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Lecturas de teoría sociológica clásica
La institucionalización de la sociología: Émile Durkheim 
Profesor: Mario Domínguez Sánchez
Departamento de Sociología V/Teoría Sociológica. UCM  

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EMILE DURKHEIM (1984), Las reglas del método sociológico, Los libros de Plon, Barcelona, pp. 107-116. 

 

I

Sólo tenemos un medio de demostrar que un fenómeno es causa de otro; es comparar los casos en que están simultáneamente presentes o au­sentes y averiguar si las variaciones que presentan en estas diferentes combinaciones de circunstancias prueban la dependencia del uno del otro. Cuando pueden producirse artificialmente, según el deseo del observador, el método es de experimentación propiamente dicha. por el contrario, cuando no está a nuestra disposición la observación de los hechos y sólo podemos relacionarlos tal como se producen espontáneamente, el método utilizado es el de la experimentación indirecta o método comparativo.

Ya vimos que la explicación sociológica consiste exclusivamente en establecer relaciones de causalidad, bien sea que se trate de relacionar un fenómeno con su causa, o, por el contrario, una causa con sus efectos útiles. Dado que, por otra parte, los fenómenos sociales evidentemente escapan a la acción del operador, el método comparativo es el único que conviene a la sociología. Es cierto que Comte no lo juzgó suficiente; creyó necesario completarlo mediante lo que llamó el método histórico; pero la causa de ello reside en su particular concepción de las leyes sociológicas. Según él, no debían expresar principalmente relaciones definidas de causalidad, sino el sentido en que se dirige la evolución humana en general; no podían, por consiguiente descubrirse con la sola ayuda de comparaciones, ya que para poder comparar las diferentes formas que adquiere un fenómeno social en distintos pueblos, es necesario haberlo abstraído de las series temporales a las que pertenece. Pero si se empieza por fragmentar de esta manera el desarrollo humano, uno se encuentra con la imposibilidad de encontrar su continuidad. Para encontrarla conviene proceder por amplias síntesis y no por análisis. Lo que se necesita es relacionarlos entre sí y reunir en una misma intuición, de algún modo, a los estados sucesivos de la humanidad, con el objeto de percibir "el continuo incremento de cada disposición física, intelectual, moral y política" [Cours de philosophie positive, IV, p. 328]. Tal es la razón de ser de este método que Comte llama histórico y que, por consiguiente, está desprovisto de todo objeto desde el momento en que se ha rechazado la concepción fundamental de la sociología de Comte.

Es cierto que Mill sostiene que incluso la experimentación indirecta es inaplicable a la sociología. Pero lo que ya es suficiente para negar a su argumentación gran parte de su autoridad, es que la aplicaba por igual a los fenómenos biológicos, y hasta a los hechos físico-químicos más complejos [Systéme de Logique, II, pp 478.]; pero hoy ya está perfectamente demostrado que la química y la biología sólo pueden ser ciencias experimentales. En consecuencia, no existe razón alguna para pensar que sus críticas estén mejor fundadas en lo que respecta a la sociología, ya que los fenómenos sociales sólo se distinguen de los precedentes por su mayor complejidad. Esta diferencia bien puede implicar que la utilización del razonamiento experimental en sociología ofrezca aún más dificultades que en las otras ciencias; pero no se ve por qué tendría que ser radicalmente imposible.

Además, toda esta teoría de Mill se basa en un postulado que, sin duda, está ligado a los principios fundamentales de su lógica, pero que está en contradicción con todos los resultados de la ciencia. Efectivamente, admite que el mismo consecuente no siempre resulta del mismo antecedente, sino que puede deberse en ocasiones a una causa y en otras a una distinta. Esta concepción de la relación causal, desprovista de toda determinación, la hace casi inaccesible al análisis científico; ya que introduce tal complicación en el concatenamiento de las causas y los efectos, que el espíritu se pierde en ella irremediablemente. Si un efecto puede derivar de distintas causas, para saber lo que lo determina en un conjunto de circunstancias dadas, sería necesario que la experiencia se realizara en condiciones de aislamiento prácticamente irrealizables, particularmente en sociología.

