LA PERSONALIDAD

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La personalidad

Proceso de formación de la personalidad
Componentes de la personalidad

Tipología de la personalidad
Madurez e inmadurez de la personalidad

 

Concepto de personalidad.

La expresión personalidad proviene del griego “prosopón” , que cuyo significado de “máscara” alude a las máscaras que en el teatro griego se colocaban los actores para interpretar a los personajes de las tragedias. Puede considerarse que en cierto modo responde a aquello que se percibe o la forma como se aparece ante otros; posiblemente una traducción más apropiada fuera “imagen”. En latín el término “personare” equivale a “resonar a través de...” (per sonare); es decir que también alude a la forma como se es percibido por los otros, o en que cada uno se manifiesta ante los otros.

La personalidad es la cualidad abstracta resultante de un conjunto de factores no visibles, que son inherentes al individuo y que son determinantes de lo más específico de su identidad como persona; a la vez que de su comportamiento característico.

Como factores componentes del concepto de personalidad, es posible discernir varios elementos:

Se trata de un componente estrictamente propio y distintivo de cada individuo humano.

Es un elemento altamente integrado al individuo, que conserva sus rasgos fundamentales a lo largo de su vida.

No obstante, se mantiene en un estado permanente de evolución dinámica, abierto a su constante desarrollo.

A la vez que tiene características inherentes al sujeto mismo, tiene una permanente interacción con el mundo exterior; tanto en cuanto a la proyección del sujeto sobre éste, como en cuanto a la influencia que ese mundo exterior y su propia peripecia vital ejercen sobre aquella evolución constante.

Diversos autores han dado sus propias definiciones de la personalidad:

Para Gordon Allport, la personalidad es la organización dinámica en el interior del individuo, de los sistemas neuropsíquicos que determinan su conducta y su pensamiento característico.

Para Aldous Huxley, lo que alguien es depende de tres factores: de lo que ha heredado; de lo que la circunstancia haya hecho de él; y de lo que eligiendo libremente haya hecho de su circunstancia y de su herencia.

Para Jean Claude Filloux, la personalidad es la configuración única que toma, a lo largo de la historia de un individuo, el conjunto de los sistemas responsables de su conducta.

Para Giménez Vargas, la personalidad es el principio integrador específico y propio de cada ser humano, según el cual se estructuran las cualidades adquiridas y heredadas, en síntesis que establecen un modo individual de relación con el medio.

Para Roustand la personalidad es la conciencia del Yo. Esto se entiende en el sentido de percepción de su propio ser, como una individualidad autónoma, la percepci n de las sensaciones del propio cuerpo, el recuerdo de su propia historia, y tambien un ideal hacia el cual se tiende como persona.

El término personalidad puede ser empleado en diversos sentidos:

En el sentido de su cualidad abstracta individual, definitorio de su identidad y comportamiento, que acaba de exponerse.

En el sentido de la impresión externa, que causa en otros, en su relacionamiento social. Pueden reconocerse inclinaciones a comportarse de forma introvertida o extrovertida, ser pesimista o ser optimista, ser audaz o ser tímido, ser reflexivo o ser impulsivo, o similares.

En referencia a su condición moral, por el juicio general, en referencia a su comportamiento correcto, incorrecto, incluso delictivo; alguien es “un caballero”, “una gran señora”, “un sinvergüenza”, “ un estafador”.

La personalidad puede considerarse desde el ángulo psicológico, como la conciencia individual de constituir un ser en el cual ocurren las sensaciones, las ideas, las emociones; y de ser una individualidad distinta del mundo externo y de los demás individuos.

En este sentido, la primera manifestación de la toma de conciencia acerca de la propia realidad individual, la constituye la distinción de las sensaciones que provienen del propio cuerpo, y el reconocimiento de esa existencia corporal; que se produce en los procesos iniciales del desarrollo intelectual del niño.

La conciencia del Yo se va integrando progresivamente, a partir del reconocimiento de la base física del ser personal, con el conjunto de sensaciones que informan de la propia dinámica corporal - las llamadas sensaciones kinestésicas - mediante la incorporación de la memoria del propio ser que nos permite reconocernos como la misma persona que en el pasado realizó determinadas cosas o se encontró en determinadas situaciones; así como percibir la propia ubicación en un ambiente familiar o social; y la formación de un proyecto del propio ser hacia el futuro.

También puede analizarse la personalidad en relación a la exteriorización que cada individuo hace de sí mismo en su vida de relación social; en cuanto asume determinadas formas de conducta que guardan una cierta correlación con caracteres inherentes a su propia persona, y que la experiencia permite encasillar en determinados tipos o categorías, que guardan alguna forma de similitud entre ellas.

De todas maneras, a pesar de que en cierto modo puede decirse que la personalidad propia reside en los otros, en la imagen que los demás se forman de uno mismo, ese concepto de la personalidad está conformado por elementos que son intrínsecos a cada individuo; que en último grado - en su total autenticidad o en alguna medida disfrazados por lo que cada uno trate de proyectar en los demás como imagen de su persona - son lo que determina la personalidad. Evidentemente, aún lo que una persona trata de proyectar, procurando disimular o modificar su personalidad real, forma parte de su propia internalidad y está en función de concepciones que le son propias.

Coloquialmente se habla de personalidad en referencia a la firmeza y solidez del carácter propio. En este aspecto, se dice que alguien “no tiene personalidad” para indicar que es facilmente influible por opiniones y consejos de otros; que no tiene una sólida percepción racional y propia de las condicionantes y conductas a asumir; que es variable en sus actitudes y modos de pensar, lo que revela que en realidad no los tiene suficientemente asentados en su pensamiento.

Asimismo que habla de “desarrollar la personalidad”, con el alcance de emprender un programa sistemático y sostenido que conduzca a un individuo a afirmar plenamente un conjunto de rasgos propios de su persona, en todos sus aspectos (gustos, modos de pensar, capacidad para elegir, etc.), perfeccionamiento, modificación, educación del modo de ser.

Tambien se emplea coloquialmente en referencia a una posición social, lo cual ya no alude a una condición íntima del individuo sino a su reconocimiento por el núcleo social, generalmente por destacarse en alguna actividad, comercio, industria, cultura, cargos de gobierno, actividad profesional o científica, periodística, etc., por lo que “es una personalidad”.

