UNA POSTAL DE LA FAMILIA CONTEMPORÁNEA: LOS SIMPSONS

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Diana  Paulozky

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¿Qué es hoy un Padre? Nada más que un espermatozoide. ¿Cuál será la futura novela familiar de esos hijos que tienen como padre al creador, al científico alemán? Ya que tanto se empeñan en crear genios sería bueno que se dedicaran a crear significantes amos menos estúpidos. Sería un gesto de humanidad. Se gira en redondo, se cambia de lugar. Hoy los hijos son los que saben. La técnica ha avanzado a tal punto que nos ha dejado fuera de este mundo manejado a botón. Si antes el hijo se sentía volar estrenando una bicicleta, como los chicos de E.T. llevado de la mano de su padre; hoy son ellos, los padres, quienes esperan que sus hijos les enciendan la computadora y los conecten a Internet. “Por más que le enseño nunca aprenderá” decía un adolescente refiriéndose a la inutilidad de su padre...

En mi época, cuando canal 12 iniciaba su señal, a las 18 horas, había dos programas para ver, alternativamente: “Enciclopedia  en T.V.” y “Papá lo sabe todo”. La televisión  era en blanco y negro. En aquella familia no había matices ni grises porque también todo era blanco o negro. Había un padre, que además de saberlo todo, resolvía desde los grandes problemas hasta los pequeños detalles.

Cuánto alivio daba esa imagen en la que había uno que cargaba con el peso de la responsabilidad. Que haya padre allana todos los caminos. Es la sensación del techo que cobija. Ahora que lo pienso es el estilo de  la familia Ingals, estampa clara del goce regulado, en la que el bien es el bien y el mal es el mal.

Hay ley. Hay uno que hace de padre, que impone valores; que promueve la buena lucha  por la vida. Los ideales ganan y conducen. No hay lugar para el objeto pulsional, apenas para algunas malas costumbres; apenas uno que otro odio, que más tarde se haría arrepentimiento. Es el tiempo del amor. Tiempo de ideales claros.

Hoy ya no esperamos ninguna señal. Hay televisión las 24 horas. Hoy ya no esperamos. Es la época del homo-zapping. Frente a aquellos ideales encontramos, por oposición, lo que es el signo de la televisión de hoy: la burla.

Y  vemos desarrollarse la estética del mal gusto cuando no, la grosería lisa y llana. La burla no es el chiste. El chiste sorprende pero no objetiva. Dice siempre algo nuevo. Dice una verdad que bajo las envolturas del estilo irónico, puede ser apresada por alusión. La burla, en cambio, objetiva al otro. Necesita del idiota.

Aún cuando el espectador se identifique con el burlador juega la parte del idiota. Hace de partenaire. Todos idiotizados, entonces, capturados por un espectáculo que no nos cuenta sino en ese punto de goce. Todos idiotizados, parece un diagnóstico sombrío de nuestra época.

La decadencia de Occidente nos lleva a una nueva religión, esa, la de un insondable vacío moral, de una radical inconsistencia del espíritu en la que unos brotes de racionalismo toman la forma de dog ma. Un racionalismo mental y aburrido, paradigma de una cultura que no quiere pensar porque el que piensa, pierde.

Una nueva religión, decía, de no creyentes, de desesperanzados que se ven tragados por el vacío.

Por suerte tenemos Internet, que nos comunica con otros incomunicados y nos llena de datos; y es tal nuestra avidez por saberlo todo que no tenemos tiempo pa ra pensar. Hoy Descartes diría: estoy comunicado, por lo tanto existo.

Sí, es una suerte, poder vivir en una época en que todo parece pero no es, la época de la realidad virtual.


El científico viene de Harvard con su título de tecnócrata y lo recibimos con admiración porque parece que sabe. La eficacia ha suplido a la ética; la técnica  a la ciencia; surgen nuevas armas para llegar al poder de mercado.

El homo-sapiens da lugar al homo- zapping.

