LA ANTIGUA Y LA NUEVA DEMOCRACIA
REFLEXIONES EN TORNO A EL CONTRATO SOCIAL Y LA DEMOCRACIA LIBERAL

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Gerardo Blas Segura

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Bien sabemos que la idea de democracia tiene su origen en el mundo griego clásico y que tiene el sentido literal de "poder del pueblo". La experiencia de las democracias antiguas fue relativamente breve. Aristóteles clasificó a la democracia entre las formas desviadas de gobierno, tomando en cuenta principalmente que era un gobierno del pueblo cuyos intereses no correspondían al bien común, sino únicamente al de las clases bajas1. A partir de entonces la palabra democracia se convirtió durante dos mil años en una palabra negativa y, según Giovanni Sartori, , "durante milenios el régimen político óptimo se denominó república y no democracia [...] los constituyentes de los Estados Unidos eran de esta opinión. En el "Federalist" se habla siempre de república representativa, y nunca de democracia (salvo para condenarla). Incluso la Revolución Francesa se refiere al ideal republicano, y solo Robespierre en 1794, utilizó democracia en sentido elogioso, asegurando así la mala reputación de la palabra durante otro medio siglo. ¿Cómo es que de un plumazo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX en adelante, la palabra adquiere un nuevo auge y poco a poco adquiere un significado positivo? La respuesta es que la democracia de los modernos, la democracia que practicamos hoy, ya no es la de los antiguos"2.

 

Algunos desacuerdos en relación a la esencia de la democracia
Pareciera ser entonces que cuando Rousseau enuncia sus ideas está defendiendo una anacronía. Recordemos que El Contrato Social fue escrito en 1762 -en pleno Siglo de las Luces, en que siguiendo la luz de la razón se pretendía poner fin a lo antiguo y se anunciaba lo moderno. Pareciera que su propuesta de sistema político no miraba hacia el futuro sino hacia el pasado, es decir, que hacía referencia a la democracia "de los antiguos".

Antes de continuar hagamos algunas precisiones para ver en detalle los argumentos que podrían justificar estas afirmaciones. Para empezar es necesario tomar el concepto de soberanía popular, que es medular, a mi juicio, del pensamiento de Rousseau. Para él las sociedades civiles tienen su origen en un contrato social, contrato que sólo puede hacerse contando con el acuerdo de todos los contratantes y acto mediante el cual un pueblo se convierte en pueblo; mediante este contrato cada uno de los participantes "pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, recibiendo a cada miembro como parte indivisible del todo"3. De esta manera se da forma a un cuerpo moral y colectivo compuesto de tantos miembros como votos tiene la asamblea. Este poder soberano producto del contrato es de donde emana el poder y es completamente inalienable, ya que de él proceden las leyes bajo las que vive la comunidad y no es recomendable que las leyes generales queden bajo una voluntad particular. Bajo esta perspectiva, voluntad particular es toda aquella que no emana del pueblo reunido en su totalidad, por lo que se deduce que la voluntad general no puede tener representantes (sean tribunos, senadores, diputados, etc.) siendo éste un punto de conflicto entre la democracia como él la propone y la "democracia moderna" o, más bien, la democracia liberal. Rousseau concebía al pueblo reunido en asamblea, legislando, como lo hacían los antiguos griegos y romanos, o como lo hacían -o debían hacerlo- en los pequeños cantones suizos (en uno de los cuales nació y creció). Tiene pues la osadía de proponer a esa Europa de las grandes entidades políticas, centralizadas y con tendencias a crecer, el modelo alternativo de la vieja polis en cuanto a la participación de todos los ciudadanos, no en cuanto a la extremadamente clasista manera de dividir la sociedad en libres y esclavos.

Pienso que él mismo sabía de la dificultad de su proyecto, pues pensaba que su modelo político, sólo podría ser seguido por unos pocos pueblos en los que aún sobrevivieran esos valores antiguos, pueblos en los que aún prevalecieran valores precapitalistas:

Tan pronto como el servicio público deja de ser el principal asunto de los ciudadanos, y éstos prefieren servir con su bolsillo a hacerlo con su persona, el Estado se haya próximo a su ruina... es el movimiento del comercio y de las artes, el interés de ganancia, la indolencia y el amor a las comodidades lo que induce a cambiar los servicios personales por dinero... la palabra "finanzas" es una palabra de esclavos... en un país verdaderamente libre, los ciudadanos hacen todo con sus brazos y nada con dinero4.