Integran la personalidad componentes físicos y componentes psicológicos. Los primeros tienen innegable importancia, pero lo que más define la identidad de cada individuo son los componentes psicológicos. Entre éstos existen elementos hereditarios; pero también influyen las condiciones adquiridas ya sea en forma involuntaria como las adquiridas deliberadamente, que son elegidas libremente.

Por condiciones adquiridas involuntariamente, se entienden los caracteres resultantes del ambiente social y familiar, y por vía de la educación.

Las condiciones adquiridas voluntariamente, son las que provienen de las actividades propias de carácter cultural y de las decisiones voluntarias acerca de su propia persona.

Son factores dinámicos, porque evolucionan a lo largo de su vida; pero al mismo tiempo mantienen una identidad como sistemas psico-físicos propios del individuo.

Siguiendo a Gordon Allport, puede señalarse que la personalidad es un sistema neuropsíquico inserto en el individuo, que se caracteriza por ser un sistema abierto a la influencia de factores materiales y energéticos externos, que producen en él estados duraderos por lo que, en consecuencia, incorporan permanentemente nuevos elementos de ordenamiento interior, cada vez con mayor complejidad.

Los intercambios de estímulos y reacciones de respuesta entre la conciencia individual y el mundo externo, resultan ser un elemento indispensable para comprender el funcionamiento de la personalidad.

La llamada homeostasis, está estrechamente ligada a los procesos del aprendizaje y la motivación, en cuanto consiste en que el ingreso a la conciencia individual de estímulos externos, acumula en la personalidad elementos que van modificándola de alguna manera; tendiendo a que se conforme un nuevo estado de equilibrio a partir de la incidencia de esos factores que se reciben, sobre la situación preexistente de la conciencia. En consecuencia, en cierta medida el devenir externo condiciona y modifica - sea por su aceptación como por su rechazo - el ser de la personalidad.

La modificación del orden de la personalidad, es un efecto de más largo plazo que la inmediata recomposición del equilibrio producido por la homeostasis; en la medida en que con el transcurso del tiempo, la personalidad se modifica incorporando de manera permanente nuevos componentes, como por ejemplo objetivos de vida, que normalmente no son resultantes de un único impulso exterior, sino de su acumulación y elaboración reflexiva o inconsciente.

La interacción con el medio, es una resultante de todo lo anterior, en la medida en que aunque en gran medida la personalidad es un sistema que puede funcionar internamente al individuo, también produce una proyección de sí misma, y de sus modificaciones, sobre el ambiente exterior; sobre todo en el medio social en que se desenvuelve el agente. Proyección que puede generar influencias en los presentes en ese medio (lo cual se percibe claramente en el caso de los líderes y de las personas dotadas de “carisma”); del mismo modo que puede retroalimentar en el propio sujeto emisor, dando origen a respuestas que a su vez generan una nueva homeostasis.

 

Proceso de formación de la personalidad.

La personalidad de cada individuo humano - en cuanto él constituye un ser absolutamente peculiar y diferenciable de todos los restantes integrantes de su especie - está compuesta de un conjunto de elementos altamente integrados entre sí, que funcionan de una manera coherente. Cumplen diversas funciones en el comportamiento y en la intimidad de su conciencia de sí mismo; que en definitiva dan por resultado una estructura que opera como una unidad específica que conforma su personalidad.

No es posible saber si en el momento de su nacimiento, el individuo humano porta algunos elementos que puedan considerarse configurativos de un componente de personalidad. Cabe admitir - especialmente a medida que progresan los estudios acerca de la genética - que es muy posible que, de la misma manera que ocurre con muchos otros componentes de su ser (que incluyen factores tales, como por ejemplo la propensión a ciertas enfermedades), al menos algunos factores de su personalidad se encuentren contenidos en la herencia. La psiquiatría admite que ciertas conformaciones patológicas de la personalidad puedan tener componentes hereditarios; aunque también pueden influir en ello componentes derivados del desarrollo de la personalidad en convivencia con sus ascendientes.

De cualquier manera, puede afirmarse con certeza que en la estructuración de la personalidad intervienen, de manera diversa y en buena medida aleatoria, componentes que provienen de un fondo hereditario - genético, por tanto - y componentes que provienen del medio ambiente, considerando éste no tanto en su aspecto físico como en cuanto al medio social que rodea al individuo durante las distintas etapas de su crecimiento y maduración, así como las experiencias que vive y sobre todo los procesos educativos formales e informales que realiza, principalmente en los primeros años de su vida.

El sostenido avance de la investigación científica en torno a la genética, y el progreso realizado por el proyecto del genoma humano, al mismo tiempo que conduce a ciertas conclusiones positivas en cuanto a los factores hereditarios, delimita aquellos factores que no es posible asignar a este origen. En función de tales desarrollos, la separación de las tendencias “genetista” y “ambientalista” acerca del origen y estructuración de la personalidad - que tuvo un importante impacto en las concepciones doctrinarias del Derecho Penal y la eventual existencia de sujetos con propensión estructural al delito - ha ido cediendo terreno en favor de una concepción más bien “complementarista”, que al tiempo que reconoce la coexistencia de ambos factores, deberá aplicarse a cuantificar adecuadamente la incidencia de cada uno de ellos.

En la medida en que se admita que por lo menos algunos componentes de la personalidad tienen un origen genético, podrá concluirse que en el mismo momento de producirse la fecundación del óvulo materno, e integrarse plenamente la cadena del ADN del nuevo individuo, en él se encuentran presentes esos componentes de su personalidad; al tiempo que comenzará el proceso continuado - y en cierto modo indefinido - de integración de esa personalidad a partir del agregado de los componentes emanados de su interacción con el mundo exterior.

El desarrollo intrauterino - promedialmente de 270 días - significa para el nuevo ser un ambiente relativamente aislado, donde sus funciones fisiológicas, a medida que van diferenciándose, se cumplen a través del organismo de su madre. En cierto momento, es razonable considerar que la diferenciación del cerebro en el embrión, alcanza un grado que da lugar al surgimiento de ciertos elementos de conciencia de su propia existencia y de respuestas a los estímulos externos; que ya comienzan a conformar un componente de memorización, susceptible de influir en alguna forma en su futura personalidad.

