LAS FORMAS HISTÓRICAS DEL DESARROLLO

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Celso Furtado  

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Publicado originalmente en

Teoría y política del desarrollo económico.

Siglo XXI Ed., México, 1968.

 

I
EL EXCEDENTE ECONÓMICO Y LAS FORMAS DE DOMINACIÓN SOCIAL

La acumulación de capital se origina del hecho corriente de que cualquier colectividad, aun las que están en los niveles más bajos de división del trabajo, es capaz de crear un excedente, es decir, producir más allá de lo necesario para la supervivencia de sus miembros.

La absorción por el consumo de los aumentos ocasionales de la producción podría mejorar momentáneamente las condiciones de vida de la población, pero ninguna alteración experimentaría la capacidad productiva. Sin embargo, en cualquier sociedad se han formado grupos minoritarios que supieron apropiarse del excedente de la producción, ya sea que éste ocurriera ocasional o permanentemente. Este es el hecho simple y universal que forma la base para el proceso de desarrollo.

En las sociedades primitivas la creación de un excedente de producción constituía, generalmente, un fenómeno eventual; resultaba de la acción de factores discontinuos y exógenos, tales como condiciones climatológicas excepcionales, descubrimientos de mejores tierras, presión exterior para el comercio, etcétera. Si el fruto de ese aumento de la producción se hubiese distribuido uniformemente entre el conjunto de la colectividad hubiera sido consumido, siendo su efecto poco durable. La apropiación por parte de un grupo reducido vino a facilitar la acumulación. Este fenómeno se observa con mayor claridad en las etapas más avanzadas de la organización social, cuando los recursos acumulados pueden ser fácilmente transformados en factores de producción. En efecto, lo esencial del proceso acumulativo no es la retención de una parte del producto por un grupo minoritario, sino la transformación del excedente en capacidad productiva.

Aparentemente, en un principio la acumulación se basó en la esclavitud, o sea en la entrega compulsiva, total o parcial, de un grupo a otro de su excedente de producción. En los niveles más primitivos de la técnica, ésta parece haber sido la forma más práctica de obligar a un grupo social a reducir su consumo por debajo del nivel de su producción. A medida que la productividad se fue elevando se hizo posible aplicar otros métodos. Pero, sin duda, fueron los recursos apropiados por medio de la esclavitud los que constituyeron el punto de partida del proceso acumulativo. Es verdad que, en la mayoría de los casos, estos recursos no fueron utilizados para aumentar la capacidad productiva. La mayoría de las veces sólo servían para elevar el nivel de consumo de los grupos parasitarios. Con todo, aun en tal hipótesis, desempeñaron un papel positivo en el proceso de crecimiento, ya que la elevación del nivel de consumo permitió, y muchas veces exigió, su diversificación. La búsqueda de esa diversificación constituyó la base de las actividades comerciales.

Encontrada la posibilidad de diversificar el consumo, a través del comercio, se había dado el paso decisivo hacia el proceso de aumento de la productividad. La palanca clave del proceso acumulativo ya no residirá en la represión del consumo de algunos grupos a costa de reducirlos a la esclavitud, sino en la apropiación del fruto del aumento de la productividad, resultante del aprovechamiento más económico de los recursos, hecho posible por el comercio. Establecidas las corrientes comerciales, surgirán grupos y comunidades que se dedicarán totalmente a ese tipo de actividad. Esa especialización facilitará la concentración de la riqueza, ya que, como es fácil percibir, los beneficios del aumento de productividad tenderían a concentrarse en manos de los comerciantes. Y esa riqueza concentrada, asumiendo la forma de activos líquidos y medios de transporte en manos de intermediarios, creaba las condiciones para nuevas expansiones del comercio.

 

Con los elementos indicados será posible reconstituir un esbozo general del proceso de desarrollo de las comunidades preindustriales. En primer término aparecen los factores exógenos, provocando la creación ocasional o permanente de un excedente de producción. Como ya hemos visto, el excedente permanente fue posible gracias a la esclavitud. En segundo lugar viene la apropiación de ese excedente por grupos minoritarios. En tercer lugar tenemos los patrones de consumo más elevados, propios "de los grupos minoritarios, que amplían las posibilidades y hasta crean la necesidad de intercambio con otras comunidades. En cuarto lugar se encuentra el intercambio, que posibilita la especialización geográfica y la mayor división del trabajo, con el consiguiente aumento de la productividad en las comunidades que participan del mismo. En quinto lugar se encuentra la concentración de la riqueza, permitida por el intercambio. Finalmente surge la posibilidad de incorporar al proceso productivo los recursos acumulados por los comerciantes, ya que este era el medio por el cual los intermediarios podían aumentar la corriente del comercio, incrementando sus ingresos.

Este esquema simplificado nos permite captar lo esencial del proceso económico. Por el lado de la producción aparece la creación del excedente; por el de la distribución la apropiación de ese excedente por parte de un grupo minoritario, y por el lado 'de la' acumulación la posibilidad de aumentar la productividad con la ampliación del mercado y la incorporación del excedente al proceso productivo. Si observamos este proceso en el curso del tiempo vemos que la tercera fase se reencuentra con la primera: el incremento de la productividad, causado por la incorporación de nuevo capital y la ampliación del mercado, da lugar a la creación de un nuevo excedente, el cual, apropiado por el grupo minoritario, se transformaría en nuevo capital, etcétera. Los puntos estratégicos de ese proceso están constituidos por la posibilidad de incrementar la productividad y por la apropiación, por parte de los grupos minoritarios, del fruto de dicho aumento. En última instancia son estos dos factores los que permiten el crecimiento. En verdad, si los recursos incorporados al proceso productivo no causasen aumento real de la productividad, la acumulación no propiciaría ningún crecimiento, limitándose a desplazar en el tiempo el acto de consumo. Por otra parte, si el fruto de un aumento de la productividad, ocasional o permanente, fuese distribuido por el conjunto de la población, el resultado sería solamente una elevación ocasional o permanente del nivel de consumo, pasando la economía de una posición estacionaria a otra.

El esquema que presentamos se refiere a fases preliminares del desarrollo. En estas fases tanto los bienes que se consumen como los que son acumulados tienen, fundamentalmente, la misma naturaleza, pudiendo por lo tanto intercambiarse. Por este motivo la apropiación por parte de los grupos minoritarios resulta indispensable para evitar que el consumo absorba la totalidad del producto. Sin embargo, a medida que la producción va alcanzando cierta complejidad, los bienes destinados a la reincorporación al proceso productivo tienden a diferenciarse de los bienes de consumo corrientes. Así pues el negociante que realiza el comercio marítimo necesita transformar los recursos que acumula en barcos y otros instrumentos de trabajo. A fin de hacer frente a esa demanda que se diversifica el aparato productivo deberá adquirir el necesario grado de especialización.

En una economía que haya alcanzado cierto grado de des. arrollo, la producción presenta tal estructura que la acumulación se convierte en un proceso casi automático. Pero, para que el aparato productivo funcione normalmente, es indispensable que la demanda tenga una determinada composición. Ahora bien la composición de la demanda está determinada por la distribución del ingreso, o sea por la forma en que los distintos grupos se apropian del producto. Por lo tanto de aquí se infiere que la estructura de la producción, la división del producto entre consumo y acumulación y la distribución del ingreso tienen causas fundamentales comunes. Éstas se basan en el sistema institucional, articulado en torno del proceso de apropiación del excedente.

 

II

LA UTILIZACIÓN DEL EXCEDENTE

La forma de utilización del excedente de producción y la posición social del grupo que la realiza constituyen elementos básicos en el proceso social que genera el desarrollo. Detengámonos en la apreciación de este problema en su forma más sencilla: el caso de una comunidad que reduce a otra a la esclavitud y pasa a exigirle, periódicamente, cierto tributo. Es muy probable que el fruto de este tributo resulte en beneficio de la minoría dirigente de la comunidad dominante. Esa transferencia de recursos causará una mejora en los patrones de consumo y, probablemente, un programa de inversiones en obras improductivas o en guerras. Con el excedente de población creado, esto es, con la mano de obra esclava o con las personas alimentadas con el fruto de los tributos, se construirán mejores residencias, monumentos, templos, etcétera, o bien, con la mano de obra liberada, la comunidad dominante podrá formar un ejército y tratar de obligar a otras comunidades a suministrarle tributos, aumentando así aún más sus recursos. Podrá también construir murallas de defensa, incrementando de ese modo su poderío.

Fue mediante ese proceso que se formaron los antiguos imperios. La expansión de estos últimos se hallaba limitada solamente por las dificultades de transporte Y comunicación y por el poderío militar de otras comunidades. Siempre que una comunidad lograba esclavizar a otra se tornaba lo suficientemente poderosa como para intentar esclavizar a una tercera, y así sucesivamente. La guerra constituía la forma principal de captación y utilización del excedente de producción. En este caso el desarrollo asumía la forma de aglomeración temporal de una constelación de comunidades. La concentración, en manos de un solo grupo, del excedente de producción de todas esas comunidades permitía el desarrollo de la vida urbana en la comunidad dominante, inversiones improductivas, el surgimiento de un número creciente de personas dedicadas a tareas no manuales, la formación de élites intelectuales, etcétera.

