LA LUCHA POR LA TIERRA EN LA BANDA ORIENTAL Y EN LOS LLANOS VENEZOLANOS

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Introducción a la Sociología –UBA–

Cátedra Di Tella

CAPÍTULO VII (texto completo)

Luis Viguera, Gabriela Coconi y Alejandro Ogando

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Factores básicos en la estructuración de la sociedad

Hasta fines del siglo XVIII la Banda Oriental fue una verdadera marca fronteriza, sujeta a los designios de los españoles y criollos de Buenos Aires y los portugueses de Brasil. Hacia 1800, según los cálculos de Azara, la ciudad de Montevideo alcanzaba los 15.000 habitantes, mientras el total de la población de la Banda Oriental superaba levemente los 30.000, sin contar los indígenas ni las Misiones Orientales. De acuerdo a la estimación de Edmundo Narancio, incluyendo estas dos últimas categorías, la población total del territorio no excedía los 50.000 habitantes.

La sociedad colonial en la Banda Oriental se estructuró sobre la base de dos factores predominantes: las actividades generadas en el puerto de Montevideo, plaza fuerte y ciudad comercial por excelencia, e indisolublemente ligado a este aspecto, el creciente desarrollo de la ganadería extensiva.

El aumento constante de la demanda de frutos del país, cueros y productos de la industria saladeril en las últimas décadas del siglo XVIII posibilitó la consolidación de un núcleo hegemónico en la sociedad oriental, que logró expresión política concreta en el control del Cabildo montevideano. La gravitación que alcanzaron en las decisiones de este organismo las Juntas de Comerciantes y el Gremio de Hacendados, así como el ejercicio efectivo de las funciones capitulares, permite visualizar el entrelazamiento de intereses que caracterizó a la oligarquía dominante.

Grandes comerciantes, importadores y exportadores, navieros, acopiadores, saladeristas y grandes hacendados latifundistas, entrecruzaron actividades y capitales, al punto de encontrarse reunidos muchas veces en una sola persona. Este sector oligárquico se proyectó en la campaña a través del núcleo reducido de terratenientes residentes en Montevideo que controlaban la mayor parte de las tierras. Poseedores de enormes extensiones, obtenidas generalmente merced a la vinculación con autoridades de Buenos Aires y Montevideo, detentaban la tierra como lugar de faena del ganado cimarrón, encomendada a las partidas de changadores, que bajo la dirección de un capataz practicaban las vaquerías.

Por debajo de latifundistas y grandes hacendados, se encontraba un crecido número de pequeños y medianos propietarios y poseedores, establecidos preferentemente al sur del río Negro; la mayoría fue beneficiaria de los repartos de Montevideo y de los posteriores realizados en otras zonas por funcionarios reformistas de la Corona. Este sector constituyó el tipo de hacendado que pobló la campaña con la estancia de rodeo, el verdadero estanciero colonizador, como lo denomina Pivel Devoto.

Dentro de las masas rurales de la Banda Oriental se ubicaban los puesteros, peones y agregados, y aun esclavos, vinculados por relaciones de dependencia personal con los diferentes grupos de hacendados, y el sector marginal conformado especialmente por los llamados gauchos y changadores, además de los indios.

Puesteros y peones constituían la base de lo que Pivel Devoto denomina el "proletariado rural"; realizaban las tareas generales o especializadas (desjarretador, corambrero, domador, tropero, etc.) en las estancias de rodeo. Percibían una parte de su salario en dinero, completándose muchas veces en forma de alimentos y vivienda. Una figura importante de este sector estaba representada por los agregados, en muchos casos antiguos ocupantes instalados en predios de grandes o medianos hacendados, con su propio grupo familiar. El agregado fue tolerado frecuentemente por el propietario o poseedor como garantía contra el asentamiento de nuevos ocupantes, manteniéndolo en las tierras a cambio del mejor derecho del hacendado.

El gaucho era el habitante que no poseía tierras ni ganado y además carecía de arraigo en un lugar determinado. Vinculado estacionalmente a las faenas de corambre, por lo general clandestinas, alcanzó de esta manera los medios de subsistencia indispensables, sin conchabarse en una ocupación fija. Esta relativa independencia se mantuvo vigente mientras no se completó el proceso de apropiación del ganado en gran escala.

A comienzos de la década de 1790, la afirmación de la estancia de rodeo, vinculada a la expansión del saladero, llevó al Gremio de los Hacendados a reclamar enérgicamente la aplicación de las leyes represivas de la vagancia. Estas circunstancias acentuaron la marginalidad del gaucho que buscó crecientemente evadir la posibilidad del conchabo incrementando su participación en las "partidas sueltas" que arreaban ganado por cuenta de los cabecillas del contrabando, o haciendo corambre mezclado con los indígenas. "Los minuanes y charrúas con el gaucho vagabundo representaban la parte anárquica y tumultuosa de la sociedad colonial, a la que no les vinculó lazo algunos."