El nacimiento - procesado a través del acto del parto - configura un cambio de extraordinaria importancia en cuanto al medio vital en que se desarrollara el feto. La propia circunstancia de que el parto se desarrolle por un proceso natural - que desencadena un evento de índole casi catastrófica respecto del estado anterior del feto - o por procedimientos quirúrgicos eventualmente menos impactantes desde su punto de vista, puede ser un factor de cierta trascendencia.

De todos modos, en psicología clínica se analiza el impacto de ese episodio como un cambio sumamente trascendental, desde un medio acuoso, casi silencioso y sin imágenes visuales variadas, hacia el medio aéreo, lleno de nuevos y estrepitosos estímulos sensoriales, (luz, sonido, temperatura, sensaciones táctiles, movimiento, ciclo fisiológico, etc.) y el proceso eventualmente doloroso y de dificultades vitales del tránsito vaginal hacia el nacimiento; denominándolo “trauma de nacimiento”.

En el momento del nacimiento, es indudable que el individuo humano posee desde ya ciertos elementos heredados, algunos de los cuales constituyen meras potencialidades pendientes de un ulterior desarrollo. Ciertos factores físicos que son indudablemente producto de su conformación hereditaria, aparecen claramente visibles; tales como sus rasgos anatómicos, el color de su piel o de sus ojos; mientras que otros habrán de desarrollarse - más o menos tempranamente - en función de su maduración neurológica y muscular, como el habla y el desplazamiento bípedo. Acerca del grado en que el desarrollo de tales habilidades es espontáneo o resulta de alguna forma de aprendizaje, suele mencionarse algunos ejemplos de niños “salvajes” o “niños lobos”, que - se indica - no las desarrollaron, por lo menos hasta que fueron inducidos a ello mediante un aprendizaje.

Entre esos componentes potenciales - generalmente para nada ostensibles en el momento del nacimiento o en su primera época de vida - se encuentran sus capacidades intelectuales; cuya evolución resulta más tempranamente ostensible cuando existen alteraciones del tipo del autismo o el síndrome de Down.

En general, se acepta que los primeros cinco años de vida de los seres humanos son los más importantes desde el punto de vista de conformar los elementos básicos de su personalidad. En ellos, el niño establece y consolida factores primordiales de su vinculación con el mundo exterior, y desarrolla sus primeras modalidades propias de acción y reacción con el medio social.

Es posible que ese período inicial se establezcan algunos componentes básicos, tanto de lo que puede considerarse una personalidad “normal”, como de aquella que se encuentre afectada por algunas alteraciones respecto de ese modelo.

En particular, ciertas experiencias vitales esenciales, transcurridas en este período, pueden pasar a integrar componentes fundamentales de la personalidad. Las condiciones de la alimentación - según que ella sea obtenida en forma segura y regular, y con adecuada calidad de componentes - puede ser uno de esos factores. Indudablemente, el ambiente familiar - según que provea los componentes de afecto, seguridad, protección, disciplinamiento, adquisición del concepto de los límites de la acción, oportunidades de desarrollo y expresión, seguridad en sí mismo, etc. - constituye un factor de importantísima trascendencia en la conformación de una personalidad equilibrada, bien socializada, emocionalmente estable; o lo contrario.

En ciertos aspectos, esos factores habrán de perdurar durante toda la vida ulterior del individuo; o en todo caso sólo podrán variarse hasta cierto punto, algunos de ellos. Las carencias del desarrollo físico provenientes de una alimentación demasiado pobre en proteínas y componentes minerales, durante la época de desarrollo del sistema óseo y neurológico, difícilmente podrán ser corregidas ulteriormente.

No parecen carecer de cierto fundamento científico las opiniones de algunos estudiosos del tema, que han vinculado el surgimiento de las primeras civilizaciones más avanzadas al hecho de que se tratara de pueblos en cuya alimentación pesaban de manera importante componentes como el trigo (la “media luna de las tierras fértiles”, Egipto) o el maíz (México, Perú); así como destacan al mismo tiempo las limitaciones intelectuales generalizadas de los pueblos o los estamentos sociales que no disponen de una alimentación suficientemente rica y equilibrada en sus primeros años de vida.

Reiteramente se ha señalado la importancia del amamantamiento materno de los bebés hasta un tiempo adecuado; no solamente desde el punto de vista alimenticio e inmunológico, sino también en función de su incidencia sobre el equilibrio afectivo del niño. Otro elemento interesante, es la vinculación generalmente aceptada que existe entre el notorio incremento de la talla promedial en algunos países europeos luego de la Guerra Mundial II, con el importante mejoramiento de las prácticas nutricionales de los niños.

No obstante, es evidente que el proceso de conformación de la personalidad tiene una etapa de intensa estructuración mucho más allá de ese período de los cinco años iniciales.

Especialmente a partir de los primeros cinco años, en los casos en que la actividad formativa se desenvuelve conforme a lo que debe considerarse la norma, el proceso educativo asume un papel primordial en la conformación de la personalidad, a través del desarrollo del componente intelectual y crecientemente racional. La educación primaria - transcurrida entre los 5 y los 12 o 13 años - provee de un conglomerado de desarrollos intelectuales primordialmente instrumentales: el perfeccionamiento del lenguaje, la adquisición de las capacidades de la lectura y la escritura y su asociada la expresión oral y escrita cada vez más autónoma; unida a una socialización extrafamiliar determinada por la integración disciplinada a una organización jerarquizada por la existencia de una autoridad externa, legitimada y aceptada. A ello, se agregan componentes de desarrollo intelectual más afinado - como las generadas por los conocimientos aritméticos y geométricos iniciales - y la inserción nacional emergente del conocimiento histórico, geográfico y cultural, también primarios.

Es indudable, sin embargo, que en las décadas recientes esos factores han soportado diversas circunstancias adversas. El predominio adquirido por los sistemas educativos informales, tales como los medios de comunicación masiva audiovisuales - especialmente la televisión, con su elevado porcentaje de dedicación temporaria, especialmente por los niños y jóvenes - ha debilitado en alto grado la incidencia de la lectura y la escritura y consiguientemente la expresión autónoma como medios de adquisición de conocimientos y de pautas de conducta.

