TRATADO SOBRE LOS PRINCIPIOS DEL CONOCIMIENTO HUMANO

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George Berkeley

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George Berkeley (1685-1753)
Selección realizada por Diego Reina de la obra: Tratado sobre los principios del conocimiento humano (1710)

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1. No siendo la filosofía otra cosa que el estudio de la sabiduría y de la verdad, se podía con razón esperar que aquellos que le han dedicado más tiempo y esfuerzo deberían disfrutar de una mayor tranquilidad y serenidad mental, de una mayor claridad y evidencia en el conocimiento, y estar menos perturbados que otros hombres por dudas y dificultades.

Sin embargo, vemos que la masa no culta de la humanidad que sigue la senda del simple sentido común y se rige por los dictados de la naturaleza se encuentra en su mayor parte tranquila y despreocupada. Nada que sea familiar les parece inexplicable o difícil de comprender. No se quejan de falta de evidencia en sus sentidos, y están totalmente fuera del peligro de convertirse en escépticos. Pero, tan pronto como nos separamos de los sentidos y del instinto para seguir la luz de un principio superior, para razonar, meditar y reflexionar sobre la naturaleza de las cosas, surgen miles de dudas en nuestras mentes en relación con aquellas cosas que antes nos parecía comprender totalmente. Por todas partes se descubren ante nuestros ojos prejuicios y errores de los sentidos; y al tratar de corregirlos por medio de la razón desembocamos, sin darnos cuenta, en extrañas paradojas, dificultades e inconsistencias que se multiplican y nos desbordan, a medida que avanzamos en la especulación, hasta que, al fin, después de haber vagado por muchos intrincados laberintos, nos encontramos exactamente donde estábamos, o, lo que es peor, situados en un escepticismo desolador.

2. Se piensa que la causa de esto es la oscuridad de las cosas, o la debilidad e imperfección natural de nuestro entendimiento. Se dice que las facultades que poseemos son escasas, y destinadas por la naturaleza al mantenimiento y comodidad de la vida y no a penetrar en la esencia y en la constitución interna de las cosas. Además, al ser la mente del hombre finita, no debe extrañarnos que cuando se ocupa de cosas que participan de la infinitud, se precipite en absurdos y en contradicciones, siendo luego incapaz de salir de ellos, pues es propio de la naturaleza de lo infinito no ser comprendida por lo que es finito.

3. Pero quizá seamos demasiado parciales con nosotros mismos al atribuir básicamente la imperfección a nuestras facultades, y no, más bien, al uso equivocado que hacemos de ellas. Cuesta trabajo suponer que deducciones correctas a partir de principios verdaderos nos lleven a consecuencias que no puedan mantenerse o que sean contradictorias. Debemos creer que Dios ha tratado a los hijos de los hombres de una forma más bondadosa que si les hubiese dotado de un fuerte deseo hacia un conocimiento que ha situado totalmente fuera de su alcance. Esto no estaría de acuerdo con los métodos habitualmente generosos de la Providencia, que, cualesquiera que sean los apetitos que haya puesto en las criaturas, dota generalmente a éstas de tales medios que, si se emplean correctamente, logran satisfacerlos. En general me inclino a pensar que la mayor parte de las dificultades, si no todas, que han distraído hasta ahora a los filósofos y les han cerrado el camino hacia el conocimiento se deben por completo a nosotros mismos, que primero levantamos una polvareda y luego nos quejamos de que no vemos.

4. Mi propósito, por lo tanto, es tratar de descubrir qué principios son los que han conducido a ese estado de duda e incertidumbre, a esos absurdos y contradicciones, en las diversas escuelas filosóficas, hasta el punto de que los hombres más sabios han pensado que nuestra ignorancia era incurable, al creer que surgía del embotamiento natural y de la limitación de nuestras facultades. Y, ciertamente, es una tarea que bien merece nuestro esfuerzo el llevar a cabo una estricta investigación sobre los primeros principios del conocimiento humano, analizarlos y examinarlos en todos sus aspectos; especialmente, en tanto que es posible que existan algunos fundamentos para sospechar que esos obstáculos y dificultades, que frenan y entorpecen la mente en su búsqueda de la verdad, no surgen de la oscuridad o complejidad (intricacy) de los objetos, o de una carencia natural del entendimiento, sino más bien de los falsos principios en los que se ha permanecido y que podían haber sido evitados.

5. Por difícil y descorazonador que este intento pueda parecer, sobre todo al considerar cuántos hombres eminentes y extraordinarios me han precedido en la misma empresa, tengo, sin embargo, ciertas esperanzas, cuando considero que las visiones más amplias no son siempre las más claras y que el corto de vista se ve obligado a colocar el objeto más cerca y puede, quizá, darse cuenta, gracias a un examen más próximo y limitado, de lo que ha escapado a ojos mucho más perfectos.

