LAS DOLIENTES HIJAS DEL MEDIOEVO

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James O. Pellicer
Catedrático de la Universidad de la Ciudad de Nueva York  

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La mujer en el oscurantismo de la Historia

Hypatia. Charles William Mitchel.


El desprecio hacia la mujer pasará a través de los siglos y se hará muy visible en la Edad Media, donde los directores espirituales de Occidente eran los monjes. San Agustín (354-430), considerado Padre de la Iglesia, fue la autoridad máxima del pensamiento cristiano entre los siglos V y XIII. La forma de razonar de este autor era jerárquica, ubicando la condición femenina en un plano inferior respecto al hombre. El profesor James O. Pellicer desarrolla en esta nota la persecución a la mujer iniciada por la Iglesia cuyo poder y dominación se extendía a todos los ordenes de la vida humana.


Ubicación histórica
En la cultura occidental, se entiende por "Medioevo" o "Edad Media" un período de unos mil años que se ubica más o menos, entre la caída de las dos capitales del Imperio Romano, la del oeste, Roma, en el siglo quinto, año 476 de la era común (E C), con el derrocamiento  del último emperador, Rómulo Augustulo, por las huestes "bárbaras" de Odoacro y la del este, la Nea Roma de Constantino, conocida después como Constantinopla, en el año 1453, siglo quince (E.C.), con la derrota y muerte del último emperador bizantino, Constantino XI, a manos de los otomanos comandados por Mehmed II. Se la divide generalmente en dos etapas: la "Alta Edad Media", que llega más o menos hasta el año 1000, y la "Baja Edad Media", que finaliza en el Renacimiento, más o menos hacia el 1500 de la Era Común.
La parte occidental de este vasto territorio es la que interesa aquí y se caracteriza por el lento pero constante ascenso del Cristianismo que se había oficializado con el Emperador Constantino I en el siglo IV y se fue convirtiendo después en la "Iglesia Católica".
Poco antes de la caída de Roma, el 24 de noviembre de 380, el emperador Teodosio había establecido el cristianismo como "religio unica" mediante el Edicto de Tesalónica y la consiguiente destrucción  de los templos de los dioses. Justiniano continuó los despojos.  Mientras tanto, en el oeste, se afianzaba la figura del obispo de Roma quien, a partir de la derrota de la ciudad, se fue convirtiendo en la autoridad más respetable hasta llegar a ser la única debido a dos factores sumamente poderosos:
1) la caída en manos de los musulmanes de todas las otras sedes cristianas originales (Alejandría, Antioquia, Jerusalén y finalmente la misma Constantinopla), caída que dejó a la advenediza Roma, sin rivales.
 2) Los Obispos de Roma, ya sin emperadores encima de ellos, crearon su propia estructura de imperio y  se fueron apoderando de todos los atributos imperiales incluyendo la corona, que se convirtió en la tiara, que no es sino el huevo de Leda como casco, antiguo signo de nobleza de la caballería romana1.

Fenómenos que caracterizan el Medioevo
1. El establecimiento de un  poder religioso central
El primer fenómeno que caracteriza la Edad Media es el restablecimiento del poder de Roma, esta vez, desde el punto de vista de otro poder, el poder religioso conocido como "catolicismo". Mediante sucesivas alianzas con los líderes bárbaros, ya "cristianizados", Roma, ahora "cristiana", logró eliminar sistemáticamente a los adoradores de los dioses, que empiezan a ser conocidos como "paganos"2
En el siglo sexto, Clodoveo arremetió contra paganos y cristianos no católicos en alianza con el Papa Anastasio II. Fue entonces que se afirmó la creencia de que el emperador gobernaba en nombre de Dios. Más tarde, en el siglo octavo,  Carlomagno generalizó la liquidación de paganos y cristianos no católicos de acuerdo con el Papa León III. Es también con Carlomagno que se crea la noción de que es el papa quien autoriza y  corona al emperador. Desde el siglo trece al diez y nueve, la Inquisición se encargó de liquidar toda disidencia con  la muerte más cruel inventada por los seres humanos: quemar vivos a los pobres desgraciados que se animaran a pensar independientemente.

 

2. El monacato
Otro fenómeno que caracterizó la Edad Media es el afincamiento y el creciente prestigio de los monjes que llegaron a dominar toda la iglesia y la cultura. Durante los siglos V a VIII, en Europa se destacaron dos corrientes monásticas: los monjes celtas irlandeses, comunitarios y severamente ascéticos, y los que seguían la regla de san Benito de Nursia. Las órdenes irlandesas estaban muy relacionadas con las reglas monásticas orientales. San Columbano, en el siglo VI, fue su principal impulsor, un monje rígido que exigía a sus comunidades que vivieran con descanso y alimentación mínimos, sometiendo sus cuerpos a terribles castigos para evitar la sensualidad.
Más aún, dice el medievalista Jacques Dalarun, anterior director de la Escuela de Estudios Medievales de Roma y actualmente a cargo del Instituto de Investigación e Historia de Textos, que inclusive los clérigos se asimilaron a la vida monacal:  "desde el Siglo XI, los clérigos que se ocupaban del mundo secular se entregaron a la vida inmaculada de los monjes; todo los alejaba de las mujeres. Tomemos por ejemplo a Guiberto de Nogent (fallecido en el 1124), oblato, es decir, ofrecido a un monasterio benedictino cuando era todavía un niño. ¿Qué sabe del otro sexo, fuera del doloroso recuerdo de una madre casada a los doce años, a la que él recompone para protegerla de toda 'mancha'? El resto está en bloque destinado al anatema. Separados de las mujeres por un celibato que, a partir del Siglo XI se extiende firmemente a todos, nada saben los clérigos de ellas. Se las imaginan o más bien se la imaginan; se representan a la Mujer en la distancia, la amenidad y el temor …"3
Uno de los primeros monjes, San Antonio, es famoso por sus luchas espirituales contra el Demonio, quien siempre lo tentó en la forma de una mujer que se le insinuaba; en vano, porque el santo la rechazaba resistiéndose y luchando valientemente contra las visiones diabólicas.
Estas comunidades monacales crecían en forma notable por varias razones, especialmente por la cantidad de niños e incluso infantes donados a los monasterios.  Con tal afluencia de candidatos, los monjes pronto dominaron las ciudades  más importantes de Europa convirtiéndose sus abades en obispos e incluso en papas que llevaron el poder católico romano a la cumbre política europea, como el famoso San Gregorio I Magno entre los siglos sexto y séptimo y Gregorio VII que en el siglo XI afirmó el poder absoluto de la Iglesia Romana sobre todo otro poder humano y su total inerrancia. Más tarde, otros papas surgidos de la nobleza, refrendaron la acción previa de los monjes en la tarea de someter a las gentes europeas al férreo dominio de la Roma "cristiana" como opuesta a la antigua Roma pagana. Así procedieron  Inocencio III en el siglo trece y Bonifacio VIII a comienzos del catorce. De este último, es famosa la bula "Unam Sanctam" (1302) por la que decretó que fuera de la Iglesia Católica, apostólica y romana no había salvación alguna y que esta Iglesia tenía el poder de las dos espadas, la espiritual y la material. Más aún, no ya la Iglesia tenía ese poder sino él mismo en persona; así lo declaró textualmente: "Finalmente declaramos, afirmamos y definimos que es necesario para la salvación que toda criatura humana esté sujeta al Romano Pontífice". El año anterior (1301), en otro documento oficial, la bula "Ausculta Fili", había afirmado solemnemente: "Es una necedad pensar que los reyes, como los demás cristianos, no están sometidos al Sumo Pontífice".

