ALGO MÁS SOBRE LA VIOLENCIA HUMANA

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Rómulo Lander  

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Dejemos claro que para muchos analistas, en los cuales me incluyo, el estudio de la violencia y la destructividad humana no se agota con la propuesta que Sigmund Freud hiciera en 1920. En su trabajo de ese año titulado: Más allá del principio del placer, Freud introduce una novedad importante en la teoría psicoanalítica. Plantea la existencia de una segunda pulsión, a la cual va a denominar: “pulsión de muerte”. Ciertamente la violencia y la destructividad en el hombre no habían sido tema especial de estudio en psicoanálisis, como había sido desde el comienzo el tema de la “sexualidad infantil” que lo llevó al planteamiento de la “pulsión de vida”. Solo después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial es que aparece la violencia y la destructividad humana como un importante tema de estudio para los psicoanalistas de la época.

 

1. Desde la teoría.

A.  Con Freud. Dejemos claro que para muchos analistas, en los cuales me incluyo, el estudio de la violencia y la destructividad humana no se agota con la propuesta que Sigmund Freud hiciera en 1920. En su trabajo de ese año titulado: Más allá del principio del placer, Freud introduce una novedad importante en la teoría psicoanalítica. Plantea la existencia de una segunda pulsión, a la cual va a denominar: “pulsión de muerte”. Ciertamente la violencia y la destructividad en el hombre no habían sido tema especial de estudio en psicoanálisis, como había sido desde el comienzo el tema de la “sexualidad infantil” que lo llevó al planteamiento de la “pulsión de vida”. Solo después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial es que aparece la violencia y la destructividad humana como un importante tema de estudio para los psicoanalistas de la época. La teoría de la “pulsión de muerte” de 1920, va a completar la primera teoría de las pulsiones de 1895 y 1905. Hasta entonces, Freud se había referido exclusivamente a la teoría de la “pulsión de vida” o también llamada por él “teoría de la libido”. La “pulsión de muerte” venía a completar su teoría pulsional, que desde ese momento pasa a ser una “teoría dual de pulsiones”.

Esta “pulsión de muerte” tiene dos aspectos. Uno, el filogenético y energético, en donde se plantea que toda materia viva se dirige inevitablemente a su propia destrucción, es decir, de regreso a un estado inorgánico. Concepto que posteriormente va a ser nominado en fisiología como el “principio de la apoptósis”. El otro aspecto plantea, que la “pulsión de muerte” va dirigida primero contra el “sí-mismo” produciendo el llamado “sadismo primario” y luego dirigida a los objetos externos, dando origen al “sadismo secundario”. Este segundo aspecto de la “pulsión de muerte”, es el que da apoyo a algunas teorías psicoanalíticas posteriores que ven en la “agresión humana”, consecuencia del sadismo secundario, una simple expresión de la “pulsión de muerte”. De esta forma igualan y hacen sinónimas a “la capacidad de agresión” con la “pulsión de muerte”, con lo cual no estoy de acuerdo. Considero que el estudio de la violencia y la destructividad en el hombre son algo más complejo, que no se agota con la expresión pulsional.

Fuera de la teoría de la pulsión, Freud había planteado desde el comienzo de sus teorizaciones, que el sujeto responde con una respuesta agresiva cuando se enfrenta a la frustración temprana. Así aparece la respuesta agresiva ante las insuficiencias de los cuidados maternos tempranos y ante la frustración de sus deseos edípicos, “deseos parricidas”. Decía en 1930, en el Malestar en la cultura, que el sujeto debe domesticar estas pulsiones (de vida y de muerte) y renunciar a ellas. De esta manera el sujeto renuncia al incesto y al parricidio, aparece la exogamia, la capacidad de socialización y el fenómeno de la civilización. Sin embargo, estos elementos arcaicos destructivos reprimidos, pueden encontrar libre expresión, con autorización de la cultura, cuando el “odio” va dirigido a los “enemigos” de la tribu o de la nación. Las guerras ofrecen así un canal de expresión libre a los deseos reprimidos de odio y destrucción.