6. Para preparar mejor la mente del lector, a fin de que comprenda más fácilmente lo que sigue, conviene, a modo de introducción, dejar establecidas ciertas premisas sobre la naturaleza y abuso del lenguaje. Pero el desarrollo de este tema me lleva, en cierta medida, a anticipar mi propósito, al tener que considerar lo que parece haber desempeñado un papel principal para hacer la especulación intrincada y confusa, y ha ocasionado innumerables errores y dificultades en casi todos los ámbitos del conocimiento. Esto consiste en la opinión de que la mente posee el poder de formar ideas abstractas o nociones de las cosas. Quien no sea un desconocedor total de los escritos y disputas de los filósofos, tiene que admitir que una gran parte de ellos está dedicada a las ideas abstractas. Se piensa que dichas ideas son, de forma especial, el objeto de las ciencias denominadas Lógica y Metafísica y de todo aquello que se considera como el saber más abstracto y sublime, en todo lo cual es difícil encontrar alguna cuestión tratada de tal modo que no se dé por supuesta su existencia en la mente, y que ésta las conoce bien.

7. Todos están de acuerdo en que las cualidades o modos de las cosas nunca existen realmente cada uno por sí mismo, ni separado de todos los otros, sino que están mezclados, del modo que sea, y reunidos varios en el mismo objeto. Pero se nos dice que la mente, al ser capaz de considerar cada cualidad singularmente o separada (abstracted) de aquellas otras cualidades con la que está unida, forma, de esta manera, ideas abstractas. Por ejemplo, se percibe por la vista un objeto extenso, coloreado y que se mueve: al analizar la mente esta idea mixta o compuesta en las partes simples que la constituyen y al considerar cada una por si misma, prescindiendo del resto, forma las ideas abstractas de extensión, color y movimiento. No es que sea posible que el olor o el movimiento existan sin extensión, sino sólo que la mente puede formar por abstracción la idea de color sin la extensión, y la de movimiento sin el color y la extensión. 

8. Además, como la mente ha observado que en las extensiones particulares percibidas por los sentidos existe algo común y semejante en todas ellas, y algunos otros aspectos peculiares, como esta o aquella figura o magnitud, que las distinguen unas de otras, considera aparte o separa aquello que es común, formando a partir de ello una idea más abstracta de extensión, que ni es línea, superficie o sólido, ni tiene figura o magnitud, sino que es una idea separada totalmente de todas éstas. Del mismo modo, la mente, al dejar aparte en los colores particulares percibidos por los sentidos lo que distingue a unos de otros y al retener sólo aquello que es común a todos, forma la idea de color en abstracto, que no es ni rojo, ni azul, ni blanco, ni ningún otro color determinado. Y, de la misma manera, al considerar el movimiento no sólo separado del cuerpo movido, sino también de la figura que describe y de todas las direcciones y velocidades particulares, forma la idea abstracta de movimiento, que conviene igualmente a todos los movimientos particulares que puedan ser percibidos por los sentidos.

9. Y del mismo modo que la mente forma ideas abstractas de cualidades o modos, logra, gracias a la misma precisión o separación mental, ideas abstractas de los seres más complejos, que incluyen varias cualidades coexistentes. Por ejemplo, como la mente ha observado que Pedro, Jaime y Juan se parecen entre sí en ciertas coincidencias de configuración y en otras cualidades, deja fuera de la idea compleja o compuesta que tiene de Pedro, Jaime o de cualquier otro hombre particular lo que es propio de cada uno, quedándose sólo con lo que es común a todos; y así forma una idea abstracta de la que participan por igual todas las ideas particulares, abstrayendo totalmente y prescindiendo de todas aquellas circunstancias y diferencias que podrían restringirla a una existencia particular. Y de este modo se dice que obtenemos la idea abstracta de hombre o, si se prefiere, de humanidad o naturaleza humana; en ella, es verdad, está incluido el color, porque no existe ningún hombre que no tenga color, pero, en tal caso, no puede ser ni blanco, ni negro, ni de ningún otro color particular, porque no hay ningún color particular del que participen todos los hombres. Igualmente está incluida la estatura, que ciertamente no es ni alta, ni baja, ni tampoco mediana, sino algo abstraído de todas ellas. Y así respecto de todo lo demás. Más aún, como hay gran variedad de otras criaturas que participan en algunos aspectos, aunque no en todos, de la idea compleja de hombre, la mente, dejando a un lado aquellos aspectos que son propios de los hombres y quedándose sólo con los que son comunes a todas las criaturas vivientes, forma la idea de animal, que prescinde no sólo de todos los hombres particulares, sino también de todas las aves, cuadrípedos, peces e insectos. Los elementos que constituyen la idea abstracta de animal son cuerpo, vida, sensibilidad y movimiento espontáneo. Por cuerpo se entiende algo sin forma o figura particular alguna (ya que no existe una forma o figura común a todos los animales), un cuerpo que no esté cubierto de pelo, plumas, escamas, etc., ni tampoco desnudo, pues pelo, plumas, escamas y desnudez son propiedades distintivas de determinados animales, y por esa razón se dejan fuera de la idea abstracta. Por el mismo motivo, el movimiento espontáneo no tiene que ser ni andar, ni volar, ni reptar; es, no obstante, un movimiento, pero no es fácil concebir qué movimiento es ése.

