EL SENTIMIENTO COMO MEMORIA Y LO EMOCIONAL COMO SENTIDO

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Hugo Marietan

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La hipótesis a demostrar en este trabajo es que el sentimiento es, en esencia, un tipo de memoria, y que la emoción se manifiesta como un patrón de respuestas también relacionado con la memoria.

La emoción es la respuesta a un estímulo, que puede ser externo o interno.

Estímulo externo: es el que proviene del mundo que nos rodea, al cual reaccionamos con miedo, alegría o ira.

Estímulo interno: es aquel que se produce al imaginarnos alguna situación agradable o desagradable.

Llamamos "reacción emocional" a la vivencia interna de conmoción en nuestro organismo. Por conmoción entendemos la vivencia particular de movimiento interno, la vivencia de que "algo nos pasó". A esta vivencia se le agrega la valoración de agradable o desagradable.

 

La sensación y su resonancia tímica

Denominamos "sensación" a la información de que un estímulo ha llegado a uno de nuestros sentidos; por ejemplo, la sensación de un aroma en nuestra nariz. Ese estímulo es decodificado en ciertas áreas cerebrales, que recogen esa información de olor y recurren a los almacenes de la memoria para identificarlo. Es decir que en esta segunda etapa el proceso es de identificación. Gracias a él podemos comprobar que lo que nuestra nariz ha sentido es un estímulo compatible con lo que hemos almacenado y reconocemos como "olor a...". Denominamos "percepción" a este segundo paso, a esta etapa donde se lleva a cabo la identificación del estímulo.

Existe una tercera etapa que consiste en determinar la resonancia tímica, la resonancia de agrado o desagrado de esa sensación de estímulo de la nariz, y que identificamos por ejemplo como perfume a lavanda.

Evidentemente, esa decodificación de agrado o desagrado corresponde también a los almacenes de memoria, por vivencias anteriores ante circunstancias estimulantes similares.

La repetición de este mecanismo de estímulo, sensación, percepción, vivencia de agrado o desagrado, es aprendida por el individuo y llega a conclusiones como por ejemplo "A mí me gusta el aroma a lavanda". Es decir, el estímulo produce la sensación de un olor; la percepción de lavanda y la valoración de agrado o desagrado, corresponde simplemente a una decodificación del almacén de la memoria sobre esos gustos.

La repetición, y por lo tanto el refuerzo de esta experiencia, fija nuestro gusto, y así podemos llegar, en un momento determinado, a tener una inclinación, una tendencia a elegir entre un perfume a lavanda y uno de pino.

Es decir, que las vivencias van estableciendo condicionamientos para evitar las experiencias desagradables y repetir las placenteras. Cuando nosotros decimos: "Me gusta el olor a lavanda", estamos apelando a nuestra memoria. Ya "sabemos" que la vivencia de oler lavanda nos produce placer.

 

La emoción y los dos tipos básicos de memoria

La vivencia de conmoción interna, a la que llamamos "emoción", también responde a un patrón de memoria.

Las emociones básicas, que son el miedo, la ira y la alegría, responden a dos tipos básicos de memoria:

1) La memoria de especie o filogenética, y

2) La memoria biográfica.

La memoria filogenética es aquella donde la especie ha incorporado, por ejemplo, los elementos que le son peligrosos, como puede ser el miedo a perder la base de sustentación. Esto lo señala Piaget con experimentos en bebés, a quienes colocaba sobre una mesa e instintivamente no avanzaban más allá del perímetro. También los niños que son suspendidos en el aire manifiestan terror. El hecho de que este miedo sea sentido por cualquiera, es decir, sea universal, nos indica que ya lo tenemos incorporado filogenéticamente en nuestra memoria de la especie: este patrón de respuestas desencadenadas ante la proximidad de un precipicio correspondería a un programa heredado.