Pero si bien en El Contrato Social no se aconseja alienar o depositar en representantes al poder soberano (que sería el poder legislativo), sí acepta que el poder ejecutivo pueda ser cedido temporalmente a una persona o cuerpo colegiado (llamado técnicamente Príncipe), al cual se le pueda revocar en caso necesario. Esto quiere decir que la cesión de poder no es en sí misma un contrato, sino sólo una aplicación de la ley aprobada por el soberano. Rousseau no justifica que el que ejerce el poder se conciba como una entidad superior al pueblo soberano, sino que debe concebirse como su servidor:

Muchos han pretendido que el acto de esta institución [del gobierno] era un contrato entre el pueblo y los jefes que éste se da; contrato por el cual estipulaban las dos partes las condiciones por las que una se obliga a mandar y la otra a obedecer... la autoridad suprema no pueda modificarse ni enajenarse, limitarla es destruirla. Es absurdo y contradictorio que el soberano se entregue a un superior5.

A estas concepciones de Rousseau vale agregar otras, sólo como botones de muestra del desacuerdo entre la democracia "a la antigua" propuesta en El Contrato Social y la democracia liberal. La relativa a la concepción y utilización del criterio de unanimidad es de sumo interés. Según el autor analizado, lo ideal es encontrar en todos los asuntos un acuerdo total, unánime, pues cuando éste no se da es un indicio de que algo está funcionando mal:

...Cuando el nudo social comienza a aflojarse y el Estado a debilitarse, cuando los intereses particulares empiezan a adquirir fuerza... el interés común se altera y encuentra oposición; ya no reina la unanimidad en las votaciones; la voluntad general ya no es la voluntad de todos6.

Es pues, sobre estas cuestiones, la de soberanía popular, la de la imposibilidad de actuar democráticamente nombrando representantes al poder legislativo y las decisiones unánimes, en donde parece no haber punto de encuentro entre ambas concepciones.

Recordemos que la democracia liberal, "moderna", plantea, al igual que lo propone Rousseau, el principio de que la titularidad del poder no nace con el Príncipe sino que le viene por una concesión del pueblo; en donde difiere notablemente, según hemos visto, es en que en la democracia liberal sí se concibe el nombramiento de representantes del poder soberano del pueblo, y la cuestión de la unanimidad se deja francamente de lado. Aquí cabe resaltar la opinión de Locke, quién pensaba que el derecho de la mayoría se debe insertar en un sistema constitucional que lo discipline y controle7.

La regla de la mayoría es un mecanismo de operación, pero se considera fundamental el respeto a las minorías y, por tanto, al individuo y su esfera privada. En este rubro salta a la vista el asunto de la igualdad, que para Rousseau es un valor que debe buscarse y alcanzarse pero sólo en el sentido de que "ningún ciudadano sea suficientemente opulento como para comprar a otro, ni ninguno tan pobre como para ser obligado a venderse"8. Pero para la democracia liberal este es un asunto complejo, ya que no se puede ver el punto exacto en que termina el poder del Estado y comienza el ámbito de lo privado que el Estado no puede ni debe invadir.

Las discusiones sobre el asunto de la democracia y su aplicación concreta han sido largas y han consumido mucha tinta y energías, y todavía falta mucho por discutir. Lo cierto es que para muchos la democracia sigue siendo un valor digno de ser alcanzado y por lo tanto definido en un concepto lo suficientemente abierto (quizá en esto radique su dificultad) para que nadie llegue a imponerla, lo que la convertiría en democráticamente indeseable. La idea de la democracia implica también aceptar el valor del individuo, así como la fe de que la historia puede moverse y se mueve, en cierta medida al menos, mediante la voluntad de las personas; de que no hay destino irrevocable y que como dice el mismo Rousseau: "Un poco de agitación vigoriza las almas y lo que realmente hace prosperar a la especie humana es menos la paz que la libertad"9.

 

Notas:

1 Dice Aristóteles en el Libro IV de su Política: "... hemos distinguido tres constituciones rectas [...]: monarquía, aristocracia y república, así como tres desviaciones: de la monarquía, la tiranía; de la aristocracia, la oligarquía; y de la república, la democracia".
2 SARTORI, G., Elementos de teoría política, Alianza Universidad, Madrid, 1992, p. 27.
3 ROUSSEAU, J. J., El Contrato Social, Libro I, Cap. VI.
4 Ídem, Libro III, Cap. XV.
5 Ídem, Libro III, Cap. XIII.
6 Ídem, Libro IV, Cap. I.
7 LOCKE, J., Segundo tratado sobre el gobierno civil.
8 ROUSSEAU.J.J., Op. Cit. libro II, Cap. IV
9 Ídem., Libro III nota 9.

 

Bibliografía consultada:

ARISTÓTELES, Política, Porrúa, México.
LOCKE, John, Segundo tratado sobre el gobierno civil, Fondo de Cultura Económica, México.
ROUSSEAU, Jean-Jacques, El Contrato Social, Altaya, Madrid, 1992.
SARTORI, Giovanni, Elementos de teoría política, Alianza, Madrid, 1992.

 


Catedrático del Departamento de Humanidades del ITESM Campus Estado de México, México

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