Es importante hacer notar que la cúpula dominante podía hallarse desvinculada de las actividades económicas, no existiendo relación alguna entre las preocupaciones de la élite dirigente y los problemas directamente relacionados con el sistema económico. En tales casos la estabilidad de los imperios se fundaba en la capacidad de organización y dirección de sus élites dirigentes. Cuando éstas lograban desarrollar una técnica eficiente de comunicaciones Y una superestructura administrativa bien organizada como lo hicieron los romanos, su obra cobraba carácter duradero. Completada la expansión militar se iniciaba un periodo de desarrollo comercial, fomentado por las condiciones de seguridad y por la mejora en los medios de transporte que acompañaban casi siempre el establecimiento de una infraestructura militar. Los tributos que afluían a la metrópoli constituían la fuente de financiamiento de programas de obras improductivas. Pero puesto que la masa de tributos no podía seguir creciendo indefinidamente, las inversiones en obras improductivas tendían a alcanzar un punto de saturación, a partir del cual aumentan los gastos de manutención y reposición de las mismas, hasta absorber la totalidad de los nuevos recursos destinados a la inversión.

 

Las posibilidades de crecimiento por la pura exacción de tributos son, obviamente, limitadas; sin embargo la aglomeración política provocada por la conquista militar siempre produjo otros efectos más importantes desde el punto de vista del desarrollo. Poniendo en contacto a comunidades antes aisladas, estableciendo comunicaciones regulares entre regiones distantes, abriendo caminos y afianzando en ellos la seguridad colectiva, la estructura política estaba creando condiciones altamente favorables al desarrollo de las actividades comerciales. Con la expansión de estas actividades, iba desarrollándose otra forma más compleja de apropiación del excedente. Esta modificación es de importancia fundamental, ya que las ganancias resultan en beneficio de un grupo integrado en el proceso económico.

Es fácil darse cuenta de que los dos sistemas de apropiación del excedente han coexistido en diversa medida por todas partes. Si se estudia, aun superficialmente, una ciudad griega, por ejemplo, se verá en la propia zona urbana y en su periferia rural el sistema de apropiación basado en la esclavitud. Junto a éste fácilmente se identifica el sistema de apropiación basado en las ganancias comerciales, obtenidas principalmente en el intercambio con las colonias. El segundo sistema se injertó en el primero, y casi nunca lograron integrarse totalmente. El conflicto entre las élites ligadas a los dos sistemas de apropiación referidos necesariamente portadores de complejos ideológicos distintos constituye la causa de la gran inestabilidad política de las ciudades griegas, particularmente de aquellas donde la actividad comercial más se desarrolló, como es el caso de Atenas.

Contrariamente a lo que sucede en el régimen de apropiación por la esclavitud, el inicio de un flujo de comercio produce un aumento de la productividad. Es el fruto de ese aumento de la productividad el que revierte, total o parcialmente, en beneficio del comerciante. Por consiguiente en este caso la apropiación no es un simple fenómeno de transferencia unilateral de recursos; coexiste con un aumento de productividad y, por lo tanto, con la creación de nuevos recursos. Por último debe considerarse el hecho de que el tributo es la consecuencia del poder de la clase o comunidad dominante, al paso que las ganancias comerciales constituyen la fuente del prestigio y del poder para la clase comerciante. Síguese que cuanto mayor es el poder más abultada la masa del tributo conseguida. De ahí las inversiones en expediciones guerreras. En el caso del comercio, cuanto mayores fuesen las ganancias mayor sería el prestigio y el poder. De ahí el deseo de expandir cada vez más ese comercio.

 

III
ASIMETRÍA DE LA INVOLUCIÓN ECONÓMICA

Pasemos ahora a considerar el siguiente problema: ¿qué ocurría con un sistema económico esclavistacomercial, como eran los de la Antigüedad, cuando se derrumbaba la estructura política que lo sustentaba? La mayoría de las veces la destrucción de un orden político era seguida por la institución de uno nuevo. En otras palabras: el predominio de una comunidad o de un pueblo era remplazado por el de otro. Pero no siempre fue así. La excepción más extraordinaria a esta regla es la caída del Imperio romano de Occidente. La destrucción de la enorme maquinaria administrativomilitar que constituía ese Imperio tuvo consecuencias profundas para la economía de la inmensa zona que ocupaba. La atrofia de las poblaciones urbanas que se habían formado en torno de los núcleos administrativos y militares privó a los campos del mercado de sus excedentes de producción. Los tributos, por una parte, y el comercio por la otra, habían inducido a la utilización más intensiva de la tierra y de la mano de obra, esclava o libre. Entonces, como hoy, era el desarrollo urbano lo que determinaba el progreso de las técnicas agrícolas. Desarticulado el sistema administrativomilitar, desaparecieron las condiciones de seguridad que permitían el comercio; por otra parte, desaparecidos los tributos, cesaba de existir la principal fuente de ingresos de las poblaciones urbanas, que vivían de subsidios o de la prestación de servicios. En consecuencia las ciudades tendían a despoblarse y hasta a desaparecer. En Roma, por ejemplo, fue tan marcada la despoblación que en el siglo VI apenas se hallaba habitado lo que correspondía a su antigua sección central.

Tenemos así, claramente configurado, un caso de involución de un sistema económico. Por todas partes se reducen las transacciones, aumenta relativamente la producción destinada al autoconsumo, baja la productividad. Este caso de retroceso económico ilustra un hecho ampliamente observado y de gran significado: el desarrollo no es un proceso de reversión perfecta. El retroceso no es un movimiento simétrico al del progreso o desarrollo. Si no tomamos en cuenta esta asimetría resultará difícil entender ciertos procesos históricos que poseen importancia en la formación de la economía moderna.

Con la desaparición del Imperio romano de Occidente se produce una atrofia de la economía de las grandes regiones de Europa y no exactamente un retorno a estadios anteriores. Una economía atrofiada posee un nivel técnico superior al que normalmente correspondería a su nivel de ingreso, habida cuenta de su constelación de recursos naturales. En otras palabras: la reducción de la productividad motivada por la desarticulación del sistema económico no acarrea una reversión a las formas primitivas de producción, esto es, no implica un abandono total de las técnicas más avanzadas.

 

La comprensión de ese fenómeno es de gran importancia para la explicación del tipo de organización económico social que surgió en Europa a partir del siglo VIII, que llamamos feudalismo. Según la opinión corriente, la economía del feudo era un sistema cerrado o casi cerrado. Pero no era ésa su principal característica, sino el hecho de que se trataba de una economía cerrada con nivel de consumo relativamente elevado. Las comunidades primitivas de dimensiones idénticas y que, como el feudo, eran economías cerradas, o sea de auto consumo presentaban, generalmente, un nivel medio de consumo por debajo del de las comunidades feudales europeas. Los barones feudales conseguían, con los recursos locales, no sólo construir castillos sino también armar a sus hombres para la guerra y mantener un número casi siempre elevado de personas ociosas a su alrededor. El excedente de producción que llegaba a las manos del señor feudal, aun tratándose de los de menor importancia, era relativamente grande si se tiene en cuenta que ese excedente se originaba de la apropiación directa de parte del fruto de la producción de una pequeña comunidad. Ahora bien, esto fue posible debido a que el nivel de la técnica que se utilizaba en el feudo era relativamente elevado.

En realidad ese nivel técnico constituía una supervivencia de un sistema económico que había desaparecido. Por consiguiente la economía feudal representaba una forma regresiva de organización social. Este fenómeno podría servimos para explicar la sustitución de la esclavitud por la servidumbre. La esclavitud representa el uso más intenso posible de la mano de obra. Con el avance de la técnica la presión sobre el factor mano de obra se va reduciendo y, en consecuencia, van mejorando los regímenes de organización del trabajo.

El caso bajo análisis no implica avances tecnológicos, pero sus consecuencias son semejantes: al reducirse la demanda externa, esto es, al cerrarse la economía y constituirse el feudo, resultó que la técnica era suficientemente elevada como para que se realizase la producción consumible con mucha menor presión sobre la mano de obra.

Se puede preguntar por qué no fue mantenido el nivel promedio de productividad, con intensificación del proceso acumulativo dentro del feudo. La razón es sencilla: lo que se producía no podía ser acumulado, por cuanto se trataba de bienes perecederos. Sin intercambio de nada valía aumentar la producción agropecuaria. La única forma viable de acumulación residía en la construcción, y ésta alcanzó proporciones formidables con los castillos medievales. Otro fenómeno que se podría calificar de acumulación fue la aparición de grandes séquitos en torno de los señores feudales. Si el excedente producido en el feudo casi nunca podía ser acumulado por lo menos servía para alimentar gran número de comensales.

 

IV
ADVENIMIENTO DE LA BURGUESÍA EUROPEA

Teniendo en cuenta el fenómeno de hibernación de un nivel técnico superior, que fue el feudalismo europeo, se puede comprender más fácilmente la rapidez con que se reinició en Europa el proceso de desarrollo a partir del siglo XI.