 

3. La demonización del sexo
Otra de las características más notables de la Edad Media es el haber demonizado el sexo4. Esta particularidad que fue progresivamente invadiendo Europa es paralela y también consecuencia del auge del monaquismo. Jacques Dalarun5, menciona este poderoso factor de conducta e ideología en su estudio "La mujer a los ojos de los clérigos", publicado en
Historia de las Mujeres - La Edad Media 6.
Para fortalecer su punto, Dalarun introduce en su texto la cita de un monje benedictino que fue uno de los hombres más distinguidos e influyentes de Europa entre los siglos XI y XII, Geoffrey Abad de Vendome; tan importante era la actuación de este monje que fue elevado a la dignidad cardenalicia por el Papa Urbano II. Refiriéndose al sexo personalizado en Eva, dice el Abad Geoffrey: "Este sexo ha envenenado a nuestro primer padre, que era también su marido y su padre; ha decapitado a Juan Bautista y llevado a la muerte al valiente Sansón. En cierto modo, también ha matado al Salvador pues, si su falta no se lo hubiera exigido, nuestro Salvador no habría tenido necesidad de morir. ¡Ay de ese sexo, en el que no hay temor ni bondad ni amistad y al que más hay que temer cuando se lo ama que cuando se lo odia!" (p. 34).
Todo el pensamiento medieval sobre la mujer se apoya principalmente en los comentarios del fundador de una congregación casi monacal del Siglo IV, San Agustín7, que escribió extensamente sobre el primer libro de la Biblia hebrea, el Génesis. San Agustín fue la autoridad máxima del pensamiento cristiano entre los siglos V y XIII. La forma de razonar de este autor era jerárquica. Dios creó al hombre varón y mujer y se compone también de dos partes, el alma y el cuerpo. El alma es espíritu y es superior al cuerpo que es materia. El alma se compone también de dos elementos: el masculino y el femenino. En todos los casos, lo masculino está sobre lo femenino porque se identifica con la "ratio". La parte femenina es siempre inferior pues se identifica con la materia. El ser humano está formado por materia y espíritu y éste prima sobre aquella. El matrimonio se compone de varón y mujer. Esta es  carne, materia y aquél es espíritu. El espíritu se rige por la sabiduría y está sobre la materia y debe gobernarla; el varón está sobre la mujer y debe gobernarla: "Ille a sapientia regitur, haec a viro"8. San Agustín apoya su pensamiento en el Nuevo Testamento; San Pablo había declarado: "Caput mulieris vir est, cum caput viri est Christus, qui Sapientia est Dei"9.  Por eso mismo, siendo tan importante la fuente de su pensamiento, vuelve a insistir."… sicut vir debet feminam regere, nec eam permitiere dominari in virum; quod ubi contingit, perversa et misera domus est". Jamás se le podrá permitir dominar en el varón y donde tal ocurriere, "perversa y mísera será esa casa" (11:15).
El santo doctor pensaba además que el papel de la mujer en el matrimonio era sólo dar al varón un vientre, una matriz en donde hacer sus hijos. El mismo se apresura a explicar que solamente ésa era la "ayuda" que menciona el Génesis y agrega que si Dios hubiera pensado algo más, por ejemplo una ayuda intelectual, espiritual, una compañía enriquecedora humanamente, en tal caso hubiera creado otro varón  ya que la mujer no puede ascender a tales funciones superiores. Que tal era el centro de su pensamiento lo prueba el hecho de que jamás mencionó a su amante que por diez años lo asistió y le dio un hijo, Adeodato. Nombró  e informó sobre cuanto personaje apareció en su vida pero de su mujer de diez años no dio ni siquiera el nombre en los cuarenta y un volúmenes de su obra. Más aún, simplemente la despidió cuando de acuerdo con su madre, Santa Mónica,  resolvió contraer matrimonio con alguien de cierta altura en la sociedad romana. Como este enlace se demoraba porque la elegida tenía sólo doce años de edad,  muy naturalmente, tomó otra amante. De él llega hasta nuestros días el mandamiento católico de que toda actividad sexual es pecaminosa y sólo se hace lícita si está orientada a la procreación.
Este desprecio de la mujer pasará a través de los siglos y se hará muy visible en la Edad Media donde los directores espirituales de Occidente eran los monjes, que en su mayoría jamás habían visto una mujer, ni a la madre, ya que muchos de ellos eran "oblati", niños o infantes donados a los monasterios. Para estos monjes, la instrucción para la vida se tomaba principalmente de San Agustín y pasaba a la vida diaria de las poblaciones europeas mediante las disposiciones tomadas por la creciente autoridad de la Iglesia Romana.
En su constante propósito de extender su dominio, la Roma papal logró entre los siglos noveno y décimo, además del celibato de los ministros, otro de los instrumentos más eficaces para establecer definitivamente su poder sobre las comunidades europeas: la creación de lo que vino a llamarse "confesión auricular" y que empezó a practicarse a partir del siglo décimo para hacerse  finalmente obligatoria con el Papa Inocencio III en el siglo trece.
Varios obispos monjes actuaron intensa y eficazmente en esta tarea de someter a los ahora universalmente católicos.

 

4. El celibato sacerdotal
La prohibición del matrimonio para los sacerdotes y obispos del rito romano de la Iglesia Católica surge de la misma raíz de la que nacieron los monjes: la demonización del sexo y la mujer. Si bien existen manifestaciones anteriores, tal práctica se hace ley en el Siglo XI. Muy fuerte fue el impacto del ingreso del Maniqueísmo en Europa y su consiguiente demonización de toda actividad sexual. Tan fuerte  que se llegó a establecer exactamente  lo contrario del mandato de  Dios que claramente declara: "Pero es necesario que el Obispo ser irreprensible, marido de una sola mujer… que gobierne bien su casa y tenga sus hijos en obediencia"...,  (I Tim. 3: 3-4), "Marido de una sola mujer, con hijos creyentes"... (Tit. 1:6)  El Nuevo Testamento mismo sugiere que las mujeres presidían la comida eucarística en la Iglesia primitiva. Pero en el año 401, San Agustín escribió que “Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer”.
En el año 1074, el Papa Gregorio VII estableció que toda persona que desea ser ordenada debe hacer primero un voto de celibato: "Los sacerdotes [deben] primero escapar de las garras de sus esposas". En 1095, el Papa Urbano II hizo vender a las esposas de los sacerdotes como esclavas y sus hijos, abandonados. Finalmente, en el Siglo XII, en el año 1123, Papa Calixto II, en el Concilio de Letrán I, decretó que los matrimonios clericales no eran válidos.
Basta ver todo el bla, bla, bla, vacío, de cuanto articulito anda por allí sobre "la espiritualidad" del celibato para descubrir la verdadera blasfemia, la que hace perversa la obra del buen Dios, tan creador del espíritu como del cuerpo y del sexo. Y, además, ¿por qué no puede ser "espiritual" un hombre casado o una mujer en el matrimonio, dedicados cien por cien a la evangelización, a los estudios o a las ciencias como los hay y los ha habido siempre? Toda esa monserga barata sobre la espiritualidad del celibato no sólo es un ejercicio de verbosidad sino que es  una prédica peligrosa porque puede inducir a personas de alma noble a ingresar en el sacerdocio célibe para convertirse después en la cantidad de corruptores de menores que aflige al catolicismo internacionalmente o al suicidio de seres nobles y sinceros como lamentablemente se han dado entre nosotros.

5. La confesión de los pecados
 

Lo que hoy día se conoce en los círculos católicos como "confesarse" y "la confesión" fue apareciendo a fines del Siglo X y principios del XI y se fue estableciendo gracias a los libros que enseñaban a manejar esta nueva práctica religiosa. Los monjes fueron quienes se ocuparon de dichas tareas.