 

B Con Klein. Desde1932 Melanie Klein teoriza públicamente sobre las funciones de la crueldad y la agresividad encontradas en la actividad mental de los niños. Teoriza ampliamente sobre la naturaleza pulsional de la agresividad que llega a la categoría de crueldad, encontrada en el funcionamiento mental primitivo de los niños. Utiliza el concepto freudiano de la “pulsión de muerte” para organizar su teoría. Habla del “odio” que el niño pequeño siente hacia el objeto “pecho materno”, que no le da el alimento a tiempo y lo condena a sufrir el horror de la angustia (de muerte) por hambre. Este mismo objeto “pecho”, cuando es generoso y ofrece el alimento a tiempo, es introyectado como un objeto amado, bueno y maravilloso. Esta matriz doble de vínculo con el objeto, da origen a dos objetos introyectados: el idealizado y el odiado. Este objeto odiado internalizado, es el que se va a convertir, desde el interior del niño, en objeto persecutorio. Así surgen los temores de naturaleza persecutoria paranoica, fabricados por el inconsciente del niño. Estos son los temores a la oscuridad y a la soledad. A su vez, la dialéctica de la crueldad infantil, en niños menores, va a jugar un papel muy importante en el desarrollo mental de los niños. La capacidad de tolerar estas fantasías crueles y destructivas, sin caer en un estado de persecución paranoica, va a permitir al niño desarrollar su conocimiento del mundo. Para aprender y hacer suyo lo desconocido, el niño tiene que ser capaz de accionar, de tomar riesgos y eso requiere de una disponibilidad de agresividad saludable. Así encontramos una relación saludable y productiva entre la agresividad humana y el desarrollo del conocimiento.

 

C Con Bion. Wilfred Bion no hace proposiciones específicas sobre la teoría de la violencia. Plantea ideas originales sobre los “vínculos” del self con el objeto. Habla del vínculo de “amor: (L)”, “odio: (H)” y “conocimiento: (K)”. Describe tres tipos de vínculos que representan las relaciones emocionales entre el self y los objetos. Son considerados por Bion como “elementos” que contienen todas las emociones. Cuando Bion habla de los “supuestos básicos” plantea tres tipos de respuestas: involuntarias, automáticas e inconscientes del grupo. Refiere a emociones anónimas intensas y primitivas del grupo. En el supuesto básico de “ataque y fuga” los miembros del grupo se identifican (inconscientemente) con los líderes paranoicos del grupo y actúan en consecuencia, ya sea para la fuga o para el ataque.

 

D Con Lacan. A lo largo de su obra Jacques Lacan va a coincidir con Sigmund Freud en sus planteamientos sobre el origen de la destructividad y la violencia. Lacan denomina “odio primordial” a la respuesta que  el sujeto va a encontrar con el objeto temprano de la frustración que aumenta el displacer. Así el sujeto “odia” y en ficción pretende destruir los objetos que para él son fuente de displacer. Estos vínculos frustrantes corresponden al momento de la constitución imaginaria, (eje aa’). Es en la relación edípica, simbólica (eje Aa’) con el padre, donde  Lacan va presentar sus ideas complementarias sobre el “odio”. La presencia del padre hace obstáculo para la satisfacción del deseo con la madre, cualquiera que sea su sexo. En el varón este “odio” aparece con más vigor, porque le prohíbe gozar de la madre. La significación simbólica de las consecuencias de este “odio”, como producto de la función paterna interdictora, distingue este “odio edípico” del “odio primordial”. Después de todo, es la inscripción del “Nombre del Padre” lo que va a rescatar al sujeto de la posibilidad de una estructura psicótica. Sin esta inscripción de la “Ley del Padre” el sujeto no accede al “orden simbólico” que ordena al mundo y lo inaugura en la estructura de las neurosis.