10. Si otros poseen esta prodigiosa facultad de abstraer ideas, son ellos quienes mejor pueden decirlo. Por lo que a mí se refiere, encuentro, en efecto, que tengo una facultad de imaginar o representarme las ideas de aquellas cosas particulares que he percibido, y de componerlas y dividirlas de varias maneras. Puedo imaginar un hombre con dos cabezas, o la parte superior de un hombre unida al cuerpo de un caballo. Puedo considerar la mano, el ojo, la nariz, cada uno por sí mismo abstraído o separado del resto del cuerpo. Pero, en tal caso, cualquier mano u ojo que imagine debe tener alguna forma o color particular. Igualmente, la idea de hombre que yo me forme tiene que ser de un hombre blanco, negro o moreno, erguido o encorvado, alto, bajo o de mediana estatura. No puedo, por mucho que fuerce mi pensamiento, concebir la idea abstracta arriba descrita. Y me es igualmente imposible formar la idea abstracta de movimiento distinta del cuerpo que se mueve, y que no sea ni rápido ni lento, curvilíneo o rectilíneo; y lo mismo puede decirse de cualesquiera otras ideas generales abstractas. Para ser sincero, reconozco que soy capaz de abstraer en un sentido, por ejemplo cuando considero algunos elementos particulares o cualidades separados de otros que, aunque se encuentren unidos con ellos en algún objeto, es posible que puedan existir realmente sin ellos. Pero niego que sea capaz de abstraer una de otra, o de concebir separadamente, aquellas cualidades que es imposible que existan por separado; o que pueda formar una noción general haciendo abstracción de lo particular, de la manera antes dicha. Estas dos últimas son las acepciones propias de abstracción. Y existen fundamentos para pensar que la mayoría de los hombres reconocerán que se encuentran en mi caso. La generalidad de los hombres sencillos e iletrados nunca pretende abstraer nociones. Se dice que éstas son difíciles y que no se logran sin trabajo y estudio. Podemos, por tanto, concluir razonablemente que, en caso de que existan, están reservadas sólo a las personas instruidas.

11. Paso a examinar lo que puede alegarse en defensa de la doctrina de la abstracción y a tratar de descubrir qué es lo que inclina a los hombres especulativos a aceptar una opinión tan alejada del sentido común como parece ser esta. Ha habido un filósofo, fallecido hace poco, y merecidamente apreciado, que sin duda le ha dado gran apoyo, pues al parecer pensaba que el tener ideas generales abstractas es lo que constituye la mayor diferencia entre el entendimiento del hombre y el del animal. «El tener ideas generales -dice- es lo que establece una perfecta distinción entre el hombre y los brutos y es una preeminencia que las facultades de los brutos no alcanzan de ningún modo. Pues es evidente que no observamos indicios en ellos de que hagan uso de signos generales para expresar ideas universales; esto nos da pie para imaginar que no tienen la facultad de abstraer o formar ideas generales, dado que no hacen uso de palabras o de cualquier otro tipo de signos generales». Y un poco después: «Por tanto, creo que podemos suponer que es en esto en lo que las especies animales se diferencian de los hombres y es esta diferencia peculiar la que los separa totalmente y la que finalmente produce un abismo tan grande. Pues si tienen alguna idea y no son simples máquinas (como algunos han creído), no podemos negar que tienen en alguna medida razón. Me parece tan evidente que algunos de ellos razonan en ciertos casos, como que tienen sentidos, pero sólo sobre ideas particulares tal como las reciben de sus sentidos. Los mejores de ellos están confinados dentro de esos estrechos límites y no tienen (según creo) la facultad de ampliarlos por ninguna clase de abstracción.» Ensayo sobre el entend. hum., L. II, c. 11 seccs. 10 y 11.
Estoy totalmente de acuerdo con este docto autor en que las facultades de los brutos no pueden de ningún modo lograr abstraer. Pero si se hace de ésta la propiedad distintiva de aquella clase de animales, me temo que muchos de los que pasan por hombres deberán incluirse entre ellos. La razón que aquí se da de porqué no tenemos fundamento para creer que los brutos tienen ideas generales abstractas es que no observamos que empleen palabras y otros signos generales; esto se basa en la suposición de que el hacer uso de palabras implica tener ideas generales. De ello se sigue que los hombres que hacen uso del lenguaje son capaces de abstraer o generalizar ideas. Que éste es el sentido y la argumentación del autor se pondrá, además, de manifiesto cuando responda a la pregunta que en otro lugar plantea: «Puesto que todas las cosas que existen son sólo particulares, ¿cómo obtenemos términos generales?» 

