CAUSACIÓN SOCIAL Y MÉTODO COMPARATIVO

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Emile Durkheim

Introducción a la Sociología –UBA–

Cátedra Di Tella

CAPÍTULO III (texto completo)

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La noción de la especie social tiene la gran ventaja de proporcionamos un término medio entre las dos concepciones contrarias de la vida colectiva que durante mucho tiempo se han disputado los espíritus; quiero decir: el nominalismo de los historiadores y el realismo extremado de los filósofos. Para el historiador, las sociedades constituyen otras tantas individualidades heterogéneas, incomparables entre sí. Cada pueblo tiene su fisonomía, su constitución especial, su derecho, su moral y su organización económica que sólo a él convienen; así, toda generalización es más o menos imposible. Para el filósofo, por el contrario, todos esos particulares agrupamientos llamados tribus, ciudades, naciones, sólo son combinaciones contingentes y provisorias sin realidad propia. No hay otra cosa real que la humanidad y es de esos atributos generales de la naturaleza humana de donde proviene toda la evolución social. En consecuencia, para los primeros la historia sólo es una sucesión de acontecimientos que se encadenan sin reproducirse; para los segundos, esos mismos acontecimientos carecen de valor y de interés, si no en cuanto ilustran las leyes generales que están inscriptas en la constitución del hombre y que dominan todo el desarrollo histórico. Para aquéllos lo que es bueno para una sociedad no podría aplicarse a las otras. Las condiciones del estado de salud varían de uno a otro pueblo y no pueden determinarse teóricamente; es una cuestión de práctica, de experiencia, de tanteos. Para los otros, pueden ser calculadas de una vez por todas y para el género humano en su totalidad. Parecería, pues, que la realidad social sólo pudiera ser objeto de una filosofía abstracta y vaga o de monografías puramente descriptivas. Pero se ve una salida a esta alternativa si se reconoce que entre la confusa multitud de las sociedades históricas y el concepto único, pero ideal, de la humanidad, hay intermediarios, que son las especies sociales. Efectivamente, en la idea de especie se encuentran reunidas tanto la unidad que exige toda investigación verdaderamente científica, cuanto la diversidad dada en los hechos, ya que la especie es idéntica en todos los individuos que pertenecen a ella y, por otra parte, las especies difieren entre sí. Sigue siendo verdad que las instituciones morales, jurídicas, económicas, etcétera, son infinitamente variables, pero estas variaciones no son de tal índole que no ofrezcan asidero alguno al pensamiento científico.

 

¿Pero cómo hay que hacer para constituir esas especies?

A primera vista, puede parecer que no hay ninguna otra manera de proceder que estudiar cada sociedad en particular, hacer una monografía lo más completa y exacta posible y luego comparar todas esas monografías entre sí, para ver en qué concuerdan y en qué divergen; entonces, según la importancia relativa de esas similitudes y esas divergencias, clasificar los pueblos en grupos parecidos o diferentes. En apoyo de este método, debemos destacar que es el único aceptable en una ciencia de observación. Efectivamente, la especie sólo es un resumen de individuos; ¿cómo constituirla, entonces, si no se comienza por describir a cada uno de ellos, y describirlo enteramente? ¿No es acaso una regla elevarse a lo general sólo después de haber observado lo particular y todo lo particular? Es por ello que a veces se ha querido aplazar la sociología hasta la época infinitamente alejada en que la historia ha llegado, en su estudio de las sociedades particulares, a resultados lo bastante objetivos y definidos como para poder ser comparados con utilidad.

Pero en realidad, esta circunspección sólo tiene la apariencia de lo científico. En efecto, es inexacto que la ciencia sólo pueda instituir leyes después de haber revisado todos los hechos que ellas expresan, ni formar géneros sólo después de haber descrito integralmente a los individuos que ellas comprenden. El verdadero método experimental tiende más bien a sustituir los hechos vulgares, que sólo son demostrativos a condición de ser muy numerosos y que, por lo tanto, sólo permiten conclusiones siempre sospechosas, por los hechos decisivos o cruciales, como decía Bacon, que, por sí mismos e independientemente de su número, tienen valor e interés científico. Es sobre todo necesario proceder así cuando se trata de construir géneros y especies. Ya que hacer el inventario de todos los caracteres que corresponden a un individuo es un problema insoluble. Todo individuo es un infinito y el infinito no puede ser agotado. ¿Habrá que tener en cuenta sólo sus propiedades esenciales? ¿Pero de acuerdo con qué principio podrán seleccionarse? Para ello es necesario un criterio que supere al individuo y que las mejores monografías son incapaces de proporcionarnos. Aún sin llegar a un punto tan riguroso, puede preverse que mientras más numerosos sean los caracteres que sirvan de base a la clasificación, más difícil será también que las diversas maneras que se combinen en los casos particulares, presenten semejanzas suficientemente francas y diferencias lo bastante tajantes, como para permitir la constitución de grupos y subgrupos definidos.