En su seminario de 1962, titulado “La identificación”, Lacan insiste en el “odio” fraterno, odio que aparece como “celos” durante la experiencia de la alimentación temprana que se relaciona con el odio primordial. Plantea el ejemplo de los “celos” expresado por el niño que San Agustín describe en sus Confesiones. La “imagen” de su rival lo ubica como “desposeído” del objeto de su deseo. Es el otro el que la goza. Esta “imagen” representa al objeto perdido y es fundante de su deseo. El sujeto paranoico se mantiene fijado a este “odio” proveniente de la “imagen”: la imagen del “otro que goza”, sin tener acceso al objeto del deseo. Este otro “que goza” y a quien “odia” se convierte en el perseguidor.  En el seminario de 1973, titulado: “Aún”, Jacques Lacan habla de un “odio al ser”. Este “odio al ser” se ubica más allá de los “celos”, concierne a la figura de Dios o de alguien “un otro” colocado en una posición muy superior. Surge cuando el sujeto imagina la existencia de una ser que posee un saber inalcanzable, omnímodo y que amenaza su acceso al goce. Lo “odia” con violencia. Puede ser dirigido a cualquier persona o institución a la que le es supuesta un saber más perfecto y quien amenaza su acceso al goce. Muchos hombres en la historia han sido victimas de este “odio al ser”, como es el caso de Sócrates, Galileo, Cantor, y en cierta medida el mismo Freud.

 

2. Desde la clínica de la violencia

Utilizando todos estos conceptos teóricos descritos previamente, propongo conceptuar la violencia, desde un punto de vista clínico, en tres acápites fundamentales. Tres aspectos que se complementan uno al otro y que no son mutuamente excluyentes. Se trata de dividir este estudio de la violencia, en tres conceptos que van a requerir de examinarlos por separado. Estos son:

(a) La destructividad humana: fundamentada en la envidia temprana: “odio al ser”
(b) El odio en el humano: fundamentado en el fenómeno de la pasión imaginaria (narcisista): “odio primordial”
(c) La agresividad humana: fundamentada en un código de ideales, o de ética: “defensa propia”.

Lógica de la destructividad. La destructividad humana refiere a una conducta destinada a causar daño y destrucción al propio sujeto y/o al otro (sadismo secundario). Si consideramos, cosa con la cual estoy muy de acuerdo, que la destructividad humana no es una expresión directa ni automática de la “pulsión de muerte” “invariante a-histórica”, tendríamos entonces que explicarla de otra manera. La propuesta que quiero ofrecer, sostiene la hipótesis de relacionar la magnitud de la destructividad del hombre, con la magnitud de la patología de la envidia temprana en el niño. De esta manera, el monto de capacidad destructiva de cada persona, está determinada por su propia historia personal: “variante histórica”.

 