Burchard de Worms fue monje en la Abadía de Lobbes.  En 1007 obtuvo el Obispado de Worms en las cercanías de la actual ciudad alemana de Colonia.  Se propuso escribir un tratado que reuniera las resoluciones que se venían tomando en las diversas reuniones de obispos de la Iglesia de Occidente. Particularmente, puso toda su atención en las prescripciones dadas por un elemento nuevo en la iglesia, los libros penitenciales, que habían comenzado a aparecer a fines del siglo décimo, junto con el invento de la confesión secreta de los pecados a un sacerdote en privado. Estos libros contenían la descripción de todos los posibles pecados, a los que se agregaba la pena con la que debían redimirse. Dichos textos se venían extendiendo por todo Occidente y eran de gran utilidad en manos de los jefes religiosos para prohibir lo que creían inmoral y dotar al mismo tiempo a la cristiandad de un incipiente código de conducta.
El Obispo de Worms escribió así su “Decretum”, inspirándose y transcribiendo al pie de la letra muchas veces loa conceptos que habían sido vertidos a principios de ese siglo décimo por Reginón de Prüm, monje jefe de la Abadía de Saint Martin, en sus libros "Des causes générales" y "De la discipline eclesiastique".
El "Decretum" tuvo un éxito notable. Lo utilizaron todos los obispos del Imperio para enseñarles a los sacerdotes las normas de cómo debían proceder en  la confesión de los pecados, llamada ahora “confesión auricular", el nuevo instrumento de que  disponía la Iglesia para el control de las comunidades cristianas. Estas normas se fueron desarrollando paulatinamente. Dice Georges Duby que "los sacerdotes debían ayudar a los pecadores a purgarse completamente"(…) los forzaban a confesar y los presionaban a "que fueran más lejos y examinaran lúcidamente lo más profundo de su alma" 10.
A continuación, el investigador Duby transcribe párrafos enteros de la obra del Obispo de Worms: "Quizás, mi querido amigo, no recuerdes todo lo que has cometido, pero voy a interrogarte, y tú, presta mucha atención de no ocultar nada a instigación del diablo" (ibid.). "No vais a prestar juramento frente a un hombre, sino frente a Dios (…) Tratad de no ocultar nada, de no ser condenados eternamente…" (p.24). Esta última frase era la palanca que daba fuerza real al ejercicio de poder y dominación que significaba este nuevo invento: el terror del más allá. No es extraño pues que, en la época actual, de creciente descreimiento, el nuevo Papa Benedicto XVI se apresure a recordar al mundo que existe el diablo.
Gracias a la confesión auricular la Iglesia logró, a partir del Siglo X,  meterse en lo más íntimo de las familias y controlar la gente, principalmente mediante las mujeres que vendrían a ser el instrumento principal para apoderarse de toda la familia. A éstas les manda preguntar el Obispo "si te has fabricado una máquina de tamaño adecuado para meterla en tu sexo o en el de tus compañeras o si se juntan con otras mujeres como si pudieran unirse para apagar el deseo que las atormenta" (p.26).  Más inquisitivo aún, el Obispo pregunta: "¡Has fornicado con tu hijito, quiero decir, lo has colocado sobre tu sexo e imitado de este modo la fornicación?" Las preguntas que deben hacer los confesores siguen subiendo de tono: "¿Te has ofrecido a un animal? ¿Lo has provocado al coito por medio de algún artificio?" o "has vendido, como las putas, tu cuerpo a amantes para que estos gocen?"
Todo este cuestionario parece más bien una exposición de desviaciones sexuales cada vez más álgido y desviado, destinado a humillar a la mujer de tal manera que le hiciera perder la noción de respeto de sí misma y convertirla en  fácil presa del prepotente invasor de la inviolable privacidad del ser humano. Sobre todo, la Iglesia logró meter un cura entre el marido y la mujer y, mediante esta artimaña, dominar eficazmente al varón, cosa que persiste hasta hoy. Con increíble desvergüenza, el obispo sigue instruyendo a los confesores. Deben preguntarles detalladamente a las mujeres: "¿Has probado el semen de tu hombre para que se consuma de amor por ti o has ¿has mezclado en lo que bebe y en lo que come diabólicos y repugnantes afrodisíacos, pequeños pescados que maceraste en tu regazo, ese pan que amasaste sobre tus nalgas desnudas o bien un poco de sangre de tus menstruos …" (p.27).
Bien podría pensarse que estas instrucciones episcopales sobre lo que se vendrá a llamar el "sacramento de la confesión" son los antecedentes de la literatura pornográfica.

 

