constituya un hecho o una «teoría» en el contexto de una contrastación. La «base empírica» de una teoría es una noción monoteórica. El problema consiste en cómo reparar una inconsistencia entre la «teoría explicativa» que se contrasta y las teorías «interpretativas» explícitas u ocultas; o, si se prefiere, el problema es decidir qué teoría vamos a considerar como teoría interpretativa suministradora de los hechos sólidos, y cuál como teoría explicativa que los explica tentativamente.

En un modelo monoteórico consideramos la teoría de mayor nivel como teoría explicativa que ha de ser juzgada por los hechos suministrados desde el exterior; en caso de conflicto, rechazamos la explicación. Alternativamente, en un modelo pluralista podemos considerar a la teoría de mayor nivel como una teoría interpretativa encargada de juzgar los hechos suministrados desde el exterior; en caso de conflicto podemos rechazar los «hechos» como si fueran «anormalidades». En un modelo pluralista de contrastación quedan unidas varias teorías más o menos organizadas deductivamente. Y este argumento bastaría para hacer ver lo correcto de la conclusión de que los experimentos no destruyen simplemente a las teorías y de que ninguna teoría prohíbe unos fenómenos especificables por adelantado. “No es que nosotros propongamos una teoría y la naturaleza pueda gritar NO; se trata, más bien, de que proponemos un conjunto de teorías y la naturaleza puede gritar INCONSISTENTE.” (Lakatos, 1978). Esto es, ningún experimento es crucial en el momento en que se realiza y aún menos en períodos previos.

Pero con eso no hemos resuelto un viejo problema, tan solo se ha desplazado, o a lo sumo pospuesto. Esto es, hemos pasado del problema de la sustitución de una teoría refutada por los «hechos» al nuevo problema de cómo resolver las inconsistencias entre teorías estrechamente relacionadas. Ello nos origina problemas adicionales. Uno de los rasgos cruciales del falsacionismo sofisticado es que sustituye el concepto de teoría, como concepto básico de la lógica de la investigación, por el concepto de series de teorías. Lo que ha de ser evaluado como científico o pseudocientífico es una sucesión de teorías y no una teoría dada.

Para Lakatos, las más importantes series de teorías se caracterizan por una cierta continuidad entre sus miembros. El reconocimiento de que la historia de la ciencia es la historia de los programas de investigación en lugar de ser la historia de las teorías, puede por ello entenderse como una defensa parcial del punto de vista según el cual la historia de la ciencia es la historia de los marcos conceptuales o de los lenguajes científicos.” (Lakatos, 1978, p 65, nota 155). Así, Lakatos toma del convencionalismo la libertad de aceptar racionalmente, mediante convención, no sólo los «enunciados fácticos» singulares en un sentido espacio-temporal, sino también las teorías espacio-temporalmente universales. No hay ninguna norma más elevada que la aceptación de la comunidad pertinente (Kuhn, 1962).

Pero, dado que no debemos exigir la existencia de progreso para cada paso dado, resulta muy difícil decidir cuándo un programa de investigación ha degenerado más allá de toda esperanza o cuándo uno de los dos programas rivales ha conseguido una ventaja decisiva sobre el otro. En la metodología de Lakatos, como en el convencionalismo, no puede existir una racionalidad instantánea y mucho menos mecánica. “Ni la prueba lógica de inconsistencia ni el veredicto de anomalía emitido por el científico experimental pueden derrotar de un golpe a un programa de investigación. Sólo ex-post podemos ser «sabios».” “Por ello la terquedad, como la modestia, tiene funciones más «racionales». Sin embargo, las puntuaciones de los bandos rivales deben ser anotadas y expuestas al público en todo momento.” (Lakatos, 1978).

Los lenguajes científicos son como realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica. Una de las cosas que adquiere una comunidad científica con un Lenguaje (programas de investigación para Lakatos y paradigmas para Kuhn), es un criterio para seleccionar problemas. Así pues, la investigación efectiva desarrollada bajo un lenguaje permite, a una comunidad científica, encontrar respuestas firmes a preguntas tales como: ¿Cuáles son las entidades fundamentales de que se compone el Universo? ¿Cómo interactúan esas entidades, unas con otras y con los sentidos? ¿Qué preguntas pueden plantearse legítimamente sobre esas entidades y qué técnicas pueden emplearse para buscar las soluciones? (Kuhn, 1962).

Los principios que rigen los lenguajes científicos establecidos (la ciencia normal) no sólo especifican qué tipos de entidades contiene el Universo, sino también, por implicación, los que no contiene. Esto es, una vez más debemos decir que los hechos y las teorías científicas no son categóricamente separables (Kuhn, 1962). El significado de los términos y enunciados del lenguaje observacional no son «teóricamente» independientes y libres del contexto teórico.

La novedad ordinariamente sólo es aparente para el hombre que, conociendo con precisión lo que puede esperar, está en condiciones de reconocer que algo anómalo ha tenido lugar. La anomalía sólo resalta contra el fondo proporcionado por el lenguaje teórico establecido. Cuanto más preciso sea un lenguaje teórico y mayor sea su alcance, tanto más sensible será como indicador de la anomalía y, por consiguiente, de una ocasión para el cambio de lenguaje. En la forma normal del descubrimiento, incluso la resistencia al cambio tiene una utilidad. Asegurando que no será fácil derrumbar la estructura lingüística, la resistencia garantiza que los científicos no serán distraídos con ligereza y que las anomalías que conducen al cambio lingüístico penetrarán hasta el fondo de los conocimientos existentes. “El hecho mismo de que, tan a menudo, una novedad científica importante surja simultáneamente de varios laboratorios es un índice tanto de la poderosa naturaleza tradicional de los lenguajes establecidos en la ciencia normal como de lo completamente que esta actividad prepara el camino para su propio cambio.” (Kuhn, 1962, pp 110-1).