En este panorama, que reconozco, lo he pintado lúgubre, con los medios de comunicación masificados y ganados por la mediocridad, aparece en la década del 90 un programa de televisión que se ha convertido en un símbolo: Los Simpson. Cada noche a las 20 horas se abre la posibilidad de vernos reflejados en una ficción, que porque no parece, sino que es un dibujo, es lo más cercano a la realidad de hoy.

Como todo parece y no es, Los Simpson, porque parecen ser ficción, se tornan realidad. Es casi increíble que un programa que no vende ilusión ni cuerpos bronceados, ni caras bonitas pueda captar tanta audiencia.

Es interesante analizar quiénes son los que se han convertido en paradigma de la familia actual.

Todo comenzó a fines de los 80, cuando Matt Groening, a los 33 años, llevó la idea a la pantalla. Que los personajes sean tan reales tal  vez se deba a que su creador proyectó a su propia familia. Llevan incluso los mismos nombres, excepto el suyo propio, que cambió por uno muy parecido: Bart. No necesitamos profundizar demasiado para saber que Bart es él mismo.

Ve amos los personajes:

Homero, el padre, carece de todo interés espiritual e intelectual. Dedica su tiempo a mirar televisión, comer rosquillas y beber cerveza. Prueba su única habilidad jugando a los bolos. No terminó sus estudios  de nivel medio y se conforma con su puesto de operario en la central nuclear e n la que lo que hace es mover una simple palanca comiendo rosquillas. Podríaa ser la imagen del fracasado, pero ni siquiera eso alcanza ya que nunca se propuso nada. De mente estrecha, no puede ver más allá de sus narices.

Es un buen tipo porque nunca demostró lo contrario. No es un padre. Es un hijo errático sin pasado ni futuro. No tiene nada espiritual, ni siquiera religión. En cada rosquilla se come su propio vacío, pero ni siquiera lo sabe.

Su padre, Abraham Simpson, vive en un asilo, casi olvidado y medio loco.

Su madre, en cambio, se había unido a un grupo de protesta contra la guerra de Vietnam. Vivió el Mayo Francés. Soñó con un mundo mejor y participó activamente en esa lucha. El ideólogo del M ayo Francés, Daniel Cohen Bendit, que lo reconocerán en la tapa d el Seminario 12, es un símbolo por el que esta mujer abandonó a  sus hijos.

Es curioso que así como decimos que a madre santa le corresponde hijos perverso s, podemos decir que a madres idealistas le corresponden Homeros.
Tal vez ella hoy se sorprendería que aquel Dany, el rojo, como lo llamaban pasó a ser Dany, el verde, ya que milita en el partido verde.

Todo cambia, todo se acomoda, da vueltas  hasta quedar en el lugar opuesto.
Mientras tanto ella, la idealista, perdió a su familia.

March, la esposa de Homero es un ama  de casa sin inquietudes. Se preocupa por sus hijos; se cuestiona algunas mínimas cosas de la vida bajo la forma de la queja, o sea, lo normal.

Bart, el hijo varón, es un chico rebelde, transgresor, pícaro y desobediente. Por momentos sorprende por su sentimiento de vacío interior; por su profunda tristeza que intenta tapar con travesuras o televisión. Es un hijo sin padre porque no lo respeta.

Liza, la hija, heredó de su madre el sentido de responsabilidad y de su abuela el espíritu de lucha por la igualdad entre los hombres. Es buena alumna, inteligente y aplicada. No parece pertenecer a esa familia excepto por los ideales de su abuela. Es lógica e idealista.

Magui, la bebé, se limita a gatear, gustar de su chupete que mañana seguro reemplazará por las rosquillas paternas. Lleva la marca Simpson. Con sus ojitos, estando sin estar, nos representa a nosotros mismos, mudos espectadores de un cuadro que nos divierte para no espantarnos.

¿Por qué el éxito? Es un programa pensado con inteligencia, de un humor ácido y un buen uso de la imagen rápida que evita el zapping ya que está incluido en los flashes de vida que muestra.

