LA COMPETENCIA FAMILIAR, EL ADOLESCENTE Y LA FARMACODEPENDENCIA

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Médico General, Maestro en Trabajo Social con énfasis en orientación familiar, catedrático de la Universidad Autónoma de Tamaulipas en Cd. Victoria Tamaulipas México en las licenciaturas de Trabajo Social y en Psicología, miembro colaborador del Cuerpo Académico estudios de Psicología con líneas de investigación en adicciones, psicología clínica y psicología de la salud.

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Resumen: Desde que se propusiera el modelo de la historia natural de la enfermedad, ésta ha recibido diversas críticas en el sentido de que pone el acento en los factores biológicos como causales del fenómeno de la enfermedad, sin embargo, el concepto de la triada ecológica sigue teniendo vigencia en nuestros días, así, el fenómeno de la farmacodependencia puede ser explicado bajo esta perspectiva ya que la visión actual es que este es el resultado de la interacción de los tres actores principales: el usuario; las drogas y el ambiente, entendiendo este último ya sea como ambiente macrosocial, la sociedad en su conjunto, clase social, medio educativo o grupos etarios; o bien microsocial, concretamente la familia.

Es este último ámbito, la familia, el medio de interés de las reflexiones de este trabajo ya que busca establecer una correlación entre la competencia o funcionalidad familiar, la adolescencia y las drogas. Dichas reflexiones tienen como objeto poner de relieve las características que hacen competente o funcional a la familia en relación con el desarrollo óptimo del adolescente, a pesar de estar expuesto a un ambiente nocivo, especialmente relacionado con el consumo de las drogas, cualidad que se ha definido como resiliencia.

 

I. La familia como sistema

Desde una perspectiva sistémica (Eguiluz, 2003) la familia es concebida como un sistema abierto, una unidad interactiva reciproca, viva, que está formada a su vez por unidades bien diferenciadas que influyen y son influidas entre sí y hacia fuera del sistema; recordando además, que al interior de la familia funcionan tres subsistemas, a saber: el conyugal, el filial y el fraternal, ámbitos de interacción donde el individuo aprende y desarrolla habilidades de comunicación , negociación, y manejo de límites.

Además, la familia es un sistema que opera dentro de otros sistemas más amplios, por lo que es un sistema sociocultural abierto, adaptable y se desarrolla por una serie de etapas marcadas por crisis. Esta última noción del desarrollo familiar por etapas críticas, se fortalece con el marco teórico formalizado por Hill y Duval (en Gracia Fuster; Musito Ochoa, 2000) quienes proponen el concepto de ciclo vital de la familia como eje central de la teoría del desarrollo familiar, mismo que se refiere a los cambios sistemáticos que ésta experimenta, a medida que va desplazándose a lo largo de los diversos estadios de su vida.

En relación con la conducta individual y el funcionamiento de los sistemas, es conveniente señalar lo propuesto en relación con el desarrollo por quienes dicen que:

"El desarrollo se produce de manera ordenada y predecible, atraviesa por una serie de etapas jerárquicamente ordenadas caracterizadas por una serie de tareas de dicho desarrollo que deben resolverse por completo si el individuo, pareja o familia ha de avanzar sin trabas hasta el próximo nivel superior. Estas tareas se constituyen en cuatro dominios interrelacionados: biológicos o de maduración, psicológico, de aprendizaje y cultural. Las que no son felizmente dominadas persisten como problemas sin resolver, y afectan la solución de todas las tareas sucesivas que se presentan a lo largo de la vida del individuo o del sistema. El desarrollo no se produce en el vacío. Es el producto de la interrelación dinámica entre el sistema y su medio. El desarrollo consiste en los procesos simultáneos y compatibles de diferenciación e integración. Cada sistema de desarrollo utiliza procesos morfogenéticos y homeostáticos en su avance hacia la madurez y una mayor complejidad. (Bagarozzi; Anderson, 1996: 25)

 

II.- La competencia familiar

En cuanto a la competencia familiar el marco referencial es el modelo propuesto por Beavers; Hampson (1995) el cual está orientado por una visión sistémica de la familia y que analiza seis parámetros para determinar dicha competencia, término que está en contraposición de la disfuncionalidad familiar, así, dichos autores valoran los siguientes parámetros:

- La estructura familiar; caracterizada por el poder manifiesto en la familia, en donde el nivel ideal de tal característica es un poder igualitario y el más nocivo sería un poder caótico. Así como por la coalición paterna, cuyo nivel ideal es el de una fuerte coalición del dúo parental, en el nivel óptimo, en contraparte de coaliciones padre/madre – hijo, en el nivel disfuncional.