6. La demonización de la mujer
Los sacerdotes estaban convencidos del poder maligno de las mujeres sobre los varones. Por eso, muchas de las preguntas que debían hacer los confesores en el confesionario, se refieren a ese poder. Véase la  siguiente: "Has untado de miel tu cuerpo desnudo, colocado trigo sobre una sábana en el suelo para envolverte en ella, recogido con cuidado todos los granos pegados a tu cuerpo y, luego, los has molido haciendo girar la rueda de molino en sentido contrario al sol y con esa harina has hecho un pan para tu marido con el propósito de que se debilite" (p.29).
En este tema ya cercano a la magia, loa confesores debían iniciar otro grupo de preguntas referentes a la brujería. Junto con la lujuria, la brujería es otro de los grandes temas que la Iglesia atribuía a las mujeres. Muy poco tiempo después, instituida ya la Inquisición, cantidad de mujeres irían a la hoguera por el crimen de practicar la brujería.  Véase esta pregunta: "Cuando reposas en el lecho con tu marido recostado sobre tu pecho, en el silencio de la noche y con las puertas cerradas, ¿crees poder salir volando por los aires y recorrer los espacios junto a otras mujeres y matar sin armas visibles a los varones bautizados y redimidos por la sangre de Cristo, para luego comer juntas su carne cocida y colocar paja o madera u otra cosa en el lugar de su corazón y luego volverlos a la vida?"
Más aún, el Obispo manda investigar a fin de poder descubrir a estas mujeres y, una vez identificadas las que salían a cabalgar por los aires en compañía de una multitud de demonios de apariencia femenina, expulsarlas por todos los medios de la comunidad.  En el siglo 13, este "por todos los medios" se convertiría en quemarlas vivas en las hogueras de la Inquisición.
Gracias a Burchard se conoce el texto del juramento que en esa época se les exigía a los cónyuges al contraer matrimonio. El investigador Duby lo transcribe tomándolo del Libro XI del Decretum. Los obispos habían establecido que el marido declarara: "La tendré desde ahora tal como dice el Derecho que un marido debe tener a su mujer, queriéndola en la disciplina requerida (…)". La esposa había de jurar: "Desde ahora lo cuidaré y lo rodearé con mis brazos y a él me someteré; seré obediente y estaré a su servicio con amor y con temor, tal como el Derecho dice que la esposa debe estar sometida a su marido"(p. 35). El marido era responsable de los actos y pensamientos de su esposa y si ella o cualquiera de las otras mujeres de su casa decían o hacían algo que la Iglesia reprobaba, él debía castigarlas aun físicamente. Por otra parte, los castigos o penitencias impuestos oficialmente por la Iglesia a las mujeres eran muchísimo más severos que los que se aplicaban a los varones.
Otro de estos obispos escritores fue Étienne de Fougères, Obispo de Rennes a partir de 1168.  Es uno de los mejores exponentes del concepto en que los altos jefes de la Iglesia tenían a las mujeres.  En su  libro
Livre de manières (1174) se dirigió a la clase altas, a los cortesanos, a los que distribuyó en tres partes: primero, los que dominan (los reyes, los clérigos, los caballeros); después, los dominados (los campesinos, los burgueses); finalmente y en clase aparte, las mujeres, las que aparecen en los altos salones.  El religioso las veía ociosas, vanidosas, fáciles, víctimas del Demonio, listas para frustrar los planes de Dios y engañar a los hombres.   
En primer lugar, el libro episcopal se detiene en los cosméticos (todos los eclesiásticos de la época fustigaban con vehemencia los cosméticos). Las mujeres, decían, los usaban para falsificar la realidad de su cuerpo.  Declara el obispo Fougères: "putas, vuélvense vírgenes; de feas y arrugadas, bellas". Uno de los más graves propósitos que el Prelado atribuye a las mujeres es tratar de evitar la procreación. Otro de los grandes crímenes perpetrados por la mujer es embrujar a los hombres dominándolos con encantamientos e incluso matarlos. Matar a su señor, al marido, a quien sus padres habían legalmente entregado y a quien debían total obediencia. Al no tolerar el dominio del marido, pérfidas y rebeldes, las mujeres intentan deshacerse de él mediante su mejor venganza, el amante y el adulterio.
Aquí, el Obispo entra en su tema preferido: la lujuria. Los placeres del sexo son la única preocupación de la mujer; el deseo las consume. Al negarse al esposo por venganza, insatisfechas, corren tras los galanes o, peor, se deleitan entre ellas. Al respecto, Georges Duby declara: “los sacerdotes (…) consideraban que la raíz del mal (…) era la impetuosa sensualidad de la que éstas (las mujeres) estaban dotadas por la naturaleza” (p.18).
Otro importante texto de enseñanza "religiosa" de la época es el escrito por Marbode, conocido simplemente como “Marbode Obispo de Rennes", fallecido en 1123. Compuso un libro, el
Livre des dix chapitres, de gran influencia en su época, especialmente en sus sucesores en el Obispado de Rennes.
Se refiere a “la prostituida”, Eva, convencida por el Demonio para que probara lo prohibido; “es la enemiga del género masculino”. Sólo sabe crear escándalos, riñas y sediciones; es pendenciera, avara, ligera, celosa.  El Obispo se vale de un antiguo símbolo, la Quimera. Cabeza de león con cola de dragón; envolvente, carnicera, viscosa, sembradora de muerte y condenación eterna. Pide que nadie sueñe con detener a semejante monstruo porque su fuerza es invencible; sólo se debe huir de él, de inmediato. ¡Huir de la mujer!, concepto que ciertamente no han abandonado11. La mujer es siempre la culpable y eso en múltiples grados; el varón sólo pecó por consentir, quizás por ser generoso
Muchos otros escritores han poblado la Edad Media con documentos referentes a la mujer. En mayor o menor escala, todos ellos coinciden y dependen del pensamiento de San Agustín. Parten de la exposición del capítulo segundo del Génesis; es decir, el segundo relato de la creación en el que Dios no crea a la mujer directamente sino que la saca de una costilla del varón. El investigador Georges Duby los estudia y resume sus textos en varios capítulos de su libro ya citado. Aquí se mencionarán sólo algunos de los nombres más conocidos, como Rupert de Liège, Abelardo12, Pierre le Mangeur, Hugues de Saint Victor, André de Saint Victor, quienes a su vez citaban a escritores anteriores tales como Beda el Venerable, a comienzos del Siglo VIII, Alcuino a fines de ese mismo siglo y Raban Maur del Siglo IX.  Al respecto, concluye Duby: "… en el mundo monástico, la cuestión está clara: el pecado es la mujer; el sexo, el fruto prohibido"(p. 65), un fruto prohibido que se está siempre ofreciendo. Los varones son sólo víctimas, quizás por débiles, quizás por demasiado generosos.
A propósito, Duby trae una anécdota que tomó a su vez del cronista inglés Raoul de Coggeshall. Alrededor de 1180, dice el cronista, un canónigo –Gervais de Tilbury– huésped del Arzobispo de Reims, se paseaba por los viñedos de Champaña cuando repentinamente se topó con una joven cuya belleza lo impactó profundamente. Le hizo conocer sus intenciones pero la muchacha lo rechazó diciendo: "Si pierdo mi virginidad, me condeno".  El religioso se asombró. ¿Cómo alguien podía resistírsele?  "No hay duda, pensó, esa mujer no es normal; es una hereje, una de esas cátaras13 que se obstinan en considerar diabólica toda copulación". Trató de hacerla razonar y al no lograrlo, la denunció a la Inquisición. Fue arrestada y juzgada; la prueba era irrefutable; se trataría sin duda de una cátara obstinada. La pobre muchacha acabó quemada viva en la hoguera (Duby, p. 75).
Uno de los géneros literarios más cultivados en la Edad Media fue el epistolar. Se conservan grandes cantidades de cartas  escritas principalmente por abades y monjes, dirigidas a damas de alto vuelo social, esposas de importantes dignatarios o viudas de caballeros o guerreros de fama. No faltan, por otra parte, las escritas para las vírgenes consagradas a Dios en los monasterios. Son generalmente epístolas preparadas con gran cuidado y elegancia literaria que serían leídas luego en público ya sea en la mansión señorial, en hogares privados o en el monasterio. Las oirían tanto los miembros de la mansión como el pueblo en general o el personal de servicio en el monasterio o el castillo. El estudioso Duby las comenta largamente citando una larga lista de escritores. Para este trabajo, se han seleccionado algunos ejemplos: Adam, Abad de Perseigne a Blanca de Champaña,  Hugues de Fleury a Adèle Condesa de Blois, el Obispo  Ives de Chartres a Matilde Reina de Inglaterra. En todos ellos se ve la imagen que los sacerdotes tenían de las mujeres, pecadoras que ellos debían rescatar del dominio del demonio.
Adam la emprende contra la ropa; dice que el vestido destaca lo que hay de perturbador en el cuerpo femenino. Esos atuendos lujosos son imagen del peso carnal que conduce a la inmundicia. Es absurdo adornar el jarrón de excrementos que es el cuerpo, esa carne que hay que castigar y mortificar en vez de engalanar.
Hugues de Fleury declara que dos son las características principales de la naturaleza femenina: la "infirmitas", la debilidad que las hace frágiles y la "carnalitas", el peso de lo carnal que las empuja hacia abajo. Si alguna mujer posee alguna característica de fortaleza, se debe a la bondad de Dios que le ha dado algo de virilidad.
El Obispo Yves alaba a la Reina Matilde porque "Dios puso fuerza viril en su pecho de mujer". Comenta Duby que "los sacerdotes deducen de todo eso que la mujer debe estar constantemente bajo la tutela masculina" (86).