El descubrimiento comienza con la percepción de la anomalía, con el reconocimiento de que en cierto modo la naturaleza ha violado las expectativas, inducidas por el lenguaje teórico. Sin embargo, el descubrimiento de un tipo nuevo de fenómeno es necesariamente un suceso complejo, que involucra el reconocimiento tanto de que algo existe como de qué es. Pero si tanto la observación y la conceptualización, como el hecho y la asimilación a la teoría, están entrelazados inseparablemente en un descubrimiento, éste es, entonces, un proceso y debe tomar tiempo. “Sólo cuando todas las categorías conceptuales pertinentes están preparadas de antemano... podrá descubrirse sin esfuerzo que existe y qué es, al mismo tiempo y en un instante.” (Kuhn, 1962).

Por consiguiente, con las revoluciones científicas cambian los problemas científicos, las normas que permiten su identificación y también la admisión de soluciones, el mundo o universo científico [1], pero también cambia el significado de los conceptos establecidos y familiares de una comunidad científica particular. Cuatro, pues, parecen ser las implicaciones mayores de los cambios lingüísticos. Y quizá no sea un exceso de simplicidad decir que con las revoluciones científicas lo que cambia es el lenguaje teórico y, de ahí, se altere el concepto de las entidades que componen el universo científico, las entidades mismas y, también en el curso del proceso, los criterios por medio de los cuales una comunidad científica se ocupa del mundo:

“Lo que es todavía más importante, durante las revoluciones los científicos ven cosas nuevas y diferentes al mirar con instrumentos conocidos y en lugares en los que ya habían buscado antes.”

Los cambios lingüísticos hacen que los científicos vean el mundo de investigación, que les es propio, de manera diferente. Pero lo que cambia con las revoluciones científicas no puede reducirse completamente a una reinterpretación de datos individuales y estables.

“En la medida en que su único acceso para ese mundo se lleva a cabo a través de lo que ven y hacen, podemos desear decir que, después de una revolución, los científicos responden a un mundo diferente. “ (Kuhn, 1962) [2].

Veamos ahora porqué decimos que con los cambios lingüísticos los científicos pasan a responder a un mundo diferente. Pues, en primer lugar, los datos no son inequívocamente estables. En segundo lugar, “las operaciones y mediciones que realiza un científico en el laboratorio no son «lo dado» por la experiencia, sino más bien «lo reunido con dificultad».” (Kuhn, 1962).

Con un cambio lingüístico (revolucionario) acontece un cambio en el modo en que las palabras y las frases se relacionan con la naturaleza, es decir, un cambio en el modo en que se determinan sus referentes. Pero, este cambio no es exclusivo de las revoluciones científicas, pues “lo que caracteriza a las revoluciones no es simplemente el cambio en el modo en que se determinan los referentes, sino una clase de cambio más restringido” ... Hablando en términos generales, el carácter distinto del cambio revolucionario en el lenguaje es que altera no sólo los criterios con los que los términos se relacionan con la naturaleza; altera, además, considerablemente, el conjunto de objetos o situaciones con los que se relacionan esos términos.” (Kuhn, 1981).

Así pues, lo que caracteriza a las revoluciones científicas, y de ahí sus consecuencias, es el cambio en varias de las categorías taxonómicas que son el requisito previo para las descripciones y generalizaciones científicas. Además, ese cambio es un ajuste no sólo de los criterios relevantes para la caracterización, sino también del modo en que los objetos y situaciones dadas son distribuidos entre las categorías preexistentes. Ya que tal redistribución afecta siempre a más de una categoría, y esas categorías se interdefinen, esta clase de alteración es necesariamente holista (Kuhn, 1981).

La práctica científica implica siempre la producción y explicación de generalizaciones sobre la naturaleza; estas actividades presuponen un lenguaje con una mínima riqueza; y la adquisición de ese lenguaje lleva consigo conocimiento de la naturaleza. Así, cuando la presentación de ejemplos forma parte del proceso de aprendizaje, lo que se adquiere es conocimiento del lenguaje y del mundo a la vez. En la mayoría del proceso de aprendizaje del lenguaje estas dos clases de conocimiento -conocimiento de palabras y conocimiento de la naturaleza- se adquieren a la vez; en realidad no son en absoluto dos clases de conocimiento, sino dos caras de una sola moneda que el lenguaje proporciona. “Si tengo razón, dirá Kuhn, la característica esencial de las revoluciones científicas es una alteración del conocimiento de la naturaleza intrínseco al lenguaje mismo, y, por tanto, anterior a todo lo que pueda ser completamente descriptible como una descripción o una generalización, científica o de la vida diaria.” No es sorprendente, pues, que Kuhn terminase su trabajo de 1981 titulado “¿Qué son las revoluciones científicas?” con las siguientes palabras: “La violación o distorsión de un lenguaje científico que previamente no era problemático es la piedra de toque de un cambio...”.

Dicha distorsión o sustitución afecta no sólo a los términos teóricos de T’, sino también, por lo menos, a algunos de los términos observacionales que aparecen en sus enunciados contrastantes, las sentencias que expresan lo accesible a la observación directa dentro de este dominio significarán ahora algo diferente. En resumen, introducir una nueva teoría implica cambios de perspectiva tanto respecto a los rasgos observables como a los rasgos no observables del mundo, y cambios correspondientes en el significado de los términos incluso más «fundamentales» del lenguaje empleado.