Otros miedos aprendidos tempranamente, como es el miedo a las serpientes (filogenético para algunos autores), parecen universales. Cualquiera, ante la presencia de una víbora, se conmociona, tiene la vivencia de un movimiento interno desagradable que decodifica como miedo. Esto se refiere a la Gestalt de la víbora, es decir, a la imagen global de la misma. Cualquiera, un niño o un adulto que no tenga conocimiento sobre estos animales tendrá el mismo pavor ante una víbora peligrosa que ante una inofensiva. Solamente quienes han aprendido a diferenciar unas de otras pueden eliminar ese miedo, es decir, los que realizan un reaprendizaje del aprendizaje básico. Así, son considerados por el resto de la especie como motivo de atracción o de asombro, como aquel que ha superado ese miedo básico. Un ejemplo de esto lo tenemos en los vendedores en las plazas que se colocan una boa alrededor del cuello para llamar la atención.

También existen alegrías universales o motivos de ira universales. Todo esto correspondería a la memoria de la especie.

La memoria biográfica nos permite reaccionar emocionalmente ante aquello que para nosotros tiene un significado, y está íntimamente relacionado con nuestra vida.

Por ejemplo: dos personas presencian la llegada de una visita. Una de ellas, que desconoce al visitante, sólo observará que se trata de una persona de alrededor de sesenta años, canoso, gordo, ya que no lo tiene registrado significativamente en su biografía. En cambio, la otra persona puede reaccionar emocionalmente ante la presencia del visitante, en caso de que sea su padre. Las dos personas perciben lo mismo, pero la significación de esa percepción es totalmente distinta en uno que en otro. En uno, provoca una vivencia cercana a la indiferencia y en el otro, de agrado.

La diferencia entre uno y otro es simplemente una relación de memoria. Uno de ellos está conmovido por todas las vivencias que ha tenido con su padre a lo largo de su vida; desde su infancia ha aprendido que la presencia de esa persona le produce placer, agrado. O bien que la resultante entre las vivencias de agrado y las de desagrado determina una tendencia hacia el agrado.

 

De la reacción emocional al sentimiento como memoria

Esta vivencia emocional primaria de agrado que se repite y, como dirían los conductistas, que se refuerza al repetirse, forma un engrama, un sistema de respuestas a ese mismo estímulo, es decir, se realiza un aprendizaje de respuestas de tal forma que, ante la repetición del estímulo, tenemos respuestas parecidas.

Proponemos llamar "sentimiento" a este sistema de respuestas incorporado a nuestra memoria, que tiene la característica de perdurar y de ser estable.

Por ejemplo, si sabemos que va a venir nuestro padre, sabremos también que nos vamos a poner contentos. Nuestra memoria nos indica que, ante ese estímulo, vamos a tener una serie de respuestas vivenciadas como agradables. Es decir que poseemos memoria del estímulo y memoria de las respuestas a ese estímulo.

Llamamos "sentimiento" a este par incorporado a nuestra memoria y lo expresamos como "Yo quiero a mi padre", es decir, su presencia me produce agrado, placer, apego, me conmociona internamente de manera agradable.

 

La búsqueda de lo placentero

Experiencias realizadas con ratas a las que le han colocado electrodos en el área septal, área anatómica que produce placer, han demostrado que la rata busca reiterar el estímulo que lo produce. Inclusive, algunas dejan de comer en función de autoestimularse constantemente, y hasta pierden la vida por eso. La vivencia de placer produce tendencia a buscarlo, la necesidad de vivenciarlo, quererlo.

El recuerdo de la situación placentera nos induce a reproducirla, nos crea una necesidad.

De la misma manera, la vivencia de desagrado nos aleja del estímulo, lo rechazamos, no lo queremos.

Se conoce desde siempre el impedir que el estímulo agradable se repita para evitar la formación del sentimiento. Por ejemplo, se recomienda a una madre que tiene la intención de desligarse de su hijo después de nacer, que no lo vea, que apenas nazca se lo lleven y no lo vea nunca más, para evitar la emoción repetitiva, placentera, que le produce el hijo. Lo que le están aconsejando es no recibir estímulos, no formar el engrama, la memoria, no tener un sentimiento.

De la misma forma, se sabe que a un hijo adoptivo lo mejor es adoptarlo durante los primeros meses de vida, cuando el chico no ha incorporado plenamente la imagen materna. Entonces puede recibir las vivencias de agrado a partir de la madre adoptiva, y el sentimiento de cariño, el sentimiento de amor hacia la madre se va a formar hacia la madre adoptiva y no hacia ese ser desconocido no recordado que biológicamente es su madre.