Su respuesta es: «Los términos se hacen generales cuando se convierten en signos de ideas generales». Ensayo sobre el entend. hum., L. III, c. 3 secc. 6. Pero parece que una palabra se convierte en general cuando se la hace signo no de una idea general abstracta, sino de varias ideas particulares, cualquiera de las cuales es sugerida [por dicha palabra] a la mente. Por ejemplo, cuando se dice el cambio de movimiento es proporcional a la fuerza impresa o que todo lo que posee extensión es divisible, estas proposiciones tienen que entenderse referidas al movimiento y a la extensión en general; y, sin embargo, no se sigue de ello que sugieran a mi pensamiento una idea de movimiento sin un cuerpo que se mueva, o sin una dirección determinada, o sin velocidad, o que yo tenga que concebir una idea general abstracta de extensión, que ni es línea, superficie o sólido, ni grande ni pequeña, ni negra, blanca o roja, ni de algún otro color determinado. Lo único que implica es que, sea cual sea el movimiento que considere, rápido o lento, perpendicular, horizontal u oblicuo, en cualquier objeto, el axioma referente a él es igualmente verdadero. Sucede lo mismo con el otro [axioma], respecto de cualquier extensión particular, tanto da que sea una línea, una superficie o un sólido, de esta o aquella magnitud o figura.

12. Observando cómo las ideas se hacen generales, podemos juzgar mejor cómo llegan a serlo las palabras. Y aquí hay que hacer notar que no niego en absoluto que existan ideas generales, sino sólo que haya ideas generales abstractas: pues en los pasajes anteriormente citados donde se mencionan las ideas generales, se supone siempre que se forman por abstracción, de la manera establecida en las seccs. 8 y 9. Ahora bien, si queremos atribuir un significado a nuestras palabras y hablar sólo de lo que podemos concebir, creo que reconoceremos que una idea que, considerada en sí misma, es particular, se convierte en general cuando se la hace representar o sustituir (stand for) a todas las otras ideas particulares de la misma clase. Para aclararlo con un ejemplo: supongamos que un geómetra está demostrando el procedimiento para seccionar una línea en dos partes iguales. Traza, por ejemplo, una línea negra de una pulgada de largo. Esta línea particular en s' misma, es, sin embargo, general por su significación, pues según se utiliza ahí representa a todas las líneas particulares, cualesquiera que sean, de manera que lo que se demuestra de ella se demuestra de toda línea, o, en otras palabras, de una línea en general. Y de la misma manera que esta línea particular se hace general al convertirse en signo, igualmente el término línea, que, tomado de forma absoluta, es particular, al convertirse en signo se hace general. E igual que la primera debe su generalidad, no a ser el signo de una idea abstracta o general, sino el de todas las líneas rectas particulares que puedan existir, del mismo modo se debe pensar que la generalidad del último deriva de la misma causa, a saber, de las diversas líneas particulares que significa indistintamente.

13. Para dar al lector una visión más clara aún de la naturaleza de las ideas abstractas y de los usos para los que se piensa que son necesarias, voy a añadir un pasaje mas, sacado del Ensayo sobre el entendimiento humano, que dice: «Las ideas abstractas no son tan obvias ni tan fáciles como las particulares para los niños o para las mentes no diestras aún. Si les parece así a los adultos, es sólo porque llegan a hacerse tales debido a un uso constante y familiar. Pues cuando reflexionamos con atención sobre ellas, encontramos que las ideas generales son ficciones e invenciones de la mente, que implican dificultades y no se nos ofrecen tan fácilmente como estamos inclinados a imaginar. Por ejemplo, ¿no se requiere esfuerzo y habilidad para formar la idea general de triángulo, que ciertamente no es una de las más abstractas, complejas y difíciles? Pues no tiene que ser ni de ángulos oblicuos ni rectos, ni equilátero, isósceles o escaleno, sino todos y ninguno a la vez. En efecto, una idea en la que se agrupan partes de varias ideas distintas e incompatibles (inconsistent) es algo imperfecto que no puede existir. Es verdad que la mente, en su estado imperfecto, necesita de tales ideas, y se apresura todo lo que puede para lograrlas, con miras a la comodidad en la comunicación y al aumento en el conocimiento, cosas ambas a las que está naturalmente muy inclinada. pero, con todo, uno tiene razón para sospechar que tales ideas son signos de nuestra imperfección. Por lo menos esto basta para mostrar que las ideas más abstractas y generales no son las que la mente conoce primero, ni más fácilmente, ni sobre las que versa nuestro conocimiento en primer lugar». L. IV, c. 7, secc. 9. Si algún hombre tiene la facultad de formar en su mente una idea de triángulo como la aquí descrita, resulta vano pretender que, discutiendo con él, la abandone, ni me ocuparé de ello. Todo lo que deseo es que el lector reconozca de modo total y con certeza si tiene o no tal idea. Y me parece que ésta no es una tarea difícil de realizar para nadie, pues ¿hay algo más fácil para cualquiera que examinar sus propios pensamientos y tratar de ver si tiene allí o puede lograr tener una idea que se corresponda con la descripción que se ha dado aquí de la idea general de triángulo, que ni es oblicuo, ni rectángulo, ni equilátero, ni isósceles, ni escaleno, sino todo esto y nada a la vez?