Los cambios de ontología van acompañados frecuentemente de cambios conceptuales. El descubrimiento de que ciertas entidades no existen puede forzar al científico a redescribir los sucesos, procesos y observaciones que se pensaba que eran manifestaciones de ellas y que se describían, por tanto, en términos que suponían su existencia. O pueden obligarle a usar nuevos conceptos mientras que las viejas palabras seguirán en uso durante un tiempo considerable (Feyerabend, 1970). Ello nos lleva a la inconmensurabilidad entre las teorías. Pero, ¿son inconmensurables dos teorías particulares? No es una pregunta completa. “Las teorías pueden ser interpretadas de maneras diferentes. Serán conmensurables en unas interpretaciones, inconmensurables en otras.” (Feyerabend, 1970).

Kuhn ha observado que los diferentes paradigmas (a) emplean conceptos que no pueden reducirse a las habituales relaciones lógicas de inclusión, exclusión e intersección; (b) hacen que veamos las cosas de forma distinta (quienes trabajan en paradigmas diferentes no sólo tienen conceptos diferentes, sino también percepciones diferentes); y, (c) contienen métodos diferentes (instrumentos tanto intelectuales como materiales) para impulsar la investigación y evaluar sus resultados. Kuhn sustituyó la noción de teoría por aquella otra más compleja y sutil de paradigma. La conjunción de los elementos (a), (b) y (c) hace a los paradigmas completamente inmunes a las dificultades y los torna incomparables entre sí.

Esta clase de interpretación podría impedir que se establezcan relaciones deductivas entre teorías rivales. Feyerabend trató de encontrar procedimientos de comparación que fuesen independientes de relaciones deductivas entre teorías rivales “Traté asimismo de encontrar métodos de comparación que pudieran sobrevivir a la ausencia de relaciones deductivas. ... Las comparaciones en virtud del contenido o de la verosimilitud estaban, por supuesto, descartadas. Pero todavía quedaban otros métodos.” (Feyerabend, 1978).

Hay criterios formales: una teoría lineal es preferible a una no-lineal puesto que resulta más fácil hallar soluciones. Una teoría «coherente» es preferible a una que no lo es. Una teoría que emplee múltiples y atrevidas aproximaciones para llegar a «sus hechos» puede ser menos probable que una teoría que emplee sólo unas pocas aproximaciones seguras. El número de hechos predichos puede ser otro criterio. Los criterios no formales requieren por lo general el acuerdo con la teoría básica o con principios metafísicos.

Pero, el hecho que las concepciones difieran no demuestra la imposibilidad de traducir ninguna concepción «de un modo realmente correcto», como a veces se supone; por el contrario, no podríamos decir que nuestras concepciones difieren, y en qué difieren, si no pudiésemos traducirlas (Putman, 1981).

Afirmar que dos teorías son inconmensurables significa afirmar que no hay ningún lenguaje, neutral o de cualquier otro tipo, al que ambas teorías, concebidas como conjuntos de enunciados, puedan traducirse sin resto o pérdida. Ni en su forma metafórica ni en su forma literal inconmensurabilidad implica incomparabilidad, y precisamente por la misma razón. La mayoría de los términos comunes a las dos teorías funcionan de la misma forma en ambas; sus significados, cualesquiera que puedan ser, se preservan; su traducción es simplemente homófona. Surgen problemas de traducción únicamente con un pequeño subgrupo de términos (que usualmente se interdefinen) y con los enunciados que los contienen. “La afirmación de que dos teorías son inconmensurables es más modesta de lo que la mayor parte de sus críticos y críticas ha supuesto.” “Llamaré «inconmensurabilidad local» a esta versión modesta de la inconmensurabilidad.” (Kuhn, 1987).

Entonces, los términos que preservan sus significados a través de un cambio de teoría proporcionan una base suficiente para la discusión de las diferencias, y para las comparaciones que son relevantes en la elección de teorías. Proporcionan incluso una base para explorar los significados de los términos inconmensurables.

Sin embargo, no es claro a priori que la inconmensurabilidad, en todo o en parte, pueda restringirse a una región local. La distinción entre términos que cambian de significado y aquellos que lo preservan es, en el mejor de los casos, difícil de explicar o aplicar. Los significados son productos históricos, y cambian inevitablemente en el transcurso del tiempo cuando cambian las demandas sobre los términos que los poseen. Es sencillamente poco plausible que algunos términos cambien sus significados cuando se transfieren a una nueva teoría sin infectar los términos transferidos con ellos.

Llegados a este punto es necesario diferenciar entre traducción e interpretación, sin olvidar que la traducción real contiene a menudo, o quizá siempre, al menos un pequeño componente interpretativo. La traducción consiste sólo en palabras y frases que reemplazan -no necesariamente una a una- palabras y frases del original. En cambio, la persona que interpreta busca el sentido, se esfuerza por inventar hipótesis que harán inteligible la preferencia o inscripción. Y, aquí la existencia de grupos de términos interrelacionados representa  un papel destacado que facilita la interpretación. Pero estos términos interrelacionados que deben aprenderse a la vez y una vez aprendidos estructuran una porción del mundo de la experiencia de forma diferente a la que es familiar.

Si bien estas interrelaciones pueden estar causadas por la ambigüedad, es frecuente que proporcionen a las personas que hablan la otra lengua evidencia para decidir qué objetos y situaciones son semejantes y cuáles no son objetos y situaciones semejantes; esto es, muestran cómo estructura el mundo la otra lengua. Entonces, se plantea el siguiente interrogante: ¿Qué determina que los conjuntos de criterios que un hablante emplea cuando aplica el lenguaje al mundo sean adecuados al mundo que ese lenguaje describe? ¿Qué deben compartir hablantes que determinan la referencia utilizando criterios distintos para ser hablantes del mismo lenguaje, miembros de la misma comunidad lingüística? Veamos la respuesta de Kuhn.

