LA GUERRA DE LAS PALABRAS

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Editor del servicio español de Reuters (1)

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“Las informaciones que se obtienen durante la guerra son en gran parte contradictorias, en la mayor parte falsas y casi todas inciertas”.
(
De la Guerra, Karl Von Clausewitz)

 

En la noche del 19 de marzo para unos, la madrugada del 20 para otros, las redacciones de todo el mundo recibieron, palabras más o menos, el mismo flash o boletín de las agencias de noticias: “Estados Unidos ataca a Irak”. Minutos después, llegaba el primer eufemismo a modo de explicación: las bombas y los misiles que estaban sacudiendo a Bagdad iban destinados a targets of opportunity, según palabras del Departamento de Estado y luego del presidente George W. Bush.

Los periodistas hispanohablantes no tuvimos mucho tiempo para hacer consultas. Bajo la presión de dar la información, fueron pocos los que recordaron que el término ya se había usado en la guerra de Afganistán en relación con un blanco móvil, localizado circunstancialmente, y la frase se tradujo, en muchos casos, como “blancos” u “objetivos de oportunidad” sin saber, en un principio, a qué se hacía referencia.

La explicación surgió poco después, con otro eufemismo, cuando funcionarios del gobierno estadounidense indicaron que la “Operación libertad para Irak” (Operation Iraqui Freedom) se había iniciado con un “ejercicio de decapitación” (decapitation exercise). Es decir, la Casa Blanca había apostado a una carta de sus servicios de inteligencia: darle con sus bombas y misiles a “blancos circunstanciales” -donde se encontrarían en ese momento Sadam Huséin, algunos de sus familiares y los dirigentes más destacados del gobierno iraquí- para matar a la plana mayor del enemigo.

 

¿Apocalypse now?

Con el correr de los días, los aviones siguieron descargando bombas y los funcionarios o militares de la “Coalición de la buena voluntad” (Coalition of the Willing) disparando eufemismos.

Unos son de sesgo apocalíptico, como los describió Paul Majendie, de la agencia Reuters, en una nota en la que dio claros ejemplos de lo que se puede calificar, sin temor a equivocación, como parte de una guerra psicológica.

Desde antes de que comenzaran los bombardeos, Irak pasó a formar parte de lo que se llama el “Eje del Mal” (Axis of Evil), integrado por países o grupos presuntamente involucrados en los atentados del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington o que podrían propiciar ataques semejantes.

En este contexto, parece natural que la operación inicial de bombardeos y ataques contra Irak fuera denominada Shock and Awe, consigna de difícil traducción al español. En aras de la simplificación se está usando “sorpresa y conmoción”. Pero awe significa también algo que impone un respeto reverencial, en el que se mezcla el temor y la admiración (2), un respeto que para muchos estadounidenses se esfumó cuando atacantes suicidas, montados en aviones comerciales, perpetraron los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono.

Desde el punto de vista norteamericano, esta guerra es una cruzada contra el terrorismo y así, con esa misma óptica, la conciben la gran mayoría de los medios de comunicación de Estados Unidos, sobre todo la televisión. Por ello a las tropas que están invadiendo Irak se las llama “libertadoras” (liberators) o “combatientes de la libertad” (freedom fighters), del mismo modo que se exhiben sin problemas fotos y filmaciones de iraquíes rendidos y se arma un escándalo internacional cuando Irak muestra a estadounidenses capturados.

Junto con los mensajes que tratan de mostrar una guerra entre el bien y el mal, entre Dios y el Diablo, hay una larga lista de eufemismos que intentan vacunarnos contra el impacto de la muerte y del dolor. Uno de los más divulgados es el llamado “daño colateral” (collateral damage), frase a la que se recurre cuando los proyectiles caen sobre la población civil y no sobre el supuesto blanco militar. Otro está pensado para cuando se producen muertes por fuego del propio bando. Por ejemplo, si un avión “aliado”, cargado con bombas, cae sobre España, los muertos serían víctimas del “fuego amigo” (friendly fire).