7. La deificación de la mujer
Otra característica sumamente típica de la Edad Media fue la deificación de la mujer. Aunque parezca contradictorio, este rasgo medieval es muy importante en comparación con los anteriores. Es como su antípoda y aparece en toda su fuerza en dos aspectos de la realidad medieval: el culto religioso a la Virgen María, manifestado en todas las prácticas de devoción, en la poesía, en el arte y la arquitectura en toda Europa y el culto secular a la dama en las tradiciones de la nobleza y de la caballería     
En contraposición a la general condenación del sexo femenino, esta actitud contraria significa la más exitosa exaltación de la mujer. Para entender esta aparente contradicción es necesario examinar la dicotomía que fue apareciendo ya en primeros siglos del cristianismo: la primera Eva vs. la nueva Eva. Especialmente en los comienzos del catolicismo surge un coro de maldiciones a la primera mujer, Eva;  poco a poco, fue creciendo la imagen contraria: la nueva Eva, la Eva sin pecado y también sin sexo y sin feminidad. Con este ascenso de la mujer sin sexo, tenemos entonces en el Medioevo dos figuras de mujer:
la "sin sexo", triunfante, prácticamente deificada, y la "con sexo", humillada, de rodillas, pidiendo perdón con lágrimas y arrepentimiento.
A mediados del siglo quinto, los concilios de Éfeso y Calcedonia, habían dejado establecido el título de "Madre de Dios" y "Virgen y Madre" para la madre de Jesucristo. Al ir avanzando la Edad Media, todas la ciudades europeas van dedicando sus catedrales y principales iglesias a "Nuestra Señora". Sin embargo, al principio no fue así. Dice Guy Bechtel en Las cuatro mujeres de Dios 14: En la Biblia no aparecen muchas santas. La Virgen María todavía no lo era puesto que no era perfecta e incluso alguna vez llegó a dudar. A veces exasperaba a Jesús, como sus otros hijos. Es evidente que no comprendió el excepcional destino del Mesías. Sabemos que, a su vez, él la dispensó de la tarea de difundir su mensaje (p. 200).15
En el Siglo V, el Papa León I afirmaba que "Cristo solamente fue inocente porque él sólo había sido concebido sin la suciedad y la concupiscencia de la carne" (Op.T, p. 78). La fuente de toda la teología católica, Santo Tomás de Aquino, en el Siglo XIII todavía declaraba que María había sido concebida en pecado (Summa Theologica, Part 3, p.65).
Sin embargo, a medida que pasaron los años se le dedicaron cantidad de obras literarias y musicales, estatuas y advocaciones sin fin. Se le atribuyeron asombrosos milagros y apariciones. El culto llamado "mariano" dominó de tal manera que cuanta catedral apareció en la Edad Media  se dedicó a "Notre Dame". Las primeras manifestaciones de la lírica culta española están dedicadas a ella.
Los milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, proclaman en el mismo Siglo XIII inclusive horribles batallas contra el infierno ganadas por la Virgen María. Se le atribuyeron calidades míticas tales como "Reina del Cielo", "Reina de la Mañana", "Mediadora Universal", "Madre de la Humanidad", "Estrella del Mar", "Puerta del Cielo"; la mayor parte de las cuales pertenecían a diosas de la antigüedad, tales como Asherah, la Reina del Cielo, según el testimonio del Profeta Jeremías  (cap. 44, vers. 17), o Isis, la diosa virgen y madre de los egipcios, que no dejaba de ser virgen por ser madre16.
Es un proceso de deificación de la mujer sin sexo que cobra cada vez más vuelo. Tanto que en el Siglo XVIII, un escritor famoso, San Alfonso María de Ligorio, llega hasta declarar que "seremos más rápidamente oídos por Dios y salvados acudiendo a María e invocando su santo nombre que el de nuestro Salvador, Jesús" (Las glorias de María, pag. 82). Lo interesante del caso es que Jesucristo mismo lo había prohibido, según se lee en el Evangelio de San Lucas, cap. 11, vers. 27. Frente a la mujer que celebró un inspirado discurso de Jesús con aquella exclamación: "Bienaventurado el vientre que te llevó", Jesús mismo respondió: "Más bien bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan".
Este renacimiento de la diosa, "la Reina poderosa" que cantaba Berceo, se da también fuera del ámbito religioso. Es característico del Medioevo el caballero que lucha por su dama a quien le dedica todas sus victorias. Es una dama purísima, inalcanzable e intocable a la que jura una fidelidad incondicional, la cual lo lleva a la purificación total. Para entregarse a ella se hace "cruzado". ¿Qué diferencia hay entre esta dama ideal que purifica y consagra al caballero y la Virgen María predicada por el Abad del Císter, San Bernardo de Clairvaux, al promocionar la Orden de los Caballeros Templarios?: "Dios ha puesto la totalidad de todos los bienes en María y quiere que la honremos pues si nos queda alguna esperanza de salvación, sólo de ella nos viene".
Incluso Cervantes, en la obra que dio por terminada la novela de caballería,
El Quijote, con su burla cruel del caballero ideal, deja bien parada a la dama, una humilde campesina idealizada con el nombre de Dulcinea, que recuerda una de las celebraciones más famosas de la Virgen María, lograda precisamente por España en el año 1513, el Dulce Nombre de María17.
Para concluir estas consideraciones sobre este doble aspecto de la mujer, quizás lo más adecuado sea ver la cuestión a través de un documento del Siglo XX, Carta a las mujeres, del Papa Juan Pablo II con motivo de la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, celebrada en Beijing en septiembre de 1995. El papa declara que su intención es celebrar el "genio de la mujer" e identifica este genio femenino con la disposición de "servir" y dice textualmente que "la más alta expresión del genio femenino es la Virgen María". De inmediato agrega citando el Evangelio de San Lucas (1:38) que la esencia misma de María es ser "la sirvienta del Señor", que se puso a sí misma como servidora de Dios y de los demás. Recuerda el Papa a continuación que no en vano es ella llamada "Reina del Cielo y de la tierra" porque "su reinar es servir". Se apura el Papa a terminar su carta recordando que este servicio no es el ministerial, ya que el servicio ministerial sólo les pertenece a los varones debido a su sublime grandeza.
Quizás estemos otra vez al principio, que la condición esencial de la inferioridad femenina hace que la mujer sólo se redima siendo "la esclava" (Lucas 1: 38)
Esta progresiva divinización de una mujer surge paralelamente al envilecimiento y difamación de la mujer en general. Es la nueva "madre de los vivientes", la nueva Eva. Todos los predicadores y escritores medievales se encantan ante la antinomia de Eva y María y producen innumerables escritos al respecto. Dice Jacques Dalarun, citando al Abad de Vendome: "La buena María ha dado a luz a Cristo y, en Cristo, ha dado a luz a los cristianos". Ella es "la madre de todos los que viven por la gracia en oposición a Eva, madre de todos los que mueren por la naturaleza" (p. 41).
Se puede afirmar pues que esta divinización de la mujer ideal resulta directamente en la depreciación de la mujer en general. Un ejemplo de esta afirmación está ocurriendo ahora mismo en nuestros días. La muy famosa  novela actual de Dan Brown, El código Da Vinci, popularizó la vieja creencia de que María Magdalena era la esposa de Jesucristo. ¿Qué es lo que dicen espontáneamente cuantos obispos o laicos se han explayado sobre el tema?  ¡Blasfemia! ¿Blasfemia? ¿Qué Jesucristo, digamos debidamente casado, haya tocado mujer, es blasfemia? Pero ¿No hizo Dios mismo el sexo? ¿No hizo Dios el matrimonio? ¿No es Jesucristo verdadero hombre, según todos los escritores católicos? ?No es el sexo parte esencial del ser humano, más aún, de la creación entera? Blasfemia más bien parece lo contrario, el que no haya tocado mujer. De todos modos, la prueba máxima de que la demonización de la mujer  todavía opera en la subconsciencia de los países dominados por el catolicismo, la tenemos hoy día palpable y evidente; es el mismo maniqueísmo18 de San Agustín, perpetuado hasta nuestros días.    

8. La mujer bruja
En el Antiguo Testamento, Dios mandaba matar a las mujeres dedicadas a la brujería: “A la bruja (hechicera) no la dejarás con vida” dice el libro del Éxodo (22:18). No había brujos, sólo brujas19. De todos modos, las persecuciones de brujas no se tornaron tan violentas como otras matanzas mencionadas por la Biblia y la historia, excepto el caso de la famosa astrónoma, profesora de matemáticas,  Hypatía, directora de la Escuela de Alejandría. Monjes, secuaces del Obispo San Cirilo de Alejandría, la asaltaron, la arrastraron por las calles, le arrancaron la piel y la quemaron. Esta horrible muerte se destinaba a las brujas. Parecería que la profesión de la astronomía les sonaba a estos religiosos algo así como brujería. Además, las matemáticas eran mal vistas en los ambientes cristianos de la época.
Se entendía por “bruja” una mujer que supuestamente se ponía en tratos con el demonio. Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII, siguiendo a San Agustín (siglo IV) había estudiado cuidadosamente las relaciones de los seres humanos con los demonios y había logrado descubrir que éstos, para adquirir poder sobre la humanidad, “intervienen secretamente y anuncian sucesos futuros que ellos conocen”. (Summa Theologica  2-2, q. 95)
Sin embargo, es recién a fines de la Edad Media y en los albores de la Edad Moderna que recrudece y se generaliza  la persecución de las mujeres bajo la acusación de brujería. Durante la época del auge de la Inquisición, siglos XV al XVII, fueron oficialmente asesinadas más mujeres que hombres. Con gran frecuencia, las mujeres eran acusadas de ser brujas, endemoniadas o de mantener relaciones sexuales con el demonio. Más aún, con admirable conocimiento, los clérigos clasificaban a los demonios según  prefirieran estar encima o debajo, con los títulos de “incubus” o “succubus”, siendo éste último un demonio hembra.
Constantemente sufrieron las parteras la posibilidad de morir quemadas, especialmente si el feto nacía muerto porque se las acusaba de ser agentes de Satanás para poblar el Infierno con niños no bautizados. Típico es el caso de la partera licenciada Walpurga Hausmännin, quemada viva atada a una estaca en Haugsburg en 1587. Aunque se defendió proclamando su inocencia, al fin y bajo la fuerza de horribles torturas, confesó toda clase de tratos con el demonio según el gusto de sus jueces y acusadores20.
Según el estudio del Prof. Carl Sagan, de Harvard University, la impunidad con que operaban los religiosos inquisidores llevó a la muerte más cruel a elevado número de personas. Las cifras son asombrosas. Según la investigación más reciente, se calcula que hubo cerca de 100.000 causas de brujería en Europa; de las cuales, unas 50.000 personas acabaron en la hoguera. La fuerza de las persecuciones varió mucho de país a país. La mitad de las quemas de brujas ocurrieron en las naciones germánicas, donde fueron ejecutadas 25.000 personas 21.
"Los juicios entablados contra las brujas fueron comunes en los siglos XVI y XVII"22, afirma la autorizada Kate Ravilious en sus escritos sobre ciencia en York, Inglaterra. En su análisis de los juicios contra las brujas de Cornwall, dice que "un simple comentario era suficiente para llevar a alguien a la horca" y agrega que "durante el año 1650, más de veinticinco personas fueron enviadas a la prisión de Launceston Gaol en Cornwall, después de que una mujer fue acusada por sus vecinos de ser bruja". La escritora continúa su exposición citando a Jason Semmens, Curador Asistente del Museo Horsham, en Sussex, experto en casos de brujería en Cornwall, durante el Siglo XVII. Semmens dice que "la acusada prontamente implicaba a otras mujeres en su alegada práctica de las artes oscuras, alguna de las cuales ciertamente era ejecutada" (pag. 41).
"No obstante la persecución, la brujería siguió siendo popular" declara Marion Gibson, de la Universidad de Exeter, especialista en ideas no cristianas durante los siglos XVI y XVII. Dice: "Cada pequeña aldea tenía personas con fama de ser hábiles en artes mágicas y, con un motivo u otro, la gente de la zona iba a ellas en busca de sus servicios especializados, tal como hoy vamos al abogado o al plomero"23. Sin embargo, tanto los que practicaban las artes mágicas como los que las recibían operaban en el máximo secreto por temor a los posibles castigos e incluso la muerte.
La escritora Ravilious comenta que, "a lo largo de los siglos, mucha gente en las islas británicas, ha apelado a las brujas en tiempos de necesidad para curar de un dolor de muelas o preparar una bebida que indujera el amor o para dañar a un vecino" y explica que  "se consideraba la brujería y los rituales de muchos sistemas paganos como el control del mundo mediante ritos y encantamientos" (p. 42).
Lo que la escritora Ravilious afirma de las islas británicas puede decirse de todo el mundo. Pocos o ningunos documentos escritos se hallan de esta práctica debido al estricto secreto con que se rodeaba en círculos cerrados que jamás permitían que dichos rituales cayeran en manos de personas no iniciadas.