I Vínculo objetal

Ya desde 1971, Anna Segal una muy respetada analista kleiniana, había afirmado que la “envidia temprana infantil”, se encuentra en íntima relación con la naturaleza del vínculo objetal. Y agrega que es en relación al objeto, que el niño desarrolla la envidia temprana: (pecho nutricio como metáfora). La destructividad provocada como consecuencia de la envidia al objeto, es primeramente un empuje destructivo dirigido contra el objeto (el objeto nutricio) y sólo secundariamente, por deflexión de la catexia sobre el sujeto, ésta pasa a ser dirigido contra “el sí-mismo”. La pregunta fundamental es si la energía utilizada en esta envidia temprana, es una expresión directa y automática de la “pulsión de muerte”, o si la energía utilizada por la envidia temprana para -en fantasía- destruir al objeto, es originada en una energía pulsional que no tiene calificativo, ni de vida, ni de muerte: “fusión de ambas pulsiones”. Me inclino claramente por esta segunda opción. La experiencia del niño con el pecho puede ser una experiencia de “satisfacción”, en la cual el alimento y el calor de la madre son oportunos y suficientes para satisfacer la demanda del niño. O puede ser una experiencia de “insatisfacción”, que origina la aparición del dolor psíquico y el displacer en el niño.  En este último caso, el objeto es considerado amenazante, peligroso y malvado,  ya que el objeto tendría todo aquello que el niño necesita para aliviar su dolor y entrar en bienestar. Ese objeto que contiene en ficción, todo el bienestar necesario que el niño no tiene, pasa a ser primero, un objeto frustrante pues no le da lo que necesita. Y segundo, un objeto envidiado, porque en ficción, este objeto posee lo que el niño desea. Es oportuno recordar que esta experiencia va a ocurrir en el período imaginario, especular de la constitución del sujeto. El niño tendría una capacidad de respuesta a esta frustración de la demanda. La respuesta específica, es una respuesta de agitación. La propuesta psicoanalítica plantea, que desde el punto de vista de “la fantasía inconsciente”, esta respuesta va acompañada de fantasías de ataque al objeto. Estas fantasías de ataque son fantasías de destrucción al objeto,  y es tan importante para la vida psíquica, que esta fantasía pasa a ser uno de los puntos del origen de la violencia. Toda vez que el sujeto, en su vida futura, se encuentre en una situación similar básica de frustración y envidia, tenderá a producir conductas o fantasías de violencia y destrucción.

 

II Voracidad

En la medida en que sus experiencias tempranas le permitieron un balance entre las experiencias de satisfacción y frustración, el sujeto tendrá la posibilidad de tolerar la frustración, “sin recurrir a la violencia”. Esta propuesta se va a complicar con la aparición de la voracidad. La voracidad es un mecanismo psíquico relacionado con la dificultad en la capacidad de satisfacción. En ella el niño pide más y más, porque no puede lograr sentirse satisfecho. Esto ocurre así  porque su verdadero deseo está en otro lugar. Existe un desencuentro entre la demanda y el proveedor. Pide más y más y en esa progresiva exigencia, encuentra cada vez más insatisfacción, aumentando en forma geométrica la experiencia de la envidia al objeto, con el consecuente ataque destructivo.

 

III Furor narcisista

Como hemos visto, el predominio de las experiencias de “insatisfacción y frustración” en el niño van a dar origen a la aparición de  una psicopatología de la envidia. El predominio y la excesiva experiencia de frustración de la demanda, provocarán una intolerancia progresiva a la frustración. Ante la más pequeña frustración el niño puede caer en lo que llamaríamos un furor narcisista. Esto equivale en clínica a lo que podríamos llamar: un ataque de rabieta del niño (muy común a los veinticuatro meses). Estos ataques de rabieta, llamados también episodios de furor narcisista, son testimonios del predominio del eje imaginario en la constitución del sujeto. Posteriormente a lo largo de la vida, ya como adolescentes o como adultos, ante la experiencia de frustración, este tipo de sujetos, con funcionamiento mental a predominio del eje imaginario, pueden caer en un ataque de furor narcisista intenso, desproporcionado, algunas veces difícil  de controlar, que empujan al acto y que puede tener serias consecuencias en el registro de la violencia.

 

IV Peligro homicida y suicida

La pregunta más delicada es si esta destructividad originada en la frustración de la demanda, que toma su energía de la fusión pulsional, es capaz de provocar violencia tan intensa que lleve al homicidio y al suicidio. Esta pregunta a mi manera de ver, tiene que ser respondida en forma afirmativa. La envidia desarrollada al objeto, en esta forma repetida y consistente, puede llevar la fantasía de destrucción, a la acción y crear un espacio para la conducta homicida y/o suicida.