Para que el desarrollo se produjese como un proceso endógeno en la Europa feudal hubiera sido necesario que avanzara antes la integración política, o sea que un grupo se impusiese progresivamente a los otros, dando lugar a la formación de unidades económicas mayores, en las que el comercio pudiese encontrar espontáneamente condiciones propicias a su surgimiento e intensificación. Factores de diversa índole impidieron que esa integración política se realizase.

Es fácil comprender que, en una sociedad de tipo feudal, toda tentativa de unificación por la fuerza tropieza con grandes obstáculos, ya que la numerosa clase ociosa hace de la guerra su ocupación favorita. La comunidad cuyo poderío se vuelve amenazador para las demás provoca la alianza de éstas. Por consiguiente toda composición política será necesariamente inestable. No obstante el desarrollo retomó su curso a partir de los siglos X y XI. Como agudamente lo observó el historiador Henri Pirenne, (NOTA Véase Histoire de l'Europe. Hay traducción al castellano del FCB.) el reinicio del proceso fue consecuencia de las modificaciones introducidas por la intervención del mahometanismo en las corrientes del comercio bizantino. Debido a las invasiones árabes la inmensa metrópoli comercial que era Bizancio se vio de pronto privada de sus fuentes de abastecimiento situadas en casi todo el litoral sur y este del Mediterráneo. Volcáronse entonces los bizantinos, con gran empeño, hacia las costas de Italia. Como es sabido, ese contacto dio lugar al surgimiento de poderosas economías comerciales en la costa italiana. La propagación de esas corrientes de comercio, en los siglos siguientes, por todo el continente europeo, ha sido ampliamente estudiada. Se formó, en el litoral de Europa, una verdadera cadena de emporios comerciales y, por el curso de los grandes ríos, todo el continente fue vivificado por las actividades de los mercaderes. Tenemos aquí un caso típico de expansión de una economía comercial que encontraría pronta respuesta, en razón de la existencia de un excedente virtual de producción, vale decir por las características de la economía feudal europea anteriormente mencionadas. Esta economía se portó como si estuviese preparada para recibir las corrientes de comercio, las que hicieron posible la mejor utilización de los recursos ya existentes y una diversificación del consumo, sin exigir modificaciones importantes en el sistema productivo.

 

Las corrientes comerciales constituyeron un fenómeno exógeno del mundo feudal. Se trata de una comprobación de gran importancia, ya que nos da la clave para aclarar aspectos relevantes de la evolución subsiguiente. Desde luego los dirigentes de las actividades comerciales pasarían a formar una clase nueva la burguesía, esto es, los habitantes de las ciudades, clase totalmente desvinculada respecto a las élites dominantes en el mundo feudal. Esa duplicidad de élites movidas por intereses totalmente distintos, y representando constelaciones de valores diversos, ejercerá profunda influencia sobre el desarrollo de la sociedad europea. En Italia, este es un aspecto transparente de las historias de Florencia y Venecia.

En la primera de esas ciudades tal como observa el profesor Luzzatto—(NOTA Gino Luzzatto, "Small and great merchants in the Italian cities in fue Renaissance", Enterprise and secular change, American Economic Associanon Series.) las dos élites nunca llegaron a formar un todo integrado. La antigua clase latifundista conservó fuerzas y poder aliado de la nueva élite burguesa, y esa duplicidad tiene mucho que ver con la accidentada historia política florentina. En Venecia, la burguesía comercial encontró el terreno prácticamente libre y dominó con exclusividad. Venecia constituyó, sin lugar a dudas, la expresión más completa de civilización comercial desde la época de los fenicios. Con todo, si en ciudades como Venecia y Génova el comercio condujo a la creación de unidades económicas independientes de tipo urbano, no ocurrirá lo mismo en otras partes de Europa. Las ciudades italianas, que se desarrollaron con el comercio, eran casi siempre grandes factorías: provocaban y financiaban el comercio entre otras regiones, para apropiarse de parte del aumento de la productividad permitido por ese comercio. En Venecia, por ejemplo, sólo tenían ciertos derechos de ciudadanía los comerciantes llamados de extra, o sea los que participaban en el comercio externo.

En aquellas regiones donde la mayoría del comercio era de naturaleza interna, esto es en las regiones que intercambiaban los productos de su periferia rural con otros de comunidades vecinas o distantes, se hizo sentir luego el inconveniente del régimen político atomizado, característico del mundo feudal. Se produce entonces en Europa un fenómeno inverso al de la formación del Imperio romano. En este último la integración política provocó el comercio y el desarrollo. En Europa el comercio y la interdependencia entre regiones vecinas ocasionaron la integración política. El feudalismo había sido la forma más práctica de mantener la seguridad colectiva después del colapso del poder romano. En un mundo estacionario, como era el feudal, las relaciones sociales se desenvolvían dentro de un campo perfectamente limitado, reduciéndose al mínimo la necesidad de gobierno, o sea de un poder no sólo capaz de aplicar normas sino también de adaptadas a nuevas situaciones.

 

V
LA NUEVA ECONOMÍA URBANA

A medida que se desarrollaban las corrientes comerciales y se multiplicaban los núcleos de la nueva sociedad burguesa el problema de la seguridad dejó de tener naturaleza local. Por otra parte, en una sociedad en rápido cambio, el campo de la acción política se amplía, ya que el aparato coercitivo y de control necesita de una permanente readaptación. De este modo los estados nacionales surgirán en Europa, no como una aglomeración de las unidades feudales sino como una armadura para proteger y reglamentar la nueva sociedad de base urbana que se estaba formando. Al contrario de lo que ocurriera en las ciudades griegas, donde las élites comerciales permanecieron en antagonismo con los grupos esclavistas que detentaban el poder político, en Europa la clase burguesa pudo cuando le resultó conveniente tomar partido en las guerras entre los señores feudales y precipitar la ruina del régimen político dominante.

El desarrollo del comercio como proceso exógeno hizo surgir una nueva economía apartada de la que existía, incluso geográficamente; lo contrario pudiera haber ocurrido si el proceso hubiera empezado del lado político, es decir mediante la superposición de una nueva estructura política sobre la antigua. Por ello la nueva' economía comercial urbana se contrapuso a la vieja economía agropecuaria de autoconsumo. Vale advertir que, sin embargo, no se da el caso de contraposición por oposición total de intereses entre ambas economías. Bien al contrario, la economía urbana posibilitaba al señor feudal la diversificación de su consumo, mediante la utilización del excedente virtual de producción a que ya se hizo referencia. Siendo tal la razón por la cual los señores feudales brindaron acogida, protección y otorgamiento de privilegios a los nacientes núcleos de la nueva economía. Por ende el advenimiento de las corrientes comerciales provocó el desarrollo de la actividad agropecuaria y el aumento de la productividad en el campo. Sorprende comprobar el grado de especialización que ciertas regiones de Europa ya habían alcanzado en el siglo XII en la producción de vino, lana, trigo, lino, etcétera.

Es interesante observar el papel típico de emporio que desempeñaban las nacientes ciudades; la correcta interpretación de sus papeles nos enseña que la nueva economía no vino para remplazar la antigua. Al contrario, fue la fuerza que indujo a la antigua economía a transformarse. Allí donde existía anteriormente una economía rural cerrada se abrió paso al surgimiento de un sistema que destinaba parte de su producción al mercado externo, intercambiando con éste a través del emporio urbano productos varios que en otra forma no le serían accesibles. La consecuencia fue que la producción agropecuaria no solamente experimentó la necesidad de crecer como para originar el excedente intercambiable, necesario para pagar los nuevos productos que compraba, ya sea desde otras regiones agrícolas o del Oriente, sino que hubo que atender también a la alimentación de la población urbana. Efectivamente, el precio que las zonas rurales pagaban por los productos que importaban llevaba implícito el valor del servicio de intermediación ejecutado por el comerciante. En esta forma la remuneración del comerciante, principal componente del ingreso de la población urbana, se originaba en el aumento de productividad del sector agropecuario. Conviene no olvidar que en aquel entonces la población urbana con seguridad no llegaba al 10 % del total de habitantes.