9. La persecución de la mujer
Según el parecer de la mayoría de los estudiosos, fue un documento emitido por el pontífice romano Inocencio VIII, la Bula “Summis Desiderantes Affectibus” (“Deseando con ardiente anhelo”) del 5 de diciembre de 1484, el que desató la obsesión de espiar la vida de las mujeres para detectar posibles brujas encubiertas lanzando así la más despiadada persecución de la mujeres en la cultura occidental.  Aunque la imagen contemporánea de la bruja es una anciana de aspecto repugnante, las así llamadas brujas casi siempre fueron mujeres jóvenes, doncellas o esposas, en nada diferentes del resto de la comunidad.
No se puede afirmar que el Papa Inocencio VIII haya lanzado esta persecución por razones de misoginia o celo religioso. Él mismo tuvo varias amantes e hijos ilegítimos y bastardos, a uno de los cuales  –Franceschetto- casó con Magdalena de Medici para encumbrar su oscura familia mediante la alianza con los poderosos florentinos. Él era un mero Juan Bautista Cibo, sin alcurnia alguna. Más aún, en 1488, hizo cardenal a Giovanni de Medici, de sólo 14 años de edad, el futuro Papa León X. También le otorgó el cardenalato a Lorenzo Cibo, hijo ilegítimo de su hermano. Es extraño que este Papa haya puesto tanto celo para tratar de los demonios como el que puso para prohibir el Primer Congreso de Filosofía, propuesto por los sabios de la época encabezados por el admirable Pico della Mirandola.
Dejando de lado el estudio de las razones por las cuales Inocencio VIII haya desatado tan tremenda persecución contra las mujeres, es importante conocer aquí algunos de los términos principales de la bula papal. Dice el documento que, habiendo llegado a sus oídos -no sin gran pena- que en ciertas partes del  norte de Alemania y otras provincias, muchas personas se entregan a demonios masculinos o femeninos y mediante sus encantamientos y conjuros y otros abominables sortilegios, ofensas y crímenes, impiden la procreación de los seres humanos y los animales, arruinan las cosechas, los ganados y los frutos de la tierra y afligen con gran pena a la gente, ha decidido nombrar a Heinrich Kramer y a Jacob Sprenger, de la Orden de los Padres Dominicos, para que “sin limitaciones o impedimentos y en total libertad” procedan a castigar, aprisionar y corregir a las personas que ejerzan los crímenes de brujería y pactos con el demonio.
La primera medida que tomaron los inquisidores fue escribir un manual  que sirviera de guía para detectar, enjuiciar y terminar de una vez por todas el trato con Satanás, especialmente el ejercicio del sexo con los demonios ya que "tal práctica causaba el nacimiento de monstruos y otros seres execrables que luego merodean por los pueblos aterrorizando y causando serios daños". Dicho manual lleva el título de “Malleus maleficarum” (Martillo de las brujas), de 1486.
Esta obra se convirtió en la regla de todas las actividades contra las mujeres acusadas de mantener relaciones sexuales con Satanás en los diversos países dominados por el catolicismo y más tarde también entre los protestantes. Diversos autores han querido ver el “Martillo” como el ejemplo máximo del antifeminismo. Sin embargo, Walter Stephens, profesor de Johns Hopkins University , en su obra
Demon Lovers Witchcraft, Sex and the Crisis of Belief  (Amantes de los demonios. Brujería, sexo y crisis de las creencias), si bien admite que la sección sexta de la primera parte es definidamente misógina, todo el libro no lo es ya que la finalidad primordial del libro es demostrar la existencia del demonio y su constante actividad contra los seres humanos.
En la sección sexta del Malleus, los religiosos inquisidores Kramer y Sprenger declaran que las “mujeres hacen todas las cosas a causa de sus deseos carnales, insaciables en ellas. Por tal razón y para satisfacer su lujuria las mujeres llegan hasta tratar con los demonios” (pag. 34). El trato diabólico es esencial en la brujería; los inquisidores afirman que todas las brujas experimentan sexualmente con el demonio y que necesariamente las mujeres “se regodean en inmundicias diabólicas mediante la copulación carnal con diablos íncubos y súcubos y se consagran completamente a ellos”.
A pesar de estas afirmaciones, la verdadera finalidad de esta obra capital en la literatura católica de los comienzos de la era moderna fue probar que los demonios no eran imaginarios y que la prueba de su existencia real era la unión carnal con mujeres. Según los mencionados religiosos, el hecho de que la brujería tenga que ver principalmente con el sexo femenino surge de la naturaleza psicológica y física de la mujer, que la hace naturalmente socia y compañera ideal de los diablos, declaran los inquisidores. (Los subrayados son nuestros)
Según Stephens, el mismo Pico della Mirandola, citado anteriormente, se convirtió en gran entusiasta del Malleus declarando en 1523 que el Malleus no era en realidad contra las brujas sino contra los que no creían en los demonios y sus actividades con los seres humanos (sic)24.

10. Pornografía metafísica
Un efecto lateral de toda esta acción persecutoria fue el nacimiento de una pornografía metafísica o teológica. Cantidad de pinturas y panfletos de la época pintan gráficamente los encuentros de hermosas muchachas en su relación con diablos en diversas y atrevidas posturas. Baste para ejemplo el grabado del artista Hans Baldung Grien en el año 1515, presentado por Stephens en su obra arriba citada, en que un demonio en figura de dragón introduce una larga lengua en las  partes privadas de una bella joven vista lateralmente (p. 109)
Avanzando el tiempo, esta persecución a la mujer pasa a América. Ya casi en las puertas del siglo XVIII, en Diciembre de 1692, se desató en Salem, Massachussets, la más espantosa caza de brujas que llevó a cantidad de mujeres a la horca o a la cárcel.
Lo más interesante en este tema del demonio y su relación con los seres humanos es el anuncio aparecido en el New York Times, el 15 de septiembre de 2005, que informa sobre un congreso de exorcistas25 realizado en Roma. El Papa Benedicto XVI  les expresó sus mejores deseos y los animó a “llevar adelante su importante trabajo en el servicio de la Iglesia”. Informa el periódico que no se hicieron públicas las conclusiones ni los temas de dicha convención pero que era evidente que el exorcismo iba ganando un papel cada vez más prominente en la Iglesia Católica. El Papa Juan Pablo II, antes de morir, se había estado ocupando personalmente de la revisión del Manual para los Exorcismos y, según se informó, él mismo tomó parte en un exorcismo contra Satanás, celebrado en el año 2000.  La Universidad Vaticana Regina Apostolorum ofrece este año un curso especial sobre exorcismos, destinado a sacerdotes. El mismo curso, el año pasado resultó ser sumamente exitoso.