 

Pero este pretendido axioma de la pluralidad de las causas es una negación del principio de causalidad. Es indudable que si se cree, como Mill, que la causa y el efecto son absolutamente heterogéneos, que no existe entre ellos ninguna relación lógica, no hay nada de contradictorio en admitir que un efecto pueda seguir tanto a una como a otra causa. Si la relación que una a C con A es puramente cronológica, ello no excluirá de otra relación del mismo tipo que uniría a C con B, por ejemplo. Pero, si por el contrario, el nexo causal tiene algo de inteligible, no podría ser indeterminado hasta tal punto. Si consiste en una relación que resulta de la naturaleza de las cosas, un mismo efecto sólo puede sostener tal relación con una sola causa, ya que sólo puede expresar una sola naturaleza. Sólo a los filósofos se les ha ocurrido poner en duda la inteligibilidad de la relación causal. Para el científico, es incuestionable; el método de la ciencia ya la supone. ¿Cómo explicar de otro modo el papel tan importante de la deducción en el razonamiento experimental y el principio fundamental de la proporcionalidad entre la causa y el efecto? Referente a los casos citados, donde se pretende observar una pluralidad de causas, para que fueran demostrativos, habría que establecer previamente, o bien que esta pluralidad no es simplemente aparente, o bien que la unidad exterior del efecto oculta una pluralidad real. ¡Cuántas veces sucedió a la ciencia reducir a la unidad causas cuya diversidad parecía irreductible a simple vista! El propio Stuart Mill da un ejemplo de ello al recordar que, según las teorías modernas, la producción del calor por frotación, la percusión, la acción química, etc., derivan de la misma y única causa. A la inversa, cuando se trata de efectos, el estudioso con frecuencia distingue lo que el vulgo confunde. Para el sentido común, la palabra fiebre designa una sola y la misma entidad morbosa; para la ciencia, existen una multitud de fiebres específicamente distintas y la pluralidad de las causas se encuentra en relación con la de los efectos; y si entre todas estas especies nosológicas existe, sin embargo, algo común, es porque también las causas se confunden a través de algunos de sus caracteres.

Es tanto más importante desterrar ese principio de la sociología, cuanto que muchos sociólogos aún sugieren su influencia, y esto aunque no hagan ninguna objeción contra la utilización del método comparativo. De este modo, se dice corrientemente que el crimen puede ser producido igualmente por las causas más diversas; que ocurre lo mismo con el suicidio, con la pena, etc. Practicando con este espíritu el razonamiento experimental, por más que se reúna un número considerable de hechos, jamás podrán obtenerse leyes precisas, ni relaciones determinadas de causalidad. Sólo se podrá asignar vagamente un consecuente mal definido a un grupo confuso e indefinido de antecedentes. Por lo tanto, si se pretende utilizar científicamente el método comparativo, es decir, de acuerdo con el principio de causalidad tal como deriva de la ciencia misma, se deberá tomar como base de las comparaciones que se instituyan, la siguiente afirmación: A un mismo efecto siempre corresponde una misma causa. De este modo -retomando los ejemplos citados antes- si el suicidio depende de más de una causa, es porque, en realidad, existen varias especies de suicidios. Lo mismo es válido para el delito. Por el contrario, si se creyó que la pena también se explicaba por distintas causas, es porque no se percibió el elemento común que se halla en todos los antecedentes y en virtud del cual producen un efecto común [Division du travail social, p. 87].

 

II

No obstante, si bien los diferentes procedimientos del método comparativo no son inaplicables a la sociología, no todos poseen la misma fuerza demostrativa.

El denominado método de los residuos, aunque por otra parte constituye una forma del razonamiento experimental, podemos afirmar no es de ninguna utilidad en el estudio de los fenómenos sociales. Además de que sólo puede servir en las ciencias muy desarrolladas, puesto que supone ya el conocimiento de un número importante de leyes, los fenómenos sociales son demasiado complejos como para que se pueda suprimir, en un caso determinado, el efecto de todas las leyes menos una.

La misma razón hace difícilmente utilizables, tanto el método de conconcordancia o de una diferencia fuera establecido de forma tan irrefutable. Nunca se está suficientemente seguro de no haber dejado escapar algún antecedente que concuerde o que difiera con el consecuente al mismo tiempo y del mismo modo que el único antecedente conocido. Sin embargo, aunque la eliminación absoluta de todo elemento extraño sea un límite ideal que no puede ser realmente alcanzado, de hecho, las ciencias físico-químicas e incluso las biológicas se aproximan lo bastante a él como para que, en gran cantidad de casos, esta demostración pueda considerarse prácticamente suficiente. Pero no sucede lo mismo en sociología, debido a la excesiva complejidad de los fenómenos, unida a la imposibilidad de toda experiencia artificial. Como no se podría hacer un inventario riguroso de todos los hechos que coexisten en el seno de una misma sociedad o que se han sucedido en el curso de la historia, no se puede tener la certeza, ni siquiera aproximadamente, de que dos pueblos concuerden o difieran en todos los aspectos menos uno. Las posibilidades de dejar escapar un fenómeno son muy superiores a las de no descuidar ninguno. Por consiguiente, un método de investigación semejante sólo puede originar conjeturas que, reducidas a esto, carecen casi en absoluto de todo carácter científico.

