LA LITERATURA MEXICANA DE FIN DEL MILENIO archivo del portal de recursos para estudiantes |
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María del Mar Paúl Arranz
La literatura mexicana de fin de milenio (I)
De un tiempo para acá, el periodismo se ha convertido en un género de ficción por la ligereza de muchos periodistas que se vanaglorian de estar conectados con las altas esferas del poder (como si esto fuera un reconocimiento de su valía) y pretenden conocer de primera mano todo lo que se dice en la oficina, en la alcoba y hasta en el mingitorio del Señor Presidente. Si los periodistas hacen novelas, los novelistas tenemos derecho a buscar la verdad con nuestros propios medios 9.
Tanto Serna como Mendoza nos sumergen en tramas propias de la novela negra, para acentuar, con la distancia que permite el humor, la sátira y la caricatura sin concesiones los rasgos más grotescos de la realidad social y política retratada. En 1990, Serna nos había ofrecido en Uno soñaba que era rey un anticipo prometedor al retratar, casi rayando el esperpento, toda una galería de personajes, desde el lumpen urbano, hasta el pequeño burgués que ha hecho fortuna, pasando por el intelectual que ha traicionado sus ideas izquierdistas y ha vendido su pluma y su inteligencia al servicio de infames intereses. Tema éste que luego desarrolla en la siguiente novela, haciendo un constante paralelismo entre el funcionamiento de la vida política y cultural mexicana 12. Por su parte, Aguilar Camín, aunque construye sus obras sobre el cañamazo de la historia, en particular la de los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo, se despega un poco de la crónica documental, para bosquejar intrigas narrativas de trazados lineales en las que se pone al descubierto la intrincada red de clientelismos y vasallajes generados por el partido hegemónico. En Morir en el golfo lo hace a través de la figura prototípica de un cacique local petrolero y en La guerra de Galio recrea la odisea de Octavio Sanz (Julio Scherer) al frente del periódico La república (Excélsior) en el desafío al gobierno de Echeverría que le costó el cargo, confirmando así las ataduras que ligan a la prensa al poder, de quien depende y a quien sirve incluso involuntariamente, por ejemplo cuando el gobierno le filtra ciertas informaciones para afianzar una determinada visión de las cosas.
La literatura mexicana de fin de milenio (II)
Y otras veces, la abrupta ruptura del marco ficcional, como sucede en Huatulqueños nos obliga a contrastar el sentido de lo leído con la tesis expuesta explícitamente en un añadido historiográfico que se remonta a las crónicas de los conquistadores: «Si Oaxaca es sinónimo de magia y arte, Huatulco es su representación tropical» (331). Dividida en tres partes apenas conectadas (el ahora, el presente y el pasado) Huatulqueños nos ofrece, tal vez la última “crónica” de una comunidad antes de que el desarrollismo turístico arrase con sus modos de vida y su visión del mundo. Pero, después de mostrarnos incesantemente los comportamientos atrabiliarios de sus pobladores, los odios tantas veces sangrientos entre caciques y jefes políticos, la pobreza irredenta, la ignorancia ciega, esa palabras finales nos siembran la duda sobre lo que vale la pena conservar o dejar que irremisiblemente se pierda, si es que el cambio económico acaba con ello 16.
En fin, muchas veces antes la ficción ha sido tomada como mero vehículo de representación, el revestimiento que no impide tratar en términos de verdad aquello de lo que se habla y donde, a menudo lo novelesco, vale decir, la trama, los personajes, y el argumento, se han supeditado al rigor documental o se han reducido a su mínima expresión, cuando no eliminado, para no inducir al lector a creer que se encuentran ante una simple novela 17. Pero como señala Díaz Migoyo “el carácter ficticio de la narrativa novelesca radica no en lo que tiene de verdad o de mentira, sino en lo que tiene de verdad evidentemente falsa o de mentira cuya transparencia la anula como tal mentira”(17). Si no aceptamos este principio, que nos permitiría referirnos a ellas como novelas, habremos de buscar otro nombre para designarlas. Si lo aceptamos, su dimensión testimonial, y sobre todo documental, no debe ensombrecer su consideración de productos estéticos hasta el punto de desvirtuarla. La documentación en la novela no implica convertirla en documento. Los artificios narrativos no sólo pueden aportar múltiples puntos de vista y penetrar en las capas más profundas de la conciencia individual y social, sino que es posible también desvelar motivaciones o aventurar juicios, más o menos implícitos, que serían inadmisibles en otro tipo de discursos, porque sólo al novelista, en cuanto hacedor de ficciones, se le exime de justificaciones sobre lo narrado. Lo real se opone a lo ficticio o a lo supuesto porque en lo ficticio nada está sujeto a prueba de verdad, ni a pruebas de contraste siquiera. Por eso, aunque los sucesos, los escenarios y los personajes sean comprobables, literariamente esto no tiene importancia. Y desde este supuesto se ha ficcionalizado muchas veces la experiencia personal, como un recurso de salvaguarda, y se ha renunciado a otras formas literarias memorialísticas. Por eso, y porque el tratamiento propiamente novelesco, posee unas condiciones de universalidad de las que están exentos el reportaje periodístico y el ensayo, cuando se refieren a hechos singulares.
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