El campo de batalla, por lo tanto, deja de ser ese espanto en el que se degrada la humanidad para adoptar un nombre más aséptico, “teatro de operaciones” (theater of operations), donde las palabras se convierten en máscaras que ocultan el horror de la guerra. Así, pues, una invasión es un “ataque preventivo” (preventive attack); un ataque devastador, que quita el mal de cuajo a costa de lo que fuera, es un “golpe quirúrgico” (surgical strike) y una ciudad tomada resulta ser una ciudad “liberada”.

La guerra de las palabras abarca todas las latitudes, alcanza los ámbitos menos pensados e incluso lleva a acuñar términos que pocos o nadie entienden o que resultan graciosos si no se piensa en el drama que hay detrás.

Mientras en Roma el Papa Juan Pablo II considera que esta guerra es una amenaza contra la humanidad, en el “teatro de operaciones” los capellanes (3) católicos, judíos, protestantes y musulmanes hablan a los soldados de librar una “batalla espiritual”. Entre otros mensajes religiosos impartidos antes del combate, Kieran Murray, de Reuters, recogió el del capellán protestante de los "Fabricantes de viudas” (Widowmakers), quien, blandiendo una biblia con el emblema de ese batallón estadounidense -un cráneo humano con alas de murciélago-, alentaba a sus muchachos a "atacar y matar".

Por último están los eufemismos de muy difícil traducción o que causan gracia. Además de la ya citada Coalition of the Willing, nos encontramos con “Going Kinetic”, frase intraducible con la que se alude al bombardeo de objetivos; “Vertical Envelopment”, un “envolvimiento vertical” que implica llevar tropas por aire para atacar por la retaguardia; y “Speed Bumps”, que dependiendo del país de Hispanoamérica donde se traduzca significa “lomos de burro” o “policías acostados”, y para el Pentágono son “obstáculos militares”.

Hasta los corresponsales de guerra (war correspondents) cambiaron de nombre. Ahora, los periodistas que se asignan a un determinado contingente militar son “corresponsales incrustados” (“war embedded”). A ello se suman la lista de siglas que tanto gustan a los militares. Así, además de las tradicionales POW (prisoners of war: prisioneros de guerra) y MIA (missing in action: desaparecido en acción), hay que saber que los soldados ya no comen su habitual ración, sino MRE (meals ready to eat: alimentos listos para ingerir), que Irak oculta WMD (weapons of mass destruction: armas de exterminio), según Estados Unidos, y que los combatientes de este país se ponen en MOPP-1 (mission-oriented protective posture: postura protectora orientada a una misión) para enfrentar un eventual ataque químico.

 

La primera baja

“La guerra psicológica de las palabras es tan amarga como la del desértico campo de batalla”, escribió Majendie al concluir su artículo sobre los eufemismos en boga. Y la primera baja de esa guerra, cabría agregar, es la verdad.

Muchos medios de comunicación ya han hecho circular entre sus periodistas listas de palabras o expresiones que no deben usarse o que sólo pueden usarse cuando forman parte de una cita. Además de las ya señaladas, hay otras dos que merecen ser mencionadas por su peculiaridad.

Una de ellas es “aliados”. A simple vista, es una palabra inocente, tal como la define el diccionario de la Real Academia Española (DRAE): un Estado, país o ejército “que está ligado con otro para fines comunes”. Pero no en vano muchos diccionarios de uso, como el de María Moliner o el Clave, lo relacionan con las naciones aliadas que ganaron autoridad moral al acabar con Adolfo Hitler y su holocausto. “De sobra saben ustedes la connotación que la palabra aliado tiene para los europeos, sobre todo para los de determinada edad”, dijo una lectora en una carta publicada el 30 de marzo por el diario español El País. “Pienso que no es casual que se utilice para designar a los atacantes contra Irak”.

Otra, quizás la más controvertida, es la palabra “terrorismo” La definiciones que dan los diccionarios abarcan mucho y dicen poco. “Dominación por el terror, sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”, son las dos acepciones que da el DRAE. Es decir, cualquier acto bélico o represivo, alzamiento en armas o incluso una insurrección, sea de la naturaleza que sea, podría entrar en esta definición de terrorismo. Por otro lado, ¿quién define si un acto violento tiene como fin infundir terror o apunta a otro objetivo?, ¿cómo se califican hechos que no son violentos, pero que producen igual o más terror que una bomba, como las amenazas de muerte o las campañas psicológicas para “ablandar” al enemigo? Si vamos al caso de Irak, ¿se puede calificar como un acto terrorista el reciente estallido de un taxi iraquí que costó la vida al conductor suicida y a cuatro soldados estadounidenses?