Pero aunque fuera posible realizar una clasificación mediante este método, tendría el gran defecto de no prestar los servicios que son su razón de existir. Efectivamente, ante todo debe tener por objeto abreviar el trabajo científico, sustituyendo la multiplicidad indefinida de los individuos por un número restringido de tipos. Pero pierde esta ventaja sí estos tipos sólo han sido constituidos después que todos los individuos han sido enteramente revisados y analizados. No puede facilitar la investigación, si sólo resume investigaciones ya hechas. Sólo será verdaderamente útil si nos permite clasificar otros caracteres que los que le sirven de base, si nos procura un marco para los hechos futuros. Su misión es proporcionamos puntos de referencia a los que podamos relacionar otras observaciones que las que nos han provisto los marcos de referencia mismos. Para esto, es preciso que la clasificación no se haga según un inventario completo de todos los caracteres individuales, sino de una pequeña cantidad de ellos, cuidadosamente escogidos.

 

Reglas relativas a la explicación de los hechos sociales

La mayoría de los sociólogos cree haber dado cuenta de los fenómenos una vez que han establecido para qué sirven y qué papel desempeñan. Se razona como si sólo existieran en vistas de ese papel y no tuvieran otra causa determinante que el sentimiento, claro o confuso, de los servicios que pueden prestar. Es por ello que se cree haber dicho todo lo preciso para hacerlos inteligibles una vez establecida la realidad de esos servicios y demostrado cuál es la necesidad social que satisfacen. De esta manera, Comte reduce toda la fuerza progresiva de la especie humana a esta tendencia fundamental "que impulsa directamente al hombre a mejorar su condición, cualquiera que sea, sin cesar y en todos sus aspectos", y Spencer, a la necesidad de una mayor felicidad. Es en virtud de este principio como explica la formación de la sociedad a través de las ventajas que reporta la cooperación, la institución del gobierno por la utilidad de regularizar la cooperación militar, las transformaciones sufridas por la familia a través de la necesidad de conciliar cada vez más perfectamente los intereses de los padres, de los hijos y de la sociedad.

Pero este método confunde dos problemas muy distintos. Demostrar cuál es la utilidad de un hecho no significa explicar cómo surgió ni por qué es lo que es. Ya que sus utilidades suponen las propiedades específicas que lo caracterizan, pero no las crean. La necesidad que tenemos de las cosas no puede hacer que ellas sean de determinada manera, y, en consecuencia, no es esta necesidad la que puede sacarlas de la nada y conferirles el ser. Su existencia depende de causas de otro tipo. El sentimiento que experimentamos de la utilidad que presentan puede, sí, incitarnos a poner en acción esas causas y obtener los efectos que implican, pero no a suscitar, esos efectos de la nada. Esta afirmación es evidente en tanto se trata de fenómenos materiales o aun psicológicos. Tampoco podría ser discutida en sociología, si a causa de su extrema inmaterialidad, los hechos sociales no nos aparecieran, equivocadamente, como destituidos de toda realidad intrínseca. Como no se ve en ellos otra cosa que combinaciones puramente mentales, parece que deberían producirse por sí mismos a partir de que surja su idea, con la sola condición de que se los encuentre útiles. Pero puesto que cada uno de ellos es una fuerza y que domina la nuestra, ya que tiene una naturaleza que le es propia, para darle el ser no podría bastar el deseo ni la voluntad. Hace falta, además, que se den fuerzas capaces de producir esta fuerza determinada, naturalezas capaces de producir esta especial naturaleza. Sólo será posible con estas condiciones. Para reanimar el espíritu de familia donde esté debilitado, no basta que todo el mundo comprenda sus ventajas; hay que poner directamente en acción a las causas susceptibles de engendrarlo. Para otorgar a un gobierno la autoridad necesaria, no basta sentir su necesidad; hay que dirigirse a las únicas fuentes de que deriva toda autoridad, es decir, constituir las tradiciones, un espíritu común, etcétera; para esto, es necesario remontarse más aun en la cadena de las causas y los efectos, hasta encontrar un punto en que la acción del hombre pueda insertarse eficazmente.

