DESEO DEL ANALISTA Y PERVERSIÓN

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Norma E. Alberro  

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¿Qué es la perversión en psicoanálisis? El riesgo de un viraje perverso en la situación psicoanalítica es bastante real, dada la naturaleza propia de la transferencia. Según Serge André habría una “analogía de estructura” entre análisis y perversión. Por un lado la transferencia consiste en la suposición que el paciente hace a su analista de detentar un saber que responde a los interrogantes que él se plantea. Ahora bien, nos encontramos con un primer obstáculo: el saber no suscita ningún deseo verdadero (no hay deseo de saber), sino solamente amor dirigido a ese saber y, sabemos, las vías identificatorias que el amor puede acarrear.

¿Qué es la perversión en psicoanálisis? El riesgo de un viraje perverso en la situación psicoanalítica es bastante real, dada la naturaleza propia de la transferencia. Según Serge André (1) habría una “analogía de estructura” entre análisis y perversión. Por un lado la transferencia consiste en la suposición que el paciente hace a su analista de detentar un saber que responde a los interrogantes que él se plantea. Ahora bien, nos encontramos con un primer obstáculo: el saber no suscita ningún deseo verdadero (no hay deseo de saber), sino solamente amor dirigido a ese saber y, sabemos, las vías identificatorias que el amor puede acarrear.
Por otro lado, el analista está en posición de causa. Está allí para causar el deseo del analizante, es decir sostener una interrogación sobre el deseo del Otro. Es porque detrás de toda demanda dirigida al analista, se aloja una suposición de deseo que tiene esta propiedad, entre otras: la de provocar la angustia en el paciente. No se trata solamente del deseo supuesto a tal por tal analizante, o del deseo efectivo y singular de este analista para este analizante. Sino que se trata del Deseo del Analista en tanto tal. Si el arte psicoanalítico consiste en una transmisión de deseo del analista al analizante, es necesario suponer un Deseo específico, inherente a la posición del analista. Según Lacan, el deseo del analista es conducir un sujeto a producir el significante por medio del cual podría sujetarse a fín de dar sentido (jouis-sens) a su síntoma. Elegir su síntoma, asumirlo, afirmarlo, tal es lo que motiva, en regla general, la demanda del sujeto perverso en análisis y lo que, con frecuencia, se le propone, incluso si no es más que una solución a medias (demi-solution). 

Hay una analogía entre el fin del análisis: saber hacer con su síntoma, y el saber hacer con el goce que caracteriza al perverso. El perverso y el analista tienen en común el hecho de ocupar una posición que es la de la causa, causa del goce en un caso y causa del deseo en el otro. En los dos casos, para alcanzar este fin, es necesario provocar la división del sujeto. El análisis se vuelve perverso cuando, para resolver los síntomas del paciente, para apaciguar la angustia que la situación analítica genera inevitablemente, el analista se propone él mismo como gozante: él puede, ya sea gozar de la división del sujeto y hacer gozar el gran Otro del psicoanálisis mismo; o ya sea compartir este goce con el paciente, el cual pensará que ha encontrado en su analista un modelo, un maestro, un amigo que quiere su bien. En todo caso, se vuelve un depositario de un saber certero sobre el goce.

Por otro lado, el analista se vuelve perverso cuando la división del sujeto por el significante no deja emerger, precisamente, el sujeto del significante, el logos debidamente extraído del pathos de la queja, invasora al principio del análisis. Si en principio el analista se borra en cuanto a las palabras delante del analizante, y permanece insensible ante la queja, evitando gozar de la situación (siendo su goce limitado al salario percibido), la tendencia del perverso (sádico) es de gozar de la queja para finalmente monopolizar la palabra, dejando a la víctima el privilegio del grito, buscado como fetiche por el perverso.
Es necesario comprender que un perverso sádico no es solamente una persona acostumbrada a los pasajes al acto, sino que su acto perverso consiste más bien en la puesta en acto −y en publicidad− de su fantasma en su discurso: el goce del decir aparece sin límite, puesto que una vez lanzado en el relato de sus fantasmas, en el curso de una cura, es difícil pararlo. Esta voluntad de decir todo, es presentada en los relatos sádicos en donde el verdugo y su víctima no terminan más de gozar y de sufrir, en un registro de confusión entre el logos y el pathos. 

Esta posición es por demás alejada de la concepción lacaniana de la cura que, apoyándose sobre la realidad del inconsciente, tiende a marcar el carácter insuperable del semblante que caracteriza el significante y su uso. Si el analista debe ocupar el lugar del objeto a no es, ciertamente, para confundir éste con una presencia que podría llenar la falta, no es para confundirlo con la Cosa materna.
Es importante señalar el carácter irreductible del fantasma sosteniendo el deseo del analista, el cual no es un deseo puro, y aún menos un deseo de pureza. Reduciendo la Cosa al objeto a como plus-de-goce, resto de un goce mítico, Lacan-analista adopta la posición de la mujer no-toda, de la Mujer en tanto que ella no existe, incluso si es bajo la mascara del Padre-del-sinthome que, según Lacan presentifica la incompletud de la Mujer. 
Ahora bien, el deseo del analista imputable a Freud parece estar mal despendido de un complejo paterno en donde el Padre encarnaría una Ley profundamente ambigua. El Padre imaginado en Tótem y Tabú, ¿no es acaso un Padre que funda la Ley de su goce exclusivo de las mujeres, incluso si la Ley como tal es promulgada por los hijos motivados por la culpa?
El análisis freudiano parece reposar sobre tal paradoja e injusticia, que explica esta analogía de estructura entre análisis y perversión. El analista, haciendo de Padre se apoya sobre la ley del deseo y del goce. La solución inversa, ¿no sería de llegar a sostener el goce del analista precisamente en tanto que goce del deseo del analizante?
Lacan no escapa a cierto purismo del deseo del analista, calificando a éste como “santo”. Habría que pensar si el gusto inmoderado y típicamente lacaniano por la interjección, el corte, el silencio interpretativo, la sesión corta, etc., procedimientos tendientes a despertar el deseo del analizante, o mejor dicho, despertar al analizante a su deseo; no conducen a una suerte de perversión del análisis en provecho del goce del gran Otro, designado por el Psicoanálisis mismo. 
Es lo que se podría temer cuando el bien-decir del analista en sesión, se reduce a un no-decir puro y simple y, para el exterior, consiste en decir lo bueno de la Escuela o de la Institución psicoanalítica. Por otro lado, en el caso personal de Lacan (y de algunos discípulos-loros), ¿no es evidente que su voz funcionaba como objeto-causa para sus analizantes y/o auditores y que el goce ligado a este fenómeno era, de un lado y del otro, eminentemente perverso?
Sin embargo, existe un goce no-perverso del analista e igualmente un goce no-analítico de la perversión, inanalizable y unilateral, teniendo por objeto el deseo, más o menos común, del analista y del analizante: es decir el análisis mismo. El Psicoanálisis no como goce sino como gozado. Un goce distanciado, irónico, pero sin embargo radical, de un deseo originalmente demasiado puro, entonces puro/impuro. 
 

Notas

[1] Serge André, L'imposture perverse, Seuil, 1993  

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