El modelo de las relaciones propuesto por Perrone y su equipo, considera la violencia no sólo como un problema de la pareja sino de toda la familia, en el cual se encuentran todos implicados y son todos responsables. Por tanto, el objetivo terapéutico central consiste en poner en evidencia las secuencias comunicacionales repetitivas y las retroalimentaciones positivas que conducen a actos violentos en respuesta a ciertos mensajes.
Existe otro modelo explicativo dentro de la perspectiva sistémica, llamado "Teoría de la relación Simetría - Complementariedad", que toma además algunos aspectos del modelo del aprendizaje. Proponen que a la base del fenómeno de la violencia en parejas se encuentra: el proceso de establecer reglas y la distribución del poder. Este modelo presenta dos premisas que explicarían la predisposición de una pareja a la violencia. La primera se refiere al aprendizaje y refuerzo temprano de la conducta violenta. La segunda, al establecimiento de reglas y metarreglas más rígidas que gobiernan el sistema marital y la conducta de cada miembro en forma concordante. Esto implica el control unilateral rígido por parte de uno de los miembros, lo que permite poco espacio para negociar las reglas que rigen la relación de la pareja. Por tanto, se vuelve altamente probable que incluso desacuerdos menores lleven lleven a acciones violentas (Sarquis, 1995).
A continuación, presentaré lo más brevemente posible los principales factores involucrados en la violencia conyugal, los aspectos más relevantes en su tratamiento desde un modelo sistémico, y un resumen de los principales artículos encontrados acerca del tema. Por último, expondré mi entrevista realizada al psicólogo Luis González, con los puntos más relevantes de esta. El objetivo de este trabajo es mostrar de una manera resumida y a la vez profunda el tema de la violencia conyugal desde una perspectiva sistémica. Por razones de espacio, no expondré todo lo estudiado respecto al tema, pero trataré de hacer un resumen de lo más importante y lo más explicativo posible.
Violencia conyugal: un enfoque sistémico
La violencia no es un fenómeno indiscriminado, adopta dos formas distintas (Perrone y Nannini, 1997): la violencia agresión, que se encuentra entre personas vinculadas en una relación de tipo simétrico, es decir, igualitaria. Aquí, ambos reivindican su pertenencia a un mismo status de fuerza y poder, independencia de la fuerza física, ya que quien domina en lo corporal puede no dominar en lo psicológico. Esposo y esposa aceptan la confrontación y la lucha. Por ejemplo, el marido puede pegarle a la mujer, pero ésta le arroja un objeto o lo insulta. La violencia castigo, es aquella que tiene lugar entre personas implicadas en una relación de tipo complementario, es decir, desigualitaria. Se manifiesta en forma de castigos, torturas o falta de cuidados. Uno de la pareja reivindica una condición superior a la del otro. Por ejemplo, el hombre le pega a su mujer, la esclaviza, le quita su libertad, le impide todo contacto con el exterior y le niega su identidad. Según él, el castigo se justifica porque ha descubierto una "falta". A menudo, el receptor está convencido de que tiene que conformarse con la vida que le imponen. Es importante destacar que en la violencia agresión se da una pausa complementaria, que comprende dos etapas diferentes: la aparición del sentimiento de culpabilidad, que será el motor de la voluntad de reparación, y en la otra etapa, aparecen los comportamientos reparatorios como mecanismo de olvido, desresponsabilización , que sirven para mantener el mito de la armonía y buena familia. En la violencia castigo no hay pausa, el actor emisor considera que debe comportarse así; al no haber pausa la violencia permanece escondida y toma un carácter íntimo y secreto.
En muchos casos, la violencia se manifiesta de forma ritualizada: una cierta escena se repite de manera casi idéntica. Por lo general, se observa una anticipación e incluso una preparación de la secuencia violenta. Todos los participantes pueden tomar parte en esta especie de contrato llamado "Contrato Implícito Rígido" (Perrone y Nannini, 1997). Este contrato opera a nivel bipersonal pero tiene raíces individuales, ya que se apoya sobre la imagen negativa y frágil que cada uno tiene de sí. La noción de límite o frontera se modifica, define todo lo que se puede hacer, con excepción de... Por ejemplo: "puedes pegarme dentro de la casa, pero no afuera".
La rigidez de los sistemas de creencias es un factor muy importante en la violencia: los actores de comportamientos violentos pertenecen a la categoría de personas que viven las diferencias como amenazas. En ciertas parejas resulta impensable que uno pueda decidir algo o tomar una iniciativa sin que el otro se sienta en peligro (Lemaire, 1995).