- La cercanía, determinada por la definición y flexibilidad de los límites entre los miembros de la familia.

- Mitología familiar, en la que los autores valoran la percepción que de la realidad tiene la familia, que puede ser congruente o incongruente.

- Negociación dirigida al objetivo; en el que la familia puede transitar de una resolución eficaz de problemas, a una resolución ineficaz de los mismos.

- La autonomía, que abarcaría la claridad de expresión, esto es, la expresión directa de pensamientos y sentimientos. Así como la responsabilidad, que se puede manifestar como la habilidad o inhabilidad para el reconocimiento de la responsabilidad de las acciones personales y la permeabilidad, que se refiere a la apertura, o no, frente a las opiniones de los demás.

- Afecto familiar, que valora varios ítems, entre los que destacamos: la gama de sentimientos, ya sea amplia, lo que constituye el nivel óptimo, o, limitada en el nivel menos funcional; el humor y el tono, en donde el nivel óptimo es un estado de humor abierto y optimista y el menos funcional el cínico y pesimista; el conflicto irresoluble, en donde las familias óptimas son aquellas con alta capacidad para resolver los conflictos, frente a familias disfuncionales asociadas a conflictos crónicamente irresueltos y, por último, la empatía, aspecto que está determinado por las respuestas de los miembros de la familia a los sentimientos individuales, en donde el nivel óptimo está representado por respuestas empáticas frente a respuestas inapropiadas en el nivel más inadecuado.

La suma de los anteriores parámetros se agrupa en una escala global de salud, funcionalidad o competencia familiar que va desde una familia óptima adaptativa a una familia gravemente disfuncional. Es decir, a las familias con mejor nivel de competencia o funcionalidad, los autores las agrupan en óptimas y en adecuadas, reuniendo, las primeras, cualidades tales como: una alta capacidad negociadora, claridad de expresión, respeto a las diferentes opciones e integradas por miembros que generalmente alcanzan el éxito y el reconocimiento, los cuales encuentran confianza para expresar espontáneamente sus sentimientos, disfrutan la compañía mutua. Cabe además destacar, que los padres ejercen un liderazgo claro y se constituyen en modelos para sus hijos en lo referente al respeto y la intimidad.

Por otro lado, las familias adecuadas, en donde, según la opinión de los autores, se ubican la mayor parte de estas agrupaciones humanas, alientan y respetan la individualidad, la claridad de expresión y la responsabilidad, algunos de sus miembros son competentes, mientras que el éxito es resultado de un mayor esfuerzo y tienen mayor dificultad para la negociación y la espontaneidad.

 

III.- La familia y los cambios macrosociales.

Además es conveniente analizar la evolución conceptual y los cambios estructurales que a lo largo del tiempo, ha experimentado la familia, esto, debido a que, se ha observado, como algunos tipos de familias se relacionan más frecuentemente con diversas problemáticas como la farmacodependencia. Es preciso, entonces recordar, como los cambios macrosociales influyen en la estructura familiar así, la Edad Media privilegió la familia extensa, ya sea a nivel de los grupos en el poder con el fin de fortalecerlo o en los estratos sociales bajos con fines más bien de productividad, ahora bien, si recordamos épocas más recientes no podemos olvidar, como los fenómenos bélicos, traen como consecuencia inmediata una disminución de las expectativas de vida, predominantemente en los varones, lo que, aunado a las elevadas tasas de mortalidad que tenían las enfermedades contagiosas antes del advenimiento de los antibióticos, provocaba, como algunos autores mencionan, incrementos en el número de viudas, viudos y huérfanos, lo que conducía como estrategia para remediar la fundación de familias que hoy llamaríamos compuestas o recompuestas.

