LA VIOLENCIA SOCIAL EN LA HISTORIA

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Durval Federico Vacaflor Barquet

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Introducción

     La violencia, sea ésta natural o humana, ha presidido permanente la vida del planeta. Nunca, en toda nuestra existencia como especie, hemos podido soslayarla o dominarla. Todavía más: somos hijos de ella y como buenos hijos la practicamos y la usamos cuando lo creemos necesario.

     Mas, el reconocer la filialidad no implica aceptarla mansamente y sin reparo alguno. Especialmente cuando la misma pueda inducir al suicidio de la especie, como amenaza ocurrir en nuestro tiempo.

     Sin embargo, y a pesar de esta descarnada realidad, el hombre siempre pensó en la paz y creó la cultura para enfrentar a las violentas fuerzas de la naturaleza como asimismo su propia violencia. Trabajó y trabaja denodadamente para conseguir la tranquilidad y el descanso que le permita gozar plenamente de la vida. En la realidad en que se mueve, empero, se ve obligado a dialogar con fuerzas y poderes violentos que tensan su voluntad y decisión obligándole a responder con extrema violencia los desafíos que le presenta la vida. No obstante ello, siempre deseó un mundo apacible. A tal extremo se dio esta obsesión que en los períodos de su historia más violentos y hostiles que vivió, no vaciló en imaginar paraísos terrenales donde la violencia no existía. Ambitos donde las fuerzas de la naturaleza no aterraran con su potencia y espectacularidad; hombres y pueblos que no se agredieran con una ferocidad increíble; enfermedades y tragedias individuales que lo desconcertaban y lo sumían en un dolor infinito. De ahí su necesidad de escapar a tan terrible e ineluctable realidad, creando fabulosos reinos de paz y bienaventuranza, o creyendo en la existencia de tiempos pasados bellos, apacibles y felices sin mácula de dolor. Y así imaginó la Edad de Oro, que nunca consiguió -hasta hoy- corporizarla en una realidad tangible.

     Mas, el hombre-animal obstinado, recio e indomable-sobrevivió sobre sus circunstancias hostiles; más aún: se expandió con fuerza incontrastable por toda la tierra habitable, bien dispuso de los elementos adecuados para su despliegue y haciendo gala de una plasticidad genética única ocupó todos los ámbitos geográficos con rapidez sorprendente.

     En su camino, la violencia de los diversos medios seguramente lo agredieron con saña y si bien caían no pocos individuos, su marcha no se detuvo hasta cubrir el planeta virgen.

     En esta primigenia epopeya realizada por la especie humana, está la demostración palpable que supo imponerse a la violencia objetiva, a la violencia del mundo que le rodeaba y que muchas veces cegaba su vida. Mas, el propio hombre -como hijo de la violencia natural- advirtió desde muy temprano que contenía en su propio cuerpo una incoercible fuerza que lo tornaba violento y lo habilitaba para tornarse destructor y deletéreo.

     La lúcida conciencia que el hombre siempre tuvo acerca de su estrecha filialidad con la violencia, hizo que éste la observara con extrañeza unas veces, miedo otra veces y hasta una inexplicable curiosidad e interés por la fuerza que anidaba en su naturaleza y en el mundo.

     En realidad, nunca dejó de observarla, aun cuando no encontrara respuesta satisfactoria; para conjurarla inventó divinidades sin cuento, representándola de las más distintas y caprichosas maneras. Todas la religiones dan testimonio de ello; todas las creencias y visiones humanas la vistieron de los rostros más caprichosos, aunque siempre relacionados con las experiencias propias de cada grupo, tanto en lo relativo a sus observaciones sobre el medio circundante como a su propia vida interior. Sería interminable la tarea de describir las visiones que despertó la violencia en el sentimiento de los hombres.

     Por eso, desde los albores de la vida civilizada, los hombres no sólo se conformaron en describirla en miríadas de monumentos tanto literarios como arquitectóricos y estatuarios, sino someterla a un estudio y observación cada vez más profundos. La experiencia humana, cuando estuvo en condiciones de llevar a cabo dicha indagación, ya estaba pletórica de conocimientos; mas, resúltale extremadamente difícil abarcarla en toda su realidad y dimensión y mucho más procurar alguna solución para domeñarla absolutamente.

     A pesar de todo, los seres humanos no están tan desamparados e inermes frente a un fenómeno que está ahí, en y frente a sus vidas. Existe una gran cantidad de hechos, en que todas las interpretaciones e indagaciones individuales y sociales, coinciden en la posibilidad de someterlos a un estudio objetivo, reductibles a un análisis profundo y veraz; hechos con características identificables y con sus manifestaciones abiertas.

     Esto no quiere decir, sin embargo, que tales indagaciones, por más "objetivos" que pretendamos reconocerles no guarden en su interioridad una buena dosis de natural y -podríamos decir- inevitable subjetividad; pero, aun en su perspectiva comprometida, no dejarán -en todos los casos-de ser un aporte a la dilucidación de la naturaleza de un fenómeno natural que preocupa - y mucho- al género humano.

       Consiguientemente, el estudio de la violencia en nuestros días se torna indispensable, por lo que la adopción de una metodología adecuada, se impone necesariamente:

1) Al abordar su estudio, prioritariamente es preciso dirigir el examen hacia el concepto mismo de "violencia" y el ámbito de acción en que se ejerce. Determinar, con la mayor precisión posible, a qué violencia aludimos -la violencia "objetiva" (extrahumana) o la violencia humana o si deseamos inquirir sobre los fundamentos últimos de la violencia como realidad metafísica. Sea cual fuere nuestro enfoque no podremos escapar de la condición relativa de nuestro aporte, aunque no menos valiosa que aquellas otras construcciones intelectuales pretendidamente totalizadoras.