Venezuela constituyó, hasta entrado el siglo XVIII, una de las áreas marginales del imperio hispánico por carecer de metales preciosos y de productos exportables que los mercados español o europeo demandaban. A pesar de los esfuerzos de sus pobladores, los intentos por producir bienes con los cuales incorporarse al comercio imperial, no prosperaron. La agricultura venezolana se encontraba, pues, en un mero nivel de subsistencia. Durante el siglo XVIII, sin embargo, comenzó a exportarse cacao, aunque su comercialización no se realizaba por los cauces legales desde el punto de vista imperial, sino que era controlada por los holandeses desde Curazao y Bonaire. Para impedir que manos extranjeras continuaran beneficiándose con la venta del cacao venezolano en el continente europeo, la corona otorgó, en la tercera década del siglo XVIII, el monopolio a la Compañía Guipuzcoana. Desde entonces, el área costera -donde se cultivaba el cacao- quedó incorporada a los circuitos económicos españoles. La producción del primer bien exportable aumentó considerablemente con el accionar de la Guipuzcoana, en parte por los bajos precios pagados a los productores que hacían que éstos se esforzaran por producir más para aumentar sus decaídas ganancias.

La compañía monopólica dio escasa importancia a otros renglones comercializables que aparecieron tardíamente o que asomaron desprotegidos, como los cueros, el tabaco y el café; fomentó sólo momentáneamente el cultivo del algodón y del añil. Pese a todo, la ubicación geográfica de la provincia -cercana a las Antillas extranjeras- y la extensión de sus costas, posibilitaron el comercio clandestino, principalmente con buques holandeses e ingleses, de los artículos mencionados.

Durante el siglo XVIII, Venezuela estuvo dividida en dos zonas: la costera, con una economía agrícola destinada predominantemente al cacao, organizada en la plantación latifundista de mano de obra principalmente esclava y que, como dijimos, estaba ligada al circuito comercial imperial; por otro lado, una región semimarginal interior -los llanos- con una producción ganadera extensiva de caballos, vacas y mulas, que requería escasa mano de obra y cuyos propietarios residían en ciudades distantes. La producción de esta segunda región no tenía una salida fluida a través de buques españoles sino que, por el contrario, encontraba su principal mercado en el contrabando por el Orinoco y en el abasto de la provincia de Caracas.

El poblamiento en Venezuela marcaba otra distinción estructural, diferenciando aun más las dos regiones señaladas. Hacia principios del siglo XIX, casi el 80% de los aproximadamente 900.000 habitantes estimados pertenecían a la zona costera y a los valles cercanos. Por lo tanto, y teniendo en cuenta la extensión de los llanos, percibimos claramente la baja densidad de población que correspondía a los mismos.

La agricultura esclavista del cacao condicionó racialmente a Venezuela. Los negros africanos eran introducidos legal e ilegalmente para trabajar en las plantaciones de la costa. La Compañía Guipuzcoana tuvo por muchos años el control del comercio negrero, pero la cercanía de las Antillas extranjeras permitía a los grandes plantadores de cacao- proveerse en tan amplio mercado del Caribe. De este modo, a principios del siglo XIX, la población negra de Venezuela llegaba al 17% del total, incluyendo a esclavos, libres y fugitivos. La población blanca para la misma época representaba el 20%, dentro del cual los criollos eran abrumadora mayoría frente a los escasos 12.000 peninsulares. Los indígenas llegaban al 18% y, por último, los llamados "pardos" -categoría que englobaba a todos los individuos nacidos del entrecruzamiento racial- constituían el 45% del total de la población.

En esta sociedad polirracial, los criollos blancos eran los que detentaban los factores de producción: dueños de las mejores tierras (generalmente grandes extensiones), poseían esclavos negros que les servían como mano de obra en las plantaciones y tenían capital suficiente para poner en marcha la producción de cacao. Así quedó constituída, desde el siglo XVIII, una aristocracia criolla que dominaba la agricultura esclavista, orientando su explotación hacia el comercio de exportación. Esta aristocracia, denominada "mantuana", tenía además una profunda conciencia de clase y se veía a sí misma como una élite social y, al mismo tiempo, racial que estrechaba sus vínculos en sus filas a traves de los lazos familiares y de clan. El conservadurismo social era la característica lógica de los mantuanos en una sociedad hecha a su modo, como lo era también el temor a las pretensiones del sector más numeroso de la población: los pardos.

 

La tierra: factor eje

Luego de fundada Montevideo, comenzaron a repartirse en el territorio de la Banda Oriental suertes de chacra y de estancia, y a venderse las tierras realengas. A partir de entonces surgirían pueblos rurales, estancias y latifundios. Pero si "el gran latifundio triunfó ampliamente... no lo hizo sin resistencia tenaz, desmintiendo la leyenda de una plácida siesta colonial ... " Durante todo el período de la administración española, desde la aparición de la gran propiedad, se desarrolló un conflicto permanente entre los terratenientes y los pequeños y medianos hacendados y vecinos pobladores. Estos contaron con el apoyo de los cabildos locales, los cuales se encargaron de promover expedientes de los pleitos iniciados por los distintos pueblos contra determinados terratenientes. Esos expedientes muestran cómo surgió y se extendió la lucha por el suelo: los pobladores rurales, buscando en la agricultura o la ganadería un medio de vida, fueron ocupando tierras poseídas en forma nominal por algún hacendado, o tierras realengas que posteriormente eran denunciadas por algún estanciero influyente. De inmediato, éste reclamaba de las autoridades una orden para desalojar al poblador o al conjunto de vecinos. Muchas veces el gran terrateniente no contaba con más derechos legales que los "intrusos", pero sus intereses casi siempre contaron con la protección de los funcionarios de turno.