Factores como la creciente incapacidad expresiva en su propio idioma, la pobreza extrema del vocabulario y especialmente de sus formas de expresión idiomática más sutiles, la desastrosa ortografía; son resultado de esos factores; así, como de ciertas concepciones pedagógicas supuestamente inclinadas a facilitar la espontaneidad. Todo lo cual, sin ninguna duda, incide directamente en el empobrecimiento de los matices y potencialidades de la personalidad.

La adolescencia - y la pre-adolescencia - constituyen, sin lugar a dudas, uno de los períodos de la vida más trascendentales para la consolidación de la personalidad. A partir de los 13 o 14 años, el proceso de maduración intelectual y fisiológica - la pubertad - conduce a la consolidación de los componentes innatos y adquiridos, que culminan la estructuración de la personalidad en su condición más firme y duradera. Aunque la propia configuración de algunos de esos componentes podrá determinar en el futuro - y a lo largo del resto de la vida - alguna medida de variaciones, reajustes y adiciones que, en definitiva, podrán incorporar matices y enriquecimientos, pero dificilmente modificaciones importantes de su estructura fundamental.

Por esta misma circunstancia, se hace mucho más necesario el cuidado de la índole y la calidad de los contenidos educativos - formales e informales - y de las circunstancias de experiencia vital. Las condiciones históricas imperantes en muchos países - especialmente de América Latina - a partir de la finalización de la Guerra Mundial II, han determinado la intensificación de la incidencia del uso de los sistemas educativos institucionales, tanto formales como informales, en función de inducir en el proceso de formación de las personalidades juveniles, determinados efectos negativos; ya sea en forma intencional y organizada, o como derivación de las políticas de contenidos aplicadas en función de supuestos resultados de rentabilidad y “marketing” de los medios de comunicación masiva.

A medida que los jóvenes avanzan desde los 13 años hacia la plena adolescencia y primera juventud, el proceso de su receptividad educativa - formal e informal - les va poniendo en contacto con componentes cada vez más sustanciales de la vida de relación y de la maduración intelectual de su personalidad. El proceso fisiológico de la pubertad, incorpora a su desenvolvimiento íntimo como a su vida de relación, un componente de especial trascendencia; que sin duda se constituye en un foco de atención altamente competitivo con otros elementos necesarios de su formación personal, especialmente en el plano intelectual y moral.

En este sentido, puede decirse sin riesgo de error grave, que a través de los insumos vitales e intelectuales provenientes del sistema formal de educación, y de los medios de comunicación social, adquiridos en la adolescencia, se consolidará la personalidad, definitivamente; o casi.

En la etapa adolescente, la personalidad incorpora generalmente algunas pautas de inquietud íntima y de comportamiento social, que son resultantes del proceso de auto-afirmación de la identidad; los cuales suscitan situaciones de enfrentamiento con los sistemas de valores y con los sistemas institucionales establecidos de la sociedad. Esa impropiamente llamada “rebeldía juvenil”, no constituye por sí una situación valorable ni aceptable; sino una expresión de un mayor o menor grado de inadaptación al proceso de consolidación de la personalidad; que los propios jóvenes deben ser capaces de entender, y que normalmente está destinada a ser superada a medida que avancen hacia la madurez, por lo que es profundamente indeseable que sea ocasión de situaciones irreversibles.

Desgraciadamente, existen en la sociedad actual numerosos elementos - algunos de ellos absoluta e injustificablemente deliberados - que conducen a exaltar como valiosa, a reforzar y a menudo a explotar esa situación inapropiada y temporaria de la etapa de formación de la personalidad en la edad adolescente. Esas actividades propician desde la inducción al desmesurado consumismo económico (“modas”, “marcas”, “ídolos” musicales o deportivos, etc.) hasta la captación ideológica; pasando por la presentación de la violencia y de la promiscuidad sexual como conductas “naturales”; la generalización de tatuajes, como signo de “compromiso”; la “militancia” y la “lucha” como actitudes valorables y hasta “heroicas”, el consumo del tabaco, las bebidas alcohólicas o las drogas psicotrópicas, como actividades “divertidas”; o la degradación del lenguaje hasta los últimos extremos de lo soez, como un componente de la “identidad generacional”.

En algunos desdichados casos, el deslizamiento de los jóvenes en seguimiento de tales incitaciones, los lleva a situaciones tan lamentables como el abandono de sus responsabilidades de estudio; el abuso de las posibilidades económicas de su familia; la incapacidad de sostener un trabajo estable; la indisciplina, la subversión y aún el delito; la drogadicción; la promiscuidad sexual con las frecuentes consecuencias de la maternidad prematura, la irresponsabilidad paternal, las aberraciones sexuales o la contracción y difusión de las enfermedades venéreas o el SIDA; sin contar con los que pasan a ser los lamentables “héroes”, fallecidos, de los radicalismos políticos.

Todo lo cual parece un catálogo truculento y exageradamente catastrófico; pero debe reflexionarse serenamente sobre ello, contraponiéndolo a la situación de los jóvenes que, a partir de una personalidad estable y sólidamente integrada en la sociedad, efectúan exitosamente sus estudios, se incorporan adecuadamente a la vida económica de la sociedad, constituyen una pareja estable sobre la base del amor y del respeto, y analizan las circunstancias sociales y políticas de su país con solvencia y ecuanimidad.

Frente a esas situaciones de verdadero peligro para la formación de una personalidad equilibrada, el grado de desarrollo de una intelectualidad crítica propia, basada en la intensificación de la capacidad de análisis racional y - sobre todo - fundado en la posesión de un adecuado grado de conocimientos sobre las cuestiones fundamentales; es el único instrumento idóneo para contrarrestar la incidencia de los enfoques deliberadamente deformados - a veces involuntariamente resultantes de las deformaciones ideológicas previamente inducidas en los propios educadores - en las actividades de educación formal.

Del mismo modo ocurrirá respecto de los contenidos de los medios de comunicación social, determinados frecuentemente por agentes que actúan sin respetar la objetividad en cuanto a la elección y presentación de sus contenidos; o sin establecer debidamente y en forma explícita el carácter editorial de los mismos.