Después de ver varios capítulos uno se queda con la sensación amarga  de que realmente la familia es un dibujo, y que la imbecilidad es sin remedio. En este momento en que la palabra está banalizada y la imagen ha ganado terreno, los Simpson aparecen como el espejo cruel en el que el hombre actual puede verse representado y hasta le permite reírse de él mismo.

El programa muestra con suma claridad la frialdad, la indiferencia social, el  poco valor de la vida, la importancia del dinero, la explotación del obrero, la desocupación, y dentro de ese cuadro realista y desolador, la pintura dibuja los trazos de una familia desmembrada porque no hay padre.

¿Estás cuidando a los niños?” -le pregunta March a Homero- “Sí, por supuesto”- responde éste, y se lo muestra frente al televisor mientras los chicos se tiran por la ventana.

En un momento en que la casa se llena de veinticuatro perritos, Homero les dice a sus hijos: “Por fin somos una verdadera familia”.

Ho mero repite como un robot las frases que se supone debe decir un padre: “Somos pobres pero felices”, “Mi familia es lo más importante”, “Cuido a mis hijos y amo a mi mujer”, con imágenes que muestran lo contrario.

"A lo viejo hay que tirarlo si no sirve” Y aparece el cuadro del abuelo solo, esperando, al lado del teléfono, que alguien se acuerde de él. “Nosotros pagamos todo esto, así es que gracias por nada” dice Liza antes de la cena. En un episodio en que Homero cree que va a morirse, intenta pasar el resto del tiempo con sus hijos porque así; debe ser. Se esfuerza y reflexiona: “Hubo momento en que nos identificamos... comemos el mismo tipo de chocolate”.

No es una burla, muestra que la familia es una figura impuesta, que la frustración y la falta de ideales lleva al primitivismo y la chatura.

Es una radiografía de la decadencia occidental, pero vista desde la vertiente del humor. Debo admitir que sus chistes son ingeniosos y hasta me he escuchado reír con franca carcajada. Es verdad que en el  panorama del momento actual, el humor es un género que permite que hasta lo más sombrío pueda ser divertido. Por eso es un programa para grandes, no para chicos que no llegarían a captar estas sutilezas aunque encuentren suficientes situaciones para identificarse.

En 1938 J.Lacan escribe “Los complejos familiares” texto en el que hace un elogio de la familia reducida y dice que es un resultado de la cultura moderna. ¿Cuál es la ventaja de la familia reducida o nuclear? Que la autoridad, representada por el padre es una figura tan próxima que es muy fácil de subvertir. Se tiene entonces una relación tan cercana y familiar con la autoridad que el modo de subvertirla está también al alcance de la mano. Lacan habla en ese entonces de una subversión creativa.

Hoy encontramos una declinación del padre, pero ¿qué decimos con eso?

Kundera en su último libro, La identidad, le hace decir a su personaje: “ Los hombres se han papaisado. Ya no son padres, tan sólo papás, lo cual significa: padres sin la autoridad de un padre”.

Mucho se habla sobre el Nombre del Padre. Es importante aclarar que ese nombre como único, como absoluto, no existe. La tumba del padre está vacía. Kierkegaard ha trabajado esta temática. Es el padre quien tiene el secreto de la vida y se lleva ese secreto a la muerte; a lo que La can responde que tanto la tumba de Moisés como de Cristo están vacías y Abraham no nos entregó su secreto.

¿Qué es entonces lo que existe? El semblante del nombre. Es verdad que Lacan sostuvo durante un tiempo que había nombre del Padre, en “Una cuestiónn preliminar...” pero más tarde pasa a la pluralización.  Hay los nombres del Padre, que son aquellos que en tanto nombre propio habitan  el lugar, como el de Freud, el de Lacan. Cuando digo “habitan” me refiero al semblante. Es semblante porque es un nombre al cual nada responde. Se refiere a un vacío. Entonces el nombre del Padre es nombre de nada, que vale tanto como el unicornio, el fantasma, el objeto. Lo hacemos existir en la imaginación, en el pensamiento sólo porque le damos un nombre como Pérez, como Jones, como Simpson.