Los miembros de la misma comunidad lingüística son miembros de una cultura común y, por consiguiente, cada uno de ellos puede esperar enfrentarse con un mismo rango de objetos y situaciones. Para que identifiquen los mismos referentes, cada uno debe asociar cada término individual con un conjunto suficiente de criterios como para distinguir sus referentes de otros tipos de objetos o situaciones que el mundo de la comunidad realmente presenta, aunque no se requiere que se distingan de otro tipo de objetos que son sólo imaginables. Por tanto, la habilidad para identificar correctamente los elementos de un conjunto requiere a menudo que se conozcan, además, conjuntos de contraste. Por ejemplo, para aprender a identificar gansos puede requerirse también que se conozcan criaturas tales como patos y cisnes. En definitiva, son pocos los términos o expresiones con referente que se aprenden separadamente, o del mundo o uno de otro. “En estas circunstancias, una especie de holismo local debe ser una característica esencial del lenguaje.” (Kuhn, 1987, pp 129-30).

Dos, lenguajes diferentes imponen al mundo estructuras diferentes. Por un momento, imaginemos con Kuhn que para cada individuo un término que tiene referente es un nudo en una red léxica de la cual irradian rótulos con los criterios que él o ella utiliza en la identificación de los referentes del término nodal. Esos criterios conectarán algunos términos y los distanciarán de otros, construyendo así una estructura multidimensional dentro del léxico. Esta estructura refleja los aspectos de la estructura del mundo que pueden ser descritos utilizando el léxico y, simultáneamente, limita los fenómenos que pueden describirse con ayuda del léxico. Si a pesar de todo surgen fenómenos anómalos, su descripción (quizás incluso su reconocimiento) requerirá la alteración de alguna parte del lenguaje, cambiando las conexiones entre términos previamente constitutivas.

Además, utilizando conjuntos distintos de las conexiones que constituyen criterios pueden formarse estructuras homólogas, es decir, estructuras que reflejan el mismo mundo. Lo que tales estructuras homólogas preservan, desprovistas de los rótulos que designan los criterios, son las categorías taxonómicas del mundo y las relaciones de semejanza/diferencia entre ellas. Así pues, lo que los miembros de una comunidad lingüística comparten es la homología de la estructura léxica. No necesariamente se exige para con sus criterios, puesto que pueden aprenderlos los unos de los otros a medida que lo necesiten. Pero sus estructuras taxonómicas deben coincidir, pues, cuando la estructura es diferente el mundo es diferente, el lenguaje es privado y cesa la comunicación hasta que un grupo aprende el lenguaje del otro.

En resumen, la taxonomía debe preservarse para proporcionar categorías compartidas y relaciones compartidas entre dichas categorías. Si no se preserva, la traducción es imposible. Por supuesto, la traducción es sólo el primer recurso de las personas que intentan comprenderse. La comunicación es posible en su ausencia. Pero cuando la traducción no es posible, se requieren dos procesos que son muy diferentes: interpretación y aprendizaje del lenguaje.

 

Comunidad ideal de diálogo

Si la labor científica consiste fundamentalmente en la construcción de marcos conceptuales, entonces, cómo aceptan los científicos un lenguaje como válido. Para Lakatos por medio del convencionalismo. El convencionalismo es la libertad de aceptar racionalmente, mediante convención, no sólo los «enunciados fácticos» singulares en un sentido espacio-temporal, sino también las teorías espacio-temporalmente universales. Para Kuhn, no hay ninguna norma más elevada que la aceptación de la comunidad pertinente.

Nosotros podemos añadir que los científicos, en general, y los científicos que trabajan en un mismo marco conceptual, en particular, se constituyen en una aproximación a una «comunidad ideal de diálogo». Esto es, un modo particular de decir que el oficio del científico consiste en la argumentación fundamentada, que obliga a «dar razón de» las afirmaciones y «del» lenguaje en que se formulan.

La condición de posibilidad de la Argumentación incluye implícitamente los siguientes supuestos: por una parte, que quienes argumentan hacen una opción por la «verdad». Entiéndase verdad a la luz de lo que se expone ulteriormente. Y, por otra, que esta opción sólo resulta coherente si quienes optan por la «verdad» postulan prácticamente la existencia de una comunidad ideal de argumentación, en la que la comprensión entre interlocutores será total.

Esto presupone una situación ideal del diálogo, en la que se excluye la desfiguración sistemática de la comunicación, se distribuyen simétricamente las oportunidades de elegir y realizar actos de habla y se garantice que los roles de diálogo sean intercambiables. La racionalidad de las decisiones, el no-dogmatismo de la argumentación se alcanza sólo procedimentalmente por medio de un diálogo que culmine en un consenso entre los afectados. Esto exige reconocer al sujeto afectado como interlocutor competente en una argumentación. De ello, los científicos, explícita o implícitamente, se consideran pertenecientes a una comunidad ideal de diálogo. De este postulado deriva un imperativo: promocionar la realización de la comunidad ideal de argumentación en la comunidad real.

 

Las ciencias sociales

Un eje básico a partir del cual se han construido los diferentes marcos conceptuales científicos es la problemática del objeto de estudio. En este sentido, una primera diferenciación científica es la que se establece entre ciencias naturales y ciencias sociales. Esta diferenciación, de hecho, se ha enriquecido con otros criterios. Así, un criterio comúnmente utilizado es el de la relación existente entre objeto y sujeto de conocimiento. A partir de este criterio, se diferencia entre Ciencias Naturales y Ciencias Sociales. En las primeras el sujeto que conoce no forma parte o no está contenido en el objeto a conocer; mientras que en el caso de las Ciencias Sociales no ocurre así: el propio sujeto de conocimiento (ser humano: individual o en sociedad) forma parte del objeto de conocimiento.