En este sentido, una de las mejores expresiones de la inteligencia, ha de consistir en desarrollar la atención y la habilidad de discernir, en todas las expresiones sobre asuntos de trascendencia vital - filosóficos, históricos, políticos, ideológicos, doctrinales, religiosos, éticos, corporativos, económicos, publicitarios, propagandísticos, etc. - los componentes implícitos. Es decir, aquellos elementos que no se explicitan, que se dan implícitamente como indiscutibles, axiomáticos; pero que constituyen en realidad la médula del contenido que se trata de implantar en los destinatarios de esas expresiones, y que lejos de ser incuestionables son en sí mismos esencialmente discutibles.

El desarrollo de la personalidad, en cuanto es un proceso vital ininterrumpido, prosigue a lo largo de las alternativas vitales, con diversos matices, en forma continuada.

Generalmente, se sitúa el fin de la adolescencia en torno a los 21 a 25 años, en que se completa la etapa educativa; no solamente de integración social y cultural, sino frecuentemente de habilitación profesional que provee un medio de autosuficiencia económica. En un momento variable según las circunstancias personales, ingresa a la etapa de adulto, frecuentemente se consolida una pareja estable y se constituye una familia, se emprende una carrera profesional, comercial o de otra índole y se trata de cumplir en ella etapas de creciente desarrollo y mejor posicionamiento.

Se produce un afianzamiento cultural, frecuentemente autodidáctico, se desarrollan los gustos personales y las actividades de auto-realización, se producen integraciones en grupos sociales afines (clubes, asociaciones deportivas, etc.); todo lo cual - más las otras circunstancias vitales - de alguna manera refuerzan los rasgos de la personalidad o eventualmente los modifican, aunque dificilmente de manera total.

Los casos más notorios en ese sentido, son precisamente aquellos de quienes en su comportamiento juvenil han asumido posiciones extremas, radicales, excesivamente idealistas; a quienes el devenir de su vida en madurez los “aburguesa” moderando ampliamente aquellos extremismos, a menudo insertándolos en el disfrute de buenas posiciones económicas y del prestigio social, del éxito mediático o político, etc.; circunstancias reveladoras de que en realidad aquellas actitudes juveniles eran meras expresiones de la ansiedad por alcanzar tales posiciones.

Esto es muy visible y notorio, especialmente, en personalidades cuya actividad era en sí misma ajena en su contenido y en su profundización conceptual o técnica, a los temas sobre los que asumían actitudes radicalizadas y de protagonismo; aplicando una de las técnicas más insidiosas de la propaganda, el llamado “testimonial transfer”, consistente en valerse del prestigio ganado en un área para pretender solventar autoridad en otra totalmente distinta: desde la pasta de dientes recomendada por el astro del fútbol, hasta el candidato político recomendado por el músico exitoso, el literato célebre, o el galán de los teleteatros.

 

Componentes de la personalidad.

En carácter de componentes de la personalidad, se señalan:

La composición orgánica — dada por las características somáticas (corporales) y psicológicas básicas y permanentes; que dependen fundamentalmente de la herencia biológica, pero que no está libre de las influencias ambientales (alimentación, traumas infantiles, etc.)

El temperamento — conformado por aquellos modos de ser y de comportarse, que siendo procedentes de factores hereditarios se fundamentan en estructuras constitucionales; aunque igualmente está influido por factores provenientes de la educación y el aprendizaje. Es una expresión dinámica y afectiva emergente de los factores constitutivos, que resultan característicos del individuo.

En este aspecto, siguiendo a Eric Berne, suele hacerse una referencia al proceso de desarrollo del embrión humano, a partir de la diferenciación inicial de tres capas de tejidos; la primera, interna, que origina los sistemas internos digestivo y respiratorio, la segunda que origina el esqueleto, sistema muscular y circulatorio, y la tercera , externa, que origina el sistema nervioso. En base a ello, se describen temperamentos asociados a la actividad digestiva, muscular o intelectual, distinguiéndose, según sea el desarrollo predominante de alguna de esas capas:

El temperamento endomorfo — interno, que presenta una tendencia a la obesidad, de contextura blanda y redonda, tórax y abdomen prominentes; rostro ancho, cuello corto, brazos y músculos robustos, con manos y pies pequeños. Este prototipo de “gordo bueno”, debería tener un carácter tranquilo, albergar sentimientos simples y fácilmente accesibles; ser una personalidad amable a la que guste despertar afecto y aprobación, que disfrute de la compañia de amigos en torno a una mesa bien servida.

El temperamento mesomorfo — central, de complexión equilibrada, musculosa, con extremidades fuertes y alargadas, tórax bien formado predominando sobre un abdomen firme y no voluminoso. El cráneo de tendencia prismática, sobre hombros anchos, provisto de una mandíbula huesuda y cuadrada; su cuerpo de piel gruesa, resistente a los rigores de la intemperie. Este fornido y atlético individuo, habrá de ser activo y emprendedor, desplegará su energía física en el deporte o en otras actividades de índole predominantemente física, se sentirá atraído por la aventura, el reto de los riesgos. Tendrá tendencia a la búsqueda de poder y autoridad sobre otros, será seguro de sí, osado y tendrá muy pocas inhibiciones. Disfrutará esencialmente de las actividades, querrá destacarse y ser líder.

El temperamento ectomorfo — externo, de complexión decididamente alargada, huesos delgados y músculos no muy desarrollados, piernas largas, hombros caídos, vientre hundido, tórax extrecho. Su rostro, de conformación oval, el cuello largo, los brazos extensos, la piel delgada y pálida. Son individuos cuya inquietud es más intelectual que física, no son afectos a grandes movimientos o actividades, tienden a la introspección, aborrecen y tratan de eludir las dificultades.

El carácter — expresión que idiomáticamente alude a aquello que individualiza precisamente (etimológicamente alude a algo marcado o una incisión realizada, como en la escritura cuneiforme), de modo que puede calificarse como aquellos componentes que expresan de una manera más individualizada y distintiva el modo de ser y comportarse de una persona en particular.