"Del siglo XVI al siglo XIX la recomposición de la familia era muy extendida. En esa época, la esperanza de vida era muy corta, y las dificultades económicas obligaban a los viudos y las viudas a buscar rápidamente un nuevo matrimonio. Se estima por ejemplo, que en el siglo XVII, uno de cada tres matrimonios era de segundas nupcias" (Saint-Jaques; Parent, 2002: 21)

La industrialización por su parte, provocó un cambio estructural de la familia en el sentido de fortalecer la familia nuclear ya que al emigrar del campo a la ciudad se reducían los espacios vitales para las familias extensas. La vida actual, se ha asociado a importantes cambios en las funciones familiares tradicionales tales como: Las productivas entre las que destacan los aspectos económicos, administrativos y la dotación de vivienda y vestido; Funciones educativas tales como el diseño de normas y roles familiares, la interiorización de las funciones de la familia y la transmisión de ideología o religión; Funciones asistenciales: como el cuidado de la salud y la educación, (Ripol Millet, 2002) que como se decía han cambiado por una mayor especialización, de tal suerte que en la actualidad las funciones familiares se agrupen en dos categorías; la socialización, que se manifiesta en las habilidades para la comunicación, la autoestima y el desempeño académico y laboral; y el fortalecimiento de la personalidad a través de la construcción de la identidad y el sentido de pertenencia.

Además Ripol Millet (2002) señala otro grupo de cambios familiares agrupados en lo que llama; la democratización de la familia que se traducen en; el incremento en el número de divorcios, disminución de la duración del matrimonio y postergación para el inicio del mismo, disminución de los índices de natalidad, disminución del número de hijos por familia, incorporación de la mujer al mercado laboral, incremento del número de familias de hecho, incremento de los nacimientos extramatrimoniales, aumento de la visión individualista de la vida humana lo que a su vez incrementa la autonomía.

Todo lo anterior provoca que el papel de la familia como protectora ante los riesgos del ambiente externo se debilite especialmente en las familias de los estratos socioeconómicos inferiores (Medina Mora; Cols, 2001) De tal suerte que el número de hogares monoparentales se ha incrementado en prácticamente en todo el mundo así, por ejemplo, se ha estimado que en América Latina uno de cada cinco hogares está encabezado por una mujer (Maddaleno; Cols., 2003)

En México, según datos del consejo nacional de población (Santos Preciado; Cols., 2003) se calcula que el 22% de la población adolescente vive en hogares monoparentales donde, de nuevo, prevalece la jefatura de la madre que, a su vez, encuentra menores oportunidades laborales. Situación, que como ya se mencionó es similar a la observada en otras regiones del planeta lo que provoca que esta clase de familias viva en condiciones de mayor adversidad y vulnerabilidad de tal suerte que, El Parlamento Europeo, al referirse a este tipo de familias, mencione el término la feminización de la pobreza (Gracia Fuster; Musito Ochoa, 2000)

 

IV.- Los tipos de familia y la farmacodependencia.

La figura paterna reviste características especiales en México, aunque probablemente este fenómeno, salvo las variaciones culturales propias, sea bastante similar en otras partes del mundo, es, de hecho el factor determinante para la existencia del gran número de familias monoparentales mencionadas con anterioridad cuyas causas concretas incluyen en primer lugar la no celebración del vínculo matrimonial o sea "las madres solteras" y el abandono del hogar ya sea que medie un proceso de divorcio formal o uno de facto, seguidas por el abandono temporal del hogar familiar por necesidades laborales, legales o médicas, existiendo la posibilidad, por último de vivir en una familia monoparental; por viudez.

Datos citados por UNICEF (Medina Mora; Cols, 2001) mencionan como el índice de consumo de drogas era menor en los niños, niñas y adolescentes que trabajaban cuando su familia se encontraba intacta (mantenían la convivencia con ambos padres) y que se incrementaba cuando se trataba de familias monoparentales, cuando la familia había sido reconstruida, cuando el menor había formado su familia en la calle y alcanzaba su máxima expresión cuando los menores no vivían en familia.