14. Ya se han dicho aquí muchas cosas sobre la dificultad que las ideas abstractas implican y los esfuerzos y habilidad que se requieren para formarlas. Y se admite por todos que es necesario un gran esfuerzo y trabajo por parte de la mente para independizar de los objetos particulares nuestros pensamientos y elevarlos hasta esas sublimes especulaciones que versan sobre ideas abstractas. Parece, como consecuencia natural de todo ello, que algo tan difícil de lograr como la formación de ideas abstractas no es necesario para la comunicación, que resulta tan fácil y familiar a todo tipo de hombres. Pero se nos dice que si parecen obvias y fáciles a los adultos es sólo porque el uso constante y familiar las convierte en tales. Me gustaría saber ahora en qué momento los hombres se dedican a vencer esa dificultad y a proveerse de esas ayudas imprescindibles para la conversación. No puede ser ya de adultos, pues parece que no son conscientes de un esfuerzo tan costoso. Por tanto, sólo queda que sea tarea de la niñez. Y se reconocerá sin duda que la grande y compleja labor de formar nociones abstractas es dura tarea para tan tierna edad. ¿No cuesta trabajo imaginar que un par de chiquillos no puedan charlar sobre sus dulces Y juguetes, ni sobre sus restantes baratijas,mientras no hayan acumulado innumerables incoherencias (inconsistencies) y formado así en sus mentes ideas generales abstractas y las hayan unido a todo nombre común que empleen?

15. Tampoco las considero ni un ápice más necesarias para el aumento del conocimiento que para la comunicación. Sé que es un punto sobre el que se ha insistido mucho, que todo conocimiento y demostración versan sobre nociones universales, en lo que estoy totalmente de acuerdo; pero no me parece que estas nociones se formen por abstracción del modo antes dicho; la universalidad, hasta donde yo puedo comprender, no consiste en la naturaleza o concepción absoluta, positiva, de algo, sino en la relación que guarda con los particulares significados o representados por ella; por cuya virtud ocurre que cosas, nombres o nociones que son por su propia naturaleza particulares, pasan a ser universales. Por eso, cuando demuestro una proposición cualquiera referente a triángulos, hay que suponer que considero la idea universal de triángulo. Esto no hay que entenderlo en el sentido de que pueda formar una idea de un triángulo que no sea ni equilátero, ni escaleno, ni isósceles, sino sólo que el triángulo particular que considero, no importa si de esta o aquella clase, sustituye y representa igualmente a todos los triángulos rectilíneos, y es, en este sentido, universal. Todo esto parece muy claro y no incluye ninguna dificultad en sí.