2) El análisis del concepto "violencia" debe ser riguroso, dotado de la mayor cantidad de variables que eventualmente podrían converger para dilucidar su significado. En este sentido,-como manifiesta Michaud ( 1989: 20/22). - debemos advertir que "las variaciones, las fluctuaciones y finalmente, la indefinibilidad de la violencia constituyen positivamente su realidad" .

3) Esta variabilidad del hecho violento dentro del mundo social, si bien pueden incorporar elementos que enturbien y desorienten el análisis, no deben impedir en ningún momento la determinación de las coordena das básicas de tiempo y lugar dentro de las cuales debe encuadrarse cualquier situación de violencia.

4) Encuadrada por dichas determinaciones temporo-espaciales, la indagación debe ser rigurosa tanto en profundidad como en extensión. Un acto de violencia básicamente es un hecho social que no sólo posee un presente, sino también un pasado, un antecedente, una historia...El conocer este "filum", enriquecido con la mayor cantidad de facetas incorporadas, constituye un invalorable conocimiento para la apreciación correcta del hecho violento mismo.

Igualmente acontece con su extensión. El área de influencia de sus efectos, permitirá al investigador enhebrar las sutiles vinculaciones sociales que el hecho violento ha establecido, no sólo con otros hechos sino igualmente con otros aspectos -quizá no violentos- de la vida social.

5) Por consiguiente, al indagar la violencia social de un período histórico determinado o ámbito territorial escogido, el análisis debe ser integral, abarcando con preferencia los aspectos sociales objetivos (v.gr.económicos, políticos, sociales, etc.) como asimismo las motivaciones individuales que participaron en la configuración del hecho de violencia de referencia.

En el caso de éstas últimas, precisar con la mayor exactitud los intereses en juego que las dinamizan, como también las concepciones culturales (ideologías, etc) que las impulsan.

6) No deja de ser frecuente en algunos análisis-especialmente de carácter retrospectivo, advertir que los actos de violencia eran estudiados restrictivamente, esto es, sin tomar en cuenta el contexto ni los antecedentes históricos de los mismos. Este proceder, sin embargo debe ser modificado, reemplazándolo con una indagación ls de los mismos. Este proceder, sin embargo debe ser modificado, reemplazándolo con una indagación lo más amplia y variada posible, precisando las fuentes y las circunstancias sociales de la manera más completa que pueda ser posible. No sólo los testigos contemporáneos deben ser requeridos para escuchar sus versiones, sino también todas las disciplinas auxiliares del análisis histórico.

     Los discursos sobre la violencia se dan siempre en cada cultura y en tiempos históricos distintos, desplegados desde perspectivas disímiles y variadas como pueden ser los criterios clasistas, sociocéntricos, individualistas, etc. u otros marcos referenciales de confrontación intro, inter o extrasociales.

     Todas las culturas del mundo, por explicitación u omisión, suelen elaborar discursos sobre la violencia social, especialmente si esas culturas reflejan genuinamente sus realidades externas e internas en el ámbito en que se manifiestan.

     Los discursos sobre la violencia social o individual, pueden reconocer cualquier vertiente de manifestación, sean éstas escritas o transmitidas oralmente. Las sociedades &aacuitidas oralmente. Las sociedades ágrafas también registran en sus culturas, discursos relacionados con la violencia tanto en el plano individual como en el plano social. Con mayor razón si nos referimos a las tradiciones culturales escritas.En este sentido bien vale la pena mencionar los criteriosos conceptos de G. Guthman (1991:20-21):

"Discursos de violencia en un sentido amplio, son todos los textos religiosos, como la Biblia, El Corán, la Ilíada, el Popohl Vuh, etc. y otros tantos monumentos literarios. No es necesario que tales discursos no inciten directamente a la violencia: basta que divida a los seres humanos entre réprobos y elegidos o ponga en práctica criterios para su discriminación. tanto en los tiempos antiguos como en los contemporáneos estos discursos casi constituyen la mayoría de los que se consumen en nuestras sociedades. Las Ciencias Sociales, por ejemplo, registran por millares discursos que establecen pautas discriminatorias y excluyentes."

     Sin embargo, cuando nos enfrentamos con los fenómenos que suponemos son violentos, no podemos evitar una cierta desazón suscitada por la polisemia del concepto que nos hace muy dif&semia del concepto que nos hace muy difícil constreñir en una definición tal variedad de fenómenos.

     Claro está que ésta es una toma de posición absolutista; si por el contrario abordamos el concepto y las realidades observadas con un criterio relativista, bien podríamos afirmar que no hay fenómenos de violencia sino sucesos a los cuales se le atribuye "violencidad", y que la asignación de tales criterios no siempre son formulados o concebidos claramente.

     Ello se debe, como es fácil de advertir, a los diversos tipos de violencia y a los distintos escenarios donde puede manifestarse, llámense naturaleza, agrupaciones sociales o ámbitos individuales. Agréguense todavía las coordenadas de espacio y tiempo que otorgan la dinamicidad y densidad necesaria para lograr configurar una realidad social única.

     La dificultad de asignación, entonces, es evidente y de alguna manera, bastante aleatoria, lo que nos acerca al campo de los juicios de valor.

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