En el caso de las familias, donde convive el dúo parental con sus hijos, diversos autores han señalado, como en aquellas familias que se ven envueltas en un problema de adicción, por parte de los hijos, el padre venía desempeñando un rol periférico o ausente hasta antes del descubrimiento del fenómeno y que, cuando era descubierto éste, el padre se involucraba más en el cuidado de los hijos pero sólo como un reproche hacia la supuesta falla materna con quien se relaciona tradicionalmente el papel de cuidador. (Nuño Gutiérrez; González Corteza, 2004.)

Sin embargo la farmacodependencia no es privativa de un tipo de familia en particular, las diversas investigaciones en torno al fenómeno y la relación de éste con la familia han mostrado diversos aspectos familiares relevantes, así, Selvini Palazolli señala (en Estefano Cirilo, 1999) que algún tipo de organización familiar debía haber obstaculizado inconscientemente por parte de alguien, los intentos del hijo de realizar un auténtico desarrollo adolescente y de "asumir la responsabilidad adulta de sí mismo"

El nivel socioeconómico de la familia es un factor que se relaciona con la adicción a sustancias sea cual fuera dicho nivel, es decir, no existe familia que por su nivel socioeconómico este exenta de experimentar el fenómeno de la adicción, más bien este nivel determina el tipo de sustancias que se consuman, en relación con su poder adquisitivo, la actitud de los familiares para enfrentar dicho consumo, los obstáculos sociales que enfrenten en la búsqueda de ayuda y los recursos con que cuentan para hacerlo. (Estefano Cirillo, 1999; Medina Mora; Cols., 2001)

Así las familias de los estratos económicos bajos enfrentan el consumo por parte de sus miembros de sustancias inhalables y de alcohol con mayor frecuencia, invocando, como causa para dicho consumo, la rebeldía y la evasión de la realidad, mientras que en los estratos socioeconómicos altos las sustancias más consumidas son la marihuana y la cocaína asociados a permisividad de los padres y hastío por parte de los hijos.

 

V.- Las funciones familiares y la farmacodependencia

Si se recuerda lo expuesto líneas arriba en el sentido de las funciones actuales de la familia relacionadas con la socialización y el fortalecimiento de la identidad, adquieren relevancia los datos recabados por Estefano Cirillo y cols. En 1999 En relación a lo que él llama las investigaciones experimentales en torno a la familia del toxicodependiente en donde menciona a autores como Babst y cols (1978) que examinó el grado de cercanía emocional y confianza entre padres e hijos en relación a numerosas variables, entre otras el éxito escolar, la presencia de amistades con toxicodependientes, los comportamientos de riesgo y el uso de drogas. Este estudio mostró que un alto grado de afinidad familiar esta relacionado positivamente con el éxito escolar y con una oportuna adquisición de autonomía. Lo contrario, esto es, un clima familiar caracterizado por la distancia y el recelo entre los distintos miembros de la familia, comporta una mayor frecuencia de comportamientos de riesgo y toxicodependencia. En este caso son los coetáneos los que ocupan el puesto de los padres como referencia para las necesidades de sostén en los momentos de dificultad y la solución de los problemas personales. Otro trabajo mencionado por el mismo autor es el de Selnow (1987) que encontró evidencia de que en las familias monoparentales la incidencia de abuso y dependencia de sustancias en el padre es más frecuente (sobre todo cuando el único progenitor es el padre) y que en las familias en las que la relación con los padres es vivida como intensa y gratificante es menos probable la aparición de las toxicodependencias, incluso en las familias con un único padre.

En otros trabajos mencionados por el mismo autor se incluyen los realizados por Coomns y Ladverk (1988) que, también tomando en cuenta la calidad de la relación determinante para impedir la implicación de los hijos con la droga, encontraron que, mientras que parecen más expuestos al riesgo los jóvenes que se siente investidos por sentimientos de desconfianza por parte de la madre, las madres más idóneas para proteger a sus hijos de las drogas parecen ser aquellas emocionalmente cercanas y proclives a ofrecer confianza. Simons y Robertson (en Estefano Cirillo,1999) encontraron una neta correlación entre algunos indicadores del comportamiento de los padres y la implicación de los hijos en grupos de iguales inadaptados y, por tanto, en el uso de las drogas, entre dichos indicadores destaca el rechazo de los padres hacia sus hijos que produce hijos agresivos, este rechazo aliena la credibilidad de la función parental como punto de referencia para los "valores a largo plazo" (estudio, trabajo, socialización) por lo que los hijos aprenden a confiar en los "valores a corto plazo" ofrecidos por sus coetáneos igualmente rechazados.