Otro elemento a nivel popular que determina este conocimiento intuitivo del sentimiento como memoria queda expresado en las palabras de dos personas que se aman, por ejemplo, cuando uno le dice al otro: "No me olvides", "Recuérdame", "Extráñame", que son todas apelaciones a la memoria.

También ante un amor no correspondido: "Debo olvidarla", como sinónimo de "Debo dejar de quererla", o "No voy a recibir más ese estímulo placentero y voy a borrar de mi memoria todo ese patrón de respuestas emocionales que me producía".

Otro consejo popular: "Si quieres olvidar a una persona, haz un viaje, pon distancia", o sea, no la veas más, no recibas más su estímulo para evitar el desencadenamiento de ese patrón de respuestas agradables, que al no tener continuidad en el futuro, producirá frustración.

Otro ejemplo del sentimiento como memoria es el llamado "amor a la patria", que todos sabemos que se enseña a través de la repetición constante de los valores y símbolos impersonales. Se incorpora en el niño el sentimiento, por aprendizaje, de amor a la patria.

Es llamativa la versión que indica, por ejemplo, que en los hogares llamados "bien constituidos", es decir, donde se puede dar al niño un aprendizaje de amor, donde se le demuestra cariño, afecto, protección, el índice de delincuencia y drogadicción es menor. También tienen tendencia a formar familia con mayor frecuencia que los otros. Al parecer, el aprendizaje de la demostración de amor por parte del niño o niña, facilita luego la relación con el sexo opuesto, tendiente a formar una familia.

Esto se debe al aprendizaje de demostración del amor, es decir, tiene la información necesaria como para desreprimir el sentimiento base hereditario.

Para corroborar nuestra tesis, podemos citar un caso clínico: una paciente padece amnesia global, y no sólo desconoce a sus hijas, sino que además tampoco siente que las quiere. Ellas "ya no le significan nada", es decir, se han borrado de su memoria las experiencias placenteras repetidas y el aprendizaje de amor hacia sus hijas. Como consecuencia, el sentimiento desaparece.

También hay ejemplos en la práctica clínica que refuerzan el concepto de sentimiento como memoria: en el campo de la terapéutica existe un método llamado terapia electroconvulsiva (TEC) de aplicación empírica, es decir, que aún no se conocen exactamente las causas por las cuales actúa favorablemente para el paciente, sobre todo en el caso de depresiones profundas o personas muy angustiadas, o delirios muy intensos. La práctica ha demostrado que produce un real beneficio al paciente. Luego de un estado confusional pasajero y de una pérdida de la memoria que puede durar tres o cuatro meses —pérdida de la memoria selectiva para algunas cosas—, el paciente manifiesta que se siente mucho mejor, que sus ideas de suicidio ya no lo torturan, que esas vivencias de angustia han pasado.

Nos preguntamos ahora, desde el punto de vista que proponemos, en función de que los sentimientos son memoria, si no está aquí uno de los elementos beneficiosos del TEC.

Otro de los casos comprobados, ahora farmacológicamente, es la propiedad que tiene la benzodiazepina de producir alteraciones de la memoria anterógrada, tal es así que es utilizada, en dosis adecuadas, en los preoperatorios para borrar en el paciente las vivencias desagradables de los preparativos de la operación. Efectivamente, luego de la operación el paciente no recuerda lo que ha pasado.

Entonces aquí nos preguntamos si las benzodiazepinas producen una falta de impresión mnésica de los acontecimientos que están ocurriendo, y un borramiento leve de algunas de las memorias de las emociones y de los sentimientos.

Ante el enfrentamiento con una situación estresante que nos va a producir angustia, tomamos un sedante y podemos afrontar esa situación con menos angustia que si no lo hubiésemos tomado. ¿Qué pasó ahí? Este mecanismo también está presente en el alcohólico, que antes de afrontar una situación estresante toma una dosis de alcohol. ¿Qué hacen el alcohol o la benzodiazepina? ¿Borra la vivencia anticipatoria desagradable? ¿Al hacerlo, nos tranquiliza? Es decir, ¿actúan sobre la memoria de lo emocional o de los sentimientos?