Los vecinos se resistieron constantemente a moverse de sus terrenos; cuando el plazo estipulado para desocupar vencía, eran expulsados con todas sus pertenencias. Ellos volvían reiteradamente a reocupar su campo, aun cuando las autoridades demolían sus ranchos, cortaban los árboles y dispersaban el ganado, "como en semejantes casos se acostumbra", para evitar que regresasen. Los desalojados -muchas veces pueblos enteros- solían instalarse en otros terrenos, de los que eran expulsados una y otra vez. En otros casos no perdían su tierra pero, para evitar el desalojo, debían quedar en situación de dependencia, en calidad de arrendatarios, medieros, puesteros, etc. del personaje que absorbió sus campos; otros se convirtieron en peones de estancia o pasaron a formar parte de ese sector marginal dedicado al hurto y al comercio de contrabando del ganado.

En Venezuela, como en la Banda Oriental, la Real Instrucción de 1754 contribuyó a acelerar la apropiación privada de la tierra, facultando a la Audiencia para intervenir en los pleitos sobre tierras, verificando los títulos de posesión para refrendarlos -Si existían-, para obtener una compensación en dinero si la ocupación excedía lo que los títulos indicaban, o para recuperarla si éstos faltaban, con intención de pasarla a manos privadas nuevamente. En tales circunstancias, el latifundio no encontraba obstáculos en Venezuela, a pesar de los reclamos de los llamados "gobernadores progresistas" de Guayana -como Manuel Centurión- de mediados del siglo XVIII. El desarrollo de una línea antilatifundista no prendió en los demás funcionarios coloniales y menos aun en la Corona, que no sentía la amenaza que le obligara a pensar en un poblamiento urgente como ocurría en el norte de la Banda Oriental.

La aristocracia mantuana, por diversas causas -entre ellas la caída en las exportaciones del cacao que se dio en la segunda mitad del siglo XVIII y el techo que alcanzó el consumo de este producto en la metrópoli- pretendió extender su control hacia un nuevo renglón exportable: la ganadería. Ya vimos que en la zona de los Llanos se fueron formando grandes latifundios pastoriles pero, éstos distaban mucho de poder controlar la extensa región con su alto número de cabezas de ganado. Contra ello conspiraba no sólo la inmensidad del terreno, sino principalmente la población indígena, negra y mestiza que habitaba los Llanos y que basaba su subsistencia en el disfrute de ese bien sin dueño.

 

La acción de las masas rurales: formación y evolución de los frentes antagónicos.

En el panorama general de los movimientos de independencia hispanoamericanos, cuyo impulso inicial partió en casi todas partes de las elites criollas de las capitales, el levantamiento oriental encabezado por Artigas constituyó un alzamiento esencialmente rural. Este sello de originalidad fue uno de los principales factores para el surgimiento de los planteos radicales que caracterizaron este proceso.

A poco de constituida la Junta de Mayo en Buenos Aires, los elementos regentistas liderados por el jefe del Apostadero Naval, José de Salazar, organizaron la reacción obligando a los pueblos de la Banda Oriental a prestar subordinación a las autoridades de Montevideo. La declaración de guerra a la Junta porteña, dictada por el recién llegado virrey Francisco Javier de Elío a principios de 1811, fue el detonante del estallido rural. Luego de algunas acciones aisladas, Artigas emitió el 11 de abril su primera proclama, "la Admirable Alarma", que daba impulso a la insurgencia de la campaña oriental. Poco después, la victoria de Las Piedras, empujaba al poder español tras los muros de Montevideo, dando comienzo al sitio.

Desde su campamento de Purificación, Artigas impulsó con gran fuerza la reorganización de la provincia, tras el estado ruinoso en que la había sumido la guerra. Dentro de un conjunto de medidas económicas que se adoptaron, el marcado contenido social de algunas de ellas, especialmente el Reglamento Provisorio, generó una nueva crisis entre las clases altas montevideanas y el "jefe de los Orientales". Los grandes hacendados y comerciantes de la ciudad, no estaban dispuestos a hipotecar sus intereses en defensa de la revolución. El antagonismo que se venía gestando paulatinamente, tomó entonces forma abierta. Es así como este patriciado, que había comenzado a sentirse más cercano a la causa porteña desde 1814, abrirá ahora desembozadamente las puertas de Montevideo al invasor portugués.

En Venezuela, el movimiento de abril de 1810 que dio origen al establecimiento de la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, fue obra exclusiva del mantuanaje caraqueño.