Finalmente tanto Estéfano Cirillo; Cols (1999) para Europa, como De la Garza Mendiola; Rábago (1992) para México mencionan una etiología trigeneracional para el fenómeno de la farmacodependencia mencionando aspectos como relaciones afectivas no resueltas entre la primera y segunda generación (abuelos y padres del futuro farmacodendiente) adultización temprana del usuario de las drogas o competencia por el afecto del mismo entre los padres y los abuelos concretamente del sexo femenino.

 

VI.- La adolescencia y la sociedad actual.

Así mismo, se ha elegido a la adolescencia porque, diversos autores coinciden en que la etapa del ciclo vital de la familia con hijos adolescentes es la que pone más a prueba la flexibilidad y adaptabilidad del sistema familiar (Estrada Inda, 1997), es, para el individuo, como ya se mencionó, la época de mayor exposición a factores de riesgo para la salud, entre ellos, el inicio en el consumo de las drogas, además de haberse demostrado, que, a menor edad para este consumo inicial, mayor probabilidad de desarrollar una adicción (Herrera Vásquez; et alii, 2004), el uso de sustancias psicoactivas esta relacionado con bajo rendimiento escolar, embarazos no deseados, accidentes de tránsito y otros hechos violentos y conductas delictivas (Camarillo Santillán; Cols., 2002)

La organización mundial de la salud llama adolescente al individuo que se ubica entre los 10 y los 19 años de edad. Siendo, precisamente la adolescencia, una de las etapas más vulnerables para desarrollar costumbres y hábitos de riesgo para la salud como sexo inseguro, consumo de alcohol, tabaco y drogas, consumo inadecuado de alimentos y sedentarismo que determinan problemas en su edad y la aparición de enfermedades crónico - degenerativas en la edad adulta. (De La Fuente, 2004; Celis De La Rosa, 2003)

Se caracteriza esta etapa por una serie de cambios que alcanzan a todas las esferas del ser humano, como la aparición de los caracteres sexuales secundarios entre los que destacan la menarquía y la espermarquía, que son muestras de la capacidad fértil del individuo. En el ámbito psicológico destacan los cambios que incluyen; la búsqueda de identidad, el cuestionamiento de los valores familiares, además del establecimiento de los primeros lazos afectivos con connotación sexual. Mientras, que en el plano social el adolescente pasa por la experiencia educativa de los diversos niveles académicos, la llegada a la mayoría de edad y la incursión en el mercado laboral. Este cúmulo de fenómenos debe enriquecer más que ensombrecer la adolescencia, sin embargo, el adolescente, debido a la antes mencionada búsqueda de identidad y de individualidad, se ve expuesto a la experimentación, uso y abuso de drogas, desde las socialmente aceptadas hasta las prohibidas.

A todo lo anterior hay que agregar los cambios sociodemográficos que como se mencionó al principio han provocado un incremento de la población joven así. El 20% de los hogares de América Latina y el caribe tienen hijos cuyas edades oscilan entre los 13 y 18 años de edad (Maddaleno; Cols., 2003). En México la población adolescente aumentó en la segunda mitad del siglo XX. De acuerdo con el censo del 2000, de la población que vive en nuestro país, el 21.3% es adolescente, lo que representa cerca de 21 millones de individuos entre los 10 y los 19 años de edad.

En América Latina, en lo que se refiere a su distribución geográfica, según datos de la OPS (en Maddaleno; Cols., 2003) se calcula, que el 80% de la población joven de 10 a 24 años de edad, habita en zonas urbanas. En México según el consejo nacional de población (en Santos Preciado; Cols., 2003) los adolescentes se concentran en ciudades grandes y medianas, por ejemplo, el 57% de ellos se encuentra en ocho entidades de la república mexicana con áreas urbanas más densas. Más del 90% de la población, vive en los hogares familiares. De los cuales entre el 35 y 40% son hogares con extrema pobreza. Se considera también que el 86.8% de hombres y 88.8% de mujeres de 6 a 14 años saben leer y escribir, mientras en los grupos de 15 años y más este porcentaje se ubicó por encima del 92% en el año 2000 (INEGI) la encuesta nacional de la juventud ( en Santos Preciado; Cols., 2003) señala que entre los 12 y 14 años edad más del 11% de los adolescentes no acuden a la escuela, mientras que este porcentaje se eleva por encima del 40% para el grupo de edad que se ubica entre los 15 y 19 años edad y que una vez rebasados los 19 años el porcentaje es superior al 75%.