Sucede algo diferente con el método de las variaciones concomitantes. En efecto, para que sea demostrativo, no es preciso que hayan sido excluidas todas las variaciones distintas a aquellas que se compara. El simple paralelismo de los valores por los que pasan los dos fenómenos, con tal de haber sido establecidos en un número suficiente de casos lo bastante variados, demuestra que existe entre ellos una relación. Este método debe tal privilegio a que alcanza la relación causal desde el interior y no desde el exterior, como las precedentes. No nos muestra solamente dos hechos que se acompañan o se excluyen exteriormente [En el caso del método de la diferencia, la ausencia de la causa excluye la presencia del efecto], de manera que nada pruebe directamente que estén unidos por un nexo interno; por el contrario, nos lo muestra participando el uno del otro de forma continua, por lo menos en lo que concierne a su cantidad. Ahora bien, esta sola participación es suficiente para demostrar que no son extraños entre sí. La forma en que se desarrolla un fenómeno expresa su naturaleza; para que dos desarrollos se correspondan, es necesario que también exista una correspondencia entre las naturalezas que manifiestan. Por consiguiente, la concomitancia constante es, en sí misma, una ley, sea cual fuere el estado de los fenómenos que no se han incluido en la comparación. De este modo, para refutarlo, no basta demostrar que fracasa a través de algunas aplicaciones particulares del método de concordancia que no detentan en sociología. Cuando dos fenómenos varían regularmente, tanto uno como el otro, hay que mantener esta relación, aún cuando, en determinados casos, se presentara uno de estos fenómenos sin el otro. Ya que puede suceder, o bien que la causa se haya visto impedida de producir su efecto por acción de alguna causa contraria, o bien que esté presente, pero bajo una forma distinta a la observada precedentemente. No cabe duda que pueden examinarse de nuevo los hechos, pero no abandonar sin más trámite los resultados de una demostración realizada regularmente.

 

Es verdad que las leyes establecidas por este procedimiento no siempre se presentan de entrada bajo la forma de relaciones de causalidad. La concomitancia puede no deberse a que uno de los fenómenos sea causa del otro, sino a que los dos sean efectos de una misma causa, o todavía, a que exista, intercalado sin ser percibido, entre ellos, un tercer fenómeno que sea efecto del primero y causa del segundo. Por consiguiente, los resultados a que conduce este método necesariamente deben ser interpretados. ¿Pero cuál es el método experimental que permita obtener mecánicamente una relación de causalidad sin que los hechos que establece necesiten ser elaborados por el espíritu? Lo importante, es conducir metódicamente esta elaboración; es esa la forma de proceder. Con ayuda de la deducción, se investigará ante todo cómo habrá podido uno de los términos producir al otro; después, habrá que esforzarse por verificar el resultado de esta deducción mediante experiencias, es decir, mediante nuevas comparaciones. Si la deducción es posible y si la comprobación resulta positiva, es exitosa, podrá considerarse hecha la prueba. Si, por el contrario, no se percibe ningún nexo directo entre estos hechos, sobre todo si la hipótesis de tal lazo contradice leyes ya demostradas, se emprenderá la búsqueda de un tercer fenómeno del que dependan igualmente los otros dos o que haya podido servir de intermediario entre ellos. Por ejemplo, puede establecerse con firmeza que la tendencia al suicidio varía de la misma manera que la tendencia a la instrucción. Pero es imposible comprender cómo la instrucción puede llevar al suicidio; tal explicación está en contradicción con las leyes de la psicología. La instrucción, sobre todo limitada a los conocimientos elementales, sólo alcanza a las regiones más superficiales de la conciencia; por el contrario, el instinto de conservación es una de nuestras tendencias fundamentales. En consecuencia, no podría verse sensiblemente afectado por un fenómeno tan alejado y de repercusión tan débil. Llegamos asía preguntarnos si uno y otro hecho no serán consecuencia de un mismo estado. Esta causa común es el debilitamiento del tradicionalismo religioso, que refuerza a la vez la necesidad de saber y la inclinación al suicidio.