 

V Identificación con el grupo

Es común observar que la conducta violenta de las pandillas de jóvenes, y de otros tipos de grupos sectarios,  producen destrucción creada por el grupo. Si la destructividad que proviene de la frustración de la demanda y de la consecuente envidia al objeto no encuentra suficiente intensidad como para pasar a una acción de violencia destructiva y homicida en términos individuales, puede pasar al acto por la identificación del sujeto con el grupo. Estos sujetos  encuentran su forma de expresar su propia destructividad en acto, a través de la identificación con los ideales del grupo. Esta claro, que el sujeto individual aporta su propia carga destructiva y su necesidad de internalizar los ideales ofrecidos por el líder y por la pertenencia al grupo.  Hay una identificación por sugestión con las consignas del líder del grupo, que permite como ya dije, pasar al acto destructivo y homicida.

Igual mecanismo puede ocurrir en los grupos bien organizados que, por manipulación política o ideológica, ofrecen un enemigo común como objetivo para la expresión de la destructividad y la violencia individual. En ese caso, la identificación por sugestión de los  ideales políticos explica el paso a la violencia con la destrucción de la propiedad y a veces ataque a las personas, con posibilidad de realizar el homicidio. El mecanismo opuesto también es posible. Quiero decir una tolerancia social producida por un discurso antiviolencia, que por identificación con las consignas del grupo, sostiene los ideales en contra de la violencia. En ese caso la presión del grupo sostiene la capacidad de tolerar la humillación y el ataque personal, sin producir una reacción de defensa violenta.

 

B Lógica del Odio

Para explicar la naturaleza del objeto de odio, es necesario utilizar la teoría freudiana y  la teoría Lacaniana del sistema (RSI) en lo relativo al orden imaginario (J. Lacan: T.1, p.191). La pulsión y su recorrido dan origen al concepto radical de objeto en psicoanálisis. El objeto en psicoanálisis puede ser conceptualizado al menos en dos formas diferentes. Primero, para la escuela de la “Psicología del Yo” el objeto es ante todo pulsional, aquello que ha recibido catexias. Se refiere a la investidura de cargas de energía o libido, en lo que luego va a pasar a ser llamado objeto. Este objeto pasa a existir en el mundo interno como representación psíquica. Segundo, para el psicoanálisis estructural propuesto por Lacan, el concepto de objeto es otra cosa. Va más allá de la teoría de la catexia. En esta propuesta que en el fondo es freudiana, el objeto es el objeto perdido, objeto ausente, causa del deseo, (Lacan, J. T.4, Pág. 61).  Es claro que el objeto original de satisfacción pulsional, investido de catexias, se va a convertir en el objeto perdido. Esto es así por la reiterada necesidad de satisfacción de pulsión, que no cesa en su empuje y busca de nuevo el objeto original. Así la naturaleza del objeto es siempre la de un objeto perdido, luego en ficción re-encontrado (para igualmente perderse cada vez). El objeto del amor y el objeto del odio naturalmente son objetos perdidos y re-encontrados en ficción. Su naturaleza va a estar en un más allá de lo propiamente pulsional. Cada persona va a construir en un período muy temprano de su vida las características exclusivas de su objeto perdido de amor y odio.

 

I Objeto de odio

Es en el eje imaginario (o narcisista) de la constitución del sujeto (grafo Lamda), donde se va a tramitar la relación de objeto imaginario (narcisista) y el vínculo de pasión. Este eje refiere al período sincrónico, especular, topológico de la constitución del sujeto, en su época más temprana. El verdadero prototipo del vínculo de odio (y también de amor) no se encuentra en la satisfacción pulsional per se, sino en la lucha del sujeto por su existencia y afirmación. Este objeto de odio es un objeto desprendido de la figura del otro originario (imaginario), pedazos o restos del otro, desprendidos de la experiencia, sin mantener cualidad de conciencia, pero siempre buscado. Encontrado momentáneamente, cuando en ficción el sujeto lo percibe en el otro que lo porta. Ese otro aparece como semblante de objeto, portador del objeto perdido, objeto del amor o del odio.