El hecho de que, en el caso de la Ciencias Sociales, el sujeto esté incluido en el objeto da lugar a que se discuta más abiertamente sobre la presencia de Juicios de Valor y sobre el papel de los mismos en la elaboración del conocimiento y de la investigación. Lo cual no resulta extraño, si tenemos en cuenta que el conocimiento de las ciencias sociales es un elemento esencial del propio sistema social. De esta manera, la objetividad, en el sentido de poder investigar un mundo sin que éste se vea afectado por la investigación, es un absurdo.

De esta diferencia en las relaciones entre objeto y sujeto de conocimiento arrancan, en cierto modo, buena parte de las diferencias que se han establecido entre las Ciencias Naturales y Ciencias Sociales. Estas diferencias pueden presentarse en dos bloques: uno relativo al Fenómeno a explicar  y el otro referido a Cómo explicar.

Respecto al fenómeno o naturaleza del objeto de estudio emergen varias cuestiones que podemos resumir aquí en tres. La primera viene referida a la mayor o mejor complejidad o simplicidad del objeto de análisis. A este respecto, cabe decir que no hay duda de que el análisis de cualquier situación social concreta se hace extremadamente difícil por su complejidad. Pero lo mismo vale para cualquier situación física concreta. La creencia generalizada de que las situaciones o fenómenos sociales son más complejos procede, en opinión de Popper, de dos fuentes. Una, tendemos a comparar lo que no es comparable: por una parte, situaciones sociales concretas y, por otra, situaciones físicas experimentales artificialmente aisladas. Dos, la creencia de que la descripción de una situación social debería incluir el estado mental e incluso físico de todos los implicados; esta creencia es injustificada, mucho menos incluso que la creencia de que la descripción de una reacción química concreta incluya la de todos los estados atómicos y subatómicos de las partículas elementales implicadas.

La segunda cuestión se refiere a la predicción. Y, aquí, generalmente se piensa que en los fenómenos sociales raramente se puede predecir el resultado preciso en una situación concreta, mientras que si podemos explicar el principio según el cual ciertos fenómenos se producen y podemos por medio de este conocimiento excluir la posibilidad de ciertos resultados. Buena parte de las características del fenómeno a estudiar en las Ciencias Sociales resultan de la propia interacción humana y de los grados de libertad que los hombres tienen. Para Popper (1973), este pasaje, lejos de describir una situación peculiar de las ciencias sociales, describe perfectamente el carácter de las leyes naturales, las cuales, de hecho, nunca pueden hacer más que excluir ciertas posibilidades.

La última cuestión se refiere a la realización de Experimentos y a la cuantificación. Aquí, las dificultades específicas para llevar a cabo experimentos y para aplicar métodos cuantitativos son diferencias de grado más que de clase. Además, las posibilidades de experimentación y de cuantificación son mayores en algunas ciencias sociales que en ciertas ciencias naturales.

Por otra parte, hablar de cómo se elaboran las explicaciones equivale a referirse a distintas modalidades de explicación científica. En este sentido, se distingue entre explicación causal, funcional e intencional; y tres campos de investigación científica: física -en sentido amplio-, biología y ciencias sociales. La pregunta en este caso es ¿qué tipos de explicación son adecuados, característicos y pertinentes para qué campos de investigación? No obstante, la explicación causal tiene un claro predominio sobre las demás. Si bien cada una de las ciencias tiende a caracterizarse por un tipo de explicación, de hecho los científicos sociales suelen ofrecer explicaciones pertenecientes a los tres tipos. Y, así ocurre en el caso de la Economía.

La explicación causal considera que cualquier efecto o acontecimiento tiene una causa. En principio debe distinguirse muy claramente entre la cuestión de la naturaleza de la causación y la de la explicación causal, entre acontecimientos causales y explicación causal. Si un acontecimiento causó otro es una cuestión aparte de por qué lo causó. La descripción de un acontecimiento por medio de sus rasgos causalmente irrelevantes recogerá la misma causa, aun cuando no proveerá una explicación de por qué tuvo ese efecto en particular. La explicación causal, entonces, subsume los acontecimientos bajo leyes causales. Dos casos importantes son los que podemos denominar epifenómenos (mera correlación) y causación precedente (A sea efecto de B, y que B sea al mismo tiempo efecto de C). El determinismo es el postulado que dice que todo acontecimiento tiene una causa: un conjunto determinable de antecedentes causales que en conjunto son suficientes e individualmente necesarios para que se produzca.

En biología la explicación funcional es, histórica y lógicamente, el principal ejemplo de este modo de explicación. La explicación funcional en biología consiste en intentar demostrar que un pequeño cambio en la característica estudiada de un organismo conduce a una mayor capacidad reproductiva de dicho organismo. Entonces queda explicado porqué el organismo tiene esas características. El atractivo que tiene la explicación funcional en las Ciencias Sociales se origina en el supuesto implícito de que todos los fenómenos sociales y psicológicos deben tener un significado, es decir, que debe haber algún sentido, alguna perspectiva en los que son beneficiosos para alguien o algo; y que además estos efectos benéficos son los que explican el fenómeno estudiado.

Por último, la explicación intencional es la característica que diferencia a las ciencias sociales de las ciencias naturales. Explicar la conducta intencionalmente es equivalente a demostrar que es conducta realizada para lograr una meta. Explicamos una acción intencionalmente cuando podemos especificar el estado futuro que se pretendía crear. No se está explicando la acción en función de un estado futuro: el explanandum no puede preceder al explanans y, el futuro estado deseado puede no producirse por una cantidad de razones. Algunas intenciones pueden ser intrínsecamente irrealizables y, no por ello dejarán de ser mencionadas en la explicación (Elster, 1983). La explicación intencional esencialmente comprende una relación triádica entre acción, deseo y creencia. Pero explicar una acción intencional no queda limitado a enunciar el mecanismo que determina qué acción se llevará a cabo y por qué. Generalmente, se presenta intencionalidad y racionalidad de un modo paralelo.