16. Pero aquí se podrá preguntar: ¿cómo podemos saber que una proposición es verdadera para todos los triángulos particulares, a no ser que primero la hayamos visto demostrada para la idea abstracta de triángulo, que conviene por igual a todos? Pues aunque se pueda demostrar que una propiedad conviene a un triángulo particular, no se sigue de ello que pertenezca de igual manera a cualquier otro triángulo, que en otros aspectos no coincide con él. Por ejemplo, aunque haya demostrado que los tres ángulos de un triángulo rectángulo isósceles son iguales a dos rectos, no puedo, sin embargo, concluir que esta propiedad convenga a todos los otros triángulos que no tengan un ángulo recto ni dos lados iguales. Parece, sin embargo, que para estar seguros de que esta proposición es universalmente verdadera tenemos que, o bien hacer una demostración particular para cada triángulo concreto, cosa imposible, o, de una vez por todas, demostrarlo para la idea abstracta de triángulo, idea de la que participan todos los triángulos particulares indistintamente, y por la que son igualmente representados. A esto, contesto que, aunque la idea que considero mientras hago la demostración sea, por ejemplo, la de un triángulo rectángulo isósceles, cuyos lados tienen una determinada longitud, puedo, no obstante, estar seguro de que se aplica a todos los otros triángulos rectilíneos, de cualquier clase o tamaño. Y esto es así porque ni el ángulo recto, ni la igualdad o la longitud determinada de los lados tienen que ver en absoluto con la demostración. Es verdad que el diagrama que tengo en la mente incluye todas esas particularidades, pero no se las menciona para nada en la prueba de la proposición. No se dice que los tres ángulos son iguales a dos rectos porque uno de ellos es un ángulo recto, o porque los lados que lo forman sean de la misma longitud. Esto muestra de modo suficiente que aunque el ángulo recto fuese oblicuo, y los lados, desiguales, la demostración seguiría siendo válida. Y es por esta razón por la que concluyo que es verdadero de cualquier triángulo oblicuángulo o escaleno lo que he demostrado de un triángulo rectángulo isósceles particular, y no porque haya demostrado la proposición considerando la idea abstracta de triángulo. Y debe reconocerse aquí que un hombre puede considerar una figura exclusivamente como triangular, sin prestar atención a las cualidades particulares de los ángulos o a las relaciones entre los lados. Hasta aquí se puede abstraer; pero esto no probará que pueda formarse una idea general abstracta contradictoria de triángulo. De igual modo podemos considerar a Pedro como hombre, o como animal, en tanto en cuanto no se tiene en cuenta todo lo que se percibe.

17. Sería asunto tan interminable como inútil seguir las huellas de los escolásticos, esos grandes maestros de la abstracción, a través de los múltiples e intrincados laberintos del error y de la discusión a los que parece haberlos llevado su doctrina de las naturalezas v nociones abstractas. Qué disputas y controversias y qué culta polvareda se han levantado en lo referente a estos temas y qué mejoras han surgido de ello para la humanidad son cosas demasiado claramente conocidas en la actualidad para que sea necesario insistir sobre ello.

Y estaría bien si los perniciosos efectos de esa doctrina afectasen sólo a aquellos que hacen profesión manifiesta de ella. Cuando los hombres consideran el gran esfuerzo, trabajo y talento dedicados durante tanto tiempo al cultivo y avance de las ciencias y que, a pesar de todo, la mayor parte de ellas permanecen llenas de oscuridad, incertidumbre y disputas que parecen no tener fin; y que, incluso las que se piensa que están basadas en las más claras y convincentes demostraciones contienen en sí paradojas totalmente incompatibles con el entendimiento humano; y que, tomadas en conjunto, sólo una pequeña parte de ellas proporciona como único beneficio a la humanidad el servirle de diversión inocente y de entretenimiento: ciertamente, la consideración de todo esto es capaz de lanzarlos a la desesperación y a un absoluto desprecio hacia todo estudio. Pero quizá esto pueda cesar si se revisan los falsos principios que han prevalecido en el mundo, entre los que no hay ninguno, pienso, que tenga mayor influencia sobre los pensamientos de los hombres especulativos que éste de las ideas generales abstractas.

18. Voy ahora a considerar el origen de esta idea dominante, que me parece ser el lenguaje. Y, ciertamente, la fuente de una opinión tan universalmente aceptada no podría haber sido algo de menor extensión que la razón misma. La verdad de esto se pone de manifiesto, además de por otras razones, también por la abierta confesión de los más cualificados mantenedores de las ideas abstractas, quienes reconocen que se han elaborado para nombrar; de lo que claramente se sigue que, si no existiese el lenguaje o los signos universales, nunca se habría pensado en la abstracción. Véase L. III, c. 6, secc. 39 y otros lugares del Ensayo sobre el entendimiento humano. Vamos, por ello, a examinar de qué modo las palabras han contribuido al origen de este error. En primer lugar, se piensa que todo nombre tiene o debería tener sólo una significación precisa y fija, lo que inclina a los hombres a pensar que existen ciertas ideas abstractas determinadas que constituyen la verdadera y exclusiva significación inmediata de cada nombre general. Y que por medio de estas ideas abstractas es como un nombre general pasa a significar cualquier cosa particular. Sin embargo, no existe tal significación única, precisa y determinada unida a un nombre general, pues todos ellos significan indistintamente gran número de ideas particulares. 

Todo lo cual se sigue evidentemente de lo que ya se ha dicho, y resultará claro a cualquiera, a poco que reflexione. A esto se objetará que todo nombre que tenga una definición estará por ello restringido exclusivamente a cierta significación. Se define, por ejemplo, un triángulo como superficie plana comprendida entre tres líneas rectas; por ello ese nombre se limita a denotar cierta idea y no otra. A esto respondo que en la definición no se dice si la superficie es grande o pequeña, negra o blanca, ni si los lados son largos o cortos, iguales o desiguales, ni qué ángulos forman; en todo lo cual puede haber gran variedad, y, en consecuencia, no hay una única idea determinada que limite la significación de la palabra triángulo. Una cosa es otorgar siempre un nombre a la misma definición y otra hacerle representar en todo lugar la misma idea; lo uno es necesario; lo otro, inútil e impracticable.