La actitud de los pardos ante los primeros episodios de la guerra también favoreció a los realistas como reacción a la aristocracia criolla republicana. La Primera República, si bien había prohibido la degradación legal de aquel mayoritario sector de la sociedad, lo mantenía excluido de la participación política a través de la aplicación del sufragio censitario basado en la propiedad raíz. Además, el odio de casta había arraigado en la sociedad venezolana colonial y la oposición constante de los mantuanos al ascenso social de los pardos, había quedado grabada para siempre en éstos.

El obsesivo interés del mantuanaje por el mantenimiento del orden social, tuvo mucho que ver en la caída de la Primera República y en el triunfo de Monteverde. Los " señores del cacao" veían con pánico la posibilidad de que el fermento y la inquietud -cada vez más violenta- de sus esclavos, culminase en una réplica de los episodios haitianos que recordaban con alarma. En estas circunstancias, la figura de un Monteverde pacificador y restaurador de la autoridad y del orden, que habían sido subvertidos por una revolución que parecía condenada al fracaso, fue ganando cada vez más la adhesión interesada de la fracción más conservadora de los terratenientes criollos. Minado así el frente revolucionario, el jefe realista encontró pocos obstáculos para capitalizar el descontento de muchos negros y pardos que vieron frustradas sus esperanzas ante la represiva legislación social llevada a cabo por los hombres del gobierno republicano.

Sin embargo, la entrada de Monteverde en Caracas no significó ventaja alguna para los estratos más bajos de la sociedad. La ilusión de libertad, seguía siendo sólo eso para los esclavos que, de este modo, no opusieron resistencia a la "Campaña Admirable" de Bolívar ni a la instauración de la Segunda República.

La guerra, que se fue extendiendo, movilizó a la sociedad agudizándo las tensiones preexistentes y abarcando a los distintos sectores sociales, aunque cada uno conservaba sus propios intereses. Por un lado, los criollos mantuanos luchaban por el control exclusivo del poder político y por el mantenimiento del statu quo social que los favorecía. En el bando opuesto, los peninsulares que propiciaban la vuelta al antiguo régimen. Por último, los esclavos que libraban una desorganizada batalla por su libertad y los pardos que hacían otro tanto en busca de la igualdad con los criollos blancos.

No obstante, el accionar espontáneo, interesado e independiente de los sectores populares venezolanos -que no garantizaba su fidelidad a una causa política demasiado etérea- encontró un matiz diferencial en los Llanos, donde un joven asturiano llamado José Tomás Boves, consiguió organizar y movilizar por dos largos años (hasta su muerte), a las masas llaneras en favor de la contrarrevolución, poniendo punto final al efímero proceso de la Segunda República. Meses más tarde, la llegada de la expedición de Morillo, consolidaba la reconquista del territorio venezolano en beneficio del restaurado absolutismo español.

Los jefes movilizadores

En el caso de Artigas, hallamos una peculiar dualidad en su situación dentro de la sociedad oriental. Ese rol dual se conformó, debido en parte a su origen social y en parte a las actividades que desplegó previamente a la revolución. Lo fundamental fue que le abrió la posibilidad de entrar en contacto con los diversos estratos sociales, sobre todo rurales, conocer la problemática de cada uno de ellos, y elaborar las bases esenciales del proyecto que intentó plasmar en años posteriores.

Artigas heredó el prestigio social que implicaba ser nieto de uno de los fundadores de Montevideo, poseer una considerable extensión de tierras y llevar una tradición familiar de distintos cargos administrativos; su apellido tenía un lugar respetable en la vida social montevideana. Siendo el ámbito rural su hábitat: casi permanente, las actividades ganaderas y el comercio de contrabando que ejerció en la frontera durante veinte años, le proporcionaron un conocimiento cabal del medio geográfico, de los hombres a los cuales dirigía y de los problemas y necesidades que allí se vivían. A la vez, comenzó a adquirir fama en el medio rural por su capacidad de manejo de los habitantes de la campaña, en especial de los marginales.

Por todos estos antecedentes, los grandes hacendados, incluso los residentes en Montevideo, vieron en Artigas -a pesar de la práctica ilegal que ejerciera- al hombre indicado para concretar su unánime y permanente propósito de mantener el orden y la seguridad de sus bienes y personas en la campaña, es decir, para combatir el bandolerismo y el contrabando. Así, pasó a actuar al servicio del gobierno colonial como oficial de Blandengues -cuerpo militar creado específicamente para desarrollar los objetivos de los estancieros- y, por lo tanto, a ser el principal aliado de éstos en la defensa de sus intereses. Ese acuerdo se afianzó, manteniendo su vigencia ya iniciada la revolución.

Desde los cargos militares que Artigas ocupó, continuó acrecentando su prestigio entre los moradores rurales y a la vez ahondando en los conflictos existentes, sobre todo los relativos a la tierra; así descubrió “los vínculos entre los problemas demasiado evidentes de la economía rural de la Banda Oriental y las peculiaridades de la distribución de la tierra...” En este sentido, e imbuido del pensamiento de algunos funcionarios reformistas con los que tuvo contacto, no permaneció pasivo. En varias oportunidades, y en especial junto a Azara en la frontera norte, se abocó al reparto de tierras realengas: los beneficiarios fueron familias desposeídas por grandes propietarios, algunos indios y "hombres sueltos" que quisiesen poblar.