 

El ingreso de la población urbana no estaba formado exclusivamente por las ganancias obtenidas por los comerciantes en sus transacciones con las zonas rurales. Si bien es cierto que una parte de las ganancias era gastada en la compra de los productos rurales o provenientes del exterior, no es menos verdad que otra parte, ciertamente más grande que la primera, se destinaba a la compra de bienes y servicios producidos dentro de la misma ciudad. La producción urbana la constituyen la fabricación del pan y otros alimentos, la de calzado, vestuarios, cerámica, muebles, otros artículos de uso corriente, servicios de variada naturaleza y construcciones. Por otro lado una fracción del ingreso ganado por los trabajadores urbanos se gastaba en la compra de producción de origen rural. La técnica de los artesanos urbanos no debía ser muy diferente de la que dominaba dentro del feudo, que le había sido trasmitida desde los tiempos del Imperio romano. Al crecer las ganancias comerciales y aumentar los gas. tos de los comerciantes dentro de la ciudad se expandía el total de ingreso acaparado por los artesanos y demás grupos profesionales que prestaban servicios a la población urbana. Por lo tanto los grandes comerciantes y sus empresas que hacían intercambio con el exterior constituían el elemento motor de la economía urbana. El ingreso de todos los demás grupos urbanos dependía estrechamente del nivel de las ganancias de aquel grupo de comerciantes. En semejantes condiciones el problema de la distribución del ingreso, es decir el problema de los precios relativos, cobraba enorme importancia. Conocido el nivel de ganancias de los comerciantes de extra, o sea de los comerciantes

que realizaban transacciones con el mundo exterior a la ciudad, era posible determinar el nivel del ingreso global de la colectividad. El problema se convertía entonces en ¿cómo distribuir ese ingreso? Siempre y cuando un grupo consiguiera aumentar los precios de los productos que vendía en relación con el nivel general de precios lograba aumentar por esa forma su participación en el ingreso global.

Las observaciones hechas en líneas anteriores no son deducciones meramente abstractas. En el siglo XII ya los conflictos provocados por maniobras alcistas de los precios, especulación con alimentos, etcétera, asumieron proporciones inusitadas. Es por ello por lo que desde muy temprana fecha las operaciones comerciales al menudeo, las que interesaban de cerca al abastecimiento urbano, fueron objeto de minuciosa reglamentación. No deja de ser sorprendente que en esas economías, fundamentalmente comerciales, haya prevalecido el principio de la eliminación del intermediario entre el productor y el consumidor, quedando prohibido, por ejemplo, comprar productos alimenticios de los campesinos fuera del perímetro urbano. La producción alimentaria debía ser llevada al mercado y ofrecida a la venta en horas prefijadas y conocidas de todos los habitantes. Nadie podía comprar los alimentos en cantidades por encima de sus necesidades. Tan estricta reglamentación buscaba crear las condiciones de mercado atomizado tanto del lado del productor como del consumidor. La libre competencia, más que cualquier otro régimen, exige completa reglamentación y cabal control, o bien degenera en formas imperfectas de mercado. Pues el régimen del laissezfaire brinda la oportunidad de la liquidación de los más débiles por los más fuertes, no creando, por tanto, mercados perfectos. La competencia pura, en la forma que existió en los mercados de alimentos de las ciudades medievales, al reducir al mínimo denominador común las ganancias, estaba lejos de ser favorable al desarrollo de la economía capitalista. En el marco institucional del laissezfaire, el porcentaje de ganancia crece suficientemente como para acelerar la capitalización.

 

VI

"LAISSEZFAIRE" y CORPORATIVISMO

Reviste interés estudiar la doble faz del sistema económico de las ciudades medievales. Por un lado, el régimen del laissezfair_ domina las operaciones del comercio externo. Por el otro, la reglamentación estricta en forma de la competencia pura o en forma de las corporaciones de oficios controla las actividades internas de la ciudad. De propósito, apreciaremos conjuntamente la competencia pura y las corporaciones de oficios, por el hecho de que estos dos sistemas tuvieron en común un solo objetivo: reducir a un mínimo los márgenes de ganancia. Si se considera que las ciudades eran gobernadas por los grandes comerciantes es sencillo comprender las razones profundas de los dos sistemas de organización de la producción y de la circulación de bienes a que nos referimos. A los grandes comerciantes les interesaba evitar el alza de los alimentos y otros bienes de consumo en la ciudad. Los dos tipos de reglamentación la competencia pura y las corporaciones de oficios o gremios aseguraban a las clases dirigentes dos objetivos: el primero evitar engaños o adulteraciones o, conforme se anatematizaba ya en aquel entonces, "prohibir prácticas desleales de comercio"; el segundo cohibir la especulación y los grandes porcentajes de ganancia.

El régimen de las corporaciones de oficios, como se sabe, no fue una creación o imposición de los gobiernos de las ciudades. La verdad es que las corporaciones surgieron espontáneamente, habiendo sido reglamentadas con posterioridad. El régimen corporativo era, en verdad, un arreglo entre los artesanos y la clase comerciante dominante. Al desarrollarse las ciudades ciertamente el número de artesanos debía ser reducido. Al estacionarse, después de alcanzar cierto desarrollo, el número relativo de artesanos tiende a aumentar. Conviene no olvidar que, en los siglos XIII y XIV, hechos como una mala cosecha, una peste o una guerra local eran suficientes como para trastornar la actividad económica. Regiones asoladas por tales calamidades experimentaban súbitos retrocesos, emigrando parte de sus poblaciones urbanas, y cantidades excesivas de artesanos afluían hacia las ciudades más prósperas. La reacción natural de quienes ya vivían en estas ciudades era la defensa contra el número excesivo de virtuales competidores. Para esto creáronse las corporaciones, organismos de defensa que servían a dos propósitos: proteger la clase artesanal contra los intrusos y, desde el punto de vista de los intereses de la clase comerciante dirigente, mantener el nivel de calidad de los productos y reglamentar los precios.

Conociéndose la importancia del problema de la distribución del ingreso en la economía de las ciudades, ahora se perciben más claramente los compromisos que se hallaban detrás del régimen de las corporaciones. El nivel global del ingreso era determinado por las ganancias de la gran clase comerciante. Si los comerciantes redujeran sus gastos los artesanos asistirían impotentes a la reducción de sus ingresos y, por ende, comprimirían sus gastos, induciendo en cadena a nuevas reducciones de ingreso. De este modo la contracción de los gastos de los comerciantes provocaría, en determinado periodo, una reducción final del ingreso que sería mayor o menor, de acuerdo con algunas relaciones de interdependencia relativamente estables. Volvamos al punto central: dado el nivel del ingreso global, cabe distribuido entre los distintos grupos de la colectividad. Los precios relativos o sea los términos del intercambio interno constituían, por lo tanto, el gran problema de esas comunidades. Si observamos el sistema económico medieval por ese lado vemos que las corporaciones no solamente constituían un compromiso entre cada grupo artesanal y la clase dirigente sino también un compromiso de los distintos grupos artesanos entre sí. Se aceptaba el statu qua de la distribución del ingreso. Cada grupo profesional se encargaba, por su lado, de prorratear entre sus miembros la cuota que le correspondía.

 

El funcionamiento interno de una economía urbana medieval típica, observado a la luz de los elementos que hemos presentado, ofrece grandes semejanzas con el de la economía feudal. Es bien cierto que la economía urbana está integrada en una corriente de comercio y que el feudo es principalmente una economía cerrada. Pero desde el punto de vista de su funcionamiento interno las dos economías tienen grandes semejanzas. En el feudo la distribución del ingreso se realiza partiendo del nivel de la cosecha, con arreglo a la tradición establecida, la cual tiende a beneficiar al grupo propietario de la tierra. En la ciudad, dado el nivel del ingreso global, la distribución es realizada igualmente de acuerdo con una serie de normas rígidas que tienden a beneficiar al grupo comerciante dirigente y que representan un compromiso entre los grupos de artesanos. En los dos casos estamos en presencia de sistemas de organización de la producción totalmente desprovistos de impulso propio de desarrollo. Y, desde este punto de vista, la economía urbana medieval se acerca mucho más a la economía feudal que a la industrial. De todos modos, contrariamente a lo que sucedía con la economía feudal, la urbana medieval posee un factor dinámico: la clase de los grandes comerciantes. Conforme a lo señalado, ésta se desenvolvió como intermediaria del intercambio entre las regiones productoras de artículos primarios (agrícolas), y entre estas últimas y las regiones productoras de manufacturas. Con el desarrollo de la vida urbana y la diversificación del consumo de los grupos dirigentes del campo ciertos productos manufacturados especialmente las telas de alta calidad pasaron a ser objeto de creciente demanda. Al principio, el comercio de telas se limitaba a productos de precios elevados, principalmente importados del Oriente. Con el aumento del consumo los comerciantes percibieron la ventaja de alentar directamente la producción de las mismas. Ya en el siglo XII la producción de telas de exportación se realiza en muchas ciudades en escala considerable, siendo controlada por comerciantes que la financian y proporcionan las materias primas. Este tipo de producción urbana para exportación aparece inicialmente en Italia, y en el siglo XIII cobra empuje en el norte de Francia y en los Países Bajos. Las telas de tal procedencia pasaron a ser exportadas en gran escala, incluso al Oriente, por intermedio de los comerciantes genoveses.

La manufactura urbana de exportación se diferencia totalmente de la artesanía corporativa. Mientras que esta última se hallaba organizada para satisfacer una demanda regular y relativamente estable, la manufactura de exportación dependía de una serie de factores aleatorios ligados al mercado externo. En el mercado externo predominaba la competencia estilo laissezfaire. Las cantidades colocadas en él podían ser grandes o pequeñas, de acuerdo con las condiciones que prevalecían en cada momento particular. La pérdida de un barco, debido a piratería o mal tiempo, traía como consecuencia pérdidas totales para un comerciante y posibles ganancias extraordinarias para otros. Así, pues, dentro de las comunidades urbanas la producción tiende a organizarse en forma de eliminar lo imprevisible; por otro lado, entre ellas el comercio se realiza en condiciones totalmente aleatorias y aventureras.