Pero existe otra razón que hace del método de las variaciones concomitantes el instrumento por excelencia de las investigaciones sociológicas. Efectivamente, aun cuando las circunstancias les son más favorables, los otros métodos sólo pueden ser utilizados con provecho si el número de los hechos comparados es muy considerable. Si no pueden encontrarse dos sociedades que difieran o se parezcan sólo en un punto, por lo menos se puede comprobar que dos hechos se acompañan o se excluyen, en forma más general. Pero para que esta comprobación adquiera valor científico, es necesario que se la haya repetido muchas veces; casi habría que tener la seguridad de que se han revisado todos los hechos. Ahora bien; no sólo un inventario tan completo es imposible, sino que además, los hechos que se acumulan de tal manera jamás pueden establecerse con suficiente precisión, justamente por ser demasiado numerosos. No solamente existe el riesgo de omitir hechos esenciales que contraríen a los conocidos, sino que ni siquiera se está seguro de conocer bien a estos últimos. En realidad, lo que ha desacreditado con frecuencia los razonamientos de los sociólogos es que, habiendo empleado preferiblemente el método de concordancia o el de diferencia, y sobre todo el primero, se han preocupado más por acumular documentos que por criticarlos o seleccionarlos. Así es como les ocurre sin cesar a los que colocan en un mismo plano las observaciones confusas y ligeras de los viajeros y los textos precisos de la historia. Al ver este tipo de demostraciones, no sólo puede evitarse que se diga que un solo hecho podría refutarlas, sino que los mismos hechos sobre los que han sido establecidas tampoco merecen confianza.

 

El método de las variaciones concomitantes no nos obliga ni a esas enumeraciones incompletas, ni a esas observaciones superficiales. Algunos hechos son suficientes para que de resultado. Desde el momento en que se ha probado que, en un determinado número de casos, dos fenómenos varían al unísono, podemos tener la seguridad de encontrarnos en presencia de una ley. Al no tener necesidad de que sean numerosos, los documentos, pueden ser seleccionados y, además, estudiados de cerca por el sociólogo que los emplea. Entonces podrá y, en consecuencia, deberá tomar como principal material de sus inducciones las sociedades cuyas creencias, tradiciones, costumbres y derecho se han corporizado en monumentos escritos y auténticos. No cabe duda que no desdeñará las informaciones de la etnografía (no existen hechos que puedan ser desdeñados por el científico), pero las colocará en su verdadero lugar. En lugar de hacer de ellas el centro de gravedad de sus investigaciones, en general sólo las utilizará como complemento de las que debe a la historia o, por lo menos, se esforzará por confirmarlas a través de estas últimas. No sólo circunscribirá así con mayor discernimiento la extensión de sus comparaciones, sino que las conducirá con más rigor crítico; ya que, por el mismo hecho de atenerse a un orden restringido de hechos, podrá controlarlos más cuidadosamente. Sin duda, no se trata de rehacer la obra de los historiadores; pero sí de no recibir pasivamente y a mansalva las informaciones de que se sirve.

Pero no debe creerse que la sociología se encuentre en un estado de sensible inferioridad respecto de las otras ciencias, por no poder valerse, casi, más que de un solo procedimiento experimental. Efectivamente, este inconveniente se compensa a través de la riqueza de las variaciones que se ofrecen espontáneamente a las comparaciones del sociólogo y de las que no ofrece ningún ejemplo en los otros reinos de la naturaleza. Los cambios que se producen en un organismo en el curso de una existencia individual son escasos y restringidos; los que pueden provocarse artificialmente sin destruir la vida también están comprendidos dentro de estrechos límites. Es cierto que se han producido importantes cambios en el transcurso de la evolución zoológica, pero únicamente han dejado raros y oscuros vestigios y es aún más difícil descubrir las condiciones que los determinaron. Por el contrario, la vida social es una serie ininterrumpida de transformaciones, paralelas a otras transformaciones en las condiciones de la existencia colectiva; y no sólo tenemos a nuestra disposición las que se refieran a una época presente, sino que gran cantidad de aquellas por las que han pasado los pueblos desaparecidos han llegado hasta nosotros. A pesar de sus lagunas, la historia de la humanidad es más clara y completa que la de las especies animales. Por otra parte, existe una multitud de fenómenos sociales que se producen en toda la extensión de la sociedad, pero que toman formas diversas según las regiones, las profesiones, las confesiones, etc. Tales son, por ejemplo, el delito, el suicidio, la natalidad, la nupcialidad, la economía, etc. De la diversidad de esos medios especiales resultan, para cada uno de estos órdenes de hechos, nuevas series de variaciones, aparte de las que produce la evolución histórica. En consecuencia, si bien el sociólogo no puede emplear con igual eficacia todos los procedimientos de la investigación experimental, el único método casi del que puede servirse, con exclusión de los demás, puede ser muy fecundo en sus manos, ya que tiene incomparables recursos para ponerlos en práctica.