 

II Sujeto del odio

Así el concepto de sujeto aparece en el ir y venir de la pulsión sobre el objeto. Se inaugura el sujeto y de allí en adelante, como ya vimos,  el objeto es específicamente un objeto perdido. Este objeto perdido (objeto a) es el objeto de la pasión. Transcurre y se mantiene toda vez que el sujeto opera o funciona en el eje imaginario (narcisista). Este objeto de pasión es un objeto de imagen (visual, auditiva, olfativa, táctil) que tiene la característica de ofrecer la ilusión de completud al sujeto, quien padece de estar siempre en falta constitutiva (concepto de la falta en ser). La percepción ilusoria de ver, oír u oler en el otro ese (objeto a) perdido, lo empuja irresistiblemente a un vínculo especial con ese otro, portador de este (objeto a) perdido. Ese vínculo especial que padece el sujeto, a la manera de un síntoma,  constituye  el  vínculo de pasión. Este vínculo de pasión puede ser de odio o de amor, según sea el caso de frustración o satisfacción pulsional con el objeto originario. Recordemos que la naturaleza de este vínculo pasional de odio, tiene características propias del eje imaginario (narcisista), es decir: (a) es irracional, (b) es involuntario, (c) es automático, (d) se construye con el mecanismo de la apropiación subjetiva (identificación proyectiva) al encontrar en el otro, el objeto perdido, que en ficción va a completar al sujeto.

 

III Odio como pasión

Así pues, el origen del odio como pasión es similar al origen del amor. Si en el amor, el objeto a, objeto de pasión, en ficción completa al sujeto, en el vínculo de odio este mismo objeto a, portado por el otro, objeto que es capaz de producir en el sujeto un rechazo o frustración pulsional, va a ser por lo tanto convertido en el objeto del odio, y el vínculo será un vínculo pasional de odio, que en ficción completa al sujeto. Por lo tanto, la pasión de odio es el reverso de la pasión de amor. Lo opuesto al amor no es el odio, sino el desamor, que se desliza en el devenir de la indiferencia. Es oportuno aclarar que en esta propuesta, el odio no es presentado como un afecto, sino como una pasión. El afecto como resultante de la pasión de odio, sería la ira o la rabia. Igualmente el amor no es presentado como un afecto, sino como una pasión y el afecto correspondiente se expresa en un sentimiento de entrega total, con empuje a la fusión corporal en el encuentro sexual y en la convivencia cotidiana que empuja a la desaparición de la otredad. El sujeto no puede escaparse voluntariamente a la pasión de odio. Como tampoco puede escaparse a la pasión de amor. Es algo que lo habita y lo más que puede hacer es negarlo o suprimirlo momentáneamente.

 

IV Odio y sadismo

El vínculo irracional de naturaleza involuntaria, en la cual se establece la pasión de odio, puede tomar dimensiones alarmantes. La intensidad del vínculo de odio puede llegar a ser de tal magnitud que deslice hacia la progresiva construcción delirante. Aun cuando el sujeto es capaz de reconocer lo absurdo o lo irracional del odio al otro, este no puede evitarlo. Este odio que se va a expresar en ira o en rabia, va a constituir lo que se podría llamar la razón de la venganza. La venganza que corresponde a la forma organizada de atacar al objeto, puede dar origen en este registro de pasión de odio, a la violencia y al sadismo humano. La pasión puede ser de tal magnitud que el sujeto no pueda escapar a sus efectos y producir un acto de violencia. No es accesible a la interpretación por dos razones: primero, porque es una formación inconsciente pre-verbal y segundo, porque tiene características de certeza delirante. Sólo el tiempo, al igual que en el vínculo pasional de amor, permitirá su disolución progresiva al ser sustituido por un nuevo objeto. Es oportuno aclarar que no todo sadismo humano tiene su origen en la pasión del odio. Otras variables del sadismo humano se originan por la vía de la destructividad.