19. Pero, para explicar mejor cómo las palabras llegaron a originar la doctrina de las ideas abstractas, debe tenerse en cuenta que es una opinión admitida que el lenguaje no tiene más finalidad que comunicar nuestras ideas, y que cada nombre significativo representa una idea. Siendo esto así y siendo igualmente cierto que los nombres que se consideran de algún modo significativos no siempre denotan ideas particulares concebibles, se concluye directamente que representan nociones abstractas. Que hay muchos nombres empleados por los hombres especulativos que no siempre sugieren a otros ideas particulares determinadas es algo que nadie negará. Y un poco de atención nos mostrará que no es necesario (incluso en los razonamientos más estrictos que los términos significativos que representan ideas deban producir en el entendimiento, siempre que se empleen, las ideas a las que representan: al leer v al razonar, los nombres se emplean, en la mayoría de ]os casos, como las letras en álgebra, donde, aunque cada letra designe una cantidad particular, no se necesita para proceder correctamente que a cada paso cada letra sugiera a nuestro pensamiento esa cantidad particular cuya representación le fue asignada.

20. Además, la comunicación de las ideas designadas por las palabras no es el principal ni el único fin del lenguaje, como se supone comúnmente. Existen otros fines, como despertar ciertas pasiones, incitar a una acción o disuadirnos de ella, disponer el ánimo en cierto sentido; en estos casos, la comunicación de las ideas es simplemente un instrumento, y algunas veces se omite por completo cuando tales fines pueden obtenerse sin ella, como creo que a menudo sucede en el uso familiar del lenguaje. Pido al lector que reflexione v vea si no ocurre frecuentemente que, al oír o leer un discurso, las pasiones de temor, amor, odio, admiración, desprecio y otras semejantes surgen de modo inmediato en su mente al percibir ciertas palabras, sin que se interpongan ideas. Ciertamente, al principio las palabras podrían haber ocasionado ideas adecuadas para producir aquellas emociones; pero, si no me equivoco, nos encontramos que cuando el lenguaje se hace familiar, al oír los sonidos o a la vista de los caracteres, a menudo surgen inmediatamente aquellas pasiones que necesitaban al principio para producirse la intervención de las ideas, que ahora se omiten por completo. ¿No podemos, por ejemplo, ser afectados con la promesa de algo bueno, aunque no tengamos idea de lo que es?, o ¿no es suficiente para que surja el temor estar amenazado por un peligro, aunque no pensemos que nos vaya a suceder algún mal concreto, ni nos formemos una idea de peligro en abstracto? Si alguien ha reflexionado un poco por su cuenta sobre lo que se ha dicho, creo que le parecerá evidente que los nombres generales se usan a menudo, en un lenguaje correcto, sin que el hablante los considere como signos de sus propias ideas, que quisiera hacer surgir en la mente del oyente. Incluso los mismos nombres propios no parece que siempre se pronuncien con la intención de producirnos las ideas de los individuos que se supone designan. Por ejemplo, cuando un escolástico me dice «lo ha dicho Aristóteles», todo lo que a mi modo de ver quiere lograr con ello es inclinarme a aceptar su opinión, con la deferencia y sumisión que la costumbre ha unido a tal nombre. Y este efecto puede producirse de un modo tan inmediato en las mentes de aquellos que están acostumbrados a someter su juicio a la autoridad de dicho filósofo en tal grado que es imposible que pueda precederle una idea de su persona, escritos o fama. Podrían darse innumerables ejemplos de esta clase, pero ¿para qué voy a insistir en aquellas cosas que la experiencia de cada uno, sin duda alguna, sugerirá abundantemente?

21. Pienso que hemos mostrado la imposibilidad detener ideas abstractas. Hemos considerado lo que se ha dicho sobre ellas por sus defensores más capacitados, y hemos intentado mostrar que no sirven para ninguno de aquellos fines para los que se las cree necesarias. Y, finalmente, hemos seguido su pista hasta el manantial del que provienen, que parece ser el lenguaje. No puede negarse que las palabras tienen gran utilidad, en tanto que, por medio de ellas, todo ese almacén de conocimientos, adquiridos gracias a los esfuerzos unidos de los investigadores de todas las épocas y naciones, puede ser abarcado y poseído por una sola persona. Pero, al mismo tiempo, debe admitirse que la mayoría de los campos del conocimiento se han complicado y oscurecido por el abuso de las palabras y de las formas generales del habla en las que se expresan. Y así, puesto que las palabras tienen tal propensión a imponerse al entendimiento, trataré, cualesquiera que sean las ideas que considere, de tomarlas en su simplicidad y desnudez, apartando de mis pensamientos, hasta donde sea capaz, aquellos nombres que el uso prolongado y continuo ha unido a ellas tan estrechamente; de esto espero que se deriven las siguientes ventajas.