Los psiquiatras tenemos en la experiencia clínica un cuadro que es muy frecuente en los alcohólicos, llamado síndrome de Korsakoff, donde la intoxicación repetida con alcohol produce una alteración neta y manifiesta en el sistema de la memoria. El paciente no puede recordar y además mantiene un estado de humor placentero como producto de la alteración del circuito Papez, entre otros.

Sabemos también que cuando se toma una dosis pequeña de alcohol, pero suficiente para provocar el primer grado de embriaguez, el "estar alegres" de la expresión popular, se siente una sensación placentera y de seguridad. ¿Qué hizo el alcohol aquí con el humor medio, de indiferencia o displacer, y con los sentimientos de inseguridad? ¿Actuó sobre la memoria emocional? ¿Borró la vivencia de anticipación de un posible peligro? ¿A qué se debe esa tranquilidad, ese humor placentero y esa sensación de seguridad que produce el alcohol en la primera fase de intoxicación? ¿Bloquea el alcohol un tipo de emoción?

En otro cuadro, en el cual se manifiesta una alteración de la memoria, es el síndrome de abstinencia de alcohol, el llamado "delirium tremens", donde hay una experiencia de angustia. ¿Qué mecanismos mnésicos se han liberado aquí, ante la falta de alcohol? ¿Qué mecanismos emocionales se han desreprimido?

A un obsesivo le preguntamos por qué realiza el rito, y el obsesivo nos contesta: "Si yo no hago este rito, me angustio". Es decir, tiene una vivencia interna desagradable, reacciona emocionalmente de manera displacentera.

El obsesivo sabe, tiene incorporadas en su memoria las vivencias desagradables, y también conoce la manera de neutralizarlas. O sea que tiene incorporadas en la memoria tanto la vivencia angustiosa como la que le va a aliviar la angustia.

¿Qué función cumple el rito que impide la aparición de la angustia? ¿No es el rito un contraaprendizaje? ¿Las benzodiazepinas y los antidepresivos son borradores de la memoria sentimental y emocional? ¿Son desensibilizadores que impiden la reacción emocional ante los mismos estímulos? ¿Son bloqueadores de la memoria o del programa emocional correspondiente a ese estímulo? ¿Por qué el paciente manifiesta estar tranquilo, no tener ya ese miedo y esa angustia? ¿Qué se bloqueó en estos casos? Sentimos tranquilidad cuando no estamos en alerta, cuando no vislumbramos un peligro, es decir, cuando tenemos la certeza de que no vamos a tener miedo.

 

La emoción como sentido

La respuesta emocional varía con la intensidad del estímulo. Estas respuestas, que son repetitivas, indican que existe un mecanismo automático; en consecuencia se incluye también la memoria, el programa.

Hemos demostrado que existen fundamentos para pensar que los llamados "sentimientos" (amor, odio), son memoria de emociones. La cuestión está entonces en preguntarse: ¿Qué es una emoción?

Ya dijimos cómo se manifiesta: lo hace a través de un programa de respuestas. Éste está condicionado tanto por la especie como por la biografía del individuo y por el temperamento. Dijimos también por qué nos conmocionamos, por qué tenemos incorporada una serie de emociones que reconocemos como sentimientos.

Pero, esencialmente, ¿qué es una emoción?

Los estudios neurobiológicos nos indican que existen áreas anatómicas que reproducen lo emocional. Por ejemplo, electrodos colocados en el área septal reproducen la reacción emocional que reconocemos como placer; electrodos colocados en la amígdala reproducen la emoción de ira. Por lo tanto tenemos localizadas áreas anatómicas, áreas emocionales. Sabemos que el sentido del olfato tiene una localización cerebral, el sentido auditivo también, al igual que el sentido del tacto.

¿Podemos decir, audazmente, que lo emocional es también un sentido?

En los sentidos también existe un par estímulo-respuesta que puede ser externo o interno, como ocurre en lo emocional.