El carácter es un componente que se ve fuertemente influido por el ambiente, la cultura, la educación, el entorno social y familiar, el núcleo de amistades o de trabajo, etc. En cierto sentido, resulta de la forma en que los componentes constitucionales del temperamento, son moldeados a lo largo de su desenvolvimiento en el ambiente familiar, educacional, social; y sus condiciones personales se desarrollan en cierta dirección.

Uno de los factores esenciales del carácter es la voluntad unida al temple, como expresión del autodominio sobre los propios comportamientos; especialmente en las decisiones personales que importan ejercer la libertad, pero que a la vez se condicionan por el deber, la responsabilidad, y el respeto a límites sociales o morales.

 

Tipología de la personalidad.

Una tipología es un ordenamiento y clasificación sistematizada de diversos elementos correspondientes a una misma categoría, que por lo tanto participan de una cualidad común pero tienen propiedades, especificidades o graduaciones diferenciales y en cierto modo características - por lo que responden a diversos tipos - de forma de reunirlos en agrupamientos típicos, preferiblemente siguiendo una secuencia progresiva en base al factor o carácter, que determina su diferenciación; realizada especialmente con fines de exposición y estudio.

En el caso, una tipología de la personalidad trata de establecer una cantidad limitada de tipos, en los cuales puedan insertarse con el mayor ajustamiento posible, las características que presentan la enorme variedad de personalidades individuales. Esta clasificación facilita tanto la comprensión de sus cualidades como la predictibilidad de sus comportamientos.

Los criterios tipificar las personalidades, han de referirse a ciertos componentes no excesivamente individualizadores; motivo por el cual la mayor parte de las tipologías de la personalidad se atienen a aspectos generales y relacionados con componentes biológicos y psicológicos, de índole temperamental. La indudable especificidad que poseen los individos humanos hacen difícil tipificar sus variadísimas personalidades; y reducen el campo de la tipología a algunos aspectos principales de los comportamientos, y ateniéndose a solamente algunos de los elementos que integran la personalidad.

Se atribuye a Hipócrates - contemporáneo de Sócrates y acreditado como el padre de la medicina - haber realizado lo que puede considerarse como la más antigua de las tipologías de la personalidad humana.

Siguiendo la concepción de Empédocles acerca de la integración del cosmos con los cuatro elementos (aire, tierra, agua y fuego), Hipócrates sostuvo que esos cuatro elementos estaban contenidos en el microcosmos del hombre, en forma de humores (algo así como jugos, que posteriormente algunos equiparan a las secreciones endócrinas); y que el predominio de alguno de ellos determinaba el temperamento de cada individuo:

Elemento
Aire
Tierra
Fuego
Agua

Propiedades
Caliente y húmedo
Frío y seco
Caliente y seco
Frío y húmedo

Humor
Sangre
Bilis negra
Bilis amarilla
Flema

Temperamento
Sanguíneo
Melancólico
Colérico
Flemático

Lo cierto es que, pese a su antigüedad, por lo menos las denominaciones de los temperamentos establecidas por Hipócrates hace 24 siglos, siguen siendo empleadas como caracterización de ciertas personalidades, especialmente a nivel de la terminología corriente y aún la literaria.

Una de las tipologías más empleadas - entre muchas que existen - es la desarrollada inicialmente por Heymans y Wiersma, a menudo mencionada simplemente como tipología de Heymans.

Esta tipología se fundamenta en que las conductas estarían determinadas por dos tipos de factores que se presentan en dos grados:

La emotividad — consistente en la mayor (primaria ) o menor (secundaria) repercusión emocional del sujeto ante un acontecimiento.

La actividad — consistente en la mayor (primaria ) o menor (secundaria) inclinación del sujeto a responder a un estímulo mediante la acción.

A la vez, los sujetos que presentan los rasgos indicados en forma primaria son variables o volubles; en tanto que los presentan en forma secundaria son constantes y organizados.

Estos rasgos se combinan dando lugar a ocho personalidades típicas:

Rasgos de personalidad
Emotivo-Activo-Secundario
Emotivo-Activo-Primario
Emotivo-no Activo-Secundario
Emotivo-no Activo-Primario
no Emotivo-Activo-Secundario
no Emotivo-Activo-Primario
no Emotivo-no Activo-Secundario
no Emotivo-no Activo-Primario

Temperamento
Apasionado
Colérico
Sentimental
Nervioso
Flemático
Sanguíneo
Apático
Amorfo

Otro rasgo de la personalidad que se considera, es la retentividad — consistente en el grado en que las experiencias pasadas inciden en la conducta; de manera que el retentivo primario atiende intensamente a las imágenes, recuerdos y pensamientos anteriores, en tanto que el retentivo secundario prescinde facilmente de esos antecedentes y se adapta con mayor facilidad a los cambios y a las situaciones nuevas.

Otra tipología de la personalidad muy utilizada, es la presentada por el psicólogo alemán Krestschmer, en 1921; en que vincula el aspecto físico y biológico con tres tipos morfológicos de características definidas en su personalidad, y que tiene indudable similitud con los tipos de temperamento antes relacionados:

El tipo leptosomático — de aspecto físico delgado, predominantemente vertical, de hombros estrechos, cuello largo, rasgos faciales angulosos, piel seca, aspecto anémico y escaso peso. Psicológicamente, presentan una personalidad indiferente, con escasa capacidad afectiva, actitud taciturna, excesiva susceptibilidad, tendencia a la irrealidad y a una vida mental íntima imaginativa. Son personalidades de tendencia esquizoide, que tienen cierta propensión a vicios del tipo del alcoholismo.

El tipo Pícnico — con importantes componentes horizontales en su aspecto físico - estatura mediana, rostro ancho y blando, cuello corto y macizo, vientre abultado, hombros con tendencia a caer hacia adelante. Su personalidad es sociable, satisfechos de sí mismos, buen organizador, de afectividad insegura y variable, inclinados a asumir posiciones extremas, propensos a rápidos cambios de estado de ánimo. Son personalidades de tipo paranoide, con cierta propensión a caer en psicosis maníaco-depresivas.