 

11. La demonización de la mujer pasa a la literatura
Los lectores de literatura española, conocen una obra del  Siglo XIV,  “Libro de buen amor”, compuesto por el sacerdote Juan Ruiz, conocido como el “Arcipreste de Hita”.Según dice el crítico José García López, este autor “es sin disputa el más alto poeta de nuestra literatura medieval”. Es interesante leer allí el elogio de las mujeres pequeñas. Dice: “Siempre quise mujer chica más que grande o mayor; no es malo huir de un mal grande. Del mal tomar lo menor, dice el sabio. Por eso, de las mujeres, la mejor es la menor.” 26
Alrededor de 1499 apareció
La Celestina, que es probablemente el primer documento feminista de la civilización occidental. Su anónimo autor27, obviamente cansado de tanta estupidez publicada por los frailes y los predicadores contra las mujeres28, resume las absurdas doctrinas antifeministas proclamadas desde el principio de la cultura occidental. Pone en boca de un sirviente, Sempronio, toda esa información, dirigida a su amo, Calisto, que acababa de enamorarse de tal manera que no hacía otra cosa que proclamar a los cuatro vientos la excelencia de su amada Melibea. El propósito del criado era convencer a su Señor de que no debía amar a la mujer sino simplemente usarla ya que el ser superior (el varón) no debía rebajarse a querer lo inferior, según había enseñado el Filósofo. La obra concluye castigando con la muerte a todos los que habían participado en dicha doctrina: la alcahueta Celestina acaba asesinada por los sirvientes de Calisto y éstos, ejecutados por la Justicia. La muerte más estúpida la recibe el mismo Calisto por haberse prestado a tales creencias (torpemente tropieza y se cae de lo alto de una torre). El final más digno lo tiene Melibea que trágicamente se suicida. La obra termina con el llanto del padre de la joven que ve la existencia humana como juguete del absurdo.  
El fragmento en cuestión dice así:
Sempronio:
Lee los historiales, estudia los filósofos, mira los poetas.  Llenos están los libros de sus viles y malos ejemplos (de las mujeres) y de las caídas que llevaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a Salomón, donde dice que las mujeres y el vino hacen a los hombres renegar. Aconséjate con Séneca y verás en qué las tiene. Escucha a Aristóteles, mira a Bernardo. Gentiles, judíos, cristianos y moros, todos en esta concordia están. (…) ¿Quién te contará sus mentiras, sus tráfagos, sus cambios, su liviandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus osadías? Que todo lo que piensan, osan sin deliberar. ¿Sus disimulaciones, su lengua, su engaño, su olvido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su revolver, su presunción, su vanagloria, su abatimiento, su locura, su desdén, su soberbia, su sujeción, su parlería, su golosina, su lujuria y su suciedad, su miedo, su atrevimiento, sus hechicerías, su manera de embaucar, sus escarnios, su deslenguamiento, su desvergüenza, su alcahuetería? Considera ¡qué sesito está debajo de aquellas grandes y delgadas tocas! ¡Qué pensamiento bajo aquellas gorgueras, bajo aquel fausto, bajo aquellas largas y autorizantes ropas! ¡Qué imperfección! ¡Qué albañales debajo de templos pintados! Por ellas es dicho: arma del diablo, cabeza de pecado, destrucción del paraíso. ¿No has rezado en la festividad de San Juan, donde dice: ‘Las mujeres y el vino hacen a los hombres renegar’; donde dice: ‘Esta es la mujer, antigua malicia que a Adán echó de los deleites del paraíso, ésta metió en el Infierno el linaje humano; a ésta menospreció Elías profeta’, etc.
Calisto:
Di, pues, ese Adán, ese Salomón, ese David, ese Aristóteles, ese Virgilio, esos que dices, ¿cómo se sometieron a ellas? ¿Soy más que ellos?
Sempronio: A los que las vencieron querría que imitases y no, a los que de ellas fueron vencidos. ¡Huye de sus engaños! ¿Sabes que hacen cosas que son difíciles de entender? No tienen moderación, ni razón, ni intención.  Por costumbre comienzan el ofrecimiento que de sí hacen. A los que introducen ocultamente, insultan luego en la calle. Convidan y despiden, llaman y niegan, declaran amor y pronuncian enemistad, se enfurecen pronto y se apaciguan luego. Quieren que adivines lo que quieren.
¡Oh qué plaga! ¡Qué enojo! ¡Oh qué hastío es conferir con ellas más de aquel breve tiempo que son aparejadas al deleite!

Vale la pena mencionar aquí la obra que posiblemente pudo haber influido en la creación de
La Celestina, arriba citada, El Corbacho.  Escrito por el Arcipreste de Talavera, Alfonso Martínez de Toledo, este tratado apareció sin título alguno en 1498. Se lo reconocía por el encabezamiento que se iniciaba con las siguientes palabras: “El Arcipreste de Talavera que fabla de los vicios de las malas mujeres…”. Su título de “Corbacho” le vino por una asociación muy posterior que se hizo con el libro de otro famoso antifeminista Giovanni Boccaccio, aunque la obra española nada tenga que ver con la italiana.
El estudio del Arcipreste de Talavera consta de cuatro partes; la primera es un tratado moral contra el sexo y la sexualidad; la segunda y la más importante consiste en una sátira contra “los vicios, tachas e malas condiciones de las perversas mujeres” y contra sus tretas y sus artes de seducción. En las siguientes partes, sigue el Arcipreste con disquisiciones sobre el orden moral.
Ya que se ha mencionado al escritor italiano, Boccaccio, corresponde citar su famoso
Corbaccio, escrito hacia 1354 y cuyo título incierto pudo provenir del español “corbacho”, látigo, que después daría título al libro del Arcipreste de Talavera.
Lejos de la simpatía de sus narraciones anteriores, el Corbaccio se mueve por una agria censura a las mujeres y se enlaza con la más dura tradición misógina, a través de una trama artificiosa de realidad y sueño en el que se aparece al autor la sombra del marido de la viuda para incitarlo a la censura femenina.
Así como del Corbaccio pudo haber surgido el Talavera y de él La Celestina, así de ella han nacido cantidad de posiciones que llegan hasta el presente. Obviamente hay otros muchos aspectos y otros campos de la actividad humana que no se han tocado aquí. Quedan para otros estudiosos.
En fin, en este largo repaso de la imagen de la mujer en la Edad Media, se han hecho necesarias incursiones en otros siglos, anteriores o  posteriores,  más bien con la intención de conectar los tiempos con sus causas y orígenes y sus derivaciones. Toda idea o movimiento, crece y se desarrolla originando a su vez otras realidades, buenas,  mejores o peores,  que vienen a ser hijas o nietas de aquellas…
Este hilvanar de ideas medievales ha querido concentrarse en la mujer debido a la centralidad e importancia de este punto de vista sobre otros aspectos que nos afligen hoy día, como se ha mencionado, entre líneas, en el presente estudio.