Decimos "interno" porque la reproducción de un estímulo visual, táctil, gustativo, etcétera, puede llevarse a cabo durante el sueño, al igual que la reproducción de los estados emocionales. ¿Quién no ha tenido una pesadilla y no ha experimentado la emoción de miedo? ¿Cuántas veces nos enojamos si nos despiertan cuando tenemos un sueño placentero?

Aquí la emoción parte de un estímulo interno que tenemos almacenado en la memoria y se debe al desencadenamiento de un programa almacenado en ella.

Por ejemplo, el sueño de que entra un ladrón a nuestra casa es producto de nuestra imaginación, de representaciones, o sea de nuestros almacenes de la memoria, pero provoca también una reacción de miedo. Este patrón de respuesta de miedo también está almacenado en nuestra memoria, ya que es fácil comprender que externamente no está ocurriendo absolutamente nada. Si en ese momento nos despertamos, como lo hacemos habitualmente en algunas pesadillas o en los laboratorios de sueños, vamos a narrar una vivencia de miedo, de angustia.

 

Temperamento y sensibilidad

El temperamento que se hereda determina la sensibilidad de un individuo, es decir, la intensidad de la respuesta emocional ante un estímulo. Así, podemos diferenciar en la práctica cotidiana personas que son hipersensibles, normosensibles e hiposensibles. De igual manera, una persona nace con cierta hipersensibilidad para captar los sonidos, y decimos que tiene oído musical. O para captar las variaciones de la luz, los matices de los colores, y decimos que tiene talento hacia la pintura.

Sabemos que los sentidos pueden ser educados, es decir, se puede perfeccionar su sensibilidad. El sentido auditivo puede ser educado a través de la práctica musical, el tacto en los ciegos, etcétera. Tanto el ejercicio como el conocimiento de la técnica permite el perfeccionamiento de los sentidos, es decir, el aprendizaje.

Sabemos también que existen drogas, por ejemplo el LSD, la cocaína, que sensibilizan los sentidos, imprimen vivencias sensoriales que no son cotidianas e intensifican notablemente lo sensitivo. Estas drogas producen, en cuanto a lo emocional, un estado de éxtasis en los llamados "buenos viajes", y un estado de terror intenso en los llamados "malos viajes". Y también la aparición de emociones no vivenciadas cotidianamente e incomunicables (paratimias).

Por otra parte, sabemos respecto del contraaprendizaje de las reacciones emocionales, que culturalmente se aprende a sentir determinadas cosas ante distintos estímulos, es decir, que podemos aprender a sensibilizarnos ante determinadas cosas y desensibilizarnos ante otras. Esta desensibilización es uno de los mecanismos que utiliza la terapia conductista, por ejemplo, para quitar el miedo en el caso de una fobia. ¿Qué es lo que se desensibiliza? ¿Estamos determinando un nuevo programa mnésico, contrario al programa mnésico original de respuestas desagradables, que determina, por ejemplo, un miedo fóbico?

Sabemos que la respuesta emocional puede ser controlada: todos soportamos una reacción ante un determinado estímulo desagradable, frente a ciertas circunstancias.

Esto depende también de lo cultural: no es la misma la reacción de un italiano que la de un japonés. Es decir, podemos aprender a controlar el desencadenamiento de la respuesta emocional.

No olvidemos que toda esta base de sensibilidad emocional o sentimental está relacionada con el temperamento, es decir, lo que se trae incorporado en la memoria genética. Heredamos nuestra hipersensibilidad al miedo, a la ira, a la alegría. Las experiencias cotidianas desreprimen esta predisposición. Los reforzamientos que se producen por estas experiencias cotidianas, en términos de agradabilidad o desagradabilidad, es lo que determina la repetición o la evitación de una conducta.

Condicionamos nuestra conducta a lo emocionalmente vivenciado. Buscamos lo agradable, evitamos lo desagradable. Sabemos, para cada uno de nosotros, qué es lo agradable o qué conductas, qué vivencias van a despertar nuestro agrado y cuáles van a despertar nuestro desagrado; es decir, ya lo tenemos incorporado a nuestra memoria.

