ACTUALIZACIÓN DEL CONCEPTO DE TRAUMA: DE FREUD A LACAN

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Mirta Goldstein  

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El trauma es sexual, ya que encuentra en la sexualidad infantil su sustrato material. Ese sustrato material, es "cuerpo simbólico", significante condición de lo inconsciente, y resto real: letra, condición del goce.
El fantasma orienta la significación del trauma, el fantasma repite un saber coagulado respecto de la causa del trauma en la novela familiar. Pero el goce se muestra como un saber insabido que hace trastrabillar la certeza del fantasma.

 

1- En los primeros acercamientos a la clínica de la histeria, Freud concibe al trauma como un “cuerpo extraño” al que conviene extraer para aliviar los síntomas. No por bien intencionada, esta posición resultaba menos problemática; no estaban aún muy claros los conceptos de cuerpo, de extraño, del modo de su extracción ni tampoco las consecuencias para el sujeto y la continuidad de la cura analítica, que se producen por aliviar el dolor psíquico.

En un segundo tiempo Freud buscó el acontecimiento realmente acaecido en las profundidades de la memoria. Lo inconsciente olvidado se intrincaba con una concepción todavía empírica de la realidad y un concepto de memoria que no distinguía claramente represión primaria de censura.

Freud solamente poseía como referencias inmediatas la parálisis del miembro, la inhibición, las reminiscencias y la angustia que desacomodaban esa concatenación de hechos, relatos y olvidos. El síntoma neurótico se constituía en el referente de un método aún incipiente, por lo tanto había que desentrañar su significado y el valor “conmemorativo” que adquiría del pasado y del trauma. Si el síntoma constituía un “monumento”, éstos se emplazan y se derriban, principio que hacía necesario descubrir la técnica de la interpretación y las condiciones de aplicabilidad y eficacia del método analítico a un inconsciente todavía concebido como “reversible”. El lema de esta etapa fue: “hacer conciente lo inconsciente” hasta el  límite  impuesto por la “roca viva” y la transferencia resistencial.

Otra consecuencia fecunda de este momento de la obra freudiana consistía en la división operatoria -dentro del procedimiento del análisis y la investigación histórica-, entre la dilucidación de las fantasías y la búsqueda del hecho y/o acto traumáticos. Para ese entonces, hecho y acto guardaban relación con la vivencia traumática en sus formas pasiva o activa (histeria y obsesión). El acto adquirió valor definitorio con Lacan, quien formaliza “el acto analítico” tanto en sus implicancias para el sujeto analizante como para la posición del analista y la dirección de la cura.

Volviendo a Freud, el hallazgo del Proton Pseudos le devela el valor ficcional de la verdad subjetiva; la realidad se convirtió en el concepto de “realidad psíquica” y las fantasías se anudaron a la sexualidad polimorfo perversa en la formación del síntoma.

Con la sexualidad infantil y los fantasmas originarios -partes del trauma- (escena primaria, seducción y castración) aparece en el horizonte freudiano el Otro Primordial benéfico pero a la vez amenazante y aterrador por su iniciación sexual. Hay en la postura freudiana sobre las fantasías originarias y la Madre un correlato de radicalidad y universalidad que influye en el pensamiento lacaniano, sobre todo en la imposibilidad para el sujeto, de no constituirse si no es en las marcas del deseo del Otro, marcas transcriptas al cuerpo -ya definitivamente libidinal en Freud y sus continuadores-  a través de la demanda del Otro y al Otro. Pero este Otro lacaniano implica al padre simbólico, la metáfora paterna del sujeto, y esa terceridad de la ley anunciada en otras teorízaciones.

 

La represión primaria o alienación a la “estructura del lenguaje” en Lacan  se ligan al trauma. Las posibilidades decisivas para “todo” sujeto cualquiera se anudan a la castración del Otro, y las marcas del deseo inconsciente del Otro Primordial, devienen traumáticas, mediatizadas por la sexualidad en sus dos tiempos: infantil y puberal.  El trauma “infantil y precoz” adquiere otra característica no menos importante en Lacan: el trauma es acontecimiento, o sea, ruptura, corte y separación concomitantes a la inscripción inconsciente y a su resto. El acontecimiento, que en épocas de Lacan se reviste con las significaciones aportadas por Heidegger; se constituye en histórico justamente por la disrupción que provoca en la cadena historizable. O sea, el trauma se liga al tiempo creado por el corte, en el intervalo que deja algo en suspenso, fuera del límite de lo simbolizable.