Pero este método sólo produce los resultados óptimos si se practica rigurosamente. No se ha probado nada cuando, como a menudo sucede, el sociólogo se conforma con mostrar, mediante ejemplos más o menos numerosos, que en determinados casos dispersos los hechos han variado como lo expresa la hipótesis. No se puede deducir ninguna conclusión general de esas concordancias esporádicas y fragmentarias. Ilustrar una idea no es demostrarla. Lo que se necesita no es comparar variaciones aisladas, sino series de variaciones regularmente constituidas, cuyos términos se relacionan unos con los otros a través de una gradación lo más continua posible, y que además sean de una extensión suficiente, ya que las variaciones de un fenómeno únicamente permiten inducir su ley si expresan claramente la forma en que se desarrolla en circunstancias determinadas. Pero para eso es necesario que entre ellas exista la misma continuidad que entre los diversos momentos de una misma evolución natural y, además, que esta evolución que configuran resulte lo suficientemente prolongada como para que su sentido no sea dudoso.

 

III

Sin embargo, la manera de formar estas series difiere según los casos. Pueden incluir hechos tomados prestados, o bien de una sola y única sociedad -o de varias sociedades de la misma especie-, o de varias especies sociales distintas.

En rigor, el primer procedimiento puede ser suficiente cuando se trata de hechos de una gran generalidad y sobre los cuales tenemos informaciones estadísticas lo bastante extensas y variadas. Por ejemplo, relacionando la curva que expresa la marcha del suicidio durante un periodo de tiempo suficientemente largo, puede llegarse, desde las variaciones que presenta el mismo fenómeno según las provincias, las clases, los hábitats rurales o urbanos, los sexos, las edades, el estado civil, etc., a establecer auténticas leyes, incluso sin extender las investigaciones más allá de un solo país, aunque siempre sea preferible confirmar estos resultados mediante investigaciones realizadas sobre otros pueblos de la misma especie. Pero comparaciones tan limitadas sólo podemos aceptarlas cuando se estudia alguna de esas corrientes sociales que están extendidas por toda la sociedad, aunque variando de un punto al otro. Por el contrario, cuando se trata de una institución, de una regla jurídica o moral, de una costumbre organizada, que es la misma y funciona de la misma manera en toda la extensión del país y que únicamente cambia en el tiempo, es imposible encerrarse en el estudio de un solo pueblo, ya que, en tal caso, sólo se tendría como material para la prueba una sola pareja de curvas paralelas, a saber, las que expresan la marcha histórica del fenómeno considerado y de la causa supuesta, pero sólo en esa única sociedad. Sin duda, hasta si ese único paralelismo es constante, ya constituye un hecho considerable, pero no podría, por sí solo, constituir una demostración.

Abarcando varios pueblos de la misma especie, ya se dispone de un campo de comparaciones más extenso. Ante todo, puede confrontarse la historia de uno con la de los otros y ver si, tomando aparte a cada uno de ellos, el fenómeno evoluciona en el tiempo en función de las mismas condiciones. Después pueden establecerse comparaciones entre esos diversos desarrollos. Por ejemplo, se determinará la forma que toma el hecho estudiado en diferentes sociedades en el momento en que alcanza su apogeo. Como, aunque perteneciendo al mismo tipo, son sin embargó individualidades distintas, esta forma no es idéntica en todas partes; según los casos, es más o menos acusada. De este modo, se tendrá una nueva serie de variaciones que se relacionarán con las que presente, en el mismo momento y en cada uno de esos países, la condición presumida. Así, después de haber seguido la evolución de la familia patriarcal a través de la historia de Roma, de Atenas, de Esparta, se clasificará a esas mismas ciudades según el grado máximo de desarrollo que alcanza en cada una de ellas ese tipo familiar y después se verá si aún se clasifican de la misma manera, respecto del estado del medio social del que parece dependen según la primera experiencia.

