BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO (1496 - 1584)

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1. Capítulo XVIII    De algunas advertencias acerca de lo que escribe Francisco López    de Gómora1, mal informado, en su historia. Estando escribiendo esta relación, acaso vi una historia de buen estilo, la cual se nombra de un Francisco López de Gómora, que ha- bla de las conquistas de Méjico y Nueva-España, y cuando leí su gran retórica, y como mi obra es tan grosera, dejé de escribir en ella, y aun tuve vergüenza que pareciese entre personas notables; y estando tan perplejo como digo, torné a leer y a mirar las razo- nes y pláticas que el Gómora en sus libros escribió, e vi que desde el principio y medio hasta el cabo no llevaba buena relación, y va muy contrario de lo que fue e pasó en la Nueva-España; y cuando en- tró a decir de las grandes ciudades, y tantos números que dice que había de vecinos en ellas, que tanto se le dio poner ocho como ocho mil. [...] Dejemos esta plática, e volveré a mi materia; que después de bien mirado todo lo que he dicho que escribe el Gómora, que por ser tan lejos de lo que pasó es en perjuicio de tantos, torno a proseguir en mi relación e historia; porque dicen sabios varones que la buena política  y agraciado componer es decir verdad en lo que escribieren, y la mera verdad resiste a mi rudeza; y mirando en esto que he di- cho, acordé de seguir mi intento con el ornato y pláticas que ade- lante se verán, para que salga a luz y se vean las conquistas de la Nueva-España claramente y como se han de ver, y su majestad sea ser- vido conocer los grandes e notables servicios que le hicimos los ver- daderos conquistadores, pues tan pocos soldados como venimos a es- tas tierras con el venturoso y buen capitán Hernando Cortés, nos pusimos a tan grandes peligros y le ganamos esta tierra, que es una buena parte de las del Nuevo-Mundo, puesto que su majestad, como cristianísimo rey y señor nuestro, nos lo ha mandado muchas veces gratificar; y dejaré de hablar acerca desto, porque hay mucho que decir. [...] Diremos lo que en aquellos tiempos nos hallamos ser verdad, como testigos de vista, e no estaremos hablando las contrariedades y falsas relaciones (como decimos) de los que escribieron de oídas, pues sabemos que la verdad es cosa sagrada, y quiero dejar de más hablar en esta materia; y aunque había bien que decir della e lo que sé, sospecho del coronista  que le dieron falsas relaciones cuando hacia aquella historia; porque toda la honra y prez della la dio só- lo al marqués don Hernando Cortés, e no hizo memoria de ninguno de nuestros valerosos capitanes y fuertes soldados; y bien se parece en todo lo que el Gómora escribe en su historia serle muy aficio- nado, pues a su hijo, el marqués que agora es, le eligió  su coróni- ca e obra, e la dejó de elegir a nuestro rey y señor [...].

 

2. Capítulo CV    Cómo se repartió el oro que hubimos, así de lo que dio el gran Montezuma como de lo que se recogió de los pueblos, y de lo que sobre ello acaeció a un soldado Lo primero se sacó el real quinto, y luego Cortés dijo que le saca- sen a él otro quinto como a su majestad, pues se le prometimos en el arenal cuando le alzamos por capitán general y justicia mayor, como ya lo he dicho en el capítulo que dello habla. Luego tras es- to dijo que había hecho cierta costa en la isla de Cuba que gastó en el armada, que lo sacasen de montón; y demás desto, que se apar- tase del mismo montón la costa que había hecho Diego Velázquez en los navíos que dimos altravés con ellos, pues todos fuimos en ellos; y tras esto, para los procuradores que fueron a Castilla. Y demás des- to, para los que quedaron en la Villa-Rica, que eran setenta veci- nos, y para el caballo que se le murió y para la yegua de Juan Se- deño, que mataron en lo de Tlascala de una cuchillada; pues para el padre de la Merced y el clérigo Juan Díaz y los capitanes y los que traían caballos, dobles partes , escopeteros y ballesteros por el consiguiente, e otras sacaliñas ; de manera que quedaba muy poco de parte, y por ser tan poco muchos soldados hubo que no lo qui- sieron recebir; y con todo se quedaba Cortés, pues en aquel tiempo no podíamos hacer otra cosa sino callar, porque demandar justicia sobre ello era por demás; e otros soldados hubo que tomaron sus partes a cien pesos, y daban voces por lo demás; y Cortés secreta- mente daba a unos y a otros por vía que les hacía merced por con- tentallos, y con buenas palabras que les decía sufrían . [...] Dejemos de hablar en el oro y de lo mal que se repartió y peor se gozó, y diré lo que a un soldado que se decía Fulano de Cárdenas le acaeció. Parece ser que aquel soldado era piloto y hombre de la mar, natural de Triana y del condado; el pobre tenia en su tierra mujer e hijos, y como a muchos nos acaece, debría de estar pobre, y vino a buscar la vida para volverse a su mujer e hijos; e como había visto tanta riqueza en oro en planchas y en granos de las minas e tejuelos  y barras fundidas, y al repartir dello vió que no le daban sino cien pesos, cayó malo de pensamiento y tristeza; y un su amigo, como le veía cada día tan pensativo y malo, íbale a ver y decíale que de qué estaba de aquella manera y suspiraba tanto; y respondió el piloto Cárdenas: "¡Oh cuerpo de tal conmigo! ¿Yo no he de estar malo viendo que Cortés así se lleva todo el oro, y co- mo rey lleva quinto, y ha sacado para el caballo que se le murió y para los navíos de Diego Velázquez y para otras muchas trancanillas , y que muera mi mujer e hijos de hambre, pudiéndolos socorrer cuando fueren los procuradores con nuestras cartas, y le enviamos todo el oro y plata que habíamos habido en aquel tiempo?"  [...] Y como le decían [a Cortés] que había muchos soldados descontentos por las partes del oro y de lo que habían hurtado del montón, acor- dó de hacer a todos un parlamento con palabras muy melifluas, y di- jo que todo lo que tenía era para nosotros; que él no quería quin- to, sino la parte que le cabe de capitán general, y cualquiera que hubiese menester algo que se lo daría; y aquel oro que habíamos ha- bido que era un poco de aire; que mirásemos las grandes ciudades que hay e ricas minas, que todos seríamos señores dellas, y muy prósperos e ricos; y dijo otras razones muy bien dichas, que las sabía bien proponer.