En otras palabras, Artigas, que ya era respetado en Montevideo por sus antecedentes familiares, por motivos muy distintos ganó la confianza de los más importantes hacendados y un enorme prestigio entre los estratos medios y bajos de la campaña. Esto nos permite explicar el hecho fundamental de que haya podido actuar, al comenzar la revolución, como una "fuerza catalizadora" y emerger como jefe de los orientales.

José Tomás Boves llegó como marinero a Venezuela a fines del siglo XVIII cuando apenas contaba con quince años de edad. Al poco tiempo, fue apresado por contrabandista y condenado a prisión en el Castillo de Puerto Cabello, condena que le fue conmutada por confinamiento al pueblo de Calabozo, en los Llanos venezolanos. Allí, consiguió organizarse y prosperar como pulpero y traficante de caballos, que compraba a los indios y a los demás moradores de la región. A pesar de la cierta riqueza que consiguió, fue sistemáticamente rechazado por la oligarquía mantuana de Calabozo que consideraba demasiado vil su oficio de pulpero.

Testigos de la época señalan la adhesión manifiesta de Boves a los episodios de abril de 1810 y su interés por dirigir la resistencia de Calabozo al avance de las fuerzas de Monteverde. Pero su carácter de español levantó sospechas entre los criollos que lo apresaron. Liberado por las tropas realistas, se unió a Monteverde, quien en diciembre de 1812 -luego de la sangrienta toma de San Juan de los Morros, bautismo de fuego de Boves- lo designó comandante militar de Calabozo. Comenzaba así, la veloz carrera de quien será el más temible enemigo de los republicanos y la principal carta de triunfo del realismo en Venezuela, hasta diciembre del año 1814.

Boves -esta es nuestra hipótesis- solamente fue un caudillo emergente que consiguió conducir la resistencia de los habitantes de los Llanos que se había manifestado espontáneamente, antes de su acción, con la forma de una primitiva reacción plasmada en la organización de "bandas de ladrones" que, como ya señalamos, representaba el intento -más o menos consciente- de las masas llaneras de defender su modus vivendi. El asturiano fue a nuestro entender, fundamentalmente, un líder natural favorecido por las condiciones socioeconómicas de los llaneros, de los que supo granjearse el respeto y la estima a través de relaciones comerciales ilegales desde el punto de vista del poder institucionalizado en Caracas, pero legítimas (y sin trampas) desde la perspectiva del hombre de los Llanos.

 

Aspectos esenciales de la participación de las masas rurales

Sabemos que la campaña oriental adhirió inmediata y unánimemente a la revolución, y más aun, que la "Admirable Alarma" partió de ella. Lo que se quiere plantear en este punto es por qué las masas rurales se volcaron decididamente a la revolución.

Hemos visto que durante el período colonial los sectores medios y bajos protagonizaron un proceso ininterrumpido de lucha por obtener acceso a la tierra frente a las pretensiones de los grandes hacendados; la resistencia de los pobladores u ocupantes fue tenaz y constante, y persistía con toda firmeza al iniciarse la revolución: litigios sin resolución, expulsiones, arbitrariedades, seguían a la orden del día. El reclamo de suertes de estancia continuaba siendo una reivindicación primordial. A la vez, reiteramos, se conocía en la campaña la obra del sector de burócratas progresistas que intentaba modificar el sistema de tenencia de la tierra a través de una mayor distribución. Por otra parte, Artigas reunió en su persona ciertos elementos que, vistos dentro de este contexto, resultaron claves: decidido partidario de la línea antilatifundista, el hecho de haber convivido durante años con las capas sociales afectadas por la carencia de tierras, y su acción efectiva al respecto previa a la revolución, le proporcionaron ante aquéllas una imagen de confiabilidad y prestigio muy destacable: Artigas representaba, en cuanto a la tierra, la culminación de los esfuerzos anteriores -más aún, un avance- y, por sus características personales y ubicación social, el que tenía mayores posibilidades de obtener cambios concretos.

Cuando Artigas accedió al poder efectivo de la Banda Oriental a principios de 1815, uno de los puntos fundamentales de su acción radicó en su preocupación por los problemas de la campaña y, dentro de éstos, por los relativos a la tenencia de la tierra. Para que las existencias ganaderas dejaran de ser depredadas, era necesario reubicar a los que habían sido poseedores -ocupantes o propietarios- asistiendo a sus reclamos, más todavía, era imprescindible asentar a los "hombres sueltos", convirtiéndolos en productores. Consecuentemente, Artigas comenzó a arbitrar en los litigios existentes y a atender los pedidos de los vecinos de los pueblos rurales. De esta forma, los conflictos por la tierra cobraron nuevo e inusitado vigor; fueron desde entonces mucho más intensos porque los despojados por primera vez contaban con una autoridad de peso y verdaderamente efectiva que defendiera sus intereses. La resistencia se centró ahora en el núcleo terrateniente, que se negaba a aceptar la división o distribución de trozos de sus campos; desde Montevideo intentaron proseguir con los desalojos anteriores y expulsar a los que ahora se estaban asentando avalados por la autoridad del Cuartel de Purificación.