El tipo Atlético — cuya presentación física es de estatura mediana a mayor, hombros fuertes y espalda plana, tórax voluminoso, vientre plano y terso, cuello relativamente largo pero grueso y fuerte, miembros y cuerpo musculoso y con buena tonicidad muscular. Son personalidades estables, equilibradas y tranquilas, a la vez lentos y tenaces en su accionar, de temperamento analítico pero escasamente imaginativos, de buena inteligencia racional, con ideas definidas, orientaciones firmes a la vez que prudentes, expresividad mesurada, concreta y precisa. Son personalidades sin tendencias esquizoides ni paranoides; pero que pueden tener predisposición a la epilepsia.

 

Madurez e inmadurez de la personalidad.

La personalidad humana es necesariamente evolutiva, si bien no en forma exclusiva, por lo menos en forma predominante con diversas etapas del desarrollo biológico, que es natural al crecimiento.

En un sentido más amplio, puede considerarse que la maduración de la personalidad tiene lugar cuando se alcanza la integración armónica y equilibrada de los diferentes aspectos de la personalidad en todas sus dimensiones; la orgánico-biológica, la psicológico-espiritual-social en los planos intelectual, afectivo y de la interrelación con el medio social.

Sigmund Freud consideró que la persona madura es aquella capaz de amar y de trabajar. Gordon Allport describe seis características de una personalidad madura, que identifica con la edad adulta.

En cierto modo, puede considerarse que cada una de las grandes etapas de la vida humana (lactancia, niñez, adolescencia, edad adulta), tienen en sí mismas un ciclo de iniciación y un proceso de maduración; que salvo en la primera de ellas, se fusiona con la iniciación del siguiente.

En ese sentido, Erik Erikson, en su libro “Infancia y sociedad” menciona la existencia de un estado de madurez que es aplicable a cada etapa del desarrollo del ser humano; y considera que en la vida existen ocho etapas:

En el período inicial de lactancia, que puede considerarse sea el primer año de vida, el ser humano, que necesariamente se desarrolla en un ambiente social, atraviesa una crisis de índole psico-social, que se manifiesta en una primaria actitud de desconfianza hacia el medio externo, que va transformándose paulatinamente en confianza hacia el medio más cercano, y gradualmente ampliándose hacia medios sociales más amplios. Por lo que puede considerarse que la maduración de la personalidad del lactante y del niño de muy corta edad, se produce en el momento en que adquiere un sentido básico de confianza y percibe que lo que recibe del medio que lo rodea no es amenazador, y va sintiéndose crecientemente seguro.

En la segunda etapa, de bebé, el niño debe obtener cierto grado de autonomía que le permita valerse por sí mismo; los padres deben darle cierta libertad y evitar sobreprotegerlo, sin incurrir en exceso de permisividad, al mismo tiempo que evitar burlarse de él, lo cual puede determinar que se avergüence y se intimide, retrayéndose en su desarrollo.

En la tercera etapa: “edad del juego”, el niño presenta un proceso acelerado de conocimiento del mundo que lo rodea, siendo el juego un proceso de aprendizaje y de desarrollo de su motricidad. Es la edad de la curiosidad y las constantes preguntas, en lo cual es preciso permitirle que tome la iniciativa y procurar responderlas en forma sencilla, accesible, pero sustancial.

En la cuarta etapa, “edad escolar” el niño comienza su desarrollo intelectivo, al mismo tiempo que perfecciona su motricidad y su destreza. Su actividad en asociación con otros niños, inicia un proceso de socialización en el cual aprende principalmente a considerar los límites admisibles al comportamiento en situación igualitaria, sin los “privilegios” de que gozaba en el medio familiar.

La quinta etapa, la adolescencia coloca al joven en un proceso de estructuración interna y externa de su propia identidad individual; en el cual una cierta turbulencia interior le suscita inclinaciones a buscar exteriorizar diferenciaciones formales como medio de mostrar su condición de persona autónoma de los restantes. Al mismo tiempo suele incurrir en conductas contradictorias con eso, de “mimetización ” (adoptando y cambiando facilmente “modas” diversas, y tratando de ponerse a la vanguardia en su cambio por otras).

En ese proceso de auto-afirmación desarrolla una tendencia a alejarse de las anteriores referencias formales (la familia, el centro educativo, los núcleos sociales); pero al mismo tiempo, en la búsqueda de supuestas nuevas referencias y modelos desarrolla la tendencia a imitar líderes, y a erigir “ídolos” en manifestaciones a la vez muy intensivas pero cambiantes (lo cual frecuentemente es motivo de abierta comercialización, sobre todo en el campo musical). En ese mismo proceso de auto-afirmación y sustitución de referentes, las relaciones de amistad con personas del mismo sexo y edad adquieren gran importancia, que ocasionalmente pueden insinuar rasgos de homosexualidad.

La sexta etapa, de juventud - cuando se desenvuelve en condiciones de normalidad - conduce a la consolidación de los rasgos de la individualidad, estructura una orientación vital con espectativa de ser duradera (elección de una actividad económica y formación para ella), establece una afectividad heterosexual más firme con tendencia al establecimiento de una pareja de intencionalidad estable; y sobre todo genera una introspección sustancial y equilibrada.

La séptima etapa, del adulto consolida la orientación vital en el asentamiento de una actividad ocupacional, apunta al establecimiento de una familia y consiguiente constitución de sus fundamentos económicos y afectivos, lleva a asumir plena conciencia de las responsabilidades personales, a participar de manera racional en algunas actividades sociales; de manera que una personalidad equilibrada no es compatible con una actitud individual y socialmente vegetativa, ni tampoco exageradamente alejada de una adecuada atención de los objetivos propios y de su familia.

La octava etapa, de madurez plena implica el alcance de una situación de consolidación en el plano afectivo y de una actividad productiva, la estabilidad familiar y en el encuadramiento social, el logro de cierto nivel de conocimiento y reconocimiento en el medio, la posibilidad de encontrar un sentido vital propio inserto en la sociedad, en que la integralidad de la realización implica un supuesto de reciprocidad entre lo que se entrega y lo que se recibe, una progresiva satisfacción por lo vivido y lo realizado.

La madurez de la personalidad se logra cuando se alcanza un estado de equilibrio fundamental en el comportamiento, mediante un balance consciente de los componentes de la personalidad, en que la conducta es resultado de un intenso dominio intelectual y racional del individuo sobre sus reacciones, ante las distintas circunstancias que debe ir afrontando en toda su vida.