Ninguno de los diccionarios de uso ni los libros de estilo o glosarios de los medios de comunicación consultados responden a estas preguntas. Sin embargo, los periodistas no estamos inermes frente a esta guerra de palabras ni tampoco podemos posar de inocentes, ya que, como dijo la “Defensora del lector” de El País (30/03/03), Malén Aznárez, el lenguaje no es gratuito. “Los periodistas -escribió la Defensora- tenemos que dejar de ser cómplices de la jerga militar y su propaganda, pese a los problemas técnicos (4) que eso nos pueda acarrear, y llamar a las cosas por su nombre: los ‘daños colaterales’ son, la mayoría de las veces, sólo víctimas civiles; el ‘fuego amigo’ es fuego propio; las bombas no ‘golpean’, destruyen, hieren o matan; las ciudades no se ‘liberan’ si antes no han pedido ser liberadas, y ‘los aliados’ son fuerzas invasoras. Así de sencillo”.

Es cierto que llamar a las cosas por su nombre no es una tarea tan fácil, sobre todo cuando estamos cubriendo una guerra. Sherry Ricchiardi, profesora de la Escuela de Periodismo de Indiana (Estados Unidos) y ex corresponsal de guerra en los Balcanes, recordó recientemente lo difícil que es separar el trigo de la paja cuando uno se sienta a escribir después de haber asistido a diferentes conferencias de prensa con portavoces de las facciones en pugna o de haber estado en el frente tratando de digerir información mientras llueven los balazos. "Al final del día nos sentíamos como borrachos con tantas versiones sobre la misma guerra y teníamos que usar una gran capacidad de discernimiento para definir qué información enviábamos a nuestros jefes", afirmó.

Esa capacidad de discernimiento es, en definitiva, la esencia del periodismo. Y para ejercerla lo primero que debemos desechar es la idea de que uno de los bandos nos da “información” y el otro “propaganda”. Por el contrario, nuestro trabajo consiste en tratar de decodificar la verdad de toda la información que nos dan o podemos recoger de los bandos en pugna, a sabiendas de que al menos parte de esa información, tanto de un bando como del otro, es desinformación o propaganda. “Es una guerra, nadie dice la verdad o dice verdades a medias”, sería la premisa.

El otro elemento que nos permitirá discernir lo verdadero de lo falso, la información de la propaganda o la desinformación, es el conocimiento del conflicto. Si conocemos el contexto, difícilmente nos pondrán “vender” sustantivos como “terrorismo”, “represión” o “subversión”, generalmente usados para denostar al adversario más que para describir la realidad.

En suma, la única arma efectiva contra la desinformación y la propaganda es la desconfianza y el conocimiento. Si nunca dejamos de preguntarnos “por qué” y si sabemos el “porqué” del conflicto, seguramente vamos a estar en condiciones de escribir una buena nota, con información veraz, sin publicidad, en la que al pan lo llamaremos pan y al vino, vino.

 

Notas

(1) Las opiniones o juicios de valor vertidos por el autor en este artículo son de carácter estricamente personal y no representan necesariamente la posición de la agencia de noticias para la que trabaja.

(2) Ver Oxford American Dictionary.

(3) Según el diccionario de la Real Academia Española, un capellán del ejército o de la armada es un sacerdote de la “Iglesia” -no precisa cuál, pero se supone que habla de la Católica Apostólica Romana- que “ejerce sus funciones en las fuerzas de mar y tierra”. Es decir, no contempla que haya capellanes de otros credos, como existen en el ejército estadounidense.

(4) Al hablar de “problemas técnicos”, Malén Aznárez se refiere a las dificultades de espacio a la hora de armar un título. Por ejemplo, “Tropas aliadas toman Basora” es mucho más corto que “Tropas de Estados Unidos y Gran Bretaña toman Basora”.

 

© Eduardo P. Kragelund 2003

3/04/2003

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