Los primeros repartos efectuados en 1815 se hicieron sobre la base de tierras fiscales y de aquéllas pertenecientes a los españoles que debieron emigrar forzosamente. Los destinatarios fueron pequeños hacendados particulares o vecinos de diversos pueblos -Víboras, Carmen, Porongos, Rosario- que, junto con los terrenos indispensables, lograron obtener fundación oficial. Por su parte, los altos sectores criollos montevideanos procuraron por todos los medios que esas tierras de emigrados no pasaran a otras manos que a las propias.

Finalmente, estas contradicciones afloraron en toda su agudeza con la aparición del Reglamento Provisorio, en setiembre de 1815, principal instrumento de la acción artiguista en la campaña. Este documento establecía la distribución de terrenos a "los Sujetos dignos de esta gracia, con prevención que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia los Negros Libres, los Sambos de esta clase, los Indios y los Criollos pobres todos podrán ser agraciados en Suertes de Estancia ( ... )". Tal declaración implicaba una oposición frontal entre los latifundistas y el núcleo seguidor de Artigas. Este no era opuesto a la gran propiedad en sí misma sino en cuanto impedía los repartos y que, por ende, impedía el arreglo de la riqueza pecuaria, base de la economía oriental. Pero los terratenientes no podían ver con buenos ojos -aún estando de acuerdo con Artigas en el propósito ordenador final- esos métodos que iban claramente en contra de sus intereses inmediatos.

La reacción de los sectores populares frente a la consigna artiguista -en esos años en que la coyuntura política les permitió tener cierto grado de decisión- fue coherente con sus anteriores actitudes. Se unieron a una propuesta que les brindaba la posibilidad de un cambio. Esto no implica decir que Artigas les haya prometido tierras a cambio de su movilización, pero el reparto estaba implícito en su proyecto global. En relación al Reglamento, la respuesta fue rápida y concreta: en primer lugar los que habían vivido anteriores experiencias de posesión y luego otros subgrupos comenzaron a ocupar los campos que, de acuerdo al texto de aquel documento, eran distribuibles: "todos aquellos de Emigrados, malos Europeos y peores Americanos que hasta la fecha no se hallen indultados por el Jefe de la Provincia para poseer sus antiguas propiedades". Algunos reocuparon los mismos lugares de donde habían sido expulsados; otros, que habían quedado en calidad de arrendatarios, medieros, etc., se consideraron desde entonces dueños de las tierras que usufructuaban. Pero pronto comenzaron a tomar posesión de otros terrenos no considerados repartibles por el Reglamento: no ya los españoles u otros enemigos políticos sino también los terratenientes patriotas (quienes en definitiva eran tan opuestos a la redistribución como aquéllos) "se hallaron incapaces de defender sus campos del poblamiento de los paisanos pobres que comenzaron a edificar sus estancias de acuerdo a las prescripciones del Reglamento". Todo este proceso fue espontáneo y marcó el rasgo de mayor originalidad en relación a la participación de las masas rurales en la Banda Oriental: éstas defendieron activamente sus intereses, sin esperar que todo proviniera de su líder. Por su propia iniciativa decidieron establecerse en campos inicialmente no pasibles de distribución.

A pesar del contraataque desplegado por los latifundistas a través del Cabildo de Montevideo, el Reglamento continuó aplicándose: esta vez los reocupantes no acataron las órdenes de desalojo emanadas, en última instancia, de los terratenientes, los cuales debieron retroceder en más de una oportunidad, hasta que la invasión portuguesa de 1816 y el posterior alejamiento de Artigas, determinaron la ruptura de este proceso agrario. Los gobiernos posteriores se encargaron de eliminar las últimas huellas del artiguismo en la campaña oriental.

En el caso venezolano, la movilización llanera contrarrevolucionaria que se dio a partir del accionar de Boves respondió a diversas causas entre las cuales las que obedecieron a la personalidad del asturiano quedan minimizadas en relación a factores más profundos, que surgen de la estructura de una sociedad plagada de conflictos y de tensiones, que hasta el estallido de las guerras pudieron ser, en mayor o en menor medida, controlados.

Según la Gaceta de Caracas, órgano oficial del gobierno republicano, los llaneros seguían a Boves por la atracción que el reparto del botín tomado a los patriotas implicaba: "No es nada extraño ver en estos extensos territorios partidas de salteadores que sin opinión alguna, y solo con el deseo de vivir del pillaje, se reúnan en grupos, y sigan al primer caudillo que les ofrezca el botín del pueblo en donde despojen a sus habitantes de su propiedad. Tal es la causa de que Boves, y otros bandidos de esta especie hayan podido reunir multitud de esta misma gente que halla su utilidad en la vida vagabunda, en el robo, y en los asesinatos".