El rasgo fundamental de la madurez, en consecuencia, reside en el obrar racional y reflexivo aunque no indeciso, y especialmente en la sobreposición de la voluntad y la racionalidad sobre los apetitos y los instintos. Una conducta centrada en un plan de vida, un conjunto de ideales no utópicos y adecuadamente escalonados en el tiempo, en conformidad con las propias capacidades; y la percepción de la prioridad de proveerse de los medios adecuados para alcanzar los objetivos de vida, un grado de tesón y de tensión mesurado pero continuado, que conduzca a persistir en objetivos de mediano y largo plazo, sin dar preferencia al inmediatismo en los goces y en la disponibilidad de lo deseado.

La madurez necesariamente está relacionada estrechamente con la edad, en cuando ella permite adquirir experiencias. Pero también es posible beneficiarse de la experiencia y del conocimiento acumulado por otros, mediante el estudio, la observación y la reflexión racional; de modo tal de evitar incurrir en “salidas en falso” o en actividades que debiera advertirse que están fuera del alcance, y que necesariamente han de conducir a frustraciones.

Asimilar la frustración, aprendiendo a no adjudicar responsabilidades externas cuando la razón de las frustraciones reside en nuestras propias incapacidades, omisiones de esfuerzo sostenido, excesos de ambición o impaciencia, es una de las condiciones de la maduración de la personalidad.

La realidad social exhibe una gran cantidad de situaciones de inmadurez de la personalidad, en personas que en relación a su edad y condición, debieran actuar de un modo muy distinto. Esas situaciones, dado que generalmente no son tomadas en consideración por algunos procedimientos formales que se aplican en algunos órdenes de la vida social y política, generan graves dificultades a las sociedades y los países.

Uno de los fenómenos más frecuentes de manifestaciones irregulares de la personalidad y la conducta - dejando de lado las alteraciones de índole terminantemente delictiva - lo constituyen los comportamientos paranoides por insuficiencia cultural (insuficiencia entendida no solamente en relación al conocimiento y educación, sino también a la integración social).

La paranoia patológica es una psicosis que mueve al sujeto a una interpretación errónea de la realidad, y lo lleva a razonar en forma estrictamente lógica, pero a partir de tales falsas premisas; de lo cual el ejemplo clásico es la personalidad literaria de Don Quijote de la Mancha.

La personalidad paranoide, sin ser actualmente patológica, se caracteriza por inclinarse a interpretaciones equivocadas de diversos factores y situaciones; generalmente por falta de capacidad cultural, y a menudo por una excesiva subjetivación emocional resultante de un exceso de autoestima que le imposibilita reconocer y aceptar los propios errores y responsabilidades. O que lleva a actitudes de “fanatización”, o de “radicalización” sea con respecto a ciertas concepciones ideológicas, sea con respecto a adhesiones a personalidades artísticas o deportivas, a hiperactivas “militancias” sociales o políticas, o similares. Estas personalidades tienden a asociarse con sus similares, e intervienen de manera importante en los fenómenos de multitud desorbitada, como ocurre en los incidentes en estadios deportivos o en las asonadas civiles y políticas; y generalmente afloran facilmente al desbordarse con el estímulo de la ingesta de alcohol y drogas.

Precisamente, las personalidades paranoides, cuando se manifiestan de manera acentuada, suelen emprender actividades que racionalmente resultan utópicas, y que coloquialmente suelen calificarse de “quijotescas”.

Los ejemplos de estas alteraciones de la personalidad que no llegan a conformar situaciones claramente patológicas - aunque en algunos casos gradualmente culminan en ello - son reiterados a través de la historia y en la vida de las sociedades. En la época contemporánea, el caso más típico es el de Adolfo Hitler, a causa de sus gravísimas repercusiones históricas.

Sin embargo, no solamente es posible advertir con bastante facilidad la actividad de individualidades de personalidad paranoide, de diversos grados, en la vida pública de las naciones; sino especialmente en la vida de relación corriente, a nivel de personas comunes, con una frecuencia muy alta aunque de intensidad variable.

En ese sentido, es frecuente apreciar actitudes reactivas ante las frustraciones, en comportamientos llamados “querulantes” (reclamatorios, protestatarios) dirigidas especialmente hacia los centros de autoridad. Una actitud típica, de esta clase, es la personalización política en determinados titulares de cargos de autoridad, atribuyéndoles la exclusiva “culpa” de situaciones económicas o sociales desafortunadas; y también la “sacralización” de otras personalidades de la “oposición”, fincando en que asuman autoridad, la solución voluntarista de todas esas circunstancias.

Se aprecian reiteradamente estos comportamientos en personas que resultan inadaptables a las subordinaciones normales a nivel familiar o laboral; son permanentemente invocativas de sus “derechos” y poco propensas a aceptar y acatar sus obligaciones; están permanentemente inclinadas a no disciplinarse dentro de las organizaciones o en actividades de convivencia como el tránsito vehicular en las ciudades, respetar el turno en una “cola”, etc. etc.

En la misma categoría se incluyen las actitudes de motivación por resentimiento - manifestación innominada de la envidia - que establecen como centro psicológico de imputación, en función de la tendencia maníaco-persecutoria del paranoide, diversas entidades sociales o económicas a menudo genéricas; sean la “dirección”, “los profesores”, los “patrones”, “la policía”, “los políticos”, la “banca”, los “corruptos”, la “prensa” el “imperialismo”, etc. Naturalmente, las personalidades así conformadas, son propicias a dejarse convencer por ideologías que, supuestamente, “racionalizan” esas concepciones.

Se trata, en todos esos casos, de carencias de maduración de la personalidad en su sentido de equilibrio racional y de captación realista de las condicionantes de diversos aspectos de la vida individual o colectiva; cuya superación comienza necesariamente por el aforismo socrático de conocerse a sí mismo, de percibir y captar las propias insuficiencias, y de proponerse seriamente superarlas, en un esfuerzo sostenido para percibir la realidad tal como ella es, adecuarse a sus limitaciones, aprender a desarrollarse respetándolas, adquiriendo una personalidad solidamente establecida, como primer requisito de auto-realización individual, fundada en el propio esfuerzo.

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