22. Primero, tendré la seguridad de librarme de todas las controversias puramente verbales; el surgimiento de tal maleza ha sido en casi todas las ciencias un obstáculo importante para el crecimiento del verdadero y sano conocimiento. 

En segundo lugar, parece procedimiento seguro para escabullirme de esa fina y sutil red de las ideas abstractas que, desgraciadamente, ha confundido y embrollado las mentes de los hombres, y eso con esta circunstancia especial, que cuanto más excelente y más inquisitiva era la inteligencia de un hombre, tanto más profundamente estaba inclinada a caer en la trampa y más firmemente era retenida en ella. 

En tercer lugar, en tanto limite mis pensamientos a mis propias ideas, despojadas de palabras, no veo cómo puedo equivocarme con facilidad. Los objetos que considero, los conozco clara y adecuadamente. No puedo engañarme creyendo tener una idea que no tengo. No me es posible imaginar que alguna de mis propias ideas son semejantes o distintas, cuando realmente no lo son. No se necesita más que una percepción atenta de lo que pasa en nuestro propio entendimiento para ver qué ideas están comprendidas en una idea compuesta y cuáles no.

23. Pero el logro de todas estas ventajas presupone una total liberación del engaño de las palabras, liberación que apenas me atrevo a prometerme a mí mismo, pues es una cosa sumamente difícil disolver una unión que empezó tan pronto y fue confirmada por tan larga costumbre, como es la existente entre palabras e ideas. Esta dificultad parece haberse acrecentado en gran manera por la doctrina de la abstracción. Pues, mientras los hombres pensaron que las ideas abstractas estaban unidas a las palabras, no es extraño que empleasen términos en lugar de ideas, ya que ha resultado imposible dejar de lado la palabra y retener en la mente la idea abstracta, que en sí misma era totalmente inconcebible. Me parece que ésta es la causa principal por la que aquellos hombres que han recomendado a otros con tanto énfasis que dejasen de lado en sus meditaciones todo empleo de palabras y contemplasen sus ideas desnudas no han logrado conseguirlo ellos mismos. Últimamente muchos han sido muy conscientes de las absurdas opiniones y disputas carentes de sentido que surgen del abuso de las palabras. Y para remediar tales daños nos aconsejan certeramente que prestemos atención a las ideas significadas y las apartemos de las palabras que las significan. Pero, por bueno que sea este consejo que han dado a otros, está claro que no han podido tenerlo ellos mismos en la debida consideración, en tanto que pensaron que el único uso inmediato de las palabras era expresar ideas y que la significación inmediata de todo nombre general era una idea abstracta determinada.

24. Pero, como ya se sabe que éstos son errores, se puede con gran facilidad evitar que las palabras se nos impongan. Quien sabe que no tiene más que ideas particulares, no se romperá la cabeza inútilmente a fin de encontrar y concebir la idea abstracta unida a cualquier nombre. Y el que sabe que los nombres no siempre son representativos, se ahorrará el trabajo de buscar ideas donde no las hay. Por consiguiente, sería deseable que cada uno se esforzase al máximo para lograr una visión clara de las ideas que considera, separando de ellas todo ese ropaje y estorbo de las palabras, que tanto contribuyen a obnubilar el juicio y distraer la atención. En vano extendemos nuestra mirada a los cielos y escudriñamos las entrañas de la tierra; en vano consultamos los escritos de los hombres cultos y rastreamos las oscuras huellas de la antigüedad; sólo necesitamos descorrer el velo de las palabras para contemplar el bellísimo árbol del conocimiento, cuyo fruto es excelente y está al alcance de nuestra mano.

25. A no ser que procuremos liberar los primeros principios del conocimiento humano del estorbo y el engaño de las palabras, podríamos hacer infinitos razonamientos basados en ellos sin ningún fin. Podríamos obtener consecuencias de consecuencias, sin saber más que antes. Por muy lejos que vayamos, lo único que conseguiremos será perdernos irremediablemente y enredarnos cada vez más en dificultades y equivocaciones. Por ello suplico a quienquiera que tenga intención de leer las páginas siguientes que tome mis palabras como simple ocasión para pensar por sí mismo, y que se esfuerce en lograr, al leerlas, la misma serie de pensamientos que tuve yo al escribirlas. De este modo le será más fácil descubrir la verdad o falsedad de lo que digo. Estará fuera de todo peligro de ser engañado por mis palabras y no veo cómo podría caer en el error si considera sus propias ideas desnudas y sin disfraces.

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