 

3. Capítulo CXXVI    Cómo nos dieron guerra Pues desque amaneció, acordó nuestro capitán que con todos los nues- tros y los de Narváez saliésemos a pelear con ellos, y que lleváse- mos tiros y escopetas y ballestas, y procurásemos de los vencer, a lo menos que sintiesen más nuestras fuerzas y esfuerzo mejor que el día pasado. Y digo que si nosotros teníamos hecho aquel concierto, que los mejicanos tenían concertado lo mismo, y peleábamos muy bien; mas ellos estaban tan fuertes y tenían tantos escuadrones, que se mudaban de rato en rato, que aunque estuvieren allí diez mil Héto- res troyanos y otros tantos Roldanes, no les pudieran entrar; por- que sabello  ahora yo aquí decir cómo pasó, y vimos este tesón en el pelear, digo que no lo sé escribir; porque ni aprovechaban tiros ni escopetas ni ballestas, ni apechugar con ellos, ni matalles trein- ta ni cuarenta de cada vez que arremetíamos; que tan enteros y con más vigor peleaban que al principio. [...] Por manera que nos maltrataban y herían muchos de los nuestros, e no sé yo para qué lo escribo así tan tibiamente; porque unos tres o cuatro soldados se habían hallado en Italia, que allí estaban con nosotros, juraron muchas veces a Dios que guerras tan bravosas jamás habían visto en algunas que se habían hallado entre cristianos, y contra la artillería del rey de Francia ni del Gran Turco, ni gen- te como aquellos indios con tanto ánimo cerrar los escuadrones vie- ron; y porque decían otras muchas cosas y causas que daban a ello, como adelante verán. Y quedarse ha aquí, y diré cómo con harto tra- bajo nos retrujimos a nuestros aposentos, y todavía muchos escua- drones de guerreros sobre nosotros con grandes gritos e silbos, y trompetillas y atambores, llamándonos de bellacos y para poco, que no sabíamos atendelles todo el día en batalla, sino volvernos re- trayendo. Aquel día mataron diez o doce soldados, y todos volvimos bien heridos; y lo que pasó de la noche fue en concertar para que de ahí a dos días saliésemos todos los soldados cuantos sanos había en todo el real, y con cuatro ingenios a manera de torres, que se hicieron de madera bien recios, en que pudiesen ir debajo de cual- quiera dellos veinte y cinco hombres; y llevaban sus ventanillas en ellos para ir los tiros, y también iban escopeteros y balleste- ros, y junto con ellos habíamos de ir otros soldados escopeteros y ballesteros y los tiros, y todos los demás de a caballo hacer algu- nas arremetidas.

 

Bibliografía

DIAZ del CASTILLO, Bernal, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. Edición crítica por Carmelo SAENZ de SANTA MARIA, Madrid: Instituto "Gonzalo Fernández de Oviedo", C.S.I.C, 1982 (Monumenta Hispano-Indiana - V Centenario del descubrimiento de América, I). DIAZ del CASTILLO, Bernal, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. Introd. y notas de Joaquín RAMIREZ CABAÑAS, México: Porrúa, 101974 (Colección Sepan Cuántos, 5). DIAZ del CASTILLO, Bernal, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. Edición de Miguel LEON PORTILLA, Tomos A y B, Madrid: Cambio 16, 1984 (Crónicas de América, 2).

DIAZ del CASTILLO, Bernal, Wahrhafte Geschichte der Entdeckung und Eroberung Mexikos. Herausgegeben und bearbeitet v. Georg A. NARZISS, Nachwort von Tzvetan TODOROV, Frankfurt/M.: Insel, 1981.

ALVAR, Manuel, "El mundo americano de Bernal Díaz del Castillo", in: id., España y América cara a cara, Valparaíso 1975, S. 95-143. CERWIN, Herbert, Bernal Díaz - Historian of the Conquest, Norman 1963. MADARIAGA, Juan José, Bernal Díaz y Simón Ruiz de Medina del Campo, Madrid 1966. SAENZ de SANTA MARIA, Carmelo, Introducción crítica a la Historia Verdadera de Bernal Díaz del Castillo, Madrid 1967.

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