Por otra parte, no queremos decir que las tendencias, las necesidades y los deseos de los hombres jamás intervengan activamente en la evolución social. Por el contrario, es cierto que les es posible apresurar o contener el desarrollo de un hecho, según su influencia sobre las condiciones de que depende. Sólo hay que tener en cuenta que en ningún caso pueden crear algo de la nada y que su misma intervención, sean cuales fueren los efectos, sólo puede tener lugar en virtud de causas eficientes.

Por lo tanto, cuando se emprende la explicación de un fenómeno social, hay que investigar separadamente la causa eficiente que lo produce y la función que cumple. Nos servimos de la palabra función, preferentemente a fin u objeto, precisamente porque los fenómenos sociales generalmente no existen en vistas de los resultados útiles que produzcan. Lo que es preciso determinar, es si existe correspondencia entre el hecho considerado y las necesidades generales del organismo social y en qué consiste esta correspondencia, sin preocuparse por saber si ha sido o no intencional. Por otra parte, todos estos problemas de intención son demasiado subjetivos como para poder ser tratados científicamente.

Pero aunque sólo deba procederse en segundo lugar a la determinación de la función, ella no deja de ser necesaria para que la explicación del fenómeno sea completa. Efectivamente, si bien la utilidad del hecho no es lo que le otorga su ser, generalmente es preciso que sea útil para poder mantenerse. Pues basta que no sirva para nada para convertirse, por eso mismo, en perjudicial, ya que -en este caso- cuesta algo sin reportar nada. Por lo tanto, si la generalidad de los fenómenos sociales tuviera tal carácter parasitario, el presupuesto del organismo estaría en déficit y la vida social seria imposible.

La sociedad no es una simple suma de individuos, sino que el sistema formado por su asociación representa una realidad específica, con caracteres propios. Sin duda, no puede producirse nada colectivo si no están dadas las conciencias particulares; pero esta condición necesaria no es suficiente. Falta todavía que estas conciencias estén asociadas, combinadas, y combinadas de cierta manera; es de esta combinación de donde resulta la vida social y, por lo tanto, es esta combinación la que la explica. Agregándose, penetrándose, fusionándose, las almas individuales dan origen a un ser, psíquico si se quiere, pero que constituye una individualidad psíquica y de nuevo tipo. Por lo tanto, es en la naturaleza de esta individualidad, y no en la de las unidades componentes, donde hay que buscar las causas próximas y determinantes de los hechos que en ella se producen. El grupo piensa, siente y actúa de manera totalmente distinta de como lo harían sus miembros aislados. Por lo tanto, si se parte de estos últimos, no podrá comprenderse nada de lo que sucede en el grupo. En una palabra, entre la psicología y la sociología existe la misma solución de continuidad que entre la biología y las ciencias fisicoquímicas. En consecuencia, toda vez que un fenómeno social está directamente explicado por un fenómeno psíquico, puede asegurarse que la explicación es falsa.

Llegamos, entonces, a la siguiente regla: la causa determinante de un hecho social debe ser buscada entre los hechos sociales antecedentes, y no entre los estados de la conciencia individual. (La idea de tomarme el trabajo de transcribir todo el texto es para que puedas acceder al material de estudio de manera gratuita, hacé el esfuerzo y seguí la cadena: topbirra@yahoo.com.ar) Por otra parte, se concibe fácilmente que todo lo precedente se aplica tanto a la determinación de la causa, como de la función. La función de un hecho social sólo puede ser social, es decir que consiste en la producción de efectos socialmente útiles. Sin duda, puede darse, y en efecto sucede que como contrapartida también sirva al individuo. Pero este feliz resultado no es su razón de ser inmediata. Por lo tanto, podemos completar la proposición precedente diciendo que: la función de un hecho social siempre debe ser buscada en la relación que sostiene con algún fin social.

 

El método comparativo

Sólo tenemos una manera de demostrar que un fenómeno es causa de otro; es comparar los casos en que están simultáneamente presentes o ausentes y buscar si las variaciones que presentan en estas diferentes combinaciones de circunstancias prueban que uno depende del otro. Cuando pueden producirse artificialmente, según el deseo del observador, el método es de experimentación propiamente dicha. Por el contrario, cuando no está a nuestra disposición la observación de los hechos y sólo podemos relacionarlos tal como se producen espontáneamente, el método empleado es el de la experimentación indirecta o método comparativo.

