SOWETO, 30 AÑOS DESPUÉS

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Javier Farje
BBC Mundo

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Héctor Pieterson no salió a las polvorientas calles del barrio sudafricano de Soweto en busca de la fama. Pero la imagen de su cuerpo inerte circuló por todo el mundo cuando lo único que él quería es que no le obligaran a hablar un idioma que no era el suyo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El 16 de junio de 1976, miles de estudiantes decidieron que las cosas estaban llegando demasiado lejos.

Una ley, impuesta por el gobierno del Partido Nacional, obligaba a las escuelas a que enseñaran afrikáner, un híbrido lingüístico que combina el holandés anacrónico de los primeros colonos europeos que llegaron al cabo occidental a finales del siglo XV con elementos decorativos tomados a regañadientes de lenguas africanas, Zulú, Xhosa, Bantu.

Afrikáner, decía la mayoría negra, es el idioma del opresor.

En un país de una vasta demografía idiomática y de emigraciones cíclicas, el problema iba más allá de la simple imposición de una lengua.

 

Sistema educativo

Se trataba de un sistema educativo que era espejo fiel de la segregación racial que el Partido Nacional, íntegramente blanco, formalizó cuando llegó al poder en 1948.

No es que el llamado apartheid lo hubiera inventado ese partido de "europeos" temerosos de perder empleos a manos de la mayoría negra, pues la separación de razas existía desde que los colonos británicos, que dominaban Ciudad del Cabo y sus alrededores costeros, prohibieron los matrimonios mixtos de africanos y conquistadores en 1685.

Pero a la ley de 1976 se sumaban escuelas decrépitas, un programa escolar racista y la creciente influencia del Movimiento de Conciencia Negra de Steve Biko en las escuelas.

De manera que Héctor Pieterson se sumó a sus compañeros y, acompañado de su hermana, Antoinette, decidieron mostrar las armas de sus gritos chillones para oponerse a los blindados policiales y las armas de todos los calibres de los uniformados.

 

Batalla desigual

Soweto es el anagrama de South West Township, o barrio del Suroeste.

Ese conglomerado amorfo de casas sin agua ni desagüe en los alrededores de Johannesburgo, la capital económica de Sudáfrica, se convirtió en pocas horas en un campo de batalla desigual, en el que los estudiantes, con sus uniformes azules y grises se enfrentaban a pedradas con una fuerza policial que parecía vestida para ir a la guerra.

Alguien desde las filas de la ley y el orden tomó la iniciativa de disparar al cuerpo. Los estudiantes empezaron a caer desplomados mientras que los sobrevivientes huían desconcertados.

Sam Mzima corría y tomaba fotos. Corría y tomaba fotos. De repente, vio como Mpuyisa Makubi, con el rostro congestionado, cargaba a un muchachito enclenque empapado en sangre mientras que una niña de rostro redondo gritaba histérica.

Sam disparó hasta que se le cansó la mano. Era Héctor Pieterson, muriéndose desangrado. Héctor dio la vuelta al mundo en esa foto que no buscó ser emblemática, pero que en la tragedia sepia del original se convirtió en el símbolo de lo que el apartheid era capaz de perpetrar.

 

Comienzo del fin

Al menos 300 Héctor Pieterson murieron ese día fatídico. Al día siguiente, los diarios afrikáner destacaron la muerte desafortunada de dos blancos que fueron golpeados hasta perder el sentido para siempre por una muchedumbre fuera de control.

Antoinette Sithole cuenta a quien le quiera preguntar que le advirtió a su hermano que se quedara junto a ella, que desapareció de su vista y que la próxima vez que lo vio se estaba muriendo en los brazos de Mpuyisa Makubi.

"He perdonado pero no he olvidado" repite Antoinette, como queriéndose convencer a si misma más que a los demás.

Muchos dicen que ese fue el comienzo del fin del sistema de segregación racial. Catorce años después, Nelson Mandela salió de prisión y en 1994 se convirtió en el primer presidente democráticamente elegido en ese país de contrastes y tesoros.

 

Soweto, a 30 años

Hoy, Sudáfrica se enfrenta a otros enemigos, a la pandemia del VIH, a la falta de equidad en la tenencia de la tierra o la lenta pero segura llegada del agua y el desagüe a chozas que esparcen en los alrededores de las grandes ciudades.

Soweto ha dejado de ser un conglomerado de ciudadanos marginados para convertirse en una ciudad que se puede dar el lujo de tener campos de golf y habitantes prósperos.

Héctor Pieterson tiene un museo que recuerda su sacrificio temprano y los turistas se toman fotos en los descampados donde hace 30 años cayeron esos adolescentes testarudos que se hartaron de tanta opresión.

Sudáfrica no es aún el sueño de sus fundadores negros pero tampoco es la pesadilla creada por los colonos blancos.

Sudáfrica es un poco mejor y Héctor Pieterson tiene mucho que ver. A pesar de su muerte prematura y sus grandes ojos asustados. 

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