 

VII
DEL CAPITALISMO COMERCIAL AL CAPITALISMO INDUSTRIAL

A partir del siglo XIV, las grandes corrientes de comercio comenzaron a presentar síntomas de saturación. El desplazamiento de la frontera comercial había alcanzado los extremos de Europa y el universo económico hubo de contraerse bajo la presión de las invasiones otomanas. Se intensificó la competencia favoreciendo la unificación política de los estados nacionales. De la misma manera que los artesanos se habían organizado para defenderse dentro del perímetro urbano, la gran burguesía, que favoreció la unificación política, se organizó para defenderse dentro de las fronteras nacionales. En Inglaterra, ya en la primera mitad del siglo XIV, el gobierno real intentó prohibir la importación de telas. También en ese mismo siglo, el gobierno inglés intentó reservar para los barcos nacionales el comercio en las costas de su país. Inglaterra fue así el primer país europeo en formular y aplicar una política decididamente proteccionista, así como más tarde será el primero en practicar una política decididamente librecambista. La política proteccionista inglesa provocó fuertes reacciones, especialmente en los Países Bajos, donde se prohibió la importación de telas inglesas.

Esta creciente tensión en el comercio europeo, resultante de una competencia cada vez mayor, debía repercutir necesariamente en el régimen de organización de la producción, creciendo la importancia de los costos. Para luchar contra las tarifas aduaneras es necesario reducir costos; para competir con empresas locales protegidas y cada vez mejor organizadas es necesario reducidos aún más. Insensiblemente se pasó de un sistema económico en que el margen de ganancia es muy elevado, o los perjuicios totales, a otro en el que prevalece mayor seguridad en las transacciones y mayor regularidad en las operaciones y, al mismo tiempo, en que los márgenes de ganancia son menores.

La importancia relativa del costo de producción en la formación de las ganancias depende del tipo de operación comercial. En el comercio primitivo casi no había relación entre el costo de producción y el precio de venta de una mercancía. Consideremos, por ejemplo, el caso de una mercancía como el azúcar, que provenía del Oriente en pequeñas cantidades, para ser vendida en Europa Occidental. El costo de producción de este artículo o, mejor dicho, el precio pagado al productor no representaría probablemente el 5 % del precio de venta al consumidor final. Ese precio se destinaba casi exclusivamente a pagar a los intermediarios que corrían con los riesgos de transportar durante meses el producto a través de regiones desprovistas de seguridad, a cubrir impuestos de peaje y a formar las ganancias del comerciante. De este modo el costo de producción no guardaba relación alguna con los precios de venta. Lo que interesaba al comerciante era la seguridad en el transporte, ya que la pérdida de una partida representaba un enorme perjuicio. De ahí las inversiones realizadas para armar buques de guerra, proteger las caravanas mediante grupos armados, etcétera. Tales inversiones resultaban enormemente más productivas que cualquier posible reducción en los costos de producción.

 

Los términos del problema comenzaron a modificarse con la intensificación de la competencia en Europa. Para el comerciante flamenco que financia la producción de telas de lana, con objeto de exportadas a Inglaterra, el costo de producción comienza a ser un factor importante. Ese comerciante importa las lanas y las tintas y contrata la producción con un maestrotejedorcomerciante, como se decía en la época. A su vez el maestro contrata artesanos que trabajan en sus domicilios. Al intensificar la competencia el comerciante financiador comienza a preocuparse por los costos, para mantenerse en la actividad. El maestro tejedor, que en este caso actúa como organizador de la producción, trata mientras tanto de reducir sus costos por todas las formas, ya que la alternativa es perder el trabajo. Comienzan entonces a surgir las organizaciones colectivas de producción, o "fábricas", cuyo objetivo es intensificar el uso de los instrumentos de trabajo y facilitar el control del número de horas de trabajo, reducir el despilfarro de materia prima, etcétera. Por otra parte se utilizará mano de obra femenina e infantil, también con objeto de reducir los costos. Estas transformaciones en la forma de organización de la producción suscitan enorme resistencia en diversos sectores. Se necesitarán tres siglos de ajustes y reajustes para que la metamorfosis se realice totalmente. La mayor resistencia ofrecida se produjo en el campo de las corporaciones, que gozaban de una serie de privilegios y trataban de impedir por todas las formas, dentro de las zonas urbanas, la producción a base de "trabajo libre" como entonces se decía organizada por los maestros comerciantes. Éstos, entonces, procuraron organizar la producción en las zonas rurales o buscar las ciudades donde no se habían organizado corporaciones, y encontraron a fin de cuentas otros medios para salvar las dificultades. De esta manera la evolución hacia el capitalismo industrial se hace a partir de las actividades ligadas con el intercambio entre ciudades o entre regiones, esto es las actividades en que prevalecía el régimen de laissezfaire, y no de la evolución de las actividades sometidas al régimen de competencia pura o al corporativismo, que prevalecían dentro de las ciudades.

Lo importante en todo esto es tener presente que de allí habría de surgir un nuevo sistema de organización de la producción, en que el costo de la producción desempeñaba un papel fundamental. Una de las primeras consecuencias de la consolidación de ese sistema fue la tendencia a la reducción del salario real de los artesanos transformados en obreros. A un nivel de técnica primitiva, el principal renglón de los costos de operación es la planilla de salarios. Era menester reducir dicha planilla, y con ese fin fueron utilizados todos los medios. En la segunda mitad del siglo XVIII cuando se produjo la descomposición final de las corporaciones y comienzos del XIX las condiciones de trabajo no son en nada mejores que las que había en el Imperio romano. La presión para reducir el costo de la mano de obra llegó al máximo y, sin que se hubieran modificado en nada las relaciones jurídicas que predominaban en la sociedad, el régimen de trabajo asumió características de rigor que no habían sido conocidas en Europa en todo el milenio anterior. Pero la reducción en la planilla de salarios es solamente uno de los medios para reducir los costos de producción. Los empresarios no tardaron en darse cuenta de que existe un límite por ese lado. Pero también comprendieron bien pronto que, modificando los métodos de producción, mejorando aún más la división del trabajo, introduciendo instrumentos más adecuados, se podía ir mucho más lejos que con la simple reducción de los salarios. Aparentemente, los aumentos de la productividad que se obtuvieron ya en el siglo XVIII, con una división más racional del trabajo, fueron asombrosos. Adam Smith, que publicó su Riqueza de las naciones en 1776, atribuyó todo el aumento de la productividad a las mejoras logradas en la división del trabajo que existían en ese tiempo.

Recapitulemos los pasos más importantes del proceso de formación de la economía industrial europea: la estabilización de la frontera económica provoca la intensificación de la competencia; ésta lleva a tensiones crecientes que aceleran la aglutinación del sistema político y la formación de economías nacionales y provoca el surgimiento de la política mercantilista de protección de las burguesías nacionales; para mantener sus líneas de comercio, particularmente las de exportaciones de telas entre regiones vecinas, los comerciantes exigen de los maestros artesanos, organizadores de la producción, costos cada vez más bajos; surge, en consecuencia, una clase de artesanos empresarios, cuya subsistencia depende de una permanente vigilancia con respecto a los costos de producción; la política de reducción de costos lleva a la organización de grandes unidades de producción las fábricas y a una enorme presión sobre los salarios reales; por otra parte, esa política de reducción de costos conduce a un progresivo perfeccionamiento de la técnica de la producción. Ábrese así un camino de insospechadas posibilidades.

 

VIII

UN NUEVO Horizonte CULTURAL

No nos detendremos a considerar la multiplicidad de aspectos del fascinante problema constituido por la eclosión de la primera economía industrial. Solamente puntualizaremos algunos aspectos que son de particular interés para comprender las potencialidades de desarrollo de economías de este tipo. El primero de ellos se refiere a la gran valorización de la investigación empírica. Siendo la producción industrial el simple medio de transformar y adaptar recursos naturales mediante procesos basados en principios derivados de la observación del mundo físico, es evidente que el deseo o la necesidad de perfeccionar las técnicas de producción exigió el creciente conocimiento de los recursos naturales y de las estructuras del mundo físico, en general. No hay duda de que el deseo de comprender y explicar el mundo físico y metafísico ha sido común a todas las culturas. Pero sólo con la economía industrial este impulso fundamental del espíritu humano se incorporó al elemento motor del sistema económico. Es fácil comprender 10 que resultará de la conjugación de esos dos impulsos básicos del hombre: el deseo de riqueza y poder, la aspiración de comprender y explicar el mundo en que vive. La total disociación de estos dos elementos, en la cultura griega, tuvo origen en el hecho de que la élite comerciante permaneciera como injertada en el organismo social, donde continuó predominando el complejo ideológico de la élite agrícola esclavista. Pero no habría bastado el predominio de la élite comercial para que se lograse esa combinación extraordinaria que sólo se cristalizaría en el siglo XVIII. El desarrollo de las economías comerciales buscaba una línea de menor resistencia encontrada en el desplazamiento de la frontera económica. Los fenicios llegaron a Inglaterra Y los portugueses avanzaron hasta la India. Con todo, las actividades económicas eran muy dispersas y casi nada interdependientes, como para que la organización de la producción llegase a tener una significación fundamental. Por otro lado las formas de producción jerárquicas o burocratizadas que tendían a prevalecer en las culturas no europeas, no creaban la competitividad y las posibilidades de rápida acumulación, características del régimen de laissezfaire que engendrará el capitalismo industrial.