Hemos visto que la explicación sociológica consiste exclusivamente en establecer relaciones de causalidad, ya sea que se trate de relacionar un fenómeno con su causa, o, por el contrario, una causa con sus efectos útiles. Puesto que, por otra parte, los fenó­menos sociales evidentemente escapan a la acción del operador, el método comparativo es el único que conviene a la sociología. Es verdad que Comte no lo juzgó suficiente; creyó necesario completarlo mediante lo que llamó el método histórico; pero la causa de ello está en su particular concepción de las leyes sociológicas. Según él, no debían expresar principalmente relaciones definidas de causalidad, sino el sentido en que se di­rige la evolución humana en general; no podían, pues, descubrirse con la sola ayuda de comparaciones ya que, para poder comparar las diferentes formas que toma un fenóme­no social en distintos pueblos, es preciso haberlo abstraído de las series temporales a las que pertenece. Ahora bien, si se empieza por fragmentar de esta manera el desarrollo hu­mano, uno se encuentra con la imposibilidad de encontrar su continuidad. Para llegar a ello, conviene proceder por amplias síntesis y no por análisis. Lo que se necesita es rela­cionarlos entre sí y reunir en una misma intuición, de alguna manera, a los estados suce­sivos de la humanidad, de manera de percibir "el continuo incremento de cada disposi­ción física, intelectual, moral y política". Tal es la razón de ser de este método que Comte llama histórico y que, en consecuencia, está desprovisto de todo objeto desde el momento en que se ha rechazado la concepción  fundamental de la sociología de Comte.

Desde el momento en que se ha probado que, en un determinado número de casos, dos fenómenos varían al unísono, podemos estar seguros de encontrarnos en presencia de una ley.

No debe creerse que la sociología se encuentre en un estado de sensible inferioridad respecto de las otras ciencias, por no poder servirse, casi, más que de un solo procedimiento experimental. Efectivamente, este inconveniente compensa a través de la riqueza de las variaciones que se ofrecen espontáneamente a las comparaciones del sociólogo y de las que no se ofrece ningún ejemplo en los; otros reinos de la naturaleza. Los cambios que tienen lugar en un organismo en el curso de una existencia individual son escasos y restringidos; los que pueden provocarse artificialmente sin destruir la vida también están comprendidos dentro de estrechos límites. Es verdad que se han producido importantes cambios en el transcurso de la evolución zoológica, pero sólo han dejado raros y oscuros vestigios y es aun más difícil descubrir las condiciones que los determinaron. Por el contrario, la vida social es una serie ininterrumpida de transformaciones, paralelas a otras transformaciones en las condiciones de la existencia colectiva; y no sólo tenemos a nuestra disposición las que se refieran a una época presente, sino que gran cantidad de aquellas por las que han pasado los pueblos desaparecidos han llegado hasta nosotros. A pesar de sus lagunas, la historia de la humanidad es más clara y completa que la de las especies animales. Además, existen una multitud de fenómenos sociales que se producen en toda la extensión de la sociedad, pero toman formas diversas según las regiones, las profesiones, las confesiones, etc. Tales son, por ejemplo, el crimen, el suicidio, la natalidad, la nupcialidad, la economía, etc. De la diversidad de esos medios especiales resulta, para cada uno de estos órdenes de hechos, nuevas series de variaciones, además de las que produce la evolución histórica. Por lo tanto, si bien el sociólogo no puede emplear con pareja eficacia todos los procedimientos de la investigación experimental, el único método casi del que puede servirse, con exclusión de los otros, puede ser muy fecundo en sus manos, ya que tiene incomparables recursos para ponerlo en práctica.

En consecuencia, para dar razón de una institución social, perteneciente a una espe­cie determinada, se compararán las diferentes formas que presenta, no sólo en los pueblos de esta especie, sino en todas las especies anteriores. ¿Se trata, por ejemplo, de la organización doméstica? Ante todo, se constituirá el tipo más rudimentario que jamás haya existido, para seguir luego paso a paso la forma en que se ha complicado progresivamente. Este método, que se podría llamar genético, daría de una sola vez el análisis y la síntesis del fenómeno. Ya que, por una parte, nos mostraría en estado disociado los elementos que lo componen, por el mismo hecho de mostrárnoslo sobreagregándose sucesivamente los unos a los otros y, al mismo tiempo, gracias a ese amplio campo de comparación, sería más adecuado para determinar las condiciones de que dependen su formación y su asociación. En consecuencia, sólo puede explicarse un hecho social de algu­na complejidad a condición de seguir su desarrollo integral a través de todas las especies so­ciales. La sociología comparada no es una rama particular de la sociología; es la sociolo­gía misma, en tanto deja de ser puramente descriptiva y aspira a dar razón de los hechos. 

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