El sujeto se aloja entre inscripción y pérdida; el significante separa lo que une y une transformado lo que separó. Se pierde goce y se recupera un plus de gozar. Algo se inscribe y algo se rechaza. Lo que se rechaza de la demanda del Otro es lo “malo” en Freud, quien desarrolla el Yo de Placer como respuesta al Yo Real del trauma. Recordemos por ejemplo, la importancia otorgada del trauma del nacimiento.

En la operación lanzada por lo traumático del lenguaje, se pierden objetos caídos del cuerpo; desde lo insimbolizable del trauma estos fragmentos de cuerpo retornan en la psicosis o en la enfermedad psicosomática. Junto al pasaje al acto, estos son los lugares oscuros, lo siniestro, en los cuales tras la extinción del deseo se vislumbra la “pulsión de muerte”.

El concepto de “pulsión de muerte” escenifica el trauma, le da presencia real cuando se pierde la aporía entre “muerte del deseo” y “muerte del ser viviente”. Esta aporía debe mantenerse sin resolución completa, a pesar de que su resolución siempre es fallida pues inevitablemente habrá inscripción fantasmática y formación de síntoma y un resto de goce que pone en marcha el intento de elaboración y su respectiva incompletud.

La elaboración psíquica y/o simbolización, se corren del trauma al duelo, haciendo posible un simbólico agujereado por lo Real de la muerte. Lacan inscribe a la Muerte en el agujero del Simbólico.

La aporía, cuyos polos son diferencia-mismidad/semejanza es en sí misma falsa. La mismidad y la semejanza son también formaciones de la diferencia, de la misma manera que el signo = (igual) es parte de una identificación diferencial. En este sentido, es interesante retomar la noción de Trauma, a la luz del aforismo axiomático lacaniano: Un sujeto es lo que representa un significante para otro significante.

El sujeto se aloja en un vacío, un intervalo, pues lo que une y separa a dos significantes es un corte. Luego el sujeto surge si hay discontinuidad temporal. Es esta discontinuidad temporal o acontecimiento lo que nos conduce nuevamente al trauma.

Propongo quitarle al trauma cualquier connotación imaginaria apriorística sobre su negatividad, o sea lo traumatizante.  No cabe duda de que en Freud el trauma nace con los signos de lo perjudicial; más aún, cuando lo involucra con la pulsión de muerte, lo hace bajo las consecuencias de lo catastrófico de las guerras y la repetición más allá del principio del placer. Por otro lado, este más allá del principio del placer, se constituye en ley inexorable de la estructura. No hay, para el sujeto del goce pulsional, un “sin más allá”. Es en el análisis que este “más allá” caerá -llevándose consigo la angustia- cuando se identifique con la inexistencia sustancial del Otro. Entonces el Otro, sus marcas, no dejan de tener ese “lado oscuro”, real en sentido lacaniano, cuya aparición o desaparición en lo Real, depende del intervalo significante y la castración simbólica.

Si a este agujero intersticial y traumático entre un significante y otro, lo escribimos según su borde, borde que a la vez separa y une, tenemos: el sujeto castrado y el objeto perdido, y la fórmula del fantasma que esconde el trauma del acceso a la “estructura del lenguaje” con la cual el inconsciente guarda una relación de semejanza-diferencia, es decir, teniendo en cuenta lo dicho anteriormente respecto de que la semejanza es un modo de la diferencia, de una tautología o un malentendido estructural.

El trauma es sexual, ya que encuentra en la sexualidad infantil su sustrato material. Ese sustrato material, es “cuerpo simbólico”, significante condición de lo inconsciente, y resto real: letra, condición del goce.

El fantasma orienta la significación del trauma, el fantasma repite un saber coagulado respecto de  la causa del trauma en la novela familiar. Pero el goce se muestra como un saber insabido que hace trastrabillar la certeza del fantasma.

 

¿Por qué el trauma es lo real? Lo real, expulsado de lo simbólico aparece siempre en el mismo lugar, siempre presente y sin modificación, irreductible como el trauma. Este aparecer se imbrica a la repetición y a la forclusión. La función de la repetición es encontrar alguna forma sustitutiva o de suplencia para lo que el trauma implica de fractura, de desaparición, de “no ser y no no-ser” debido a la impotencia del sujeto de responder salvo con el fantasma; la forclusión nada quiere inscribir de la imposibilidad de responder porque rechaza la castración del Otro.

En el niño, el discurso parental y social determinan, ya sea por su exceso de conjunción o de disyunción para sí y entre sí, una violencia que es doblemente traumática: benéfica en tanto separa motorizada por la repetición simbólica a la cual recursivamente pone en movimiento, y perjudicial en tanto instala la compulsión a la repetición o repetición real.