En lo referente a las actividades económicas, la tasa de participación laboral varia en relación con la edad y el sexo, sin embargo, es relevante el hecho de que el 8% de los adolescentes entre los 12 y 14 años ya se encuentran participando en el mercado laboral tasa que se eleva hasta el 35% en el grupo de 15 a 19 años con predominio de dos a uno, a favor del sexo masculino.

Además en lo referente al consumo de las drogas se ha encontrado que aproximadamente el 10% de los adolescentes en México fuman y que el 75% de los estudiantes empezaron a fumar antes de los 15 años, mientras que en lo referente al alcohol alrededor de 70% de los individuos en México reconocen haber bebido por lo menos una copa antes de los 18 años de edad. En relación con las drogas ilegales la encuesta nacional de adicciones mostró que el 3.57% de los varones entre 12 y 17 años y el 1.3 % de las mujeres del mismo rango de edad habían usado una o más drogas excluyendo al alcohol y al tabaco. La marihuana es la droga más usada (2.4% y 0.45% respectivamente), seguida por los inhalables (1.08% y .2%) y la cocaína (.99% y .22%)

Además los factores de riesgo para el consumo de drogas incluyen el ser de sexo masculino, la edad, no estudiar, trabajar a corta edad, la postura frente a las prácticas religiosas, considerar fácil conseguir drogas, no ver mal el uso de drogas por parte de los amigos, que estos las usaran, usarlas por parte de la familia, el estrato socioeconómico y estar deprimido (Medina Mora, 2003)

 

VII.- Factores macrosociales asociados al consumo de las drogas

Junto a los factores de riesgo antes mencionados también se han invocado como causales del consumo de las drogas (Stefano Cirillo; et alii, 1999) elementos constitutivos del sustrato social que junto con las características familiares constituyen los cofactores más importantes, dichos factores, el mencionado autor los llama, coincidencias históricas–sociales que contribuyen al desarrollo de la farmacodependencia, entre éstas se mencionan:

Aumento de la disponibilidad de las drogas.

El uso de las drogas como moda.

El uso de las drogas como determinante para la aceptación social.

La tendencia exploratoria del adolescente motivada por la curiosidad y el desafío a la autoridad.

El exceso de consumismo que coincide con un incremento del tiempo libre del adolescente de confines cada vez más amplios e inciertos.

Los modelos culturales que privilegian más el tener que el ser, que rechaza la solidaridad y el dolor como condición humana.

El aplazamiento de la independencia de los jóvenes.

La hipercompetencia de los padres que no renuncian a su rol de omniprotectores de los hijos involucrándolos en las vicisitudes paternas retrasando la desvinculación y la autorreponsabilización.

 

VIII.- El consumo de las drogas.

En lo referente al consumo de las drogas, México, en el contexto internacional, se ubica entre los países que tienen bajas tasas de consumo, pero que a su vez reportan incremento del problema (Medina Mora; Cravioto; et alii, 2003) El espectro actual, es el de un consumo que ocurr e a edades más tempranas cada vez, con un abanico de opciones para consumir, formado por las drogas tradicionales, como los inhalables o la marihuana, engrosado por el consumo de la cocaína, el cual ha mostrado el mayor incremento porcentual de usuarios en los últimos años, que afecta a los niños y sectores pobres de la población, así como, el surgimiento de drogas nuevas como las metanfetaminas o el crack además del consumo de heroína, sobresaliendo en este punto la frontera norte del país.

En lo referente a los patrones de iniciación se ha encontrado que los inhalables son las sustancias de inicio más temprano, seguidos por la marihuana y la cocaína ocurriendo este consumo inicial entre los 11 y los 12 años. Las calles y los parques son los lugares en donde con más frecuencia se obtienen la marihuana y los inhalables, mientras que la cocaína se obtiene con mayor frecuencia en las fiestas o en las discotecas (Medina Mora; Cols., 2003) en contraposición con el consumo de alcohol y tabaco que son consumidos de manera inicial en el hogar (Amaya, 2004).