El segundo punto que deseamos señalar se refiere al horizonte de oportunidad que surgen con el advenimiento de una economía industrial. Mejorar los métodos de producción supone, evidentemente, un conocimiento progresivo de la estructura del mundo físico y la consiguiente valorización de las ciencias naturales. Pero no se trata sólo de eso: significa también incorporar recursos al proceso productivo. Como se dirá en el siglo XIX, los métodos de producción se harán cada vez más capitalísticos, esto es, basados en el uso de equipos y otras formas de capital. Ahora bien, esto tendría consecuencias profundas para la organización del sistema económico, ya que, para utilizar reproductivamente los recursos que afluyen de manera permanente a sus manos, el empresario ya no necesitará de una frontera en expansión, o sea de abrir nuevas corrientes de comercio, sino que podrá verticalizar la aplicación de sus capitales dentro de la frontera económica ya establecida. La aplicación de esos capitales significará incrementos de la productividad, aumento del ingreso global y, por consiguiente, expansión del mercado interno. Al reducir sus costos sin disminuir su planilla de salarios, el empresario podrá abaratar sus productos sin disminuir, simultáneamente, el ingreso de sus operarios. De esa manera, las ganancias que fluyen a las manos de la llamada clase empresaria industrial serán aplicadas, de manera creciente, en el propio sistema industrial.

Por consiguiente, en la organización y en la técnica de la producción reside la principal característica del nuevo sistema económico. Y no sólo eso: innovar en las técnicas de la producción significa, generalmente, ofrecer oportunidades al capital que afluye a las manos del empresario en forma de ganancias para reincorporarse al sistema productivo. Por consiguiente la eficacia productiva y el adelanto de la técnica constituyen, dentro del nuevo sistema económico, la fuente de las ganancias del empresario y la oportunidad de aplicar esas ganancias en forma remunerativa. A la tecnología cabe, pues, el papel estratégico central en la economía industrial. Y como la tecnología no es más que la aplicación al sistema productivo del conocimiento empírico o científico del mundo físico, se puede afirmar que la economía industrial sólo encuentra límites de expansión del lado de la oferta, en la propia capacidad del hombre para ahondar en el conocimiento del mundo en que vive.

Las consecuencias culturales de esa transformación del papel del agente que se apropia el excedente son considerables. A diferencia de los que buscaban legitimar la apropiación del excedente con la propiedad de la tierra o con el aventurerismo en tierras ajenas, el empresario industrial tiene la tendencia a formar de sí mismo una imagen de "creador de progreso". Gracias a él se crean nuevas oportunidades de empleo y nuevas formas de ascenso social tienden a surgir.

 

IX

CARACTERÍSTICAS DEL CAPITALISMO INDUSTRIAL

Hemos señalado, por un lado, que las preocupaciones por los costos de producción pusieron a la tecnología en el primer plano de las decisiones económicas, al convertir el proceso de desarrollo en un proceso de adelantos tecnológicos; por otro lado el adelanto de la tecnología abre oportunidades a los capitales en permanente acumulación para reincorporarse al proceso productivo. De ahí que la economía industrial, contrariamente a lo que sucedía con las economías comerciales, no necesite una frontera geográfica en expansión para poder crecer. Su desarrollo se opera básicamente en profundidad, esto es, traduce la intensificación de la capitalización en el proceso productivo. Asimismo, a una economía industrial el desarrollo le es inherente y no contingente, este último caso es la economía comercial. No sería posible concebir una economía industrial en la cual la organización de la producción sea de responsabilidad privada sino en expansión real o virtual, ya que sus componentes fundamentales sólo operan en función de la acumulación del capital. Una teoría de la economía industrial debe incluir, necesariamente, una explicación del crecimiento económico.

Consideremos más atentamente este problema. En la economía comercial el nivel del ingreso está determinado, como ya hemos visto, por las ganancias de la clase comerciante. Observemos el caso de los comerciantes genoveses que compraban telas en el norte de Francia y en los Países Bajos para venderlas en los puertos de Levante. Las ganancias obtenidas por esos comerciantes eran gastadas, en gran parte, dentro de la ciudad de Génova y afluían a las manos de los artesanos y prestatarios de servicios locales, los cuales realizaban otros gastos en los mercados de la ciudad, incluso comprando alimentos que provenían de las zonas rurales aledañas. Empero, solamente una parte de la gran masa de ingresos que afluye a las manos de los comerciantes se transformará en sus gastos corrientes, esto es, será consumida. Con la otra parte, el comerciante podrá ampliar sus negocios: mandar construir barcos, comprar mayores cantidades de materias primas para entregar a los artesanos, etcétera. Sin embargo, es posible que la corriente del comercio esté saturada, que la competencia esté creciendo y que nuestro comerciante no consiga reinvertir reproductivamente sus ganancias. En ese caso podrá aplicadas en inversiones improductivas: mansiones de lujo, joyas, objetos de adorno, donaciones a organizaciones religiosas, dotes a sus hijas, etcétera. En último caso el comerciante podrá acumular su riqueza, atesorándola. Es necesario tener en cuenta que las ganancias del comerciante, en el caso bajo análisis, son una ganancia monetizada. Realizadas las operaciones de compra y venta, el residuo que permanece en sus manos toma la forma de metales preciosos que, así, pueden ser acumulados indefinidamente. Fue por ese motivo por lo que las grandes ciudades comerciales se transformaron luego en centros crediticios, actuando muchas empresas comerciales como casas bancarias. Pero lo que ahora nos interesa poner en relieve es que, independientemente de la aplicación que diese el comerciante al incremento de la masa de ingresos que afluía a sus manos, el sistema económico seguiría actuando normalmente. Este comportamiento explica la curva típica del desarrollo de las economías comerciales. Éstas, en su primera etapa, se expanden con rapidez; logrando un punto máximo de crecimiento se estabilizan y así permanecen hasta que un factor exógeno poderoso intervenga provocándole nueva fase de expansión o su derrumbe.

 

Si partimos de este cuadro de la economía comercial para comparado con el de la economía industrial, nos damos cuenta de la profunda diferencia que existe entre los dos sistemas. En la economía industrial la ganancia conserva su naturaleza fundamental de residuo. Si consideramos una economía industrial en su conjunto, vemos que en el valor de cada artículo que se vende están incluidos los pagos a todos los factores que participaron en la producción del mismo. El precio de un metro de tela es, fundamentalmente, la suma de las remuneraciones del trabajo (salarios), del capital (interés, alquileres, renta de la tierra, etcétera) y del empresario (las ganancias). Al pagar anticipadamente a los operarios y a los rentistas el empresario realiza una operación de crédito, ya que está adelantando parte del valor de un metro de tela, que será vendido en el futuro. Por otra parte, cuando vende un metro de tela, el empresario no sólo recibe los pagos que hizo sino también un pago adicional, que origina la ganancia. Ahora bien, ese pago adicional constituye una operación de crédito a la inversa: es una masa de ingresos que se halla incorporada al valor del metro de tela vendida y que permanece líquida en manos del empresario. En otras palabras: la ganancia que llega a las manos del empresario es la contrapartida del valor de otros bienes que están siendo producidos y aún no han sido vendidos. En verdad, si el valor de todos los bienes vendidos, durante un periodo productivo, es igual a la suma de los pagos efectuados a todos los factores de la producción, resulta obvio que si un empresario vende un bien y retiene en sus manos, en forma líquida, posteriormente a la venta, parte del valor de ese bien, como consecuencia de esa retención otros bienes no podrán ser vendidos.

Si observamos el proceso de formación y utilización del ingreso bajo este aspecto, comprobamos la diferencia profunda que existe entre una economía industrial y las economías comerciales. En estas últimas, los ingresos de los grandes comerciantes podían ser conservados, en parte, en forma líquida, atesorados indefinidamente. Al formarse fuera del sistema económico constituido por la colectividad urbana dichos ingresos no representaban ninguna contrapartida de bienes en producción dentro del sistema. En la economía industrial el ingreso del empresario, tanto como el del asalariado y cualquier otro ingreso, tiene que ser reintroducido en el circuito económico para que éste no se interrumpa. Si un empresario retiene sus ganancias en forma líquida otros empresarios no podrán vender la totalidad de su producción. Es por esta razón por la que, en el sistema industrial, la producción se organiza con arreglo a lo que se supone será la forma en que se utilizará el ingreso, habida cuenta de las posibilidades de intercambio externo. Para funcionar sin dificultades el sistema no solamente exige que sea utilizada la totalidad del ingreso sino también que ese ingreso sea utilizado según determinados patrones. Allí reside la causa de la gran inestabilidad de las economías industriales.