Actualizar la historia del concepto de trauma permite transformaciones clínicas sobre todo cuando para algunos discursos de las ciencias sociales actuales, los recursos o producciones culturales son -de manera general- “traumatizantes” o “desubjetivizantes”. No olvidemos que para el psicoanálisis, en cambio, hay una faz del trauma ligada a la invención posible y contingente para cada sujeto singular, y otra que lo hace girar en redondo sin poder salir de la compulsión a la repetición.

 

2- Para Badiou el acontecimiento es disyunto del ser; el acontecimiento no es el ser, es eclipse del ser. ¿Cómo ligar acontecimiento y  trauma? ¿Cuál es la consistencia del trauma y/o cuál la sustancia del acontecimiento? Nos resultaría fácil decir, parafraseando a Lacan, que la sustancia del trauma es el mismo goce. Sin embargo no parece esto suficiente, por lo menos no tan simplificadamente.

Algunos autores a partir de Freud, pusieron el acento en el “silencio del trauma” dejando al silencio nuevamente en una posición ambigua respecto del trauma ya que o es su misma definición, en tanto lo define: el trauma es silencio, o es lo que el trauma no dice o lo que del trauma no puede ser dicho. Lo que nos queda es un “indecible”, o uno de los modos de la imposibilidad, lo que también ya fue muy bien descripto.

Me interesa agregar, la relación del trauma con lo indecidible, y de ahí avanzar sobre las posibles implicancias entre trauma y acontecimiento.

¿Cómo “contar”, cifrar-decifrar lo que “no es”?

No hay mejor ejemplo que un niño en análisis para mostrar el acceso a lo  “inaccesible”, a lo indecidible (lo que se sustrae a una norma) y a lo impredecible, a lo que no es, ya sea porque la estructura va delineando y bordeando la inscripción de la imposibilidad, ya sea porque el tiempo de la sexualidad se desdobla entre lo infantil y lo “en espera” tanto de la latencia como  de la pubertad.

Nos interesa lo imposible de lo inasimilable, “eso” nombrado trauma, real, acontecimiento, vacío.

Si el acceso al lenguaje y la posición del niño en el fantasma materno, inauguran el acontecimiento número 1 del trauma, -represión primaria y ley de la repetición-, la salida del Edipo inaugura la latencia “casi” en continuidad; digo casi pues, la latencia puede ser considerada u  otro 1 para la pubertad o el intervalo que separa y une al mismo tiempo los dos tiempos de la sexualidad freudiana. Mientras en el primer caso hay término medio, dialéctica, en el segundo el vacío es el sitio del acontecimiento, lo cual trae aparejado innumerables consideraciones teóricas y clíncias.

El acontecimiento como el trauma, están entre cero y uno. “Entre cero y uno” establece que algo hay de inaccesible, de inconsistencia.

Un acontecimiento no es hasta que otro acontecimiento lo nomina. Esta nominación no sólo es un acontecimiento Dos, sino que es una Decisión ante lo indecidible. La decisión establece que “esto ha tenido lugar” suplementando a la situación, un exceso a la misma que interrumpe la repetición pero a la vez la hace operar como ley de la estructura.

Entre Sgte. 1 y Sgte. 2, no hay término “medio” sino una contingencia, un “no ser” que en la experiencia del análisis llamamos Sujeto supuesto al Saber que aporta la significación retroactivamente.

Llamamos “trauma” a lo inaccesible del entre cero y uno; pero también llamamos trauma  a lo que hay de indecidible de que haya S1, por un lado, y que el S2 se presente y si se presenta, pertenezca a la estructura de repetición. Si pertenece y hay retroacción aporta significantes, nombres del padre, representaciones, o sea, un sujeto es lo que representa un significante para otro significante en la cadena simbólica, no en el trauma. Pero si el S2  se presenta, presenta la diferencia, entonces desde otro punto de vista ese S2 puede presentar en el lugar “al borde del vacío” una diferencia radical, un Uno en más, una ruptura, un trauma, un acontecimiento, una discontinuidad y no solamente un intervalo; este último puede considerarse un silencio del trauma porque allí ya el  trauma no es, habrá sido.

El trauma se puede nombrar también como el lugar de la indiferencia entre Significante 1 y 2, entre Deseo de la Madre y Nombre del Padre, entre discurso de la madre y discurso del padre, o se lo puede considerar, como dijimos, desde el acontecimiento supernumerario.

Esto nos conduce al nudo de lo indiscernible pues “un sujeto es lo que desaparece entre dos indiscernibles, lo que se eclipsa en la sustracción de una diferencia sin concepto” (Badiou, Conferencia sobre La sustracción, Revista Acontecimiento nº 7, 1994). Hay algo que retorna indiscernido (que se sustrae a la diferencia) del trauma cada vez que la estructura opera y  hay acto y sujeto. 

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