Una cuestión también relativa a la clasificación de las ciencias, pero diferente a la anterior, se refiere a los diferentes intereses que subyacen en las explicaciones científicas. De acuerdo con Jürgen Habermas, los procesos de investigación se clasifican en tres categorías: ciencias empírico-analíticas, que comprenden las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales; las ciencias histórico-hermenéuticas, que comprenden las humanidades y las ciencias históricas y sociales; y las ciencias de orientación crítica, que abarcan la crítica de la ideología (teoría social crítica).

Para cada una de estas categorías de investigación, se postula una conexión con un interés cognoscitivo específico. En la orientación de las ciencias empírico-analíticas interviene un interés cognoscitivo técnico; en la orientación de las ciencias histórico-hermenéuticas interviene un interés cognoscitivo práctico; y en la orientación de las ciencias dirigidas a la crítica interviene un interés cognoscitivo emancipatorio.

Los intereses cognoscitivos aparecen como orientaciones o estrategias cognoscitivas generales que guían los distintos tipos de investigación. No representan influencia en el proceso del conocimiento que hubieran de eliminarse en aras a la objetividad del conocimiento; antes bien, determinan el aspecto bajo el que puede objetivarse la realidad, y, por tanto, el aspecto bajo el que la realidad puede resultar accesible a la experiencia. Constituyen, para los sujetos capaces de lenguaje y de acción, condiciones necesarias de la posibilidad de toda experiencia que puede ser objetiva. Aunque las ciencias tienen que mantener su objetividad frente a los intereses particulares, la condición de posibilidad de esa objetividad que buscan mantener incluye intereses cognoscitivos que son fundamentales.

Por una parte, las teorías científicas de tipo empírico abren la realidad bajo la guía del interés por la posible seguridad informativa y ampliación de la acción con garantías suficientes de éxito. Éste es el interés cognoscitivo por la disponibilidad técnica de procesos objetivados. Por otra parte, el interés práctico remite a la búsqueda de la comprensión de la realidad estudiada, no a la acción sobre la misma; por tanto, no se pregunta acerca de los mecanismos que puede permitir una actuación o sobre los cuales cabría incidir. Un ejemplo paradigmático sería la Historia. Por último, el interés emancipatorio busca desarrollar una teoría crítica de la sociedad. Aquí pueden incluirse distintos campos de investigación, uno de ellos sería una parte de la Filosofía moral.

 

Los marcos conceptuales en economía

Los esfuerzos de los economistas -del pasado y actuales- han producido gran variedad de marcos conceptuales y de sistemas analíticos. Las diferencias entre éstos se deben, en parte, a la diversidad de situaciones institucionales a las que se referían. Y, en parte, también a la diversidad de fines para los que construyeron cada uno de los principales sistemas. Sobre las diferencias temáticas se fue organizando originalmente un conjunto de conceptos y categorías que conformaron marcos conceptuales más o menos acabados.

Las temáticas o problemáticas a partir de las cuales los economistas han construido sus marcos conceptuales tienen su origen tanto en la realidad como en su propio sistema de ideas. En diferentes momentos, los economistas han forjado sus conceptos e ideas con finalidades completamente diferentes. Así pues, ningún sistema puede hacerlo todo. Su fuerza y su debilidad son las dos caras de la misma moneda. Lo cual no es más que una consecuencia de nuestra premisa: los conceptos permiten reconocer unas partes de la naturaleza al tiempo que prohíben otras o, simplemente, no posibilitan su estudio.

Como se muestra con más detalle en la Tercera parte del texto, cada marco conceptual de la Economía forjo unos conceptos a la luz de un conjunto de preocupaciones intelectuales y prácticas. Así, la Economía Política clásica, representada por Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mill y Karl Marx, tuvo como sus máximas preocupaciones el crecimiento, la acumulación de capital, la distribución y transformación económica, así como la posibilidad de un estado estacionario. Para abordar dichas problemáticas se dotaron de una serie de conceptos entre los cuales cabe destacar: el valor -uso y de cambio-; la renta; la división del trabajo; el homo oeconomicus; el estado estacionario; el capital fijo (constante) y capital circulante (variable); y, la composición orgánica del capital.

Con la Economía marginalista, la problemática a estudiar y los conceptos utilizados cambiaron totalmente. Este marco conceptual estuvo representado principalmente por W.S. Jevons, C. Menger, L. Walras y Alfred Marshall. Sus máximas preocupaciones fueron la eficiencia, la escasez, el consumo, el equilibrio parcial y el equilibrio general. Para lo cual desarrollaron los conceptos relativos a: el principio marginal (integración de la teoría del valor y de la distribución; teoría de la empresa y del consumo); bienes económicos y no económicos; sustitución; economías internas y externas; y, elasticidad.

Un nuevo cambio de marco conceptual tuvo lugar con el pensamiento económico de J.A. Schumpeter. Éste se preocupó fundamentalmente por el desarrollo económico y el comportamiento cíclico. Para cuyo análisis presentó qué entendía por: desarrollo económico frente a crecimiento económico; innovación; empresario; competencia-monopolio. Asimismo, presentó una teoría sociológica del fin del capitalismo.

J.M. Keynes se preocupó por las variaciones a corto plazo de la producción (Modelo macroeconómico de una economía cerrada), esto es, por las situaciones con fuerte desempleo masivo. Para su análisis surgieron los conceptos de: el principio de la demanda efectiva; las expectativas y la  incertidumbre, la eficiencia marginal del capital; la propensión a consumir y el multiplicador; y la trampa de la liquidez. En parte, como consecuencia del desarrollo del pensamiento keynesiano se definió un marco institucional para la implantación de las políticas económicas que, en buena medida, todavía hoy subsiste.