Notas
1 Júpiter convirtió a Leda (la hija del Rey Thestius) en cisne hembra y él como cisne macho la fecundó. Del huevo puesto por ella, nacieron mellizos, los héroes Cástor y Pólux -los Gémini- que se convirtieron después en patronos de la caballería romana, quienes adoptaron  como casco -en homenaje a su madre- la forma de un huevo cortado por la mitad.
2 Es decir "campesinos" porque  los adoradores de los dioses fueron siendo relegados al campo ya que las autoridades y el núcleo de las ciudades eran ahora cristianos.
3 Jacques Dalarun. Historia de las mujeres - La Edad Media. Madrid: Taurus, 1992. (Pag. 29).
4 Al estudiar una cultura, es siempre muy importante considerar cómo se relaciona dicha cultura con el cuerpo y el sexo. Baste para ejemplo el caso de la India donde la belleza y la voluptuosidad de los cuerpos de sus diosas exponen claramente una relación positiva y favorable. Obsérvese, por otra parte, la misma relación en sus invasores, los musulmanes; es obvio que están en las antípodas con la consiguiente incapacidad de combinación. El judaísmo no tenía una disposición negativa para sexo. La prueba está en que el simbolismo de las relaciones de Yahvé con su pueblo Israel se basaba en la imagen del matrimonio.  De allí que la palabra "adulterio" y "fornicación" en la Biblia se refieran frecuentemente a la idolatría.  Tampoco la tenía el Cristianismo. como derivado de aquél, ni las religiones europeas.
 5 Jacques Dalarun es sumamente meritorio en los estudios medievales debido a sus profundos estudios sobre Robert d'Arbrissel, el monje que a principios del Siglo XII fundó un monasterio para varones y mujeres y, a su vez, sobre  las profundas convulsiones que levantó tal fundación.
6 Editorial Taurus, Madrid España, 1992.
7Aurelius Augustinus nació el 13 de noviembre del 354 en Tagaste,  hoy  Souk Ahras, Argelia, en el norte de África, dentro del grupo étnico conocido como "berebere".  Cursó estudios de retórica en Cartago y en el año 383 decidió ir a Roma para triunfar en su carrera y  ser más romano que los romanos penetrando en el centro de la cultura de la que se sentía ajeno por su nacimiento provinciano. Gracias a la influencia de un pagano ilustre, Symmacus, encargado de conseguir un profesor de retórica para la Corte Imperial, residente entonces en Milán, logró emplearse como tal y partió hacia allá, en compañía de su madre. Pertenecía a una secta religiosa no cristiana, llamada Maniqueísmo; no obstante, decidió asistir a los sermones del obispo católico de dicha ciudad, San Ambrosio. Quedó tan impresionado por él, que resolvió hacerse católico y recibió el bautismo de manos del mismo Ambrosio. Gracias a este obispo aprendió a utilizar la alegoría para estudiar la Biblia. Esta forma de leer las Escrituras de los judíos le entusiasmó y la adoptó.  Se pueden encontrar muchísimos ejemplos de su aplicación de la alegoría repasando sus comentarios al Génesis, citados aquí. Por ejemplo: de los cuatro ríos que bañaban el paraíso terrenal, según el relato bíblico,  San Agustín interpreta que significan "las cuatro virtudes cardinales: prudencia, fortaleza, temperancia y justicia". Así, el río que baña la región sumamente calurosa de Etiopía simboliza la fortaleza, con la que se tolera la difícil y dura acción del calor. (De Genesi, 10:13 y 14); todo lo cual muestra su gran capacidad de imaginación que, unida a su vocación retórica,  lo llevaron a multiplicar el libro único de la Biblia en los cuarenta y un  volúmenes de sus obras completas. Después de bautizado llegó a ser obispo de Hipona (Hippo Regius, hoy Annaba, también en  Argelia, importante ciudad de África romana) desde donde  iluminó al mundo con sus extensas disquisiciones. Murió allí mismo, a unos noventa kilómetros del lugar de su nacimiento,  a los 76 años de edad, mientras los Vándalos asaltaban la ciudad.
8 De Genesi contra Manichaeos Libri II, 11: 15 y 16.
9 I Cor. 11:3  "La cabeza de la mujer es el varón y la cabeza del varón es Cristo, que es la Sabiduría de Dios".
10 Georges Duby, Damas del Siglo XII, Madrid: Alianza Editorial, 1996
11 Gracias a esta estupidez, la Iglesia desvió la atención del pueblo cristiano de aquello que, sí, era verdadero pecado y crimen, el abuso de los pobres y la injusticia social, para ponerla en el sexo. Por eso, muy pocos años después, nadie se espantó de que una nación sedicente cristiana, invadiera, despojara, cometiera genocidio y destruyera varias civilizaciones bajo la bendición de obispos y papas y todavía  hoy el Papa Benedicto visitara Brasil este año del 2007  y tuviera palabras de encomio para la "colonización".
12 Abelardo creía que solamente el varón estaba hecho a la imagen de Dios; la mujer sólo se le parece; es apenas un reflejo de la imagen de Dios.
13"Cátaros"  o albigenses, son una especie de puritanos franceses del Siglo XIII.
14 Bechtel, Guy. Las cuatro mujeres de Dios: la puta, la bruja, la santa y la tonta. Barcelona: Ediciones B, 2001
15 Véase al respecto la respuesta que Jesús le da a la gente que le dice que su madre y sus hermanos están afuera esperándolo: "¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, añadio: Estos son mi madre y mis hermanos pues cualquiera que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Marcos 3:31-35)
16 Nótese que ni los griegos ni los romanos tenían diosas vírgenes que no dejaban de serlo al convertirse en madres. Solamente los egipcios  la tenían en la persona de Isis cuya imagen en el Siglo I  la mostraba ya en Roma con su hijo Horus sobre la falda. Es interesante verificar que precisamente un egipcio, Cirilo, Patriarca de Alejandría es el que propuso declarar a María, Virgen y Madre de Dios y lo realizó en el Concilio de Éfeso en el año 531, con el consiguiente asombro de Nestorio,  Patriarca de la Iglesia de Constantinopla, la capital del Imperio, al que Cirilo hizo destronar mediante intrigas en la Corte Imperial.
17 Luego, el 25 de noviembre de 1683, el Papa Inocencio XI la impuso a toda la Iglesia universal mandando que el 12 de septiembre se celebrara la fiesta del Dulce Nombre para celebrar la victoria de los cruzados que derrotaron a los turcos en la Batalla de Viena, a las órdenes del devoto Rey de Polonia, Jan III Sobieski.
18 San Agustín del Siglo IV, era maniqueo antes de convertirse al Cristianismo. El maniqueísmo era una doctrina gnóstica que provenía de la región que hoy es Irak,  que explicaba la existencia del mal  enseñando que había no  un sólo Dios, sino dos seres omnipotentes, uno del Bien y el otro del Mal en eterna lucha. El Bien creaba seres espirituales y el Mal les ponía cuerpos para destruir la obra del Bien. Ser perfecto o santo consistía en liberarse de todo lo físico o corpóreo. Consecuentemente,  iba a aparecer y apareció dentro del Cristianismo el concepto de la "virginidad" -monjas y monjes- concepto que no era cristiano, sino pagano; no había "vírgenes" en la religión judía y su derivada la cristiana. En cambio, sí las había dentro de las religiones paganas  tanto europeas como americanas.
19 Nótese que cuando se trata de varones que hacen prodigios, como en el caso de Moisés y el Faraón (Éxodo 7:11), no se utiliza el término (brujo o hechicero) y se sobreentiende que realizan asombrosas  proezas pero, cuando se condena, el texto hebreo utiliza expresamente el género femenino como en el versículo 18 arriba citado.   
20 Stephens, Walter. Demon Lovers. Chicago: The University of Chicago Press, 2002. (p. 1)
21 Carl Sagan. The Demon-haunted World, NY:  Random House,  1995.
22 Ravilious, Kate. "Witches of Cornwal". Archaeology, Nov.-Dec., 2008, pp. 42-45, pag. 44.
23 Citado por Kate Ravilious, p. 44.
24 Con respecto a esta obsesión de descubrir seres humanos en tratos con demonios,  el Papa actual Benedicto XVI acaba de manifestarse a favor de los estudios sobre el exorcismo, que recomienda decididamente.
25 Exorcistas son los religiosos que se dedican a echar a la calle a los demonios que se han alojado dentro de algunas personas.
26 Pérez Rioja, p. 73 (adaptado).
27 Preferimos aceptar el testimonio del mismo Fernando de Rojas de que él no escribió sino que continuó el texto de la obra que constaba entonces sólo del primer acto.
28 Véase como ejemplo principal El Corbacho, del Arcipreste Alfonso Martínez de Toledo, escrito treinta años antes, de donde la obra toma los datos referentes a la mujer. Este religioso escribió para denunciar “los vicios, tachas e malas condiciones de las perversas e viciosas mujeres


 

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