Finalmente, el padre se reduce a un espermatozoide nos recuerda Lacan; anticipán dose así a una época en que la ciencia se encargaría de hac er realidad que un padre valga lo que un espermatozoide, que se compra congela do en un banco de semen. Hoy una mujer puede elegir el padre para su hijo según los ojos o el color de pelo. Hay ya doscientos niños prodigio en el mundo, que son productos de madres que deben tener un coeficiente muy superior a lo normal y por supuesto un nivel económico fuera de lo común. Al mismo tiempo se elige el espermatozoide de algún científico o genio que reúna las mismas condiciones. Experimentos vivientes, de los cuales hay dos en Argentina, que hacen realidad el concepto que Lacan pronunciara desde su exageración teórica y que tal vez, hoy, como a mí, lo espantaría.

¿Qué es hoy un Padre? Nada más que un espermatozoide.

¿Cuál será la futura novela familiar de eso hijos que tienen como padre al creador, al científico alemán?

Ya que tanto se empeñan en crear genios sería bueno que se dedicaran a crear significantes amos menos estúpidos. Sería un gesto de humanidad. Se gira en redondo, se cambia de lugar. Hoy los hijos son los que saben. La técnica ha avanzado a tal punto que nos ha dejado fuera de este mundo manejado a botón.

Si antes el hijo se sentía volar estrenando una bicicleta, como los chicos de E.T., llevado de la mano de su padre; hoy son ellos, los padres, quienes esperan que sus hijos les enciendan la computadora y los conecte a Internet. “Por más que le enseño nunca aprenderá” decía un adolescente refiriéndose a la inutilidad de su padre. Entonces son ellos, los padres, quienes dependen de sus hijos para programa r un video, hacer un chato buscar un código secreto en el celular. La mano que movía la rueda quedó atrás. La complicidad dejó el lugar a la omnipotencia.

¿Quién nos salvará de este Titanic al que nos lleva la ciencia? ¿A quién nos dirigiremos para decir: Padre, ¿no ves que me estoy hundiendo?

Quería comentarles el caso de un Simpson que parece no serlo. Más aún, él sería el típico sueño americano del “ american way of life”.

Ha ce poco recibí una consulta un tanto extraña. Se trata de un hombre que pasados los 50 años se encontraba muy bien posicionado en la vida, en la profesión y en lo económico. Se esmera entonces en hablarme de cómo sus hijos hacen excelentes carreras para luego seguir en el extranjero etc., etc.

Mis reiteradas preguntas sobre que no escucho a qué viene, o al menos de por qué ahora no logra quebrar su esmerado relato sobre lo buen padre y mejor marido que es. Finalmente mi insistencia logra una respuesta: “ En la vida hay que plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro e ir al psicólogo. Me faltaba la cuarta”. Le respondo que paradójicamente él ha venido al psicólogo en busca de  un poco de locura. Su descripción aburrida y rutinaria indicaban que a  su vida le faltaba sal. Pensé que no volvería. Volvió con un discurso diferente. Habló de su dolor. que él, que deja todas sus obligaciones para estar en su casa, se encontraba solo y ya nadie volvía a cenar, ni siquiera su mujer. Le digo que a nadie le gusta formar parte de una postal, por más fina y cuidada que ésta fuera.

Él es un Simpson, que está sin estar; que como Homero diría mirando sus perros: “Por fin somos una verdadera familia”. Él parece ser la otra cara de Simpson, dando todo a sus hijos, trabajando con ambición, haciendo lo que hay que hacer. Sin embargo produce lo mismo. Su familia es un dibujo, con elegancia y buen nivel, pero dibujo al fin. Es un Simpson que no produce gracia, que falto de humor y fiel a los “hay que” no puede mirarse ni mucho menos reírse de sí mismo .

 Podemos ser  Simpson sin saberlo, lo que es mucho peor.  

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