Pero volvamos a nuestro punto central. Hemos visto que la economía industrial tiene como característica básica el hecho de que, en ella, el empresario procura reinvertir sus ganancias, perfeccionando los métodos de producción. Teniendo en cuenta lo que acabamos de decir, comprobamos, sin embargo, que no es menos característico del sistema industrial que el empresario no pueda negarse a reinvertir sus ganancias, esto es, a aplicar aquella parte de su ingreso que no llega a consumir. Si retiene sus ganancias en forma líquida (NOTA: El sistema bancario se creó para servir de intermediario entre las personas que acumulan recursos líquidos y las que tienen espíritu de empresa y desean aplicar recursos. Por consiguiente, la observación hecha tiene sentido para el conjunto de una economía.) dejarán sin comprador parte de la producción de otros empresarios. A su vez éstos tratarán de defenderse reduciendo su volumen de negocios, esto es, reduciendo los ingresos de otros grupos. Así, mercancías en cantidades crecientes quedarán sin comprador, lo que provocará la ruina de gran cantidad de empresarios. De esta manera, al contrario de las economías comerciales que podrían estabilizarse secularmente, la economía industrial de libre empresa está condenada a crecer o a caer en honda depresión.

 

En una economía de libre empresa, en la que prevalece necesariamente cierto patrón de distribución del ingreso, se halla en permanente formación una gran masa de ingresos que no se destina al consumo. Esa masa de ingresos, como ya hemos visto, no puede ser sustraída del circuito económico sin causarle pr().. fundos trastornos. El gran problema, por consiguiente, consiste en invertirla, razón por la cual el aparato productivo debe capacitarse para producir los bienes exigidos por el proceso de inversión. (NOTA: El comercio exterior da mayor elasticidad a la estructura de la oferta, facilitando los reajustes entre la oferta y la demanda. El razonamiento presentado se aplica con exactitud si observamos el conjunto de las economías nacionales, o una economía cerrada.) La estructura del sistema productivo refleja, por consiguiente, la forma de utilización del ingreso, y esta última, en una economía de libre empresa, se halla determinada por la manera en que se distribuye ese mismo ingreso. De este modo, el proceso de desarrollo está íntimamente vinculado a la estructura de la producción y la forma como se distribuye el ingreso.

Así, pues, la economía industrial de libre empresa, para utilizar plenamente su capacidad productiva, necesita transformar permanentemente en nueva capacidad de producción una cierta masa de ingresos. Es decir, para funcionar normalmente ese sistema necesita acumular. No es por otra razón por lo que afirmamos que el crecimiento es inherente a ese tipo de economía. De esa necesidad de acumular resulta, obviamente, su gran inestabilidad. Para orientarse en la elaboración de sus planes de inversión, los empresarios disponen de medios sumamente imprecisos, razón por la cual, generalmente, destinan demasiados recursos a un sector e insuficientes a otros. Para reducir el grado de imprecisión, se desarrollaron los mercados de capitales y los bancos de inversión. Pero, para que el desarrollo de la economía industrial de libre empresa se hiciera sin altibajos sería necesario que los empresarios pudiesen prever exactamente el comportamiento futuro de .los consumidores y que se pusiesen de acuerdo para no sobreinvertir en un sector y subinvertir en otros: aún más, deberían prevenir las influencias de decisión de terceros sobre sus propios costos. Yeso no bastaría. También sería necesario que las industrias de bienes de capital pudiesen suministrar, exactamente, los equipos requeridos para que la producción aumentase dentro del esquema acordado entre los empresarios. Estas observaciones son suficientes para demostrar que, por su propia naturaleza, una economía de libre empresa no puede desarrollarse en forma lineal. La forma normal de crecimiento de esa economía se caracteriza por la sucesión de fases de gran acumulación de capital y de descapitalización. Esa amplia oscilación del sistema económico, a la que desde el siglo pasado los economistas llaman de "ciclo", constituye la manifestación exterior del proceso de crecimiento de la economía industrial de libre empresa. La reducción de esa inestabilidad solamente sería factible con la creación de organismos centrales que coordinasen las decisiones económicas. En este sentido, la planificación, concebida en términos amplios como equivalente a la coordinación de decisiones que interesan al conjunto de la colectividad, aparece como una forma superior de organización de las economías industriales.

 

X

DISTRIBUCIÓN DEL INGRESO Y ACUMULACIÓN EN EL CAPITALISMO INDUSTRIAL

La tradicional arma de ataque del empresario, en su lucha para expandir su campo de acción, consiste en ofrecer su mercancía por un precio inferior al que prevalece en el mercado en un momento dado. (NOTA: En la fase avanzada del capitalismo la introducción de nuevos productos y la propaganda pasaron a ser las principales armas de ataque del empresario.) Al iniciarse en Inglaterra la mecanización de la industria textil la oferta de telas de lana y luego la de telas de algodón cobraron extraordinario impulso, sin que la demanda global aumentase en la forma requerida para absorber todo el incremento de la producción. Este aumento simultáneo de la demanda sólo sería posible si la productividad creciera simultáneamente en un conjunto significativo de sectores productivos. En la forma en que tuvo lugar, el desarrollo fue en realidad desequilibrado, dando lugar a un prolongado periodo de baja en los precios relativos de las telas, lo que permitió desbaratar toda la producción artesanal dentro de la propia Inglaterra, en sus colonias y, en plazo más largo, en un gran número de otros países. (NOTA: Con respecto a los datos relativos a la producción y precios de las telas de algodón en Inglaterra, desde el comienzo de la Revolución Industrial, véase W. W. Rostow, The process of economic growth, Oxford, 1953.) A través del efectoprecio fue como actuaron los mecanismos tendientes a destruir un número cada vez más grande de segmentos de la vieja estructura económica de base artesanal. Necesariamente, el aumento del ingreso monetario era menor que el del producto real, (NOTA: Entiéndase: el del producto real en el sector monetizado ya existente. Pero como la destrucción del artesanado significa también la sustitución de actividades de subsistencia por actividades integradas al mercado, el ingreso monetario crecía, posiblemente, por encima del producto real.) pero gracias al fuerte aumento de la productividad en el sector mecanizado reflejo de las economías internas creadas por aumento en la escala de producción y por innovaciones tecnológicas y economías externas derivadas de la nueva infraestructura de servicios básicos la rentabilidad se mantuvo elevada. Por otra parte, gracias al excedente de mano de obra que proviene de la desorganización del artesanado, los frutos de los aumentos de productividad no transferidos, mediante baja de los precios relativos, a la población consumidora, podían ser retenidos por el empresario.

 

Habiendo una oferta elástica de mano de obra el principal factor determinante de la tasa de acumulación es la capacidad productiva de la industria de bienes de capital (en los comienzos de la Revolución Industrial era casi nula la posibilidad de importar equipos). Por otra parte la participación de la industria de bienes de capital en la producción global refleja la forma de distribución del ingreso: cuanto mayor sea esa participación mayor tendrá que ser, también, la participación de las ganancias, en particular de las ganancias industriales, en el ingreso total. (NOTA: Para un análisis de este punto de vista véase N. Kaldor, "Alternative theories of distribution", Review of Economic Studies, marzo de 1956.) En efecto, si se acepta que el consumo de las clases de ingresos elevados es regulado por factores institucionales y poco afectado por las modificaciones a corto plazo en el nivel del ingreso global, y que el consumo de los asalariados es función del nivel de sus ingresos corrientes, siendo prácticamente nula su capacidad de ahorro, cabe deducir que el límite de la expansión del consumo de la clase asalariada resulta determinado, por un lado, por la oferta total de bienes y servicios de consumo, y por el otro, por el nivel de consumo de las clases no asalariadas. Ahora bien, la oferta total de bienes y servicios de consumo es determinada por su propio nivel de producción si, para simplificar, razonamos en términos de una economía cerrada. Como la producción de bienes de consumo y la de bienes de capital son complementarias, resulta obvio que el aumento relativo de una implica la reducción relativa de la otra. Al transferirse los trabajadores del sector de bienes de consumo al de bienes de capital la oferta de bienes de consumo se reduce, al paso que el nivel de su demanda se mantiene sin modificaciones, suponiendo que dicha transferencia sea posible sin un aumento del salario medio. Si ésta aumenta, para inducir a los operarios a cambiar de sector, habrá expansión de la demanda de bienes de consumo, al propio tiempo que se reduce su oferta en el mercado. En la práctica, semejante situación acarrearía la elevación del nivel de precios de los bienes de consumo, la reducción en el salario real promedio y, por consiguiente, un aumento de la participación de las ganancias en el producto. En efecto, si tenemos en cuenta que la producción de bienes de capital tiene que ser comprada por el empresario con parte de sus ganancias, y que el consumo de la clase no asalariada es estable a corto plazo, cabe concluir que la reducción de la producción de bienes de consumo también hará que se reduzca el salario medio real, y que un aumento de producción de bienes de capital producirá un aumento en las ganancias. (NOTA: Para simplificar, no consideramos la hipótesis de subempleo estructural que tiene gran significación para el análisis del subdesarrollo. En la fase del desarrollo capitalista que estamos considerando el margen de sustitución entre factores era considerable, pudiéndose razonar en términos de funciones de producción con coeficientes variables.). Cualquiera de esos fenómenos acarrea modificaciones en la distribución del ingreso, provocando reacciones de los grupos sociales interesados. Es la actitud de éstos, en última instancia, la que determinará la forma de distribución del ingreso y la estructura de la producción.