Las razones para consumir drogas generalmente incluyen, curiosidad, presión del entorno social y búsqueda de tranquilidad e incluso el no tener otra cosa que hacer.

Como se mencionó líneas arriba el consumo de las drogas es más frecuente en los y las jóvenes y adolescentes que no estudian o tiene bajo rendimiento escolar (Camarillo Santillán; Cols., 2002) así como en aquellos que tienen percepciones económicas.

En aspectos relacionados al género es importante mencionar como el consumo de alcohol, tabaco y drogas ilegales se han incrementado de manera importante en el sexo femenino en las últimas décadas e incluso se ha encontrado que los patrones de consumo, por ejemplo, de alcohol tienden a ser más intensos en ellas que ellos (Medina Mora; Cols., 2001).

 

IX.- Conclusiones.

El fenómeno de la farmacodependencia a mostrado un incremento importante en las últimas décadas, situación, a la que México no es ajeno. Así mismo, el incremento de la población joven en nuestro país ha provocado que el incremento en el mercado de consumo sea también importante. Junto a este incremento porcentual de la población joven, la sociedad mexicana asiste a un número creciente de mujeres que trabajan y que por consiguiente disminuyen el tiempo de atención a sus hijos. Esto provoca que los adolescentes dispongan de un mayor tiempo libre de la supervisión parental, tanto a nivel físico como a nivel emocional, lo que provoca un incremento a la exposición de los medios de comunicación masivos como la televisión y sobre toda la internet que les permite tener acceso a modelos de vida frecuentemente descontextualizados de su realidad inmediata esto es, su familia.

Aunado a lo anterior, la curiosidad propia de la etapa adolescente se ve exacerbada por el cúmulo de mensajes, que muestran modelos de vida en donde de manera implícita o explícita el consumo de las drogas. El fenómeno es cada vez más frecuente, de tal suerte que, es cotidiano que el individuo en desarrollo tenga contacto con aspectos relacionados con el mismo por lo que los padres no pueden evitar el contacto con las drogas de manera permanente. De ahí que sea necesario educar al adolescente en el desarrollo de habilidades para enfrentar la realidad de una manera positiva y no verse afectado por el entorno esto es, la resiliencia.

Hay que recordar que esta cualidad es de hecho una cualidad intrínseca de los metales que les permite mantenerse sin deformar cuando son sometidos a altas temperaturas y aplicada a los individuos y se forma y se incrementa en las primeras relaciones sociales del individuo que ocurren generalmente en la familia. De tal suerte que es el núcleo familiar sea cual fuera la estructura del mismo el encargado de proporcionar herramientas y habilidades para que el adolescente y el joven puedan transitar su proceso de desarrollo de una manera exitosa independientemente del ambiente en que vivan. Por supuesto, el ambiente como parte relevante del triángulo productor de la farmacodependencia deberá ser modificado de manera positiva.

Sin embargo, las familias están llamadas a buscar espacios de convivencia tanto física como emocional entre todos y cada uno de sus miembros, tratando de buscar un equilibrio entre el estar involucrados de manera activa en el crecimiento y desarrollo de quienes las integran y el permitir la progresiva asunción de la autonomía propia del adulto de los integrantes más jóvenes.

Especial atención requieren los niños, niñas y adolescentes que trabajan así como el entorno donde estos se desenvuelven en la vida diaria es decir los amigos y los ámbitos escolar y laboral. Es preciso además que los padres y las madres de familia no renuncien a su rol de educadores tanto en la palabra como en el ejemplo, además de que es necesario que desarrollen habilidades para la negociación de los conflictos propios de la familia, erigiéndose como la principal fuente de apoyo emocional, de donde el hijo pueda partir a desarrollar nuevas y más profundas relaciones personales que necesariamente lo llevarán a abandonar a su familia para fundar una nueva, pero manteniendo siempre la posibilidad de regresar a su familia de origen para encontrar apoyo para una vez más volver a partir.

 

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