El tacto discrimina entre las sensaciones de presión, de frío, de calor, de suavidad o rugosidad, y el gusto discrimina entre lo salado, lo agrio, lo dulce y lo amargo. ¿El sentido emocional discrimina entre el miedo, la ira y la alegría? Si esta hipótesis es correcta, así como los sentidos tienen vías sensitivas perfectamente conocidas, lo emocional debe tener también sus vías.

En neurobiología conocemos algunos hechos. Así como el sentido del tacto tiene su sede cerebral en las áreas 5 y 7 de Brodman, el auditivo en las áreas 41, 42 y 22, hay ciertos núcleos que están relacionados con la emoción, como la amígdala, el área septal y la zona límbica. También cabría pensar si la emoción es un sentido o un integrador de sentidos, otorgándoles una significación de agrado o desagrado, o sea, una síntesis superior de lo sensorialmente percibido, otro nivel de información de lo percibido.

Como apoyo a la posible existencia de una vía emocional, están las experiencias de Geschwind, mencionadas en Cerebro límbico, de Goldar:(1) un mono es situado frente a dos figuras, una cruz y un círculo. Si presiona la cruz, obtiene una pastilla agradable, si presiona el círculo, una desagradable. El animal aprende rápidamente a presionar la figura con forma de cruz, porque así recibe una recompensa, y evita al mismo tiempo presionar el círculo.

Este aprendizaje depende en primer lugar de la vista, pero en el fondo vital de esta adquisición existe el agrado por la recompensa.

La incapacidad en el aprendizaje visual observado en los monos con lobectomía bitemporal parece depender de una desconexión visuolímbica, o sea una interrupción de la corriente existente normalmente entre la vista y la emoción. Existe una desconexión entre el intelecto, la discriminación visual y la esfera vital, o sea una desconexión visuolímbica, según Geschwind.

En el caso de los monos de Akert, donde se da una falta de respuestas defensivas, la desconección es entre el lóbulo occipital y la amígdala. Se entiende que una lesión amigdalina puede originar docilidad y déficit defensivo, más o menos semejante a la falta de miedo.

Otro experimento interesante es el Downer. Este autor destruyó la amígdala de un mono lesionándole las comisuras cerebrales y el quiasma óptico a través de la línea media. Debido a esta sección comisural y quiasmática, cada ojo está conectado sólo con el hemisferio cerebral homolateral. Cuando el animal utiliza el ojo conectado con el hemisferio sin amigdalectomía, es muy agresivo, intratable. Opuestamente, la utilización del ojo conectado con el hemisferio agmidalectomizado, transforma al mono en un animal dócil. Esta docilidad, caracterizada por falta de agresividad y miedo, desaparece cuando el mono es estimulado por otro canal sensorial, táctil por ejemplo. Puede decirse que se trata de un mono con dos temperamentos ópticos.

Como comenta Gloor,(1) en el hemisferio amígdalectomizado la percepción visual ha perdido su significación motivacional, emocional diríamos nosotros. Esto indica que los canales entre el tacto y la emoción no atraviesan la corteza temporal basolateropolar.

Es evidente que en la experiencia neurobiológica existen muchos experimentos que hablan a las claras de la presencia de vías emocionales y de zonas neurobiológicas que son centros emocionales, y cuya ablación produce un cambio en el sentir emocional del individuo o del animal.

Desde luego, es importante un estudio o aclaración para comprender la naturaleza de patologías en las que existe una exacerbación emocional o sentimental, como en el caso de depresiones y manías, y aquella en que se da una anulación parcial del sentido emocional, como es el caso de las esquizofrenias y ciertas demencias, así como algunos traumatizados del cerebro o los postquirúrgicos cerebrales.

"Funcionalmente, la corteza temporal basolateropolar es un centro necesario para establecer valores, o sea, significaciones vitales de los acontecimientos intelectualmente captados".(1)

En definitiva, existirían fundamentos neurobiológicos y conexiones entre el conocimiento del mundo (esfera intelectual) y la respuesta emocional.

En lo afectivo lo distintivo es la emoción, lo demás es memoria.

 

Bibliografía

1. J.C. Goldar, Cerebro límbico y Psiquiatría, Buenos Aires, Salerno, 1975. 

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