 

La primera fase del desarrollo industrial se caracterizó por un aumento importante de la participación de la industria de bienes de capital sobre todo de la industria de equipos en el producto nacional. Esta modificación en la estructura del aparato productivo, que se refleja en la elevación de la tasa de crecimiento del producto, necesariamente produciría alteraciones en la distribución del ingreso en favor de los grupos que reciban ganancias, los cuales, tal como vimos, podrían apropiarse de una parte considerable de los incrementos de productividad. No sería fácil determinar cuándo finalizó esa primera etapa del desarrollo industrial, pero las indicaciones son de que la total absorción de la economía precapitalista y la consiguiente absorción del excedente estructural de la mano de obra deben haber coincidido con el cierre de aquella fase. Desde entonces, la oferta de mano de obra se volvió poco elástica, mejorando la posición de negociación de la clase trabajadora, lo que debió presionar en el sentido de reducir la participación de las industrias de bienes de capital en el producto. Fue una situación que en Inglaterra se presentó con absoluta claridad ya a principios de la segunda mitad del siglo pasado: para utilizar la capacidad productiva de la industria de bienes de capital era necesario disponer de una oferta elástica de mano de obra; al no ser éste el caso se hacía necesario retirar mano de obra del mismo sector productor de bienes de capital, transfiriéndola al sector productor de bienes de consumo, lo cual ocasionaría una reducción relativa de la producción de bienes de capital, con la re distribución del ingreso en favor de los grupos asalariados, y una reducción en el ritmo de crecimiento. La economía inglesa logró evitar la eutanasia precoz volcándose a una gran ofensiva internacional. Se inició entonces la etapa de total liberalización del comercio inglés, de las exportaciones en masa de capital, que mantuvieron la industria de equipos funcionando a plena capacidad, y de la ofensiva comercial bajo la forma del audaz imperialismo victoriano.

En la fase más avanzada del proceso de industrialización cuando la oferta de mano de obra se vuelve poco elástica el desequilibrio entre la capacidad de producción de bienes de capital y la posibilidad de absorción de los mismos es latente y opera como factor propulsor del desarrollo. Visto desde otro ángulo este fenómeno se presenta de la manera siguiente: la oferta de ahorros tiende a crecer más rápidamente que la del factor trabajo, lo que ejerce fuerte presión en el sentido de la redistribución del ingreso en favor de los trabajadores. Sin embargo, la redistribución acarrearía una baja en la tasa de ganancia, desencadenando por su parte una serie de reacciones tendientes a reducir el volumen de las inversiones, frenando a la larga el proceso de desarrollo. El elemento perturbador sería, por lo tanto, la relativa inelasticidad de la oferta de mano de obra. O se aumentaba la elasticidad de la oferta de trabajo o bien había que reducir la importancia relativa de la producción de bienes de capital, permitiéndose que el ingreso se redistribuyera en favor de los grupos asalariados. Al hecho de que las economías capitalistas hayan logrado resolver ese problema se debe que la participación de las ganancias en el producto haya permanecido estable y también se haya mantenido una elevada tasa de acumulación en la fase de escasez de mano de obra. Las grandes exportaciones inglesas de capital, a fines del siglo pasado y comienzos del actual, constituyeron un simple periodo de transición, que tuvo la virtud de permitir el perfeccionamiento de soluciones más definitivas. Éstas las encontramos en la propia tecnología, progresivamente orientada a desempeñar el papel del antiguo excedente estructural de mano de obra.

 

La tendencia persistente hacia una creación de excedentes de capacidad productiva, en el sector de bienes de capital, provoca reducción de los costos de la inversión en el sector de bienes de consumo, donde son utilizados la gran mayoría de los equipos. En la medida en que los equipos más baratos van introduciéndose en las industrias de bienes de consumo sea para la reposición o para la ampliación la rentabilidad de dicho sector tiende a aumentar con respecto al conjunto de la economía. Ahora bien, la mayor rentabilidad en el sector de los bienes de consumo significa, en última instancia, que una fracción mayor de los bienes de consumo producidos no es consumida por los obreros de esa misma industria y, por consiguiente, queda libre para ser utilizada en el sector de bienes de capital. Siempre que este sector no esté ya en expansión se crea una presión en el sentido de la baja de los precios de los bienes de consumo que, en última instancia, significa una elevación del salario real. La tendencia a la elevación del salario real incidirá más fuertemente sobre las industrias de bienes de capital, cuya rentabilidad se ve afectada por el exceso de capacidad. De esta situación resulta que las técnicas más avanzadas que implican mayor densidad de capital por persona ocupada encuentran condiciones económicas relativamente más favorables en las industrias productoras de bienes de capital. Y el adelanto más rápido de la tecnología en las industrias productoras de bienes de capital tiene consecuencias fundamentales para todo el proceso de desarrollo. Aumentando su productividad física más intensamente que en las industrias de bienes de consumo, los precios de los equipos tienden a declinar en términos de productos de consumo, lo que induce a sustituir, en las industrias de bienes de consumo, la mano de obra por los equipos. De ahí resulta una tendencia a aumentar el grado de mecanización, en todo el sistema, esto es, aumentar la densidad de capital fijo por persona ocupada. (NOTA: Para un análisis de las relaciones existentes entre el grado de mecanización y la elección de tecnología véase Joan Robinson, The accumulation of capital, Londres, Macmillan, 1956, y Essays in the theory of economic growth, Londres, Macmillan, 1964 [existen versiones en castellano del FCE].)

 

El rápido avance de la tecnología en las industrias de bienes de capital permitió conservar la forma de distribución del ingreso entre capitalistas y asalariados, la misma que cristalizara desde el periodo de absorción de la economía precapitalista periodo durante la cual la masa de asalariados no tuvo acceso alguno al sistema de poder en una fase subsiguiente en la que la oferta de mano de obra habría de ser poco elástica.

Los equipos que provocaban aumentos importantes de la productividad física en las industrias de consumo (tales como los telares automáticos) eran obtenidos de la industria de bienes de capital, prácticamente sin aumento de precio (en términos de bienes de consumo). La elevación resultante de los salarios reales crearía buenas condiciones de rentabilidad para procesos tecnológicamente aún más avanzados. Observando el mismo fenómeno desde otro punto de vista se puede decir que la tecnología fue orientada en el sentido de permitir combinaciones de factores en las que entraban cantidades crecientes de capital por hombre ocupado. Las invenciones que permitían la economía del factor mano de obra (dado un nivel de producción ya alcanzado) gozaban de preferencia respecto a las que permitían el aumento de la productividad física del trabajo, pero que no permitían reducir la demanda del factor mano de obra. En particular en el sector agrícola gran abastecedor de mano de obra se realizó un esfuerzo grande en el sentido de reducir la demanda del factor trabajo. La mecanización agrícola, iniciada a fines del siglo pasado, trajo enorme desahogo al mercado del trabajo, contribuyendo mucho a que se mantuviesen elevadas las inversiones en las economías de más avanzada mecanización.

Las observaciones anteriores muestran la estrecha interdependencia entre la evolución de la tecnología en los países industrializados y las condiciones históricas en que tuvo lugar su desarrollo. Esa tecnología, en la forma que se presenta en la actualidad, incorporada a los equipos industriales, es resultado por consiguiente de un lento proceso de decantación, en el que influyeron fundamentalmente las condiciones específicas de algunas naciones, sobre todo de Inglaterra y de los Estados Unidos, países que, desde varios puntos de vista, constituyeron un solo sistema económico durante gran parte del siglo XIX. Es así como la orientación del proceso tecnológico, la elaboración de la demanda global, ya sea como desdoblamiento estratégico suyo en bienes de consumo e inversiones o bien como reflejo propio en la estructura del aparato productivo, en los hoy industrializados países de libre empresa, son resultantes de procesos históricos peculiares. La trasplantación de los elementos referidos a contextos históricos distintos plantea una nueva problemática, que diferirá conforme el trasplante se haga bajo el modelo de decisiones centralizadas (desarrollo socialista) o bien se realice en el marco institucional de la libre empresa. La teoría del subdesarrollo vuelca su atención principalmente a los problemas derivados de la segunda forma de propagación de la técnica moderna.

Furtado, Celso (1968) “Las formas históricas del desarrollo”, en Textos Selectos de Economía (2004) www.eumed.net/cursecon/textos/

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