 

V Sadismo y conocimiento

Antes del momento de la capacidad de discriminación entre el self y el objeto, es inevitable que la expresión del malestar del niño, “displacer”, mostrada en su llanto y agitación motora, puede ser visto de varias maneras, que no son excluyentes: (1) como una forma de expresión de un sadismo natural primario, expresión de la “pulsión de muerte”. (2) Para otros, como una forma primitiva y muy efectiva de comunicación. El llanto motivado por el malestar y el displacer se convierte en “un significante” cuando encuentra sentido en un otro. Por lo tanto la presencia de este llanto y de agitación motora, expresión para algunos de un “sadismo primario” resulta en un efecto beneficioso de inicio en el conocimiento. Quiero decir, que esta experiencia de dolor psíquico y  luego su alivio, producido por el encuentro con la satisfacción de pulsión (al ser satisfecha la demanda expresada en el llanto), va a contribuir a la transformación del “grito” en “llamado”, apareciendo un primer significante, que significa algo para otro significante. Así pues, la aparición del otro (la alteridad especular), y el despliegue de los mecanismos de introyección y proyección, van a permitir la progresiva diferenciación entre el self y el objeto, en un proceso continuo de desarrollo mental.

 

C La agresividad

La agresividad  refiere a una conducta o una actitud del sujeto, que tiene como propósito defender su integridad personal, su vida, su propiedad, su patrimonio y sus valores e ideales. Esta propuesta  no tiene nada que ver con la propuesta de la “pulsión de muerte”. La agresividad humana al igual que la destructividad posee una energía que le permite realizar la tarea. Esta energía se origina en la pulsión. Pulsión unificada (dual) “fusión pulsional” que no tiene calificativo, ni de vida ni de muerte.

 

I Código de ideales

Ciertos ideales pueden incluir dentro de su propio código la autorización dada al sujeto de reaccionar con agresividad ante un ataque que intente destruir las identificaciones y los significantes que sostienen estos ideales. En algunos casos, el código del ideal invita o apoya la respuesta de agresividad. Una convocatoria ética que autoriza a la defensa personal. En otros casos otro código pide al sujeto inhibirse de cualquier reacción de agresividad o violencia y de tener lo que se llama una protesta pasiva (exigencia de poner la otra mejilla). Código de no-violencia. En los casos en que el código permita y estimule la respuesta de defensa agresiva, podemos encontrar toda una serie de acciones de violencia que van desde la agresividad verbal y escrita, hasta los actos de violencia contra la propiedad y las personas.

 

II Miedo y agresividad

La angustia que en clínica (fenomenológica) se detecta como miedo y temor, puede desplazarse a una expresión desproporcionada de rabia y agresividad. Algunas veces, personas que padecen estados fóbicos o temores excesivos, ante la amenaza real a su integridad física, o ante el peligro de perder su propiedad, responden con un temor que paraliza. Estas mismas personas en otras circunstancias, pueden transformar este estado de temor y parálisis, en una respuesta agresiva con violencia verbal o física. La violencia y la agresividad desencadenada por este tipo de respuesta, generalmente son controlables a voluntad por el sujeto.  La consecuente violencia sólo se desarrolla y alcanza los niveles que el sujeto desea que alcancen. No ocurre así en el caso de la destructividad humana, donde la naturaleza involuntaria, no permite que la violencia desatada por esa destructividad pueda ser controlada a voluntad por el sujeto. Los resultados pueden sobrepasar la intención del sujeto, y muertes ocurridas como consecuencia de esa destructividad fuera de control es posteriormente causa de sentimientos de culpabilidad y alegatos de arrepentimientos ante el horror del acto destructivo consumado. No ocurre así con la violencia producida por la agresividad provocada por mandato de defensa propia.

Rómulo Lander (Caracas)

 

Bibliografia

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