Pero este método solo no es suficiente. En efecto, sólo se aplica a los fenómenos que hayan surgido durante la vida de los pueblos que se comparan. Ahora bien: una sociedad no crea por entero su organización; en parte, la recibe ya hecha de los que la precedieron. Lo que se le transmite de esta manera no es el producto de ningún desarrollo en el curso de su historia, y por consiguiente no puede explicarse si no se sale de los límites de la especie de la que forma parte. Solamente las adiciones que se superponen a ese fondo primitivo y lo transforman pueden ser tratados así. Pero a medida que uno se eleva en la escala social, más insignificantes son los caracteres adquiridos por cada pueblo al lado de los caracteres transmitidos. Por otra parte, es la condición de todo progreso. De este modo, los elementos nuevos que hemos introducido en el derecho doméstico, el derecho de propiedad y la moral desde el comienzo de nuestra historia, son relativamente escasos y de poca relevancia, comparados con los que nos ha legado el pasado. Las novedades que se producen no podrían, pues, comprenderse si no se han estudiado antes esos fenómenos más fundamentales que están en sus raíces y que sólo pueden ser estudiados a través de comparaciones mucho más extendidas. Para poder explicar el estado actual de la familia, del matrimonio, de la propiedad, etcétera, habría que conocer cuáles son sus orígenes, cuáles son los elementos simples de que se componen esas instituciones; y, sobre este punto, la historia comparada de las grandes sociedades europeas no podrían aportarnos muchas luces. Hay que remontarse más atrás.

 

Por lo tanto, para dar razón de una institución social, perteneciente a una especie determinada, se compararán las diferentes formas que presenta, no sólo en los pueblos de esta especie, sino en todas las especies anteriores. ¿Se trata, por ejemplo, de la organización doméstica? En primer lugar, se constituirá el tipo más rudimentario que jamás haya existido, para seguir luego paso a paso la forma en que se ha complicado progresivamente. Este método, que podría llamarse genético, daría de una sola vez el análisis y la síntesis del fe­nómeno. Ya que, por una parte, nos mostraría en estado disociado los ele­mentos que lo componen, por el mismo hecho de mostrárnoslo superponién­dose sucesivamente los unos a los otros y, a la vez, gracias a ese amplio campo de comparación, sería más apropiado para determinar las condiciones de que dependen su formación y su asociación. En consecuencia, sólo puede explicarse un hecho social de alguna complejidad a condición de seguir su desarrollo integral a través de todas las especies sociales. La sociología com­parada no es una rama particular de la sociología; es la sociología misma, en tanto deja de ser simplemente descriptiva y aspira a explicar los hechos.

En el curso de estas extensas comparaciones, a menudo se comete un error que falsea sus resultados. A veces ha sucedido que, para juzgar el sen­tido en el que se desarrollan los hechos sociales, se ha comparado simple­mente lo que sucede en el declinamiento de cada especie con lo que se pro­duce en el comienzo de la especie siguiente. Procediendo de este modo, se ha creído poder sostener, por ejemplo, que el debilitamiento de las creencias religiosas y de todo tradicionalismo no podía llegar a ser más que un fenó­meno pasajero de la vida de los pueblos, porque sólo aparece durante el úl­timo periodo de su existencia, para cesar desde el momento que vuelve a co­menzar una nueva evolución. Pero con tal método uno está expuesto a tomar como marcha regular y necesaria del progreso lo que es efecto de una causa diferente. Efectivamente. el estado en que se encuentra una sociedad joven no es la simple prolongación del estado al que habían llegado al final de su carrera las sociedades que ella reemplaza, sino que proviene en parte de esta misma juventud, que impide a los productos de las experiencias realizadas por los pueblos anteriores el ser todos inmediatamente asimilables y utiliza­bles. De esta manera, por ejemplo, el niño recibe de sus padres facultades y predisposiciones que sólo tardíamente entran en juego en su vida. Por consi­guiente, es posible -retomando el mismo ejemplo- que esa vuelta al tra­dicionalismo que se aprecia en el comienzo de cada historia no se deba al hecho de que un retroceso del mismo fenómeno sólo puede ser transitorio, sino a las especiales condiciones en que se encuentra situada toda sociedad que comienza. La comparación sólo puede ser demostrativa si se elimina ese factor de edad que la perturba; para llegar a ello, bastará considerar las so­ciedades que se comparan en el mismo periodo de su desarrollo. De este modo, para saber en qué sentido evoluciona un fenómeno social, se compa­rará lo que este fenómeno es durante la juventud de la especie siguiente, y según que, de una de estas etapas a la otra, presente más, menos o la misma intensidad, se dirá que progresa, retrocede o se mantiene.

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