Pero, de todas formas, el reparto de botín fue una práctica generalizada tanto en el bando realista como en el patriota, como lo demuestra Carrera Damas y como confirmamos en el siguiente párrafo extraído de la misma Gaceta de Caracas, que reproduce parte de una carta de un oficial republicano: "Nuestra caballería varió de cabalgadura, y aun la tropa vendía mulas y caballos de los que había tomado al enemigo. El botín fue inmenso. Tomarían los soldados más de 000mil (sic) pesos en géneros, dineros y equipajes. Había soldado que tenía más de 50 onzas de oro. Uno regaló a su alférez unas hebillas de oro, un reloj, y cuatro onzas".

Queda pues sin explicar el porqué de la adhesión llanera a Boves -y no a las filas republicanas- y por tanto desestimada como causa única o fundamental la sostenida por la Gaceta y por sus continuadores de ayer y de hoy.

La organización permisiva del ejército de Boves, en contraposición a la jerarquización militar republicana, es otro argumento que aparece en la historiografía que trata el tema para explicar la actitud de las masas llaneras contrarrevolucionarias, como también el fomento del odio racial por parte del asturiano entre sus tropas y las promesas de libertad a los esclavos. A nuestro entender, la organización permisiva del ejército de Boves fue sólo una consecuencia, más que una causa, de la forma que adquirió la movilización llanera principalmente por su espontaneidad de reclutamiento. El fomento del odio racial constituyó un instrumento movilizante -utilizado por los realistas con mucho mayor éxito que por los republicanos- que tenía raíces profundas en la opresión económica (y consecuentemente social) a que estaban expuestos los sectores populares venezolanos. En cuanto a los efectos de las promesas de libertad para los esclavos, que ambos bandos hicieron, es comprensible que tuviese mayor aceptación la propuesta de Boves que la de aquellos que se perjudicaban con las manumisiones, o sea los propietarios de esclavos.

Respecto a esto último, los comunicados de la Gaceta de Caracas, de mediados del año 1814, no dejan de expresar su preocupación: "Boves ha levantado toda la esclavitud de los Llanos. Boves los ha hecho militar, y con la pretendida libertad, los ha hecho cometer los actos más atroces, y los asesinatos más inicuos".

El éxito alcanzado por Boves con los esclavos -que la Gaceta intentaba luego presentar como fruto del reclutamiento forzoso- respondía fundamentalmente al odio por largo tiempo contenido, resultante de años de sometimiento impuesto a los negros por sus amos mantuanos trocados en republicanos revolucionarios. Además, no debemos olvidar que antes de las guerras de independencia los esclavos fugitivos intentaban asegurar su libertad en los Llanos, donde pasaban a integrar las masas volantes que serían movilizadas por el asturiano. De este modo seguramente veían los esclavos en el ejército de Boves, formado por muchos negros de igual origen, la garantía de liberación que anhelaban.

Sin embargo, si así explicamos las causas del apoyo de los esclavos a Boves, nos resta desentrañar el porqué de la movilización de los llaneros, es decir, la población negra, mestiza e india que recorría libremente los Llanos. Estos, como vimos, respondieron al avance mantuano -con la intención de monopolizar el disfrute del ganado que abundaba en la zona- organizándose en "bandas de ladrones". (La idea de tomarme el trabajo de transcribir todo el texto es para que puedas acceder al material de estudio de manera gratuita, hacé el esfuerzo y seguí la cadena: topbirra@yahoo.com.ar) Esta circunstancia, como también sus buenas relaciones con la población marginal basada en el tráfico que realizaba y la comandancia con que fue investido, sirvió a Boves para la eficaz manipulación de las masas llaneras, que en número mayor de 7.000 integraron su ejército.

El objetivo principal de éstas, como ya se ha dicho, era más o menos implícitamente, defender una forma de vida sustentada en el aprovechamiento del ganado que les daba alimento y permitía el establecimiento de un circuito comercial marginal de cueros y sebo. Interpretada así la reacción llanera, los demás argumentos que se dan adquieren la dimensión que les corresponde.

El avance mantuano sobre la zona de los Llanos no sólo apuntaba al control y explotación del ganado cimarrón, sino que además pretendía monopolizar la tierra de pastoreo, para incorporar la región marginal a la economía caraqueña, obligando a su vez a sus habitantes a ingresar en un mercado semilibre de trabajo. En tal sentido, la oligarquía criolla que estableció la primera república se esforzó por crear la legislación pertinente que especificara los mecanismos básicos para efectivizar su dominación. Así aparecieron las ordenanzas de Llanos que intentaban terminar con lo que el poder criollo institucionalizado denominaba abigeato. De este modo, la reacción llanera instrumentada, por Boves implicaba a su vez la defensa de un territorio que las masas rurales sentían como propio y que las Ordenanzas pretendían arrebatarle.

 

La  revolución y la legislación sobre tierras en ambas regiones

El mantuanaje venezolano se caracterizó por su intención de detentar un poder casi omnímodo sobre los demás sectores de la sociedad. La economía de plantación basada en la mano de obra esclava y el fuerte contenido racial inserto en la estructura social de Vezuela, fueron las premisas básicas que permitieron a los blancos mantuanos afianzarse como un núcleo homogéneo y poderoso desde la segunda mitad del siglo XVIII.