Si el modelo keynesiano predecía que a corto plazo los desequilibrios de mercado podían dar lugar a ajustes en las cantidades en lugar de ajuste en los precios, una de las preocupaciones de la síntesis neoclásica fue elaborar un modelo que recuperase la flexibilidad en precios. El cual permitiría desarrollar un modelo general de equilibrio a largo plazo, en cuyo seno el modelo keynesiano quedaría como un caso particular a corto plazo. Entre los conceptos fundamentales de la Economía neoclásica cabe destacar los implicados en el desarrollo del modelo IS-LM. El cual, en sus diferentes versiones, ha sido muy utilizado para la instrumentación de las políticas macroeconómicas, durante un largo período de tiempo.

La economía postkeynesina parte del desacuerdo de la lectura neoclásica del modelo keynesiano y pretende desarrollar la dinámica de las ideas de Keynes. Esto es, establecer cómo será el largo plazo de una Economía keynesiana. Se preocupa en este sentido de la producción, la acumulación y la distribución. Considera que en las sociedades industriales avanzadas existe un conflicto distributivo, de ahí que frente al problema de la inflación su receta remita a políticas de rentas. Entre los conceptos principales cabe destacar: Tiempo histórico, formas de competencia, precios y salarios administrados; inversión ex-ante y ex-post.

El monetarismo toma de la realidad la inflación como la preocupación fundamental; y en el ámbito de las ideas, la teoría cuantitativa del dinero. Sus conceptos principales se refieren a: variaciones del dinero y de la actividad económica; endogeneidad de la oferta monetaria; teoría de la renta permanente; expectativas.

El enfoque de las expectativas racionales parte de los problemas de programación de la producción y de administración de inventarios de las empresas; la interacción entre expectativas y realidad; los fracasos de la macroeconomía convencional a la hora de explicar la estangflación; y, la explicación del ciclo económico. Tiene entre sus conceptos principales el de expectativas racionales; el cual permite mostrar, por una parte, que existe una relación entre las creencias de los individuos y el comportamiento real del sistema económico; y, por otra, que el gobierno no tiene posibilidades sistemáticas de mejorar la situación económica.

La Escuela de Chicago, representada por T.H. Schultz; G. Becker, G.J. Stigler, se ha preocupado fundamentalmente por: la Teoría del consumo, la Teoría del capital humano y la Economía industrial y de la reglamentación. Para su análisis parte de una concepción del capital como asignación de tiempo, el concepto de coste de oportunidad en el tiempo y los costes de adquisición de la información.

La escuela de la Elección Pública se ha centrado en el Análisis del Estado o análisis económico de los procesos de no mercado. Para los cual utiliza las conceptualizaciones de Homo oeconomicus frente al homo-benevolente en el análisis del proceso político convencional; y, conceptualiza al proceso político como un mercado político donde existe intercambio.

La Economía institucional se ha constituido a partir de la vieja economía institucional  y el neoinstitucionalismo. Ambas corrientes dan una importancia central al papel de las instituciones en el funcionamiento de las economías y al cambio institucional como elementos básicos del desarrollo económico. En este sentido, el concepto fundamental de ambas es el de institución. Las principales diferencias son de índole metodológica: Diferentes conceptualizaciones entre los neo y viejos en lo que respecta a: Mercados e instituciones. Los neoinstitucionalistas se apoyan en el individualismo metodológico, mientras que los viejos institucionalistas prefieren el colectivismo (patrones de socialización, instituciones políticas y relaciones de poder, interacción social).

La Economía de la Regulación francesa toma como punto de partida de sus análisis la variabilidad en el tiempo y el espacio del comportamiento económico. Esto es, pretende responder a las siguientes preguntas: ¿Por qué y cómo se pasa del crecimiento económico al estancamiento? ¿Por qué crecimiento y crisis adoptan formas nacionales diferentes? ¿Y, por qué, en un mismo momento unos países pueden conocer un crecimiento y otros una crisis? ; y, ¿Por qué las características de las crisis son diferentes a lo largo del tiempo? Aquí, los conceptos fundamentales son las formas de gestión de la moneda; las formas de competencia; las modalidades de inserción internacional; las formas de Estado; y, la relación salarial.

La Economía Evolucionista parte de la consideración de que el sistema de pensamiento económico está en crisis, en el sentido de que no es capaz de dar una respuesta a los retos actuales. Para solucionar este problema desarrolla un marco conceptual a partir de analogías procedentes de la Biología o, mejor dicho, de ciertas corrientes de la misma. Entre sus conceptos más importante destacamos los de trayectorias y rutinas. Hablar de trayectorias implica reconocer explícitamente la pluralidad de trayectos posibles que la evolución puede acarrear y la consideración de que la evolución no implica forzosamente el tránsito hacia niveles superiores, óptimos o de mayor eficacia y eficiencia. Las rutinas y hábitos representan un papel destacado en la definición y continuidad de las trayectorias. Tendrían un papel similar al gen en el mundo de lo vivo.

En definitiva, nuestro recorrido por los marcos conceptuales de la Economía nos permite confirmar una parte importante de las hipótesis o expectativas con se inicio esta investigación. En primer lugar, muestra para el ámbito de la Economía que la labor fundamental de la ciencia es la elaboración y refinamiento de una terminología especializada. En la medida que los términos interactúan a la hora de establecer sus significados, puede decirse que la ciencia construye lenguajes. La construcción de un lenguaje, como parte integrante de la elaboración del conocimiento, no se realiza a partir de la nada, sino que se parte de un lenguaje previo. Lenguaje que pertenece a la propia ciencia o, que siendo su origen ajeno, acabara incorporándose totalmente.