Según L. Walker, la violencia marital se da en situaciones cíclicas que pueden ser referidas a tres fases, que varían en intensidad y duración según las parejas: 1) Acumulación de tensión, que es un período de agresiones psíquicas y golpes menores en el que las mujeres niegan la realidad de la situación, y los hombres incrementan la opresión, los celos, la posesión, creyendo su conducta como legítima. 2) Fase aguda de golpes, cuando la tensión alcanza su punto máximo; se caracteriza por el descontrol y la inevitabilidad de los golpes. 3) Calma amante, se distingue por una conducta de arrepentimiento y afecto del hombre golpeador, y de aceptación de la mujer que cree en su sinceridad. En los transcursos de los intercambios recurrentes, cada vez más tensos, emerge la violencia física en los momentos en que la relación de dominación/subordinación que se supone ejerce el hombre sobre la mujer, necesita ser reconfirmada (Mesterman, 1998)
Aproximaciones a la terapia
Según los terapeutas sistémicos, en la violencia conyugal, tanto el hombre como la mujer se ven como reacción del otro, y ven el inicio del conflicto a partir del otro. Carmen Luz Méndez señala que algunas de las consecuencias de un enfoque sistémico a nivel preventivo y terapéutico son: el considerar que el problema de la violencia en la pareja no es sólo el que surja, sino que se mantenga, y que muchas veces se mantiene desde la pasión de vivir juntos; que muchos episodios de violencia podrían entenderse como señales de alarma respecto a áreas de convivencia fundamentales, que por muy diversas razones se viven repetidamente como conflictivas e imposibles de resolver. Además, que en esta repetición de conflictos se establecen mecanismos interaccionales que configuran patrones repetitivos, que atrapan al hombre y a la mujer en una secuencia amplificada de agresiones que desembocan en violencia; y por último, que esta guerra nada tiene que ver con bondad o maldad, sino con mecanismos anclados en creencias, mitos, posiciones, deseos, muchas veces contrapuestos. La prevención, por lo tanto, tendría que dirigirse más bien al reconocimiento de áreas de la convivencia de la pareja que están en conflicto, y asumirlas como aspectos inherentes a la vida de ésta, generando espacios de búsqueda de alternativas de resolución. Otro aspecto importante es el hecho de que en la terapia es la pareja la que define su sufrimiento o aquello que quieren cambiar, y el terapeuta no debe imponer sus deseos personales.
Tratamiento en conjunto: si llega la pareja en forma conjunta a consultar por problemas, es efectivo trabajar con los dos, pero si llega uno sólo con deseos de clarificación respecto a la mantención o término de la relación es mejor, según Carmen Luz Méndez, trabajar en forma individual. En el tratamiento conjunto es esencial, primero que todo, aquietar los temores del agresor a sentirse acusado, refiriéndose al sufrimiento mutuo. Muchas parejas llegan al consultorio con definiciones como "mi esposa no es afectuosa", "mi esposo es demasiado rígido", que lo que hacen es descargar la culpa sobre un miembro. Este es el problema: el estímulo. Incluso cuando la pareja entra en conflicto, hay siempre un "ella es tal cosa" y un "él es tal cosa": se etiquetan recíprocamente. Este proceso dificulta las respuestas de los miembros de la familia, y como resultado, los intentos de solución suelen reforzar el problema. Si el profesional se integra en la situación y le pone un nombre oficial al dolor, la rigidez de las percepciones y las respuestas quedan reforzadas adicionalmente por el diagnóstico del experto (Minuchin y Nichols, 1994). Luego de definido el problema como parte de la interacción, se trata de inmediato de frenar la violencia física, destacando la peligrosidad de ésta, y estableciendo alternativas para controlarla. El temor de los involucrados a la desintegración de su pareja por agentes externos, los empuja a una negación de su peligrosidad. La gran tarea terapáutica consistirá en encontrar explicaciones plausibles para la pareja: si ambos quieren mantener la relación y lo que quieren destruir es la violencia, habrá que traer a la mano una construcción que sea contingente a sus historias que les valide su relación y que los una en la evitación de la violencia. Muchos autores plantean que es esencial la exploración conjunta de los costos o consecuencias de la violencia como modo de resolución de problemas, ya que atenta justamente contra aquello que ellos quieren preservar: su relación. El objetivo es poner en un primer plano las consecuencias de las propias acciones en el otro y en uno, e impedir la negación de estas consecuencias. Cada cual se considerará responsable de su propia conducta y no habrá explicación que valga para justificar un acto violento.