Pese a todo, la Cotona española significaba un estorbo para las apetencias políticas -y en parte también económicas- de esta elite que realizó la revolución aprovechando la coyuntura europea favorable, independizándose al poco tiempo de una metrópoli sumamente debilitada por la invasión napoleónica. La Primera República, así instalada, dio origen a un cuerpo legal que simbolizó cabalmente los objetivos de los mantuanos, de dominio efectivo sobre los Llanos que -por causas que señalamos más arriba-, no habían podido integrar en plenitud a la economía centralizada en Caracas. De esta forma surgieron las "Ordenanzas de Llanos de la provincia de Caracas", expresión jurídica de su avance sobre la región.

Estas Ordenanzas tuvieron como principal objetivo consolidar la gran propiedad ganadera, para lo cual debían terminar con el circuito comercial marginal de cueros y sebos, practicado por los llaneros, poniendo en práctica una serie de disposiciones tendientes a controlar la principal riqueza de la zona. Los artículos que ofrecen mayor interés son los que se refieren a los mecanismos para vincular el ganado a la tierra, y los que regulan la vida de la "gente libre" que habitaba en estas comarcas.

Con relación al primero de los aspectos señalados, quedó claramente estipulado que sólo podían gozar del llamado "derecho de opinión", es decir, el derecho a la hierra de becerros orejanos y bestias mostrencas, los criadores que herrasen más de doscientos animales, que poseyeran una extensión de tierra superior a dos leguas o que acreditasen una antigüedad en la fundación del hato no inferior a los cuatro años.

A diferencia del Reglamento Provisorio artiguista, las Ordenanzas de Llanos no ofrecían absolutamente nada a las masas rurales. No existe en aquéllas la intención de asentar como dueños de la tierra a los llaneros, para que dejasen de depredar la riqueza ganadera, dándoles como única alternativa el ingreso a un mercado semilibre de trabajo, organizado por sus enemigos de casta.

El Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de su Campaña y Seguridad de sus Hacendados, puede analizarse con claridad siguiendo el esquema establecido por Edrnundo Narancio. Los primeros artículos se ocupan de la división territorial de la campaña y la organización administrativa y judicial de la misma, atribuyéndose al Alcalde Provincial la facultad de distribuir y velar sobre la tranquilidad del vecindario, dándosele la posibilidad de instituir tres subtenientes de campaña y jueces Pedáneos para mejor ejecutar las medidas adoptadas.

Estas funciones se complementaban con la creación de la Policía de Campaña, especificada en la parte final del articulado, con el fin de combatir el contrabando hacia Brasil. Se establecía asimismo la exigencia de la papeleta de trabajo a los peones, que debería ser proporcionada por los hacendados que los tuvieran en conchabo.

Resaltando notoriamente, aparece el gran cuerpo central de la ley agraria, que comprende casi la mitad de su articulado, destinado a fijar las normas para la distribución de la tierra. Este núcleo fundamental del Reglamento, determinaba los mecanismos que establecían de quién se tomaba la tierra y a quiénes se daba, las condiciones que debían reunir los terrenos y los procedimientos para obtenerlos, las formas de poblamiento y los derechos, obligaciones y limitaciones de los poseedores. Ya se ha destacado más arriba el sentido de igualdad social puesto de manifiesto al establecer prioridades para los adjudicatarios, favoreciendo a los sectores desposeídos.

Está presente también la necesidad de reactivación económica de la campaña, profundamente deteriorada por la guerra, arraigando en ella a los pobladores sin asiento, al establecer de inmediato la condición indispensable para obtener y usufructuar los terrenos: " ... si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y la de la provincia". El efecto de las circunstancias de la guerra se visualiza claramente en la creación de un derecho revolucionario que establecía el origen de las tierras a distribuir, poniendo en primer término, en cuanto a terrenos repartibles, los de "aquellos malos europeos y peores americanos" que no hubieran recibido indulto. Si bien hemos visto que el programa artiguista tuvo cierta continuidad con los planes reformistas de la última etapa colonial, en los cuales Artigas mismo participó y formó sus convicciones originales, es evidente que en el Reglamento el derecho de propiedad aparece ligado a la justicia revolucionaria.

En síntesis, pensamos que el conjunto del Reglamento tiende a expresar el papel de nexo cumplido por Artigas dentro del frente revolucionario. Se consagraba el principio fundamental de la igualdad social, contemplando la situación de los desposeídos y de todos los que necesitaban protección y estímulo. Por otra parte, se tenía en cuenta la seguridad reclamada premiosamente por los hacendados -con los que Artigas no rompió hasta el fin del proceso- estableciendo el rubro "policía de campaña" que, entre otras cosas, obligaba a los peones a contar con la papeleta de trabajo para eludir el calificativo de "vago".

Los que sí tomaron distancia con respecto a Artigas, fueron los grandes estancieros y los sectores altos en general, como muy bien lo expresa Real de Azúa: "Es seguro que las características que el artiguismo aportaba: desorden inmediato, irrupción física del campo en la ciudad, política agraria, presencia de las clases desposeídas, alardes igualitarios, tuvo que distanciar al patriciado montevideano del Jefe de los Orientales y preparar la hostilidad que siguió".

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