En segundo lugar, las diferencias de lenguaje no existen únicamente entre disciplinas. Tratamos de mostrar aquí que la diferencia esencial entre los economistas se reduce a una diferencia en el lenguaje que utilizan. Cada escuela de pensamiento económico tiene su propio lenguaje; y, su trabajo consiste en la elaboración y mejora de su marco conceptual, en procurar que todas las categorías conceptuales estén disponibles y presentes.

Las diferencias de lenguaje entre los economistas explica una parte importante de las discrepancias que existen entre los economistas. Cada lenguaje determina en buena medida que parte del mundo económico debe de ser el objeto primordial de investigación. Así pues, se explica la diversidad de objeto de investigación. Además, cuando dos escuelas de pensamiento comparten, en parte o en todo, los mismos objetos de investigación, las diferencias de lenguaje explican por qué las escuelas divergen en las interpretaciones y las observaciones que ofrecen del mundo de investigación.

Estas discrepancias son una parte importante de la impresión que se tiene acerca de la inconmensurabililidad entre paradigmas económicos. Mas solamente una parte, pues si tenemos razón, esta incomensurabilidad es, al mismo tiempo, más fundamental y más restringida de lo que cabría pensar. Más fundamental porque hunde sus raíces en el lenguaje mismo que los economistas utilizan, y el lenguaje es la esencia de cada paradigma, sur razón de ser. Más restrictivo porque si nos consideramos en condiciones de afirmar que son inconmensurables es porque los podemos comparar; y, en ese momento la inconmensurabilidad empieza a desvanecerse o, cuando menos, se reduce en grado suficiente.

Además, el paso de un lenguaje económico a otro es un ejercicio que no discrepa sustancialmente del que se realiza cuando se traduce un texto de una lengua a otra. En este caso, cabe buscar el referente de una lengua en la otra, lo cual no es siempre inmediato y exige interpretación y comprensión del texto. Al igual que la traducción entre lenguas, la traducción entre lenguajes económicos –o paradigmáticos, en general- exige el conocimiento de cada uno de ellos.

La comprensión de la ciencia en general y de la ciencia económica como lenguajes permite una mejor comprensión de su alcance y de sus limitaciones. Facilita la tarea de evaluar nuestro fondo de conocimientos. Al mismo tiempo creemos que facilita el camino para incorporar conocimientos nuevos y, sobretodo, para transmitirlos.


LOS LENGUAJES DE LA ECONOMÍA

Marco conceptual

Conceptos fundamentales

Problemática

Economía Política

Valor –de uso y de cambio-; Renta; División del trabajo; Homo oeconomicus; estado estacionario; capital fijo (constante) y capital circulante (variable); composición orgánica del capital.

Crecimiento, acumulación, distribución y transformación económica

Economía Marginalista

Principio marginal (integración teoría del valor y de la distribución; teoría de la empresa y del consumo); bienes económicos y no económicos; sustitución; economías internas y externas; elasticidad; distritos industriales.

Eficiencia, escasez, consumo; equilibrio parcial; equilibrio general.

Economía política de Schumpeter

Innovación; empresario; competencia-monopolio.

Desarrollo económico, comportamiento cíclico.

Síntesis neoclásica

Modelo IS-LM

Flexibilidad de precios; modelos general a largo plazo.

Economía postkeynesiana

Tiempo histórico; formas de competencia; precios y salarios administrados; inversión ex-ante y ex-post.

Dinámica del modelo keynesiano (producción, acumulación y distribución).

Monetarismo

Variaciones del dinero y de la actividad económica; endogeneidad de la oferta monetaria; teoría de la renta permanente; expectativas.

Inflación; teoría cuantitativa del dinero.

Expectativas racionales

Existencia de una relación entre las creencias de los individuos y el comportamiento real de la economía.

Expectativas racionales;

No existen posibilidades sistemáticas de mejorar la situación económica.

Problemas de programación de la producción y de administración de inventarios.

Interacción entre expectativas y realidad.

Fracaso de la macroeconomía convencional a la hora de explicar la estangflación.

Explicación del ciclo económico.

Economía de la Escuela de Chicago

Concepción del capital como asignación de tiempo.

Coste de oportunidad en el tiempo.

Costes de adquisición de la información

Conceptualización del Consumo.

Conceptualización del capital humano

Economía industrial y reglamentación.

Economía institucional

 

Viejo y nuevo institucionalismo.

Concepto de institución.

Diferentes conceptualizaciones entre los neos y viejos institucionalistas en lo que concierne a: mercados e instituciones.

Neo: individualismo metodológico.

Viejo: Colectivismo (patrones de socialización, instituciones políticas y relaciones de poder, interacción social).

Importancia y función de las instituciones.

Cambio institucional y económico.

Economía de la Regulación francesa

Formas de moneda.

Formas de competencia.

Modalidades de inserción internacional.

Formas de Estado.

Relación salarial.

Variabilidad en el tiempo y el espacio del comportamiento económico.

-          Por qué y cómo se pasa del crecimiento económico al estancamiento.

-          Por qué crecimiento y crisis adoptan formas nacionales diferentes.

-          Por qué las características de las crisis son diferentes a lo largo del tiempo.

Economía evolucionista

Trayectorias y principio de variación; hábitos, aptitud y adaptación.

Crisis del pensamiento y metáforas transferibles de la biología a la economía.

 

[1] Aunque no cualquier universo nuevo pueda florecer.

[2] Este punto de vista no es incompatible con el hecho destacado por Lakatos de que muchos programas de investigación tienen su origen en antiguos programas con los cuales y por su propio desarrollo se han vuelto incompatibles. 

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